Capítulo XXXIX: Noche

No sé cuántos días llevo encerrada en esta habitación, porque desistí de contarlos. Ni siquiera sé a qué lugar me trajeron. Las ventanas están bloqueadas con grandes cuadros de metal. Solo puedo escuchar el ruido de los carros acelerando o el sonido insistente de sus cláxones. Sé que estoy en medio de un lugar concurrido. La llegada de automóviles, preparándose para estacionarse es notoria. Pasa todas las noches. Al menos sé cuándo amanece y cuándo anochece por el filtro de luz de las finas rendijas entre el metal y los marcos de la ventana por donde se escapa la luz.

Estoy esperando que el monstruo cruce la puerta dispuesto a vengarse. Me defenderé. Si es de morir, moriré siendo valiente. No dejaré que me destruya tan fácilmente.

Sin embargo, así como esperamos el mal, dispuestos a enfrentarlo, entonces éste toma rienda suelta a su juego y se materializa burlándose de nuestra ingenuidad, porque somos débiles a la primera escena. Entonces, el mal actúa. La espera acaba. Me veo levantándome del sillón que está junto a una cama de clase privilegiada. Me ahogo en mi propia fuga de valentía, mientras él se acerca sonriente. Poderoso. Seguro. Estoy en su jaula. Soy su esclava. Soy su prisionera.

Vestido con una gabardina negra ante mí, demostrando que nada en él ha cambiado. Sigue teniendo su buen gusto. Su elegancia apremia y concuerda con todo lo que es esta habitación, menos las ventanas.

Ese metal soy yo.

Estático.

Inquebrantable.

—Hoy se dará paso a un nuevo año, London. —Su voz altiva y segura llena mis oídos. Tiene la intención de tocar mi hombro desnudo, pero a centímetros se abstiene.

A cambio de eso, retrocede. Me observa de arriba hacia abajo. Traigo puesto un camisón negro. Nada más. Al parecer es el único estilo de prenda que me quiere ver puesta. Todos los días, en los que he me encontrado despertando en este sitio, he amanecido vestida con un camisón diferente. No sé a qué hora, entre la noche y la madrugada, pasa. De algo estoy segura, estoy siendo drogada.

La comida... ¿Quizás?

Esa que por arte de magia aparece en la mesa de centro que hay cerca de un estante de libros cerca de las ventanas. Libros que no me ha apetecido tocar. ¿Quién en mi circunstancia lo haría? Me limito del sillón, comer, ducharme y a la cama. Es una rutina que se me ha hecho fácil agregar a mi encierro para no volverme loca.

—Cuando despiertes... —empieza a decir—. Despertarás... —Se apega a mí. Me inmovilizo. Es como si su voz atrapa mi propia voluntad. Acerca sus labios a mi oído izquierdo. Su respiración me hace estremecer en un pequeño impulso dado por este cuerpo que no sabe qué está bien o qué está mal justo ahora—. Despertarás siendo una novia.

Un zumbido se cala en mis tímpanos.

Antes de que pueda actuar, todo a mi alrededor se torna borroso. Mi voluntad se quiebra. Mis piernas se debilitan y solo soy capaz de echar un vistazo hacia la mano del monstruo que mantiene una jeringa sin líquido alguno; todo eso mientras me desvanezco en el suelo.

La sobriedad se acaba.

La oscuridad aparece.



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Esto se termina hoy.

¡MARATÓN!

Voy a desvelarme para culminar este libro.

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