29.

MARATÓN 3/3

Hola. Por favor, si están disfrutando de la historia, no olviden dejar una estrellita y un comentario, por más cortito que sea. Me gustaría que esta historia siga creciendo en la plataforma, pero necesito de la colaboración de ustedes para que suceda. Se los pido de corazón. ¡Muchas gracias! ♥


—¿Clara?

Antes de bajar del auto, ella volteó.

—¿Olvidaste algo?

—Recordé que no trabajas por la noche, ¿verdad?

—Sí.

Luca recogió un juego de llaves que tenía apartado en un recoveco del vehículo y se lo extendió. Confundida, ella lo recibió.

—Ten. Llegaré a la noche —comentó con naturalidad. Mientras tanto, Clara no consiguió salir del asombro—. ¿Quieres salir a cenar?

—¿Me estás dando las llaves de tu casa? ¿Y me estás invitando a una cita? —al mismo tiempo, una sonrisa se extendió en su cara.

—Sí y sí —afirmó. Aunque quedarse en casa siempre había sido un buen plan, llevarla a conocer lugares bonitos de la ciudad empezó a convertirse en uno de sus pasatiempos favoritos. Quería darle un montón de nuevos recuerdos. Sorprenderla. Regalar experiencias—. ¿Te gustaría?

Clara afirmó, casi sin palabras.

—Me encantaría —respondió entusiasmada—. Te veo en la noche, ¿sí? Cuidate.

—Tú también. Cuidate —ella se aproximó, dejó un beso rápido y salió del vehículo.

Caminó en dirección a la puerta de ingreso, pero se detuvo en seco antes de entrar. Tuvo un sentimiento de alegría inusual golpeando su pecho. La clase de felicidad que llena los ojos de lágrimas. No había nada más reconfortante que saber que, al final del día, tenía un lugar seguro a dónde ir. El abrazo de alguien más esperando por ella.

Él condujo al estudio jurídico aún con el ritmo acelerado de los latidos de su corazón. Tomó un riesgo al entregarle a Clara un par de llaves de su casa. Podría haber salido terriblemente mal, quizá ella se asustaba y decidía que era el momento ideal para huir. Sin embargo, al final no se sintió así. Fue natural. No quería atarla a él, tan solo hacerle saber que su mundo también le pertenecía. Que podía quedarse en su departamento cada vez que quisiera. Incluso si ella pronto hallaba otro sitio para mudarse. Las puertas de su corazón estaban completamente abiertas para ella. Todo. Aún cuando una parte de su mundo tambaleaba porque había piezas que no conseguía arreglar, construyó uno para Clara hecho de muros fuertes y seguros.


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Encontró nuevamente el baúl que Luca le mostró días atrás. Aún seguía maravillada por tal descubrimiento pues significaba que él le había permitido explorar otra parte de su vida. El pasado. La dejó entrar a un sitio donde, quizá, pocas personas lo hacían. Ella había visto la manera en que le brillaban los ojos cuando empezó a hurgar en el contenido. Al principio fue con nostalgia. El tipo de recuerdos que te llevan a un punto de tu vida dónde supiste ser feliz pero sabes que no podrás regresar jamás. Luego, vislumbró tristeza. Aunque eso no era algo nuevo. En la mirada de Luca siempre habitó una clase de angustia que Clara no conseguía descifrar. Y la incógnita se volvió aún más complicada. Él había dicho que formó parte de una familia feliz. Tenía una buena relación con sus padres y su hermana. También sabía sobre su ex novia, él aclaró que ya no tenía sentimientos por ella y Clara, simplemente, podía comprobar que eso era cierto. Él estaba completamente perdido por ella. Pero entonces, ¿de qué se trataba ese dolor? Por más que le diera vueltas al asunto, no lograba despejar sus dudas. Lo único que tenía claro era que quería hacerlo feliz. También deseaba verlo sonreír cada vez que atravesara la puerta.

Así que ese atardecer después del trabajo, Clara abrió el baúl. Sacó la colección de autos de carrera, limpió con un paño suave uno por uno y los colocó en un estante prácticamente despejado que Luca tenía en la sala. Se dio cuenta que cada pieza, por debajo, contenía un pequeño número y los colocó en orden. También se tomó el atrevimiento de usar una fotografía de él y su familia, para enmarcarla en un portarretrato que hasta ese día estuvo vacío. Le gustó el resultado. Sintió que la casa de Luca de pronto se volvía más personal y acogedora. Por último, tan solo para dejar su pequeña marca y recordarle cuánto lo quería, escribió en un post it «tú y yo para siempre» y lo pegó sobre el filo del estante.


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Alcanzó a salir de la ducha para atender el teléfono. Envuelta en una toalla, todavía sus manos estaban húmedas.

—Hola, Clara.

—Fede. ¿Todo bien?

—Sí, sí. Solo quería saber si Luca llegó a casa.

—Aún no, pero quedamos en ir a cenar. Supongo que está por llegar.

—Ah, lo entiendo —sonó aliviado—. Avísame cuando llegue.

—De acuerdo. Lo haré —él empezó a despedirse, pero lo interrumpió—. Espera, Federico. Estás preocupado y no es la primera vez. ¿Qué está pasando?

Del otro lado reinó un silencio sepulcral durante largos segundos.

