Capítulo 11

Anne se encontraba cada vez más ansiosa, dada la cercanía de la presentación en el marco de la fiesta de Prudence. Había ensayado con Georgiana todos los días y en la tarde de aquel día, se dirigió al Concertgebouw, para hacerlo con la orquesta. El director, el señor Mengelberg, había insistido en que era más oportuno que ella acudiese al salón de conciertos aprovechando la jornada de los ensayos que normalmente se hacían.

Fue acompañada de la señorita Norris y de Georgiana; para su sorpresa, lord Hay no había puesto inconveniente alguno en que su hermana fuese, tan solo había insistido en ir con ellas. Anne no pudo negarse a esa condición impuesta, pero el caballero las esperaría en el carruaje. Para la joven soprano era muy importante no tener distracciones en sus ensayos, y su presentación debía ser una sorpresa para todos los invitados, incluso para Edward. Él no podía negar que con el paso de los días anhelaba más aún disfrutar de su voz, mas tendría que aguardar hasta la esperada noche.

Gregory continuaba insistiendo en escuchar a Anne, pero la joven seguía rehusándose. Le dispensaba un trato especial, pero Edward no notaba en realidad grandes progresos. Por su parte, después de la visita al museo y del bautizo, no había tenido oportunidades para quedarse a solas con ella. Las noches en las que asistía a la Casa Norte no eran tan frecuentes, y cuando lo hacía, cedía el espacio a su hermano, ocupando un segundo plano en las veladas.

Este distanciamiento que, sin quererlo, se había producido en la última semana, lo fastidiaba bastante e intensificaba el efecto que tuvo para él aquel momento de intimidad que compartieron frente a la Carta de Amor. Por supuesto, estos pensamientos le molestaban, pues se resistía a encontrar una explicación adecuada al hecho de desear la cercanía de Anne. Quizás por ello, había accedido a acompañar a las damas hasta el Concertgebouw. No le contrariaba en lo más mínimo que Georgiana asistiera, incluso confiaba en que la presencia de la señorita Norris fuera suficiente para las dos jovencitas, pero había esgrimido la condición de sumarse para estar más cerca de Anne. El tiempo que tuvo que aguardar por ellas en el carruaje le pareció interminable y ni siquiera tuvo como recompensa, el poder escuchar el eco lejano de su voz. La pieza que iba a interpretar continuaba siendo un gran enigma.

Para tranquilidad de Anne, no existieron grandes contratiempos durante el ensayo, que duró una hora. El joven director estaba complacido con el resultado y ella también, pues siempre se mostraba muy tensa antes de cantar. Las damas regresaron al carruaje y este se puso en marcha hacia el hogar de los van Lehmann. La cara de tedio de Edward era evidente, por la cual Georgie hizo un par de bromas a su haber. Al llegar a su destino, el carruaje se detuvo en la Casa Norte y Georgie bajó de él, pues luego del ensayo con la orquesta, Anne no consideraba necesario hacerlo en el piano esa tarde; ella pensó que Edward se quedaría también allí, pero para su sorpresa insistió en que las acompañaría hasta la Casa Sur.

Anne se sentía admirada de ver a lord Hay tan afable con ella. Había cambiado bastante en las últimas semanas, y casi podía olvidarse de la pasada antipatía que había sentido por ella. El caballero las ayudó a descender del carruaje y las escoltó hasta el salón principal del hogar.
La duquesa no se encontraba allí, era probable que se hallara descansando o en los aposentos de su hija. Asimismo, faltaba una hora para el té, así que era demasiado temprano para pretender entablar una conversación con la anciana. La señorita Norris se despidió de lord Hay y subió por la escalera de roble hasta el primer piso, se notaba algo cansada. Según había dicho, ya había olvidado lo aburridos que podían ser los ensayos. Para sorpresa de Edward, Anne no la siguió. Permaneció de pie frente a él, sin intención de marcharse.

—Le agradezco por su tiempo, lord Hay. Me siento feliz de que Georgiana haya podido asistir también y que usted se lo haya permitido.

—No tiene por qué agradecerme, señorita Anne —contestó él, mientras se fijaba en el brillo de su cabello oscuro y el contraste con su pálida piel—, ha sido un placer haberle sido útil. Lo único que le reprocho es no haber podido disfrutar del ensayo, le confieso que su voz me causa bastante curiosidad.

