Capítulo 2. Pelo rosa y brabucón, juntos en una mesa.

Capítulo 2. Pelo rosa y brabucón, juntos en una mesa.

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La cafetería era uno de esos lugares que prefería evitar en lo posible. Estaba entre mis menos favoritos, junto a las clases de educación física y al bebedero de estudiantes cuya agua ya había comprobado, a la mala, sabía a orines.

Me sentaba mejor comprar mi almuerzo de las máquinas expendedoras del Charine Modse. Lo prefería así. Evitaba las filas.

También me ahorraba el tiempo, el dinero, las burlas y la pena que me provocaría el que todos me vieran sentada sola; engullendo un emparedado de jamón, atragantándome con el, e intentando bajarlo luego con una soda de dieta.

No se notaba a simple vista, pero yo tenía algo de dignidad y quería que permaneciera así.

No era educada, pero eso nadie tenía por qué saberlo.

El hecho de que provenía de una familia pudiente se asociaba de inmediato a que estaba  instruida en el arte de etiqueta y protocolo, y no se equivocaban; sin embargo, nadie se había tomado nunca las molestias de preguntar lo que opinaba yo sobre las normas y la etiqueta.

La rigidez no me iba, y fingir me agotaba. Dudaba que a mis padres le importara en lo más mínimo, pero se dificultaba adoptar las maneras consideradas adecuadas y de buen gusto sin sentirme incómoda. Ellos habían modelado una muñeca de porcelana a la altura de lo que dicta la alta sociedad, una que sabía para qué se usaba cada cuchara, pero que prefería hacerse la desentendida siempre y cuando no estuviera acompañada. Mientras no se sintiera juzgada.

Hablar con propiedad. Ser cortés. Educada. Sonreír en respuesta a las frivolidades de un interlocutor aburrido. Parecer sencilla. No destacar. A lo largo de los años me había obligado a tolerar sarta de situaciones insufribles… Estaba harta de serle infiel a mi personalidad, por eso prefería estar sola.

Sin embargo, aún colocaría una servilleta sobre mi regazo con galantería siempre que estuviera bajo la diligente mirada de mis padres en alguna reunión con sus amigos importantes. Aunque me resultara tedioso, me sentaría recta y bajaría los codos de la mesa. Sonreiría y actuaría igual que las personas que detestaba. Aunque fuera un completo desastre en solitario, mi actuación sería de diez cuando fuera requerida; me agradara o no.

El sol se filtraba por los ventanales del primer piso de la cafetería.

Eché un vistazo a los alrededores, familiarizándome con el sobrio salón, que se encontraba repleto de estudiantes dada la hora. No me molesté en acercarme a la cantina, no iba a ordenar nada. En cambio, me fijé en la disposición del lugar.

Las mesas eran redondas y de color azul turquesa, casi todas se hallaban ocupadas.

Los pompones que agitaba el equipo de porristas por encima de su mesa era lo único que aportaba un toque de calidez a la desapasionada escena, en donde todo se resumía al ruido de los cubiertos sobre los platos, las charlas amenas entre compañeros y el rumor lento de los que hacían fila.

El afamado logo del colegio se hallaba grabado en una de las paredes, a modo de mural y pintado en azul. Con la mascota característica en el centro, que era un águila, y el eslogan que no tengo ni idea de a qué grandioso genio se le ocurrió escrito más abajo: Criterio, diligencia y ética educativa.

Era un pésimo eslogan, si se me permite opinar.

Y era un hecho que a los directivos de este lugar les importaba un pepino los valores de esa frase. La usaban de pañuelo, para restregarse la nariz y limpiarse los mocos.

¿Qué criterio? Que me hubieran admitido era prueba fehaciente de que no tenían ningún miramiento en aceptar a cualquiera que pudiera costearse la exagerada matrícula.

—Mejor que esto valga la pena... — murmuré para mis adentros, localizando a Jay a pocos metros de mí.

Tomé el primer asiento que encontré disponible y me dispuse a observarlo. No con detenimiento, porque sabía que se daría cuenta, pero sí con diligencia; valiéndome de miradas furtivas cada tanto.

