Capítulo 30

Al día siguiente Edward amaneció como un niño pequeño el día de Navidad. Tenía un ánimo excelente y Georgiana así lo notó. Le confió a su hermana que Anne los acompañaría a Hay Park, pero no añadió nada más. Con esta noticia, Georgie confirmó cuál era el motivo de su alegría. Estaba contenta por verlo tan satisfecho, aunque la expresión de reproche de tía Julie le preocupó un poco. La dama mantenía en silencio su criterio, pues sabía que Edward, como cabeza de familia, era capaz de tomar sus propias decisiones.

Edward decidió ir a casa de lord Holland, debía compartir con su amigo la noticia que lo hacía sentir el hombre más dichoso. Los Holland también irían a Hay Park y deseaba comentarle un par de cuestiones acerca del viaje. Esta era la primera vez en mucho tiempo que ansiaba la llegada del verano.

Al arribar al hogar de sus amigos, supo que Beatrix no se encontraba, pues se había trasladado a Derbyshire. Lady Holland acostumbraba a dejar a los niños con su madre durante algunas semanas en esta época del año; los pequeños adoraban a sus abuelos y les servía como un cambio de aires. Beatrix, por su parte, aprovecharía la estancia en Hay Park para descansar.

En cuanto Henry vio a Edward se percató de que estaba distinto y lo hizo pasar a su despacho. Era demasiado temprano para brindarle una copa, por lo que se contentaron con ir directo a la conversación. Henry tenía algunas cosas que decirle a Edward, pero deseaba que este hablara primero, sospechaba que sería mucho más importante.

—Me atrevería a decir que estás feliz —se aventuró—, y si ese es el caso, te pido que no me niegues por más tiempo la razón de esa felicidad.

—No te la pienso negar —contestó Edward con una sonrisa—, la razón tiene un nombre: Anne.

Henry comenzó a reír, entusiasmado.

—¿En serio? —le dijo mientras le daba un abrazo— ¿Qué significa eso exactamente?

Edward lo reprendió con la mirada, no le daría detalles demasiado suculentos, había cuestiones que debían permanecer entre Anne y él.

—Ella me ama —respondió con sencillez—. Ayer en la tarde me lo confesó y ha aceptado ir con nosotros a Hay Park. ¡Mi dicha no puede ser más completa!

—Te doy mi enhorabuena, amigo —le felicitó Henry dándole unas palmadas en la espalda—. Son excelentes noticias. Entonces piensas casarte pronto…

—En realidad, no hemos tenido tiempo para hablar de ese asunto, pero espero que sí…

—Edward, no deberías posponer esa conversación —le aconsejó—. Amar es una cosa, pero un compromiso da la seguridad suficiente para que el amor prospere como deseas.

—Tienes razón, pero no podremos formalizarlo hasta que viaje a Ámsterdam para hablar con lady Lucille de mis intenciones.

—Muy bien, pero eso no te impide que Anne lo sepa de tus labios. Por cierto, ha salido esta mañana en The Post la reseña sobre su presentación en el Palacio Real de Ámsterdam. No sé si estás al corriente de que acompañé a Oliver a casa de los Thorpe…

—Lo sé —asintió Edward tomando el periódico que su amigo le tendía—, Anne me lo comentó. ¡Qué bien que ya se publicó la reseña! He salido tan aprisa de casa esta mañana que no tuve tiempo de mirar el diario.

Edward dedicó los siguientes minutos a leer con detenimiento el artículo dedicado a Anne. “La señorita Cavendish deleita a la Casa Real holandesa en un concierto privado en Ámsterdam”. El resto resultaba ser muy elogioso para Anne, narraba los pormenores de la presentación, incluyendo algunos que el propio Edward desconocía, como la concurrencia. Cuando leyó entre los asistentes el nombre del Duque de Mecklemburgo-Schwerin se sobresaltó. No había imaginado que hubiese estado todavía allí, de seguro Anne se había sentido muy incómoda. ¿Habría sido él quien le contó acerca del duelo? No quiso importunar a Henry con estas suposiciones, por lo que guardó sus pensamientos para sí.

