Capítulo 29

La mañana fue distinta a como Anne la había imaginado. La señora Thorpe la recibió la tarde anterior con la noticia de que lord Holland había ido a fijar el día de la entrevista y que ella había sugerido que tenían la mañana siguiente libre para ello. A Anne le extrañó que no hubiese sido Edward quien se encargara de llevar al señor Borthwick a la casa, pero la responsabilidad parecía haberla asumido su amigo y ella no quiso preguntar nada más.

Estaba nerviosa, había dado un paso difícil y había obtenido la respuesta que estaba buscando: Edward iría a verla y ella tendría con él la conversación que tantas veces había imaginado en su mente. ¡Deseaba tanto que aún la quisiese! Había dormido muy poco, la ansiedad la consumía y apenas tenía paciencia para mantener el interés en la conversación de la señora Thorpe. Se sentía culpable de no prestarle la atención que debía, pero tan solo pensaba en Edward. Quizás ese día se decidiesen muchas cosas sobre su futuro.

Según lo acordado, la señora Thorpe recibió a lord Holland, al señor Oliver Borthwick y al periodista que escribiría la nota para el diario. Estuvieron más de una hora, pues la entrevista se extendió tal como había augurado el señor Thorpe. Anne habló de la presentación en el Palacio Real de Ámsterdam, qué pieza había interpretado y cuáles eran sus impresiones sobre la familia real. Borthwick insistió en hacerle asimismo algunas preguntas relativas a su futuro profesional como soprano. Ella le reiteró lo que ya había dicho: no cantaría para grandes públicos ni firmaría ningún contrato que la mantuviese atada; agregó que le gustaría educar a niños y jóvenes en el canto y que brindaría algún concierto siempre que cumpliera con un fin loable.

La señora Thorpe, por su parte, se sintió realizada describiendo el Palacio Real y enumerando los invitados de esa noche. La dama conocía bastante acerca de Ámsterdam, pues llevaba muchos años viviendo en la ciudad, y había coincidido en varias ocasiones con la Reina Guillermina y con su madre. Sus apreciaciones fueron valiosas para los periodistas, pero alargaron bastante la conversación.

Después que los caballeros se marcharon, la señora Thorpe le comentó a Anne que necesitaba salir, pues había quedado con su hermana lady Acton en ir a visitarla otra vez; le ofreció que la acompañase, pero Anne se rehusó con delicadeza aduciendo que estaba algo cansada. Luego de conocer la verdad sobre la relación de Charles con Viviane, no se sentía tentada de visitar esa casa, salvo cuando no le quedara más remedio. Incluso alegó como excusa que lord Hay pasaría a verla. Lo dijo restándole toda la importancia que pudo al asunto, pero la señora Thorpe sonrió en cuanto la escuchó.

—En ese caso —le dijo—, insisto en que no me acompañes. Ya tendremos otra oportunidad para que conozcas mejor a mis sobrinas.

Anne agradeció que fuese tan comprensiva; su esposo había salido en la mañana, por lo que se encontró a solas, algo que le satisfacía. Se dispuso a llenar el tiempo contestando algunas cartas que había recibido en la mañana. Su abuela, la duquesa, le contaba los detalles de su monótona vida en la Casa Sur; aunque trataba de no quejarse, no podía reprimir el hastío que sentía allá. Su tía Beth incluyó un pliego de papel al sobre de su madre, tranquilizándola sobre el embarazo y diciéndole que se sentía estupenda.

Las noticias de la familia eran buenas: María continuaba dedicada a la música y le echaba de menos, aunque pronto partiría a París a pasar el verano con su tío; los niños estaban creciendo muy aprisa, sobre todo el pequeño; Prudence había reanudado con más intensidad su vida social, y los caballeros se hallaban bien de salud.

Anne había adelantado bastante la escritura de su misiva, cuando le avisaron que la aguardaba una visita. La joven llegó al salón con el corazón latiéndole muy aprisa; no se decepcionó cuando vio que se trataba de Edward. La esperaba de pie, con una expresión contenida que no supo identificar. Quizás estuviese tan nervioso como ella y, por un momento, se olvidó de las palabras que cuidadosamente había pensado durante las últimas semanas. Se sentía incapaz de llevar adelante lo que se había propuesto y las rodillas le temblaban. ¡Era una cobarde!

