Capítulo 41

Lady Lucille estaba bastante preocupada por Anne. La tarde anterior había llegado con los ojos hinchados y no había querido comer, mucho menos contarle lo que había sucedido, tan solo le pidió autorización para enviar un mensajero con un paquete para lord Hay. La duquesa había preferido no interferir y accedió a su deseo, pero aquella mañana, cuando Anne no bajó a desayunar, se dio cuenta de que el asunto era más serio de lo que pensaba: no había dormido nada a juzgar por sus ojeras, se notaba exhausta, y los ojos continuaban rojos e inflamados.

La duquesa no tenía un temperamento adecuado para consolar a nadie; quizás por eso en primera instancia prefirió no darle demasiada importancia al estado de Anne. Lady Lucille poseía una gran entereza, algo que esperaba encontrar también en las personas a su alrededor, sin percatarse de que Anne no estaba curtida aún por las grandes penas que había experimentado ella. No tuvo más remedio que subir a su recámara y asumir el papel de abuela, además, tenía curiosidad por saber lo sucedido. No tenía a Anne por una joven exagerada y se sentía en el deber de ayudarle e inclusive de interceder por ella frente a lord Hay si fuera necesario.

—Estoy muy preocupada por ti —le dijo, cuando se la encontró en la cama—. En pocas ocasiones te he visto tan triste y si ayer intenté ser comprensiva y no agobiarte con preguntas, hoy no pienso hacer lo mismo, máxime si tengo que exigirle a lord Hay una explicación.

Anne se incorporó al escucharla y se limpió la cara. No podía dar lugar a que Edward le diera explicaciones a su abuela, ¿qué pensaría ella si salía a relucir lo que había sucedido entre ellos en Hay Park? ¿Qué pensaría lady Lucille si Edward le contaba la razón por la cual le despreciaba? ¿Le creería acaso?

—No debe hablar con lord Hay, no es necesario. Es cierto que ayer mantuvimos una conversación bastante seria. Él aludió que tiene motivos suficientes para considerar que aún estoy enamorada de Charles. Por más que he intentado hacerle entrar en razón, prefiere creer en lo dicho por el barón.

La duquesa se sentó en el borde de la cama.

—¿Y qué le ha dicho el barón tan grave para que lord Hay no quiera entrar en razones? —preguntó—. No me parece que sea tan poco inteligente para no creerle a la mujer que ama por encima de cualquier otro criterio.

—No me ha dicho en su totalidad qué conversó con el barón —le mintió, pues no podía decirle la verdad completa—, pero a pesar de que lord Hay es un hombre inteligente, como bien dice, es también inseguro y piensa que mis años de compromiso con Charles pesan más que el amor que aseguro sentir por él. Cree que he sido yo quien la ha convencido de comprar Clifford Manor. De esta manera, si me casara con Charles, él volvería a ser dueño de la casa que perdió.

—¡Qué tontería! —exclamó la duquesa—. En ese caso, yo puedo hablar con él y exponerle cómo sucedió todo, estoy segura de que no tardará en recapacitar.

—Le pido que no haga eso, abuela. Lord Hay ha sido desconsiderado en no permitirme darle una explicación adecuada; aunque usted pueda hacerlo, no serviría de nada, pues yo siento que, por su desconfianza, no es digno ya de mi amor. Un hombre así no puede hacerme feliz.

En esto último Anne había hablado con el corazón. En el remoto caso de que Edward descubriese que había errado, ella no le perdonaría. Le había desdeñado y despreciado y no deseaba tener por esposo a alguien que la humillara.

—Espero entonces que lord Hay entre pronto en razón —le dijo su abuela—, confío en que no tarde en venir a pedir disculpas, como corresponde.

Anne asintió, pero no tenía esperanzas de que eso sucediera.

—¿Por qué me solicitaste ayer mandar un mensajero con un paquete para él? ¿Puedo saber qué enviaste?

—Un joya —contestó la nieta—. Una gargantilla que me había obsequiado por nuestro compromiso en Hay Park. No quise quedarme con ella, abuela. Si lord Hay no es capaz de creer en mí, yo no puedo conservar ese regalo.

La duquesa se levantó de la cama con el ceño fruncido.