—Me parece estupendo el artículo —comentó—. Digno del talento de Anne.

—¿No te preocupa que ahora el barón sepa que se encuentra en la ciudad? Recuerda que Oliver comenta en una de las líneas “la señorita Cavendish regresa a Londres después de una estancia en Ámsterdam de varias semanas” —prosiguió Henry mientras leía la consabida parte en el diario.

—No, no me preocupa.

De inmediato pasó a contarle cómo se había encontrado con el barón cuando salía de su casa la otra mañana y lo que le había dicho. Henry se quedó asombrado por la estupidez que había cometido, pero luego reconoció que había tenido un saldo positivo.

—Gracias a eso, el temido encuentro se produjo y no ha tenido consecuencias. El barón es cuestión del pasado en la vida de Anne, ella misma me lo aseguró y yo confío en su palabra.

—Me parece muy acertado eso que dices —le aplaudió su amigo—, y al respecto quería comentarte algo: mi padre me ha pedido que no ampare más al barón.

—No lo entiendo. Fue tu padre mismo quien insistió en que lo ayudaras. ¿No era el abuelo del barón muy amigo de tu padre?

—Así es, pero también lo es de lord Acton, y hace muy poco tuvo noticias desagradables sobre el comportamiento del barón con esa familia, que a su juicio no lo hacen digno de su amistad. Mi padre es una persona muy recta, por lo que me fío de su criterio y, según lo que me ha dicho, tiene motivos para no confiar en una persona que puede comportarse de una forma tan poco honorable.

—Anne me dijo ayer algo semejante —recordó Edward—, pero no quiso entrar en detalles. Quizás se trate del mismo asunto.

—Es muy probable. Parece que no sabes que la señora Thorpe es hermana de lady Acton.

—No, no lo sabía —reconoció—. La señora Thorpe me comentó en Ámsterdam que vendría a la boda de su sobrina mayor, pero no mencionó el apellido de su familia. Yo no conozco mucho a los Acton, pero recuerdo mencionaste que la menor de las hijas estuvo comprometida con el barón.

—En efecto. Mi padre acogió al barón porque fue amigo de su abuelo, pero también porque sintió pena de él cuando se rompió su compromiso con la señorita Acton. El barón le aseguró que lord Acton había actuado de esa forma con él por sus deudas, algo que a mi noble padre conmovió. Sin embargo, hace poco se encontró con lord Acton y descubrió por qué había merecido realmente ese tratamiento. No se había tratado de las deudas… El barón fue desleal con lord Acton y a su vez le mintió a mi padre, haciéndole censurar la conducta de un gran amigo. Es posible que la señora Thorpe, a raíz de la visita del barón a su casa, le haya contado a Anne la verdad.

Acto seguido, le narró a Edward con lujo de detalles lo que su padre le había dicho. Edward quedó sorprendido al conocer la historia.

—Entiendo ahora por qué Anne me confesó que tenía motivos más que suficientes para tener al señor Clifford en un mal concepto, pero que era un secreto que no le pertenecía.

—Estás enterado ya —prosiguió Henry—. He escuchado que sus deudas son mayores de lo que imaginábamos. Sé que ha vendido algunas obras de arte que poseía en su casa, pero su colección estaba bastante menguada. Según parece, el difunto barón era un ludópata y no supo manejar bien sus inversiones.

—¡Es terrible! —exclamó Edward—. Siento pena por el señor Clifford, a pesar de todo.

—Lo último que he sabido es que Clifford Manor está en venta. Imagino cuánto ha debido dolerle tomar esa decisión, pero si ha dado ese paso, es porque no ha tenido otra alternativa.

