Capítulo 20

Jamás una semana le había parecido a Edward tan larga, desde el accidente que le dejó postrado una década atrás. En esta ocasión estaba sometido a un reposo menos severo, pero se había impuesto un aislamiento que no se correspondía con su verdadero estado de salud. En los primeros días de convalecencia se aquejaba de un punzante dolor en la herida, que cedía con medicamentos y un poco de brandy; por fortuna, no existieron signos de infección, por lo que el doctor se mostraba satisfecho. Siete días después del duelo, el dolor era mínimo y aunque no podía excederse en sus actividades diarias, nada obstaba para que permaneciese recluido.

Empero, Edward no estaba de ánimo para compartir con nadie; sabía que Johannes había contado otra historia de lo sucedido, como él le había pedido, pero tampoco se sentía en condiciones morales de soportar las constantes preguntas de Prudence sobre el supuesto asalto. Saciar su curiosidad podía ser una actividad agotadora, más aún cuando mentía sobre lo que decía. El hecho de permanecer en sus aposentos lo hacía sentir a salvo y le brindaba un poco de tranquilidad, indispensable para reflexionar.

El incidente con el duque le había exasperado, ya que el resultado había sido favorable para su adversario. Si alguien merecía estar convaleciente era su Alteza, y si no lo estaba era porque él había sido honorable. Lo que más le dolía era pensar en Anne. Supo por Georgiana, el mismo día del incidente, de su preocupación y deseos de pronta recuperación. La joven había ido todas las tardes hasta la mansión para preguntar por su estado de salud, pero él nunca accedió a verla. Desconocía las excusas que sus hermanas le habrían dado en su nombre, pero él alegaba que no deseaba recibir a nadie.

Esta negativa sorprendió mucho a Prudence, y pese a su habitual curiosidad y sutileza, no había osado preguntarle nada. Fue cierto que no recibió a nadie más en esos días: ni siquiera a lady Lucille, que también fue a visitarlo en una oportunidad. Edward únicamente aceptaba compartir parte de su tarde con sus hermanas o con Johannes. En la última oportunidad que se reunieron, les había expresado su deseo de regresar a Inglaterra. En junio debía asumir el cargo un nuevo Primer Ministro, por lo que las próximas semanas serían decisivas y él debía retornar a Westminster.

Aquello era una excusa para adelantar su viaje unos días a la fecha marcada para su regreso, pero ni su hermana mayor ni su cuñado se atrevieron a contrariar su deseo. Johannes se ofreció a hacer las coordinaciones y a ir también, pues no juzgaban oportuno que los Hay viajaran sin más compañía. Edward no se hallaba recuperado por completo y Georgie era demasiado joven para embarcarse en esas circunstancias. En Londres Gregory ignoraba lo sucedido, ya que no había habido necesidad de trasmitirle ninguna noticia dolorosa o alarmante. La familia había acordado no preocuparle y ya habría tiempo después para que se pusiera al día.

Georgiana no quería marcharse de Ámsterdam, incluso pidió a su hermano permanecer un tiempo más al lado de Prudence, pero Edward se rehusó. Dejar a Georgie atrás era hacer más perdurable el lazo de amistad que la unía con Anne, y aunque ya no la consideraba una compañía inadecuada, no podría soportar tenerla presente en su círculo más estrecho. Prudence prometió a Georgie que volverían a verse muy pronto, pero tampoco quiso animarla en su deseo. Su instinto le decía que su hermano necesitaba de su compañía y que no le haría nada bien regresar solo a casa.

—Georgie, querida —intervino Prudence con dulzura—, no pasará mucho tiempo hasta que volvamos a vernos, te lo prometo. En unas semanas es probable que Anne regrese a Inglaterra. Según me ha comentado lady Lucille, nuestro querido Edward ha extendido una invitación para que ella los acompañe este verano a Hay Park.