Anne se quedó complacida ante sus palabras, le dispensaba un interés que jamás hubiese esperado de él.

—Espero no decepcionarle entonces —repuso—. Sobre los ensayos, le aseguro que son fascinantes, pero nada se compara con la sensación que puede experimentarse con la representación. De tanto escuchar una pieza en los ensayos, un espectador ansioso pudiera perderse el verdadero goce de la noche del estreno. Quizás por eso me he atrevido a privar de esa emoción a Georgiana solamente, por su infinita paciencia al piano y la ayuda que me ha brindado; mas preferí no hacer lo mismo con otros, confiando en la impresión que puede experimentarse con algo por primera vez.

Edward se quedó maravillado con la agudeza de la joven y la entendió enseguida. Se preguntó cuál sería la impresión que sentiría al escucharla. Al menos Gregory la había visto en el teatro en otras oportunidades, pero él no había tenido el mismo privilegio. Se despidió de Anne, creyendo que la conversación había llegado a su fin, pero ella lo sorprendió una vez más al ofrecerse a conducirlo hasta el invernadero. Edward no se rehusó, pues por primera vez en muchos días, disfrutaba de su grata compañía y era feliz de no tener que compartirla con nadie más.

La pareja abrió la puerta de cristal, y luego de avanzar unos pocos pasos, se sentaron en un banco cercano a unas rosas amarillas. Aquel encuentro no había sido planificado y Anne se preguntaba si sería sensato permanecer a solas con Edward, aunque deseaba conversar un poco más con él. Él aceptó gustoso la invitación que la joven le hizo de manera tácita. Estaba dispuesto a demostrarle cuánto había cambiado en los últimos días.

—Nunca le he preguntado —comenzó mientras la miraba—, de quién ha heredado ese talento.

—Debería esperar a escucharme para poder juzgar por sí mismo si soy o no talentosa —dijo ella con una sonrisa—. Quizás el descubrimiento no cause el efecto que usted supone.

—El talento, como la belleza no se pueden ocultar —contestó él, aunque se sintió un poco incómodo de haber puesto aquel ejemplo—. He de confiar en el criterio unánime y aseverar que posee una voz maravillosa.

—Le pido que el sábado valore mi interpretación. No soy pretensiosa ni me fío de las reseñas, se lo aseguro. En cuanto a la pregunta que me hace, le diré que la voz la heredé de mi madre.

Edward advirtió en el acto la tristeza que se evidenciaba en los ojos de la joven al pensar en ella.

—Debe haber sido muy duro para usted haberla perdido. Tengo entendido que sus padres murieron muy tempranamente —añadió él—. Lo siento muchísimo.

—Sí, es difícil —asintió ella—, no haberlos conocido es muy triste. Mi abuela y mi tía me reiteran que tengo la voz de mamá, pero yo no puedo saberlo con certeza, no guardo memoria alguna de ninguna canción entonada en mi presencia por ella ¡y hubiera deseado tanto haberla escuchado! -Estaba siendo tan sincera, que la voz se le resquebrajó-. Por fortuna, el amor de mi querida tía Beth me hizo sentir el afecto maternal al comienzo mismo de mi orfandad. Puedo afirmar que nunca me faltó el abrigo de una madre.

Edward pensó en la suya y también sintió tristeza.

—Puedo comprenderla en cierta forma —confesó—. Mi madre vive, pero está muy enferma y es como si la hubiese perdido hace muchos años.

Anne se sorprendió, pero no preguntó nada más acerca de su dolencia.

—Lo siento mucho, lord Hay —murmuró—, imagino cuánto debe afectarles esto.

Pensó en Georgiana y en la falta que le haría el amor de su madre, puesto que su hermana mayor se hallaba tan lejos de ella.

—Así es —prosiguió él—. Hace años que tengo la responsabilidad de ser jefe de familia, luego de la muerte de mi padre y de la enfermedad de mi madre. Georgie tenía nueve años cuando papá murió; Prudence ya se había casado y vivía aquí en Ámsterdam y poco después enfermó mamá. Mi tía Julia, la hermana de mi madre y yo, fuimos el único apoyo con el que contó Georgie el resto de su infancia. Supongo que esto me hace parecer tan poco afectuoso o cercano con las personas y a la vez, tan protector de mis hermanos, en especial de Georgiana, como le he dicho.

