Capítulo 15
Durante toda la mañana del día siguiente, Edward y Johannes estuvieron encerrados en el despacho de este último en la Casa Norte. Gregory se había marchado bien temprano en un barco, por lo que Edward simplemente se despidió de él. Nada lograría disgustándole con lo acontecido y Anne le había pedido discreción.
Sin embargo, a su cuñado no tuvo más remedio que confiarle lo que había sucedido en su residencia la noche anterior. Johannes se había quedado atónito. Jamás hubiese pensado que el duque fuera capaz de humillar a una dama como Anne, nieta de la Duquesa de Portland. Si no fuese porque confiaba en la palabra de Edward, no hubiese dado crédito a lo que acababa de ser dicho. ¡Era inaudito! Por otra parte, sentía mucho pesar por sus invitadas: la señorita Cavendish y lady Lucille, sin saber bien qué debía hacerse en un caso como aquel.
Los caballeros estaban de acuerdo en que el duque debió haber contado con la ayuda de alguien. Aunque pudo haber sido fruto de las circunstancias, muchos elementos tuvieron que coincidir para que Anne se encontrase sola a esa hora de la noche, por lo que se decantaron por la hipótesis de un cómplice. La tardanza de la señorita Norris era muy sospechosa. Cierto que la dama era un poco atolondrada y durante la fiesta había conversado de más con los invitados, pero ¿por qué no había acudido al carruaje a tiempo para acompañar a Anne?
Lady Lucille se había encargado de hablar con la señorita Norris la noche anterior, mientras los caballeros en la mañana lo habían hecho con el señor Havicksz. Las versiones de las damas y la del mayordomo, divergían en cierto punto. Todos coincidían en que Anne se había retirado de la fiesta con su doncella, mientras esperaban a la señorita Norris en el jardín, cerca del carruaje. La contradicción venía después: el señor Havicksz aseveraba que, cuando fue al salón en busca de la dama de compañía, le informaron que se había retirado indispuesta; la señorita Norris, en cambio, aseguraba que nunca se alejó del salón y que no padeció de indisposición alguna. Si el señor Havicksz hubiese ido a avisarle, la hubiese encontrado en animada charla con algunas de las damas.
¿El señor Havicksz estaría mintiendo? La pregunta no dejaba de estar presente en la cabeza de Edward. Havicksz había visto marcharse al duque, de modo que fue inevitable verlo golpeado y, aun así, prefirió no comunicárselo a los señores, ni tan siquiera a Johannes. De cualquier manera, el asunto controvertido seguía siendo si la señorita Norris estaba o no en el salón cuando se le procuró.
—Quizás Havicksz fue y no la encontró —repuso Johannes—, pienso que estamos perdiendo el tiempo con estos interrogatorios. Lo más lógico es que el duque siguiera a Anne, aguardara en la distancia en busca de una oportunidad y la encontrase. Quizás fue una cadena de coincidencias las que llevaron a esta situación tan lamentable.
—Quizás —reconoció Edward—, pero sigo pensando que hay algo más… El duque no es hombre que se mantenga a la sombra, en espera de una buena oportunidad para actuar, su Excelencia es demasiado refinado para comportarse como un bandido acechante. ¡Estoy casi convencido de que estaba advertido! La propia Anne le dijo a su abuela que el duque estaba al tanto de sus movimientos, que se despidieron un tiempo antes de lo sucedido y conocía del trayecto que haría hacia la Casa Sur. Lo más probable es que tuviera algún aliado que le notificara el momento oportuno de abordar a Anne.
—Pero nadie detuvo a la señorita Norris —meditó Johannes—, ella no estuvo a tiempo de abordar la berlina, fue descuidada y…
—Eso es cierto, pero tal vez no fue simple descuido. ¿Y si no le dieron el recado de Anne deliberadamente? Cuando Havicksz retornó a informarle que su dama de compañía no aparecía, en cierta medida condicionó que la doncella se viera forzada a dejarla sola para ir en su busca.
