Capítulo 25

Londres, comienzos de julio de 1895.

Habían transcurrido tres días desde su llegada a Londres. Anne estaba algo cansada, pues la tensión acumulada desde antes de su presentación, menguó sus fuerzas. La señora Thorpe, por el contrario, estaba llena de energía, pues añoraba saludar a su familia. Anne agradeció que esos primeros días le permitiese descansar en la cómoda habitación que le había destinado, mientras la dama visitaba a su hermana y a sus sobrinas, a pocos días de la boda. La señora Thorpe era muy unida a ellas, y no cesaba de hablar de los preparativos para el enlace.

El señor Thorpe, al igual que Anne, prefería quedarse descansando. Aunque no lo dijese, ya tenía cierta edad y se cansaba más que antes. A pesar de ello, en la tercera mañana decidió salir a visitar a algunos amigos. Anne se preguntó cómo podría contactar con los Hay, pero no se atrevió a sugerirlo; permaneció sentada el resto de la mañana en el jardín de los señores Thorpe, sumida en sus pensamientos. Pensó en escribirle una nota a Georgiana, pues tenía la dirección, pero no se atrevió. Estaba un poco nerviosa, debía admitirlo. La inicial ansiedad que sentía en Ámsterdam se tornó en Londres en una completa inacción.

En la tarde, no había terminado de tomar una decisión, cuando los señores Thorpe regresaron. Según le habían dicho, el señor Thorpe luego de sus visitas, había decidido presentarle sus respetos a la familia de su esposa. Anne conversó con la dama sobre sus sobrinas, y la señora Thorpe le comentó que le encantaría que le acompañara al día siguiente para que las conociese. Anne aceptó gustosa, pues era una ocasión oportuna para abandonar la casa.

—Por cierto, querida —dijo la señora—, esta noche nos han invitado a cenar unos amigos y debes estar lista a las ocho en punto. El señor Thorpe se ha encontrado esta mañana con lord Holland y ha sido muy amable al querer recibirnos en su casa hoy. Sé que no viene con aviso previo, pero tratándose de amigos, las formalidades no son necesarias.

El corazón se le aceleró a Anne, al pensar que Edward era muy cercano a los Holland.

—Conozco a los Holland por referencia, señora Thorpe. Los Hay los mencionan muy a menudo y Georgiana le tiene especial cariño a lady Holland.

—¡Beatrix es encantadora! —asintió—. No sé, en cambio, si los Hay podrán asistir esta noche. Lord Holland le comentó a mi esposo que la señora Hay se encontraba indispuesta. A ella no la conozco, pero sé que lleva años muy enferma.

Anne no dijo nada, conocía la enfermedad de la señora Hay y lamentó que esto impidiera su encuentro con sus hijos. No debía retrasarlo por más tiempo; al día siguiente le enviaría una nota a Georgiana, más sabiendo que su madre se encontraba enferma. Tal vez necesitara de ella y de su apoyo y una vez que se encontrara con Edward, sus dudas se despejarían. ¡Si al menos encontrara el valor para decirle lo que sentía! La señora Thorpe notó que Anne estaba un poco decepcionada, por lo que se apresuró a tranquilizarla.

—No te preocupes, querida, pronto podremos saludar a los Hay.

Anne le agradeció por su amabilidad. Parecían bastante evidentes sus deseos de encontrarse con ellos. Esperaba que el matrimonio no hubiese descubierto sus sentimientos, aunque a veces le era difícil esconderlos.

En la noche, los señores Thorpe y Anne arribaron a la hermosa residencia de los Holland. Anne sentía un poco de curiosidad por conocer a Beatrix, recordaba la primera vez que Edward le había hablado de ella y fue durante esa comida que la relación entre los dos comenzó a cambiar. Beatrix Holland en persona era como se la habían descrito. Por los retratos sabía que era hermosa, pero ninguno de ellos le hacía verdadera justicia; la anfitriona tenía un rostro amable, algo que era muy fácil de advertir. Lord Holland era una caballero alto y elegante, pero tan agradable como su esposa. Hacían una excelente pareja y a simple vista resultaba notorio que entre ellos existía un amor sincero. Anne se quedó asombrada al ver la expresión del matrimonio cuando los Thorpe la presentaron. Estaban tan impresionados de recibirla en su hogar, que no pudieron disimularlo en lo más mínimo.