—Pienso que quizás te precipitaste en devolverla, ¿no te parece? Si Edward te ama, no demorará en venir para arreglar las cosas y, cuando una dama está en realidad enamorada como dices estarlo tú, no demora tampoco en perdonar. Esa es, querida mía, una virtud que deberás cultivar en la vida. ¡Espero que lord Hay no se sienta airado porque le hayas devuelto un regalo tan valioso!

—No quisiera demorar más nuestro regreso a Ámsterdam —le pidió Anne, eludiendo el tema—, tía Beth nos necesita y yo le echo mucho de menos. No hay nada más que nos retenga aquí.

—En eso tienes razón —admitió la anciana—. Le preguntaré a Prudence cuándo regresan ellos, para saber si podemos viajar juntos. No obstante, me gustaría mucho que lord Hay viniese a casa antes de partir para que ustedes dos se entendiesen. Cuando una pareja se separa por tanto tiempo, es adecuado que lo hagan sin que medie un disgusto entre ellos, es mucho más saludable para los dos.

Anne no replicó y dejó que su abuela se marchara creyendo que entre Edward y ella cabía una reconciliación. Lo que la joven desconocía era que la anciana iría a verlo para darle un par de explicaciones acerca de la compra de Clifford Manor. De esta forma, la duquesa lograría que su nieta se sintiese feliz y podrían viajar en paz.

En la noche, Edward se encontraba en el despacho de su casa de Westminster, degustando un oporto. Había pasado un día más tranquilo, a pesar de que había pensado constantemente en Anne. Estaba triste, desanimado, pero tenía que reponerse, como la otra vez. Recordó a Bertha y el dolor que había sentido con su carta. Había sufrido mucho, eso era indudable; había cerrado su corazón a un nuevo amor, pero reconocía que aquel dolor no era comparable con el que experimentaba en ese momento. Anne era la mujer que más había amado; la había disfrutado a plenitud para luego perderla de aquella manera, descubriendo que lo vivido a su lado había sido una mentira. La falsedad de ella le roía el alma, y se preguntaba si en algún momento próximo, dejaría de sentirse tan miserable.

El señor West le interrumpió, anunciándole la visita de su hermano, el cual ya entraba al despacho sin preámbulos. Edward le pidió al señor West que se retirara y se quedó a solas con Gregory. Era claro que algo se traía, pero no imaginaba qué. Intuía que se trataba de algo más importante que vigilarle.

—¿Qué sucede? —le preguntó—. Te noto muy nervioso.

—Lo estoy —le contestó Gregory mientras se sentaba frente a él—. Y lo que tengo que decirte es bastante serio. En realidad —dijo con una sonrisa—, no soy yo quién tiene que contártelo.

—¿Qué hace ella aquí? —Edward se molestó mucho cuando vio a la señorita Preston entrar al despacho—. ¿Has perdido la cabeza?

—Te pido que te calles por un momento y la escuches —le pidió Gregory, haciendo sentar a su mujer a su lado—. ¿Recuerdas que te comenté que mi querida Nathalie no creía que me hubiese pasado toda la noche contigo en Essex?

Edward asintió, todavía exasperado.

—Si deseas que se lo confirme, lo haré de inmediato y así podrán marcharse los dos de aquí. Señorita Preston —comenzó Edward con fingida amabilidad—, mi hermano estuvo hace tres noches todo el tiempo conmigo en Essex. No visitamos ningún burdel ni hicimos nada indecoroso, puede estar tranquila.

Nathalie se rio al escucharle y agitó su abanico, para librarse del calor y disimular su buen humor.

—Ya lo sé —repuso con su voz encantadora—, Gregory me lo ha contado todo.

—¿Qué quiere decir ella con que le has contado todo? —Edward miraba a su hermano, con cara de pocos amigos—. ¿Qué le has dicho?

—Lo siento, no tuve más remedio que decírselo. No me creía y mi vida se estaba volviendo un infierno. Antes que la cólera te consuma, deberías escuchar lo que Nathalie tiene que decir al respecto. Es algo tan serio e importante, que te hará ver el asunto de Anne de manera distinta. Creo, Edward —agregó con voz solemne— que quizás cometimos un grave error. No estaría aquí con ella si no lo considerara así.

