Capítulo 39

El señor Carlson llegó a media mañana a casa de la duquesa, para relatarle lo que sabía o más bien, lo poco que conocía del asunto en el que se vio envuelto el Barón de Clifford. Lady Lucille se sorprendió cuando lo vio llegar, pues no habían acordado verse tan temprano; de hecho, tenía proyectada una breve reunión con el señor Burton para discutir algunas cuestiones pendientes y luego iría a ver a su buena amiga, la señora Yeats. La duquesa quería regresar a Londres al día siguiente y poco después a Ámsterdam. No se sentía tranquila de dejar a su hija Beth en su condición por tanto tiempo sola, aunque su viaje a Inglaterra había cumplido sus expectativas.

El señor Carlson halló a la duquesa en compañía de su nieta, disfrutando de la soleada mañana en el jardín de su casa. Después de darle los buenos días, no supo si sería conveniente narrar lo sucedido frente a la señorita Cavendish, que a fin de cuentas era muy joven, pero la duquesa le instó a que hablara de inmediato, sin imaginar nunca que el asunto que lo llevaba hasta allí fuese tan delicado.

—Lady Lucille —comenzó el señor Carlson—. Debe saber que, por su propia indicación, mi esposa, mi hijo y yo nos mudamos para Clifford Manor ayer, a las dependencias que usted tan amablemente nos asignó.

—Así es, ¿hay algún problema? Si requieren de alguna reforma pueden tratar ese tema con total libertad con el señor Burton.

—Le agradezco, señora, pero no es ese el asunto que me trae a verla. Mi esposa y yo estamos muy satisfechos y agradecidos por este empleo y por poder vivir en Clifford Manor.

—Me alegra escuchar eso —contestó la duquesa impaciente—. Entonces, si están bien instalados, ¿cuál es el problema?

—Verá, lady Lucille —prosiguió el hombre—, debe saber también que ayer autorizó al Barón de Clifford a permanecer en la casa para tomar los objetos que estimara.

La dama asintió.

—¿Ha habido algún inconveniente con el barón? ¿Ha sido irrespetuoso con ustedes?

—No se trata de eso… Mi esposa y yo solemos levantarnos al alba, y esta mañana unos ruidos y expresiones nos alertaron de que sucedía algo al fondo de la casa. Cuando llegamos, nos encontramos a tres caballeros: al barón, bastante golpeado y tirado en el suelo, a otro caballero también golpeado y a uno más que, al parecer, no participó de manera directa en la disputa.

—¡Dios me libre! —exclamó la duquesa—. ¿Quiere decirme que el barón se ha peleado en el jardín de la casa?

—Así es, Excelencia, pero hay más. Está bastante maltrecho. El doctor lo ha visto y alude que tiene varias costillas rotas, recomendándole reposo por unos cuantos días.

Anne estaba afligida por lo que había escuchado. ¿Cómo Charles se había visto involucrado en algo así? ¿Contra quién había peleado?

—¡No puedo creerlo! —dijo la duquesa—. ¿Conoces la identidad de los otros dos caballeros?

—Sí, señora. Se trata de unos amigos suyos, según ha expresado uno de ellos. Lord Hay y su hermano, ese es el nombre que han dicho.

Anne se levantó de su asiento, impresionada. ¡No era posible! ¡Edward había estado en Essex y había peleado contra Charles! ¿Qué motivo tenían para llegar a ese extremo? La duquesa permaneció sentada, pero también estaba atónita por lo que le había dicho el señor Carlson.

—¿Ha dicho lord Hay? —precisó.

—Sí, lady Lucille. Lord Hay y su hermano. No estaba tan golpeado como el barón, pero sí bastante adolorido. Mi esposa charló más con ellos, pues les ofreció un poco de café y bollos de canela en la cocina.

Anne volvió a dejarse caer sobre la silla, sus manos temblaban y no sabía qué pensar.

—¿Continúan lord Hay y su hermano en Clifford Manor? —se atrevió a preguntar.

—No, señorita Cavendish. Han partido enseguida rumbo a Londres. Lady Lucille, el señor Hay se expresó de forma muy negativa sobre el barón, pienso que debería saberlo, puesto que le culpa de lo que ha pasado.

—Muy bien, señor Carlson —le dijo la dama—, le agradezco mucho que haya venido hasta aquí para decirme esto. En la tarde pasaré a Clifford Manor y tendré una conversación con el barón.