—¡Por favor, Edward! —exclamó con impaciencia Johannes—. Havicksz es nuestro hombre de confianza. ¿Cómo prever que la doncella dejaría sola a Anne?
—¿En serio crees eso? —repuso, cada vez más convencido—. Las versiones difieren y Havicksz no se ofreció a seguir buscando a la señorita Norris. Se limitó a decir que alguien, que no sabemos quién, aseguró que se sentía indispuesta. De estar la señorita Norris realmente enferma, ¿no era lógico que fuese la doncella o incluso la propia Anne las que fueran en su busca?
Edward se detuvo, considerando algo que no había meditado hasta ese momento.
—¿Qué? —preguntó Johannes ante la expresión de su cuñado—. ¿Qué estás pensando?
—Valora esto: quizás el plan original no fuese acercarse a Anne en el carruaje, con el cochero de testigo, ¿no crees? Esa noche hacía bastante frío, lo probable era suponer que ella entraría de nuevo a la casa.
—Hasta ahí te sigo. Tiene lógica —asintió Johannes.
—Si Havicksz le decía a Anne que la dama estaba indispuesta, cabía la posibilidad —no muy descabellada, por cierto—, de que ella regresara a la casa y la buscara por sí misma en la alcoba que Prudence le había destinado. Tal vez el duque planeaba salir a su encuentro allí, un lugar mucho más apropiado para sus oscuras pretensiones.
Edward se quedó pensativo, recordando cuando él mismo había entrado en aquella recámara para felicitar a Anne tras su presentación. ¡Sus intenciones habían sido honorables, por más que deseara tomarla en sus brazos y besarla allí mismo! Hacía mucho tiempo que no sentía aquellos impulsos tan fuertes por una mujer, pero Anne lo había devuelto a la vida.
—En cualquier caso —prosiguió su cuñado—, Havicksz sigue siendo para ti el colaborador del duque.
Edward lo afirmó.
—Estoy casi convencido de que Havicksz le avisó al duque que Anne estaba sola en el jardín. ¡Él no se hubiera atrevido a importunarla otra vez de imaginar que se encontraba acompañada! Su osadía necesitaba de un cómplice.
—Supongamos que tienes razón —cedió Johannes—, ¿cómo podemos probar esta teoría?
Edward mandó a llamar a la doncella a la Casa Sur; ninguno de los dos la había entrevistado, solamente tenían referencias de su charla con lady Lucille. Mientras la aguardaban, Hay se mantuvo ausente, en sus cavilaciones, mientras que Johannes se entretuvo leyendo un diario.
Unos minutos después apareció en la estancia Blanche, un poco nerviosa porque la mandaran a llamar de aquella manera intempestiva. Por primera vez, Edward le prestó verdadera atención a la muchacha. Blanche era una mujer muy joven, delgada, bastante alta y de cabello oscuro, tan oscuro como el de Anne. Su textura no podía adivinarla pues lo tenía recogido y oculto, aunque no lo suficiente para no apreciar su exacta tonalidad.
Johannes comenzó a hablar y le pidió que relatara su versión de los hechos. Blanche dijo la verdad: cómo aguardaron por la señorita Norris, la despedida del señor Gregory Hay —algo que Edward desconocía y que le sorprendió— y con posterioridad el aviso del señor Havicksz sobre la señorita Norris y su indisposición.
—Muy bien —le interrumpió Edward—, ¿y qué hizo usted?
—Me ofrecí a buscar a la señorita Norris, Excelencia. Imaginé que estuviera en la recámara si se encontraba enferma. La señorita Cavendish estuvo de acuerdo, nos dijo que permanecería en la berlina aguardando a causa del frío, ¡había mucho frío anoche, Excelencia! Se despidió de nosotros y luego yo me marché por el corredor hacia la recámara.
—Entonces, Blanche —prosiguió Edward—, ¿el señor Havicksz estaba presente cuando la señorita Cavendish dijo que aguardaría sola en la berlina?