El comentario de Prudence fue hecho de manera deliberada. Se percataba de que algo había sucedido entre la joven y su hermano, pero no sabía qué era. De no haber sido por una conversación que sostuvo con lady Lucille unos días atrás, no hubiese conocido jamás de aquella propuesta.

—¿En serio? —exclamó Georgiana entusiasmada—. ¡Anne no me ha dicho nada! ¡Sería tan bueno que volviésemos a encontrarnos en Hay Park!

La expresión de Edward no era para nada pacífica.

—No sé si la señorita Anne esté de acuerdo, Georgiana. Hasta donde recuerdo, su intención era permanecer en Ámsterdam para acompañar a su tía Elizabeth.

—La duquesa me confesó que es su deseo convencerla de lo contrario. A Anne le resultará muy provechoso distraerse y estaba bastante decidida a aceptar la invitación —insistió Prudence.

Edward no dijo nada más, aquellas debían ser noticias antiguas. Ni la duquesa ni sus hermanas estaban al corriente de lo que había sucedido entre ellos. ¡Cuánto hubiese deseado tener a Anne de invitada en Hay Park! El pensamiento le provocaba un hondo dolor.

—La invitación está hecha —dijo al fin—, queda en manos de la señorita Anne aceptarla o no. En lo personal, no me sentiré ofendido si no lo hace… En realidad, espero que no lo haga, pues sé de antemano su deseo irrestricto de no marcharse del lado de su tía.

—Quizás estés equivocado —insinuó Prudence.

Edward suspiró.

—Es cierto, puede que lo esté. Si cambiara de opinión, no tengo objeción alguna en recibirla en Hay Park este verano. Si esa no hubiese sido mi intención jamás le hubiese hecho la invitación, pero me limito a advertir que no lo considero probable.

La falta de entusiasmo de Edward, no pudo disminuir el de Georgiana, que anunció que iría a hacerle una visita a Anne de inmediato para preguntarle. Dicho esto, tanto Georgie como Johannes abandonaron la habitación, este último explicó que se ocuparía de hacer los arreglos para el viaje. Prudence logró entonces quedarse a solas con Edward, que era lo que deseaba. Esta vez no permitiría que el asunto se diluyese sin indagar más. Estaba segura de que algo había sucedido entre Anne y él, algo que intentaba ocultarle a toda costa pero que ella debía descubrir.

—Hermano, necesitamos hablar —anunció sin rodeos—, he intentado respetar tu privacidad, mas resulta demasiado evidente que hay algo que te aqueja. No me refiero a una dolencia física, querido Edward, y eso es lo que más me inquieta, porque una herida emocional es más difícil de curar.

A Edward no le sorprendió la curiosidad de su hermana, ya estaba aguardando por una conversación de esa naturaleza.

—Son ideas tuyas, Prudence. Estoy muy bien, no tienes de qué preocuparte. Perdóname si no reboso entusiasmo en estos últimos días, pienso que el motivo resulta evidente.

—¿Te refieres a Anne?

—Me refiero al asalto y al tiro que recibí, Prudence —añadió molesto—, no entiendo qué tenga que ver Anne con esto.

Edward se hallaba descansando en una enorme butaca cercana al balcón de su habitación. La mañana estaba soleada y los rayos del sol se filtraban por la puerta entreabierta. Su hermana tomó asiento frente a él; una mesa pequeña de roble se interponía entre ellos, repleta de la correspondencia que le llegaba.

—Me resulta llamativo que no hayas aceptado recibir a Anne ninguno de estos días y que no salgas de tu habitación, como si te escondieras. ¿Acaso no sabes que ella viene cada tarde hasta la casa para saber de ti? —le preguntó—. ¿No consideras una descortesía rehusarte a verla?

—Ya estaba informado de sus visitas y le he enviado mis más sinceros agradecimientos por su preocupación, mas no deseo ver a nadie… No es únicamente su compañía la que he rehusado y estoy convencido de que no me considera por ello descortés.

