12.Dirty Dancing
Llamó al timbre cuatro veces seguidas. ¿Es que no pensaba abrirle? Podía ser una emergencia. Bien, no lo era. Pero podía serlo. Iba a llamar una quinta vez cuando la puerta se abrió bruscamente. Owen la miró con ojos furiosos. Pero ella no se achantó.
—¿Qué te pasa? Estaba en el baño... —la increpó.
—¿Tienes internet? Llevo más de veinte minutos intentando conectar y nada. No lo consigo. Tampoco tengo línea ni...
—Es un fallo general de la red. Ya lo arreglarán —Owen atrapó a Eira, que ya intentaba fugarse, para ir a jugar con Mika. Volvió a mirar a Helena con frialdad, con la perrita emocionada en sus brazos—. ¿Algo más?
—Nada. Es que jolín... estaba haciendo un directo de cómo me preparó antes de una clase y me estaba viendo mucha gente —musitó frustrada, mirando el móvil. Al no tener red, tampoco le funcionaban los datos y no podía seguir con el directo.
—Ya lo sé. Vaya pequeña influencer, lamento que decepciones a tus legiones de fans —Owen ya cerraba la puerta, cuando Helena le dio un manotazo sosteniéndola.
—¿Ves mis directos? —le preguntó dispuesta a entretenerse de otra manera. Si él era insufrible, ella podía serlo aún más—. Vaya... alguien diría que estás interesado en mí —Helena pareció pensarlo mejor y preguntó asqueada—: Espera, has dicho que estabas en el baño, ¿estabas cagando conmigo de fondo?
—A cada cual le da diarrea cosas diferentes —Owen se cruzó de brazos divertido y molesto. Helena se cuadró dispuesta a replicarle con mordacidad, cuando él le sonrió con cariño—: Si me echabas de menos, solo tenías que decirlo.
—No te echaba de menos, es más, creo que te echo de más —se giró hacia su puerta enfadada, cuando él la retuvo con un brazo.
—Perdona, Helena, no quería ser tan brusco. Es solo que... —empezó removiéndose algo incómodo y triste.
—Te irrito, ya lo sé. Y me vendrás con que saco lo peor de ti. En fin... paso. Tengo que prepararme. Hoy tengo una masterclass con Alejandro —intentando recuperar su buen humor, entró en su piso. Se acabó de maquillar, algo muy sutil, por supuesto. A ella no le gustaba ir recargada. Se puso unos leggings nuevos que se había comprado por internet. Recomendación de Rena, que le dijo que tenían una especie de efecto de culo perfecto. La verdad es que sí que le hacían un culo impresionante. Ella nunca había tenido muchas caderas, pero al ganar peso, su cuerpo se había redondeado. Cogió su bolsa con la ropa para después y se dispuso a salir. Owen también se había vestido, parecía que para una cita. Aunque ella no pudo evitar fijarse que miraba triste el móvil. Ambos esperaron el ascensor. Owen la miró de arriba a abajo.
—Te queda muy bien ese conjunto —dijo mientras las puertas se abrían. Ella no sabía si lo decía por cortesía o por arreglar su anterior patinazo. Pero le dio igual.
—A mí todo me queda bien, bobo —Helena se miró al espejo y apreció la vista de su culo, solo para hacerlo rabiar—: ¿Dónde vas tú con tu intento de ir arreglado?
—Había quedado para cenar con una amiga —alguna amante supuso Helena, pero sosegó su corazón. Él no era nada suyo, ni quería nada con ella—, pero me ha dado plantón.
—Vaya bajón para tu ego. El gran conquistador, anulado —Helena rio divertida y con perversa mirada—. Si estás libre podrías venir a la masterclass. Rena no para de quejarse de que no tiene pareja —Owen quiso decirle que no, pero no parecía encontrar ninguna buena excusa. Total, ya estaba dispuesto a salir, así que se encogió de hombros.
—No tengo ningún mejor plan —así que ambos, fueron andando los diez minutos, hasta el centro donde Alejandro impartía clases. Fueron de los primeros en llegar, pero Alejandro ya estaba preparando la sala, con alegría. Ella le miró apreciativa cuando vio a su compañero vestido con esos pantalones que le quedaban de infarto. Estaba un poco agachado preparando la música y le hacían un buen culo. Helena, nada discreta, le miró con deleite. Owen rebufó tan audiblemente que Alejandro se levantó sorprendido.
