Capítulo 34

La alegría que reinaba en Hay Park no tardó en esfumarse cuando al día siguiente apareció Gregory Hay al mediodía. Iba montado en su caballo y se encontró con el grupo que regresaba de un paseo, a tiempo para comer. En cuanto Edward lo vio supo que sucedía algo malo, pues no esperaba que su hermano se incorporara a sus planes para el verano, abandonando a la señorita Preston. Gregory se desmontó y se acercó a Edward; el resto de los invitados permanecieron dos pasos más atrás, pero escucharon cuando el recién llegado dijo que su madre estaba enferma de gravedad. Edward permaneció en silencio, no se había recuperado de su impresión inicial y no sabía qué decir. Georgie reprimió un sollozo en cuanto escuchó esto, pero Beatrix y Anne se mantuvieron a su lado, tranquilizándola.

Brandon Percy estaba atónito.

—¡No es posible! —dijo—. ¡Hace tres días cuando nos vimos en Londres su condición era la habitual! ¿Qué ha sucedido?

—Así es —asintió Gregory—, hace tres días, cuando nos encontramos, mamá seguía igual de enferma, sin nada que alarmara de manera especial, pero esta mañana tía Julie me ha enviado una nota diciéndome que había sufrido una apoplejía en la madrugada. He ido a la casa de inmediato y la he visto… También hablé con el médico.

—¡Dios mío! —exclamó Georgie angustiada, con los ojos llenos de lágrimas.

—¿Qué ha dicho el médico? —preguntó Edward al fin.

—Que ha hecho lo posible, pero que de ahora en lo adelante está en manos de Dios. Mamá no está inconsciente pero no se mueve, ni habla y no sé si me ha reconocido.

Georgie se abrazó a Anne llorando.

—Le he pasado un telegrama a Prudence enseguida —prosiguió Gregory—, pienso que es importante que esté con nosotros.

No lo dijo, pero se comprendía que temían lo peor. Edward asintió.

—Has hecho bien.

Gregory dio un paso hacia él y le dio un abrazo en silencio.

—Partiremos en breve —anunció Edward—, mandaré a preparar un carruaje. Tu caballo está muy cansado, Gregory, deberías dejarlo en las caballerizas y regresar en el coche —comenzó a andar bastante aprisa, mientras se dirigían a la casa.

Una vez dentro, habló con Anne y con Georgie.

—Gregory y yo iremos primero, pienso que es prudente que permanezcan un tiempo aquí, luego les enviaré noticias.

—¡De ninguna manera! —se opuso Georgie—. Yo regreso con ustedes, no estaré ni un momento más en Hay Park.

Edward asintió, comprensivo.

—Ve a alistarte entonces, no demores demasiado.

Georgie desapareció dejando a Anne con Edward.

—Lo siento mucho… —Ella le tendió las manos y él las aceptó—. ¿Qué puedo hacer?

—Prefería que Georgie se quedara aquí contigo, ¡no deseaba que viera a mamá en ese estado! Reconozco, no obstante, que tiene razón al insistir en acompañarnos, me temo que… —Se interrumpió, preso de la mayor preocupación—. Presiento que mamá no podrá recuperarse, y no me perdonaría que, en ese caso, Georgie no pueda despedirse.

Anne jamás había visto a Edward tan desalentado y triste. El camino de regreso a Londres fue hecho en silencio. Blanche se apresuró en tener listas las pertenencias de Anne para la hora de partir. Beatrix y lord Holland permanecerían en Hay Park junto a Brandon Percy al menos hasta el día siguiente, para empacar con menos prisa, aunque no tardarían en reunirse con sus amigos para brindar su apoyo.