Edward pensó en la fortuna de Anne y en cuánto le hubiese favorecido al barón ser su esposo. Ese pensamiento le disgustó. Henry le había leído la mente, pues le dijo con sencillez:

—Me satisface que Anne esté enterada de la clase de persona que es el Barón de Clifford, y más aún que ustedes dos estén próximos a casarse. Un hombre desesperado, como el barón, puede ser peligroso en muchos sentidos.

Edward no dijo nada más. Su mejor amigo, como de costumbre, era muy sensato en sus juicios. El barón podía intentar recuperar a Anne, pero ella no se dejaría dominar por el recuerdo de un pasado que ya había quedado atrás. Pronto se marcharían para Hay Park y Anne estaría fuera del alcance del señor Clifford.

Esa misma tarde, Edward caminaba por Hyde Park acompañado de Anne y de su hermana; para él no podía existir mejor plan que tener a la mujer que amaba de su brazo, mientras intercambiaban miradas. Frente a Georgiana no se habían atrevido a decir nada, pero la joven se daba perfecta cuenta de que se querían.

Georgie caminaba delante de la pareja, pues paseaba al perro de su madre con una correa. El pobre apenas veía la luz del sol, pues sentía una devoción tan profunda por su dueña enferma que le costaba mucho alejarse de ella. En esa ocasión la joven pensó que Snow —un terrier mediano de pelo blanco—, agradecería la compañía y el ejercicio. Edward aprovechó entonces la ocasión para invitar a Anne, con lo cual garantizaba pasar un tiempo a su lado.

Los enamorados se sentaron en un banco y Georgie se alejó con el perrito, llevando un sombrero que le protegía del sol. Anne se quedó por unos momentos absorta, observándola avanzar por el camino rodeado de flores… Cuando volteó la cabeza, se encontró el rostro de Edward tan cercano del suyo que temió por un momento que fuese a darle un beso.

Se rio de su expresión suplicante, y lo alejó de ella con las palmas de sus manos.

—¡Georgie puede vernos! —le regañó—. De hecho, cualquier persona puede hacerlo…

En el parque se divisaban a lo lejos varias familias que aprovechaban el buen tiempo del verano para salir a pasear.

—Deseo tanto darte un beso…

Anne se ruborizó al escucharlo, pero volvió a sonreír.

Edward recordó la conversación que había tenido con su amigo Henry y se puso un poco más serio. Debía hablar con ella algunas cosas antes que Georgiana regresara.

—Anne, pienso que debemos hablar sobre nosotros —comenzó—. En Ámsterdam te dije que mis intenciones eran serias y eso no ha variado en lo más mínimo. Deseo casarme contigo, te amo y quiero pasar el resto de mi vida a tu lado.

Ella sintió que su respiración se agitaba y lo miró emocionada, mientras le tendía una de sus manos.

—Gracias —le contestó—, también deseo casarme contigo, Edward. ¿Recuerdas aquella tarde en el invernadero cuando hablábamos de matrimonio y de recuperar la esperanza para comenzar de nuevo? —Él asintió—. Pues bien, en aquella oportunidad te confesé que no concebía al matrimonio en otros términos que no fuese por amor y que tendría que enamorarme otra vez para aspirar a ese futuro que me parecía incierto… Hoy me alegra tener la certeza de que en ti he encontrado al hombre que estaba buscando.

Edward acarició su mejilla con la mano, miró alrededor y le robó un beso, tan deprisa que Anne no tuvo tiempo de resistirse.

—Por más que deseo contarlo, pienso que no debemos aún confesárselo a nadie —le comentó después—. Henry y Beatrix sí están al corriente, pero no se darán por enterados hasta que podamos hacerlo púbico, como corresponde. Lo correcto es que hable de inmediato con lady Lucille, pero la distancia me priva de ese deseo. Admitir que ya estamos comprometidos impediría que fueras con nosotros a Hay Park, pues no se vería bien… En ese sentido, no sé si sería prudente que vinieras con nosotros o esperar al otoño y acompañarte a Ámsterdam para pedirle tu mano a la duquesa.