—Vaya, ¿nuevo alumno? —Owen miró la sala y pareció complacido de estar allí. Un hombre seguro de sí mismo y confiado. Helena le odiaba cuando le veía así. ¿Es que nunca tenía miedo a nada? ¿Inseguridad?
—Me gustaría probar, sí. Además, no he encontrado excusa pertinente para librarme —Helena puso los ojos en blanco y se cambió los zapatos. Se recogió el pelo en una coleta y sonrió a Rena que acababa de llegar. Ambos hombres seguían hablando en el centro.
—¿Te has traído pareja para que pueda bailar con Alejandro? —a su amiga no se le pasaba una y como ella no sabía decir que no, se colocó junto a Owen.
—¿Tú no bailas siempre con el profesor, cisne? —Owen la miró por encima del hombro, pero ella concentrada en la clase solamente negó. No tenía ganas de darle más explicaciones, ni desvelar las intenciones de su amiga. La sesión empezó algo más tarde. Aunque al principio les costó adaptarse, Helena se dio cuenta de que Owen se movía muy bien. Llevaba bien los pasos, se movía con gracia y se notaba que le gustaba. A pesar de que Helena estaba algo tensa, sus cuerpos se compenetraban muy bien. Se empezó a relajar a medida que lo vio tan divertido. Ella le sonrió cuando dieron una vuelta— ¿Por qué pareces tan sorprendida? Te dije que bailaba bien.
—Otra cualidad a anotar —le musitó acercándose mucho a él, Owen la miró divertido—. Pero, debo decir que hay otros lugares donde te mueves mejor —Owen sonrió con picardía. Llevándola con dulzura. A pesar de verle tan desenfadado y cómodo, Helena se daba cuenta de que Owen estaba algo distante y frío. De que entre ellos seguía abierta una brecha algo difícil de saltar.
Los pensamientos de Owen eran como un torbellino, imposible de controlar. Iban en todas direcciones. A momentos, se encontraba disfrutando de esa preciosa clase, y de la sensación de moverse completamente compenetrados. Le sonreía a Helena y tenía ganas de besarla. Pero, a la vez, sentía que quería salir de allí corriendo. Muerto de miedo. Cuando ella se lo había propuesto no había encontrado forma de negarse. Esperaba acabar bailando con Rena. Pasar un rato divertido y luego, invitarla a cenar. Incluso... quizá triunfar con ella. Ryan decía que era un buen ligue y bastante decente en la cama. Owen necesitaba despejarse, centrarse en otra persona. Demostrarse que podía pasar página y seguir adelante. Pero, Helena había acabado entre sus brazos, y su corazón latía desbocado. Cada vez que ella le sonreía o le soltaba alguno de sus comentarios descarados, Owen se moría de ganas por besarla. No obstante, como un adicto que estuviera superando su mono, se resistía. Intentaba centrarse en la clase, en moverse y en hacerlo bien. Mientras su mente, no dejaba de planear sobre la sensación de que eso era lo correcto. De que así debía ser su vida. Deseaba tanto acabar esa clase, irse a cenar con Helena, dormir a su lado. Pero no... no podía. No podía caer en algo que no era real. Ella no le amaba, ni él tampoco. Solo se harían daño. El amor no complica las cosas, pero no era amor. Ese era el problema. La canción acabó y todos aplaudieron. Alejandro se situó en el centro, Owen se fijó que miraba a Helena con cariño, pero también con un matiz de preocupación, observaba que ella no sintiera ningún dolor. Eso hizo que le cayera algo mejor.
—En fin, ha sido una clase espectacular. Creo que en poco tiempo el progreso de muchos de vosotros es increíble y los que habéis empezado hace poco, ya veis qué rápido se coge el ritmo. Lo importante del baile es sentir con esto —dijo tocándose el corazón—, y actuar con esto —señaló la cadera y todos rieron —. Pasad una buena noche —la gente se dispersó, en diferentes grupos. Parte de ese tipo de actividades, también les llevaba a hacer amigos y salir por ahí. Owen saludó a Sandra y su marido, que eran amigos de Ariel y Jules. Una pareja encantadora. Helena se acercó a hablar con Alejandro. Owen la contempló de espaldas. Esos leggings le hacían un culo espectacular. Rena se le acercó sonriente distrayéndole y se pusieron a charlar sobre la película. Estaba distraído, cuando Eva se acercó, y le pegó un codazo. Él la miró insolente.
—Sí que sabes bailar bien tú, ¿no? —le preguntó picajosa. Aunque lo intentaba, su amiga seguía sin parecer más que una principiante—. Lo tenías bien calladito.