—Últimamente tenemos mucho trabajo. Él tiene la mala costumbre de tomarse los casos demasiado personales. Solo intento que no se exceda. Es como mi hermano, ¿sabes?

—Sí. Y me parece adorable el modo en que lo cuidas —reconoció—. Pero... no lo sé. A veces cuando estamos juntos de pronto se pone triste —reveló—. No lo expresa, pero puedo notarlo. Pasamos demasiado tiempo juntos y puedo darme cuenta. No logro comprender esa angustia.

—¿Se lo preguntaste?

—Sí. Un par de veces, pero él evitó el tema y no quise insistir. No quiero forzarlo a hablar si para él es doloroso. Por eso, quizá... quizá tú sepas algo, ¿no? Solo quiero ayudarlo.

—Lo sé. No dudo en que quieres ayudar.

—¿Pero...?

—Él te hablará sobre eso cuando esté listo —respondió.

Clara lo entendió. Contuvo su curiosidad y acabó agradeciendo el silencio de Federico. Todo se daría a su tiempo. Lo más sano era permitir que la relación siguiera fluyendo como hasta ese entonces.

—¿Algo que pueda hacer para hacerlo sentir mejor?

—Que estés ahí para él, es suficiente. Es prácticamente mi hermano, Clara. Lo conozco. Sé que tú lo haces feliz —afirmó convencido.

Tras salir del trabajo, Luca se desvió de la carretera usual. Tenía el impulso de ir en busca del tipo que probablemente sabía dónde se hallaba su hija. El dolor que le atravesaba el pecho ardía como el infierno. Sabía que estaba yendo en contra de las reglas, traicionando lo que habían pactado con Federico. La consciencia acabó siendo más fuerte, no resistió. Antes de llegar al destino, tomó el camino de regreso y se dirigió a su apartamento. Habría sido una estupidez arriesgarse por cuenta. Un acto egoísta. Nadie sabía que estaba ahí, por ende, si algo malo ocurría, nadie se enteraría. Su hija, donde sea que estuviera, lo necesitaba bien. Entero. Clara lo esperaba en su departamento, ansiosa por la cita que le había prometido. No se arriesgaría a romperle el corazón.

Ella saltó sobre él en cuánto lo escuchó llegar, justo en la entrada. Luca, sorprendiendo, la sujetó entre sus brazos y la apretó contra su cuerpo, notó que lo necesitaba. Le acarició el cabello húmedo por detrás, percibió la respiración acelerada y el aroma a shampoo de coco que se había vuelto tan familiar.

—Ey, ¿me extrañaste? —murmuró en un ligero tono divertido.

—Sí. Mucho.

—¿Todo está bien?

—Sí. Ahora sí —lo miró repleta de ternura y lo besó en los labios—. ¿Tú estás bien? —él asintió, aunque confuso—. Llamó Federico. Quería saber si estabas en casa.

—¿Es en serio? ¿Otra vez?

—Sí. Supongo que se preocupa por ti.

—Demasiado. Solo... olvídalo. A veces se excede con el dramatismo —quiso restar tensión—. Ey, ¿qué es todo eso? —Cambió de tema al contemplar, tras la espalda de Clara, la estantería renovada. Ella divisó su repentina sonrisa y sintió que todo el trabajo valió la pena.

—Lo hice para ti.

Luca se aproximó a la escena, Clara lo siguió aferrada a su mano. Él se tomó el tiempo de apreciar cada detalle; notó que las piezas de colección estaban en orden, el brillo que desprendían después de haber sido limpiadas y la fotografía en aquel portarretrato que por un largo tiempo permaneció vacío. Sintió que su vida había comenzado a recuperar las piezas perdidas.

—Vaya, es...

Se quedó sin aliento.

—¿Es qué, Luca? ¿Te gustó?

—No, no me gustó. Me encantó, Clara. Ven aquí —la atrajo hacia él de la cintura—. Después de esto, tendré que hacer algo contigo.

—¿Ah, sí? ¿Y qué harás? —sonrió ansiosa.

—Tendré que comerte a besos —dijo cerca de su oído. Sin previo aviso, la cargó sobre un hombro. Ella se encendió entre carcajadas y gritos de sorpresa; se dejó cargar hasta el sofá, el primer sitio que Luca encontró para llevar a cabo rápidamente lo que quería.

Afuera podía desatarse la más grande tormenta, pero nada de eso importaba entre esas cuatro paredes. Luca y Clara habían construído un mundo propio. Uno que estaba hecho de muros sólidos y mullidos, lo suficientemente fuertes para no caer y reconfortantes para encontrar paz. Uno donde el ritmo frenético de sus corazones, el sonido de sus risas y la luz que desprendían al mirarse el uno al otro habitaba cada rincón llenando los vacíos. Quizá era la primera historia importante de Clara y la segunda para Federico, pero esa comparación de rangos no tenía importancia. Porque había una certeza que sin dudas, compartían... En sus vidas no existió otro amor igual. Nada parecido. 

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NOTA DE AUTORA: ¡Hola! Con este capítulo finaliza el maratón de tres capítulos. Como varias veces me habían pedido que lo hiciera, aproveché las vacaciones para corregir y mejorar lo que ya tenía escrito. Lo único que pido es muestren entusiasmo o si les gustó... Eso me da ánimos a querer seguir publicando esta historia. 

Un abrazo.

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