10.
—Tendrías que agradecer que tu hermana no se enteró.
—¿De qué?
—Del golpe, tonto. Mirá como tenés el ojo. ¿Todavía te duele?
—No. No mucho.
—Te va a matar si se entera que estás metido en líos de nuevo y por consecuente a mí también porque me hizo prometer que te cuidaría.
—Soy un adulto, Federico —dio una calada al cigarrillo y expulsó el humo a través de la ventanilla baja del auto. No solía fumar pero, cada tanto, cuando la ansiedad lo sobrepasaba, robaba alguno de la guantera de su amigo—. Si estuvieras en mí lugar, ¿no harías lo mismo? ¿no querrías saber si tenés una hija por ahí dando vueltas?
—Sí. Bueno, no sé. Y si la tenés, ¿qué vas a hacer? Mirá que no es fácil, te va a cambiar la vida por completo. Es una responsabilidad de por vida. Quizá sea mejor no saberlo —se animó a sugerir. En seguida se arrepintió. Luca lo asesinó con la mirada.
—Siempre es mejor saber —dijo firme—. Si tengo una hija quiero saberlo. Quiero asegurarme de que está bien, que no está pasando frío, hambre o quién sabe qué —volvió a darle otra calada al cigarrillo—. Quiero que sepa que tiene un padre que se preocupa por ella.
—Está bien, ya entendí. No vas a cambiar de idea —asumió. Federico era la clase de persona que se tomaba la vida con cierta diversión. Despreocupado. Intentando pasar cada momento relajado. Mientras menos responsabilidades tuviera que asumir, la vida sería mejor—. ¿Y Clara? ¿Ya te vio con el ojo así?
—Sí. Ya me vio —admitió.
—¿No quiso salir corriendo?
Luca negó. Le dio otra probada al cigarrillo, expulsó el humo hacia el exterior y mantuvo la vista en la calle que recorrían. Escuchar su nombre hizo que su estómago se sacudiera, guardaba un centenar de sentimientos dirigidos a Clara. Emociones que reprimía porque aún no estaba seguro sí las podía exteriorizar. Quería hacerlo. Gritar de ser necesario. Se sentía como un adolesente experimentando su primer amor.
—Me abrazó —reveló. Federico elevó las cejas—. No sabés cómo me abrazó. Estaba preocupada por mí. Ella es... No sé cómo explicarlo. Está repleta de luz, ¿sabes? La veo y lo primero que pienso es que quiero hacerla la mujer más feliz del mundo.
—Uhhh.
—¿Uh, qué?
—Ya te perdimos —se burló—. De eso no se vuelve, eh.
—¿Por qué no te concentras en llegar al lugar? Necesitamos esos expedientes. Si seguimos así, vamos a tener que quedarnos hasta la madrugada trabajando —cambió de tema, malhumorado por los chistes de su mejor amigo.
En realidad, sabía que Federico tenía razón. Él estaba perdido. Casi en un punto de no retorno.
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—Por fin atendés —murmuró Esteban, su hermano mayor, a través del teléfono.
—Estaba trabajando —contestó—. ¿Qué pasó?
—¿A dónde estás?
—Volviendo a casa —le quedaban unos quinientos metros para llegar a su hogar.
—No vuelvas.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Vinieron los primos de visita. Llegaron de sorpresa. Han hecho un viaje de cuatro horas para venir y como no tienen donde quedarse les ofrecí quedarse en casa. ¿Podés dormir en el bar? No será más de una noche.
—Uhm, no sé... Es mi habitación —titubeó. El repentino pedido la desconcertó.
—Ya se están instalando. No tienen a dónde ir.
Clara inspiró hondo durante largos segundos. Su pecho se llenó de aire, que luego expulsó en una violenta bocanada.
—Que sea la última vez...
Esteban finalizó la llamada sin previo aviso. La dejó con un montón de reproches que necesitaba expresar. No era justo, para nada, tener que ceder su habitación. ¿Por qué siempre era ella la que daba el brazo a torcer? ¿La que debía hacerse a un lado para satisfacer la necesidad de alguien más? Lágrimas de bronca recorrieron sus mejillas mientras caminaba de regreso a la Biblioteca Café. El dueño confiaba tanto en ella que le permitía quedarse con un juego de llaves por si acaso, pero ese lugar durante la noche le producía rechazo. Alguna que otra vez -también a pedido de su familia- se quedó a dormir, pero fue lo que menos pudo hacer. Las madrugadas eran espeluznantes en aquel sitio.
Sin embargo, era medianoche y estaba de vuelta. Ingresó, arrojó el bolso y lloró un rato sobre el recibidor.
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—Ey, ey. ¿Qué haces? ¿No ves que ya está todo cerrado? Llévame a mi casa —Federico se extrañó cuando Luca aparcó el auto de repente. Sin darle ninguna explicación, Luca abandonó el vehículo y caminó hacia la entrada de la Biblioteca Café.
Había visto luces.
Le resultó llamativo que hubiera luces a media noche. Se aproximó un poco más, hasta que notó a través del vidrio la presencia de Clara. Estaba en una silla, mantenía las rodillas contra el pecho y entre las manos yacía un libro abierto que leía concentrada.
Tocó la puerta suavemente. Tratando de no asustarla. Ella dirigió una mirada exaltada al principio, pero enseguida se tranquilizó al ver de quién se trataba. Entonces, se levantó y abrió.
