11. Amor y otras drogas
Helena, obviamente, no regresó a su hogar. A pesar de todo, se quedó en Londres. Sí que se marchó del hotel con Mika. Orgullosa e incapaz de mirar atrás. Quería que Owen diera un paso y se lo impidiera, pero él seguía confundido. Anduvo perdida, llorando por las calles, como si fuera una loca. Corrigió, como una loca. Y agradeció que Londres, a pesar de todo, estuviera vacía. Agotada, a medianoche, se dejó caer en un banco de una plaza cualquiera. Pensaba que se metería en problemas o que se la llevaría la policía. Pero nadie pasó. Cuando logró calmarse y pensar con claridad, llamó a la única persona que le podía echar una mano sin hacer preguntas. A pesar de la tardía hora, Nuria le cogió el teléfono. Le indicó su futura dirección en Londres. Helena se instalaría provisionalmente en su piso. Mientras Helena iba para allí, Nuria llamó a su futura casera, para contarle alguna mentira. Como que el hotel le había cancelado la reserva o cualquiera tontería de esas. La casera se lo tragó, por supuesto. Cuando Helena llegó al edificio, la esperaba en bata y bajo un grueso paraguas. Helena debía ofrecer un triste espectáculo con esa ropa de prestado, los ojos rojos, y solo una triste mochila. Tanta pena debía dar, que la amable mujer, la invitó a un té, antes de subir al apartamento. Se sentaron en la pequeña cocina de su hogar. Un típico hogar londinense repleto de colores para compensar el gris de la ciudad.
—Antes esto era una sola casa. Pero, con la crisis, perdí el trabajo y no lograba mantenerla. Por eso decidí invertir mis pocos ahorros y reformarla —Helena asintió sorbiendo la caliente bebida que le calmó el frío, pero no el malestar—. Espero que esté a su gusto, señorita Carjéz. Puede quedarse el tiempo que necesite.
—Muchas gracias. Serán solo unos días. Además, así también podré ayudar a mi amiga con sus cosas —la mujer asintió con una triste sonrisa en el rostro. Parecía saber más de lo que quería confesarle.
—¿Está mejor? —Helena asintió agradecida. Se tomaron el té en un cómodo silencio. La mujer era amable y dulce, pero muy callada. Le dejaba su espacio. Algo que ella agradeció en ese momento. Helena subió tras acabarse la bebida. Estaba agotada. Solo quería acostarse y olvidar. Lo hizo en la cama de su amiga. Sin sábanas en una habitación repleta de cajas, donde el cuerpo de Mika, fue su única compañía.
Owen no logró dormir ni una hora. Sentado en la enorme cama, el corazón le latía dolorosamente. Se sentía agobiado, perdido, preocupado, triste, ansioso. No sabía nada de Helena. Se había marchado y desaparecido por Londres. Quería buscarla, pero sentía que no tenía derecho. Él no tenía derecho a seguir molestándola. Quizá, tenía razón. Se había quedado bloqueado al ver a Agatha allí delante. Se había sentido, de repente, un niño. Ella era una mujer madura, fuerte, positiva, hermosa y valiente. Y él se había quedado sentado. Pensando en que los años no habían pasado de igual forma para ambos. Es más, parecía que él solo había vuelto atrás. Inmaduro, débil, negativo y cobarde. Si eso era posible. Se dejó caer contra la cama y quiso enterrarse bien profundo. Quería morirse de vergüenza. Él había estado allí frente a esas dos hermosas mujeres. Y, lo único en que podía pensar, es en que Agatha le parecía menos bella que Helena. Menos real. Y cuando Helena se había girado, buscándole, él no había estado a la altura. La vergüenza de su actitud le había hecho callarse. Mirar para otro lado. Incapaz de hacer frente a lo que sentía. Quizá, Helena tenía razón y había algo sin resolver entre Agatha y él. Algo que nunca había pensado que siguiera clavado en su corazón. Pasó la noche en un duermevela inquieto.
Owen se levantó nada más salir el sol y buscó su móvil. Dispuesto a encontrar más motivos para flagelarse. Para destrozarse si hacía falta. Pero, tenía que hacerlo. Si quería pasar página, tenía que encontrar el motivo y demostrarse a sí mismo, que ya no era ese bobo inmaduro. Que él ya era un hombre con las ideas claras y un futuro por delante. Rogó al cielo que no hubiera cambiado su número en todo ese tiempo.
—¿Sí? ¿Diga? —su voz había cambiado, pensó él. Se había vuelto menos plana y más profunda.
—Agatha. Soy yo. Owen Larraga —carraspeó para tragar el nudo que le dificultaba respirar, hablar y pensar—. Me preguntaba si...
—¿Sí? —dijo ante su silencio. Él recordó su aterciopelada voz de la cual ya no quedaba nada. Ella ya no era la misma, ni él tampoco.
—Me gustaría tomar un café. Creo que debemos hablar —ella rio para sorpresa de él.