—Sí, lord Hay —respondió la joven.
—¿Está segura? —insistió Edward— ¿Está segura de que el señor Havicksz no se había marchado ya?
—Estoy segura, Excelencia —volvió a contestar Blanche con convicción—, la señorita Cavendish se despidió de los dos y dijo que aguardaría en el coche porque tenía mucho frío. El señor Havicksz y yo nos fuimos juntos, pero tomamos por caminos distintos.
—¿Por qué corredor tomó el señor Havicksz?
—No puedo decirle con absoluta certeza, Excelencia, porque no conozco bien la casa, pero yo tomé por el corredor que conduce hacia la escalera y los dormitorios y el señor Havicksz por el pasillo que llevaba a la fiesta.
—Excelente, Blanche —dijo Edward mientras Johannes observaba la escena en silencio—, ¿encontró a la señorita Norris en la recámara?
—No, Excelencia. Busqué en la habitación y en otras adyacentes, pregunté al personal de servicio, pero al no tener resultados me dirigí al salón y al cabo de unos minutos la hallé cerca de las columnas, conversando con unas damas. Aguardé para no interrumpir, pero la señorita Norris me divisó e imaginó por qué la estaba esperando. Cuando salimos al jardín no encontramos rastros ni de la berlina ni de la señorita.
Edward se estremeció recordando lo que había padecido Anne.
—¿Refirió la señorita Norris haber abandonado el salón por sentirse indispuesta? —precisó.
—No, lord Hay —respondió la muchacha—, cuando le comenté que el señor Havicksz no la había encontrado se extrañó. Lo había visto unos instantes antes, pero no se había dirigido a ella. La señorita Norris asegura que no se movió en buena parte de la noche del sitio donde estaba.
Edward suspiró. Lo que le había dicho la doncella confirmaba sus sospechas, pero su testimonio no bastaba para probar la culpabilidad del señor Havicksz.
—Muchas gracias, Blanche. Le agradecemos por su ayuda, resulta inestimable. Puede marcharse ya. ¡Buenos días!
Blanche hizo una pequeña reverencia y se retiró enseguida.
—Sé lo que vas a decir —se adelantó Johannes, una vez que la puerta del despacho se hubo cerrado—, y estás en lo cierto, pero esto no resulta suficiente para dar por incuestionable una acusación tan grande sobre mi hombre de confianza. ¡Sería su palabra contra la de esta joven, y ella no deja de ser una criada!
Edward se levantó, un poco airado.
—Sé que no tenemos pruebas contundentes, Johannes, pero más vale que las tengamos pronto. Estaríamos haciendo justicia con Anne y sacando de tu hogar a alguien que no merece tu confianza. ¿Qué garantías tienes de que no te traicione en el futuro?
El dueño de la casa permaneció callado, hasta que se decidió a hablar:
—Incluso en el supuesto caso de que el duque le haya pedido a Havicksz ciertos favores para quedarse a solas con Anne, ello no significa que Havicksz estuviese al tanto de las intenciones del duque, Edward. ¿Cuántas veces no hicimos lo mismo en nuestra juventud? ¿De cuántos amigos no me valí para poder estar con Prudence y cortejarla? —Edward lo miraba irritado—. Tú mismo habrás estado de esa manera con alguna dama en más de una ocasión… El deseo de estar con una en cierto espacio de privacidad, no tildan al caballero de poco honorable. ¿Cómo pretender que Havicksz supusiera entonces que el Duque de Mecklemburgo-Schwerin fuese un ser tan deplorable?
Edward asestó un puñetazo contra el escritorio de madera donde estaba sentado su cuñado, haciendo que el pomo de tinta se tambaleara, por fortuna sin vaciar su contenido.
