15.
Poco después de ver disparar a Clara como un rayo, Federico observó a Pía atravesar la salida. Saludó con un rápido asentimiento de cabeza. Sin dudas la mujer tenía prisa, aunque también se esforzaba por esconder su decaída expresión. La puerta de la oficina aún estaba abierta cuando divisó a Luca apoyado sobre el borde del escritorio con la mirada perdida. Se veía angustiado bajo las nubes grises que Pía había dibujado hacía instantes. No le gustaba en absoluto ver a su amigo así. Quería consolarlo, pero sabía que Luca se volvía hermético cuando se trataba de sus problemas más personales. Estaba realmente jodido. De nuevo se molestó con la mujer, daba la impresión de que cada vez que Luca empezaba a rearmar su vida, a construir cimientos sólidos, ella reaparecía dispuesta a derribarlo todo con un simple chasquido de dedos. Y como si no tuviera suficiente con eso, Clara también quedó envuelta en la situación. Le preocupaba. No la conocía demasiado, pero podía afirmar que trajo luz a la vida de Luca. Ella volvió a poner una sonrisa en su cara. Una de verdad.
—Ey, Luca. Sé que es una pregunta estúpida pero, ¿todo está bien?
Él negó con la cabeza.
—Déjame solo. Por favor.
—Tengo que decirte algo.
—Ahora no quiero escuchar nada —cercioró. Luego, cerró la puerta.
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Abrumado, se le ocurrió que abrir un vino en su oficina era una buena idea. Bebió un par de copas sin prestar demasiada atención a la cantidad. ¿Sería suficiente para olvidar los demonios que lo atormentaban? Sin dudarlo, no. El efecto acabaría luego de un rato, entonces el dolor y la incertidumbre seguirán allí, clavados como una daga en medio de su pecho. Siete años después, aún le resultaba increíble la forma en que Pía cambió. Lo hizo en un parpadeo. De repente ya no quiso una vida a su lado porque fue cautivada por otro hombre. Alguien que, aparentemente, le ofreció una vida en un estrato social más alto. El abandono dolía, pero lo que en realidad lo torturaba cada noche desde que lo supo, era el hecho de que quizá tenía una hija rondando en alguna parte del mundo. Ni siquiera la conocía, más si era capaz de imaginarla y sobre todo, quererla. Si estaba en alguna parte necesitaba con desesperación encontrarla.
—¿Luca?
—¿Por qué sigues aquí? —cuestionó a su amigo que hablaba del otro lado de la puerta.
—Deja el vino. No te acabes la botella —sugirió—. ¿O ya lo has hecho?
—Queda más de la mitad. ¿Por qué no te vas a casa?
—Tengo que decirte algo.
—Te dije que no quiero escuchar nada.
—Es sobre Clara pero bueno, está bien. Me iré a casa.
Torpemente, Luca se levantó apurado. Derramó un poco de vino sobre el piso pero no le importó.
—Espera —abrió la puerta. Federico seguía ahí—. ¿Qué pasó con ella?
—Estuvo aquí. Hace un par de horas.
—¿Qué? ¿Por qué no me lo dijiste?
—Lo intenté, pero tu estabas en modo dramático —justificó con un deje de diversión—. La vi desconcertada. Traté de retenerla, pero solo quería irse. Basándome en mis conocimientos, definitivamente escuchó algo que la dejó mal.
—No puede ser —gruñó.
De inmediato, fue hacia su móvil. Buscó su número y la llamó, pero no obtuvo respuesta. El corazón golpeó agitado contra su pecho. ¿Por qué tenía esa clase de desesperación? Como si estuviera perdiendo a alguien importante.
Todo había sido una maldita confusión. Palabras sacadas de contexto.
