Tu ÚLTIMO San Valentin

Un día menos.
Ya faltaba poco.
La emoción vibraba con fuerza en las venas de Becca James.
Solo dos semanas más y San Valentin llegaría en todo su esplendor.
Miró el calendario, y tachó otro día antes de iniciar su larga jornada de trabajo.

Encendiendo la radio y su cafetera, esperó pacientemente a que su latte estuviese listo antes de comprobar su agenda y ver cuales eran los repartos del día.
Ese era su ritual diario antes de abrir la puerta y dejar que sus maravillosas flores, atrayesen a los clientes.

Desde que abrió la tienda, cinco años atrás, nunca había tenido un día flojo.
Siempre se esforzaba enormemente para satisfacer a sus clientes.
Y algo debía estar haciendo bien, si estos volvían.

-¿Donde tienes la cabeza, jefa?
Fue inevitable sonreír ante las palabras de Maddison. Ella era su ayudante de dieciséis años.
Maddison había trabajado todos los fines de semana y festivos con ella, durante el último año.
-Lo siento. Solo pensaba.
-Eso está sobrevalorado. Ya sabes, tanto pensar, acaba haciendo que tu cabeza estalle.
Hizo el gesto con las manos, cerrándolas y abriéndolas de golpe mientras echaba su cabeza hacia atrás como si realmente hubiese explotado.

-En este caso, pensaba en lo bien que va el negocio.
-Oh, bueno, eso es cierto. Oye, Becca, ¿crees que podría coger algunas flores?
Mirando a Maddison vio como esta movía los pies nerviosa y no la miraba directamente a los ojos.
-Claro, ¿por qué?
-Es que hay un baile para San Valentin en la escuela, y aunque ya tengo el vestido, me falta el ramillete.
-Creía que de eso se encargaba el chico. Es decir, que lo compraba él para dárselo a su pareja.
-Ya, bueno...
Y entonces cayó. No había ningún chico.
Maddie iba a ir sola a ese baile.
-Puedes coger las flores que quieras. Si necesitas ayuda, solo tienes que decírmelo. Me encantará ayudarte.
-¿En serio? ¡Gracias, Becca!
-Ahora, gira el cartel y abre la puerta. Vamos a vender mucho hoy, lo presiento.

Otro día tachado del calendario.
No podía evitar emocionarse.
No importaba que fuese una festividad de cada año, o que durase solamente un día. San Valentín era sin lugar a dudas, su festividad favorita.
El amor estaba en el aire,como se solía decir, o quizá así era como lo sentía ella, pues una vez cerraba la floristería, su día solo podía ir a mejor, cuando el asombroso hombre con el que se había casado cinco años antes, la esperaba en casa con la cena preparada y una rosa roja sobre su plato.

Lionel siempre había sido detallista, desde el inicio de su relación.
Se había comprometido en regalarle una rosa cada día, y nunca había fallado en esa promesa.

Se casaron poco después de que la madre de Lionel falleciera debido a un atraco que salió mal.
Había recibido una puñalada en el corazón, después de que el ladrón se ensañase con ella apuñalando también su estómago.
Ella nunca había aprobado su relación, por lo que el principio fue algo tormentoso y hubo muchas citas secretas.
Becca siempre se refirió a ella como señora Bates, en su mente.
Manipulaba a Lionel como quería.
Nunca había aprobado ninguna de las relaciones anteriores de su hijo, que no habían sido muchas.

Sacudió la cabeza de un lado al otro tratando de apartar esos pensamientos de su mente.
Ella ya no estaba, y Lionel y Becca eran muy felices.
Quizá solo les faltaba una personita que acabase de completar sus vidas.

Con esa idea en mente, cerró la floristería y fue a buscar su coche.

El día había sido de lo más productivo.
No solo había vendido ramilletes para el baile del que Maddie le había hablado, sino que tenía encargos para bodas también y sin descontar, por supuesto, los ramos que encargaban para San Valentín.

A solo unos días para el día de los enamorados, encendió su coche y dejó que Everithing I do de Bryan Adams, pero interpretada por Brandy y Faith Hill, llenase el interior de su pequeño coche de segunda mano, y cantó a todo pulmón mientras conducía hacia su casa.

Cuando llegó a su casa, las luces estaban apagadas, aunque el coche de Lionel estaba en el garaje.

Sorprendida, entró en la casa y le llamó, aunque no recibió respuesta.
Probó suerte un par de veces más, pero sin éxito.
Estaba empezando a preocuparse, cuando al girar después de subir las escaleras, vio pétalos de rosa en el suelo, indicando el camino hacia su habitación.
Emocionada, recorrió el poco espacio que quedaba hasta su dormitorio.
Había velas LED esparcidas por el suelo la cómoda y las mesitas de noche, pero seguía sin haber rastro de Lionel.

