Capítulo XXXIII: Sumisa
Soy su maldita "sumisa". El muy bastardo cree que lo soy. Si supiera que escupo en la taza de café que le preparo cada que viene a visitarme por las mañanas antes de abrir la tienda. Si supiera que finjo dolor en mi cuerpo para evitar que sus besos se desplieguen más allá de su jodida porquería de tacto.
Miento.
Soy una mentirosa de mierda, pero no me queda de otra. Incluso con Brenda soy así. La dejo creer que no me recuerdo de nada después de aquel evento donde Adam me propuso matrimonio. ¡Qué gran mierda!
Pero él... Random...
Ha pasado más de un mes de aquella última vez en que su presencia a mi despertar, en aquel hospital, aplacó mi fracaso, mi dolor, pero dejó miseria en mi alma ante su partida; aquella que no podía y ni debía retener. Aunque hoy lo cambia todo.
Hoy es el día donde empiezo a mover fichas.
—¡Lista! —anuncia Brenda, observando el reflejo de mi maquillado rostro en el espejo del tocador que me regaló Adam. Un regalo más a la suma de varios desde que salí del hospital. Regalos con los que quiere disfrazar la porquería de hombre que es, aunque crea que yo no lo sé. ¡Idiota! Si soy su más reciente creación—. Estás muy guapa.
La luminosidad de los focos en los bordes del marco del espejo le hace justicia a mi recién aplicado iluminador facial de tono perla
Ese es el reflejo de una novia mentirosa.
Aunque mi amiga está viendo el reflejo de una novia sumisa. Esa que no actúa ante un pareja controladora, celosa, violenta y manipuladora. Ella cree que no me doy cuenta, porque Adam sabe muy bien disfrazar sus actos. Ciertamente, no pienso confesarle que mi obediencia y timidez hacia él es solo parte de una actuación. Sé que ella ya no es la misma conmigo. Trata de acercarse a preguntarme si va todo bien con Adam. Le respondo sí, porque no me queda de otra.
La máscara de Adam calló el día en que me propinó aquella golpiza en mi apartamento. A pesar de que crea que no me acuerdo nada, él ha decidido no ubicarse más la máscara de hombre absolutamente bueno, esa de hombre perfecto. Actúa como realmente es, pero siempre conteniéndose a no llegar a un golpe. Pienso que a su mente viene mi imagen moribunda al final de la escalera de mi apartamento. Tal vez quiera que me acostumbre a su verdadero yo antes de la boda.
Brenda desliza hacia mí el labial rojo.
—Este podría ser el último toque de femme fatale —dice, detrás de mí, apoyando sus manos en mis hombros casi desnudos.
Llevo un vestido lencero de seda en color rojo con caída hasta el tobillo y apertura lateral en la pierna izquierda, además de espalda con trama geométrica en cordones de seda y escote pico con pinzas y forro. Es hermoso. Fue financiado con mi propio dinero. Adam desconoce que llevaré esta imagen. Disfruto esto. Cree que utilizaré el vestido palo de rosa de corte sirena que tengo tendido en sobre la cama y pienso regalar cuando todo esto acabe. Exactamente, cuando hunda a Adam.
Hago a un lado el labial.
—Es demasiado —comento—. Yo requiero un pequeño toque de misterio, y el labial rojo solo me daría un vulgar protagonismo si lo complemento con mi vestuario.
Veo el reflejo de su rostro asentir.
Se mueve hacia mi izquierda y me desliza un labial nude. Estoy de acuerdo con ese. No perdemos más tiempo y termino de asegurar cada arreglo de mi imagen. Nos dirigimos hacia la sala en la espera de que Adam arribe con la limosina. Exageración. Pero es lo que tengo por ser la prometida de la nueva promesa de director de cine independiente. El maldito aprovechó su ausencia. Y ahora se revuelca en su éxito.
—¿Es cierto que lanzaran la película en un museo decorado con cuadros de fotografías sobre las escenas de esta? —pregunta, un tanto ansiosa, mientras se coloca la mochila en donde guarda su fabuloso set de maquillaje.
Rodeo la mesa del centro y me dirijo hacia el sofá más cercano para descansar en algo mis piernas hasta que dé inicio la segunda fase de mi deliciosa venganza. Pero no dura mucho mi descanso. Ni medio me siento y el timbre suena.
—¿Te dijo que vendría a recogerte antes? —cuestiona, mientras me mira con una cara de extrañeza al mismo instante en que resuelve recogerse el cabello en una coleta.
—No. —Me levanto enseguida.
Quizás quiera asegurarse de que esté arreglada como demandó.
—¿Quieres que me quede a esperar hasta que te marches? —resalta, mirándome expectante.
Miro hacia la entrada por donde da hacia la escalera. Y recuerdo todo. Sus gritos, sus maltratos... sus palabras deseándome la muerte y asegurándose de que está sea cumplida. Mis manos se ponen algo sudorosas. Mi corazón se mueve a un ritmo poco habitual.
Contrólate, London.
—¿Y? —Irrumpe Brenda, mis pensamientos.
Hago contacto con su mirada. Siento que ella ve mi angustia y hasta diría que temor. Es la primera noche que Adam viene a mi hogar de aquella última y fatídica.
—Sí. —Cedo, finalmente.
Sonríe.
Asiente satisfecha de mi respuesta cuando en realidad no sabe que yo soy la que estoy así por su gesto.
—Bueno... —empieza a decir, mirando de mí hacia su lado.
Entiendo eso.
—No te preocupes —anuncio—. Yo iré a abrirle.
Suelto un suspiro.
Me ubico recta y camino con cuidado, dirigiéndome hacia la escalera que da al otro piso. Cada escalón que bajo es una tortura. Mi mente juega conmigo. Recuerdos en escenas en blanco y negro atormentan mi cabeza. Escenas de verme a mí misma rodar y sentir que ya no había más vida cuando mi cuerpo cedió contra el suelo firme y seco.
—Contrólate —murmuro para mí.
Apoyo mi mano en la pared cuando estoy en último escalón. Un desbalance de mi cuerpo me sorprende, pero en un parpadeo reacciono y no me dejo vencer. Voy hacia la puerta y me preparo para abrir.
Ya lo estoy escuchando decirme qué clase de mujer se pondría un vestido como el mío. Ya lo estoy viendo mirarme con un semblante serio y desafiante. Ya lo estoy imaginado llevándome de la mano directo a mi cuarto con la intención de que me cambie.
Pero no.
El maldito no tiene poder sobre mí.
—¿Por qué temprano? —Me adelanto en decir a medida que la puerta es abierta.
No es él.
Mi respiración se acorta.
No sé qué es peor: si ver al hombre equivocado en mi puerta o que pronto estará por arribar el correcto y puede que ocurra una tragedia.
—¿Qué haces aquí? —demando.
Me extiende un sobre que porta en su mano. Su gemelo de plata con rayas negras resalta en el puño de su camisa blanca debajo de su traje negro de piloto de aerolíneas.
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Disculparán mi demora, pero he estado complicada con la universidad. Prometo que en la siguiente actualizando habrá maratón. No se desanimen. No falta ni mucho ni poco para que esta historia termine.
Dulces sueños, pecadoras.
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