28.

MARATÓN 2/3

Hola. Por favor, si están disfrutando de la historia, no olviden dejar una estrellita y un comentario, por más cortito que sea. Me gustaría que esta historia siga creciendo en la plataforma, pero necesito de la colaboración de ustedes para que suceda. Se los pido de corazón. ¡Muchas gracias! ♥


—Es mi hermano —apartó el celular que había vibrado de manera constante las últimas dos horas—. Quiere que regrese a casa. Ya usó todas las cartas. Incluso la de la enfermedad de mi padre —comentó agobiada.

Llevaba dos noches sin ir a casa, refugiada en la de Luca.

—¿Has pensado en lo que harás?

—Sí —admitió. Usualmente se guardaría el veredicto para sí misma, sin embargo, esta vez había alguien dispuesto a escucharla. Por lo tanto, siguió—. Tomé dos decisiones. En principio, hablaré con mis padres. Les contaré lo que pasó. Le diré que estamos juntos, si te parece bien y estás de acuerdo.

Él estudió su expresión. Cada línea estaba repleta de convencimiento y firmeza.

—Por supuesto que me parece bien. No tenemos que escondernos.

—Entonces... ¿Puedo decirles que eres oficialmente mi novio? —sus mejillas se enrojecieron cuando preguntó nuevamente solo para asegurarse que se hallaban en la misma sintonía.

—Nada me gustaría más —afirmó—. Sabes que puedo ir contigo, si quieres. ¿De acuerdo?

—Sí, por favor. Creo que será más fácil si estás ahí —nada como sujetar su mano cuando los nervios la invadieran—. Tienen que conocerte.

—¿Y la segunda decisión?

—Irme de casa —largó sin rodeos—. Siempre soñé con vivir sola y creo que ya es el momento de hacerlo. Será complicado, pero quiero intentarlo.

—Todo saldrá bien —prometió—. Te ayudaré en todo lo que haga falta.

—Lo sé. ¿Sabés por qué? —Luca negó—. Porque eres un consentidor serial —bromeó, acomodándose nuevamente sobre él. Clara, que vestía un fino y delicado sujetador, apoyó las manos en su pecho y se aproximó hasta besarlo en el cuello. Había descubierto que le gustaba estar sobre él. Tener el control, a veces—. El más lindo y bueno de todos. El universo ha sido demasiado generoso conmigo.

—Conmigo aún más —pronunció. Se estremeció ante la manera en que ella lo besaba. Entonces, Clara se detuvo y rió sobre la curvatura de su cuello—. ¿Qué pasó? —sonrió suavemente.

—No sé cómo ocurrió, pero en algún momento de la noche te marqué —respondió un poco avergonzada y señaló la marca morada que él tenía en el cuello—. Lo siento. Quizá puedas cubrirlo con el cuello de la camisa. O no sé —lo acarició con la yema del pulgar, suavemente.

—No es para tanto —era cierto que había sucedido de un modo inconsciente—. Supongo que ahora todo el mundo que me vea sabrá que tengo a alguien.

—Bueno, eso está bien. Me gusta que sepan que eres mío —mencionó. Al instante, rompió en una sonrisa de diversión. Estaban lejos de ser una de esas parejas posesivas. Volvió a besarlo y se movió sobre él, provocativa.

No tardó en conseguir su objetivo. Las manos de Luca llegaron hasta su sostén, que desprendió con ansiedad como de costumbre. Él nunca dejaría de maravillarse cada vez que la veía desnuda. Nunca dejaría de sentirse como un instante glorioso cada vez que la tocaban. Cada vez que ella se estremecía a causa de lo que él hacía.


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 Tras darse una ducha, Clara robó una de las tantas camisetas de Luca. Ya se había vuelto una costumbre. En el toilet, no solo había un cepillo de dientes para ella, también estaba su shampoo y acondicionador favorito, que olía a coco. Además, en el armario había un estante vacío que ella ocupó con sus cosas; no eran demasiadas, pero le pareció bonito ver como los colores como el beige, lavanda, celeste o rosa pastel, resaltaban entre las tonalidades apagadas que usaba Luca. No era que no le gustaran los colores vivos, su trabajo le exigía sobriedad. Sin embargo, las camisetas casuales que Clara usurpó, tenían nombres o logos de bandas clásicas, como Pink Floyd, Led Zeppelin, U2 o Radiohead. Eran sus favoritas, aquellas que usaba para estar entre casa.

Curiosa, terminó de acomodar sus cosas y fijó la vista en el baúl que se encontraba en el último estante. Tenía un pasador. Primero pensó que podía ser una caja fuerte, pero luego cayó en la cuenta de que no era lo suficientemente seguro para ocupar esa función. Podía abrirse tan solo deslizando el pasador. Miró a Luca, que vestía un pantalón de chándal negro y una camiseta blanca de The Who. Su cabello aún estaba mojado. Olía a loción de afeitar, podía percibirlo a metros de distancia. Clara sabía que, de acercarse, terminaría hundiéndose nuevamente en él.

