Capítulo 4. Copas de más y un vistazo a Fernando.
Capítulo 4. Copas de más y un vistazo a Fernando.
Las pulcras e impolutas páginas de mis cuadernos eran testigos del desinterés que tenía por las asignaturas, delataban lo mala estudiante que era y daban a relucir cuánto me costaba prestar atención por más de veinte minutos mientras las impartían.
En varias ocaciones —demasiadas a decir verdad— prefería quedarme en los desabridos dormitorios del Charine Mondse antes que asistir a clases.
El despertador sonaba y yo me hacía bolita con la cobija y esbozaba una sonrisita adormilada que sólo indicaba que la resolución del día era un maratón de películas cursis hasta las diez, sesión de videojuegos online hasta las doce, bebidas de contrabando entre descansos; y, ya estando borracha, un soliloquio conmigo misma sobre porque nadie de allí me caía bien, hasta que los rugidos de mi estómago me orillaban a salir y comprar cualquier chatarra de las máquinas expendedoras.
No podía estar más deacuerdo con la forma en que estaba llevando mi vida escolar. Tenía mí visto bueno. Era de lo mejor.
Evitaba a los idiotas; y privaba a mis oídos de escuchar tonterías sobre mí o sobre cualquiera al no asistir.
Me evitaba problemas y, sobre todo, me ahorraba el pasar vergüenza o golpear a alguien por impulso y terminar en la dirección.
Ya había tenido suficiente con la escenita mía y de Jay del otro día. No es que anhelara la atención del cuerpo estudiantil, u otro encuentro con él con cachetada y víctores de pelea incluidos de por medio.
Había comenzado a hacerme de la vista gorda respecto a sus acciones. No es que ya no me importara averiguar la verdad, pero las frías palabras que me había dirigido tras el alboroto en la cafetería lograron calar en mi ser y hacerme desistir al punto en que ni le dedicaba una mirada cuando lo veía por los pasillos.
El hacerme la indiferente me mantenía alejada de embrollos innecesarios, lo había notado. Me alegraba saber que mi nombre casi no figuraba en las sucias pláticas de los estudiantes. Creía estarlo haciendo bien, hasta que de repente un día cualquiera me citaron en dirección.
No estaba siendo la mejor de las tardes para mí. Del sol que es común en primavera no había ni pista, en cambio, un tremendo clima nublado con amenaza de tifón cubría el cielo y hacía del ya de por sí sobrio colegio un lugar más tétrico.
Me encontraba yo reclinada sobre la grama, y bajo la sombra y el fresquito de un gran árbol, cuando se hizo el comunicado de la citación por los autoparlantes.
Para mi desgracia o fortuna, no logré enterarme por ahí puesto que estaba muy lejos para escuchar. Buscaba disimular la embriaguez que traía de los chismosos, y para ello había ido a parar a la esquina más alejada de edificio principal, donde nadie me molestaría.
Tenía los ojos cerrados y las manos las descansaba sobre el regazo de la falda a rayas del uniforme. A ratos me daba por cantar versos de canciones pop de moda y cuando no lo hacía, me limitaba a disfrutar de los tenues sonidos de la naturaleza. El viento me azotaba la cara y espabilaba un poco los efectos del alcohol que había ingerido en la mañana. Lo agradecía, sabía que me había pasado de la raya tras la tercera lata de cerveza.
Planeaba reposar allí hasta sentirme mejor o hasta que la lluvia me obligara a buscar refugio, lo que pasara primero; sin embargo, una voz molesta interrumpió ni bien cruce las piernas para que el viento no me levantara la falda.
«¿Qué haces aquí?».
Fruncí el seño con molestia tras la tonta pregunta, ni me giré a mirar puesto que ya sabía de quien se trataba.
—¿Tú de nuevo? — pregunté vacilante—. Largate, que estoy ocupada, mierda.
—¿Qué no oiste, Demi? Han estado preguntando por ti —inquirió Nil al ver que no había respondido a su pregunta.