Clara entró a su vida de un modo revolucionario. Esperanzador. Una agradable sorpresa después de un camino repleto de baches. Él, sin dudas, se consideraba un tipo honesto. Alguien que iba al frente, que no temía expresar sus sentimientos. Si ella necesitaba que él fuera aún más claro, entonces lo sería. Se lo diría todo. Agarró las llaves del auto, esquivó a Federico y encaró hacia la salida. Su amigo, confuso, empezó a preguntarle qué clase de locura estaba a punto de cometer, pero Luca lo dejó con la curiosidad a flor de piel.
«Eh, si vas a conducir ten cuidado. Anunciaron lluvias» fue lo último que escuchó antes de cerrar la puerta.
A pesar del rato amargo en el estudio jurídico, Clara tuvo que seguir adelante. No pudo echarse a llorar en la cama o simplemente hundirse hasta olvidar el mundo. En su casa celebraban el compromiso de su hermana Jana y su novio -futuro esposo- Isaiah. Había familiares tanto de ella como del novio. En simples palabras, la casa era un caos. Aunque Clara era una persona genuinamente alegre y repleta de paciencia, añoraba los espacios tranquilos. El silencio. Los grupos pequeños. Además, se vio en la obligación de arreglarse más de la cuenta. Eligió un vestido sencillo de tirantes negro, se recogió el cabello en una media cola y se puso una sombra con brillos sútiles en los parpados que le realzó la mirada de un modo encantador. También se colocó suficiente tapa ojeras para disimular que había llorado de camino a casa.
En un instante de la reunión, se preguntó a sí misma por qué se esforzó tanto con su apariencia. Nadie le había hecho ningún cumplido. Nadie notó que estaba ahí. Era como ser invisible entre un montón de personas. En silencio, permaneció sentada mientras los novios intercambiaron discursos de amor y luego, su padre se puso de pie para darles la bendición.
—Eh, Clara —masculló una voz masculina. Percibió una mano en el hombro y volteó. Estaba su hermano, Esteban—. Te busca un tipo.
—¿Qué?
—Un hombre está en la puerta preguntando por ti.
La chica frunció ligeramente el entrecejo. El único hombre que pasó por su cabeza fue Luca. ¿Era posible?
—De acuerdo. Gracias por avisar
—¿Quién es? —indagó burlón.
—Debe ser del trabajo —mintió.
Definitivamente no quería a su hermano mayor metiendo las narices en su vida personal. Se puso de pie y emprendió hacia la puerta de entrada. Habría optado por salir corriendo, pues la ansiedad por saber qué rayos hacía Luca ahí la consumía. Pero trató de mantener la calma, quizá ni siquiera era él.
Sin embargo, no se decepcionó.
Lo vio de pie en el pórtico de su casa. Vestía pantalón y camisa. Le encantaba como se veía usando camisa era tan... irrazonablemente atractivo. Y entonces, tuvo una corazonada. Una buena. Por primera vez la fantasía en su cabeza no se destruyó. La ilusión se hizo realidad. ¿Cómo ese hombre podía ser real?
—Ey... —dijo casi sin aliento—. ¿Qué haces aquí? —salió hacia afuera y cerró la puerta tras ella.
—Te llamé.
—Oh. Es que dejé el teléfono cargando en la habitación —respiró con la mirada baja—. Luca, no deberías estar aquí.
—Tengo que hablar contigo —sonó como un ruego—. Federico me dijo que estuviste en el estudio. ¿Por qué te fuiste?
Ella se encogió de hombros.
—No importa. Yo no... No sé en qué estaba pensando. Bueno, creo que me hice una idea equivocada sobre nosotros —confesó—. Estás enamorado de alguien más.
—¿De qué hablas?
—Estabas con tu ex novia. ¿No? En el estudio. Le dijiste que todavía la querías —mencionó con la voz rasgada—. Te escuché.
Luca negó rendido.
—Sí, lo dije. Pero no la quiero de la forma en que tú crees. Le tengo la clase de cariño que le tienes a alguien con el que viviste momentos importantes para ya no es parte de tu vida. Ella quedó en el pasado —explicó.