El recibimiento de tía Julie en Hay House no fue alentador, el estado de la señora Hay cada vez era peor. Cuando sus hijos entraron a verla, tenía los ojos cerrados y no volvería a abrirlos. Anne no fue a la recámara de la señora Hay, sabía que no le correspondía, pero los rostros de Georgie, Gregory y Edward cuando salían de verla, reflejaban una pena profunda. El médico advirtió que el desenlace podía acontecer en cualquier momento. Edward lamentaba que Prudence no llegara a tiempo, le quedaba alguna esperanza de que su madre resistiera, pero en realidad sabía que era poco probable.

Edward insistió en quedarse junto a su madre y le pidió a Anne que no se alejara de Georgie, no deseaba que esta contemplase esos últimos momentos. La joven estaba abstraída de su alrededor; Anne, Gregory y la tía Julie se mantuvieron en vela con ella esa noche. La tía Julie, no obstante su preocupación, no dejaba de mirar a Anne de forma extraña, como si supiese lo que estaba sucediendo entre ella y su sobrino. La joven trató de no percatarse de su expresión reprobatoria y se concentró en darle apoyo a Georgiana.

El médico regresó en la madrugada, después de ver a otros pacientes, pues intuía que a la señora Hay le quedaba poco tiempo de vida. Justo antes del alba, Edward bajó de la recámara de su madre, y su familia supo que el sufrimiento de la señora Hay había concluido. La noticia no por esperada, fue menos dolorosa, sobre todo para Georgie. Gregory y Edward tenían el corazón más curtido y eran mayores cuando murió su padre, por lo que habían experimentado antes ese dolor. Ambos sabían que habían perdido a su madre hacía mucho tiempo, pero Georgie creció con la enfermedad de la señora Hay, y su deterioro era parte de cuanto conocía de ella. La mujer sensible, inteligente y hermosa que había sido, escapaba al recuerdo de Georgiana. Tenía algunos de su madre vestida para un baile, o de las celebraciones de la boda de Prudence, pero esas imágenes que conservaba en su mente se iban apagando.

Los Holland y el señor Percy arribaron en las primeras horas de la mañana; la ayuda de Beatrix fue indispensable para organizar el velatorio y el funeral de la señora Hay, pues Edward se sintió, como pocas veces en su vida, incapaz de hacer nada. La tía Julie estaba vieja y cansada, así que en poco podía contribuir. Percy también fue una ayuda inestimable para Georgie, pues ella agradecía su compañía en silencio.

Las horas transcurrieron en medio de una nebulosa, los Hay se mantenían en pie a duras penas y recibían el pésame de personas conocidas y algunas desconocidas. Cuando le dieron sepultura a la señora Hay a la mañana siguiente, Edward y sus hermanos experimentaron la sensación contradictoria entre la paz y un vacío irremediable.

Un telegrama de Prudence explicaba que no había partido en el primer barco hacia Inglaterra, porque su pequeño hijo John estaba con fiebre; el médico temía que fuera escarlatina. Edward, preocupado por esta noticia, no quiso responder anunciándole la muerte de su madre, prefería esperar un poco, antes de decírselo.

La familia estaba muy cansada, habían dormido escasas horas en los últimos días, así que luego de comer algo se retiraron a sus aposentos. Anne se quedó dormida en el acto, aunque fuera su primera vez en esa casa. Estaba tan agotada que durmió como si se tratase de su cama de Essex. A pesar de ello, un pequeño ruido al cabo de un par de horas la hizo despertarse sobresaltada. Para su asombro, se encontró que Edward estaba en su habitación, luego de haber cerrado la puerta. Anne lo encontró demacrado, ojeroso, triste y le angustió mucho verle en ese estado.

—Lo siento —le dijo él con pesar—, no era mi intención despertarte, pero no he podido conciliar el sueño. Necesitaba verte…

Ella lo entendió y le abrió un espacio en su lecho. Edward no dijo nada más y se acostó junto a ella, aceptando la amable invitación que le había hecho. La joven colocó su cabeza encima del hombro de él y lo rodeó con su brazo. No demoraron mucho en quedarse dormidos, sin importar que fuese en pleno día o que alguien pudiese descubrirlos. Después de lo que había sucedido en la vida de Edward, nada más parecía importarles a los dos.

