Capítulo 36
Hay House amaneció con los rezagos de la desavenencia de la noche anterior; Anne no se había aventurado a salir de su habitación y Georgie había hecho otro tanto. Edward intentó hablar con una y con otra, pero ninguna había querido recibirle. Blanche le comunicó que Anne se sentía indispuesta y esa vaga respuesta debía servirle para no forzar un encuentro. No tenía pensado contarle que había encontrado su pañuelo en el jardín, necesitaba confiar en ella, así que devolvérselo y explicar cómo lo había encontrado era casi tan grave como decirle que le creía a su tía. Esta última, tampoco le había vuelto a dirigir la palabra, confiando en que fuese lo suficientemente sensato para evaluar la situación con la mente fría.
Edward pensó en pedirle consejo a Henry, pero desistió. Darle participación a su mejor amigo en un asunto que comprometía a la mujer que amaba no era algo correcto. Lo mejor era dejarlo atrás. Por fortuna, una noticia lo sacó por un tiempo de sus problemas: Prudence había llegado a la casa en la tarde, después de haber recibido su último telegrama. Por mucho que se hubiese esforzado en partir de inmediato, no hubiera llegado a tiempo para despedirse de su madre, pero no quiso dejar de estar con sus hermanos de ninguna manera.
Cuando Edward fue a su encuentro, halló a su hermana y a su cuñado en el salón de Hay House. Para su sorpresa, también estaba allí la Duquesa de Portland. Aunque la saludó de inmediato y con afecto, no pudo dedicarle todo el tiempo que deseaba, pues Prudence se deshacía en lágrimas al llegar a su casa y saber que no podría volver a ver a su madre.
Luego de serenarse un poco, se excusó y subió a abrazar a Georgie. Edward le pidió que le avisara a Anne de la presencia de su abuela. Cuando su hermana desapareció, pudo prestarle más atención a lady Lucille. La dama le dio el pésame y le explicó que había decidido viajar con los van Lehmann para ver a su nieta y hacer un par de diligencias en Londres y en Essex.
A Edward le dio gusto verla, pero no pudo reprimir cierto escrúpulo al estar junto a ella, después de lo que había sucedido entre Anne y él. Debía hablarle cuanto antes para formalizar su relación, pero no se sintió con valor para hacerlo en ese momento y se prometió a sí mismo que hallaría una ocasión más oportuna. No sabía determinar si estaba agobiado por las palabras de su tía respecto a Anne y sus propias inseguridades sobre el tema, o era la tristeza por la muerte de su madre la verdadera razón que le afectaba su estado de ánimo. De una u otra manera, aquel no era el día correcto para hablar con la anciana.
Unos minutos después, Anne bajó la escalera sin disimular su alegría por la presencia de su abuela. Antes había saludado a Prudence y visto a Georgie, pero las hermanas permanecieron arriba en la habitación de la más joven, unidas por el dolor de la pérdida y lo reconfortante del reencuentro, por lo que las dejó a solas y corrió a abrazar a su abuela. Una vez que hubo saludado a Johannes e intercambiado alguna mirada con Edward en el salón, los caballeros se retiraron al despacho de este último para no importunar a la duquesa y a su nieta.
Anne experimentó un enorme alivio; permanecer en Hay House después de los más recientes acontecimientos le estaba volviendo loca.
—¡Oh, abuela! ¡Qué sorpresa más grata! No imagina cuánto le eché de menos…
—Yo también, querida —reconoció la dama—. Cuando conocí lo que le había sucedido a la señora Hay, supuse que podrías estar necesitándome. Imagino que la familia, por muy hospitalaria que pueda ser contigo, no está transcurriendo por un buen momento.
Anne asintió.
—¿Tía Beth se encuentra bien? —preguntó con preocupación.
—Está perfectamente. Tal es así que me instó a que viniera a buscarte. Como es de esperar, la temporada estival en Hay Park se interrumpió y no tiene mucho sentido que permanezcas con la familia en su período de duelo.
—No quisiera que pensara que soy ingrata con los Hay, pero deseaba mucho regresar a casa.
Su abuela fue comprensiva.
—Muy bien —le dijo—, más tarde mandaré un coche a recogerte. Yo iré a nuestra casa a alistar algunas cosas, no sé si el aviso de mi regreso habrá llegado a tiempo, pero debo hallarlo todo en orden.
