16.
Otra vez en la fiesta, se preguntó si alguien más era capaz de notar su sonrisa ilusionada. No estaba segura si alguien era realmente capaz de distinguir sus cambios de ánimos, pero no le importó. Después de aquel beso, percibió cómo su mundo cambió de sentido. El fuerte cosquilleo en la parte baja de su estómago siguió allí junto a la impotencia de querer continuar lo que tuvieron que interrumpir.
Clara añoraba más.
De pronto tuvo una cadena de flashbacks acerca de cada momento que pasó con Lucas. Cuando lo conoció, el día que él elogió su sonrisa, los pequeños detalles, aquella noche que la protegió y el último instante bajo la lluvia; el modo en que sus manos la sostuvieron para devorar su boca. «Esto no puede ser todo. Tiene que haber más», pensó. Lo siguiente que escuchó, fue el regaño de su madre «Por Dios, Clara. Mirate. Estás hecha un desastre. Ve a secarte y baja rápido para repartir el postre» ordenó. Caminando entre nubes, Clara acató las indicaciones al pie de la letra.
—¿Así que estás saliendo con ese tipo, eh? —preguntó su hermano tras su espalda. Clara se sobresaltó mientras recogía una bandeja de copas para repartir—. ¿No es demasiado mayor para ti? ¿Al menos tiene dinero?
—Es una buena persona —fue todo lo que respondió.
Su hermano puso una sonrisa burlona.
—Sí. Claro. Una buena persona que te quiere para cosas no tan buenas —insistió—. ¿No te da vergüenza? Digo, ¿imaginas lo que va a pasar si papá se entera?
—Es mi vida. Ustedes no pueden decirme qué hacer —le dirigió una mirada de resignación y siguió adelante.
Su corazón tembló. Sus manos, también. Si su familia se enteraba, se armaría un escándalo. Luca era dieciséis años mayor, además de ser un desconocido para todos pues no pertenecía a la congregación Ni siquiera estaba segura de sí él creía en algo. Lo que en realidad no le parecía relevante, pero sí lo era para su familia y ella aún fingía frente a ellos. Fingía que seguía perteneciendo a ese lugar solo porque no tenía otro a donde ir.
Esteban permaneció mirándola fijamente. Ella captó el mensaje: él la vigilaba y si había cosas que aún no sabía, se tomaría el tiempo de averiguar pues a su hermano mayor le encantaba inmiscuirse en asuntos ajenos. Especialmente si se trataba de dejar en evidencia a alguien más. Exponer las debilidades. Golpear justo en el lado más vulnerable. Estaba obsesionado por ser alabado por su padre, una adicción al reconocimiento que le daba por su «excelente comportamiento».
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Luca llegó a la Biblioteca Café poco después del medio día. Clara tenía la tarde libre, así que quedaron en que la recogería e irían a pasar el rato juntos. El lugar estaba prácticamente vacío, solo había un grupo de tres personas sentadas alrededor de una mesa bebiendo café con tranquilidad. Echó un vistazo a su alrededor, tardó unos minutos en darse cuenta que ella se encontraba entre las estanterías del ala derecha ordenando libros. Ya no llevaba el uniforme. Vestía un overol de denim; debajo tenía un sweater ajustado color mostaza, que se asomaba bajo los tirantes del overol. El cabello, que a diario lo llevaba recogido por su trabajo, estaba suelto. Sus rizos caían de manera natural por debajo de sus hombros.
—Ey —murmuró—. Aquí estás.
—Luca —sonrió con una pila de libros en la mano. Los acomodaba uno por uno en la estantería—. ¿Me das un segundo que termino con esto?
—Sí, claro. ¿Los ordenas de manera alfabética? —curioseó ladeando la cabeza.
—No. En realidad estaba comprobando que estuvieran en buen estado. Me gusta arreglar los que están dañados.
—Lo sé —la contempló con admiración—. En casa dejaste algunos. Pensaba llevarlos a tu casa por si los necesitabas...
—No —interrumpió—. Será mejor que no vuelvas a aparecer por mi casa.
—¿Tuviste problemas?
—Aún no. Pero los tendré si saben algo sobre esto —confesó—. No quiero tener que lidiar con ellos —bajó la mirada, dejando en su lugar el último libro.
—Ey —él la detuvo tomándola del hombro antes de que pudiera escabullirse hacia el centro. Al menos allí, entre estantes y libros, tenían cierta privacidad—. Tranquila. No pasa nada. No estamos haciendo nada malo, ¿no crees?
—Lo sé. Pero es que... no los conoces —se encogió de hombros. Su espalda quedó apoyada sobre el librero—. Y además... la gente, en general, va a pensar cosas.
Su hermano había instalado esa semilla de inseguridad. Una chica veinteañera que se ganaba la vida trabajando en una cafetería junto a un abogado de casi cuarenta años... ¿Cómo era posible que él se hubiera fijado en ella? La gente haría suposiciones. Tal como lo hizo Esteban.
—¿Sabes algo? Por mí, que digan lo que quieran. No me importa ni un poco —aseguró—. Lo único que me importa eres tú. Y mientras tú estés feliz entonces... Estaremos bien. Te lo prometo. ¿Sí? ¿Puedes confiar en mí?
Clara se perdió en la forma en que él la miraba. En las palabras sabias que salieron de su boca. En el halo de protección que él evocaba cada vez que afirmaba que podía confiar en él. Estaba en tierra firme a su lado. Completamente a salvo.
—Sí. Confío en ti —respondió. Una pequeña sonrisa surgió al mismo tiempo que lo acarició en la mejilla hasta llegar a la línea marcada de su mandíbula. Entonces, se puso de puntillas y lo besó—. No sé cómo lo haces, pero creo en cada palabra que sale de esta boca. Y no estoy segura de si eso sea bueno o malo...
Él le regresó el beso, entre sonrisas.
—¿Por qué sería malo?
—Me haces creer que soy una maravilla, básicamente.
—Lo eres, Clara —afirmó—. Contigo gané la lotería.
Ella apretó el labio inferior con los dientes conteniendo una sonrisa. Luchaba por mantenerse centrada e ir paso a paso. Sin embargo, sus ojos chispeantes de emoción lo decían todo. Después de que sus labios hicieran contacto otra vez, Clara lo abrazó. Rodeó su cintura, se hundió contra su pecho y cerró los ojos. No quería perderlo por nada del mundo. La tranquilidad que él le proporcionaba mientras la contenía y le acariciaba el cabello, era impagable.
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