—A la señorita Cavendish la hemos conocido en Ámsterdam —dijo el señor Thorpe—, y hemos tenido el placer de contar con su compañía durante nuestro viaje. Es la nieta de su Excelencia, la Duquesa de Portland.

Una sonrisa se dibujó en el rostro de Beatrix.

—¡Señorita Cavendish! —exclamó—. ¡Por supuesto que la conocemos por referencias! ¡Qué alegría tenerla en nuestro hogar!

Anne supuso que la referencia venía por el teatro y que los señores Holland la habían visto en alguna ocasión en sus funciones del Royal Opera House, mas le pareció que la espontánea y franca alegría de Beatrix no era únicamente por la fama que rondaba a su nombre.

—Lord Hay y su hermana nos han hablado mucho de usted —repuso Henry Holland—. Desde entonces albergábamos mucho interés por conocerla, fuera del escenario. Pensábamos que continuaba en Ámsterdam, así que la sorpresa de tenerla en nuestro hogar resulta muy grata.

Anne se ruborizó al escuchar eso.

—Yo también me alegro de conocerlos —contestó—, sus amigos los mencionaban con mucho cariño.

—Fue precisamente lord Hay quien nos presentó a la señorita Cavendish en Ámsterdam —explicó el señor Thorpe—, aunque en realidad conocemos a su abuela desde hace muchos años.

—Fue mi idea invitar a Anne con nosotros a Londres por estas semanas en las que estaremos en la ciudad; pienso que tanto a ella como a nosotros nos consumía la nostalgia de estar lejos de Inglaterra —añadió la señora Thorpe.

Los Holland no quisieron ser impertinentes haciéndoles más preguntas, así que les indicaron que pasaran al salón. Allí aguardaba Oliver Borthwick, editor de The Morning Post. Las damas y los caballeros se enfrascaron en conversaciones apartes, pero el señor Borthwick mostró interés por Anne en cuanto supo quién era.

El salón de los Holland estaba decorado con gusto y elegancia en crema y ocre, tanto el tapizado como las alfombras. En una de las paredes Anne descubrió el primer retrato de Beatrix hecho por el señor Percy y que tanto revuelo había causado. Aprovechó que nadie hablaba con ella en ese instante para acercarse a la pintura y observarla. Recordaba la descripción que le había hecho a Edward aquella tarde y quedó complacida al constatar que no había obviado ningún detalle importante. Beatrix lucía hermosa sobre la hierba, pero el diario estaba en primer plano. Su figura descansaba rodeada de flores. Sin duda, el señor Percy era un pintor con mucho talento.

—¿Le gusta? —preguntó Beatrix a sus espaldas.

Anne se giró hacia ella.

—Mucho, es un retrato muy hermoso. El señor Percy la ha captado de forma admirable en su lienzo.

Beatrix se mostró satisfecha al ver que Anne reconocía al autor.

—Imagino que está enterada de la historia y de la conmoción que suscitó esta pintura.

—Así es, pero es muy hermosa; las críticas muchas veces se apartan del verdadero sentir del arte y del valor de este. Ninguna de ellas le hace justicia al retrato del señor Percy, polemizando sobre algo que no resulta relevante —comentó Anne—. Una tarde en Ámsterdam, lord Hay nos relató los pormenores de esta pintura.

Beatrix sonrió al constatar que Anne lo mencionaba.

—¿Sabe Edward que está aquí en Londres?

Anne negó con la cabeza. Beatrix lo imaginaba. Edward hubiese hecho algún comentario al respecto y lo único que le había contado su esposo era que él no albergaba ninguna esperanza.