Anne le sonrió.
—¡Qué deseos tengo de estar allá con usted! —exclamó.
Luego que su abuela se marchara, Anne permaneció el resto del tiempo en su habitación. Blanche preparaba el equipaje de la joven para trasladarse a la casa de la duquesa en Londres. La doncella había advertido lo mal que se encontraba Anne, pero fue incapaz de preguntarle nada esta vez. Tenía cierta idea de lo que había sucedido y era mejor no indagar sobre el asunto. En cierta forma, se alegraba de marcharse de esa casa también, los aires del hogar de lady Lucille serían mejores para las dos.
Cerca de la hora de partir, Anne se dirigió a la habitación de Georgie para despedirse. Las hermanas seguían juntas y en las dos era notable la tristeza que sentían por la muerte de su madre.
—Siento mucho que te marches, Anne —le dijo Georgie dándole un abrazo—. Llega una hermana y se marcha la otra.
Ella le agradeció por sus palabras. Tenía sentimientos encontrados: por una parte, deseaba irse, pero por otra, tenía el presentimiento de que una vez que se marchara de esa casa la relación entre ella y los Hay no sería igual.
—Muchas gracias, Anne, por el apoyo que has sido para Georgie y para mi hermano en estos días. Lamento también que te marches, pero sé que podremos conversar más después, o incluso cuando nos hallemos de regreso en Ámsterdam. A causa de los niños, no quisiera estar demasiado tiempo aquí. John ya está bien, pero estoy todavía un poco aprensiva por su causa.
—No sé cuándo regresemos nosotras —confesó Anne—, pero imagino que tampoco demoremos mucho en partir, para poder estar junto a tía Beth.
—¡Si vieras lo hermosa que está! —comentó Prudence con una sonrisa, al recordarla—. El vientre ha crecido muchísimo en estas últimas semanas. Cuando la veas te quedarás asombrada.
Por suerte para Anne, en el orden de las despedidas, no se vio precisada a hacerlo de la tía Julie, que estaría gozosa de que por fin se marchase de su casa. Cuando iba a bajar, Edward entró a la habitación para hablar con ella. Él también se debatía entre sentimientos contradictorios: la amaba y la echaría mucho de menos, pero volvía a experimentar alivio al tenerla lejos. Anne no se lo merecía, pero después de lo sucedido la noche anterior, estaba inseguro.
Con el regreso de la duquesa, creía que las cosas mejorarían para los dos. Ella estaría en un ambiente de mayor sosiego, lejos de ardides para separarlos o de reproches y sobre todo se librarían ambos del influjo negativo de la tía Julie.
Edward no le dijo nada, se acercó y la estrechó en sus brazos. Anne permaneció en ellos, deseosa de que el abrazo no terminara nunca. Le besó en la sien y ella levantó el rostro hacia él, invitándolo a que el beso se lo diera en los labios. Edward la complació, apoderándose de su boca por unos segundos, pero el beso terminó antes de lo que ella hubiese deseado.
—Siento mucho lo que ha sucedido —le dijo él—. No me gusta que te marches así.
Ella le colocó su mano sobre los labios para impedirle que continuara.
—No hablemos más de ese asunto. Mi abuela ha llegado en un momento oportuno y la distancia, al menos física, será buena.
Él asintió.
—Iré a hablar con lady Lucille sobre nosotros antes que regresen a Ámsterdam, te lo prometo.
Anne le agradeció que le dijese eso, le daba cierta tranquilidad escucharle hablar de sus planes para el futuro. Edward continuaba confiando en ella y deseando convertirla en su esposa. ¿Por qué entonces sentía que esa despedida era tan difícil?
Regresar a su casa de Londres con su abuela fue un bálsamo para Anne. La atmósfera en Hay House la asfixiaba y no se sentía a gusto allí, a pesar de que Edward y Georgie la quisieran. Él le había prometido que iría a verla y hablaría con lady Lucille, pero habían transcurrido dos días desde su partida y aún no había tenido noticias. Intentó no impacientarse, pero le era muy difícil no hacerlo.
