14.

Luca observó a la mujer que estaba de pie en la entrada de su oficina. En su interior las cicatrices latieron. Sintió que un filoso cuchillo pasó sobre ellas y cortó las suturas de un solo tirón. Su garganta se apretó. Había un nudo incómodo entre sus cuerdas vocales. Y su pecho... Su pecho se volvió un hueco vacío en el que ni siquiera cabía una gota de aire. Pía tenía la mirada hundida, a pesar de que trataba de verse bien con ese maquillaje que llevaba en la cara. Una sombra perlada en los párpados, gran cantidad de máscara de pestañas, pómulos coloreados y labial rojizo. Las prendas de vestir estaban a juego con el estilo de su maquillaje. Pantalón engominado color negro y una blusa brillante que resaltaba la curva de sus pechos. No era parte de sus planes visitar a Luca, nadie sabía que estaba ahí pero no tuvo opción después de enterarse de la investigación que estaba llevando a cabo su ex novio.

—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó él.

—Tenemos que hablar.

—Hacía mucho tiempo que teníamos que hablar. ¿No te parece? —la miró resignado.

—¿Me vas a dejar pasar o no?

De un movimiento seco, Luca abrió la puerta de su oficina por completo y se hizo a un lado. Le permitió ingresar.

—¿A qué viniste?

—A pedirte que dejes de investigar, Luca. Te estás metiendo en terreno peligroso —advirtió—. No quiero que salgas lastimado.

Él puso una sonrisa irónica.

—Ya es bastante tarde para evitar que salga lastimado.

—Esto es diferente —masculló alterada—. Te pueden matar.

—¿Y qué quieres que haga, Pía? Me llamas siete años después para decir que tuviste una hija que crees que es mía pero que no sabés a dónde está —reclamó. Su voz afectada se elevó a causa del enfado—. ¿Y ahora pretendes que no investigue? Pía, no puedo vivir tranquilo sabiendo que tengo una hija que podría estar en manos de cualquier desconocido.

—La noche que te llamé estaba borracha, Luca. Me había puesto realmente mal. Muy mal. Extrañaba mi vida de antes. Por eso llamé —confesó—. Pero la verdad es que ni siquiera sé si esa hija era tuya... —titubeó.

Luca frunció el ceño. Su mirada desbordó de angustia. La conocía, intuía que ella mentía y lo hacía para desligarlo de los problemas.

—¿Ni siquiera sabés...? —caminó alrededor del escrito con las manos a través de su cabello. No pudo terminar la frase. No consiguió respirar—. ¿Cómo pudiste hacer algo así? Cómo... ¿Cómo te fuiste sin decirme nada? Te amaba, Pía. Lo sabías. Eras mi familia —reprochó.

—Lo sé, perdón. Supongo que siempre estaré arrepentida de lo que hice —admitió, demostrando fragilidad—. ¿Podés abrazarme, por favor? Perdón —se abalanzó con desesperación. Miedo. Pía necesitaba volver a sentir que alguien la quería de un modo sano e intenso, tal como él supo hacerlo en el pasado—. A veces sueño que te encuentro y de pronto decís que aún me quieres.

Una parte de él sentía rechazo, pero en otra había compasión.

—Sabes que una parte de mí siempre te va a querer —reconoció al borde de las lágrimas.

Años atrás, Pía lo había sido todo. Su primer amor y su relación más larga, también su vínculo más tóxico. Estuvo a punto de convertirla en su esposa. Se imaginó formando una familia con ella. Sin embargo, todo cambió de un segundo a otro. La historia de amor dió un vuelco. Y los días se volvieron oscuros. Todo su mundo se dió vuelta en un parpadeo... Lo que siguió fue incertidumbre, preguntas sin respuestas, suposiciones. Planteos que no lo dirigían a ninguna parte, tan solo traían nueva oscuridad. Los más cercanos lo sabían: Federico la había observado con desconfianza al verla aparecer en el estudio. Estuvo a punto de cerrarle la puerta en sus narices. Y si su hermana Cora estuviera ahí probablemente la habría echado a los gritos.

『♡』•『♡』•『♡』

Clara sabía que Luca se quedaría hasta tarde trabajando en el estudio. Así que esa noche, tras finalizar su turno en la Biblioteca Café, se marchó con un café caliente listo para llevar. Negro. Justo como a él le gustaba. Llegó al estudio jurídico, guiada por la dirección que aparecía en la tarjeta personal que Luca le había dado. Una simpática secretaría la atendió, dejándola pasar. La chica estaba preparando sus cosas pero antes de marcharse le indicó cuál era la oficina del abogado. Animada, Clara se acercó a la puerta que estaba entreabierta.

La discusión cada vez más sólida hizo que se detuviera en seco frente al umbral. No comprendió nada de lo que estaba pasando, aunque era evidente que se trataba de la voz de Luca.

Entonces, lo escuchó: «sabes que una parte de mí siempre te va a querer».

Y fue como si le rompieran el corazón de un golpe seco. De repente, Clara abrió los ojos. Él tenía más edad y experiencia. Otras historias con finales abiertos. Probablemente ella nunca podría compararse con el resto de mujeres que habían pasado por su vida antes. «¿En qué estabas pensando?», se regañó. Cada vez que algo salía mal, se culpaba a sí misma. Después de todo, ella era la chica optimista y soñadora que se pintaba un mundo de rosa ante la mínima demostración de cariño. Por ende, si alguien la lastimaba, era porque se lo permitió. Por no ser lo suficientemente dura y precavida.

Volteó con los ojos repletos de lágrimas. Dejó el café sobre la mesa de recepción y se encaminó a la salida. En ese interludio, se topó con Federico. Se lo llevó por delante porque no podía ver nada. Era como si estuviera caminando en arenas movedizas.

—¿Clara?

—Hola. Ya me iba.

—¿Todo bien? —trató de buscar su mirada, pero ella lo esquivó. No quería romper en llanto ni hacer su destrozada ilusión tan evidente.

—Bien —forzó una sonrisa.

—¿Tú? ¿Estuviste con Luca?

—Oh, no. Parece que él está ocupado con alguien más.

—Espera, espera. No sé qué oíste pero esa relación ya no...

—Olvídalo, ¿si? Me tengo que ir, adiós —interrumpió. Si seguía allí parada terminaría empapada en lágrimas y muerta de vergüenza.

Tampoco quería toparse a Luca ni a la mujer que estaba junto a él en su oficina. La imaginó de unos treinta y tantos. Bellísima, próspera y con una importante profesión. Todo lo que ella soñaba ser. Se talló los ojos de camino a casa; esa noche sus padres habían invitado a toda la familia para celebrar que su hermana, Jana, se había comprometido con un muchacho llamado Isaiah que formaba parte de la congregación. No quería que todo el mundo la viera con el rostro enrojecido e hinchado, solo sería darles otro motivo para criticarla.

Estaba emocionalmente agotada. 

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