II.

—Mmh... —un pequeño gemido ronco tronó en sus oídos, trayéndolo de vuelta a la realidad y obligándole a no perder el control de la situación.

—Eres... —susurró Jimin casi sin aliento, cuando sus hinchados labios soltaron los finos de Jungkook— Eres tan para mí, kookie.

Jungkook sonrió, acercándose nuevamente a su rostro para volver a besarle.

Así pasaban las tardes en casa de Jimin, sin importar que fuera periodo escolar o vacaciones.

—Hyung... —Jimin separó lentamente sus párpados hasta abrirlos por completo, apreciando el rostro sonrojado e infantil de Jungkook.

¿Cómo fue que llegaron a este tipo de situación? Era la constante pregunta que Jimin se hacía cada noche antes de dormir.

Pero ninguno de los dos recordaba el momento exacto en el que habían decidido reemplazar las divertidas tardes de juegos y travesuras, por torpes caricias inocentes y desastrosos besos apasionados.

Y les resultaba cómico cuando lo conversaban, porque ambos eran tan ignorantes respecto al tema; a las reacciones naturales de sus cuerpos.

—¿Uhm? —tarereó Jimin, sintiendo como las mariposas cosquilleaban en el interior de su estómago.

Le gustaba esa alocada sensación.

Aun cuando él era mayor que Jungkook por dos años, eso no le hacía tener más ventaja a la hora de querer explorar, porque era tan inexperto como el chico de aspecto inocente que besaba con fervor sus labios.

—¿Puedo quedarme esta noche aquí, contigo? —le preguntó Jungkook, dejando un fugaz beso en la punta de su pequeña nariz.

Jimin asintió con movimientos lentos de cabeza, relamiendo y saboreando los restos del ungüento en sus labios.



A sus sesenta años, Park Jimin llevaba una vida muy activa; comiendo sano y realizando uno que otro ejercicio durante el día. Disfrutaba de una excelente salud, sintiéndose muy orgulloso de ello.

Pero también disfrutaba del amor incondicional que le otorgaba su pequeña familia. Y estaba inmensamente agradecido del universo por estar con vida, junto a ellos.

Aun cuando su marchito y agrietado corazón parecía no estar muy de acuerdo con él.

Se dejó caer sobre el piso sin cuidado, dejando que sus desgastadas rodillas absorbieran el peso del impacto. Ignoró el intenso dolor que punzó en sus articulaciones, parpadeando rápido para disipar el agua que comenzaba a nublarle la vista.

El incómodo nudo en su estómago pareció aumentar de tamaño, sofocándolo hasta el punto de sentirse levemente mareado. Y su cuerpo comenzó a sufrir de leves espasmos, mientras que una capa de sudor frío perlaba su piel.

Tomó la foto luego de eternos segundos, en los que luchó mentalmente y dudó, temiendo volver a ser abrazado por los demonios de sus recuerdos que lo atormentaron en el pasado.

Muy tarde. Una voz en su cabeza le susurró, casi burlándose de su deplorable estado.

Miró con dolor la vieja fotografía, sintiendo como sus mejillas eran acariciadas por gruesas lágrimas.



—Estoy tan cansado de todo esto, de seguir aquí... —Jungkook soltó de la nada, luego de un largo silencio.

Jimin giró su rostro para observarlo, encontrando un inusual rostro serio que contemplaba las escasas estrellas del cielo nocturno.

—Me siento tan frustrado por no poder tomar todas mis cosas e irme lejos de aquí... —expulsó el humo del cigarrillo a medio consumir.

—Kookie...

Entonces Jungkook lo miró, cepillando con la punta de su lengua sus agrietados labios.

—Antes de ayer... papá llegó borracho y volvió a golpear a mamá, ¿sabes? Y yo por primera vez me armé de valor y la defendí, pero entonces ella intervino y me abofeteó —Jungkook soltó una risita sin ápice de gracia, apartando sus ojos de los de Jimin— Ella defiende a su maldito agresor, y estoy cansado de vivir así.

—Vente conmigo, Kookie —Jimin le propuso sin pensarlo mucho.

