08.

Se detuvo frente a un escaparate de libros porque le recordó a Clara. Si bien no estaba familiarizado con la literatura de ficción, depositó la mirada ante una colección de Jane Austen. La portada de cada historia tenía un color diferente y detalles preciosos en líneas doradas. Tuvo la corazonada de que le gustaría. ¿Era demasiado pronto para regalarle una colección de libros? Porque sin dudas lo haría. Federico le tocó el hombro, entonces cayó en la cuenta de que tenían prisa. La librería estaba atestada, no tenía tiempo para esperar su turno de comprar. Así que dejó la idea a un lado, más no la olvidó. Se lo regalaría en algún momento. Solo imaginar la sonrisa que pondría Clara al recibir tal detalle, alimentaba sus ganas de hacerlo.

—¿Qué te pasa?

—Nada. Estaba mirando los libros.

—¿Y eso? ¿Desde cuándo te gustan?

Luca inspiró hondo, armándose de paciencia.

—Desde siempre me gustaron, ¿qué tiene de malo?

—Nada, nada. Sigamos —Federico ocultó una sonrisa. Era evidente que no le creía una palabra a su mejor amigo. Lo conocía. Lo había visto involucrarse con mujeres en el pesado pero sin dudas, en esa ocasión había algo diferente. Confirmó su hipótesis cuando de pronto, unos metros más adelante, lo vio detenerse frente a un puesto callejero de flores—. ¿Ahora qué haces?

—¿Qué te parece que hago? —cuestionó irónico, algo malhumorado por la cantidad de preguntas. Después, se dirigió al florista. Pidió un espléndido ramo de flores que combinaba varios tipos en colores rosa, blanco y un toque de verde. Destacaban las margaritas de tallo alto, que le daban un aire romántico. Lo pagó y finalmente apuntó la dirección a donde tenían que entregarlo—. Muchas gracias —estrechó la mano con el vendedor.

—Uh, bueno. Estás más perdido de lo que pensé —lo molestó—. Así que Clara, ¿eh?

—Es una amiga.

—Por ahora. En realidad querés que sea más que tu amiga —rió por lo bajo—. Entonces no es solo un capricho.

—No. No es un capricho —afirmó—. Sé muy bien lo que quiero, Federico. Sabés que soy directo. No doy vueltas.

—Sí, ya sé. Ahora tenés que ver que para ella no seas un capricho. Ya te dije que la edad...

—¿Qué importa la edad? Los dos somos adultos. No tengo esa clase de prejuicios.

—No, sí. Tenés razón. Seguí adelante si estás seguro —se rindió Federico. Dejaría de advertir.

A pesar de todo, había un detalle rescatable. Luca tenía la mirada brillosa, como quien está emocionado por vivir una próxima aventura o como aquel que encontró esperanzas después de un largo tiempo hundido en la sequía. Sea como sea, Federico sabía que verlo así era importante. Sobre todo por la tempestad que estaba a punto de enfrentar; su pasado volvió a removerse tras la aparición de una nueva pista sobre aquel suceso que lo marcó en lo más profundo de su corazón. Estaba decidido a perseguirla. Llegar hasta el fondo. Cerrar esa historia que tanto dolor aún le costaba.

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—Ay, ¡seguro es para mí! —Lola que llegó a la Biblioteca Café para iniciar su turno, se entusiasmó tras ver al repartidor con un ramo de flores. Desde el recibidor, Clara miraba pensando en lo afortunada que era Lola por recibir esa clase de gestos—. No lo puedo creer. ¿Quién lo envió?

—Lo siento, ¿usted es Clara Giovanni?

La expresión de Lola se transformó.

—No. Ella es Clara —señaló a la chica—. Es para ti.

—¿Para mí? —se aproximó cargando una sonrisa que se extendía más y más—. ¿Quién las envió?

—Luca Rivera —murmuró—. Firme aquí, por favor. Eso es. Gracias — el repartidor entregó el presente que dejó boquiabierta a la chica. Luego, se retiró.

No podía creerlo. Nunca imaginó que un día completamente normal se vería interrumpido por semejante detalle. Aspiró el dulce aroma que desprendían las flores. Las colocó cerca de su pecho y las abrazó con suavidad, conteniendo la respiración. Luca la tenía anonadada. Quería llegar a su casa, meterlas en un recipiente con agua y colocarlas en algún rincón de su cuarto, allí donde pudiera verlas constantemente.

Lola, Dante, incluso algunos clientes, tenían la atención puesta en la chica que acababa de recibir un mullido ramo de flores. Era inusual. La atención nunca estaba sobre ella, así que eso también la hizo sentir especial. Él ni siquiera estaba ahí, pero la hacía sentir como la mujer más importante del mundo; la protagonista de la película.