Edward permaneció en silencio, intrigado ante las palabras de su hermano. La señorita Preston comenzó a hablar:

—Lord Hay, sabe muy bien que conozco a la señorita Anne del teatro y debe suponer que no somos precisamente amigas, así que no hago esto por intentar favorecerla. Anne siempre fue mi gran rival y no le guardo ningún afecto. No obstante, debo ser honesta y decirles que no fue ella a quien ustedes vieron esa noche en brazos del Barón de Clifford. En cuanto Gregory me relató lo que habían presenciado, supe enseguida que se trataba de un gran embuste del barón.

—¿Cómo es posible? —le interrumpió Edward—. Gregory y yo la vimos con nuestros propios ojos…

La mujer sonrió.

—Vieron lo que el barón quería que vieran. Él es un gran mentiroso.

—¿A qué se refiere?

—Era de noche, ¿cierto? —Edward asintió—. Vieron una silueta de mujer, un vestido en la distancia, pero no pudieron percibir el rostro, ¿verdad?

—Era la ropa de Anne, reconocí de inmediato su vestido, así como sus cabellos oscuros… —intentó decir Edward, ofuscado.

—Me lo imagino e incluso, si se hubieran acercado un poco, hubiesen sentido su perfume invadiéndolo todo —añadió la señorita Preston—. Aun así, les puedo asegurar que no era ella. ¿Acaso la escucharon hablar?

Edward negó con la cabeza.

—No, no escuchamos su voz. Estábamos a cierta distancia, como debe saber.

—Exacto —afirmó la señorita Preston—. Estoy convencida de que no era Anne, y ahora voy a explicarle por qué.

—La historia te dejará asombrado —le advirtió Gregory con una sonrisa—. ¡Aún no puedo creerlo!

La señorita Preston se aclaró la garganta, lista para narrarle a Edward, con lujo de detalles, los más sórdidos secretos de Charles Clifford.

Edward había quedado tan impresionado con su conversación con la señorita Preston, que no había pegado un ojo en toda la noche, cuestionándose si podría ser cierto lo que la soprano afirmaba con vehemencia. En otras circunstancias jamás se hubiera fiado del criterio de ella, pues era llamativa, exuberante, a veces ridícula, sin embargo, parecía estar convencida de lo que decía. Gregory le creía, de lo contrario jamás la hubiese llevado ante él para que le relatara cuanto sabía y él deseaba creerle. La señorita Preston le había dado un poco de esperanza en medio de su oscuridad, y no se rendiría hasta saber la verdad.

Nathalie había conocido a Charles en el teatro. En Essex se le hacía difícil encontrarse con Anne, por lo que había tomado por costumbre ir a verla a sus representaciones y hablar con ella en los recesos de los ensayos o tras bambalinas, escondiéndose de la señorita Norris que era un desastre como dama de compañía.

Al principio, Charles apoyaba a Anne; se sentía maravillado por su voz y la idolatraba, pero pronto se sintió frustrado cuando comprendió que muchos hombres la admiraban. Él, a pesar de que era su prometido, no podía saciar su deseo antes del matrimonio. De esta manera, fue en aumento su apasionamiento por Anne y su rechazo por una profesión que la había convertido en una figura pública. El cénit de este cúmulo de emociones desembocó en su ruptura a causa de un ataque de celos en el teatro. Después de ese momento, aunque el joven hubiese deseado recuperarla, su abuelo se lo impidió, oponiéndose de manera terminante a esa relación.

La señorita Preston, como envidiaba a Anne, estuvo muy al tanto de ella durante el tiempo que estuvo en el Opera House y pronto advirtió la verdadera naturaleza de su prometido. Frente a Edward llegó a calificarlo de enfermizo, en cuanto al deseo que sentía por Anne. Fue así que, sin siquiera pretenderlo, descubrió por azar un secreto bastante íntimo del Barón de Clifford. Jamás se lo dijo a Anne, puesto que en modo alguno podía beneficiarla: lo que más le convenía era que se casara con Charles de una vez y se retirara como amante esposa, para así ocupar su lugar en el teatro.