Anne sabía a qué se refería. Estaba intentando justificar su pasado comportamiento con ella.

—Es entendible —afirmó— pero los años han transcurrido, y quizás dentro de poco sus hermanos formen sus respectivas familias y usted pueda pensar en hacer lo mismo.

Edward la miró con interés, no porque el comentario le molestase, sino porque Anne lo encontraba capaz de cumplir esa meta tan natural. Ella se sintió avergonzada de decir algo tan íntimo, y al ver su expresión la malinterpretó.

—¡Me disculpo! —exclamó—. No quise ser entrometida ni ofenderlo.

—En lo más mínimo lo ha hecho. Me satisface saber que no me considera tan viejo como para casarme y tener hijos.

Anne se ruborizó.

—Lo lamento, no es de mi incumbencia —aseguró—, ni siquiera me corresponde hacerle un comentario o sugerencia respecto al futuro, a su futuro... —Edward se divirtió un poco al notarla tan turbada.

—Le reitero que no es necesario. Hace falta más que eso para que yo me disguste y su comentario no tiene nada de objetable. Le confieso que el permanecer soltero no ha sido una decisión que haya tomado por voluntad propia. Ha sido consecuencia de las circunstancias.

—Como mismo me ha dicho hace unos momentos, ha tenido que ser la cabeza de su familia y el resto de sus responsabilidades le ha hecho difícil...

Anne no hablaba con claridad, no sabía cómo expresarse mejor. Sin darse cuenta, había iniciado una conversación bastante personal con Edward. Él se levantó del banco y se colocó frente a ella, delante de unos arbustos que servían de elegante fondo para la escena. Anne permaneció sentada, observándolo desde su puesto, con sus enormes ojos oscuros.

—Señorita Anne —le dijo él con seriedad—, usted no es la única a quien le han roto el corazón.

La joven se quedó asombrada.

—Lo lamento... —balbució.

—No lo haga —respondió él—. Yo no me compadezco a mí mismo, he sabido sobrevivir a los momentos difíciles que me ha impuesto la vida, empezando por mis ocupaciones. Al salir de Oxford, luego de titularme, mi padre delegó en mí muchos asuntos que antes había asumido él personalmente. Me hice cargo de los negocios y me preparé para asumir su cargo en la Cámara de los Lores. La política nunca fue de mis ambiciones mayores, pero no podía negarme. Mi padre me había confesado que estaba muy enfermo por lo que supe que debía prepararme lo mejor posible para sucederlo.

—Debió haber sido muy arduo para usted —comentó ella.

—Lo fue —asintió—. Mi padre era un hombre muy testarudo, pero inteligente y así fue otorgándome en vida la autoridad que con su muerte debía tener frente a la familia. La primera decisión mía que acató fue que Prudence se casara con van Lehmann. A mi padre la idea no le encantaba, debo decirlo, pero me permitió aconsejarlo y hasta dar la última palabra.

—Usted apostó por la felicidad de su hermana —le interrumpió—. Actuó como debía.

—Es cierto. Van Lehmann es un hombre excepcional, no tengo dudas de su amor por Prudence; lo supe desde el primer momento en que los vi juntos y lo percibo aún, a pesar del tiempo transcurrido desde el enlace. Luego de mi intervención, mi padre dio su beneplácito, y la boda de Prudence fue el último acontecimiento feliz de nuestra familia. Un mes después, mi padre partía de este mundo.

—Y usted asumió su lugar.

—Así debió haber sido, pero pocas semanas después de su muerte sufrí un accidente que me dejó como secuela esta dificultad para caminar. No piense que siempre he sido un cojo.

—Nunca lo he pensado —admitió ella—, apenas si me percato de ello. Le confieso que, después de conocerlo y advertir que usaba un bastón, no he vuelto a hacer consciente que tiene una dificultad para andar.

—Le agradezco, es cuestión de costumbre. Prudence y Georgiana dicen lo mismo, que ya no lo notan después de tanto tiempo, pero lo volverá a recordar cuando no me vea bailar en la fiesta del sábado. No obstante, el placer de cabalgar es lo que más he echado de menos desde entonces.

—Pero puede cabalgar —meditó ella—, nada le impide hacerlo.