El señor Carlson se despidió y las dejó a solas. El jardín ya no le parecía a Anne un lugar agradable donde estar, temía por Edward y porque lo sucedido les afectara. No había tenido noticias suyas, estuvo en Essex y ni siquiera había pasado a verla. La disputa con el barón ponía de relieve que algo muy grave había acaecido.

La duquesa advirtió lo nerviosa que estaba y ya no tuvo dudas de que le ocultaba algunas cosas.

—Me parece que sabes más de este asunto que yo, así que te pido que no me lo escondas por más tiempo y que hables de inmediato.

Anne se aclaró la garganta y le dijo a su abuela lo que podía contar:

—Sobre lo que sucedió esta mañana no sé nada, abuela, se lo aseguro. Me sorprendió muchísimo conocer que lord Hay se encontraba en la región. No obstante, tiene razón al sugerir que no he sido sincera, por lo que le pido que me perdone…

Le narró entonces la historia desde el comienzo: el compromiso oculto que mantuvo con Charles Clifford durante años, por temor a que no fuese aceptado por ninguna de las dos familias; las causas de la separación y cómo había vuelto a reencontrarse con él en Londres, pretendiendo el joven reconquistarla. No demoró mucho en decirle lo que realmente importaba: las circunstancias en las que Edward se había enamorado de ella en Ámsterdam; cómo no supo comprender la verdadera naturaleza de sus sentimientos hasta después, cuando él ya se había marchado destrozado por su rechazo; le refirió el duelo contra el duque, para preservar su honor, y cómo a partir de conocer esto, ella se percató de que lo quería y del error que había cometido.

—Esa fue la razón principal que me impulsó a regresar a Londres con la señora Thorpe. Quería disculparme con lord Hay y saber si todavía quedaba en él algo del amor que me había confesado unas semanas atrás.

Si lady Lucille no hubiese tenido los años que en realidad poseía, se hubiese quedado anonadada después de la información que le había dado su nieta. No había sido ni la mitad de perspicaz de lo que pensaba que era.

—Conociendo a lord Hay como lo conozco, intuyo que sus intenciones no se habían desvanecido —comentó al fin.

—Así era; lord Hay me propuso matrimonio, mas no dijimos nada hasta que él pudiese acompañarme a Ámsterdam y hablar con usted, como debía ser. Sus intenciones se vieron pospuestas por la enfermedad de la señora Hay y luego por su fallecimiento. Cuando usted regresó a Londres, me prometió que iría a hablarle de sus intenciones, pero desconozco por qué no lo ha hecho aún.

—Es evidente que algo grave ha ocurrido entre el señor Clifford y lord Hay, y este último parece estar al corriente de la relación que hubo entre ustedes en el pasado.

—Sí —le confirmó Anne—, está al corriente y en más de una ocasión ha dudado de mis sentimientos, pensando que todavía correspondo a los del barón, aunque no he dado motivos para que piense tal cosa.

La anciana suspiró.

—El ser humano es por naturaleza desconfiado y celoso, Anne. No obstante, me temo que algo más ha impulsado a lord Hay a mostrarse de esta manera tan exaltada, así que me encargaré de descubrir qué es. En la tarde iré a ver al barón y tendré una conversación bastante seria con él.

—¡Oh, abuela! Lamento tanto no haberle dicho estas cosas… —estalló mientras le tomaba de la mano—. A punto estuve de confesarle mi cariño por Charles en Ámsterdam, cuando me habló de su historia con el difunto barón, pero no me atreví…

—Debiste haberlo hecho, Anne —le respondió la duquesa con severidad—. No en Ámsterdam, sino mucho antes. No debiste haber temido contarme acerca del señor Clifford y de su interés por ti.

—¿Lo hubiese aceptado aunque hubiera sido un Clifford?

—No lo hubiese rechazado por su apellido, si es eso lo que quieres preguntar. Pensaba, en cambio, que Charles Clifford era un buen muchacho, pero me temo que la realidad sea bien distinta… Me resisto a pensar que lord Hay lo haya golpeado en vano, debe haber tenido una razón muy poderosa para venir hasta acá. Creo, francamente, que el barón es responsable de los recelos de un caballero como lord Hay.

Anne permaneció callada, tomando en consideración lo que su abuela había dicho.

—¿Sigues interesada en Charles Clifford? —le preguntó de repente.

