Capítulo 6
Anne se había quedado en compañía de Elizabeth aquella mañana; sus insomnios eran cada vez más frecuentes, ahora por disímiles motivos, y después de lo sucedido había decidido no abandonar su alcoba bajo ningún concepto para tratar de dormir algo. Se sentía abochornada, pero más que eso, el comentario de lord Hay la había llevado a un momento de reflexión doloroso. Ella parecía despertar sentimientos contradictorios en las personas: por una parte, una admiración y respeto sinceros, como había sucedido con el más joven de los Hay; por otra, un desprecio por considerarla indigna de frecuentar los círculos de familias tan importantes y tradicionales, como había sido el criterio del hermano mayor. No podía dejar de advertir que algo semejante había sucedido con Charles: después de amarla tanto, a la postre la había desdeñado por considerarla una prometida inadecuada de llevar su apellido... ¡Rememorar ese momento la hacía sufrir de veras! ¿Cómo imaginar que, huyendo de Inglaterra, alguien como el Conde de Erroll terminaría recordándole cuánto la deshonraba su condición de artista?
Elizabeth se encontraba a su lado, tratando de hacer desaparecer esos pensamientos absurdos. Nada podría degradar socialmente a alguien que había nacido en una familia noble como la suya ni hacerla sentir indigna por un don como el que llevaba en la garganta. Aquellos que habían disfrutado de su arte podrían atestiguar la pureza que se evidenciaba en ella mientras cantaba.
La tía Beth le dio muchos argumentos, todos ellos ciertos y válidos, pero Anne se encontraba en una situación en la que se valoraba muy poco a sí misma. ¡Jamás perdonaría a Edward Hay! Cierto que él no podía imaginar que ella se encontraba tan débil y triste, pero después del abandono de Charles, sus palabras habían logrado hacer un daño inconmensurable, mucho mayor del que pudiese haber supuesto.
Anne mostró un poco de curiosidad por la conversación que había tenido Hay con Prudence y Elizabeth el día anterior, fue quizás lo único que la motivó a incorporarse de la cama y a dirigirse a su tía luego de un largo período de silencio. Elizabeth no sabía bien qué decirle, pero ante la insistencia de Anne, decidió ser concisa y exponer los argumentos de Hay sin criticarlo, hacerlo podría aumentar la herida y ese no era su propósito.
—Querida —comenzó— la primera parte de la conversación la dedicó a explicar los hechos, que por lo que has relatado tú, no parece haber faltado a la verdad en lo más mínimo, por muy desfavorable que esta pueda serle. Eso nos hizo a Prudence y a mí comprender la gravedad de la situación... Después lord Hay se disculpó por la ofensa que había cometido, no era su intención crear un conflicto entre las dos familias, y es indudable que lo sucedido había desbordado su propósito de sostener una charla privada con su cuñado.
—¡Entonces no está arrepentido! —exclamó Anne, interrumpiéndola—. Lamenta que lo hayamos escuchado, pero no lo que piensa... ¡Es una actitud muy cínica!
—No seas tan severa, Anne —le pidió Elizabeth—. Lord Hay está equivocado sobre ti, pero no creo que sea una mala persona al punto de no comprender, con un poco más de conocimiento y reflexión, la injusticia que ha cometido contigo y con todos nosotros. Ayer justificó su actitud diciendo que temía que Georgiana fuese seducida por el mundo del arte, que tan peligroso puede ser. ¿Acaso yo misma no velaba por ti, porque tu buen nombre fuese siempre preservado? Ambas sabemos que el teatro puede ser peligroso para la reputación de una dama, en más de un sentido. Pues bien, el conde vela por su hermana como un padre, aunque resulta evidente que a veces exagera en su protección.
—Tía Beth —dijo Anne con timidez—, ¿crees reprochable que yo haya tenido una carrera como soprano? Sinceramente, ¿puede ser mi compañía perjudicial para Georgiana? ¿Puede una persona, sin maledicencia alguna, valorar que no soy adecuada como amiga de una joven de bien?