Ahora, las cosas habían cambiado: Anne amaba a lord Hay y a la señorita Preston le convenía decir la verdad sobre el barón. De esta manera, estaría actuando de manera digna y correcta y su futuro cuñado la tendría en un buen concepto, o al menos no la despreciaría como hasta el momento. Gregory se sentiría orgulloso del servicio que les había prestado y, a fin de cuentas, ella saldría ganando exponiendo al barón tal y como era.

Edward no hacía otra cosa que pensar en lo dicho por la señorita Preston. Se hallaba bastante cansado, pero no podía estar en calma. Le torturaba pensar que había ofendido a Anne, aunque le habían dicho lo que necesitaba escuchar. De confirmarse sus sospechas, estaría en deuda con la señorita Preston y se había prometido no volver a interferir en su relación con Gregory. No la deseaba como esposa para su hermano, pero sabía que este tampoco la llevaría al altar. La señorita Preston y él se hallaban en paz.

Edward abandonó su casa de Westminster y marchó a Hay House en la mañana; cuando llegó, se encontró a su familia tomando el desayuno. Sus hermanas se alegraron de verlo e ignoraron el asunto de su extraña desaparición y el moretón de su rostro; la tía Julie tampoco dijo nada, estaba segura de que ambas cosas estaban en relación con la terrible señorita Cavendish; en cuanto a Johannes, este le dio un abrazo e inició una conversación con la intención de llevarla hacia temas más agradables.

El desayuno no se había terminado todavía cuando Gregory apareció también. Tenía buen semblante, era probable que la señorita Preston lo hubiese perdonado, por lo que se hallaba en las nubes luego de una noche de amor. Había quedado en ir temprano para ayudar a su hermano, ya que entre sus planes estaba visitar la casa de la duquesa lo antes posible y él quería estar a su lado.

Gregory se sentó a la mesa y bebió un poco de café, pero en cuanto pudo, se encerró con Edward en el despacho, para hablar a solas. La noche anterior no habían tenido mucha oportunidad de hacerlo, puesto que Nathalie estaba entre ellos. Imaginaba que Edward tenía deseos de liberar la tensión acumulada y él era la única persona que podría entenderle.

—¿Cómo estás? —le dijo Gregory mientras lo observaba—. Tal parece que no has dormido nada anoche, pero entiendo que ese es el efecto lógico de la charla de ayer.

—Así es, no he dormido preguntándome si las conjeturas de la señorita Preston son ciertas.

—¿Qué opinas?

—Que lo son —murmuró Edward desplomándose en su asiento—. A juzgar por la expresión que tenía Anne cuando fue a verme a Westminster y la confronté, sé qué es verdad. Si la hubieses visto… —añadió con remordimiento—, lloraba tanto con mis palabras, estaba tan herida, tan ofendida, que pensar en eso me llena de dolor. Temo que no podrá perdonarme lo que hice.

—Ella sabrá comprenderte, Edward, y perdonarte. Las evidencias eran demasiado fuertes para que un hombre en su sano juicio las obviara. De todas formas, pienso que debes salir de dudas. Mi querida Nathalie puede no parecer de fiar, pero no tiene razón alguna para inventar una historia tan imaginativa. Mi dama no es demasiado inteligente, pero debes asegurarte de que esté en lo cierto.

—Lo haré —afirmó Edward—. Esta misma mañana iré a ver a la duquesa y me gustaría que me acompañases.

—Por supuesto —le contestó su hermano—, yo iré contigo, como te prometí anoche.

Una llamada a la puerta los interrumpió y apareció Prudence con su agradable sonrisa. Edward le agradecía que en los últimos días se hubiera ocupado de la casa y de Georgie, pues él no había tenido cabeza para apoyarla. Su hermana, aunque no sabía qué le sucedía, suponía que era algo que le atormentaba y quería serle útil.

—No deseo importunarlos, pero ha llegado una visita, Edward.

—¿Tan temprano? ¿Quién es?

—Es lady Lucille.

Edward se quedó asombrado de que la dama se encontrara allí, la misma mañana en la que irían a verla. Se preguntó por un momento si le reprendería por la manera en la que había tratado a Anne, pero esto era una mera suposición.

—¿Ha venido a verme? —preguntó.

—Ha venido a preguntarnos a Johannes y a mí la fecha en la que pensamos regresar a Ámsterdam; lady Lucille viajará pronto con Anne y preferiría hacerlo en nuestra compañía.

