3.
Aclaración: Contenido para mayores de 16 años, se recomienda discreción.
La luna brillaba en lo alto de cielo y la protagonista suspiró, demasiado concentrada en la soledad que le acompañaba en ese instante. No se acordaba de en que momento la habían separado del firme agarre de Francis y como terminó recorriendo los alrededores estando sola, ya que a ese punto muchos se encontraban en estado de ebriedad. A ese paso ya escuchaba la música estridente en la lejanía, observando los colores psicodélicos dándole más ambiente a la fiesta y, de vez en cuando se oían las risas flojas y gritos de los países que si sabían como festejar. Pero regresó su vista al vaso de vidrio que contenía un extraño líquido azul con hielo que le había dado el ruso que se perdió entre la multitud de personas, olió un poco y creyó que tal vez sería vodka, sin embargo, no le prestó mucha atención cuando el norteamericano se acercó hacia ella y la sonrisa que traía impregnada en su rostro era la misma que usaba al atacar una presa.
Se recostó contra el roble a sus espaldas y cruzó sus brazos, alzando una ceja ante la sugerente expresión de Alfred quien llevaba consigo una botella de licor de melocotón.
—¡Dude! Pensé que te habías extraviado en el mar de gente allá adentro —dijo el de lentes, acercándose hacia la figura femenina de María.
—Pues no, simplemente vine por querer cumplir y no parecer descortés...
—A mí no me tienes que mentir, kitten —susurró seductor el muchacho que tomó un mechón de ella para entretenerla.
—No te hagas mentes conmigo, gringo —cortó Venezuela, de un manotazo lo alejó y pudo recuperar su espacio personal—. Hace bastante tiempo que lo nuestro se acabó y no tengo ni un poco de ganas volver a eso, así que supéralo tú también.
El semblante de la potencia se tornó oscuro y turbio, un conjunto de sentimientos que María sabía como clasificar; aquella era la verdadera personalidad del hombre, la cual se ocupaba mucho en ocultar puesto que no le convenía que los demás descubrieran la crueldad y lo excelente manipulador que era. Esa escena no pintaba para nada bien, se sentía la tensión en el aire y ambos no despegaban sus miradas filosas, una guerra de gigantes... La fémina no sería intimidada por su viejo rival.
—Siempre he pensado que eres una mujer inteligente y aún sostengo eso... Así que reconsidera tus palabras, ya que eso no te beneficiará —amenazó el rubio, agarrándola de la muñeca y ejerciendo presión.
—Deberías dejar de ser tan iluso, si crees que volveremos a estar juntos permíteme decirte que te puedes bajar de esa nube y si gustas te presto un paracaídas para que lo hagas —esas fueron las últimas palabras que le dirigió y se marchó, forcejeando para liberarse, no quería seguir viendo al hombre que le confesó su supuesto amor hacía años, el cual sabía era falso.
La brisa nocturna revolvió sus cabellos negros, sus mejillas estaban cubiertas por una capa de rubor natural que se extendía donde algunas pecas adornaban su rostro y dirigió sus orbes color almendra que resplandecían como si llamaradas de fuego estuvieran atrapadas en ellos... Tuvo sentimientos encontrados porque ya había tenido esas discusiones con Alfred a pesar de los años que transcurrieron sin misericordia, él no estaba dispuesto a renunciar a ella y lo que obtendría si lo conseguía; numerosas riquezas, petróleo, minerales y eso hizo que colapsara, cansada ya de que todos se le acercaran por puro interés, sin importarle lo demás.
Se limpió las lágrimas rebeldes que se deslizaban por sus mejillas con el dorso de la mano, sintiendo la impotencia acumularse en su pecho y supo que solamente podía recurrir a una persona que de verdad la comprendería. Esperó que el teléfono sonará y al tercer timbre pudo escuchar aquella voz que la hacía delirar.
—¿Fran? —llamó con la voz quebrada.
—¿Niña bonita? ¿Donde estás? —preguntó preocupado el de cabellera rubia a través de la línea.
—Me quiero ir de aquí, por favor —suplicó la joven, sollozando.
(...)
Lagunas mentales hicieron estragos en su cabeza, impidiéndole recordar lo que había sucedido después de contactar al francés; solo llegaban momentos específicos de ella intentando salir del mar de personas sudorosas que se restregaban al compás del regguetón cortesía de la dominicana, a la distancia distinguió a un alemán borracho recostado sobre la mesa y Feliciano acompañándolo, los latinos seguían de pie con su usual energía como si no se le agotaran las baterías y aunque no había rastro alguno de Antonio. Sin embargo, un beso en la nariz la trajo de vuelta a la realidad, quedándose maravillada observando los orbes celestes de aquel precioso hombre que la tenía acurrucada en su pecho, solo que ese era un contexto diferente en el que ella ya no era la misma niña del pasado.
—¿Ya te encuentras un poco mejor? —la voz teñida de preocupación resonó en la habitación donde se quedaba él y la mujer pudo percibir el dulce aroma a vino que desprendía su boca, la cual lucía más tentadora que nunca.