—Ey, hola.
—Hola. ¿Qué haces aquí?
—Perdón. No quería molestarte, pero es más de medianoche y veo que aún estás aquí. No sé. Me pareció raro. ¿Estás bien? —preguntó. De inmediato se sintió un tonto por hacerlo, pues era evidente que Clara había estado llorando. Los ojos enrojecidos la delataban.
—Sí. Es que llegaron unos invitados a casa y mi hermano me pidió si podía dormir acá para hacerles lugar... Bueno, no importa —se sintió patética dando esa explicación. Es que tal suceso le parecía tan ridículo que ni siquiera soportaba oírlo en voz alta—. Voy a pasar la noche acá.
—¿Vas a dormir acá?
—Sí. No es la primera vez.
Luca estudió su expresión. Miró hacia el auto, luego volvió hacia ella, sopesando una idea.
—Por qué no... ¿Por qué no te quedas en mi departamento? Tengo la habitación de invitados — la animó—. Podemos comer algo. Ver televisión. Lo que tú quieras. ¿Qué dices?
Clara recorrió a Luca con la mirada. Su preocupación era genuina. A estas alturas, sabía que su corazón era bueno. Noble y leal. Sabía que no había malas intenciones ocultas bajo su piel. Durante un instante, observó tras su espalda y fijó la vista en el vehículo.
—¿Estás con alguien?
—Ah, sí. Federico. Es mi mejor amigo y trabajamos juntos —comentó—. El motor de su auto prácticamente murió hace un par de horas, así que tengo que llevarlo a su casa. Pero no te preocupes, es inofensivo —bromeó. Ella puso una sonrisa—. ¿Entonces, vienes?
—De acuerdo —aceptó. Después de todo, la invadía una desesperación por marcharse de la Biblioteca Café. Pasaba demasiado tiempo en ese lugar; su cabeza estallaría si seguía encontrándose rodeada de estanterías de madera—. Solo dame unos segundos que busco mis cosas.
—Claro. Te espero.
Luca volteó en dirección al vehículo. Federico le hizo un gesto con las manos, pidiendo que se diera prisa. No solo estaba agotado, también moría de hambre. Ya no tenía la paciencia suficiente para darle apoyo a su amigo en cosas como esas. Luca podía percibir su malhumor desde aquella punta, así que módulo sin emitir ningún tipo de sonido un precioso y marcado "compórtate".
Sujetó el bolso de Clara, un tanto pesado porque contenía libros. Le preguntó para qué necesitaba tantos. Ella respondió que en realidad eran ediciones antiguas que se habían averiado y los llevaba a casa para repararlos. «Siento atracción por las cosas dañadas. Me gusta repararlas» masculló. Luca se quedó embobado escuchándola; como si acabara de anunciar un maravilloso descubrimiento. Bueno, de algún modo lo había hecho. Creía firmemente que todo lo que salía de la boca de Clara era interesante. Cautivador. Ella en sí misma lo era.
—Sube atrás —indicó Luca a Federico. Su amigo protestó con la mirada, pero siguió la indicación. Clara ocupó su lugar, el asiento de acompañante.
—Hola —murmuró animada—. ¿Cómo estás? Soy Clara.
—Hola. Un gusto, Clara. Federico.
—Sí, Luca te mencionó recién.
—Ya veo. Así que hoy lo tenemos de chofer, eh. ¿También te lleva a tu casa?
—Uhm, no. En realidad me quedaré en su habitación de invitados. Acaba de salvarme de dormir en el bar —comentó. Sonaba natural. Acoplada a la situación. Y a Luca eso le encantó, porque se sentía como si fácilmente pudiera adaptarse a su normalidad. A sus amistades. A su vida.
—Ah, así que te quedarás en su casa —Federico habló en un tono ligeramente burlón—. Robin Hood ha vuelto.
—¿Eh?
—No le hagas caso —interrumpió Luca—. Es un idiota.
—Así te decían tu mamá y tu hermana, ¿te acordas? —lo increpó—. A veces puede ser un gruñón, pero si necesitas una mano, él te la da —Clara sonrió ligeramente. Ella sabía que era cierto—. ¿Ves? Te estoy haciendo quedar bien.
Transitando la carretera, Luca reprimió una sonrisa y negó. Él nunca lo había pensado de esa forma. Tan solo actuaba cómo le salía del corazón. Guiado por un sentido de la justicia que conservaba en su interior prácticamente desde que nació. Luca había sido aquel niño que defendió a otro que estaba siendo atacado por sus compañeros; el adolescente que defendió a su compañera después de que algunos chicos del grupo le jugaron una broma pesada por «fea»; el joven universitario que se involucró en diversos reclamos como ofrecer la oportunidad de estudiar a otros de su edad en condiciones vulnerables. Era un excelente abogado que por mucho tiempo perdió la esperanza... pero que poco a poco empezaba a recuperar.
Y eso tenía que ver directamente con ella... Clara.
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NOTA DE AUTORA: ¡Mil disculpas por estos días sin actualizar! Viajé a ver a Taylor Swift, pero reprogramaron el concierto y tuve que quedarme en otra ciudad más días de lo planeado. Así que fue imposible actualizar (no me gusta hacerlo del celular). Pero prometo darles muchos capítulos esta semana. Gracias por leer y por la paciencia. Son las mejores <3.
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