—Y las que no sabes de mí —le replicó con confianza. Sus intentos de ligar con ella, siempre habían sido tan fracasados como Ariel. Algo que secretamente le encantaba. Le gustaba sentir que tenía amigas de verdad.
—Y las que prefiero no descubrir —Eva le miró con picardía y él se sintió desnudo. Seguro que Helena le había contado sus secretos. Incómodo enrojeció y apartó la mirada, no sin antes ver la perversa mirada de ella encendida— ¿Te vienes a la cena? —Owen iba a negar, cuando Helena se acercó.
—Por supuesto —dijo decidiendo por él— ¿Vamos a cambiarnos? —Owen no llevaba ropa para cambiarse, pero vio que Alejandro tampoco lo hacía. Se quedaron los dos en la sala ya vacía.
—No sabía que te movieras tan bien. Helena no me había dicho que bailarás —comentó con curiosidad. Tenía una voz grave y aterciopelada que le gustó. Es la voz que le gustaría tener si le doblarán como actor —. Supongo que como actor estas cosas son importantes.
—Si he recibido formación de cante y baile. Muchos de nuestros movimientos son coreografías como bailes. Es importante saber moverte por el espacio —se explicó, sin querer decir mucho. A Owen el baile no le gustaba especialmente. Siempre se sentía incómodo, pero entendía que era importante. Y con Helena había sido... diferente.
—Sí, además, Helena es una buena pareja de baile. Hace las cosas más fáciles —dijo con voz dulce. Owen se dio cuenta de que a ese hombre le gustaba Helena, pero no sabía que sentía ella por él. Se sintió incómodo por el hecho de que él no supusiera o pensará lo que pasaba entre ellos—. Aunque sea una picajosa —Owen rio divertido.
—Es una metomentodo quejosa —replicó. Los pasos les alertaron. Eva y ella venían riéndose. Eva buscó a Emilio con la mirada. Alejandro le respondió.
—Se ha tenido que ir a hacer un recado. Vendrá al restaurante directo —ella asintió. Owen vio que Helena llevaba los zapatos que él le había regalado. Con otros leggings parecidos y la camisa, estaba espectacular. Alejandro parecía pensar como él, pero preguntó—. ¿Esos zapatos no te hacen daño tanto tiempo?
—No seas papi —le replicó Helena sacándole la lengua. Alejandro le sonrió, y Owen se removió incómodo. Esa familiaridad, esa sensación, se le puso rara en el estómago.
Cuando se les incorporó Rena se fueron los cinco a cenar, donde Emilio ya les esperaba. Llevaba un espectacular ramo de flores que le tendió a Eva. Colapsada, ella le dio las gracias con cariño por la dulce sorpresa. Helena la miró emocionada. Owen sabía lo que pensaba. Helena adoraba el romanticismo. Se moría porque alguien hiciera alguna cosa así. Un pinchazo en el corazón le dolió. Ella se merecía también ese tipo de cosas. Pero él nunca podría dárselas. No de esa forma. Él no era romántico, ni sabía como serlo. Agobiado entró junto al grupo. Cenaron en un restaurante mexicano. Disfrutaron de la comida picante y las margaritas, pero sobre todo de la compañía. Owen se sentía muy cómodo en compañía de Emilio. Era un chico interesante y le gustaba hablar de arte. Disciplina, en la que él también estaba muy versado. Helena le dedicaba divertidas pullas que Owen recibía y respondía. Los demás reían divertidos. En determinado momento, Emilio salió a fumar junto a Rena. Eva y Helena fueron al baño. Por lo que se quedaron solos. Alejandro le miró a través de la mesa. Sonriendo negó por lo bajo.
—¿Qué pasa? —musitó Owen bebiendo de su margarita.
—Debo preguntarlo... ¿Estás enamorado de Helena? —Owen había sido pillado con la guardia baja y miró buscándola—. No lo digo por nada. Es solo que... me parece una mujer muy interesante y me gustaría conocerla. Hace tiempo que no me interesa nadie de esa forma. Pero, por norma, huyo de asuntos donde haya una tercera persona.
—No te negaré que Helena y yo hemos sido amantes. Es una mujer preciosa y excepcional, pero no busco tener una relación con ella —se obligó a decir Owen. Era la verdad, él no podía seguir interponiéndose en su felicidad. Y, Alejandro le caía bien, era un buen hombre y un bailarín como ella. Hacían una pareja maravillosa. Y ella podría disfrutar de muchas noches como esas. Noches de felicidad—. De hecho, de aquí unos días me marcho a Miami.