—¡No! —exclamó Anne—. He sido honesta con usted. Amé mucho a Charles, es cierto, pero lo que siento por Edward es más poderoso que lo sentido en el pasado. ¡Quisiera tanto que no tuviera más dudas acerca de eso!

—No voy a juzgarte, Anne —le tranquilizó su abuela—. Sé que el pasado es difícil de dejar atrás, por lo que es natural que puedas haber experimentado alguna duda…

—No, ninguna duda, abuela —le aseguró con firmeza—. Mi corazón le pertenece solo a Edward.

—Me alegra escuchar eso. Pienso que es una buena elección y hace tiempo que, en silencio, deseaba que sucediera. He visto el cambio que se ha producido en lord Hay desde que nos conocimos en Ámsterdam e incluso sin saber del duelo, comprendí lo mucho que te quería.

—Olvida que no ha hablado aún con usted de sus intenciones y que desconozco si continúa deseando casarse conmigo —contestó Anne con pesar.

—Estoy segura de que sí, pero me encargaré pronto de saber qué fue lo que sucedió. Esta tarde veré al barón y mañana partiremos de regreso a Londres.

Tal como había dicho, lady Lucille fue con Anne a Clifford Manor en la tarde; la joven permaneció en el salón con la señora Carlson, escuchando los pormenores. La mujer era más parlanchina que su esposo, por lo que no tuvo reservas en describirle a Anne el encuentro con los señores Hay y el tiempo que había compartido con ellos en la cocina. Según le había dicho, el más joven de ellos tenía mucha hambre, como si no hubiese probado bocado en un día. En cambio, lord Hay estaba sumido en sus pensamientos, habló muy poco y apenas comió. Anne estaba triste al escuchar esto, se preocupaba mucho por la salud de Edward y no le agradaba saber que se encontraba en ese estado.

—¿Lord Hay estaba muy golpeado? —preguntó.

—Al principio le costó mucho trabajo ponerse de pie y caminar, pero el barón está peor.

Anne sintió pena también por Charles, aunque no iría a verle. Desconocía su grado de culpabilidad, pero imaginaba que había estado involucrado de alguna manera.

Lady Lucille subió despacio la escalera de mármol hasta el piso superior. El señor Carlson le explicó que habían colocado al señor Clifford en su antigua habitación, a petición del propio caballero. El señor Carlson y el jardinero tuvieron que ayudarlo a subir y luego el médico confirmó que tenía dos costillas rotas, por lo que le indicó reposo por unos días. Lady Lucille aguardó a que el señor Carlson le anunciara y luego entró en la espaciosa recámara. Todavía estaban allí sus muebles y buena parte de sus pertenencias. Debía ser difícil para él permanecer en una habitación que ya no era la suya.

El barón se hallaba acostado, todavía tenía dolor pese a los medicamentos, así que no se encontraba de buen humor para recibir visitas. En el caso de lady Lucille, al ser la dueña de la casa, debía intentar al menos ser cortés.

La señora se sentó a su lado y lo observó con condescendencia.

—Me honra con su visita, lady Lucille, no pensé que sería digno de tanto —murmuró, con una sutil ironía.

—Era imprescindible que viniese. Ha tenido una pelea con un querido amigo mío, en una casa que me pertenece, señor Clifford.

Charles quiso reírse, pero el dolor le convirtió la sonrisa en ciernes en una mueca de disgusto.

—También deseaba saber de usted y de cómo se sentía, pero tengo la impresión de que mi visita no le resulta agradable. No obstante, es mi propósito trasmitirle nuevamente que puede permanecer en Clifford Manor el tiempo que desee. El servicio estará a su disposición, así como los señores Carlson. Mañana parto para Londres y después para Ámsterdam, por lo que considero esta entrevista como nuestra despedida. Le deseo, señor Clifford, una pronta recuperación.

Charles dejó de lado la ironía y le agradeció a la duquesa por sus palabras:

—Ha sido muy amable, señora, al consentir que permanezca aquí. Espero no abusar de su hospitalidad y que el doctor me permita muy pronto salir de esta cama.

—Así lo espero yo también —continuó la dama—. Antes de marcharme, quisiera hacerle una pregunta y me gustaría que fuese sincero al responderla.

El barón asintió.

—¿Cuál fue la causa de la pelea entre usted y lord Hay?