—¿Qué estás diciendo? —exclamó furioso— ¿Estás tratando de justificar la actitud de Havicksz? ¿Es eso? —Se alejó un poco y comenzó a moverse por la estancia—. ¡Anne es tu invitada! ¡Deberías estar consternado por lo sucedido dentro de tu propia casa! ¡Eso no tiene justificación! Havicksz trabaja para ti, no puede hacer nada que vaya en contra de los intereses de las personas que están bajo tu techo. ¿Acaso le constaba que Anne deseaba encontrarse en esas circunstancias con ese caballero? ¿Tienes conciencia de lo que pudo haberle sucedido a ella por esos favores que intentas justificar? ¡El daño pudo ser irreparable!
—Lo siento —contestó Johannes levantándose también—, tienes razón. De cualquier manera, no tenemos elementos suficientes para acusar a Havicksz.
Edward sabía que eso era cierto.
—Puedes presionarlo —sugirió—; si es culpable, su versión no demorará mucho en quebrarse. Es muy probable que en sus aposentos tenga el dinero que le debe haber entregado el duque por su colaboración. Puedes mandar a revisar entre sus pertenencias…
—Prefiero hablar con él —concluyó Johannes decidido—. Es muy difícil probar el origen de cualquier suma de dinero que se halle en su poder. Havicksz recibe una buena paga, pero quizás con un poco de habilidad logre que confiese o diga lo que sabe.
Aquella mañana, Anne se levantó con la resolución de dejar atrás lo sucedido. No había dormido bien, pero al menos estaba tranquila. La pierna le dolía muy poco, la marca del bofetón en su rostro había desaparecido y solo quedaban de la agresión algunas huellas en sus brazos y garganta que supo disimular con una blusa de cuello alto y mangas largas. Su abuela ya la había visitado, preocupada, pero Anne le aseguró que estaba bien. Lo peor había pasado y no era saludable permanecer en cama pensando en aquellos momentos de angustia. El asunto se mantendría oculto de la familia van Lehmann o al menos de la mayoría de los miembros, así como de los Hay. Las damas no debían saberlo, mucho menos Beth en su estado; Edward había prometido a lady Lucille ser muy discreto, salvo con Johannes de quien requería para llevar a cabo ciertas indagaciones.
Anne estaba al margen de todo lo que sucedía, conocía de sus investigaciones, pero nada más. No se sentía en condiciones de seguir pendiente de ellas, les agradecía por su solidaridad, pero nada podría solucionarse.
En algún momento de la mañana conoció que de la Casa Norte habían mandado a llamar a su doncella, pero por decisión propia se mantuvo ajena. En cuanto pudo, fue a la habitación de su tía Beth, era una excelente manera de dejar de pensar en sí misma y ocupar su mente al lado de una persona tan querida; su tía la encontró algo pálida, pero lo achacó a la presentación del día anterior y al cansancio de la fiesta. Elizabeth estaba deseosa de escuchar los detalles y entusiasmadísima, por lo que parte de esa alegría contagió un poco a Anne, que relató con sencillez cada momento de la velada. Estaba agradecida de encontrar a su tía tan rozagante, y excepto por el contratiempo que suponía permanecer en reposo, su embarazo parecía transcurrir de maravillas.
Elizabeth se hallaba recostada en la cama con varios almohadones, la luz entraba en la estancia a raudales, pues las cortinas estaban descorridas por completo. Sus ojos brillaban de satisfacción al saber del éxito de Anne; se sentía muy orgullosa de ella, como siempre lo había estado, todo lo orgullosa que puede sentirse una madre por una hija. No dudaba incluso que esa tarde Prudence apareciera para relatarle ella misma cuán aclamada había sido la presentación, pero algo en la expresión de Anne le hizo presumir que las cosas no habían marchado del todo bien, así que se centró en el único asunto que, a su juicio, pudo haber empañado su ánimo.
—Tengo curiosidad por saber cuál fue la opinión de lord Hay al escucharte cantar. ¿Tuvo oportunidad de felicitarte?