—¿Ella lo sabe? —le preguntó confuso.
—Si —mintió. Alejandro le miró como si supiera que le mentía. Cuando las dos llegaron hablaron de películas. Owen miró a través de la mesa a Helena y la vio sonreírle con dulzura. Sintió que su corazón pesaba como una losa. ¿Cómo podía decir que no a algo que deseaba tanto? Pero, sin entenderse a sí mismo, siguió como siempre. Bromeando ligero y riendo divertido.
Owen andaba dos pasos por detrás de ella. Helena se giró divertida. Complacido con las manos en los bolsillos la miraba contento. Ella le sonrió algo achispada. Habían bebido algunos margaritas de más, y ella tenía la lengua un poco suelta. Pero no importaba. Era un día para divertirse y disfrutar.
—¿Te has divertido? —él asintió y ella giró complacida—. Deberías venir más a menudo, así cuadraríamos perfectamente. Emilio y Eva, Rena y Alejandro, tú y yo.
—No digas tonterías. He venido hoy solo para entretenerme —a Helena ese comentario le dolió, pero no dijo nada. Volvió a andar a su lado y acercó su mano a la de Owen. Él se retiró con brusquedad. Ella le miró sorprendida.
—¿Por qué te apartas así de mí? Creía que... bueno, somos amigos y amantes. ¿Por qué ahora haces esto? Ya no quieres saber nada mi, ¿verdad? Si es porque te dije, te quiero... yo... —empezó ella. Sentía un extraño nudo en la garganta.
—No es eso Helena. No le des más vueltas. No me apetece esta noche y ya está —musitó sin mirarla.
—Lo que hiciste el otro día fue raro. Te marchaste de golpe justo cuando dije... eso. En fin, no hablo de nada romántico ni nada por el estilo. Eres un buen amigo Owen, te tengo cariño y... —volvió a empezar ella, pero Owen la cortó de nuevo, con brusquedad.
—Basta, Helena, no hay nada que hablar —ambos siguieron andando uno al lado del otro, Helena cada vez estaba más enfadada. Tanto por su silencio como por su actitud. ¿Es que no pensaba explicar su extraño comportamiento del otro día? ¿Es que no quería abrir los ojos a la verdad? Encajaban bien. Se divertían. No entendía qué pasaba—. Lo siento, no quería ser brusco contigo.
—No pasa nada, no hay nada de que hablar —dijo molesta.
—No seas una chiquilla —le replicó él con superioridad. Algo que aún le molestó más.
—No soy infantil. No me hagas quedar de tonta. Somos amigos desde hace tiempo. Tú mismo te ofreciste a serlo. Me perseguiste y me buscaste infinitas veces. Me pediste más, y te di más. Y, ahora, que finalmente estamos como querías, te comportas como si no te importará. Como si sobrará en tu vida. Eres un egoísta caprichoso —le soltó con rabia.
—Y tú eres una niña mimada que quiere tenerlo todo, y no soporta que le digan a algo que no —entraron furiosos el edificio, pero ninguno subió las escaleras. Esperaron el ascensor. Cuando la puerta se cerró. Helena le miró molesta con ganas de atacarle otra vez. Como él estaba haciendo.
—Eres un imbécil, Owen. Pero tranquilo, no volveré a molestarte, ni a decirte «te quiero». Jamás —Owen la miró y ella señaló—. No sé como he podido ser tan tonta. Si ni siquiera eres tan buen actor como para engañarme —Helena buscaba herirle y lo consiguió. Owen la apretó contra el ascensor, mirándola entre enfadado y deseoso.
—No vuelvas a decirme «te quiero», Helena. Puedes decirme todo lo que quieras, ódiame si así te sientes mejor, pero no puedo volver a oírte decir: «te quiero» —le repitió contra el rostro. Su voz sonaba tensa—. ¿Me has oído?
—Soy tonta pero no sorda. Tranquilo. Algún día te vas a morir de ganas de oírmelo decir y no voy a hacerlo. No me lo vas a volver a oír nunca —la puerta se abrió y ambos se separaron. Owen se metió en su piso y cerró de un portazo. Helena hizo otro tanto. Antes de caer de rodillas y besuquear feliz a su precioso, Mika. Luego, en su rutina de autodesprecio, se sentaron a ver otro de sus ballets. Aunque en ese tenía solo diez años. Era una grabación de su hermano Tonik. Helena se durmió y soñó con bailar. Bailar ballet. Eso era lo único que lograría sanarla.
