Prisión, dulce prisión
Soñé que me hechizabas en la cama
Cantabas el sonido de la luna, me besabas locamente.
(Creo que te inventé en mi mente).
Sylvia Plath
No se trataba de una mansión victoriana ni de una antigua casa con solera. Era tan solo un pequeño refugio al oeste de Londres. Pero lo protegían tantos maleficios que ni el más diestro hechicero hubiese podido saber de su existencia. Por eso era una de las guaridas favoritas de Bellatrix; disponía de varias como buena criminal. Y ahí había llevado a su primo, que al haberse convertido en un traidor para ambos bandos ya no podía regresar a Grimmauld Place.
-¡JODER, SIRIUS! –exclamó la mortífaga con repentino horror.
-¿¡Qué pasa!? –respondió él igualmente asustado.
-¡Acabo de caer en que es posible que Grindelwald siga vivo! ¡Está en la prisión de Nurmengard, pero no sabemos si murió!
La única respuesta por parte del animago fue un gruñido. Bellatrix le miró frunciendo el ceño.
-¿Te da igual? Dumbledore se suicidó por él, creo que al menos deberíamos comprobar si vive...
-A ver, amor mío, loca de mi corazón –jadeó Sirius-, no es que me dé igual. Es que me lo podías haber contado cuando no estuviésemos follando.
Bellatrix ladeó la cabeza desconcertada. Un segundo después recordó que estaba sentada sobre Sirius porque Sirius estaba dentro de ella.
-Sí, perdona. Es que soy algo dispersa, me cuesta centrarme.
El mago se lo perdonó: acaba de salir de Azkaban, no estaba bien, la pobre... Tampoco es que lo estuviera antes. Como si no hubiera pasado nada, la mortífaga cumplió con su parte: "Oh, joder, Siri, así, justo así... ¡Cómo se agradece cuando no es un gusanito!". Era la cuarta o quinta vez que lo hacían ese día. Cada vez que recordaban cómo habían abocado a Dumbledore al suicidio y a Voldemort a Azkaban, se sentían irremediablemente excitados. Así que ahí estaban, haciendo lo que mejor se les daba.
Mientras, en San Mungo un nutrido grupo de magos y brujas se agolpaba ante la ventanilla de admisiones.
-Buenas, soy Remus Lupin, profesor en Hogwarts, si fuera tan amable de facilitarme el formulario para...
-¡Aparta de ahí, cansino! –exclamó Ron haciéndose hueco- Mire esta brecha en mi cabeza, traumatismo, ¡TRAU-MA-TIS-MO! ¡Necesito atención ya!
-Oiga, superé que en mi segundo año un loco con una túnica colgandera (bajo la que siempre sospeché que no llevaba nada) me poseyera –explicó Ginny-, pero ver cómo el padrino del chico al que stalkeo follaba con una mortífaga en pleno Ministerio sobrepasa mi cordura.
-¡Que me ingresen he dicho! –exigía Tonks a un sanador que por ahí pasaba- Me da igual con los enfermos mentales, con los que meten la cabeza en el caldero o con los tíos que han intentado engorgiarse el pene, ¡pero ingrésenme!
-A mí no me importaría compartir habitación con los vegetales... -susurró Neville con timidez.
Hermione no decía nada, el trauma patente en su rostro. Su estabilidad y su fuerza eran casi más pobres que su estatus de sangre. La última hebra de su coraje la estaba empleando en sostener a Harry. El Elegido lloraba casi tanto como el día que descubrió que tenía que aprender más hechizos además de expelliarmus. Tras la huida de los Black, los aurores tuvieron que bloquear el Velo de la Muerte: todos los que habían presenciado la escena de sexo intentaron seguir el ejemplo de Dumbledore. Preferían morir que vivir con los traumáticos recuerdos.