Él la saludó con una sonrisa tímida, pero no le pareció distante esta vez. Se sentaron juntos y por un buen tiempo no se dijeron nada. Anne se quedó observando su perfil, sus ojos azules —con la luz se le notaban como en verdad eran—, y su pelo castaño cayéndole hasta casi los hombros. Pocas veces había querido admitir lo apuesto que era. Rechazándolo por su carácter y sus maneras, había desestimado sus rasgos y la atractiva expresión de su rostro. Lo peor había sido no percatarse antes de su nobleza y de su gran corazón.

—Esta mañana han venido lord Holland, el señor Borthwick y un periodista del diario para conversar con la señora Thorpe y conmigo sobre el concierto en la Casa Real —le comentó—. Pensé que los iba a acompañar usted.

—Lo siento —se excusó, mientras reparaba en lo hermosa que estaba—, así debió haber sido, pero me fue imposible cumplir con esa encomienda y debo confesar que prefería venir a hablarle en privado.

Anne se ruborizó en el acto.

—Sé que me ha pedido una conversación y no me avergüenzo de admitir que siento curiosidad por escucharla, pero antes quiero decirle un par de cuestiones que creo importantes —prosiguió él.

—¿Sucede algo? —preguntó Anne preocupada.

—No —contestó—. Lo primero es que anoche me quedé muy impresionado por el encuentro suyo con mi madre, por lo que preferí no trasladarme a mi casa de Westminster sino pasar la noche en Hay House. Recordé que mi madre solía guardar parte de la correspondencia que recibía y que esta debía estar en alguna parte.

—¿Encontró alguna carta de mi madre? —Anne estaba ansiosa.

—Así es —dijo él con una sonrisa de satisfacción—. Para ello debí dirigirme al despacho que mamá utilizaba cuando se encontraba bien de salud. Después de ella nadie más lo ha usado y se conserva tal cual ella acostumbraba a tenerlo. Georgie insiste en que no quiere ocupar un espacio que le pertenece a ella. Pues bien, me dediqué a revisar sus cajones y no tardé en toparme con varias cartas de amigos y conocidos, hasta que hallé al fin la que estaba buscando.

Edward extrajo del bolsillo interno de su chaqueta una carta, amarilla por el tiempo.

—Encontré solo esta —explicó—, pero le gustará leerla. Está fechada en el verano de 1876.

—Muchas gracias —le dijo ella conmovida—, ese fue el año de la muerte de mis padres, yo era una niña muy pequeña.

—Al parecer nuestras familias se frecuentaron durante un tiempo en Londres, ya que su padre y el mío fueron compañeros en la Cámara; yo no tengo recuerdos de ellos pues en esa época me hallaba estudiando en Eaton. En la carta, su madre le expresa su afecto a la mía y la menciona en un par de ocasiones como “mi pequeña Anne”. En el momento en el que escribe, se hallaban de regreso en Essex por el período estival y comenta que volverían a reunirse en el otoño.

—Ese encuentro nunca se produjo —repuso Anne con pesar—, mis padres murieron en una tormenta al final del verano, en un barco que se hallaba en el Canal de la Mancha; yo me había quedado en casa con tía Beth y con mi abuela. No tengo recuerdos de la tragedia, pero mi abuela me ha narrado la historia en varias ocasiones.

La expresión de Anne era muy triste y Edward permaneció en silencio, en respeto a sus sentimientos. La joven abrió la carta y la leyó. El contenido era trivial, un lenguaje cercano y cariñoso de una amiga que no presiente el final abrupto que le espera. Alice hablaba de su pequeña hija con orgullo y la joven se emocionó aún más cuando leyó las líneas que le había dedicado. Luego cerró la carta y la dejó sobre sus piernas.

—Nuestras madres eran amigas… —No salía de su asombro ante aquella coincidencia—. ¡Le agradezco mucho por haberme traído esta carta!