—¿Clara? —su hermano se asomó—. Te necesitamos dentro. Es un evento familiar, por si no lo recuerdas.
—Ahora voy —su paciencia empezó a escasear. Regresó la mirada a Luca—. No puedo hablar ahora.
—¿Tienes un minuto más? —aún no le había dicho la verdadera razón por la que estaba ahí.
Ella miró tras su hombro. Su hermano se había ido pero percibía la presión que su familia ponía en sus hombros. Se pondrían de malhumor si ella no cumplía con las expectativas, así que se convenció a sí misma que debía regresar.
—Me tengo que ir. ¿Podemos hablar mañana? Por favor —pidió—. Te llamaré luego.
Luca estudió la situación. Lo cierto era que las palabras gritaban desde el fondo de su alma. Deseaban liberarse y llegar a un solo destino: ella. Se contuvo. Hubiera sido egoísta de su parte no respetar su decisión y escupir sus verdades ahí mismo.
—Bien. De acuerdo. Hablamos luego —aceptó—. Adiós.
Giró. Emprendió el camino de regreso al auto, sin arriesgarse a voltear. Si lo hacía, perdería la cordura. El sentido de la razón. Estaba cautivado por lo gloriosamente hermosa que Clara lucía esa noche. La estrella del firmamento que todos desearían alcanzar pero solo uno sería capaz de conseguirlo.
Esperaba ser él.
A escasos pasos del auto, una multitud de gotitas que provenían del cielo cayeron sobre el techo y resbalaron.
—Luca —escuchó otra vez su voz—. ¿Por qué estás aquí?
—Es sencillo —giró nuevamente hacia ella. La luz de la luna bañó cada centímetro de su piel expuesta. Tan preciosa—. Estoy aquí porque me gustas, Clara. Me gustas muchísimo. Me pasan cosas fuertes cada vez que te veo. No las puedo medir, ¿entiendes? Ni siquiera puedo explicarlo. Solo puedo sentirlas, aquí —puso una mano justo en su corazón—. Vas a decir que estoy loco, ¿no?
—No. Voy a decir que te entiendo, Luca —confesó dejando escapar una sonrisa—. Te entiendo porque me pasa lo mismo cada vez que estamos cerca. Y...
—¿Y?
—Y no deberíamos reprimir lo que sentimos. Deberíamos simplemente vivir lo que nos pasa. ¿No crees?
Entonces, fue Luca el que sonrió ampliamente -a pesar de ser una persona poco sonriente- y asintió. Se aproximó hasta que su cuerpo rozó el contrario. Había algo completamente magnético en la manera en que se atraían. Él llevaba prendas de abrigo. Ella un simple vestido. La piel expuesta de Clara se pegó a sus prendas y ella sintió un ardúo cosquilleo junto a una oleada de calidez. Luca acunó su mejilla fría, elevó la barbilla y descendió su mirada inquieta desde sus ojos hasta la boca. Él también estaba mirando su boca.
—Creo que tienes razón. Es la mejor idea que escuché en toda mi vida.
Ella contuvo la respiración.
La lluvia se tornó aún más intensa. Eran un fenómeno inesperado desatando una tormenta.
Él la atrajo con determinación y finalmente, fue hacia sus labios. Atrapó su boca en un beso que sabía a dulzura, pasión y ansiedad. Pasó una mano detrás de su cintura, poseía la imperiosa necesidad de sentirla todavía más cerca. Y ella... ella no se quedó atrás. Deseaba hundirse en él. Fundirse en su cuerpo. Colocó la mano en su nuca, solo para mantenerlo así de cerca incluso cuando se despegó para buscar aire y sonrió sobre sus labios, todavía deseosa. Luca también sonrió con la nariz rozando la de ella, aquel descanso que eligió mantener porque quería apreciar cada detalle de aquel beso.
Quería guardar cada segundo en su memoria, para siempre.
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