09.

Aún le dolía la cabeza.

La noche anterior, se durmió entre la voz angelical de Clara y bajo el efecto que le produjo las copas de vino tinto que consumió. Cada tanto, hundía sus penas en alcohol. No lo hacía seguido, tan solo cuando necesitaba un respiro de los pensamientos negativos que insistían en quedarse.

Se quitó la camisa arrugada, miró hacia el espejo y notó el hematoma en su costilla derecha. Aunque eso era lo de menos pues Luca tenía un ojo morado imposible de ocultar. No había forma de hacerlo. Ni siquiera un par de gafas de sol podrían camuflarlo. Maldijo en sus pensamientos. Las cosas se habían salido de control. Tenía dos opciones: dejar el caso o seguir hasta las últimas consecuencias. Sin embargo, Luca no era capaz de contemplar la opción de dejarlo, no cuando había una posible hija involucrada en la cuestión. Eso le quitaba el sueño, pasaba noches enteras prácticamente sin dormir, dando vueltas en la cama mientras intentaba lidiar con la ansiedad. Sabía que se movía en un terreno peligroso: mover expedientes y buscar concretar una conversación con un testigo clave, le trajo como consecuencia una golpiza. Mejor dicho, una clara advertencia de que no siguiera investigando. Federico, aunque trató de advertirle, estaba de su lado. Pese al mal trago, le había dicho que lo acompañaría en cualquiera de sus decisiones. Era el único que lo sabía. Su hermana, Cora, que se encontraba estudiando medicina en otra ciudad, no estaba al tanto. Él no quería preocuparla hasta que no estuviera realmente seguro.

Tenía mucho que pensar.

Mientras tanto, decidió que se calmaría unos días en su departamento. Por supuesto que Clara seguía dando vueltas en su cabeza. Era uno de sus pensamientos más recurrentes. Quizá podía contárselo. De hacerlo, ¿lo entendería? Tampoco quería causarle miedo. Eso lo frenaba a dar el paso.

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Hacía tres días que Luca no emitía señales. Un par de veces lo encontró en línea, entonces se preguntó si era correcto enviar un mensaje o si quizá, era demasiado apresurado de su parte. Acababa desistiendo. Tenía una mala sensación instalada en el pecho, pero al mismo tiempo, estaba segura de que ella no había hecho nada mal. Eso la confundía.

Durante la tarde, en esos minutos en los que la Biblioteca Café se hallaba vacía, Clara se escabulló entre los estantes de libros y, sin pensar demasiado, lo llamó.

—Ey. ¿Cómo estás? No he sabido nada de ti en estos días.

—Lo sé —reconoció—. Tuve algunos problemas. Ninguno tiene que ver contigo, ¿si?

—Sí, pero ¿estás bien?—preguntó preocupada a través del teléfono. Su repentina ausencia la angustiaba.

—Sí. Solo decidí tomarme un descanso del trabajo. Lo necesitaba.

—¿Seguro que es solamente eso? ¿No puedo ir a verte?

—Sí, no te preocupes. Por ahora será mejor esperar unos días más.

—Lo entiendo. Llamáme si te arrepientes ¿de acuerdo? Bueno, ya sabes donde encontrarme. Estaré aquí.

—Gracias, Clara. Eres muy linda ¿sabes? Me muero por verte —confesó—. Lo haré apenas pueda.

Percibió un nudo atascado en su garganta cuando cortó el llamado.

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La angustia reinaba en medio de su pecho. Una extraña amargura. Habían pasado cinco días. Él aún no aparecía. Quería creer que todavía no era tiempo de ponerse a llorar admitiendo que se había ilusionado sin motivos reales como usualmente le pasaba. ¿Y si Lola tenía razón? Quizá era cierto que un hombre como Luca estaba destinado a romperle el corazón.

El corazón casi se le sale del pecho cuando recibió un nuevo llamado de él.

—Escucha, Luca. Si estás arrepentido de algo... Si quieres dar marcha atrás con todo esto, está bien. Creo que lo puedo entender, pero necesito que lo digas. Si no quieres volver a verme, dímelo.

—No, preciosa. No es eso. ¿Cómo no voy a querer verte? Me muero de ganas.

