04.

—No puede ser. Me dormí —murmuró preocupada—. ¿Qué hora es? —miró el móvil. Diez de la noche. Se talló los ojos, hasta que logró despejarse. Apartó la manta, un frío estremecedor subió a través de sus piernas desnudas. Había tenido que quitarse el cancán que quedó averiado después del accidente—. ¿Luca? Me voy a casa.

—Ey. ¿Ya te vas? Estoy preparando la cena —apareció. Ya no vestía el traje elegante de abogado. Llevaba un pantalón de chándal negro, una camiseta blanca y un cárdigan natural. Y seguía viéndose igual de bien.

—Sí. Tengo que irme. Se hizo tarde —comentó apresurada—. No tendría que haber dormido tanto.

—No pasa nada —la tranquilizó—. Estabas descansando y no quise despertarte. ¿Estás mejor?

—Definitivamente sí —dijo convencida. El dolor en la rodilla había disminuido. Por fortuna, el accidente no había ocasionado más consecuencias que un raspón—. Me voy.

—Espera. Te llevo a casa. Tengo el auto.

—No. Ya hiciste muchas cosas por mí hoy. Demasiadas.

—Bueno, con más razón. ¿Qué tiene de malo si hago una más? —colocó una sonrisa. La clase de sonrisa de alguien acostumbrado a obtener todo lo que quiere.

『♡』•『♡』•『♡』

En el vehículo Clara preguntó si podía encender la radio. Luca le dijo que sí. Estaba sintonizada una estación que se especializaba en música de otras épocas. Sonaba With Or Without You de U2. Ella se tomó la libertad de subir un poco el volúmen y comenzó a tararear la canción con voz suave. Él la miró de reojo. Los pensamientos indebidos volvieron. Sí. Ella habría sido justo su tipo de chica dieciocho años atrás.

—¿No eres muy jovén para conocer esta clase de música? —curioseó.

Clara se encogió de hombros.

—Tengo veintidós. Pero la música no tiene edad. El arte, en general —respondió—. ¿Tú? ¿Es la clase de música que oías en tu adolescencia?

—¿Cuántos años crees que tengo? —sonrió divertido.

—No lo sé. Dime tú. ¿Cuarenta?

—Tengo treinta y ocho. Aún no soy tan viejo —contestó bromeando—. Pero tienes razón. La música no tiene edad.

La música y otras cosas, pensó Clara. La diferencia de años no le causó ruido. Más bien, le resultó aún más emocionante estar envuelta en aquella situación. Un hombre apuesto, maduro y caballero se había fijado en ella. La había ayudado durante la tarde. Nunca un chico la trató de esa manera tan atenta. Luca, en cambio, trató de reprimir sus pensamientos. Hacer a un lado el hecho de que, si estuviera en sus veinte, habría tratado de conquistarla porque sin dudas, Clara tenía un encanto magnético.

Se acomodó el cabello ondulado a un costado, luego señaló con neutralidad que se encontraban frente a su casa. Era de dos plantas. Vivían allí siete personas, así que el tamaño prominente de la estructura tenía sentido. No estaba segura de querer marcharse, más debía hacerlo. Seguramente su padre le cuestionaría por qué llegaba tan tarde o por qué ni siquiera había enviado un mensaje avisando donde se encontraba. Tendría que mentir. Ellos eran una familia conservadora, con valores tradiciones y un gran apegado a la religión cristiana. De ningún modo podrían ver el lado bueno de haber pasado casi un día completo junto a un hombre que apenas conocía.

—Bueno, esta es mi casa —Clara abrió la puerta. Atinó a dejar el vehículo, pero regresó a su asiento. Seguido, se aproximó a Luca y le proporcionó un audaz beso en la mejilla. Fugaz. Sorpresivo—. Gracias por todo, Luca —tomó distancia y sonrió. Su alegría era genuina.

Él asintió, casi paralizado. El beso había sido como una corriente de aire cálido que aún no conseguía procesar. Ella se alejó todavía risueña. La saludó una última vez a lo lejos, justo antes de verla entrar a la casa. No pudo arrancar de inmediato. Se hundió en el asiento y largó una bocanada de aire contenido. Intentando comprender por qué se sentía así. Como si hubiera ganado la lotería. 

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