—Sí, gracias a ti, que no dudaste ni un segundo en ir a buscarme —contestó la azabache, su rostro lleno de rubor por la pena que le daba al verlo fijamente.
Un cómodo silencio se hizo presente, permitiendo que los dos se miraran atentamente sin perder detalle de las facciones contrarias. A Francis le fascinaba la gracia y belleza que coronaba el semblante de la mujer que lo traía loco, enredando sus masculinos dedos en su cabello y suspirando de satisfacción al ver como ella sonreía de manera inocente exclusivamente para él, era como un valioso tesoro que había encontrado y el cual no estaba dispuesto a compartir con nadie. Un efecto efervescente en su corazón fue lo que experimentó cuando ella se inclinó a rozar sus narices, sin medir las consecuencias de su atrevimiento.
—Lo que más me amo de ti es la delicadeza con la cual me sujetas, como si fuese una muñeca pero al mismo tiempo conoces lo tenaz que puedo ser —confesó la fémina, a escasos centímetros de los labios del contrario.
En el camino él la había reprendido por las incoherencias que salían de su boca, diciendo que todos la veían como una mina de riquezas materiales sin pensar en lo que sentía, siendo aislada algunas ocasiones por sus propios hermanos que le recriminaban decisiones en las que ella no tenía ni voz ni voto, ya que esto le correspondía al poder ejecutivo de su nación. No obstante, Francis la acogía en sus brazos siempre que ella deseara regresar, la trataría como cuando la educaba y le mostraba sus costumbres, las cuales ella pudo adoptar, Antonio también la visitaba para que no se sintiera sola por culpa de la calamidad en la que estaba hundida sin poder hacer nada.
Como esa vez, él la atrajo más contra su pecho y deslizó su tacto acariciando su rostro que era similar al pétalo del más exótico retoño, delineó sus labios llenos coloreados de rojo y se deleitó cuando vio como mordía ligeramente la punta de su pulgar. Esto consiguió que el fuego se encendiera más en la fría estancia, esparciendo una sensación confortante que no supo como explicar... o más bien, todavía le costaba admitir en voz alta.
—Te confieso, con toda la humildad que puede tener un caballero —susurró el rubio, como si le contase un secreto—... No solamente haz derretido el hielo de mi cuerpo, sino el de mi alma y corazón que ahora te corresponde, mon amour.
Eso bastó para sellaran la confesión con un beso, al principio se trataba de un rose de labios suave e ingenuo que duró hasta que el francés la sujetó fuertemente de la cintura apegando la delgada figura femenina a su esbelta musculatura, después se convirtió en un famoso beso francés; un mordisco por parte de María invitándole a Francis a ir más allá lo cual él aceptó ejerciendo dominancia, la sedujo con su lengua que la dejó anonadada por su intensidad y cedió sumisa ante el calor que emitía su amor.
Solo que del hombre no provenía, el francés sabía muy bien que la calidez tropical de la mujer le estaba transmitiendo esas sensaciones a su sensible ser, cuando menos lo pensó ya se encontraba a merced de la joven. Así los minutos pasaron, la ropa que sobraba en esa situación pasó a ser una decoración en la alfombra mientras Francis se erguía extasiado por los sonidos que soltaba la venezolana que yacía únicamente con sus bragas; besó, lamió y dejó mordidas en su cuello al mismo tiempo en que la acariciaba los puntos clave que la hacían jadear de placer, esos sonidos lascivos eran los más excitantes que había escuchado y no quiso conformarse, sino ir por más.
María enterraba las uñas en su pálida espalda que empezaba a mancharse de rojo por las marcas que dejaba a su paso, no existían palabras para describir todo lo que estaba sintiendo en ese momento por él pero si algo tenía claro es que lo amaba tanto que le daba miedo, le daba miedo que la abandonase como todos los demás en alguna circunstancia difícil. Eso no fue obviado por el hombre quien sujetó su mentón y la besó de manera apasionada, indecente, sin perder la dulzura con la que lo hacía.
—Te cuidaré, te cuidaré como lo he hecho desde que eras una dulce niña.
Eso fue suficiente como para que ella se entregara completamente al de orbes celestes que le admiraba cual diosa, se dejó arrastrar por el placer que le causaba y la calidez que comenzaba a emerger de sus corazones, conectados en una misma sintonía.
No se percató cuando cerró sus ojos y al abrirlos se topó con la imagen más deslumbrante, digno de ser esculpido como pieza de arte por el gran Bernini y ser exhibido como magistral e impecable obra del renacimiento... Sus hebras rubias deordenadas, su respiración agitada, los hombros anchos, el pecho fuerte y con algunos vellos que lo hacían ver varonil, hasta que su vista se enfocó en el miembro del contrario y se sonrojó, tragando grueso. Allí no eran necesarias las palabras, así que se dedicó a disfrutar y vio las estrellas al sentirlo en lo más profundo de su cavidad, sintiendo la humedad y estrechez de la morena.
—Je t'aime, María.
—Te amo, Francis —contestó, rodeando su cuello con los brazos e incitándole que arremetiera contra su agitada anatomía.
(...)
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