Acercándose a la cama, se dejó caer sobre ella mientras pensaba donde podía estar su marido.
Su mano tocó entonces algo sobre el colchón.
Cogió el sobre que acompañaba una sola rosa rosa y lo abrió.

Querida Becca:
Lamento no poder estar hoy contigo, pero ha surgido algo de última hora en el trabajo y tengo que viajar de urgencia.
Me hubiese gustado mucho ver tu hermosa sonrisa al ver lo que preparé para ti, pero supongo que tendré que valerme de mi imaginación.
Estaré de vuelta a finales de la semana que viene.
Voy a compensarte cuando regrese, cariño. Lo prometo.
Lionel

Dejando escapar un suspiro, cerró los ojos antes de levantarse y apagar las velas.
La felicidad que había sentido pocos momentos antes, acababa de esfumarse.

Por lo menos, Lionel estaría de vuelta para celebrar juntos el día de los enamorados.

Los primeros días fueron extraños.
Le costaba llegar a casa y saber que su marido no iba a estar, por lo que aprovechaba al máximo las horas en la floristería, haciendo incluso horas extra para que cuando llegase a casa, solo tuviese que preocuparse de comer algo ligero, darse una ducha caliente y meterse en la cama a dormir.

Había hablado con su marido a diario, aunque no durante mucho tiempo, pues siempre tenía una reunión a la que asistir.
Incluso lejos, Lionel se las había apañado para que le entregasen su rosa diaria. Eso hizo que la separación fuese más llevadera.

Para cuando llegó el viernes, el trabajo se multiplicó.
Maridos y novios acudían sin cesar para buscar y encargar preciosos detalles florales para sus amadas.
Disfrutaba sobre todo al ver a los hombres mayores, quienes compraban hermosos ramos para las mujeres con las que llevaban más de cincuenta años de matrimonio.
Se había mantenido ocupada también ayudando a Maddie con su ramillete.
Todavía recordaba su baile de la secundaria y esperaba que el de ella, fuese igual de memorable.

Sin embargo, cuando quedaban pocos días para tan esperado momento, todo lo que amaba de esa fecha, empezó a volverse contra ella.

Empezó tres días antes.
Cuando abrió la tienda aquella mañana, encontró en la puerta una caja blanca, bien envuelta, con un lazo rojo precioso.
Se fijó en la tarjeta, emocionada al ver que era para ella.

Después de preparar su latte, se centró en la caja.
La desenvolvió con cuidado, tratando de no estropear el lazo.
Al abrirla, un precioso papel rojo de seda le dio la bienvenida.
Curiosa, y cada vez más emocionada, apartó el papel y con horror descubrió un hermoso ramo de margaritas y lirios completamente marchito.
Quien quiera que lo hubiese mandado había cometido un error al envolverlo tanto.
Las flores no habían tenido oxígeno suficiente y habían acabado en ese estado.
Cogió el ramo y con gran dolor, lo lanzó al cubo de la basura.
Iba a hacer lo mismo con la caja, cuando un sobre, que debió estar bajo el ramo, llamó su atención.

Al menos si sabía quién le había mandado aquello, podría comunicarse con él o ella y contarle lo ocurrido.
Una hermosa tarjeta decorada con una línea dorada en el borde y con una caligrafía impecable de color rojo, fue lo que encontró en el interior del sobre.
La tarjeta cayó de sus manos en cuanto las palabras tomaron sentido en su mente.

Tu último San Valentín está muy cerca.

Jadeo horrorizada cuando mirando más de cerca, entendió que esas palabras no estaban escritas con tinta.

Después de llamar a la policía, y de que estos se llevasen las pruebas después de hacerle las preguntas pertinentes se quedó sola en la floristería.
Miró el lugar que tanto amaba, y por primera vez desde que abrió, ese era el último lugar en el que quería estar.
Cogió su bolso para marcharse, cuando la puerta se abrió dejando paso a varios clientes.
Eso la mantuvo ocupada durante un buen rato, incluso haciendo que momentáneamente, olvidase el incidente con el ramo y la nota.

Satisfecha de ver a los clientes marcharse con una sonrisa, pensó en que quizá alguien trataba de gastarle una broma.
No obstante, uno de los agentes había confirmado sus sospechas y efectivamente, la nota estaba escrita con sangre.
Quienquiera que la había escrito y mandado después, sin duda no estaba bien.
¿Qué tenía contra ella?
Se llevaba bien con todo el mundo.
Iba a la iglesia todos los domingos con Lionel.
Ayudaba en cada evento que la ciudad organizaba.
¿Por qué alguien le mandaría algo como aquello?