—¿Ya saben cuándo partirán?

—Hemos hablado de la semana próxima —le explicó Prudence—, no deseo estar más tiempo lejos de los niños y John estuvo enfermo; aunque lo dejé restablecido me inquieta demasiado esta distancia que nos separa. Además, Georgie irá con nosotros y será bueno para ella terminar de pasar el verano en Ámsterdam. Johannes se encargará de mandar a sacar los pasajes, incluyendo los de la duquesa y quizás los de los Holland también, si se deciden a viajar.

Edward asintió. El tiempo se le agotaba y debía aclarar lo sucedido antes que Anne regresara al continente.

—Lady Lucille también ha pedido hablar contigo, así que estimo que sea adecuado hacerla pasar a tu despacho. He venido a preguntarte si puedes recibirla aquí.

—Puedes hacerla pasar. Gracias, Prudence.

Gregory se levantó de su asiento.

—La providencia ha hecho venir a la propia lady Lucille cuando más la necesitabas —le dijo Gregory cuando Prudence se hubo marchado—. Quizás hoy mismo podamos hacer lo que nos habíamos propuesto, si la duquesa se muestra colaborativa.

Lady Lucille entró al despacho con una sonrisa; era una persona hábil y sabía cómo lograr sus propósitos sin manifestarlos. La conversación que iba a sostener con Edward serviría para alejar sus dudas acerca de su nieta, sin que el discurso pretendiera justificarla. No había nada que justificar ni defender, ella se limitaría a exponer algunos hechos y a pedirle un favor. Luego, dejaría que lord Hay meditara en silencio y tomara la mejor decisión. Por supuesto que no iba a darse por aludida del compromiso, era algo que él estaba en el deber de comunicarle. Había reconsiderado no preguntarle por lo sucedido en Clifford Manor, sería inadecuado de su parte pedir unas explicaciones que debían ofrecerse espontáneamente.

Gregory saludó a la duquesa y después cerró la puerta del despacho.

—Lady Lucille —le dijo Edward tras besarle las ancianas manos e invitarle a sentar—, me alegra mucho recibirle en esta casa, pero me sorprende verle tan temprano. ¿Todo está bien?

La duquesa se veía espléndida. Vestía de oscuro, pero su atavío era impecable. A pesar de su edad, continuaba siendo una dama que imponía mucho respeto.

—Siempre duermo poco —se explicó ella, mientras tomaba asiento—, y vine con varios objetivos. El primero de ellos ya lo he cumplido y era escoger una fecha para nuestro regreso a Ámsterdam. Me agradará mucho viajar en compañía de los señores van Lehmann.

—Eso me ha dicho Prudence —contestó él—, que ya han marcado un día y me satisface que puedan viajar juntos, a pesar de que no desearía que ninguno de ustedes se marchara tan pronto.

Aquella había sido una frase amable, así que la duquesa se relajó un poco. Si hubiese visto a Edward la mañana anterior, quizás lo hubiera notado más hosco y frío, pero había ido en el mejor momento.

—Me ha dicho que ha venido por varios motivos —le recordó Edward—. ¿Puedo serle útil?

—Así es —respondió la anciana—, necesito pedirle un favor y, aunque no deseo importunarlo, sé que es la persona que mejor puede ayudarme.

—Será un placer para mí. ¿Qué necesita?

—Lord Hay, antes de marcharme a Ámsterdam me gustaría que me presentara al señor Percy. Anne me ha comentado que se encuentra en Londres y desearía proponerle un proyecto artístico que quizás le resulte de interés. Como sé que el señor Percy es su amigo, no será difícil para usted pedirle que me visite.

—Por supuesto que no, Percy tendrá mucho placer en conocerla, aunque tengo curiosidad por saber cuál es ese proyecto que va a ofrecerle.

Lady Lucille sonrió. Lord Hay había llegado al punto que a ella le interesaba.

—No sé si está al tanto de que he comprado Clifford Manor, la propiedad que colinda con la mía en Essex.
Edward asintió, asombrado por el tema que la dama sacaba a relucir.