—No.
El chico surfista bufó y se llevó la palma al puente de la nariz, mirándome con resignación.
Yo reía por lo bajo.
—El director, quiere verte —dijo este con desgano—. Tiene rato gritando tu nombre por las bocinas y queriendo hablar contigo. ¿Es que estás sorda? Parate de ahí, que pareces un vagabundo.
—¡Shhh! Cállate, ¿quieres, Nil? —puse un dedo frente a mí mientras hacía el sonido—. Iré... mañana. Sí, mañana suena bien para mí.
—Es una broma, ¿cierto?
—Saludalo de mi parte. Dile que lo quiero mucho aunque este calvito.
Dibujé corazones con mis manos y Nil se me quedó viendo raro.
—Estás borracha —informó, cruzandose de brazos—. Excelente.
—¡¿Verdad que sí?!
—Si quieres que te castiguen hasta año nuevo.
Abrí grande mis ojos, algo de lo que dijo al fin logró hacer que volteara a mirarlo con atención.
—¡Era broma! Por supuesto que no he ingerido una gota de alcohol... —me señale, retractándome—. Esta de aquí, le dice no, no y no a las bebidas alcohólicas. ¡¿Qué no ves que sigo siendo menor de edad?! ¿Dónde rayos lo conseguiría? ¡Hazme el puto favor!
Parloteaba hasta por los codos.
Era falso eso de que la gente estando borracha no dice mentiras. En cuanto a lo que a mi concierne, decía más mentiras estando borracha que estando sobria. Al parecer no muy bien, puesto que el chico a mi lado rodó los ojos y volvió a pedirme que me pusiera de pie.
—La oficina del decano aguarda por la alcoholizada señorita —expresó, mientras que yo tropezaba con los cordones de mis propios zapatos—. Diría que fue un gusto conocerte, pero tienes dinero y no te expulsaran, entonces mejor diré que te veo luego.
Alguien que sabía de lo que hablaba.
—Dile eso al director de mi parte —puse una mano sobre su hombro—. Dudo poder ir hasta allá sin caerme de plano por las escaleras. No tengo que decirte por qué, ¿verdad?
Estaban de más las explicaciones. Mi aspecto, mi andar y la desacarada manera en la que hablaba delataban a una chica no apta para ir a ningún lado en esos momentos.
—No querrá una excusa.
—¡Entonces dile que no me viste y ya está! —exclamé—. ¡¿A ti que te importa si voy o no?! ¿Te pidió encontrarme o qué? ¿Siquera te caigo bien? Porque antes bien que me diste a entender que no.
Le dije eso e intenté alejarme, pero tropecé enseguida y caí con estrépito, raspándome la rodilla.
—No quería que te metieras en problemas, pero en definitiva no se puede hablar contigo, menos ahora —habló—. Haz lo que quieras.
—¡Eso haré, muchas gracias!
Me dejó sola y pasé a prestarle atención a la herida que me había hecho recién.
Dolía horrible y estaba sucia de tierra.
Me sacudí el polvo lo mejor que pude y me dispuse a regresar a los dormitorios. No podía afincar bien el pie derecho, pero me las arreglé a pesar de la cojera.
Lo que no imaginaba y puso mis pelos de punta, fue encontrarme frente a frente con el director, cuando doble a la derecha por el pasillo que conducía a mi habitación.
No necesitó más que una mirada para darme a entender lo enojado que estaba. Sonreí con pretendida inocencia y lo acompañe por las buenas a su despacho.
Mi torpe e inepto estado no pasó desapercibido por el señor de traje impecable, pero tuve la suerte de poder atribuirselo al tropezón.
Las ganas de hablar disparates eran inmensas, pero el serio semblante del hombre a mi lado me detuvo de decir o de hacer cualquier tontería. De nuevo, me salvaron las circunstancias. Y el instinto. Entendía que no se tomaría a gracia ninguna bromita de mi parte sobre su gracioso bigote o sobre que estaba pelón. Eran comentarios que tendría que reservar para mí, si es que no quería presenciar que su tono de piel pasara de rojo a rojisimo en menos de lo que se tarda en derretir un hielito de nevera bajo el sol.