Anne se quedó pensativa unos instantes. Sabía que Edward tenía razón: si estaban prometidos e iban a casarse, podría interpretarse mal que compartiesen el verano juntos.

—Creo que podemos ser discretos hasta regresar a Ámsterdam —le contestó—. Faltan pocas semanas y es lo mejor tanto para mi abuela como para Georgie, que tan entusiasmada está con los planes para el verano. Además —le dijo mirándolo con una sonrisa—, no soportaría marcharme ahora de tu lado…

Edward sujetó con fuerza la mano de Anne que todavía tenía entre las suyas.

—Yo tampoco, pero quería hacer lo correcto y que decidieras por los dos. ¡Tengo muchos deseos de pasar el verano a tu lado! Por cierto —le dijo con severidad—, ¿para cuándo podemos fijar la fecha de la boda? No deseo un compromiso demasiado largo…

Anne volvió a ruborizarse.

—Desearía permanecer en Ámsterdam hasta el nacimiento del bebé de mi tía Beth… Luego regresaré a Londres, pero debo estar a su lado durante este tiempo. No hubiese querido separarme de ella tampoco estas semanas, pero me insistió mucho para que viajara con los Thorpe.

Edward la comprendía.

—Muy bien, podemos fijarla entonces para comienzos del año próximo, siempre y cuando lady Lucille nos de su bendición y no ponga ninguna objeción.

—Mi abuela verá con buenos ojos este enlace. Desde el comienzo le agradaste, a pesar de que no tenía motivos para ello.

Él sonrió y se llevó su mano a los labios.

—Admito que tengo un carácter difícil, y que me costó mucho tiempo reconocer que me sentía muy atraído por ti. —Luego de una pausa agregó: He leído esta mañana la excelente reseña de The Post, me hubiese gustado haberte acompañado a esa presentación en el Palacio Real. Debió haber sido impresionante, pero nada se compara al momento en que te escuché por primera vez…

—El Palacio Real es muy hermoso y fue una gran experiencia, pero no disfruto con esa responsabilidad y tensión…

—Entiendo. Leí también que continúas con la resolución de no seguir cantando para grandes audiencias y que te gustaría enseñar.

—Así es —le dijo ella—, recuerdo haberte dicho en Ámsterdam mi deseo de formar una familia, ahora ese sueño parece más cercano y lo prefiero antes de comprometerme con un contrato que no me satisfaga. No obstante, decir que no cantaré nunca más resulta radical. Una presentación como la de la fiesta de Prudence o educar a los niños es una idea que acaricio cada vez con más frecuencia. ¿Lo verías mal? —preguntó de pronto, al recordar que Edward sería su esposo.

—En lo más mínimo —le contestó—, no cometeré el mismo error dos veces. Te conocí como artista, venero tu talento y me enamoré de quién eres, no seré yo quien comience a limitarte… De todas formas, también deseo mucho formar una familia contigo, pero pienso que sabremos conjugar bien el hogar y tu profesión.

Anne estaba asombrada del cambio que había dado Edward, en nada le recordaba al estricto lord Hay que había conocido en Ámsterdam y cuánto se alegraba de esa transformación.

A lo lejos, divisaron a Georgie que regresaba por el camino, pero les hacía algunas señas. Hasta que no llegó junto a ellos no le comprendieron. La joven se había encontrado con las señoritas Wilder y estas la habían invitado a su picnic al otro lado del lago Serpentine. Edward le autorizó a ir y comentó que en un rato le acompañarían, de esta manera podría hablar con Anne con tranquilidad sin que le interrumpieran. Georgie se despidió de ellos satisfecha, por acudir a la invitación de las Wilder y por dejarlos a solas.