—¡No digas tonterías! —replicó Elizabeth con energía—. ¿Piensas que tu abuela hubiese consentido que llevaras adelante tu carrera si así hubiese sido? Además, mi querida, ya has dejado atrás el escenario y ni un comentario soez se ha vertido sobre tu persona. Nada se ha especulado, nadie ha osado hacer crítica alguna sobre ti que no sea una admiración unánime por tu talento. Quien haya seguido tu paso por la vida pública, sabrá que eres una joven respetable, como corresponde a tu nacimiento y a tu apellido.
—Sin embargo, Charles... —comenzó a decir Anne, pero Elizabeth no la dejó continuar.
—No debes justificarlo, Anne. Charles, mejor que cualquier otro, debió haber conocido la bondad que albergas en tu corazón. Si ha sido capaz de traicionar tu confianza, uniéndose en compromiso a una mujer que no ama, no merece que seas tan desdichada por su causa y no quiero volver a escuchar que te culpas por la ruptura de ustedes.
Anne no dijo nada más, se quedó contemplando desde su lecho la ventana entreabierta y los débiles rayos del sol que se filtraban. Elizabeth se quedó a su lado pensativa, no llegó a contarle a su sobrina la defensa que había hecho de ella frente a lord Hay. No se amilanó ante la dignidad e imponencia del caballero, y haciendo caso omiso de una Prudence conciliadora, no guardó nada para sí misma, en un alarde de entereza.
Fue así que lord Hay tuvo que escuchar cómo el sentimiento maternal que unía a la actual señora van Lehmann con la señorita Cavendish se había forjado durante años de infinita entrega. Elizabeth había criado a Anne desde que los padres de ella fallecieron en un trágico naufragio, la niña contaba con un año de edad, pero su tía Beth había quedado prendada de ella, renunciando a lo posibilidad de tener un marido e hijos propios. No podía existir en el mundo acto más desinteresado y noble que el que Elizabeth había acometido.
"—Imaginará entonces —le había dicho al conde—, cuánto siente esta madre que no se le reconozca con total justeza el valor de un hijo. Y sí, lord Hay —continuó—, el mundo del teatro puede ser convulso y, como dice usted, peligroso, pero la señorita Norris y yo velamos por Anne durante ese tiempo; los ensayos los hacía en la casa, bajo nuestra atenta mirada, y en la víspera de la función acudía con ella al teatro para el ensayo general. Lo demás fueron algunas representaciones, no lo bastantes como para que todos disfrutaran del talento de Anne, que finalmente decidió retirarse. Estoy segura de que de haberla escuchado cantar, no se hubiese expresado usted contra la dignidad, el prestigio y el honor de mi sobrina. Convencida estoy de que Westminster lo ha apartado lo suficiente para desconocer quién es la señorita Cavendish y las reseñas favorables que siempre ha recibido en Londres. Le aseguro que jamás ha existido comentario alguno que pusiera en duda su honestidad y su decoro".
Un ofuscado lord Hay se disculpó por segunda vez con Elizabeth y se marchó, no sin antes decir que se disculparía también con lady Lucille y con la propia señorita Cavendish al día siguiente.
Prudence y Georgiana estaban muy avergonzadas, pero Johannes trató de calmar los ánimos, cambiando la conversación. No obstante, en la expresión de Pieter se notaba una preocupación y desagrado inmensos cuando llegó junto a ellos, jamás imaginó que una situación tan difícil podría suceder bajo su techo y cuando lo supo, no pudo más que mostrarse del lado de su esposa.
Él le reconocía cierta lógica al recelo inicial que pudo haber sentido lord Hay por la señorita Cavendish, pero lo había alimentado sin razón. Por demás, ponía en tela de juicio su criterio como patriarca de la familia, para escoger a los invitados que frecuentaban su casa, lo cual consideraba intolerable. A pesar de ello, su exquisita educación impidió que vertiera su opinión frente a Prudence o lord Hay, confiaba en que el caballero no demoraría en retractarse y que este infortunado incidente fuese olvidado pronto.