Era casi de noche cuando Edward despertó. Anne aún estaba abrazada a él y se veía muy hermosa. Suspiró, ella era un regalo para él y la razón por la cual no se había dejado abatir en esos dos días de desconcierto. Había tenido presente a Anne, la había visto dándole aliento con una mirada, en silencio, y con eso había sido suficiente.

Después de dormir a su lado se sentía con más ánimo, capaz de seguir adelante y eso haría. Se inclinó sobre ella y le dio un beso en la mejilla, ella se movió un poco hasta que abrió sus enormes ojos oscuros y lo halló observándola.

—¿Has dormido bien?

—Sí —contestó él, haciéndole una caricia sobre la mejilla con la yema de sus dedos—. Acabo de despertarme, es casi la hora de cenar.

Anne se incorporó de un salto.

—¡No sería prudente que te encontraran aquí! —advirtió—. Mi doncella puede entrar en cualquier momento.

Edward asintió y se levantó de la cama, no sin antes darle un beso en los labios.

—Te amo mucho, Anne.

La respuesta de ella le hizo esbozar una tenue sonrisa, que aún estaba en sus labios cuando salió a hurtadillas de la recámara. No había dado dos pasos cuando se percató de que la tía Julie, de riguroso negro, lo miraba con expresión severa. Edward no se dejó intimidar y continuó su camino hasta su recámara. La tía Julie lo siguió y cerró la puerta tras de sí.

—¡El cuerpo de vuestra madre todavía yace caliente en su tumba! —exclamó airada—. ¡Jamás esperé que fueses a dañar su memoria de esta forma!

Edward se volteó hacia ella, enervado por las palabras que le había dicho.

—No voy a permitirle que me hable en ese tono, tía Julie —dijo en voz baja, pero firme—. Nadie honra más la memoria de mi madre que yo, así que le pido que no ose volver a decir algo semejante.

—¿Qué esperas que diga? —espetó la dama insultada—. ¿Cómo puedo aplaudir tu desvergüenza con esa mujer en esta casa?

—No ha habido ninguna desvergüenza, tía. No ha sucedido absolutamente nada que atente contra el respeto de esta casa. Le pido que se refiera a Anne de otra manera, porque es mi prometida y pensamos casarnos después del período de luto.

—¡Santo Dios! —prorrumpió la tía Julie—. ¡Esto es peor de lo que imaginaba! ¿Acaso has perdido la cabeza? ¡Te consideraba un hombre más sensato! ¡Casarte con una mujer como esa! Si tu madre estuviera viva y en su sano juicio, condenaría ese matrimonio.

Edward suspiró.

—Mi madre estaría feliz —le aseguró él—. Era muy amiga de la madre de Anne, y yo no le debo ningún tipo de explicaciones, tía Julie. Le pido que salga de inmediato de mi habitación y que me deje en paz.

La dama dio dos pasos atrás, no habituada a esa impaciencia de su sobrino mayor. No obstante, antes de marcharse, le advirtió:

—Vas a arrepentirte de haber puesto los ojos en esa mujer de dudosa reputación. Espero que cuando descubras su verdadera naturaleza, no sea demasiado tarde y no te veas atado a ella en un matrimonio infeliz. Piensa en el ejemplo que estás siendo para Georgiana. ¡Gregory es un caso perdido! —exclamó—. Pero Georgie te ve como a un padre, y en estos momentos no estás siendo el mejor ejemplo para ella.

Edward permaneció callado, malhumorado por las palabras de la tía Julie y maldiciendo por haber sido descubierto saliendo de la habitación de Anne. Debía tener más cuidado en lo adelante, pues no permitiría que la tía Julie volviese a expresarse así de su prometida. Anne era un ángel para él y debía protegerla del hiriente criterio de su tía.

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