Cuando Maddie entró de sopetón con una enorme sonrisa en el rostro, gritando que tenía pareja para el baile, puso su mejor sonrisa y abrazó a la chica.
La policía estaba al corriente y confiaba en que darían con la persona que envió la caja.
Decidida a olvidar el asunto, escuchó la larga charla de Maddison, mientras esta era incapaz de borrar la enorme sonrisa en su rostro y no dejaba ni un detalle de cómo había sido invitada al azar.
Realmente se alegraba por ella.

Cuando llegó a casa esa noche, probó suerte tratando de localizar a Lionel.
Quizá escuchando su voz, le permitiría dormir tranquila en la soledad de su casa, ahora demasiado grande estando ella sola.

Había mirado varias veces que todas las puertas y ventanas estuviesen bien cerradas, sin embargo, quizá influenciada por lo ocurrido en la tienda, la sensación de frío colándose a través de su cuerpo, no se iba.

Después de que sonase cinco veces y saltase el buzón, colgó y lanzó el teléfono sobre la cama.
Cuando más le necesitaba, y estaba lejos.

Desvistiéndose, se encerró en el cuarto de baño para darse una larga ducha que desentumeciese los músculos de su cuerpo.
Tanta tensión acumulada, le impediría dormir.

Para cuando salió, comprobó que Lionel le había devuelto la llamada.
Feliz, le marcó de nuevo y esta vez, su marido respondió a la primera.

-Hola, amor. ¿Como fue tu día?

La voz de su marido siempre la tranquilizaba. Algo en su tono, la hacía sentir segura, protegida, y amaba esa sensación.
Si solo él estuviese allí con ella para abrazarla.
Decidió no contarle nada de lo sucedido.
Lionel estaba trabajando mucho y sonaba cansado.

Lo último que quería era preocuparle por algo que ya estaba en manos de la policía y que pronto no sería más que un recuerdo desagradable.
Hablaron durante casi media hora.

Recostada en la cama, sus ojos se fueron cerrando mientras la voz de su marido sonaba cada vez más lejana.

Fuera de la casa, escondido sobre la rama de un enorme árbol, los puños del desconocido se cerraron con fuerza mientras veía como ella caía en un profundo sueño, mientras el teléfono que había permanecido en su oído acababa cayendo sobre la cama.

Lo de ese día solo era el primer aviso.
La cuenta atrás había empezado para ella también.
Bajó del árbol con cuidado de no ser visto y se alejó calle abajo.
Era cuestión de días para que Becca James tomase su último aliento.

Asegurándose de que tenía su próximo regalo para ella en la parte de atrás de su coche, condujo hacia la floristería para dejarlo en el mismo lugar que el anterior.

Tic, tac.

El café cayó de sus manos en cuanto vio la caja en el mismo lugar que el día anterior.

-No puede ser... No puede ser...

Con manos temblorosas, cogió la caja y la abrió con cuidado.
Sabía que lo más lógico era llamar a la policía, pero se obligó a ser valiente.
Dentro, exactamente como el día anterior, había un ramo de flores y reconocía el ramo.
Lo había preparado para el anciano que quería regalárselo a su mujer.
Las flores estaban mustias, las pocas que quedaban. Lo demás eran los tallos cortados justo donde debía estar la flor.
Y como el anterior, un sobre acompañaba la caja.
Mismo sobre, mismo papel y misma caligrafía.

¿Te suena? Deberías preguntarte si es su sangre también.

La cuenta atrás ha empezado.

La oscuridad la envolvió, incluso antes de que su cuerpo tocase el suelo.

Despertó en el hospital.
No sabía como había llegado allí, pero tenía que hablar con la policía.
Una vez podía ser una broma, pero dos, ya no.
Y que el ramo entregado en esa ocasión fuese de uno de sus clientes también lo hacía más tenebroso aun.

Sacando los pies de la cama, miró alrededor buscando su ropa.
Alguien le había puesto una bata de hospital y ella necesitaba salir de allí en ese mismo momento.

-¿A dónde cree que va?

Se volvió hacia la enfermera que la miraba con los brazos cruzados sobre el pecho.

-Debo ir a comisaría.
-Usted no puede ir a ningún sitio hasta que el médico la revise y firme el alta.
-No puedo quedarme aquí. ¿No lo entiende?
-Mire, puedo llamar a algún familiar si es necesario, pero no puede marcharse.
-Pero necesito...
-Ir a comisaría. Ya me lo ha dicho. Voy a avisar al doctor para que venga. Si es necesario avisar a la policía, él mismo lo hará. Ahora vuelva a la cama.

Dejándose caer sobre el duro colchón, esperó a que la enfermera saliese para volver a ponerse en pie y vestirse.