—Anne es la única de tus visitas que se ha mantenido viniendo a verte —objetó Prudence—. Tal devoción debería ser recompensada recibiéndola al menos por unos instantes.

La palabra devoción irritó a Edward, no creía que se tratara de tal cosa.

—Prudence, Anne acostumbra a visitar nuestra casa con regularidad, incluso antes de este penoso incidente. Tratas de hacer ver, con una insistencia inconveniente, que el motivo de tales visitas soy yo. Lamento contrariar esa opinión, pero no albergo ninguna duda de que es a Georgiana a quien Anne viene a ver. Es probable que la tristeza y preocupación de Georgie, hayan hecho más asiduas las visitas de su amiga.

Prudence dudó. Luego de unos momentos en los que ninguno se atrevió a decir nada, volvió a hablar:

—¿Me reñirías si te digo lo que pienso?

La voz de su hermana le pareció tan aniñada que Edward sonrió.

—Es probable —respondió—. No obstante, te conozco lo suficiente para saber que rara vez te guardas algo para ti, así que voy a pedirte que no abuses de mi generosidad esta mañana, pero que digas lo que quieres decirme.

Prudence se acomodó mejor en la butaca y miró a su hermano a los ojos.

—Querido Edward —comenzó—, hacía mucho tiempo que no te veía así… Y no me refiero al reposo después de un accidente, sino al hecho de verte tan enamorado.

La expresión de Edward se trasmutó.

—¡No sé de dónde sacas tal cosa!

—Podrás negarlo cuanto quieras —objetó Prudence—, pero no podrás engañarme al respecto. Te conozco como la palma de mi mano. De nuestros hermanos eres al que mejor comprendo, siempre hemos tenido esta extraña conexión que me hace advertir muy pronto lo que te sucede. —Edward asintió, pues Prudence era muy cercana a él—. Gregory es tu opuesto en carácter, las rivalidades con él son esperadas y hasta divertidas —sonrió—, y, por otra parte, Georgie es demasiado joven para haber desarrollado esa empatía natural de hermanos, cuando resulta evidente que para ella eres una figura paterna.

—En cambio, contigo es distinto —le interrumpió Edward.

Su hermana concordó.

—Nuestra cercanía en edad nos volvió cómplices desde el comienzo; tenemos caracteres distintos mas no opuestos, y poseo una habilidad especial para comprenderte.

—Y yo a ti —le volvió a interrumpir—, recuerda que fui la primera persona que se percató de tu amor por van Lehmann. Incluso fui yo quien más te apoyó cuando decidiste casarte con él.

Prudence sonrió al recordar esos días. Su hermano había sido decisivo para su matrimonio, de no haber contado con su aprobación quizás le hubiese sido más difícil de alcanzar ese sueño.

—¿Entonces te sorprende mucho que diez años después sea capaz de percatarme de algo semejante? Podrás intentar engañarme, pero nadie reconoce mejor el amor en ti, que yo misma.

Edward permaneció en silencio.

—Pese a ese comienzo escabroso que tuvieron, no me sorprende en lo más mínimo que te hayas enamorado de Anne.

A Edward no le molestó escuchárselo decir, estaba calmado y la verdad no podía disgustarlo.

—Reconozco que pensar en ello en un inicio fue una suposición arriesgada —continuó Prudence—, pero me fue muy fácil advertir cuánto te atraía ella, incluso desde la falsa posición de desprecio que pretendiste asumir. Creo que eres correspondido, Edward. Me he detenido a observarla y no le resultas indiferente. Incluso Gregory comparte esa opinión. —La expresión de Edward al escuchar de la confabulación de sus hermanos fue indescifrable—. Sin embargo, algo ha sucedido, y no sé qué pudo haber salido mal. Anne se muestra tan preocupada por ti que no deja lugar a dudas de cuáles son sus sentimientos…

Estas valoraciones de Prudence le producían gran tristeza. Él conocía muy bien los términos del rechazo de la joven, lo había vivido y sufrido en carne propia.