—Edward y Georgiana se alegrarán mucho de verla.

—Yo también de verlos a ellos —confesó—, llevo tres días en Londres y me preguntaba si resultaría oportuno enviarles una nota para hacerles saber que me encuentro en la ciudad. Me gustaría mucho saludarles y he traído un encargo de su hermana para entregarles.

—¡Prudence! —exclamó Beatrix con alegría al recordarla—. ¡Como la echo de menos! Prudence es mi gran amiga, la quiero mucho, pero ya no podemos vernos con la frecuencia que deseáramos. En cuanto a Edward y Georgiana —agregó—, no creo que sea necesario enviarles una nota, pues me han confirmado que vendrán esta noche.

Anne se estremeció al escuchar esto.

—¿En serio? —preguntó sin salir de su estupor—. He sabido que la señora Hay se encontraba indispuesta y que por ello no podrían asistir.

—La señora Hay está mejor ya, dentro de lo posible. Me temo que su enfermedad no es reversible, aunque no se encuentra de gravedad. ¡Ah! —expresó Beatrix complacida—, ya están aquí, señorita Cavendish…

Anne sintió que su corazón latía aprisa, se encontraba de espaldas por lo que tuvo que voltearse para comprobar por sí misma que Beatrix se refería a los Hay. La dama había ido a su encuentro, pero los ojos de Edward se cruzaron de inmediato con los de ella que, a duras penas, podía respirar. Él estaba muy sorprendido, algo notorio en alguien que solía dominar sus emociones muy bien. La había reconocido incluso de espaldas por su cabello oscuro, pero no podía creerlo. ¿Qué estaba haciendo Anne allí?

Ella aguardó en su puesto a que Edward y Georgiana saludaran a los demás invitados, pues se encontraba al fondo del salón, incapaz de moverse. Georgie fue la primera en acercarse y le dio un abrazo, presa de la mayor alegría y entusiasmo. Edward no acudió enseguida, sabía que tendría que saludarla y aunque deseaba mucho hacerlo, se sentía muy ofuscado.

—¡Oh, Anne! —profirió Georgie mientras volvía a abrazarla—. ¡Qué alegría tenerte aquí! ¿Cuándo llegaste? ¿Por qué no me habías avisado?

Anne intentó responder, pero no le salían las palabras, más aún cuando Edward llegó a su lado y le besó la mano. Él estaba tan nervioso como ella, pero pudo recuperarse de la emoción inicial.

—¿Cómo está, señorita Anne? —le preguntó—. Me sorprende mucho encontrarla, no sabía que se hallaba en Londres.

Anne se fijó en él, estaba un poco delgado quizás, pero se veía muy apuesto. Se reprendió a sí misma por prestar demasiada atención a su cabello castaño y a sus ojos azules que en el salón parecían negros. Luego desvió la mirada, pues se sintió avergonzada.

—Me alegra mucho verlos —respondió agitada—. Llegué hace tres días con los señores Thorpe.

—¡No me dijiste nada! —protestó Georgiana por segunda vez.

—Lo siento —se disculpó Anne—, no hubo mucho tiempo entre la invitación y la fecha de partida. No obstante, sabía que no tardaríamos en encontrarnos una vez acá. Deseaba mucho volver a reunirnos.

Anne le dirigió una mirada a Edward, sin estar muy segura de que se alegrara de verla. Él había vuelto a adoptar esa expresión inescrutable que le conocía y se sintió desalentada. Anne preguntó por la señora Hay y por Gregory y fue Georgiana quien contestó que ambos se hallaban bien. Su madre estuvo enferma, pero se había recuperado de la fuerte gripe que había padecido. En cuanto a Gregory, no dijo nada más, pues Georgie se sentía muy triste desde que Edward y él habían reñido y la relación entre ellos no había vuelto a ser la misma.

—Deseo que su familia se halle bien de salud —comentó Edward.