—Verá —comenzó lady Lucille—, cuando estaba en Ámsterdam una amiga me escribió informándome que Clifford Manor se encontraba en venta y desde que lo supe deseé adquirirla. Confieso que al difunto barón no le tenía gran estima, pero la casa es estupenda y enseguida comencé a acariciar una idea de la cual me enorgullezco. Viajé a Londres con el propósito de comprarla, y por fortuna mi propuesta convenció a su anterior propietario, antes que cualquier otra. Anne quedó sorprendidísima cuando le conté lo que había hecho, ella ni imaginaba que ese era mi interés y solo lo supo después que cerré el trato. Lo cierto es que pienso convertir Clifford Manor en un museo privado para exponer mis valiosas colecciones de arte antiguo. A mi edad, uno debe ir pensando en poner en orden sus asuntos, y sería una pena que no me ocupara de encontrarle un buen destino a esa parte de mi patrimonio en vida. He planeado también destinar algunos salones de la casa a ofrecer clases de historia, música y canto para niños y jóvenes. Esta última cuestión la hago pensando en Anne, pues ella deseaba desde hace algún tiempo impartir clases de canto.

Edward estaba atónito. Entendía que la duquesa, con su sutileza habitual, le estaba haciendo ver la verdadera razón por la cual había comprado Clifford Manor. Quizás estuviera informada de sus recelos por Anne, después de todo. ¡Cuánto lo había engañado el barón!

—Tal vez ahora comprenda, por qué preciso de la ayuda del señor Percy —prosiguió la dama—. Me gustaría mucho que expusiera algunos de sus cuadros en la casa, cuando se inaugure el museo, en una sala dedicada a pintura contemporánea. Esto es algo que preferiría discutir con el señor Percy antes de marcharme, para que tuviera el tiempo suficiente para pensar en esa exposición y pintar lo necesario.

—Le agradezco mucho que me haya narrado con exactitud las razones que la impulsaron a comprar esa propiedad, le aseguro que no las conocía. Me agrada el proyecto que tiene entre manos y le felicito. En cuanto a Percy, no dudo que la idea le resulte atractiva, por lo que no demoraré en hablar con él y presentárselo.

Lady Lucille estaba satisfecha. La conversación había transcurrido tal y como ella deseaba. Por la forma en la que le había hablado lord Hay, era probable que buscase a Anne y se disculpara con ella.

—Lady Lucille —le dijo Edward antes que la dama se marchara—, ahora soy yo quien necesita pedirle un favor que tal vez le resulte bastante extraño.

—Siempre estaré en deuda con usted por lo que hizo por Anne —apuntó la duquesa—, así que no habrá favor que usted me pida, por más extraño que este sea, que no me esfuerce en hacerle.

Él se sintió halagado.

—Muchas gracias por sus palabras, Excelencia. Esta misma mañana tenía pensado ir a verla a su casa. Me resulta imperioso ver cuanto antes a la doncella de Anne, Blanche.

La dama no se esperaba un favor de esa naturaleza, y no pudo esconder su sorpresa.

—¿Quiere hablar con Blanche?

—Así es —contestó Edward—, y desearía que Anne no estuviera por ahora al corriente de esto.

La duquesa no salía de su asombro, pero accedió.

—Cuando dijo que era un favor extraño, nunca creí que lo sería tanto —afirmó—, mas no tengo reparos en que me acompañe a mi casa, si así lo desea.

—Lo deseo, y mucho Excelencia —le confesó—. Sé que está enterada de la disputa que sucedió entre el barón y yo en Clifford Manor, y me disculpo por haber tomado su casa para ese enfrentamiento, que no fue fortuito. Tengo motivos para asegurarle que el barón es una persona bastante retorcida y me ha llevado a cometer un terrible error que espero reparar en breve.

—Ya que me está siendo tan sincero, debo decirle que Anne me habló de su relación en el pasado con el barón, la cual ignoraba, pero me ha asegurado que ya no siente nada por él. En lo personal, también desconfío bastante de él y no me agrada en lo absoluto. Fui a verle a Clifford Manor después de haber peleado con usted y esa conversación hizo crecer mi recelo en su contra. Albergo razones suficientes para no desear que se acerque a mi nieta.

Edward se llenó de valor.