—Le he pedido que se adelante porque hay algo más que deseo comentarte, Anne.

—¿Qué sucede? —Sabía por su expresión que iba a hablarle de algún tema escabroso.

—Como te había dicho, he leído la reseña del diario esta mañana, y vi la lista de invitados que acudieron al Palacio Real, entre ellos advertí el nombre del Duque de Mecklemburgo-Schwerin.

—La señora Thorpe fue quien aportó los nombres de los invitados, tiene mayor conocimiento sobre la alta sociedad holandesa… Yo jamás hubiese dicho su nombre, ni siquiera sabía que estaría allí, pero sí, no puedo negarlo: el duque estuvo entre los invitados.

—Lamento no haber estado allí, imagino que debió haber sido muy desagradable para ti tenerlo entre los concurrentes. ¿Acaso fue él quien te contó acerca del duelo?

—No, no fue él, lo supe antes. Incluso el duque se sorprendió bastante cuando le increpé por su bajeza y su falta de honor hacia ti.

—¿Cómo encontraste el valor para hacer eso? —preguntó sorprendido.

Anne entonces le relató, sucintamente, la entrevista privada que sostuvo con el duque.

—Debo decir —concluyó Anne—, que no me sentí amedrentada por lo que padecí con él aquella noche. El recuerdo sobre su actitud me produce desprecio, pero no me tortura ni me entristece. Cuando volví a verlo, en lo único que podía pensar era en lo que te había hecho a ti, y la rabia por su conducta contigo me permitió encontrar la fortaleza suficiente para enfrentarlo. El duque quedó tan azorado que no tuvo dudas de que te amaba…

—¡Me asombras cada día más! —le contestó emocionado, volviendo a llevarse su mano a los labios—. Aunque lamento que el duque haya descubierto primero que yo tu amor por mí…

El comentario la hizo sonreír y Edward le acarició el rostro con cariño, preguntándose si podría robarle otro beso.

La pareja estaba sentada en un recodo del camino, protegidos bajo la sombra de un árbol, quizás por eso se sobresaltaron un poco cuando sintieron que unos pasos se detenían frente a ellos. Edward retiró con rapidez su mano del rostro de Anne, cuando comprobó quiénes eran los que tenían delante.

Se trataba de su hermano Gregory, quien llevaba del brazo a su hermosa soprano y amante, la señorita Preston. La dama vestía con elegancia extrema, dado el lugar y la hora. Su llamativo vestido verde esmeralda resaltaba su cabello dorado y su esbelta figura.

Anne se quedó pasmada cuando los vio, pero le pareció que a Edward no le resultaba tan asombroso. Él le dio la mano y la ayudó a levantarse; Gregory y la señorita Preston dieron dos pasos hacia ellos, ambos de magnífico humor a juzgar por las sonrisas que esbozaban.

—¡Esto sí que es una gran casualidad! —dijo Gregory con cierta ironía, pues no sentía verdadero placer por ese encuentro—. Anne, me alegra mucho saludarla y encontrarle con mi hermano.

—¿Cómo estás, Gregory? —peguntó Edward, intentando conservar la calma—. No esperaba verte en la compañía de esta dama.

—Es la señorita Preston —le contestó, mientras esta hacía una pequeña reverencia—, creo que no había tenido el placer de presentártela, aunque ignoro la razón de tu extrañeza, cuando sé que estás al corriente de nuestra amistad. —Edward se enfureció ante la desfachatez de su hermano, pero se controló—. En el caso de Anne, sé que las presentaciones son innecesarias, pues se conocen del teatro.

—¿Cómo está, señorita Preston? —dijo Anne, tratando de mostrarse conciliadora.