—Yo también me alegro de este descubrimiento, Anne. Imagino que el accidente de sus padres haya afectado mucho a mamá, pues nunca le escuché hablar de ese asunto. Es como si no hubiese querido recordarlo… La mente humana puede ser muy caprichosa, y cuando la vio fue como si el pasado aflorara para ella a través de su rostro.

—¡El rostro de mamá! —exclamó nuevamente triste.

Un nuevo silencio los invadió, hasta que Anne fue recuperándose de la impresión que le había causado leer la epístola.

—Me anunció que tenía dos cosas que decirme, ¿cuál era la segunda? —le interrogó.

Edward suspiró; lo que quería comentarle podía poner en riesgo el resto de la conversación que Anne deseaba tener con él. No obstante, debía ser honorable, por lo que se forzó a hablar.

—Anne.. —Volvía a mirarla con detenimiento—. No sé qué desea decirme o la naturaleza de la conversación que me ha pedido tener, pero antes debo contarle algo.

La muchacha lo miraba con atención, sin comprender qué podía ser tan perturbador para él.

—Hace unos días me tomé la libertad de comunicarle a un amigo suyo que se encontraba en la ciudad y que se alojaba en casa de los señores Thorpe. No sé si ponerla en conocimiento de este asunto puede variar en algo lo que tiene que decirme esta tarde, pero no puedo permitirme ocultarle que esa persona está en Londres y que vendrá a verla, algo que quizás…

—El Barón de Clifford estuvo en esta casa hace dos días, lord Hay —le interrumpió Anne, con una calma que a ella misma le sorprendió—. Si es eso lo que tenía que advertirme, le aseguro que estoy enterada y que no afecta en lo absoluto el propósito de mi charla con usted.

—¿Lo ha visto? —repitió Edward incrédulo.

—Sí, lo he visto —prosiguió ella—, no me esperaba su visita ni tampoco saber que fue usted quien le indicó dónde hallarme, pero ha venido y le he recibido. Desconozco cómo fue que descubrió su vínculo conmigo, aunque intuyo los indicios que lo llevaron a tal conclusión. De cualquier manera, el barón es alguien del pasado…

Anne se esforzó en resaltar esa última cuestión. Edward no estaba al tanto de sus sentimientos y ella quería que supiera que ya no amaba a Charles.

Él no quiso abordar más este tema, estaba admirado de haberla visto tan tranquila y resuelta, y se sentía aliviado de haberle escuchado hablar del pasado. Sus palabras le alentaban a continuar, a esperar lo mejor. ¿Podía ser posible que ella le correspondiese?

—El jardín de la señora Thorpe es muy bonito —le comentó a la joven—. Si le parece, podemos dar un paseo y tendrá ocasión de decirme lo que deseaba.

Anne asintió.

El jardín estaba delimitado por enormes setos; al final podía observarse una fuente con su rumor. Las flores que la señora Thorpe tenía sembradas se encontraban en su esplendor, aportando un llamativo toque de color. Avanzaron hasta la mitad del jardín y se sentaron en un banco cercano a un sauce, que les protegía de los rayos del sol. Edward no quiso presionarla, sabía que le hablaría en cuanto se sintiera con valor para hacerlo.

—Lord Hay —dijo por fin mirándolo a los ojos—, hace unas semanas atrás en Ámsterdam, después que se hubo marchado, conocí por una indiscreción de su duelo con el Duque de Mecklemburgo-Schwerin.

Edward se quedó atónito. No esperaba que fuese aquel el asunto, pero se quedó callado.

—Nadie más lo sabe, salvo yo… —se apresuró a decir ella—, pero desde el primer instante en que lo descubrí, me angustié por la situación de peligro a la que se expuso por mi causa y las consecuencias que padeció en silencio. Estoy también enterada de las circunstancias en las que se produjo el trance y el comportamiento deshonesto del duque, al que cada día desprecio más. Desde entonces, necesitaba verlo para expresarle mi gratitud y mi admiración por lo que fue capaz de hacer por mí.

Edward dejó de mirarla, se sentía estúpido. No deseaba que Anne se enterara de ello, lo había olvidado ya y se había permitido soñar con otras palabras.