—También me gustaría hablarle de Anne y de mis sentimientos por ella, lady Lucille, pero este no es el momento más adecuado para hacerlo. Sé que le debo una conversación y espero no demorar en cumplir con usted, pero antes de eso necesito dilucidar un par de cuestiones que…

La dama hizo un gesto con la mano para detenerlo.

—No he venido buscando explicaciones, lord Hay. Quise pedirle un favor y, quizás, sacarlo de su equivocación sobre Clifford Manor. Sabe que soy intuitiva y no voy a decir que me toma de sorpresa esa conversación que desea tener conmigo. Anne también me ha hablado de usted y yo le escucharé con mucho gusto cuando sea el momento oportuno.

—Le agradezco su comprensión, quisiera decirle más en este instante, pero me resulta imposible. Una clave importante en esta historia es Blanche, es por eso que me urge hablar con ella. 

—Siendo así, no perdamos más tiempo.

Los hermanos Hay escoltaron a lady Lucille hasta su carruaje. Edward la admiraba cada día más y la conversación que habían sostenido le recordó aquella primera ocasión en Ámsterdam cuando la duquesa lo colocó en su sitio de una manera magistral. Esta vez había apelado a la misma estrategia, haciéndole ver con astucia, su error sobre Clifford Manor. Lady Lucille era una mujer extraordinaria.

Los caballeros aguardaron por Blanche a un costado del jardín, para no alarmar a Anne. Edward deseaba mucho verla, pero no se atrevía a hacerlo hasta que pudiera brindarle las explicaciones que ella se merecía. La propia lady Lucille condujo a Blanche hasta el jardín y la dejó en manos de los dos.

La joven de inmediato se asustó, no era la primera vez que lord Hay la mandaba a llamar, no había olvidado aquella entrevista que sostuvieron en la Casa Norte, cuando la interrogó acerca de lo sucedido con el duque durante la fiesta.
Gregory le pidió a Edward que lo dejara hablar. Su hermano estaba tan ofuscado que podría conducir la charla de mala manera, por lo que se quedó en silencio y permitió que Gregory fuera el que primero hablara.

—Blanche, ya sabemos la verdad. Si no desea que le digamos a la duquesa lo que ha hecho, le recomiendo que nos cuente, con lujo de detalles, cómo se ha aliado al Barón de Clifford y cuanto ha hecho por beneficiarle. El barón está endeudado y de él no recibirá ni un penique cuando pierda su trabajo, así que nosotros somos su única opción pasa salir de esta situación lo mejor posible.

Blanche estaba pálida, pero no se atrevía a hablar.

—Blanche —continuó Gregory—, Anne sabrá pronto la verdad y cuando la sepa, jamás se casará con el barón. Cuando eso suceda, usted ya no le será útil y habrá perdido su trabajo, sin posibilidad de que la contraten con tan malas referencias. Su única posibilidad somos nosotros. Le prometo que, si nos ayuda, le daremos el dinero suficiente para que pueda vivir un buen tiempo.

—No tengo nada que decir… —susurró Blanche, temblando—. No sé qué espera de mí, Excelencia.

—Blanche —intervino Edward—, ¿desea que entre ahora mismo a la casa y hable con la duquesa? Hasta el momento no está informada de nada, pero una palabra mía bastará para que lady Lucille sepa quién es usted. Va a perder su trabajo de todas maneras, Blanche, pero si nos ayuda le garantizaremos un empleo y dinero, para que pueda salir adelante. ¿Cómo piensa qué reaccionará Anne cuando se entere de lo que ha hecho? ¿Acaso cree que va a perdonarla? Se quedará en la calle, Blanche, y el barón no podrá hacer nada por usted.

Blanche se echó a llorar. Edward y Gregory aguardaron con paciencia, sabían que después de esas lágrimas, la doncella terminaría por confesar cómo había ayudado al Barón de Clifford.
Edward no salía de su estupor; esperaba que Blanche confirmara lo que la señorita Preston le había dicho, pero se había quedado atónito cuando eso sucedió. Gregory también estaba indignado y furioso y Edward le agradeció en par de ocasiones por su ayuda en ese momento tan difícil. La parte positiva de esta situación, era que se había acercado mucho más a él y compartido sus penas y tropiezos.