Él evitaba mirarla a los ojos y Anne se preguntó si encontraría las fuerzas para hablarle. Quizás esa noche le fuera imposible hacerlo, pero debía al menos encontrar la oportunidad para decirle que quería conversar con él.

—Están muy bien todos, muchas gracias —respondió ella—. Prudence ha enviado carta para ustedes y un paquete.

Georgie sonrió.

—¡Es algo muy de Prudence! Debe ser el vestido que no pude traer conmigo.

Anne asintió.

—También hay un libro suyo, lord Hay.

—Le agradezco mucho su gentileza, y lamento si le ha causado alguna incomodidad el paquete que mi hermana le ha hecho transportar.

El tono volvía a ser frío y Anne se entristeció al notarlo tan distante.

—Lo hice con gusto —le dijo mientras lo veía a los ojos.

Edward no le sostuvo la mirada por mucho tiempo, se excusó y dejó a las jóvenes a solas mientras iba a reunirse con Henry y con Oliver.

Georgiana se percató de la expresión desalentada de Anne, pero no quiso evidenciarlo. Su amiga nunca le había confiado nada acerca de su hermano e imaginaba que se trataría de un sentimiento aún en ciernes, del que ella preferiría no hablar.

Anne pensó que Edward se mostraría más cálido con ella. Hasta cierto punto había sido amable, pero luego se volvió más distante, recordándole al Edward de Ámsterdam. El hombre gentil, apasionado, dulce, del que se había enamorado había desaparecido detrás de una coraza. ¿Estaría todavía allí tras esa máscara de contención? Anne se recriminaba… Si Edward no le había recibido como ella anhelaba, era porque le había rechazado de una manera horrible y comparado con el hombre que lo había retado a duelo. Debía disculparse con él cuanto antes, aunque para ello debiera obviar su temor a enfrentarlo.

Durante la cena, Edward no se dirigió a ella, a pesar de estar sentado al frente. Anne estaba sumida en sus pensamientos y ni la conversación de Beatrix pudo animarla. Para Georgie fue cada vez más evidente que algo sucedía entre ellos, pero prefirió mantenerse en silencio. La charla fue abordando diferentes temas interesantes: los caballeros hablaron de política y de la gestión de Salisbury como Primer Ministro; Oliver Borthwick comentó algunos de los titulares más recientes de su diario que habían suscitado polémica, mientras que Beatrix se afanaba por introducir nuevos elementos en la conversación y por incluir a Anne en ella, por lo que le preguntó si era cierto que se había retirado.

—No quisiera atarme a ningún contrato ni cantar en grandes teatros —explicó—, pero no he podido negarme a hacer alguna presentación.

Edward recordó la velada de La Traviata y la impresión tan fuerte que le hizo comprender que se había enamorado de ella.

—Supe de su maravillosa interpretación en la fiesta de Prudence —comentó Beatrix—, ella me escribió una carta contándome los detalles. Georgiana y Edward también han dicho que fue un rotundo éxito.

Edward trató de reprimir el mohín de disgusto que le provocó el comentario de Beatrix y la mención deliberada que había hecho de él. Se arrepentía de que Henry le hubiese contado el secreto a su esposa. Por muy cercana que le fuese Beatrix, podía hacer un uso nada razonable de la información que poseía. Muchas veces se le parecía a Prudence y en ocasiones, la semejanza no significaba algo bueno.

—No fue esa la única presentación —interrumpió la señora Thorpe con una sonrisa—, imagino ignoren que Anne fue invitada al Palacio Real. La semana pasada nos dedicó allí una memorable interpretación de Casta Diva y dejó muy impresionada a la familia real. ¡Fue todo un acontecimiento!

Los presentes se quedaron encantados al saber estas noticias y felicitaron a Anne; ella notó que Edward no expresó nada al respecto.