—¿Sus padres donde están? —fue directo en cuanto me senté frente a su escritorio.
«Y yo que voy a saber». Tuve ganas de decirle.
—En este país, supongo —me escogí de hombros—. Oiga, no me mire así por favor, que bien podrían estar en las islas Bahamas ahora mismo.
—Fueron ellos quienes la inscribieron en esta institución, sin embargo, los he citado en varias ocaciones para platicarles de su... —pareció buscar la expresión más adecuada—, inadecuado comportamiento. Y nunca han acudido. Es más, el número de contacto que nos proporcionaron, no funciona.
Reprimí una risita.
Lo habían hecho a propósito, pero eso no iba a decírselo.
Mi desinterés en el asunto era tan evidente que el hombre no vio más remedio que calmarse y suspirar.
—¿Ya me puedo ir o es que...? —hice el amago de pararme de la silla metálica, pero él me detuvo.
—¡Siéntese! —gritó, logrando asustarme de la impresión—. Estos estudiantes de ahora, son todos unos irrespetuosos...
—Amigo, tómese un tecito, para que se calme.
—¡No soy su amigo ni nada que se le parezca! —explicó—. A mi me respeta y también a esta honorable institución. Para usted y el resto de los alumnos soy el director Williams y...
—¿Le puedo decir Willy?
—Por supuesto que...
—Es que se parece mucho al de esa pelicula de los chocolates y la fabrica, ¡y hasta lleva sombrero! Por eso creo que quedaría muy bien con usted y...
—¿Qué no entendió que exijo respeto? —me interrumpió—. Espere un momento, ese olor que trae ¿Esta usted...?
—No.
—¡Está borracha!
—¡Qué no, hombre!
—¡Qué descaro!
—Soy una chica que le dice no, no y no al alcohol...
Intenté argumentar lo mismo que antes le dije a Nil, pero él no me escuchó.
—No intente disimular más, ¡se nota a leguas! —dijo y negó varias veces—. ¡No entiendo por qué no me di cuenta antes! Llamaré a sus padres, ¡de seguro atenderán cuando sepan que ya no es bienvenida en este colegio!
¿Me estaba echando? Eso fue lo que entendí. Pero no me lo podía creer.
—¿Qué pasa con mi impunidad...? —salté incrédula.
El director no se dio por enterado de lo que había murmurado.
Estaba muy ocupado, marcando al teléfono que se suponía era de la casa de mis padres. Saltaba el contestador. Y entonces él se enojaba más. Y yo rodaba los ojos al escuchar la irritante voz de mi progenitora en el corto mensaje que había grabado para el buzón de mensajes.
Lo hizo varias veces, hasta que se cansó y volteó a mirarme.
—¿Se puede saber que clase de personas son sus padres? —preguntó—.
Que no atienden, no se interesan, ni asisten a las juntas de maestros a preguntar por el desenvolvimiento de su hija.
Personas frívolas y con asuntos muchos más importantes que atender.
—Son gente ocupada —dije resuelta, sin ponerle mucho asunto.
—Póngase en contacto con ellos.
—No tengo sus números —le dije una mentira.
No me hizo el mínimo caso.
—Digales que quiero hablar con ellos y que tienen hasta el lunes en la mañana para presentarse aquí —mantenía las manos unidas por detrás de su espalda—. Sino vienen no tendré más miramientos y ya no será admitida en el Charine Mondse. Explíqueselos.
—Ya le dije que...
—Ah, y la maestra a cargo de su grupo quiere verla —prosiguió—. Le gustaría saber por qué no ha asistido a clases en las últimas semanas.
—Estaba... em... ¡indispuesta!
—Expliqueselo a ella, señorita. Mañana temprano, en clases, cuando asista.