—Es del mismo tipo, ¿no? Ese que te dio el chocolate.

—Sí —respondió Clara, aunque sin ánimos de dar más detalles—. Fue él.

—Es bastante mayor que tú, eh. ¿Cuántos años tiene? ¿Cómo cuarenta?

—Sí, es mayor. Tiene treinta y ocho.

—Ten cuidado, Clara. Tiene toda la pinta de ser un mujeriego. No vaya a ser que te rompa el corazón.

Clara hizo caso omiso. Era cierto: Luca tenía la apariencia de alguien capaz de enamorar a cualquier mujer, a la que se propusiera. Luego, jugar hasta aburrirse y entonces, buscar una nueva. Sin embargo, su personalidad no decía lo mismo. La manera en que se comportaba y las cosas que decía, lo hacían mostrarse como un hombre sensible, honesto y de buen corazón. Y por encima de todo, él le daba algo realmente valioso: seguridad.

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Las flores lucían encantadoras en el rincón favorito de su habitación. Sin embargo, nadie le preguntó sobre ellas cuando la vieron subir las escaleras con el ramo. Naturalmente era como un ser invisible en esa casa. Tenía la impresión de que sus padres podían ver lo especial en los demás, excepto en ella. Su hermano mayor, Esteban, que aún convivía con ellos, se había recibido de contador. Era la mano derecha de su padre, por ende, captaba la mayor atención. Luego estaba Magdalena, la menor. Ella mantenía encantados a todos por su belleza física, pero también por su simpatía y excelente rendimiento académico. Estaba en el último año del secundario. En medio estaba Clara y le seguían los mellizos Simón y Jana, tan explosivos que acababan siendo el centro de diversión. Simón competía en natación profesional, un gran deportista. Jana, en cambio, tenía una relación de pareja seria y todo apuntaba en que se convertiría en una dedicada ama de casa.

En pijamas y metida en la cama, Clara sacó la tarjeta personal de Luca. Repasó su número de teléfono un par de veces, hasta que por fin se decidió a marcarlo en su móvil. No quería mandar un mensaje aburrido. Tenía la necesidad de oír su voz, así que llamó. El tono sonó un par de veces, hasta que él atendió.

—Hola, Luca.

—Clara. Qué sorpresa. No esperaba que llamaras, la verdad.

—¿No te gusta que lo haga?

—No, sí me gusta. Mucho —enfatizó—. Solo me tomó por sorpresa. Fue inesperado.

—Ey, tu voz suena rara. ¿Estás bien?

—Ahora que te escucho, sí. Estoy bien.

—¿Pasó algo?

Luca tragó saliva.

—Es complicado. Te lo contaré algún día, personalmente. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —sonrió ligeramente—. Uhm, Luca... Quería decirte gracias. Por las flores. Es el regalo más lindo que me han hecho, de verdad. Gracias.

Él apretó los dientes, su mandíbula se tensó y tragó saliva, obligando a contener la marea de sentimientos que surgían sin previo aviso. Estaban ahí. En su pecho. Apretando su corazón. Después de atravesar un día tormentoso, encontró de repente la calma en esa voz que comenzaba a volverse familiar. Su espacio cálido. Incluso podía adivinar el momento exacto en que ella sonrió, la forma en que lo hizo, tan solo escuchándola. Seguramente sus ojos se habían achinado de ese modo tan adorable y dulce, mientras sus mejillas tomaban un color ligeramente rosado. Había muchas cosas que quería decirle, pero creyó que lo mejor sería ir con cuidado. Tampoco quería asustarla.

—No tienes que agradecer nada, Clara. Apenas la vi pensé en ti. Son hermosas. No tanto como tú, pero lo son —murmuró completamente inconsciente del efecto cautivador que provocó esa frase—. Mejor hablemos de ti. ¿Qué tal ha ido tu día?

Entonces, la escuchó hablar de trivialidades mientras se servía una copa de vino. Sosteniendo el teléfono pegado al oído, se hundió en el sofá sin dejar de oírla con suma atención. Clara lo hizo reír cuando le comentó que al principio, su compañera Lola, creyó que las flores eran para ella. Después, habló acerca del libro que estaba leyendo y de otros que planeaba leer. Mencionó lo feliz que le hacía asistir a ese taller de literatura las tardes que tenía libre. También, de forma casual, Luca le preguntó sobre sus autores favoritos y ella la nombró... Nombró a Jane Austen. 


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NOTA DE AUTORA: Hola. Solo quería decir gracias por el amor que le están dando a esta novela. Sinceramente Luca y Clara me sacaron de un bloqueo de escritora que venía arrastrando desde hacía meses. Así que gracias por el apoyo, es sumamente importante para mí. ♥

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