—¡Excelente! —exclamó Beatrix—. Debe haber sido maravilloso, qué lástima que no pudieron asistir —dijo mirando en especial a Edward y a Georgiana—. Me complace que su estancia en Ámsterdam fuese tan provechosa y ya no hable del retiro en términos tan absolutos.

—Un artista no se retira nunca —apuntó lord Holland—. Quizás pronto tengamos el placer de escucharla nuevamente en el Opera House.

—Lo siento —contestó Anne—, en realidad no tengo ese propósito. Agradecí la oportunidad de cantar en Ámsterdam y fue un privilegio hacerlo en el Palacio Real, pero mi resolución de alejarme del teatro sigue siendo la misma de unos meses atrás.

—Es una pena —expresó Borthwick—, alguien con su talento merece ser escuchada con frecuencia. Hace unas semanas asistí a la puesta de la señorita Preston en el Ópera House y se comentó que su voz no era equiparable a la suya.

Edward volvió a sentirse incómodo. La señorita Preston era la amante de Gregory. Borthwick y Georgiana lo ignoraban, pero los Holland sabían que en los últimos tiempos el nombre de él se asociaba al de esa dama.

—Le agradezco su gentileza —repuso Anne—, pero la señorita Preston es una buena intérprete.

—Pero su timbre es único, señorita Cavendish —prosiguió Oliver—. De hecho, me sentiría muy satisfecho si me permitiera publicar en The Post una reseña sobre su presentación en el Palacio Real. La notica no ha llegado aún a ninguno de nuestros diarios y sería magnífico que el nuestro tuviese esa primicia.

—Por supuesto —accedió Anne—, será un placer.

—Estaré en deuda con usted. Ha sido muy amable. Imagino podamos marcar una cita lo antes posible para conocer los detalles. Me gustará también saber sus impresiones, señora Thorpe.

La dama estaba encantada de poder colaborar. Era la primera vez que coincidía con el joven Borthwick, pero le había agradado.

—Me aseguraré de aportar los detalles que Anne, por su modestia, se negará a narrarle.

—Edward, bien podrías servir de enlace entre Oliver y los señores Thorpe, que hasta el día de hoy no se conocían —sugirió Henry Holland que observaba con interés el desarrollo de la conversación en su mesa—. Él seguro agradecerá que lo conduzcas a la casa de nuestros amigos y que participes de esta reunión con la señorita Cavendish.

Aquel papel que Henry quería brindarle a Edward no se justificaba del todo. Cierto que Oliver Borthwick no conocía a los Thorpe ni a Anne hasta ese momento, pero aquella velada había servido para presentar a las partes interesadas. ¿Era necesario entonces que hiciese algo más? Pretendió excusarse al respecto, pero su negativa sería vista como una grosería y no quería dejar a Henry mal parado.

—Muy bien —masculló.

Ya tendría tiempo de reprender a Henry por lo que había hecho.

—Asistiré con uno de mis colegas que tendrá a cargo la nota —explicó Borthwick, quien fungía como editor—, pero será un honor estar presente en la entrevista y saludar así a las damas y a nuestro buen amigo Edward.

—Es bienvenido en nuestra casa, señor Borthwick —le dijo el señor Thorpe—, pero le advierto que mi esposa es bastante prolija en sus narraciones, por lo que deben ir llenos de paciencia para escucharla.

El comentario del señor Thorpe arrancó varias risas, incluso de su esposa.
Anne no dijo nada más, por la expresión de Edward se percataba de que no le había agradado la función que le habían dado. Su intención de hablarle se resquebrajaba ante el desaliento que le inspiraba su conducta. Trató, durante el resto de la velada de intercambiar al menos una frase con él, pero no tuvo oportunidad. Edward la rehuyó cuanto pudo, y Georgie fue la única que se mantuvo a su lado. ¿Habría valido la pena viajar a Londres para encontrar a Edward tan distante y tan cambiado? No podía perder las esperanzas, a fin de cuentas, el rechazo de ella había sido enorme. Debía ser paciente y encontrar el momento adecuado para aproximarse a él.

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