—Lo sé, pero mi accidente fue montando a caballo. Estuve seis meses sin poder levantarme y desde ese momento no me he arriesgado a subir a uno otra vez. Llámelo cobardía, si quiere.

—Pienso que es más bien prudencia —respondió indulgente—. Comprendo que esos hayan sido unos meses terribles.

Edward recordó las semanas de tedio, luego que pasara el dolor desesperante y no pudo contener el mohín de fastidio. No quiso abrumar más a Anne, agregándole la pulmonía que sufrió a la par, como consecuencia de las bajas temperaturas y del tiempo que estuvo expuesto a ellas, inmóvil en el suelo. Se arrepentía de haberle confiado tantas cosas, ella pensaría que se trataba de un hombre frágil, y estaba tan hermosa y se mostraba tan comprensiva, que deseaba que tuviese la mejor visión de sí mismo.

—¡Pero era muy bueno cabalgando! —comentó después, sumido en un pensamiento reconfortante—. Gané The Derby poco tiempo antes del accidente. Mi padre vivía y estaba eufórico, pues adoraba a aquel caballo, un pura sangre llamado Tommy. Afortunadamente al caballo no le sucedió nada el día de mi accidente, pues era ese el que estaba montando. Cuando regresó solo a los establos, con arreos, fue que el jefe de cuadra se percató de que algo me habría sucedido.

—Y si tan bien conocía al caballo, ¿por qué un experimentado jinete como usted tuvo tan poco cuidado? -preguntó ella.

—Una caída puede sucederle al mejor de los jinetes, señorita Anne y en ocasiones resulta muy difícil de evitar —él volvió a sentarse a su lado—, pero tiene razón al decir que fue descuido de mi parte. Salí una tarde, a punto de nevar, fue temerario y estaba abstraído por completo. Ya había muerto papá y no nos recuperábamos de la tristeza que supuso esto y, por si fuese poco, esa misma mañana había recibido una carta muy desalentadora para mí.

Anne comprendió que se trataba de la dama que lo había rechazado.

—Ya ve —dijo él mirándola a los ojos—, no es la única.

La joven suspiró.

—Era de la mujer que le rompió el corazón —susurró.

Edward asintió.

—Mi prometida —añadió—. No era precisamente la Carta de amor que retrató Vermeer, sino una carta que ponía fin a nuestra relación de la peor manera posible.

Anne no quiso preguntar en qué circunstancias se produjo la ruptura.

—¿Fue por ese motivo que dejó de tocar el piano? Recuerdo que vuestro hermano hizo ese comentario, la primera vez que nos vimos.

—Sí —le confirmó él—, es muy observadora. Ella tocaba el piano con maestría, era muy talentosa para la música y esa era una afición que ambos compartíamos. Luego que me abandonara fui incapaz de tocar ni una sola nota. Desde entonces, me conformo con que la música me llegue a través de Georgiana.

—Es muy triste —expresó ella emocionada—, me hubiese gustado escucharlo tocar.

Edward sonrió.

—Debió haberme conocido diez años antes, señorita Anne.

Ella iba a responderle que diez años atrás era una niña, pero no lo hizo.

—Es una persona más fuerte ahora —le dijo al fin.

—Le he confesado mis debilidades, no puedo imaginar por qué le parezco fuerte.

—La mayor fortaleza la hallamos cuando nos sobreponemos a los momentos adversos, lord Hay. Si ha sabido ser un pilar para su familia, si ha podido hacerle frente al desamor y a las secuelas de un accidente que le privó de algunas de sus aficiones, no cabe duda de que es una persona fuerte, mucho más que hace diez años atrás, así que me alegra haberlo conocido ahora.

—¿Ahora que soy un cojo y más viejo? —le insistió él, a pesar de que estaba conmovido por las palabras de ella.

—Ahora que es un hombre joven todavía, aunque quiera tildarse de viejo. Sobre la cojera, ya se lo he dicho: no es importante. Lo que más me impresiona de una persona es su carácter, y en ese caso, usted me ha impresionado mucho.

Edward quedó asombrado al escucharla. Estaba tan cerca suyo, que debió reprimir los deseos de acercarse a ella y darle un beso.

—Dirá que no he sido benevolente ni justo al juzgarla, señorita Anne. Ha conocido partes de mi carácter de las cuáles no me enorgullezco.

Ella negó con la cabeza.