Su abuela había salido en la mañana de forma bastante misteriosa y luego había vuelto anunciando que viajaría a Essex. Aquella intención no era extraña para Anne, pero su abuela tenía un brillo en los ojos que sí resultaba inusual. La tarde anterior había recibido a su abogado, el señor Littlejohn, algo que también le pareció sospechoso. Lady Lucille decidió hablarle al fin sobre su secreto, y aprovechando que la señorita Norris las había dejado a solas, se sentó frente a Anne para decirle la verdad.
—Debo confesarte, querida mía, que mi viaje a Londres ha tenido otro propósito, además del de verte.
—¿Está relacionado con la visita del señor Littlejohn ayer en la tarde? —preguntó Anne.
—Así es —respondió lady Lucille con una sonrisa—, pero no debes preocuparte, no se trata de nada malo, querida. Hace años que hice mi testamento y no aspiro a morirme tan pronto —añadió llena de picardía—. Pues bien, antes de llegar al centro de la cuestión, debo decirte que hace unos días recibí una carta de la señora Yeats que, como de costumbre, me resultó bastante útil.
Anne ya conocía que las cartas de la señora Yeats la ponían al día de cualquier suceso en Essex.
—En dicha carta, la señora Yeats me comentaba que el barón se había visto obligado a poner en venta Clifford Manor —prosiguió su abuela—. Debo admitir que me dolió en lo más profundo de mi alma conocer eso, pues la mansión ha estado en manos de la familia por generaciones y el difunto barón jamás se hubiese desecho de ella… Por otra parte, comencé a considerar que no me sentiría a gusto con otro vecino distinto a los Clifford, aunque apenas nos hubiésemos dirigido la palabra en medio siglo. Cuando supe que Prudence y su esposo pensaban viajar a Londres, me decidí a acompañarlos: de esta manera te vería, por supuesto, pero también podría hacerle al barón una generosa oferta por Clifford Manor.
La expresión de Anne denotaba la más viva sorpresa. Sabía por Edward que la casa estaba en venta, pero jamás imaginó que su abuela deseara adquirirla.
—¿Piensa comprar Clifford Manor, abuela?
—No pienso querida, ya la he comprado esta misma mañana.
Anne estaba atónita, por lo que la alegre duquesa continuó explicándose:
—Conocía que el barón se hallaba en Londres, así que le pedí a mi abogado que lo contactara y le llevara una propuesta adecuada por la residencia. Para mi sorpresa, el barón accedió enseguida. Según me dijo esta mañana mientras cerrábamos el contrato, Clifford Manor no podría estar en mejores manos. Por ironía del destino, cincuenta años después, me he convertido en dueña de esa casa, un lugar en el que debí haber vivido si me hubiese casado con el difunto barón.
—¿Lo ha hecho por eso, abuela? —preguntó Anne, sin salir de su estupor.
—Lo he hecho por varios motivos, cariño —añadió más seria—. Reconozco que durante muchos años albergué un hondo resentimiento por el barón, pero no creo que a estas alturas de mi vida el pasado haya primado en esa decisión. Lo cierto es que desde hace algún tiempo albergo el deseo de abrir algunas salas de exposición con mi colección privada de objetos antiguos: egipcios, griegos y latinos. Esta no es una empresa que pueda llevar a cabo en nuestro hogar de Essex o de Londres, porque nos privaríamos de la paz que necesito tener en mis últimos años. Adquirir Clifford Manor me brinda la posibilidad de cumplir ese objetivo, en una residencia lo suficientemente cerca de mi hogar para vigilar bien el proyecto, pero lo bastante distante para que no me perturbe.
Anne la escuchaba con interés. La idea de su abuela le había agradado y reconocía que era muy interesante.
—No solo he pensado en montar esas exposiciones, querida, sino que también albergo otros propósitos. Pretendo hacer un salón de fiestas y organizar bailes con regularidad para recaudar fondos para la Liga de Damas de Essex; he pensado en abrir algunas salas de pintura y llevar adelante tu proyecto de darles clases a los niños y jóvenes de música y de canto. ¡Clifford Manor se convertirá en un faro para la educación y el arte en los albores del nuevo siglo! No puedo sentirme más satisfecha…
—¡Es excelente! —exclamó Anne—. Ha pensado en todo, abuela y sé que su idea será un rotundo éxito. Sin embargo, siento cierta pena por el barón. Como bien dice, desprenderse de una parte importante de su patrimonio como Clifford Manor, no debe haber sido fácil para él.