Edward ya no tenía dudas de lo que había sucedido, pero tenía miedo de hablar con Anne. ¿Podría ella perdonarle sus palabras duras, sus insultos? Le dolía demasiado cuanto le había dicho y temía que no pudiese perdonarlo, al menos no tan pronto. Estaba ensimismado en sus pensamientos, cuando la voz de Gregory, en el carruaje, lo trajo de vuelta a la realidad.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le preguntó.

—Hemos llegado a un acuerdo con Blanche, y seguiré adelante con lo que habíamos hablado. Charles Clifford será víctima de su propia trampa y Anne sabrá la verdad.

—Olvidas que el barón se encuentra en Clifford Manor. La duquesa ha dicho que permanecerá unos días de reposo por el par de costillas rotas.

—No importa, él vendrá a Londres. El camino en coche no es largo y sé cómo hacerlo venir hasta aquí.

Edward le indicó al cochero que se encaminara hacia la casa de los Holland. Fue Beatrix quien, como de costumbre, los recibió.

—No sabía que tenías tan mala cara —le comentó con una sonrisa burlona—, espero que el contrincante haya quedado peor.

—Sí —le contestó Edward refunfuñando—, así fue.

Henry condujo a los hermanos Hay a su despacho. Hacía tiempo que no sabía de Edward. Prudence había comentado que atravesaba por un problema, pero no tenía detalles. Al verlo, frunció el ceño.

—¿Te has batido en duelo otra vez? —le espetó.

Gregory se extrañó con la pregunta.

—¿Te has batido en duelo alguna vez? ¿Acaso ese tiro que recibiste hace unos meses no fue un asalto?

El aludido sonrió:

—No, no fue un asalto, pero esa es otra historia que prometo hacerte después.

Gregory le dio una palmadita en la espalda.

—¡Jamás creí que fueras tan valiente! —exclamó, y comenzó a reír.

Lord Holland no pudo reprimir una carcajada. Luego, percatándose de que Edward tenía algo serio que decirle, los invitó a sentar.

—Nos has tenido preocupados a todos —le confesó—. Prudence le aseguró a Beatrix que algo te sucedía. ¡Mi esposa no me dejaba en paz pidiéndome que intercediera! Espero que la cuestión no sea tan grave.

—He venido a pedirte un favor, Henry.

—Lo que necesites —le contestó su amigo—. ¿Qué puedo hacer por ti?

—Es importante que mandes a buscar lo antes posible en tu carruaje al Barón de Clifford, que se encuentra en Essex. Debe regresar a Londres, pero no puede saber que soy yo quien lo procura. Para ello, es preciso que inventes una excusa de peso para hacerle venir, aludiendo a algún problema con un negocio. Sé que, si se lo pides tú o tu padre, él no dudará en regresar.

Henry se quedó pensativo.

—Si hago al barón regresar, ¿puedo estar tranquilo de que no es para matarlo o para retarlo a duelo? No voy a ayudarte a hacer algo así…

—Te aseguro que no se trata de eso, Gregory puede confirmártelo. Lo que sucede es que el barón ha inventado una mentira horrible que me ha separado de Anne. Lo único que deseo es que ella sepa la verdad, pero para ello debe escucharlo de sus propios labios. Ya sé cómo voy a lograr que confiese y lo que he ideado no es en lo absoluto violento.

—El barón y Edward se pelearon hace unos días atrás en Clifford Manor —añadió Gregory—. Él tiene alguna costilla rota, tuve que golpearle luego que intentara atacar a Edward a traición. Es por esto que le resultaría muy difícil regresar a Londres a caballo como acostumbra y que Edward te ha pedido que le envíes un coche.

—Siendo así, no tengo ningún inconveniente en hacerlo. Con lo que he escuchado, sé que mi padre prescindirá de los servicios del barón de manera definitiva. Hace tiempo que no le tiene la misma estima, pero lo que aludes es demasiado grave. Si el barón es deshonesto y mezquino, no puede trabajar para nosotros.

Edward le agradeció por su ayuda y luego le contó con más detalles lo que había hecho el barón y cómo había concebido desenmascararlo. Confiaba en que su plan diera resultado. Después tendría que recuperar a Anne, lo que quizás fuese la parte más difícil de todas.

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