El incómodo ambiente que se había suscitado hizo que Edward a la mañana siguiente no se encontrara mucho mejor que la señorita Cavendish. No había podido dormir bien, pues una persona de su rango jamás se había visto presa de la recriminación colectiva y unánime de sus semejantes. A diferencia de su hermano Gregory, su conducta siempre había sido impecable en todos los sentidos para que, un momento de privacidad entre caballeros, se hubiese convertido en una situación penosa y embarazosa.
Reconocía que se había precipitado en su valoración: la señorita Cavendish no parecía ser una de esas mujeres de dudosa reputación con las que se rodeaba su hermano con frecuencia. Su nacimiento la colocaba en una posición elevada y su preservado decoro en un lugar privilegiado sobre aquellas. Asimismo, la señora van Lehmann había hecho una contundente defensa de su sobrina, ante la cual él se había sentido cada vez más incómodo y sin argumentos. Había quedado frente a las dos familias como un hombre grosero e injusto, dos calificativos que jamás pensó merecer.
En lo único en lo que no claudicaba era en considerar que la ópera no era un lugar adecuado para una joven como Anne. Ese, más que cualquier otro motivo, lo había persuadido a intentar alejarla de Georgiana. Mucho se había esforzado en darle a su hermana una educación tradicional, ajena a esa formación liberal que había perjudicado a más de una mujer de la alta sociedad. Georgiana, a su vez, podía ser muy influenciable, tenía ella misma una predisposición y talento innatos para la música y un total desapego a la idea del matrimonio. Le había insistido en el último año, como hermano mayor, en que aceptara excelentes pretendientes que se le habían acercado con las mejores intenciones. En cambio, Georgie había rehusado recibirlos, con una resolución y firmeza que le habían alarmado. Por eso, temía tanto que una persona como la señorita Cavendish, tan ajena a su ideal de mujer virtuosa, influenciara negativamente a su hermana con su ejemplo. De hecho, había indagado al respecto y sabía que la joven no estaba prometida para casarse, lo cual, teniendo en cuenta su belleza, talento y edad, resultaba cuando menos extraño.
El otro argumento que jamás revelaría, era que la dama no le simpatizaba en lo más mínimo, lo cual no era difícil de suponer. Desde el primer momento en que la vio le había parecido fascinante, ese tipo de fascinación que puede sentirse inclusive ante lo que genera desagrado. No pudo dejar de cuestionarse cómo había transitado de ser una joven anónima de buena familia a una venerada artista. Era hermosa, su cabello oscuro contrastaba mucho sobre su pálida tez, dotándole de un aspecto llamativo; una nariz algo pronunciada, así como una boca grande y plena, le otorgaban una expresión muy teatral, a la cual debió haberle sacado partido en el escenario. No era una belleza perfecta, pero sí bastante peculiar, sobre todo por sus ojos oscuros que bajo la luz de las lámparas parecían destellar, sin duda su rasgo más hermoso. En cuanto a su talento, debía de tenerlo, pero no podía dar fe de ello aún; su hermano Gregory había quedado fascinado por ella y la alababa con reiteración, aunque su criterio siempre lo tomaba con cautela. Él nunca la había escuchado y dudaba que pudiese dejarse cautivar tanto por su buena voz.
A ello debía agregar que, por las conversaciones que había sostenido con ella, había descubierto que Anne tenía un carácter y una personalidad que le sorprendían en alguien tan joven. Si bien él la había incitado con su sutileza habitual, jamás esperó tanto desembarazo en su forma de dirigírsele, lo cual le irritaba. Ningún argumento de peso podría esgrimir para apartar a Georgiana de la señorita Cavendish el tiempo que les restaba en Ámsterdam, y si bien podía reprochársele la situación que había provocado, creía que tenía razón.