—¿Puedo saber qué guardas ahí, señor misterioso?

Luca llevó la vista al baúl, luego deslizó una sonrisa afable.

—Tonterías. Recuerdos —comentó—. ¿Quieres ver?

—Ay, sí. Me encantaría ver —dijo emocionada—. Adoro las cosas antiguas.

—Tampoco soy tan viejo, eh —bromeó. Ella rió por lo bajo.

El baúl era de un sólido peso, Clara consiguió arrastrarlo hasta dejarlo en el piso. Seguido, se sentó a un costado y lo abrió repleta de entusiasmo. Los ojos le brillaron cuando divisó un folio repleto de fotografías. Se atrevió a sacar la primera, dónde se veía a Luca de veinticinco años abrazando a su hermana adolescente, de quince.

—¿Ella es Cora, no?

—Sí. Es mi hermana.

—Son tan parecidos —Clara sonrió con dulzura—. Y ellos... ¿Tus papás? —sacó otra fotografía. En esa, se hallaba la familia completa. Cuatro personas. Luca asintió, tragando saliva—. Eran una hermosa familia, Luca.

—La verdad que sí. Éramos felices —expresó con nostalgia. Se dio cuenta que hacía un largo tiempo que no hablaba acerca de su familia. De vez en cuando, Federico los nombraba porque en su infancia había sido un miembro más. Pero se sintió realmente bien que Clara pudiera conocerlos. Fue como abrirle otra parte de sí mismo. Una importante—. Mi padre era ingeniero civil. Mi madre, maestra jardinera. Y Cora está estudiando medicina. Me llena de orgullo —reconoció, mientras se sentaba a su lado.

—Tú también habrás llenado de orgullo a tus papás —todo indicaba que Luca había sido un buen hijo. No cabían dudas.

—Espero —bromeó.

—¿Y todo esto? ¿Eran tus juguetes? —tras apartar las fotografías, echó un vistazo a los objetos que estaban debajo. Un centenar de autos en miniatura, diversos modelos y colores. Clara no sabía de vehículos, pero notó que eran diferentes unos de otros.

—Son autos de colección. Empecé a comprarlos cuando tenía diecinueve. Estuve años haciéndolo, pero creo que los conseguí casi todos.

—Es increíble. Deberías ponerlos en alguna repisa. ¿No lo pensaste? Se verían bien.

—En realidad, los tenía organizados en estantes. Los quité porque Pía, bueno... Los quité porque era infantil tenerlos ahí. Debería haberlos donado o algo así.

—No. ¿Por qué deshacerte de ellos? —Clara no estaba de acuerdo—. Es lindo coleccionar. Es apasionante —aseguró. Podía ver la ilusión en la mirada de Luca—. Tienes que conservarlos. Ponerlos en algún sitio donde puedan verse. Y, ¿quién sabe? Tal vez en un futuro tengas un hijo que los quiera.

—Sí. Un hijo —repasó la idea, pensativo.

—Sí. ¿Qué tiene? ¿No te gustaría ser papá?

Aquella pregunta lo desestabilizó.

Estaba claro que ella lo decía desde el absoluto desconocimiento, no sabía esa parte de su historia porque él se encargó de evitarlo cada vez que pudo haberlo dicho. Y se sintió terriblemente culpable por eso. Tenía que decirle. Abrirle su corazón por completo, aunque fuera un tema doloroso. Ella lo había hecho, le contó aquellas cosas que la lastimaban y sus problemas familiares.

El ritmo de su corazón se acrecentó, junto a la sensación de que el aire llegaba con dificultad a sus pulmones. Más lento. Más pesado. Fue inútil tratar de disimular, Clara enseguida notó sus ojos acuosos, reconoció como su pecho se expandía y reducía de un modo inusual.

—Ey, ey. ¿Estás bien? —ella se aproximó con preocupación—. Lo siento. No quería ponerte así —también afectada, lo abrazó y lo atrajo hacia su lado. Luca dejó caer la cabeza sobre su hombro y cerró los ojos, buscando calma.

—No. Tú no has hecho nada —aclaró—. Olvídalo. ¿Sí? —se repuso tan rápido como pudo y se incorporó, dejando un beso sobre el hombro que lucía descubierto a través del cuello amplio de la camiseta—. Estoy bien.

—¿Seguro que no quieres hablar?

Luca asintió. Se esforzó por mostrar una actitud tranquilizadora.

—Tengo trabajo que hacer. ¿De acuerdo? Estaré un rato en la oficina —mencionó.

Antes de marcharse, besó a Clara en los labios y le susurró que la quería. Ella se quedó tranquila en ese sentido, estaba segura que él no se había enfadado; no obstante, le inquietó la angustia que surgió en Luca casi de la nada. No fueron solo sus ojos o su expresión, su cuerpo entero adquirió tristeza. No había forma de explicarlo, pero si de sentirlo y Clara llevaba tiempo percibiendo ese lado de él que, aunque intentaba mantener oculto, estaba ahí. Una parte oscura y afligida.

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