El Ministro avisó a los dementores para que trasladaran a Voldemort a Azkaban. Harry vio en ellos su oportunidad: el estado vegetal también sería mejor que la consciencia sobre la naturaleza depravada de su padrino. Así que corrió con decisión hasta el más próximo y le suplicó:
-¡Bésame hasta que el pelo de Snape esté limpio y sedoso!
El dementor, que se llamaba Patrick y ese día era su cumpleaños (lo supieron porque llevaba un gorrito de colores sobre su repulsivo cráneo), retrocedió asustado de su ímpetu. No obstante, su amante, Alfonso José, un dementor más grande y fornido, le animó asegurando que era su oportunidad de estrenarse. Más animado, Patrick se acercó a Harry. Le dio el temido beso y le sorbió el alma. Pero algo falló en el proceso...
-No era mi alma –gimoteó el chico ante la recepcionista del hospital-, sorbió el alma de Voldemort... Que por lo que sea el colega decidió almacenarla dentro de mí. No podía hacer la copia de seguridad en un puto pendrive como la gente normal, no... Tenía que hacerla en el menda... ¡Si es que no se puede ser más desgraciado que yo!
El gerente de San Mungo no sabía cómo gestionar tantos casos a la vez. Todos voceaban sin parar los motivos por los que merecían una plaza; ni siquiera el Torneo de los Tres Magos fue tan codiciado. Ron se adelantó de nuevo:
-Mire, yo tuve una rata que me miraba al ducharme, ya entonces era raro. ¡Pero imagínese cuando descubrí que era un señor dentudo y rechoncho!
-¡Por favor, una rata voyeur, inventa algo más original! –bufó Tonks.
-¡Oh, muy bien, hablemos de mascotas! –intervino Hermione recuperando la voz- Yo tenía a mi gato Crookshanks. Una vez en la época de celo me lo encontré apareándose de forma grotesca con otro gato en un rincón del castillo. No era "otro gato", ¡era McGonagall! ¡Por eso me pone siempre tan buenas notas, para que no destape su sucio secreto!
-Muy bien, si abrimos el apartado mascotas de nuevo os gano a todos –terció Harry-. ¿Sabéis lo mal que lo pasé cada vez que coincidí con Nagini? Se dio cuenta de que hablo parsel y aprovechaba para darme la chapa. Me contaba que a Voldemort le gusta dormir abrazado a ella y que "casualmente" nunca lleva pijama porque "los elfos" se lo están "lavando". Me suplicaba que la adoptara, que cualquier cosa era mejor que aquello. Yo intentaba hacerme el loco como que no la entendía, pero en mi expresión de horror descubría que fingía.
El gerente de San Mungo, la bruja encargada de recepción y un par de sanadores que se habían congregado ahí se miraban entre sí sin saber cómo reaccionar. Tonks decidió que ella era la única adulta (el llorón de Lupin que seguía lamentándose no contaba), así que debía imponer el sentido común:
-Vamos a ver, que estamos agobiando a esta pobre gente. Lo mejor será que nos serenemos todos y veamos quien... ¡Confundo! –gritó apuntando al celador que vigilaba el pasillo de acceso.
Al instante la metamorfomaga mutó sus piernas en las de un deportista de élite y se adelantó a todos para buscar la mejor habitación. Tras ella, el trío dorado (ahora más bien ceniciento) y Ginny accedieron también a toda velocidad. Remus y Neville avanzaron más despacio ahogados en su inabarcable pusilanimidad. Los trabajadores intentaron detenerlos, pero era tarde: cada uno se había autoasignado una habitación y se habían encerrado por dentro.
Otro que estaba encerrado era Voldemort. Le habían desterrado a una celda en Azkaban y ahí estaba, soportando las burlas del resto de presos. Porque los mortífagos que se hallaban encarcelados por su culpa no perdieron la ocasión de mofarse.
-¿Qué pasa, Voldy? –gritó Rabastan Lestrange- ¿Te ha vuelto a derrotar el niño de once años? ¿Qué ha usado, "Ataque biberón"?
-No, creo que ha sido la impresión de ver un coito por fin –comentó su hermano entre risas.