Aquellos eran los pensamientos que lo embargaban cuando se vio sentado en el salón principal de la Casa Sur. Desde aquel ángulo observaba el imponente jardín-invernadero, escenario de la fatídica escena. Estaba tranquilo, no pensaba dejarse intimidar por una dama entrada en años y una soprano advenediza. Cierto que su ánimo era el de disculparse, sabía que había errado, pero sus contradictorios sentimientos por la señorita Cavendish no terminaban por sumir en el pasado la evidente enemistad. No obstante, como buen caballero, sabía qué decir en el momento oportuno. Su objetivo era ofrecer una disculpa y nada lo haría desviarse de él.
Sobre la mesa que tenía a su diestra había un retrato de un noble que no conocía, y que no recordaba haber visto antes en dicho salón, pues no se le asemejaba a ningún pariente de los van Lehmann. El hombre vestía de etiqueta, y se advertía en él una media sonrisa en su evidente formalidad. Al lado del retrato se encontraban algunos libros, pero se quedó mirando el primero de ellos, "Aproximación a Esquilo y su obra", que era como se titulaba aquel pequeño volumen de tapa oscura y letras doradas, dedicado al dramaturgo griego. Había sido escrito por lady Lucille; intuyó entonces que el resto de la pila contenía otras obras similares de la duquesa, conocida por sus prolíficos estudios sobre autores griegos y latinos. La identidad de la escritora lo hizo volver a detenerse en el retrato, reconocía aquellos ojos grandes y expresivos, pero no estaba seguro de conocer a la persona.
—Es mi hijo. —La voz de la duquesa lo sorprendió y dio un respingo, pues no la había sentido llegar.
Se levantó mientras ella se adentraba en el salón y se acercaba a él. Lord Hay se inclinó en señal de saludo y besó la mano de la anciana, mientras intercambiaban una frase de salutación. Lady Lucille era una dama llamativa, de gran estatura, algo que la señorita Cavendish parecía haber heredado de ella. Debió haber sido una mujer muy hermosa en su juventud, pues su rostro apergaminado aún contenía esos rasgos delicados que en su tiempo debieron haber arrancado más de un suspiro a los caballeros que la conocían.
La duquesa se acercó a la mesita y tomó el retrato.
—Como le decía, él es mi hijo, Lord William Robert Cavendish II, un joven brillante y prometedor, miembro de la Cámara de los Lores, como tengo entendido que es usted.
Lord Hay asintió.
—Me temo que no conozco a su hijo, Excelencia.
—Ni podría conocerlo, lord Hay —respondió la duquesa con una sonrisa triste—, murió hace veinte años y usted era muy joven cuando eso sucedió.
Edward se sintió estúpido, debió haberlo imaginado: el caballero era demasiado joven, lo que denotaba que era un retrato tan antiguo como parecía ser.
—Lo siento mucho, Excelencia, creo que he sido demasiado torpe, una vez más...
Lady Lucille lo miró con condescendencia, había abordado de manera indirecta el espinoso tema que lo había llevado hasta allí, pero ella tenía varias cosas que decirle antes de escuchar su consabida disculpa.
—Gracias —masculló—. Creo recordar —prosiguió, mientras colocaba el retrato encima de la mesa—, que mi hijo conocía a su padre, lord Jasper Hay, ¿cierto? Recibí una carta muy hermosa de él tras su muerte, es probable que todavía la conserve en mi casa de Essex. En dicha misiva se mostraba muy triste por la muerte de William y de su esposa Alice, en un fatídico naufragio, no muy lejos de las costas británicas. Recuerdo esa carta en específico porque, a pesar de que el conde no volvió a escribirme y de que nunca nos conocimos personalmente, sus palabras trascendían lo esperado en un pésame.
—Mi padre era un gran hombre —se limitó a decir él—, pero no imaginaba que se hubiesen conocido.