—Pero me estás esquivando todo el tiempo. Y uhm, me da la impresión de que en realidad no te intereso —confesó. Su voz sonaba afectada. Débil—. Perdón, tengo que cortar. Hablamos luego.

Su jefe, el señor Di Stefano, acababa de llegar a la Biblioteca Café. En seguida se puso a su disposición. Se exigía a sí misma ser la empleada disponible y obediente, debía mantenerse en el rol aunque a veces fuera intolerable. Incluso aunque le doliera el corazón.

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Caía la noche cuando la última mesa se liberó y comenzó a recoger los trastes, ordenar. Aún no podía colocar el seguro en la puerta, faltaban quince minutos para el horario de cierre. Su jefe se lo había dejado claro «tienen que atender hasta el último cliente».

Largó un suspiro de cansancio tras oír la puerta abrirse.

Nunca faltaba esa persona que llegaba sobre la hora y pedía algo contundente que implicaba movilizar la cocina por completo. Volteó forzando una sonrisa, pero su expresión se desencajó al ver a Luca apoyado sobre el recibidor. Llevaba un cardigan grisáceo y unas gafas de sol. Frunció el ceño extrañada. Él se las quitó y entonces, una grieta nació en su corazón. Tenía un ojo morado. Estaba lastimado.

—Luca —pronunció casi sin aliento—. Yo... Lo siento. Lo siento tanto por haberte tratado como te traté.

—Está bien, Clara. No pasa nada. Tú no lo sabías. Además, ¿de qué maltrato hablas? Siempre has sido la persona más dulce conmigo —dijo con sinceridad. Ella lo contempló con cariño.

Y no pudo resistir.

Salió detrás del recibidor, caminó con marcada ansiedad hacia él y lo abrazó. Rodeó su cintura con fuerzas y hundió suavemente la cabeza en su pecho. Aspiró su aroma. Su calidez. Todo de él. Por mucho tiempo se había preguntado cómo se sentía sumergirse entre sus brazos y de pronto, lo sabía: era la sensación más reconfortante del mundo. Él la apretó con ternura a su cuerpo. Una de sus grandes manos acarició su cabello, luego apoyó la barbilla sobre la cabeza. Ella olía al mismísimo cielo. A primavera. Desprendía belleza por todas partes, en cada centímetro de su cuerpo.

Clara se despegó levemente. Elevó una mano, acarició con la yema de los dedos la superficie violácea alrededor del ojo. Luca tenía ojos oscuros. Había algo hermoso en ellos pero también algo profundamente triste. Se preguntó qué clase de daño emocional le habían hecho.

—No me gusta que te lastimen —dijo ofuscada—. ¿Qué pasó?

—Cuestiones del trabajo —contestó. En parte era cierto—. A veces nos toca investigar a gente peligrosa.

Los ojos de Clara se afligieron.

—¿Hay algo que pueda hacer para que te sientas mejor?

—Mm, sí. Darme otro abrazo, por ejemplo —pidió con un deje de diversión restando tensión. Ella le dio una sonrisita y nuevamente se aferró a su cuerpo—. Que estés aquí conmigo es más que suficiente. Hablo en serio.

—Bueno, entonces... Te vas a sentar y yo voy a preparar algo para que cenemos juntos, acá —todavía atrapada por los brazos masculinos que la rodeaban, elevó la mirada hacia él—. ¿Qué te parece? ¿Ahora tienes un ratito para mí?

—Claro que sí. Para ti tengo todo el tiempo del mundo. Siempre —aseguró. Y antes de dejarla ir, la abrazó una vez más. Luego, le plantó un beso protector en la coronilla.

Afuera, el mundo seguía en movimiento. Sin embargo, esa noche en la Biblioteca Café, el mundo se detuvo para Luca y Clara que, entre abrazos y miradas repletas de cariño, entendieron que el amor surgía de manera inevitable entre ellos. Eran lo que necesitaban. El uno para el otro. Entendieron que, más allá de las diferencias, estaban dispuestos a escribir una historia juntos... Una historia que les pertenecía a ellos. Solo tenían que arriesgarse a vivirla.

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