No era ajeno para él el tema de la familia disfuncional en la que Jungkook había crecido. Nunca comprendió cómo dos personas adultas e irresponsables, lograron mantener con vida a su único hijo.

Jungkook era dulce, inocente, bondadoso y curioso en muchos aspectos, totalmente contrario a sus crueles padres que no hacían más que despreciarlo. Lo dañaban de manera injustificable cuando el dinero se les acababa de tanta droga y alcohol que compraban, mientras que él solo pedía un vaso de leche o un trozo de pan porque tenía hambre.

Jimin lloró la primera vez que lo vio cubierto de golpes, odiándose por ser solo un crío y no poder hacer más por él.

Pero ya no más, no cuando finalmente Jungkook había cumplido los dieciocho y el estado dejaría de darle dinero a sus padres por él.

—Qué dices, hyung.

—Vente conmigo —repitió, tomando su mano y entrelazando sus dedos— ¿Por qué no? Es una buena idea.

—Solo seré una carga para ti.

—¿Sabes hacer la cama?

Jungkook frunció el ceño al no comprender la pregunta.

—Umh... ¿sí?

—Listo, con eso es suficiente para no ser una carga —sonrió y apoyó su cabeza en el hombro de Jungkook.

Esa noche, estaban sentados en una de las tantas bancas del desolado parque cerca de la casa de Jungkook. Jimin solía visitarlo seguido, ya que sus padres habían decidido cambiarse a un barrio más cerca de la costa y no tan rural.

—Ya es tarde, hyung... —intentó cambiar el tema, olvidándose de lo terco que era Jimin cuando una idea se instalaba en su cabeza.

—Vente conmigo... —insistió— ¿No quieres? Porque yo sí, porque te extraño.

—Manipulador —Jungkook se removió mientras sonreía con ternura, acunando entre sus grandes manos el suave rostro de Jimin— Te quiero, hyung.

—Yo también y por eso, por favor, acepta y ven conmigo...

—No lo sé...

—Es momento de avanzar, Jungkook. Deja todo lo que te hace daño y no mires hacia atrás.

—Hyung...

—Y no tengas miedo, porque yo estaré siempre a tu lado como lo he hecho hasta ahora.

Jungkook lo miró por un largo momento, dudando, hasta que finalmente preguntó:

—¿Lo prometes? —su pregunta sonó más como una súplica, tan solo y asustado.

—Lo prometo —Jimin se acercó a su boca, besándolo y saboreando los fríos labios de Jungkook.



No creyó que fuera posible que, después de muchos años, dolería tanto ver un reflejo de lo que él fue en algún momento.

Quizás su padre tenía razón y este era el castigo de Dios, por haber pecado al enamorarse de otro hombre.

Apreció entre leves sollozos el rostro joven de Jungkook, su encantadora sonrisa, su tonificado cuerpo, y la ropa holgada que solía usar. Era tan hermoso como su desgastada memoria lo recordaba.

Sorbió su enrojecida nariz y retiró las lágrimas con las yemas de sus dedos, mientras volteaba la fotografía y observaba la desordenada escritura de Jungkook.

—Eres mi mundo entero, Jimin... —comenzó a leerla en voz baja, sin poder retener las nuevas lágrimas que escapaban de sus ojos— Pero sé que no habrá un nosotros en el futuro... —sorbió su nariz— Porque tomaremos caminos totalmente diferentes, pero quiero que sepas que, pese a nuestras decisiones, jamás te dejaré de amar. Mi amor por ti nunca morirá. Te ama ahora y siempre, Jeon Jungkook... —terminó de leer con la voz totalmente rota.

Se odiaba por anhelar algo que no debía, cuando se había jurado a sí mismo que lo arrancaría de su corazón, que lo olvidaría y superaría.



—Te amo —Jimin fue el primero en decirlo, sabiendo que Jungkook lo amaba de la misma forma.

Convivir por un año fue más que suficiente para que él supiera leer y entender lo que Jungkook sentía, sin la necesidad de tener que escucharlo. Solo bastaba con prestar atención a su comportamiento y los detalles de sus acciones.