Al día siguiente, la necesidad de ponerse las zapatillas era tan grande, que fue como ahogarse. Ella había explicado esa sensación antes a Owen, pero ahora era horrible. Sentía que las aguas la tiraban hacia abajo. Se sentía encerrada, agobiada e incapaz de estarse quieta. Se vistió y salió a pasear. Era sábado por la mañana. Andaba sin tener claro a donde ir, Mika la seguía. Los pasos la fueron guiando sin saber. Sin darse cuenta, Helena llegó a Madame Lulú. Un centro de ballet para niñas, pero las puertas estaban abiertas. El olor de lavanda la recibió. Una señora mayor de aspecto ágil y elegante la saludó. Al principio no la reconoció, pero pareció mirarla con más detenimiento.
—¿Helena Carjéz? ¿La famosa bailarina? —Helena asintió confusa y la mujer le sonrió feliz.
—Oh, qué gran honor conocerla. He visto todos sus ballets. Usted era una estrella en las tablas, lo que le ha sucedido es muy triste. ¿Es cierto que no podrá volver a bailar profesionalmente?
—No a nivel profesional, no podré volver a bailar. Nunca veré realizado mi sueño —Helena sintió que las lágrimas le inundaban las mejillas. La dulce señora le tendió un pañuelo.
—Mi hermana se llama Lulú. También era bailarina de ballet. Nunca fue muy buena, pero era su pasión. No tenía ese talento innato, pero era tenaz y seguía los pasos con precisión. Sin embargo, vivió muy triste. Con treinta años desistió del ballet professional y se retiró. Decía que el ballet te daba mucho, pero te quitaba más. Cuando eras alguien arriba, y bajabas de ese escenario, te quedabas sin nada. Sin embargo, no podía vivir sin ballet. Fundó esta pequeña escuela, dio clases hasta hace poco —Helena la miró sorprendida—. Quiero decir con esto, que entiendo tu pasión, y lo que has perdido. Pero el ballet, creo que siempre encuentra formas de volver a una. Si quiere, puedo ofrecerle puesto como profesora. ¿Le gustaría? ¿Ha pensado en enseñar? —Helena quería decirle que no. Ella iba a ser una bailarina profesional...no podía... dar clases en un pequeño centro. Sin embargo, el ballet siempre vuelve. Sin ser consciente, asintió.
—¿Su hermana ya no da clases? —preguntó.
—Lulú lleva un año enferma. Tiene cáncer, ¿sabes? Todos pasamos por lo mismo, supongo. Se repondrá seguro. Pero, no creo que pueda a volver a bailar sin una pierna. Aunque quien sabe. Siempre me ha sorprendido su tenacidad —la mujer sonrió e indicó—: Se repartirá las clases con Lorena. Es una buena mujer, pero nada dada al ballet. Creo que su nombre podrá volver a dar prestigio a nuestro centro.
—Me alegro entonces —Helena miró la sala y se paseó. Ese lugar llenó su corazón de recuerdos. Tantos sitios similares, donde había bailado y bailado, hasta perder el norte. Ella se giró a la buena mujer, que le sonrió con cariño.
—Me llamo Priscila. Llevo las cuentas de este sitio —musitó ante la pregunta no dicha.
—¿Algún día me contará su historia? —le preguntó Helena divertida—. Presiento que hay algo más que contar.
—Quién sabe —dijo divertida Priscila—. Es una historia de corazones rotos —Helena pasó la mañana en la sala e incluso se atrevió a ponerse sus gastadas zapatillas. Dio algunos pasos, antes de sentir un pequeño pinchazo. Nada parecido a antes. Se notaba que su cuerpo se había fortalecido como le había dicho Nuria. Antes de marcharse, subió una foto en redes sociales. Anunciando que daría una clase semanal en centro Madame Lulú, para jóvenes de doce a quince años. Su corazón latía feliz.
Se marchó alegre tras charlar un rato más con Priscila. Fue a comer con su hermano. Tonik entendía su decisión. Sabía que Helena no podría estar lejos del ballet. Aunque le preocupaba lo mismo que a todos, que ella sintiera demasiada añoranza y se acabará deprimiendo sin él. Pero, recuperarlo, aunque fuera de otra forma, quizá le hiciera bien. Las dudas planeaban por su mente, pero ella sentía que era lo correcto. No podía seguir alejada del ballet más tiempo. Helena se marchó a su piso, dispuesta a pasar la tarde sumergida en un buen libro. Pero en cuanto entró, el timbre sonó. Helena abrió sorprendida.