No podía perder tiempo.
Tenía que llamar a Lionel.
Si recibía la llamada del hospital, se asustaría. Tenía... tenía...
La oscuridad la envolvió de nuevo.

Abrió los ojos y los cerró nuevamente cuando la luz la golpeó directamente en estos.
Poco a poco, los fue enfocando hasta descubrir que seguía en el hospital.
Se incorporó despacio y miró a su alrededor.
En la mesa a los pies de la cama había una caja.
La misma caja.
Con piernas temblorosas, bajó de la cama y se acercó a ella.
Esta vez no era un ramo.
Lo había sido en algun momento antes de que quienquiera que hizo aquello, lo destrozase arrancando todas las flores. Lo reconoció de todas formas.
Era el ramillete que había ayudado a hacer a Maddison.
Cogió la nota que la acompañana. Esta vez no había sobre.

Me decepcionas. ¿Crees que estás a salvo de mí?

Ella no lo estuvo.

Gritó con todas sus fuerzas.
No podía ser. No podía referirse a Maddie.

La enfermera de la otra vez y un hombre corpulento con bata de médico entraron al escuchar los gritos.
Ella solo podía señalar al suelo junto a ella, donde había dejado caer la nota.

-Señora James, cálmese. Su marido viene hacia aquí.
Lionel. Lo necesitaba.
-Mace, trae el sedante. Necesitamos que se calme.
Escuchó las palabras del doctor, y los pasos apresurados de la enfermera, pero el terror era demasiado profundo.

Dos días después, ya en su cama, Lionel estaba junto a ella viendóla dormir.

Las dos últimas noches habían sido una pesadilla.
Ella despertaba constantemente con gritos aterradores.
Cuando recibió la llamada del hospital, se habia apresurado a regresar.
Lo que fuese que había sucedido, ella no se lo había contado.
La policía fue quien le puso al tanto de la situación.
No podía creer lo que estaba sucediendo.
Había dejado incluso de traerle flores, pues era ver una e inmediatamente perdía el control.
La policía había dado con Maddison. Ella estaba perfectamente.

Pasando una mano por su rostro, decidió que necesitaba una ducha.
Becca dormiría al menos durante media hora más, por lo que aprovecharía esos breves minutos.

Fijando su mirada en el calendario junto a la cama, suspiró.
En unos minutos sería San Valentín.

El ruido del agua fue lo que la despertó.
Estaba en su cama. Sola.
Frotó sus ojos con fuerza para despejarse y se levantó.
Sus piernas apenas podían sostenerla, pero hizo un esfuerzo y bajó a la cocina a por un vaso de agua.
El sonido del timbre hizo que cambiase de dirección y fuese a abrir la puerta.
Estaba oscuro. Las luces de las farolas de la calle apenas iluminaban el porche, por lo que encendió las de este.
La caja estaba ahí.
Cuando la levantó y cerró tras ella, apenas podía contener las lágrimas.
Cuando llegó a la isla de la cocina, y abrió la caja, solo encontró pétalos de rosa roja, junto con una nota sobre esto.

Feliz San Valentín. Date la vuelta.

En cuanto lo hizo y vio quien era, las palabras se quedaron atascadas en su garganta.
Ni siquiera gritó.
La bala impactó directamente en su corazón.
La caja cayó con ella, formando una cama de pétalos a su alrededor.
Una mano se posó sobre el hombro del asesino, mientras veía como la luz en los ojos de Becca se apagaba.
Todo había acabado.

-Lo has hecho bien, hijo. Ella se lo merecía.
Lionel cerró los ojos y negó con la cabeza, tratando de apartar esa horrible voz de su mente.
-Déjame. ¡Vete!
-No puedo irme. Siempre voy a estar contigo. La muerte no puede separarnos. Debiste saberlo cuando me mataste a sangre fría y fingiste que había sido un robo que salió mal. Y todo por ella.
Lionel dejó caer el arma antes de caer de rodillas.

-¡Te maté para poder ser feliz!

Su madre se agachó a su lado y le apoyó la cabeza sobre sus rodillas, como cuando era un niño. Su niño.
Acaricio su cabello mientras la sangre de esa mujer manchaba el suelo lleno de pétalos de rosa roja. Su favorita.
Su hijo lo había hecho bien. Ella finalmente había sido vengada.
Ahora podría recuperar a su hijo.
Tanto tiempo alejada de él. Ya nadie más podría interponerse.

-Ella ya no podrá interponerse más entre nosotros, mi pequeño Lionel. Eres libre para estar conmigo otra vez.

Lionel cerró los ojos y suspiró.
Ese también sería su último San Valentín.
Cogió el arma de nuevo, y apretó el gatilllo.
Finalmente encontraría la paz.

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