—No fue eso lo que quise decir. Me ha impresionado por el cambio que he advertido en usted, a pesar de ese comienzo tan infortunado. Ha sido capaz de reconocer su error, algo difícil en una persona que quizás sea obstinada, y me ha permitido acercarme a usted y a su familia, eso habla muy bien de la persona que es. Comentar las venturas y los éxitos es fácil, confesar los secretos más ocultos, más duros, es la expresión más perfecta de un carácter extraordinario.

—Gracias —le contestó Edward, ocultando un poco su sorpresa y su admiración por ella, cada vez mayores—. No sé por qué le he contado tantas cosas... Jamás he hablado de ello tan descarnadamente con alguien, pero sentí que podía compartirlo con usted. Georgie desconoce algunas de las cosas que le he dicho, era muy pequeña cuando mi compromiso y de algunos pormenores no está informada. Lamento si he dicho más de lo que debía.

—No se preocupe —le tranquilizó Anne—, cada palabra que ha pronunciado está a salvo conmigo. En cuanto a la sinceridad, se la agradezco, quizás conocer parte de mi historia al leer aquella carta, le haya permitido hablarme de la suya.

—Tiene razón, desde ese día me considero más cercano a usted, incluso sin haber leído la misiva en su totalidad. —Edward se quedó en silencio unos momentos—. ¿Puedo hacerle una pregunta muy personal?

Anne asintió.

—¿Cuál fue el motivo de la ruptura con su prometido? ¿Acaso estaba opuesto a su carrera en el teatro?

Anne suspiró.

—Al principio creí que se trataba de eso, mas luego volvimos a vernos en Essex, después de la carta que me envió, y le pedí explicaciones al respecto. En ese momento me confesó que su abuelo se oponía a nuestro enlace y que él iba a satisfacer su deseo de casarse con otra mujer.

—Lo siento mucho, señorita Anne —le dijo, percatándose del pesar que le invadía con ese recuerdo—. ¿Cree que podrá sobreponerse en un futuro a la decepción sufrida? Sé que ha dicho que desea formar una familia, pero para ello debe superar la tristeza que ese asunto le ha causado.

—Es una decepción muy grande, lord Hay —admitió ella—. A mi prometido lo conocía desde niña, y un afecto tan fuerte nacido en la infancia es muy difícil de sustituir u olvidar. No obstante, confío en que el tiempo logre disminuir el efecto de mi desconsuelo y me permita cumplir el sueño que siempre he albergado. No le temo al futuro, quizás sea mejor de lo que pueda suponer o imaginar en estos momentos, mas para ello tendría que amar de nuevo.

Edward se quedó pensativo. La esperanza de Anne sobre el futuro resultaba alentadora.

—¿Sería muy atrevido por mi parte preguntarle si ha desterrado para siempre la idea del matrimonio? —le preguntó ella de pronto.

La interrogante de Anne quedó en el aire hasta que Edward pudo responderle:

—Pensé que así había sido, mas ya no pienso de esa manera.

No quiso decir nada más; mantenía controlados los sentimientos que Anne le inspiraba y le costaba mucho admitir ante sí mismo que con más frecuencia pensaba en ella. Si así no hubiese sido, jamás le hubiera confesado sus más íntimos secretos. Se asustaba de haberse mostrado tan franco, tan abierto... Nunca hubiese imaginado que le diría todas aquellas cosas a una mujer, pero no había podido evitarlo. Anne lo había escuchado y entendido, lo había admirado y, por un momento, deseó compartir con ella lo que le deparara el futuro. Aquella idea era una locura, por supuesto.

Edward insistió en acompañar a Anne de regreso a la salida del invernadero, iba a despedirse de ella cuando, para su sorpresa, se encontraron con Prudence. La dama regresaba de la Casa Sur luego de visitar a Elizabeth, y no escondió su admiración al ver a la pareja. Edward narró las circunstancias de aquella charla tras el ensayo, pero la expresión que advertía en los ojos de su querida hermana era muy difícil de justificar con cualquier explicación. Anne no agregó nada más, se despidió amablemente y regresó a la Casa Sur. Edward debía tomar el camino hasta la suya con Prudence, algo que podría conducir a una conversación llena de su habitual suspicacia.

¡Hola! ¡Espero que les esté gustando esta historia! ❤ La fiesta y la interpretación de Anne es en el próximo capítulo. Un abrazo y gracias

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