—No tiene nada que agradecerme —le respondió sombrío—. Pretendí que no lo supiera, puesto que no lo hice buscando nada a cambio, especialmente no su gratitud ni su admiración.

Anne percibió el tono del caballero, pero no entendió por qué se había sentido ofendido. Quizás recordar el duelo le afectaba su estado de ánimo.

—Tenía que verlo —insistió ella, tratando de mirarlo, pero los ojos de él la rehuían—, era preciso que lo viese… Sé que no me quiso recibir en Ámsterdam durante su convalecencia. Sé que me lo merecía —admitió—. No imagina cómo me torturaba recordar que lo había comparado con un ser despreciable. ¡Mi ofensa había sido muy grande y no tuve ocasión de pedirle disculpas! Por eso quise venir con los señores Thorpe a Londres, quería disculparme por mi conducta la última vez que nos vimos, por las duras palabras que me escuchó decir en esa ocasión…

Edward se levantó de un salto del banco. Anne se sorprendió y también se incorporó.

—¿Ha venido hasta aquí para pedirme disculpas? —le dijo molesto—. ¡Debió haberme enviado una carta, Anne! No tenía que haberse molestado en hacer un viaje tan largo para disculparse. —Trató de serenarse, mas le era imposible—. Le acepto las disculpas, y si eso ha sido todo, le pido que me excuse, pero debo marcharme de inmediato.

Edward le dio la espalda y comenzó a andar. Había avanzado unos escasos metros cuando la voz afligida de Anne lo detuvo y lo hizo girar.

—¡Edward! —exclamó.

La joven se abalanzó sobre él y le tomó su rostro entre las manos. Él apenas podía respirar ante la caricia de sus frías manos sobre sus mejillas hirvientes. Anne no le explicó nada más, se irguió sobre la punta de sus pies y lo besó.

El beso apasionado lo tomó desprevenido, mas no por ello dejó de ser perfecto. Cuando pensó que obtendría de ella solo una disculpa o su agradecimiento, lo besó de una manera que lo retornó a la vida. Edward le devolvió el beso, fundidos en la misma necesidad que los consumía con una fuerza increíble. La estrechó aún más contra su cuerpo y Anne permitió la cercanía; lo había dejado tomar las riendas, feliz de lograr detener su partida y de no haber perdido su amor. El deseo se apoderaba de su mente, y tenían que actuar en consecuencia. Anne volvió a temblar en sus brazos, febril por la pasión que él desataba sobre ella.

Edward tuvo que hacer un esfuerzo por controlarse al fin; se había adueñado de sus labios, la había abrazado, había sentido su estrecha figura contra la suya, pero sabía que, aunque se hallaban a solas, el hogar de los señores Thorpe no era un lugar apropiado para dejarse llevar por el deseo que ella le despertaba. El beso fue menguando su intensidad hasta que concluyó en un ligero roce de sus labios sobre los de ella, enrojecidos por el contacto, pero enarbolando una sonrisa.

Él volvió a estrecharla entre sus brazos, pero esta vez era un gesto más cariñoso que apasionado. Anne dejó descansar su cabeza sobre el hombro de Edward y suspiró; así estuvieron por unos minutos hasta que se apartó y volvió a mirarlo a los ojos.

—Esta era la verdadera razón de mi viaje —susurró—. Fui muy tonta al no percatarme en el invernadero de lo que sentía por ti, solo después de tu partida fui capaz de comprender que también te amaba…

—¡Oh, Anne! —expresó él besándola con brevedad—. Lo importante es que estás aquí y que correspondes al inmenso amor que siento por ti. Me volví loco cuando te vi en casa de los Holland esa noche, no sabía cómo interpretarlo…

—¡Deseaba tanto verte! Al llegar a Londres no encontré el valor para enviarles una nota. El encuentro en casa de los Holland fue una casualidad, pero tu comportamiento conmigo me desalentó y no pude decirte nada…

Edward sonrió al recordar lo antipático que había estado.

—Lo siento, reconozco que no sabía cómo actuar. Me pesaba todavía demasiado el recuerdo de tu rechazo y consideré incluso que habías regresado por otro motivo.