—Los caballeros, de alguna u otra manera, siempre se conocen. En este caso, lord Jasper aseguró que mi hijo era su amigo, aunque era más joven y se estaba iniciando en la vida política. Verá, fue devastador para mí la muerte de Will y de su esposa, tan jóvenes y llenos de vida. La muerte siempre es terrible, pero cuando resulta inesperada, es mucho peor... —La anciana dejó escapar un suspiro y se sentó en una butaca, Hay la imitó sin pronunciar palabra—. Uno nunca piensa en enterrar a un hijo, va en contra de las leyes de la naturaleza. Podrá imaginar cuán triste ha sido para mí ver crecer a mi Anne sin sus padres... Por fortuna, mi querida Elizabeth ha sido una madre devota para ella y muy celosa de su educación.
Lady Lucille alargó el brazo y tomó los libros.
—Cuando enviudé, lord Hay, me dediqué más aun a este pequeño oficio que se ha vuelto una satisfacción inmensa para mí. Pienso que de no haber sido por mis incursiones literarias no hubiese sobrevivido a la muerte de mi hijo. Escribir me ha mantenido ocupada, ha impedido que la nostalgia se apodere de mi corazón por completo, aunque nunca podré verme libre de ella, hasta que me marche de este mundo. Con el tiempo demandé de viajes y proyectos que nunca pensé que emprendería, algo que me ha convertido en una precursora entre las de mi género. —Volvió a colocar los libros, uno a uno en la mesa y continuó—. Elizabeth y yo somos la única familia que tiene Anne, he tratado de compartir mi tiempo siempre con ella, pero mi hija ha sido, hasta el pasado año, la presencia más permanente y afectuosa en su vida. Nada tengo que objetarle a la educación de mi nieta ni a su temperamento, reboza de talento y yo fui la primera en alabar su decisión de mostrárselo al mundo.
Lord Hay asintió. Incapaz de decir nada más.
—Imagino que no me tilde usted de carente de juicio por haber aprobado una decisión de esa naturaleza. —La anciana aguardó, dando margen a una posible respuesta, pero al ver que permanecía en silenció, prosiguió como si nunca se hubiese detenido—. Sé que soy considerada extravagante, se lo aseguro, pero me precio de combinar en mi filosofía de vida, los valores tradicionales con una predisposición a disfrutar de la autonomía y de la libertad personal. Fue algo que practiqué incluso estando casada con mi querido esposo, a quien alguna vez se le juzgó por ser demasiado permisivo. Lo cierto es que mi marido se enorgullecía de mis aficiones intelectuales y nunca cortó mis aspiraciones en ese sentido. Yo pretendo hacer lo mismo con Anne. Nunca pondré reparos en sus intereses musicales, siempre que su buen nombre quede preservado.
—¿No cree, señora, que esas incursiones artísticas atentan, por su propia naturaleza, contra ese buen nombre que aspira a preservar?
El propio Edward se sorprendió al hacer tamaña pregunta. Había incumplido su propósito de disculparse y retirarse lo antes posible. En cambio, su interrogante podría avivar el disgusto que flotaba entre él y las Cavendish.
—En modo alguno, lord Hay —replicó la anciana con una sonrisa llena de satisfacción—. Los tiempos que corren son distintos, como bien sabe usted. No debería yo recordarle eso a un caballero que puede ser mi hijo y que debería estar más habituado a la modernidad, ¿no es cierto? —Los ojos le brillaban, de puro desafío—. Por otra parte, no olvide quién es Anne, cuál es su familia, quién fue su padre... —La señora bajó la mirada para observar nuevamente el retrato de su difunto hijo—. Le confieso que nadie ha osado poner en entredicho la reputación de mi nieta. Ya le he dicho que debería usted informarse de sus buenas reseñas, lord Hay. En última instancia ha sido decisión de ella abandonar su carrera, luego de unos meses de merecido reconocimiento. Mi querida niña ha probado sus alas, ha disfrutado un poco de la libertad de espíritu, y ha decidido, como corresponde, dejar de volar para emprender los desafíos que conllevan un hogar, un esposo y una familia.
Edward se quedó atónito. En buena medida, la duquesa había defendido la reputación de Anne con semejantes argumentos a los que había utilizado su hija Elizabeth. Lo que resultaba nuevo para él era el deseo de la señorita Cavendish de formar un hogar.