—Anne es muy amable por la preocupación que manifiesta —contestó—, pero no debes malinterpretar su conducta. El día anterior al asalto fue muy clara respecto a cuáles eran sus sentimientos, y cuánto en realidad difieren de los míos.

La expresión de sorpresa de Prudence fue muy grande. No imaginaba que Edward ya hubiese tenido una conversación con Anne tan sincera.

—Ahora quizás entiendas por qué me parece improbable que Anne nos acompañe este verano a Hay Park —prosiguió—. Luego de conocer cuál es mi sentir por ella, la invitación que alguna vez pensó aceptar, correrá la misma suerte que mi declaración.

—¡Lo siento mucho! —exclamó Prudence—. No tenía idea de que hubiesen avanzado tanto, quizás te precipitaste al hablar con ella…

Podía ser, pero le fue imposible callarlo por más tiempo.

—No obstante —reflexionó Prudence—, sigo pensando que de su parte existe un…

—Yo también lo creí —Edward le salió al paso—, pero Anne se encargó de asegurarme que no era así.

El silencio invadió la habitación, ya que su hermana no sabía cómo calmar su decepción. Por más que imaginara que Anne sentía un genuino afecto por él, no se atrevía a seguir insistiendo luego de un rechazo expreso.

—Por favor, Prudence —le pidió Edward—, no quisiera volver a hablar de este asunto. Tienes razón al sugerir que es la principal causa de mi estado de ánimo. Es por ello que deseo tanto mi regreso a Londres, nada como mis actividades diarias para distanciarme de los pensamientos que en Ámsterdam me rondan.

—¡Oh, Edward! —profirió Prudence, mientras se levantaba de su asiento y le daba un abrazo—. Eres la persona más fuerte que conozco.

Edward rompió a reír, con un buen humor insospechado que contrarió súbitamente su tristeza.

—¡Nada más lejos de la verdad! —contestó.

Georgie había llegado a la Casa Sur con emociones encontradas: no deseaba marcharse, su regreso a Londres era inminente y lo lamentaba, no sólo por alejarse de Prudence y de sus sobrinos, sino también de su amiga Anne. Por otra parte, la posibilidad de que ella los acompañase durante el verano la llenaba de alegría, aunque se preguntaba si Anne lo aceptaría, ya que su silencio sobre la invitación era un poco extraño.

Georgie subió con Anne hasta su habitación, luego de saludar a Elizabeth que ya tenía permiso para moverse por la casa sin tantas limitaciones. El embarazo ya comenzaba a notársele, pero continuaba igual de radiante que cuando supo la noticia. Una vez en la recámara de Anne, las jóvenes se sentaron en la terraza, aprovechando lo soleado de la mañana.

Anne preguntó por el estado de salud de Edward, como hacía siempre, y la respuesta no varió mucho a la del día anterior. Él se encontraba bastante recuperado, pero continuaba de reposo. Esta vez Georgiana agregó algo nuevo:

—Edward le ha pedido a Johannes que se ocupe de los preparativos para nuestro regreso a casa. Quizás en un par de días estemos partiendo hacia Londres.

La decepción en la voz de Georgie fue evidente, pero era mucho menor comparada con la experimentada por Anne al escuchar tal cosa. Tal vez no tuviese oportunidad de volver a ver a Edward y de disculparse con él.

—¡Lo siento mucho! —dijo al fin—. Disfruto tanto de tu compañía que llegué a pensar que nada cambiaría, aun sabiendo que en algún momento debían regresar.

—Yo también lo lamento, Anne. Necesito mucho de amigos en Londres y la ausencia de Prudence me entristece siempre, luego de un período a su lado. ¡Hace tanto que vive en Ámsterdam, pero yo no me resigno a tenerla lejos! Incluso sugerí quedarme acá un tiempo más, pero ni ella ni Edward lo encontraron conveniente.