Jungkook se removió entre las sábanas hasta sacar su cara para poder mirarlo.

—Oye, di que me amas o te golpeo —amenazó con diversión, cuando sintió que no podía más con la vergüenza y el inquietante silencio de Jungkook.

—Te amo —su voz ronca y somnolienta era algo una de las tantas cosas que Jimin amaba de él.— Te amo y lo sabes, hyung.

—Bien. ¿Por qué no me lo habías dicho?

—Pues... pensaba decirlo ahora, en tu cumpleaños, pero arruinaste mi sorpresa por estar de ansioso.

—Oh... ¿y por qué en mi cumpleaños?

—Mmm. Es que...era algo así como el regalo, ya que no tengo dinero —sonrió de forma juguetona, metiendo sus manos bajo el holgado pijama de Jimin.

—Igual quiero escucharlo, pero no cuenta como regalo.

—Vale, pero no te quejes si recibes algo simple.

—No me quejo, no me quejo...



Claramente, jamás lo olvidó. Él simplemente reprimió el sentimiento que albergaba en lo más profundo de su corazón, intentando convencerse de que ya no era más la persona que fue, y que había mejorado.

Pero volver a recordar el motivo por el cual se dijeron adiós, aun amándose tanto, solo le hacía saber cuán equivocado estaba.

Y era malditamente doloroso entender y aceptar que el proceso nunca acabaría, que tendría recaídas fuertes como la quebestaba teniendo ahora.

Quería odiar y maldecir a su yo del pasado, por haber entregado su corazón tan ingenuamente, pero sabía que no podía hacerlo. Simplemente no podía.

Así como tampoco podía odiarlo a él.



—Vete —su padre espetó con voz severa.

Confiado de que sus padres llegarían por la noche, Jimin sedujo juguetonamente a Jungkook, quien no se negó a la atrevida invitación para meterse entre sus piernas.

Pero su burbuja de amor explotó antes de que alcanzaran a unir sus cuerpos, cuando la puerta de la habitación que compartían se abrió, dejando a un estupefacto señor Park, quien los encontró uno sobre el otro; tocándose y besándose.

Y eso era tan antinatural para él. Un pecado para su Dios.

—Toma todas tus cosas y lárgate de aquí.

—Pa-papá... —Jimin se encontraba ya de pie, un paso más adelante que Jungkook.

—¡Vete! —gritó colérico, asqueado con su propio hijo— Y no vuelvas a llamarme así, porque yo no engendré a un hijo enfermo. Un hijo maricón.

Jimin mordió con fuerza su labio inferior, en un mediocre intento por contener el llanto. Amaba a sus padres, pero sabía cuán conservadores y religiosos eran.

—Y a ti... —miró a Jungkook, acercándose a paso lento. Jimin instintivamente se puso delante de él para protegerlo— Muévete.

—Pa-papá, no...

El puñetazo que su padre le dio, lo pilló totalmente desprevenido. Su cara se volteó y perdió el equilibrio, pero los temblorosos brazos de Jungkook impidieron que cayera contra el suelo.

Jungkook lo miró en silencio y presionó con cuidado el corte que se había formado en la comisura de sus labios. Jimin pudo ver la culpa reflejada en sus ojos.

Su madre sollozó desde atrás de su padre, presenciando la escena en silencio.

—Te abrimos las puertas de nuestra casa porque te queríamos como un hijo, ¿y es así como nos pagas por nuestra gratitud y confianza, Jungkook?

Jungkook no dijo nada, bajando la mirada ante la vergüenza.

—Tienen diez minutos para salir de mi casa —miró por última vez a Jimin, quien lloraba en silencio— Y no quiero saber nunca más de ustedes, porque si llegan a molestarnos, los demandaré y haré que no puedan salir de la cárcel.

Esa fueron las últimas palabras que Jimin escuchó de su padre. Su madre en cambio, solo rehuyó de su mirada cuando intentó pedir ayuda y le dio la espalda, aceptando sin refutar las órdenes que había demandado su esposo sobre su propio hijo.

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