Él no lo dijo, pero Anne intuyó cuál era ese motivo al que se refería. Ella negó con la cabeza.

—No fue así—le reafirmó—, ni siquiera estaba enterada de su presencia en Londres. Lo único que deseaba era verte a ti, pero me confundió mucho cuando supe que habías sido precisamente tú quien le había dicho dónde me encontraba. Llegué a creer que ya no te importaba que volviéramos a reunirnos…

—Nada de eso —dijo él sonriendo otra vez—, en realidad me moría de celos. No dije tu paradero a propósito, la conversación la inicié tratando de descubrir si esa había sido la verdadera razón de tu viaje. Al ver el desconcierto del barón al enterarse por mí de tu estadía en la ciudad, comprendí que había sido un tonto y me preocupé por las consecuencias de habérselo dicho.

—Ninguna —aseguró ella—, es el pasado, así que no hablemos nunca más de él. Tengo motivos más que suficientes para tenerlo en un mal concepto, pero es un secreto que no me pertenece.

Edward no quiso preguntar, quizás en algún momento se enterara de ello.

—Prométeme que irás a Hay Park con nosotros la próxima semana.

Anne se rio, mientras lo tomaba del brazo y volvían a caminar hacia la casa.

—¡Pensé que no ibas a pedírmelo! —se quejó, sonriendo todavía—. Regresé pensando en aceptar la invitación, pero no me decidía a hacerlo, por más que Georgie me insistiese en que deseabas mi presencia.

—No te dije nada pues no sabía cómo lo tomarías… ¿Sabe algo Georgie sobre nosotros? —le interrogó de repente.

—No —contestó Anne—, se lo imagina, aunque ha sido incapaz de preguntarme sobre ello. Yo no se lo he mencionado a nadie, por temor a que ya no me quisieras…

Edward la estrechó nuevamente y la besó. Había sido un beso corto, pero tan apasionado como el primero, mas la brevedad llevó a la frustración. ¡Deseaba tanto tenerla para sí!

—Por mi parte debo decir que Prudence y Gregory lo adivinaron enseguida, incluso antes que te lo confesara en Ámsterdam. A los Holland se los confié en algún momento, luego me arrepentí de haberlo hecho cuando Henry se divirtió a costa mía durante la cena que celebró en su casa.

—¡Me lo figuraba! —repuso Anne—. Pienso que mi abuela lo imagina también, mas no me ha dicho nada. ¡Mi tía Beth sí se sorprenderá! No es muy intuitiva para esas cosas. ¡Jamás supuso el amor del señor van Lehmann por ella hasta que este no se le declaró!

La pareja regresó al salón, que continuaba vacío. Al parecer, ninguno de los señores Thorpe había regresado.

—He recibido una carta de la duquesa —le dijo Edward—, donde me envía sus saludos. Entre otras cuestiones, me informaba que estabas en Londres y me reafirmaba que, en caso de que la invitación siguiera en pie, vería con buenos ojos que fueras a Hay Park con nosotros. Esto me hizo pensar que lady Lucille sospecha algo y que desea facilitar las cosas.

—Mi abuela es extraordinaria —afirmó Anne.

Los señores Thorpe regresaron juntos esa tarde, ya que el embajador pasó a recoger a su esposa a casa de los Acton. Cuando vieron a Edward se alegraron mucho y se sentaron a conversar con él. Edward aprovechó para informarles que Anne había aceptado su invitación para ir a Hay Park y que contaba con la aprobación de la duquesa para ello. La señora Thorpe fue la primera en responder, satisfecha con la noticia:

—Me preguntaba si Anne regresaría con nosotros, pues por mucho que le había insistido sobre Hay Park, aún no me daba una respuesta. Me alegra mucho que hayas decidido al fin pasar el verano con la familia Hay. Sé que la duquesa así lo deseaba.

El señor Thorpe invitó a Edward a pasar al despacho para tomar una copa y no se pudo negar cuando su esposa le pidió que se quedara a cenar. Tenía muchos motivos para permanecer en esa casa y el principal de ellos era la mujer que amaba.

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