-¡Y tú de qué te ríes! –le reprochó Lucius- ¡Si era tu mujer la que estaba ahí alabando el basilisco de otro!
-Prefiero que se la quede su primo, Bella me pone un poco nervioso –confesó Rodolphus-. Insistía mucho en que yo también intentara ligarme a Voldemort a ver si es que es le van las culebras y por eso la ignora.
El resto de mortífagos estallaron en carcajadas. El Señor Oscuro les gritó con rabia que se callaran y se metieran en sus asuntos. Le ignoraron. Aprovecharon para hacer las bromas que siempre se habían callado: sobre su calvicie, su falta de nariz, su más que probable celibato... Voldemort llamó a un dementor para explicarle que estaba sufriendo bullying y prefería una celda aislada. No se lo concedieron, le informaron de que no podía tener privilegios siendo el novato.
-No es justo... ¡Grindelwald tiene una cárcel para él solo! –protestó Voldemort- ¿Qué soy yo? ¿Un dictador de segunda? ¡Sois unos despreciables clasistas!
Así era. En medio de los Alpes, en Austria, se alzaba el Castillo de Nurmengard. Su único residente era un anciano con rasgos ajados por la vida pero aún con un ligero atisbo de la belleza que poseyó en su juventud. Salvo el dementor que le servía la comida, nunca nadie le visitó. Así que cuando los dos inquietantes intrusos aparecieron en su celda los recibió con emoción.
-¡Por fin! –exclamó jubiloso- ¡Años llevo aguardando a la muerte y con los brazos abiertos la recibo! ¿Quién de vosotros es Lord Voldemort, quién deberá acabar conmigo? ¿Es usted, verdad?
Tanta efusividad desconcertó por completo a sus ya de por sí trastornados invitados. El viejo mago parecía tan convencido de sus identidades que les hizo dudar.
-Eh... -respondió Sirius desconcertado- No... Creo que yo no, ¿no? –preguntó mirando a Bellatrix.
-No sé... -respondió la bruja también aturdida- Igual soy yo... Pero no me suena... Yo tengo tetas y Voldemort me parece que no tenía...
Grindelwald los contempló frunciendo el ceño. Tantas décadas esperando a su verdugo y le mandaban a los más tarados. ¡Qué mala suerte, le había mirado un cíclope! Les habló despacio intentando contener la ansiedad para que le comprendieran.
-Bueno, da igual quienes sean ustedes, vienen a matarme de una vez, ¿verdad?
-No, veníamos a contarle que... -empezó Sirius.
-¡CÓMO QUE NO, CÓMO QUE NO! –exclamó el anciano abalanzándose sobre él y zarandeándolo- ¡QUE LLEVO MEDIA VIDA AQUÍ ENCERRADO, SOLO QUIERO MORIRME, NÁ MÁS QUE MORIRME!
-¡Eh!- intervino Bellatrix apartándolo de un empujón- ¡Suelta a mi primo/amante/compañero-de-fantasías-eróticas-en-Azkaban!
-¡Oh, me has defendido! ¡Es lo más bonito que has hecho nunca por mí! –suspiró el animago visiblemente emocionado.
La mortífaga mostró una sonrisa torcida y le besó sin dudar. Sirius la abrazó y respondió al gesto con ansia. La bruja enroscó las piernas en su cintura mientras él la sujetaba con fuerza sin dejar de entrechocar sus lenguas. Le acarició los muslos mientras ella le desabrochaba la camisa y...
-¡PERO HABRASE VISTO! ¡VAN A FOLLAR AQUÍ! –exclamó el exdictador horrorizado- ¡Qué clase de castigo es este! ¡¿No me obligarán a intervenir?! –preguntó con espanto replegándose a un rincón.
Sus gritos sirvieron para recordar a los Black que no estaban solos; estaban en una celda de dos por dos con un anciano aprensivo. Dejaron de meterse mano, se arreglaron la ropa y miraron al preso intentando hacerle creer que no había pasado nada. Grindelwald no daba crédito.