—Lord Hay te extrañaría mucho… —apuntó.

—Así es, y también está mamá —repuso con tristeza Georgie—. Mamá vive ajena a la realidad, Anne. Nunca te lo había confiado con tanta claridad, pero desde que papá murió, Prudence se casó y Edward estuvo al borde de la muerte, su carácter no fue el mismo. Mamá sufrió mucho tiempo de los nervios, pero hace un año que ha dejado de reconocernos… —Sus ojos se llenaron de lágrimas.

—¡Oh, Georgie! —exclamó Anne dándole un abrazo—. ¡No tenía idea de esto! Lord Hay me comentó en una oportunidad que estaba enferma, pero no ahondó más en la naturaleza del mal que le aquejaba.

—Resulta muy doloroso estar frente a ella y que no tenga idea de quiénes somos… La extraño tanto, Anne, pero verla también me supone una tristeza muy honda. En ocasiones, aunque cada vez menos, tiene intervalos de lucidez. En esos días buenos uno incluso puede olvidarse de su enfermedad y confiar en que exista una mejoría, pero cuando vuelve a su estado ausente, la desilusión es enorme.

—Me imagino —comentó—. Hay muchas formas de perder a un ser querido, y esa puede ser una de ellas… Una terrible.

—Es una muerte en vida —aseguró Georgiana, todavía con lágrimas en los ojos—. También por ello Prudence no desea que deje a Edward solo. Gregory es demasiado irresponsable y Edward suele echarse a cuestas la carga, sin repartirla con nadie más, salvo con la tía Julie que tanto hace por mamá. Para él no es una carga, por supuesto, esa es una palabra muy dura —se corrigió—, pero lo cierto es que él vela por todos nosotros desde hace años.

Anne pensó en él y en lo que era capaz de hacer por su familia, sin duda era un hombre excepcional.

—Es un excelente hijo y hermano —aseveró.

—¿Sabes lo único que me ha puesto alegre hoy? —continuó Georgiana con una sonrisa—. Saber que Edward te extendió una invitación para que nos acompañes a Hay Park este verano. Prudence lo comentó en la mañana frente a él. ¿Cómo es posible que no me lo hubieses dicho, Anne?

—Lo siento —contestó algo nerviosa—, en realidad lord Hay se lo comentó a mi abuela, no a mí. Fue por ella por quien supe de la invitación justo antes del asalto, así que consideré mejor no comentarlo después… Estaban tan preocupadas que no tenía ningún sentido hablar de los planes para el verano en ese momento. ¿Cómo lo supo Prudence?

—Por lady Lucille precisamente —respondió—; ella ve con buenos ojos tu visita y está segura de que no pondrás objeciones a ese viaje.

—Lo lamento, Georgie —dijo Anne con pena—, no quisiera decepcionarte. Por más deseos que albergue de pasar este verano junto a ustedes, siento que mi deber es permanecer en Ámsterdam con tía Beth.

Georgiana no esperaba una negativa tan definitiva, pero entendió las razones de Anne.

Dos días después, las jóvenes se despedían en la Casa Sur. A la mañana siguiente partirían Johannes, Edward y Georgiana para Londres. Anne no había vuelto a la Casa Norte, no deseaba pasar por la vergüenza de no ser recibida por Edward. No lo culpaba, recordaba las injustas palabras que le había dicho, reconocía que él tenía motivos para no querer volver a verla. A pesar de prometerle a Georgiana que reconsideraría su decisión sobre el verano en Hay Park, en el fondo de su corazón sabía que no lo haría. Ojalá pudiese volver a ver a Georgie pronto, era tan amable y tan buena, que le dolía alejarse de una amiga así. En cuanto a Edward, tampoco tenía certeza de cuánto tiempo transcurriría hasta un nuevo encuentro, ni si su amor por ella se mantendría incólume a pesar de la distancia.

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