—¿Piensa la señorita Cavendish casarse? —La pregunta volvía a sonar tan inadecuada, que Edward se sintió incómodo, mucho más ante la sonrisa indulgente de lady Lucille.
—¡Qué joven no aspira a ello, lord Hay! —exclamó la dama, sin perder la paciencia con su interlocutor.
—Por supuesto —repuso él, un tanto avergonzado—, pero desconocía que la señorita Cavendish se encontrara prometida para casarse, aunque le doy, de todo corazón, mis parabienes.
Lady Lucille suspiró.
—Me temo que el asunto no es tan inminente como quiere pensar usted, lord Hay. Mi Anne no se encuentra hasta el momento comprometida con nadie, pero dudo que tarde en estarlo. —Hay advirtió que la anciana lo miraba de una forma escrutadora—. Cuando mi querida nieta decidió retirarse de los escenarios, me dijo que ya había saciado sus ansias de destacar en el teatro. La condición de artista no se pierde, eso es verdad, pero ella sueña con formar una familia y con llevar un hogar, algo que le resulta en cierto modo incompatible, o al menos difícil, con la consagración que debe tener una soprano a sus compromisos. Anne ya está preparada para una nueva vida, de eso no cabe duda, solo debe encontrar a una persona que llene su corazón.
Edward no sabía qué decir. No se había detenido a pensar en los motivos que habían llevado a la señorita Cavendish a dejar los escenarios, más aún sin que existiera ningún escándalo y con tantas opiniones favorables, como parecía ser. El deseo de contraer matrimonio era el motivo más lógico, pero no podía creerlo todavía después de haber escuchado de la propia Anne días atrás, que no había dejado el teatro para casarse.
—En ese caso, le deseo a la señorita Cavendish éxitos en este nuevo momento de su vida, y a usted, por haberme dedicado este tiempo valioso. No quiero demorar más, lady Lucille, el verdadero motivo de mi visita, como bien supondrá usted. Me disculpo, Excelencia, por la opinión que vertí en la víspera y que por desdicha su nieta escuchó. No dudo del buen nombre de su familia y me siento avergonzado por la situación tan desagradable a la que he dado lugar, únicamente espero que pueda disculparme, así como la señorita Cavendish, a quien desearía trasmitirle en persona mi sentir.
—Lord Hay —dijo Lucille levantándose—, acepto sus disculpas. Estoy convencida de que se precipitó en su juicio y no tardará en apreciar mucho a Anne, en cuanto puedan conocerse mejor. Por desgracia, mi nieta se encuentra indispuesta, pero le trasmitiré muy gustosa sus disculpas en cuanto la vea.
Al concluir la conversación, Edward Hay se encontraba un tanto confundido. La charla con la dama había sido atípica. Resultaba evidente para él el aplomo y la dignidad de lady Lucille, a quien consideraba una mujer admirable. La mejor defensa que había hecho de su nieta Anne, había sido demostrarle a él la distinción de toda la familia. Al final de aquella entrevista, tenía en mejor consideración a la duquesa y se arrepentía con sinceridad de haber ofendido a Anne.
Por su parte, Lucille les resumió a su hija y nieta, la entrevista en unas simples frases:
—Es un hombre bueno, aunque orgulloso, que sabe reconocer cuando se ha equivocado. No dudo que al término de esta estancia descubras en él más virtudes que defectos.
Anne no se atrevió a replicar. Le resultaba muy difícil que su relación con Hay progresara tanto como para llegar a apreciar esas presumibles virtudes de las que hablaba su abuela. Por el momento, aquella noche las familias no volvieron a reunirse para la cena en la Casa Norte. Anne disfrutó de una velada tranquila con su abuela y su querida tía Beth. Pieter se sumó al pequeño grupo en el comedor y pese a que no mencionaron a los Hay, Anne temía al momento de encontrarse con todos ellos.
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