-No, mire, Gellert –comenzó Sirius con tacto-. Me temo que traemos una mala noticia...
-O buena, según se mire, a nosotros nos pone muy cachondos –intervino Bellatrix.
El viejo mago la miró con dificultad para mantener sus ojos dentro de las cuencas. Volvió al animago y le indicó con un gesto (porque la voz hacía rato que la había perdido) que prosiguiera. El gryffindor obedeció:
-Verá, el otro día, hubo un conflicto en el Ministerio de Magia. No vamos a buscar culpables, pero digamos que por una cosa o por otra, Albus Dumbledore juzgó que ya había visto demasiado en este mundo y deseaba reunirse con usted, su gran amor. Así que se lanzó hacia el velo de la muerte.
-¿Albus está... muerto? –preguntó el mago con incredulidad.
-Sí –corroboró Bellatrix sintiendo lástima por él-, pero si lo piensa es bonito porque lo hizo pensando en...
-¡JODER, AL FIN, MENOS MAL! –exclamó Grindelwald multiplicando el júbilo inicial- ¡El cansino ese del micropene está muerto, por fin! ¡Por fin los hados vuelven a mi lado!
Sirius y Bellatrix se miraron desconcertados. No era esa la reacción que esperaban. El mago se había puesto a dar una serie de saltos ridículos por la celda mientras cantaba y gritaba exultante. Se acercó a los Black y los abrazó con sorprendente fuerza.
-¡No os imagináis lo que tuve que aguantar! Nunca me gustó, era un egocéntrico manipulador, un flipao ¡y encima la tenía pequeñísima! Cometí el error de decirle que no me importaba... ¡y adiós! Se obsesionó conmigo y ya no hubo manera. ¡Tuve que hacerme nazi para quitármelo de encima, que yo no quería matar a nadie! Yo deseaba la varita de sauco para jugar con mis sobrinos y nada más, ¡pero es que no había forma de librarme de Albus!
Hubo unos segundos de estupor mientras Grindelwald proseguía su danza de celebración. Los Black se pegaron a una pared para que el anciano no les obligara a bailar con él.
-Sirius –susurró Bellatrix-, me he metido en su mente, dice la verdad.
El animago la miró aún más estupefacto.
-¿Quieres decir que la guerra más brutal del mundo mágico se debió únicamente a que Dumbledore quería beneficiarse a este tío?
-No solo eso –murmuró ella traumatizada por lo que había visto-. Su hermana Ariana supuestamente fallecida... nunca existió, era Albus disfrazado de mujer, le iba ese rollo.
-¡Sabía que llegaría el día en que alguien me creería! –exclamó Grindelwald abrazando a Bellatrix- En público lo ocultaba, claro, pero a mí me obligaba a ver sus desfiles... ¡No sabéis lo que he aguantado, hijos míos, no lo sabéis!
-Ahora entiendo lo de esas túnicas tan amplias y coloridas que llevaba siempre... -murmuró Sirius.
Hubo de pasar media hora más de celebraciones y espeluznantes recuerdos hasta que el anciano les permitió marcharse. Ambos Black estaban bastante dudosos de qué hacer con él. Seguía siendo un genocida, pero fue el acoso de Dumbledore lo que le abocó a eso... Bellatrix, bastante laxa en su moral, tomó una decisión:
-Mire, mi primo y yo nos vamos a ir (a follar probablemente) y aquí no ha pasado nada. Yo le dejo esto, que la necesita más que nosotros –sentenció tendiéndole la varita de sauco- y así puede jugar con sus sobrinos o lo que usted quiera.
El viejo mago aceptó el arma y, con incontenible gratitud, se abalanzó a besar a Bellatrix. Pero eso sí que no lo iba a tolerar Sirius. Agarró a su prima por la cintura y los apareció a los dos. Y así se despidieron de aquel hombre que se vio obligado a hacer la guerra para no hacer el amor.
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