26.

Hola. Por favor, si están disfrutando de la historia, no olviden dejar una estrellita y un comentario, por más cortito que sea. Me gustaría que esta historia siga creciendo en la plataforma, pero necesito de la colaboración de ustedes para que suceda. Se los pido de corazón. ¡Muchas gracias! ♥


Besó a Clara en la mejilla antes de salir. Ella, dormitando, sonrió ligeramente con los ojos cerrados. Señal de qué podía sentirlo. Intentó ser lo más silencioso posible mientras se preparaba en la habitación; no quería alterar su descanso. La noche anterior, la acogió entre sus brazos y se mantuvo despierto hasta que, por fin, Clara consiguió dormirse. Había quedado completamente angustiada después del altercado con su hermano. Si bien poco a poco logró recuperar la estabilidad, cada vez que su nariz dolía, veía el hematoma o el tema salía a flote, las ganas de llorar se hacían evidentes. La transparencia era una de sus principales características. Si la conocías, era sencillo ver las emociones reflejadas en sus ojos. Luca podía hacerlo. Veía a través de ella. Clara, creyó que evitar el tema sería la mejor opción para superar el momento. Sin embargo, Luca le recordó que «sacarlo todo» también era una buena forma de afrontar el problema. Incluso si dolía, hablar siempre ayudaría a sanar. Se sintió un poco hipócrita cuando expresó aquel consejo, principalmente porque reconocía que debía aplicarlo sobre sí mismo. Sabía, por lo tanto, que algún día tendría que hacerlo. Lo sacaría todo fuera y quizá, desde ese instante, las heridas profundas de su corazón realmente empezarían a cicatrizar.

—Por fin te dignas a aparecer —murmuró Federico tras ver a su amigo ingresar al estudio—. ¿Ni siquiera podías atender el teléfono?

—Lo sé. Te dejé con todo el trabajo. Te debo una disculpa —reconoció—. Clara me necesitaba.

—Ah, cierto que el señor está enamorado.

Luca le dirigió una mirada firme.

—Hablo en serio.

—¿Pasó algo grave?

—Tuvo un problema familiar. Discutió con el hermano, parece que forcejearon con la puerta y se golpeó la nariz —comentó. Su mandíbula volvió a tensarse tras recordar el amargo momento—. Casi me muero cuando la vi, fue... —hizo una mueca de dolor—. Haría cualquier cosa para que no la lastimen.

—¿Está bien?

—¿Clara? Sí.

—No, el hermano —mencionó—. Te conozco, imagino que le quisiste poner los puntos.

—Matar. Lo quería matar —admitió, la situación aún lo enfurecia—. Pero lo asusté un poco. Le saqué las ganas de molestar, eso seguro.

—No cambias más, eh —acusó Federico—. Siempre defendiendo a los tuyos, Robin Hood.

Luca negó con la cabeza. Federico tampoco cambiaba más, siempre encontraba la manera de hacer un chiste incluso cuando se trataba de un tema serio.

—Bueno, ¿podemos empezar a trabajar?

—Sí. No, en realidad, no. Tengo que hablarte sobre algo importante. Sobre tú caso, Luca.

—Muy bien. Vamos a mi oficina —respondió automático.

De pronto, su respiración se volvió pesada. La expresión de Federico no anunció las mejores noticias... todo lo contrario. En su pecho se abrió un hueco. Tuvo miedo. Luca era partidario de que siempre era mejor saber la verdad, pero a veces dolía tanto que se preguntaba qué tan mala idea sería dejar las cosas como estaban. Sin embargo, una fuerza más potente se abría camino en su interior, la idea de que tenía una hija en el mundo que tal vez lo necesitaba. Eso lo impulsaba a seguir cuando coqueteaba con la idea de rendirse.

—Mirá, voy a ser sincero. Encontrarla es difícil, por no decir imposible. El tipo este, el dueño del lugar donde trabaja o trabajaba Pía, está metido en la trata de personas. Tiene coimas por todos lados, obviamente. Por eso trabaja con tanta impunidad —largó Federico—. ¿Recuerdas el día que fuimos a hablar con las chicas?

Luca asintió. Ninguna de esas mujeres había dicho absolutamente nada. Así que ellos le dejaron un número y la dirección del estudio, por si acaso se arrepentían y tenían algún dato para darles.

—Ayer apareció una. Vino hasta acá. Me dijo que lo único que sabe es que el tipo trafica mujeres y niños. Bebés, Luca —pronunció con claridad. El tono de voz evidenciaba lo mucho que se esforzó por ser cuidadoso—. Por lo tanto, tu hija puede estar en cualquier parte. El único que sabe realmente lo que pasó fue este hijo de puta.

Durante unos minutos, se sintió aturdido. La verdad fue ensordecedora. Luego, intentó procesar lo que estaba pasando. Ese hombre había tomado a su bebé y probablemente la había vendido; ni siquiera podía imaginar a quién o para qué fines. Las posibilidades eran infinitas.

Tuvo ganas de vomitar.

—Luca, ¿me puedes escuchar? ¿Quieres salir a tomar aire?

—No. Ya está —se intentó estabilizar—. Sé donde encontrarlo. Lo voy a ir a buscar y le voy a preguntar directamente qué hizo con mi hija. No aguanto más.

—Pará, no. ¿De verdad es lo mejor que se te ocurre?

—Ya no sé qué más hacer.

—Esperar —indicó—. Y pensar con la cabeza fría. ¿O querés que te maten de un tiro?

—¿Puedes dejarme solo? —pidió agobiado.

—Sí. Pero me quedaré vigilando. Y si tengo que encerrarte en esta oficina para que no salgas a hacer estupideces, lo voy a hacer —advirtió.


『♡』•『♡』•『♡』


Trató de seguir el consejo de su amigo: pensar en frío. La sangre caliente seguía corriendo en sus venas. Se puso de pie, caminó de un lado a otro en la oficina con la intención de apaciguar su ánimo, pero no lo consiguió del todo. Tenía dos opciones: enfrentar al sujeto sin vacilar o continuar investigando de manera silenciosa, avanzando por el camino seguro. Reconoció que la primera opción sería explosiva, pondría en riesgo su vida y la segunda, empezaba a volverse desesperante. Necesitaba un avance. Algo concreto. Tal vez, tenía que ser más duro. Buscar a dónde todo comenzó.

Así que sostuvo el teléfono y sin vacilar llamó a Pía.

—¿Luca? No puedo hablar mucho. ¿Qué pasa?

—Me estoy volviendo loco, Pía. Necesito que me digas a dónde encontrar a mi hija.

—Ya te dije que no sé.

—Algo tienes que saber. Llevas mucho tiempo ahí, con ellos. ¿Cómo puede ser qué no sepas nada, eh? Y si es así, si realmente no tienes idea... Debe haber alguna forma de que puedas averiguar. Un dato, algo certero.

—No es tan fácil.

—Te lo ruego, Pía. Sé que esto también te importa. Es nuestra hija.

El silencio reinó durante minutos.

—Voy a ver que puedo hacer —respondió y cortó en seguida.

Luca depositó el teléfono con fuerzas sobre la superficie dura del escritorio. Quería destruir todo lo que estaba en su camino. Se preguntó cómo aquella persona que alguna vez amó, se convirtió en una presencia fría e insensible. Ella jamás le había mostrado indicios. No hubo señales de alerta. Tan solo un día decidió que ya no deseaba esa vida con él y se marchó, dejando un desastre tras ella. 


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