—¿Qué tal, señorita Cavendish? —respondió la aludida—. ¡Cuánto me alegra verla! Me preguntaba si se encontraría bien de salud a juzgar por su retiro y el silencio que sobre su persona hemos tenido en los últimos meses. ¡No sabe cuánto me alegré al leer la nota del diario esta mañana! Estaba casi convencida de que había perdido su voz, es una tranquilidad saber que no es así…

Los hermanos percibieron el tono hostil en las palabras de la señorita Preston, pero Gregory no hizo nada por salirle al paso a su amante, y cuando Edward iba a objetar alguna cosa, Anne se le adelantó:

—No he perdido mi voz, como recordará de mi última presentación en el Opera House. Sé que ha tomado mi puesto en la última temporada, la felicito y le deseo un gran éxito en venideras puestas. Puedo asegurarle que no es mi interés retornar.

—En ese caso —señaló la señorita Preston observando a lord Hay—, le deseo también muchos éxitos en los nuevos objetivos que se trace.

La señorita Preston tenía una buena voz y sus reseñas eran positivas, pero sobre Anne se decía que era única, una “voz celestial”, según se había escrito en algún diario tiempo atrás. Saber que la joven no pretendía recuperar su lugar en cierta forma le satisfacía, pero también le molestaba por haber obtenido su puesto gracias a la vacante creada por el retiro de ella.

Gregory fue sensato y se despidió. Había notado cuando llegó la mano de su hermano sobre la mejilla de Anne, por lo que intuyó que Edward la había conquistado al fin. Se alegraba por él, pese a que el sentimiento de rivalidad subsistía, y no lo disculpaba por las ofensas que había vertido en contra de la señorita Preston unas semanas atrás. Gregory sabía que Nathalie no podía compararse con Anne, y no estaba hablando únicamente de su voz… Anne era una mujer maravillosa y aunque no se había enamorado de ella, bien pudo haberlo hecho.

Edward esperó a que se alejaran para volver a dirigirse a Anne, que se veía bastante tranquila, a pesar de que no se esperaba que Gregory tuviese a la señorita Preston de amante.

—Lo siento —dijo el caballero—, la señorita Preston es el motivo que nos mantiene separados a Gregory y a mí en los últimos tiempos. A mi regreso de Ámsterdam me lo encontré en franco idilio con ella y no supe manejar el asunto de la mejor manera. Aprecié que no le simpatizas a ella —añadió.

—Así es —le confirmó Anne—, envidiaba mis papeles y era víctima de sus críticas y burlas. No es la compañía que desearía para Gregory, mas me reservo mi criterio.

—Por favor, no te lo reserves —le pidió él—. He tenido referencias de su pésima reputación, ¿es cierto?

—Sí, es cierto —contestó—, pero no poseo muchos detalles. Digamos que ella es todo lo que creías que era yo… Y si en aquel momento te preocupaba mi nociva influencia sobre tu familia, en este caso no estarías siendo exagerado.

—Lo lamento. Cuando la comparo contigo soy consciente otra vez del error que cometí al juzgarte… Gregory es un hombre ya y puede hacer con su vida lo que se le antoje, pero me disgusta que se exhiba públicamente con una mujer de dudosa reputación. Por ella ha desistido de ir a Hay Park este verano.

—Lo imagino. Quizás no sea algo duradero.

—Me temo que ha durado más de lo que yo esperaba. A veces pienso que es su inmadura respuesta por haber renunciado a ti.

—¡Tonterías! —exclamó Anne riendo—. El interés de Gregory por mí no fue verdadero, lo sabes… Supongo que comprendió en algún momento, y primero que yo incluso, cuál era mi verdadera inclinación.

Edward le dio el brazo y comenzaron a andar.

—Busquemos a Georgie, no desearía que se encontrara con Gregory en esas circunstancias. Ella no está al tanto de los rumores que corren en torno a él.

Dicho esto, ambos se alejaron por el camino, bordeando el lago Serpentine. No tenían prisa, él disfrutaba de tener a Anne a su lado, mientras contemplaban la belleza de Hyde Park. El verano prometía brindarles momentos memorables como aquel.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top