Charles permaneció unos segundos en silencio, elaborando la mejor respuesta, hasta que por fin habló:

—Me temo, lady Lucille, que esa es una cuestión que debe permanecer entre caballeros.

—Su respuesta no me satisface, sobre todo cuando tengo motivos para considerar que el nombre de mi nieta guarda relación con esa disputa.

Charles sonrió.

—¡Vaya! —exclamó—. ¿Cómo sabe usted eso? ¿Acaso Anne osó decirle el estrecho lazo que nos unió durante años?

—Estoy al tanto ya del asunto —repuso la dama un poco incómoda—, y sé que es algo del pasado. Anne me ha asegurado que su afecto es correspondido por lord Hay, su prometido, y se casarán muy pronto. Es por ello que me alarma que se haya producido una reyerta de esa naturaleza entre ustedes dos.

—Si tan cercana es a lord Hay, debería hacerle esa pregunta a él. Le sorprenderá advertir que ese compromiso al que alude, ya no existe.

La expresión de lady Lucille denotaba asombro y preocupación a partes iguales.

—Entonces sí sabe… —insistió—. ¿Por qué motivo desearía lord Hay deshacer su compromiso con mi nieta?

—Le reitero, Excelencia, que eso debe preguntárselo a él. No me incumbe a mí dar razones sobre la conducta de ese caballero. Fue él quien vino hasta aquí para agredirme, no al revés. Fui yo quien terminó en este estado, cuando puedo asegurarle que no le infringí a lord Hay ningún daño como los que yo recibí.

Lady Lucille no se dejó convencer.

—Conozco a lord Hay y sé que sería incapaz de mantener una actitud violenta, salvo por un motivo gravísimo —contestó ella—. Ese es el motivo que deseo saber...

—Le repito que de mí no obtendrá más información, lady Lucille, aunque puedo adelantarle que lord Hay está convencido de que Anne continúa amándome. En cuanto a mí, no temo confesarle que la amo desde el primer momento en que la vi cuando éramos niños, y no tengo duda alguna de que volveré a ganarme su cariño. Me gustaría saber que cuento con su beneplácito.

La dama se levantó de la silla.

—Anne me ha asegurado que su sentir es otro, que no volverá a aceptarlo.

—¿Tanto le incomoda que su nieta pueda casarse con el Barón de Clifford y llevar su apellido? Creí que era una dama moderna, que no daba cabida al resentimiento.

Lady Lucille se quedó azorada.

—Mi abuelo me lo confesó poco tiempo antes de morir —le explicó Charles—, cuando descubrió mi relación con Anne. Entre las objeciones que expuso no estaba únicamente el hecho de que fuese una cantante bastante conocida, sino la historia que existía entre usted y él. Me quedé asombrado al escucharlo y no me atreví a contárselo a Anne. Debo decir que mi abuelo habló acerca de su pasado con pesar. Aunque era un hombre demasiado orgulloso para admitir sus errores, imagino que se arrepentía de lo que le había hecho.

Lady Lucille se fue recuperando con lentitud de aquellas palabras, y reunió todo el valor que pudo para contestarle.

—El pasado no vuelve jamás, señor barón. Es demasiado joven para encontrar algún tipo de placer en recordarle a una anciana una historia como esa. No me opondría a su relación con Anne de tener la certeza de que posee un buen corazón y que será un buen esposo para ella, pero yo no tengo esa certeza y jamás podré darle mi beneplácito dudando de su carácter y de su virtud. Lo que conozco acerca de usted habla muy mal de sí mismo. No tuvo las agallas suficientes para enfrentarse a su abuelo por la mujer que decía amar tanto, y se comportó de forma indigna con mi nieta al abandonarla como lo hizo. En estos momentos, tengo razones para reprocharle su conducta con lord Hay, sé que hay algo turbio en todo eso y no cejaré en descubrir qué es.

Charles no dijo nada más y lady Lucille despareció de la habitación, con una mezcla de sentimientos. Sí, tenía que desconfiar del Barón de Clifford, era irónico, irreverente y tenía bastantes cosas que ocultar. No tuvo corazón para decirle a Anne que el barón consideraba terminado su compromiso con lord Hay. Quizás aquella era una simple especulación. Le comentó tan solo que no había querido decir nada al respecto, lo cual en parte también era verdad. Cuando regresaran a Londres y pudieran hablar con Edward, despejarían todas las interrogantes que tenían y sabrían al fin lo que en realidad estaba sucediendo.

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