Era peor que hablarle a la pared intentar hacer entrar en razón a ese señor.
Me hizo retirarme, pero antes se puso de acuerdo con mi profesora para que apartara un momento en la mañana antes de su materia para hablar conmigo.
Al otro día me levanté temprano y me encaminé hacia el salón antes que nadie —y antes de que me arrepintiera— para tener la dichosa charla. Grande fue mi sorpresa cuando, justo al tocar el manillero de la puerta, entendí que se me habían adelantado y que ya habían estudiantes dentro.
Se oía que organizaban el salón. Pero había también una plática de por medio que no pude evitar escuchar a hurtadillas.
—Gracias de nuevo Fernando, por ayudarme a recoger el salón. Eres de gran ayuda.
Esa era mi maestra, quien al parecer estaba junto a Fernando.
No oí que él contestara.
—Nunca te pregunté porque te ofreciste a ayudarme desde el primer día. Organizar, bajar las cortinas, enfilar los pupitres, yo lo encuentro tedioso, ¿y tú?
—A mi me agrada. Iré... por el material de hoy a rectoría.
—Sí, te lo encargo.
El chico fue escueto en sus respuestas, se podría decir que contestó por contestar. Eludió y prefirió no platicar más ni preguntar algo devuelta. Entonces abrió la puerta de pronto, casi chocandose conmigo.
Su sorpresa fue tal al verme que tropezó con un traspiés. Y se le cayó la caja del cartón que sostenía con ambas manos.
—Oye, te ayudo —le dije.
Me agaché a recogerla, pero él hizo lo mismo, casi que despreciando mi ayuda. Nuestras manos se tocaron por accidente y, en medio de la conmoción, y en mi intento de halarlo con suavidad del brazo para ponerlo de pie, Fernando solo atinó a empujarme lejos, dejándome descolocada y logrando que frunciera el seño con disgusto.
—No gracias, estoy bien —fue lo único que dijo.
Levantó los brazos a los lados y musitó varias veces que no necesitaba mi ayuda, que me alejara. Nunca me miró, ni tampoco se disculpó a pesar de los insultos que lancé. Se marchó sin más, dejándome atrás en el desolado pasillo.
—Llegas un poco tarde, ¿no lo crees, Demira? —me regañó la profesora—. Ya casi es momento de que lleguen los demás alumnos.
—¡No fue mi culpa! —me defendí—. Me tropecé con ese chico raro en el pasillo, y de pronto solo lo toqué sin querer y me empujó.
—¿Te tropezaste? ¿Con un alumno? —asentí a ambas preguntas—. Pero quién, si a esta hora todavía no hay estudiantes rondando por aquí.
—Fue ese chico nuevo Fernando —dije mientra me sacudía el uniforme—. Me pareció muy grosero lo que hizo. Castiguelo, póngale tarea extra o algo así.
—Estoy segura de que no lo hizo a propósito, Demira.
—¡Ya le dije que soy Demi! —chillé malhumorada—. Y créame, estoy segura de que sí fue a propósito. Haga algo, ¿quiere?
Ella murmuró, pero no le entendí una palabra.
—¿Dijo algo?
—Verás, no creo que lo sepas porque has faltado mucho a clases —explicó—, pero a Fernando no le agrada el contacto físico. Hablaré con él sobre el empujón.
—¿Le caigo mal o algo? —ella negó—. ¿Entonces?
—No estoy justificándolo, pero estoy segura de que no lo hizo porque te "odie" o algo por el éstilo. Él... él es así. Sería mejor que no le pongas mucho asunto a este incidente, ya hablaré con él después.
No entendí a que iba con eso.
De todas formas, la breve plática sobre Fernando se me hizo mucho más interesante y llevadera que el sermón que vino después.
A eso no le puse ni tantito de atención, pero he de decir que ella pareció feliz cuando asentí con la cabeza y fingí escucharla. Y que sonrió cuando le dije que empezaría a comportarme.
Era muy ingenua esa mujer.
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