Anne asintió, un poco ruborizada. A su mente acudió el recuerdo de la visita de Edward a su recámara y sus enigmáticas palabras. Lamentablemente, los acontecimientos posteriores hicieron pasar a un segundo plano un momento que para ella tenía mucho valor.
—¿Qué sucede, Anne? —preguntó Beth preocupada, sacándola de sus pensamientos—. Sabes que puedes decirme lo que te sucede, no puedes temer contarme sobre su comportamiento. ¿Acaso lord Hay se ha mostrado descortés contigo otra vez?
—No, todo lo contrario —respondió ella con una tímida sonrisa—. Lord Hay es una persona extraordinaria.
El calificativo sorprendió mucho a Elizabeth; sabía que su madre se expresaba muy bien de él y que le tenía una estima que a Beth le parecía inmerecida. No obstante, confiaba en la agudeza y en la percepción de la duquesa, quien rara vez fallaba juzgando a una persona. Ahora bien, escuchar de los labios de Anne un elogio como ese, sobre un caballero que la había despreciado, sí le resultaba muy inesperado.
—¿Extraordinario? —repitió— ¿Me he perdido de algo en estos días?
—Un caballero que reconoce de corazón que se equivocó es extraordinario; lord Hay no se limitó a pedirme disculpas, sino que me ha demostrado con sus acciones que desea rectificar su error. Anoche acudió a felicitarme enseguida, me confesó que quedó muy impresionado con mi voz… Para mí su opinión es muy importante, ya que es un gran aficionado a la música y tiene una gran sensibilidad.
—¡Vaya! —exclamó Elizabeth—. No imaginaba que lo conocieras tan bien ni que lo valoraras de esa manera. Me alegra mucho que lord Hay resultara ser como dices o como le parece a mamá, pues comparte tu mismo criterio. Carezco de la perspicacia de ella para calar a las personas, pero confío en el buen juicio de las dos.
Anne no contestó, tendría que haberle dicho muchas más cosas para que pudiera formarse un criterio adecuado de Edward, mas debía callar por el bien de la familia y de ella misma. Él se merecía el agradecimiento de todos, en especial de Beth, quien lo había tratado con dureza un tiempo atrás, pero el hecho era tan horroroso, que Anne prefería mantenerlo en silencio.
Quizás en un futuro, su tía Beth pudiera ver a Edward con otros ojos, de la misma forma en la que ella comenzaba a verlo ahora, una forma que le asustaba y le complacía a partes iguales. Él era un hombre bueno, aunque pudiese parecer áspero, distante o frío, aunque ella misma hubiese dudado en un inicio de su bondad. Atraía con su mirada inquietante, con su voz profunda que no utilizaba en empalagosas palabras de seducción como su hermano, sino en palabras más sencillas, capaces de hacerla estremecer como la más poderosa frase de amor. Y si antes le había parecido un hombre débil, la noche pasada la había dejado sorprendida al golpear al duque con la destreza de un gran pugilista.
Con el paso de las horas y la tranquilidad del hogar, había sabido aquilatar lo que había hecho por ella; su fortaleza de carácter, la ira contenida, el valor manifiesto, la agilidad en la contienda, la habían dejado deslumbrada. Anne no se impresionaba con facilidad, pero Edward había logrado hacer en unos días lo que ningún hombre había hecho antes en su corazón; ni tan siquiera su prometido.
Anne amaba a Charles, pero el amor por él fue creciendo con el tiempo, fue traspasando lentamente las fronteras entre la infancia y la juventud, con la dulzura y la pasión que pueden nacer en dos corazones predispuestos a sucumbir a la magia del primer romance. Con Edward era distinto; su corazón estaba destrozado y aunque estaba segura también de que no lo amaba, le resultaba muy difícil seguir adelante sin él. Jamás podría olvidar lo que había hecho y confiaba en poder contar con él como un amigo.