—No puedes volver a bailar ballet —le dijo Owen muy serio—. La última vez volviste a hacer daño y...
—No vuelvo a bailar ballet. Daré una clase a la semana y... —empezó ella. Aunque no sabía bien por qué debía explicarse.
—Más las dos de bailes de salón. Es mucho y... —ella le hizo un mal gesto.
—No me seas papi —le dijo. Owen la miró con una extraña expresión y susurró:
—Yo no soy Alejandro —Helena le miró confusa, pero antes de decir algo, Owen se giró, se fue a hacia la puerta. Buscando la salida, claro.
—Eso, márchate como siempre últimamente, enfadado y sin decir nada en claro —Owen tensó los hombros y se giró para enfrentarla. Helena harta musitó—: Parece que tienes todo el derecho a meterme la... —Owen le tapó la boca con la mano.
—¿Cómo eres tan bruta? —le dijo cerca de su rostro. Incapaz de decir nada puso los ojos en blanco— ¿Si te suelto vas a finalizar la frase? —ella negó. Owen la soltó un poco
—Polla —Owen le volvió a tapar la boca.
—Eres una niña mala —le dijo. Su tono era dulce y pícaro, mucho más ligero que antes— ¿Vas a portarte bien? —ella asintió y él puso los ojos en blanco—. En fin no sé por qué te hago caso, harás lo que quieras igualmente —Owen la soltó.
—¿Por qué no puedo decirte «te quiero»? —preguntó ella cogiéndole con la guardia baja. Owen la miró sorprendido.
—Porque eso se dice cuando uno está enamorado o quiere un compromiso con la otra persona. Cuando se quiere algo. Tú y yo... yo no puedo darte lo que quieres —se explicó Owen incómodo. Helena le miró con seriedad.
—Tú quisiste más —Owen sabía que tenía razón. Él la había buscado e insistido. Él la había alejado de Michael, para tenerla. ¿Por qué ahora se comportaba así?
—Yo quise más. Pero no amor, Helena. Yo no puedo darte amor. No puedo enamorarme —le dijo muy serio—. Sabes que soy actor, que tengo...
—Lo sé —a Helena le dolía su rechazo, pero disimulando, indicó—, pero, creía que conmigo no actuabas.
—Por eso te habrá parecido que soy tan mal actor —dijo él, molesto.
—¿Tanto te dolió? —él se encogió de hombros y asintió.
—Yo te considero la mejor bailarina. Me dolió que tú no me vieras igual —Helena se mordió el labio, algo triste e incómoda. Owen se acercó—. Me gustas, Helena. Eres una mujer preciosa, inteligente, divertida y maravillosa. Pero... no puedo enamorarme de ti. Yo no puedo tener una vida como la de Ariel o Jules. Creía que lo entendías y que...
—Claro que lo entiendo. Yo no estoy enamorada de ti, bobo —dijo molesta, intentando aparentar esa frialdad que él también le daba—. Pero te tengo cariño. En fin... me gustaba lo que teníamos, pero ahora se ha estropeado. Estamos todo el día de morros y... Quizá...
—Me marcho a Miami un tiempo. Me llevó a Eira conmigo. Voy a estar con mi madre —Helena asintió confundida—. Quizá sea lo mejor. Necesitamos algo de tiempo y espacio. Quizá, podamos retomar esto como algo divertido. Solo amistad. Sin... sexo.
—Me parece muy bien —el timbre sonó en ese momento, ahorrándole el trauma a Helena. Fue a abrir. Sorprendida al no ver a nadie bajó la vista. Un enorme ramo de cincuenta rosas y un atractivo hombre en traje se la tendía. En perfecto inglés habló con ella, que le miraba incapaz de articular palabra. Owen se acercó por detrás y miraba confuso. Desde su posición él no podía ver quién era.
—¿Quién es? —musitó con voz grave y algo tensa.
—Jacob, mi prometido —dijo Helena con un susurro contenido. El hombre que le había destrozado la vida y el corazón, había vuelto. Solamente para decirle lo que ella necesitaba oír desde que era una niña. Cuando creía en cuentos de hadas, cuando creía en el amor. El anillo pendió entre ambos. Como la mirada de confusión de Owen, y el futuro que habían perdido. hacía tan solo unos instantes.
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