Desde donde estaba, me preocupó no poder escuchar nada de lo que dijera, pero no hizo falta que moviera un músculo de mí sitio. La razón no era otra que ese tipo, que no se molestó en levantar la mirada de la mochila sobre la que la tenía afincada la cabeza. Jay no hablaba. ¡Ni siquiera se movía salvo para estirar el brazo y tomar de una lata de refresco!

Fernando era el único haciéndole compañía, me daba mala espina puesto que su complexión débil y aura tranquila no encajaban con alguien que se juntaría con un supuesto brabucón. No a menos que Jay lo estuviera obligando, que era a lo que apuntaba el actuar inquieto y huidizo del pobre chico, que ni siquiera se atrevía a mirar a los ojos a su compañero.

La dinámica de esos dos me resultó extraña. Por eso me quedé, y fue lo mejor, porque entendí muchas cosas a partir de su casi nula interacción.
En sólo un rato logré hacerme una idea de Jay, de su actitud y de sus maneras reprobables. Lo cierto es que no me gustó nada lo que vi.

Mientras que Fernando ajeno a su alrededor adelantaba deberes, garabateando muy apasionadamente sobre un cuaderno, Garrison daba sorbos a su lata de refresco muy quitado de tema. Tenía la cabeza recostada sobre su mochila roja y lo miraba de soslayo.

Cuando pareció haber terminado con esa materia, Fernando de inmediato se hizo con otro de sus cuadernos —era muy aplicado ahora que me fijaba— para seguir con otra tarea. Mas, cuando Jay entrevió lo que planeaba, abrió a tope los ojos y se lo quitó en el acto.
Lo molesto no fue eso, sino el que después rebuscara en su propia mochila y le tendiera un cuaderno suyo; abriéndolo, poniéndolo sobre la mesa y señalándole con el dedo índice que escribiera allí en su lugar. Tal parecía que le estaba exigiendo hacer sus deberes también.

Terrible.

Sintiéndose intimidado —así lo definiría yo—, y luego de un rato de andar negando con la cabeza, Fernando, gacha la mirada, le hizo caso y se sentó de nuevo con sumisa actitud.

Esa era prueba más que suficiente para mí de que estaba siendo acosado, pero el descarado podía hacerlo mejor que eso.

Minutos después, Jay ya había acabado con su bebida. Hizo el amago de levantarse para botar la lata, pero Fernando fue más rápido, y con meticuloso andar se encargó de ponerla en el cajón de los reciclables.

En lugar de volver con simplicidad a la mesa, hizo cola en el área del buffet destinada para comprar el almuerzo. Pero en lugar de sólo una, regresó con dos bandejas idénticas de comida y las puso delante de Jay.

Ya no daba crédito a lo que veía.
Lo trataba igual o incluso mejor que un sirviente a su amo. Sólo podía compararlo con una mascota trayéndole las pantuflas a su dueño y acatando ordenes cada que se lo pedían.

Era muy triste presenciar que lo trataran de lacayo. Lograba provocarme lástima, incluso me motivaba a socorrerlo de las garras de Jay.

—Es cosa de todos los días —habló alguien a mi lado, distrayéndome de mi labor.

El extraño en cuestión se arrimó y tomó asiento justo frente a mí, obstruyendo mi vista y, por ende, mi misión.

—¿Quién rayos eres tú? —increpé, frunciendo el entrecejo—. Búscate otro sitio, que a este nadie te ha invitado.

—¿Necesito invitación para sentarme? El resto de las mesas están ocupadas.

—Esta también —dije, extendiendo mis brazos celosamente por sobre ella, para que no se atreviera a bajar su charola—. Así que lárgate.

—Eres la nueva, ¿verdad? —señaló, sin hacerme el mínimo caso—. La chica peli-rosa. He oído hablar de ti.

Nada bueno, eso seguro.

Alcé la mirada, y lo contemplé a la brevedad.