No era del todo inexperta para no haber advertido en Edward ciertas frases incompletas o enigmáticas que tal vez dejaban traslucir más de sí mismo y de sus sentimientos. No obstante, Anne no estaba convencida de ello; el afecto de Edward le parecía sincero, pero resultaba muy difícil que un hombre de su condición social, con los prejuicios y convencionalismos propios de su clase, se enamorara de ella. A fin de cuentas, más allá del buen nombre de su familia, ella no dejaba de ser una artista. Quizás por eso, confiaba más en una amistad entre ella y los Hay. Esperar algo distinto de parte de Edward parecía una locura. Gregory mismo le había dejado claras sus intenciones, marchándose y poniendo fin a su discurso de conquistador.
Elizabeth no se había equivocado, en la tarde fue a visitarla Prudence, muy alegre después del éxito de la fiesta. Estaba tan bonita y tenía una expresión tan juvenil, que Beth no encontró en ella evidencia alguna de cansancio.
—Querida, pensé que estarías muy agotada después de ayer, para venir a verme —le dijo con amabilidad, aunque sabía que Prudence se moría de ganas de hablar de la fiesta.
—¡Qué va! —profirió— Tenía muchos deseos de venir a relatarte personalmente cómo transcurrió todo, no podría estar más satisfecha, pero Anne ya debe haberte adelantado bastante. ¡Qué pena que no pudiste estar con nosotros! Quién sabe si en una próxima oportunidad, Anne pueda deleitarnos una vez más con su talento.
Después de su maternidad, Prudence había esperado un tiempo prudencial para volver a asistir a eventos sociales, pero luego del bautizo del pequeño John había planificado la fiesta como una manera de salir del tedio que le había supuesto el enclaustramiento del último tercio del embarazo y el parto. Estaba muy animada de volver a la vida social, por lo que no desestimaba planificar en un futuro cercano algún evento de esa clase.
En la recámara todavía se encontraba Anne, así que Prudence la felicitó nuevamente por su presentación.
—Además, ¿cómo no venir? —continuó, mientras explicaba sus razones—. Johannes y Edward se han pasado toda la mañana encerrados en el despacho y luego han salido sin explicar a dónde; Georgie dijo sentirse sin fuerzas después de bailar tanto, algo inaudito a su edad, y yo me aburría con María y con los niños.
Anne se quedó pensativa ante lo dicho por Prudence. Imaginaba el motivo de la reunión entre Johannes y Edward en la mañana, pero desconocía por completo qué los había llevado a marcharse después. Permaneció en silencio mientras Prudence retomaba el tema de la fiesta. Empleó mucho tiempo en describir cómo había sucedido todo: la decoración —de la cual ya había hablado unos días atrás—, la música, la pieza que Anne había seleccionado, quiénes habían asistido y los comentarios acerca de la concurrencia.
Cuando Anne escuchó hablar del duque y de sus halagos para con ella se sintió enferma, así que se disculpó con Prudence y con Beth y las dejó a solas. A ninguna de las dos les extrañó demasiado la desaparición de la joven, por lo que continuaron su animada charla. Beth era la persona perfecta para escuchar a Prudence, ávida de noticas como estaba y la dama, ansiosa por contarle todo.
Cuando Anne bajó la escalera y llegó al salón, se encontró a su abuela, que estaba de pie en la estancia. Delante suyo había un servicio de té para dos personas en una bandeja, que ya una doncella estaba retirando.
—Lord Hay acaba de marcharse —le dijo—, ha venido a saber cómo estabas; le comenté que te hallabas en la recámara con Beth y no ha querido que te molestara haciéndote bajar para saludarlo. No obstante —añadió con una mirada indescifrable— si te adelantas, quizás puedas encontrarlo todavía en el jardín. Él apreciará comprobar por sí mismo que te encuentras bien.
Anne se quedó en silencio, no supo qué responder ni qué hacer y miró a su abuela, vacilante.
—Anda, ve querida —le animó lady Lucille con un ademán.
Anne no lo pensó más y echó andar, con prisa, para poder alcanzarlo.
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