—Lo sé, Anne, pero no puedes sentirte responsable por ello. La casa se encontraba en venta y cualquier otro pudo haberla comprado, era cuestión de tiempo. De hecho, el barón tenía varias ofertas buenas por la casa, pero no había aceptado ninguna de ellas. Me sorprendió bastante que, en mi caso, se haya decidido tan pronto a hacerlo. Yo le comenté mi deseo de pasar a tu nombre esa propiedad. Lo más deseable es que con tu juventud e inteligencia, dirijas por ti misma mi museo y la escuela que albergará Clifford Manor.
Anne se quedó pensativa, quizás ella tuviese que ver con esa decisión del barón, puesto que él pretendía reconquistarla. ¿Si se casaba con ella no obtendría de esta forma el dinero de la venta y la casa de vuelta?
—Es a causa de la venta, Anne, que me marcharé esta misma tarde para Essex. Debo ver yo misma las condiciones en las que se encuentra la casa y las obras que debo hacer para adecuar sus salones a la propuesta que tengo. Me encontraré en Essex con un arquitecto que tendrá a su cargo estos trabajos, y debo seleccionar a alguien que me represente durante mi ausencia y a otra persona que se encargue del diseño artístico.
Anne estaba anonadada ante las providencias que estaba tomando su abuela.
—¿Ya ha pensado en alguien? —indagó.
—Tengo algunos nombres en mente, personas de mi absoluta confianza, como los Carlson. Sobre la parte artística, desearía que el señor Percy participe en la exposición inaugural. He tenido excelentes referencias sobre él a través de Prudence, y me he informado al respecto. Aún es demasiado pronto para hablar de este asunto con él. Quizás a mi regreso de Essex, cuando evalúe el estado de Clifford Manor y el tiempo que demorará su terminación, me decida a entrevistarme con él.
—He conocido al señor Percy hace unos días. Compartió con nosotros un tiempo en Hay Park y es una persona muy agradable. Sobre su obra, estoy convencida de que se ajustará a sus gustos, abuela.
—He visto algunos catálogos en Ámsterdam durante tu ausencia —comentó—, y me parecen encantadoras sus pinturas. Será un placer conocerlo y para ello cuento con la ayuda de lord Hay para que haga las presentaciones.
Anne permaneció en silencio. Su abuela había mencionado a Edward y no se sentía en condiciones de hablar de él. Ni siquiera había acudido a conversar con lady Lucille, como le prometió.
—Ahora dime, Anne —prosiguió su abuela—, ¿deseas acompañarme a Essex o prefieres permanecer en Londres con la señorita Norris?
Anne no sabía qué decidir, no deseaba alejarse de Londres sin volver a ver a Edward, pero el proyecto de lady Lucille le interesaba sobremanera y no iba a permitirle que viajara sola.
—Iré con usted, abuela —le dijo con una sonrisa—. ¡Me encantará ver de cerca cada detalle de lo que ha imaginado para Clifford Manor!
Los ojos de lady Lucille resplandecían de expectación.
—¡Perfecto! —exclamó dando palmas—. Alístate para partir después de comer. La señorita Norris se quedará en esta casa entonces. ¡Sabes cuánto detesta viajar!
Anne se marchó a su habitación enseguida y escribió una nota dirigida a Edward, en la cual le advertía que acompañaría a su abuela a Essex y que lo vería a su regreso. Cuando Blanche llegó a su habitación, le pidió que preparara lo necesario para el viaje y le entregó la nota que había redactado, dentro de un sobre sellado.
—Blanche, por favor, necesito que entregues esta carta en Hay House en propia mano. Es para lord Hay.
—Así se hará, señorita.
Blanche se retiró y Anne no volvió a verla hasta casi la hora de partir. Había estado esperando una contestación de él o incluso que apareciese, pero no había tenido noticias.
—Blanche —le preguntó—, ¿le diste la nota a lord Hay? ¿Ha enviado alguna respuesta?
La doncella advirtió que la joven rebosaba ansiedad.
—Se la di al propio lord Hay en sus manos, pero no envió contestación.
Anne le dio las gracias y se marchó muy preocupada por el comportamiento de Edward. Su silencio le espoleaba el alma y no sabía el motivo. Quizás prefería escribirle a Essex o incluso ir a visitarla allí, aunque se preguntaba si sabría llegar a la casa de ellos en la región.
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