Era de complexión atlética y estaba bronceado. Los ojos eran azules y rasgados. El pelo rizado enmarcaba su perfil, dándole vibras de surfista. Tenía una pequeña cicatriz en la quijada que se veía reciente. Lo más probable es que se la hubiera hecho en alguna caída, lo que de nuevo me sugería que practicaba algún deporte.

Tenía cejas pobladas, y bonitas y largas pestañas.

Un chico lindo, ese fue el inequívoco resultado de mi evaluación.

—Tengo el pelo rosa —hablé, enderezándome al notar que no se iría, con un mechón entre mis dedos—. Y, ¿qué crees? ¡Soy una chica! Entonces supongo que si has oído de mí. Es una lástima que no pueda decir lo mismo de ti.

El extraño chico que decidió fastidiar mi papel de vigilante se presentó por fin.

—Soy Nil —dijo, enrojeciendo.
¿Se avergonzaba con tanta facilidad? Porque si era tan fácil podía divertirme un poco con él. Fastidiarlo por haberme fastidiado primero.

—Me gustas, Nil —le dije, fingiendo seriedad—. Eres justo mi tipo. Sal conmigo.

El bronceado no evitó que pudiera apreciar cuan rojas se pusieron sus orejas tras mi falsa propuesta.

—Salir... ¿Salir contigo?

Él lo estaba considerando y yo, en cambio, trataba de aguantarme la risa.

—Sí, ¿Qué me dices?

—¿Me lo pides así sin más? Pero si no me conoces —dijo a modo de rechazo, y rompió así con mi corazón—. Y, no es que este juzgándote, pero creí que te gustaba Jay.

Su afirmación me hizo voltear al momento hacía donde se encontraba el susodicho.

Habían terminado y Fernando, por qué no, llevaba devuelta las bandejas y los platos sucios.

Es que era el colmo.

—¿Qué sabes de él? Ya pude ver que es un patán —dije—. ¿Lo conoces de algo?

—Sé que no te conviene —contestó, asumiendo que tenía sentimientos de afecto por él—. No lo conozco de nada, pero he visto y escuchado cosas sobre Jay, igual que todos aquí, me imagino. Deberías hacerte a la idea de que es gay, tal cual dicen por ahí y no acercarte a él.

Me crucé de brazos.

—¿Tú crees esa mierda de los rumores?

—¿Qué no lo estás viendo por ti misma?

—Sí crees en ellos, ya me hago una idea de lo que opinas de mí —me levanté con brusquedad de la silla—. No debiste haberte sentado aquí en primer lugar.

El chico me pidió que me quedara. Pero se refería a mí llamándome por el sobrenombre de peli rosa, lo que me molestó, por eso no volteé a verlo y me alejé de allí.

Algo que me sorprendió es que al parecer sí se sabía mi nombre, porque poco después me llamó Demi. Suprimí una pequeña sonrisa.

Sin embargo, ya era tarde para arrepentirme. Ya estaba frente a frente a Jay. Este alzó una ceja en cuanto me vio colocar ambos brazos sobre su mesa con fuerza.

En respuesta, le dediqué una sonrisa estirada de labios fruncidos, y puse una cara que pretendía parecer intimidante.

Tenía preguntas para él. No me iría hasta que respondiera a cada una de ellas.

Era una atrevida y estaba indignada. Se lo dije tal cual.

Cuando Jay entrevió mis intenciones, no protestó. En cambio, cuando me senté, él alzó la otra ceja y me miró expectante.

Fue un alivio que no protestara puesto que no había sido la chica más sutil. Estaba al tanto de que éramos dos perfectos extraños y de que había actuado de forma infantil solo porque estaba enojada.

Allí y ante los demás, éramos chica peli-rosa y brabucón, sentados en una mesa. Viéndonos a los ojos por primera vez.

Tenía de admitir que actuar así no había sido la mejor decisión que podría haber tomado.

Y también, que ya tenía prejuicios hacia él.

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¡Hola, querido wattpader!

No se que rayos sucede con wattpad que le pongo el guión largo y aparece el guión pequeño cuando lo público. Es raro.

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