—Pienso lo mismo desde hace unos... diez años, creo —dijo en tono seguro— ¿Te apetece que nos veamos en un par de horas? —Owen aceptó. Era la primera vez en tanto tiempo que iban a quedar. No sabía que ponerse, y peor, no sabía qué decir. Pero algo tenía claro. Esa quedada era para dar carpetazo final a algo que no se había dado cuenta. Algo que le estaba quemando vivo desde que se separaron y nunca lo hablaron.
Helena se levantó a las doce. Y, en cuanto abrió los ojos hinchados, quiso volver a dormirse. Sin embargo, al no notar el cuerpo de Mika se levantó nerviosa. ¿Dónde estaba su perro? Le oyó ladrar en el salón. Nerviosa salió, chocando con un par de cajas por el camino. Sin embargo, sus ojos se llenaron de lágrimas, cuando vio a Nuria arrodillada, dándole caricias. Su amiga levantó la mirada sonriente y se acercó para abrazarla. Helena se dejó caer en ella. Llorando como cuando era pequeña. Nuria le dio un largo abrazo. Un rato después, ambas sentadas en sillas desparejadas, en medio del caótico salón tras la mudanza, se pusieron al día. Nuria escuchó todo lo que Helena le contó. Desde sus inicios con Owen, hasta el último día. Necesitaba desahogarse. Contarlo todo. No a parches, no a retazos. Todo. Todo lo que había sentido desde el primer momento. Necesitaba sacarlo. Necesitaba vaciarse. Quizá para olvidarse definitivamente de algo que solo le hacía daño.
—No lo veo así. Creo que Owen te quiere —dijo su amiga, meditabunda, sorbiendo de su taza.
—¿Has oído algo de lo que te he contado? —le dijo Helena. Nuria le cogió la taza y se le llevó a la cocina. Mika dormía a luz mortecina del día.
—Y yo te he dicho lo que creo. Te quiere, Helena. Pero, tú esperas que te quiera de la misma manera que otros te han querido, o de la forma que imaginas. Buscas que sea romántico como en las películas. Eso nunca sale bien. Él te quiere como es él —musitó Nuria, volviendo a sentarse—. No puede quererte de otra forma.
—¿Y Agatha? Le decía todas esas cosas románticas y... —Helena retorció las manos nerviosa.
—Era joven. Sin embargo, tú misma lo dices. Actuaba. Ese Owen no es tu Owen. Es el Owen que Agatha quería ante la prensa. No era real. Ni para ella, ni para él. No puede serlo para ti —le dijo Nuria muy seria —. Pero, vamos a ver, ¿tú le dices cosas románticas?
—Bueno... no. Yo... —Helena pensó en todas las cosas que siempre le decía para enfadarle. Pero, no eran románticas. Ella siempre le lanzaba pullas. Era su manera de quererse. De molestarse. Ella no le decía cosas románticas, pero no quería ceder—. Es diferente. Además, él me prohibió decirle que le quería. Por lo que, si no le digo cosas bonitas, es por su culpa. Fue su decisión —Nuria puso los ojos en blanco—. Joder, no te pongas de su parte. Eres mi amiga.
—No me pongo de su parte. Pero, el amor no siempre es igual. Sé que tuviste una relación muy intensa y romántica con Jacob. Tu primer y único amor. Y eso está bien. Pero, con Owen, no tiene por qué ser igual. Es más, dudo que lo sea. Pero cuando te conocí... —Nuria carraspeó—. Cuando te conocí tenías heridas más profundas que la de la rodilla. Sanaste. No por mí, ni por el resto. Sanaste por Owen. Él te hizo feliz. Eso es amor de verdad. No el de las películas —Helena odiaba tener que darle la razón.
—La he cagado. Me he ido sin darle ninguna explicación, ni dejarle que me diga nada. Por segunda vez. En Los Ángeles le hice lo mismo, encima cuando regresó, tampoco quise hablar con él. Soy un ser horrible —dijo Helena escondiendo la cabeza entre las manos. Nuria le acarició el enredado pelo.
—Lo eres. Pero también eres una mujer valiente. Vuelve al hotel. Habla con él de una vez por todas —Helena se levantó decidida. Quizá esa vez tuviera que dar ella el paso. Se duchó, se arregló y se dispuso a marcharse. Estaba decidida a intentarlo con él.
Se sentó en la cafetería del hotel. Pensaba que Agatha llegaría tarde, cuando eran pareja, siempre lo hacía. Pero esa vez llegó puntual. A ambos les extrañó saludarse como desconocidos, pero esa era la verdad, ya no se conocían. No sabían quién era el otro. Aunque Agatha le sonrió con evidente cariño.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo a modo de empezar esa incómoda conversación— ¿Cuántos años?
—No quiero ni pensarlo —respondió Owen negando.
—Nunca llevaste bien lo de envejecer. Nadie lo diría, porque cada año que pasa eres más atractivo —Owen no pudo evitar sonreír. Vanidoso, le diría Helena. Agatha apreció que él siguiera siendo tan fácil de conquistar— ¿Por qué motivo, tras tanto tiempo de silencio, has querido volver a verme?
—¿Por qué fingiste lo nuestro? —le preguntó a bocajarro. Ella abrió la boca sorprendida. Sus ojos traslucían algo de molestia, pero pareció calmarse. Replantear su primera respuesta ofendida. Owen tenía todo el derecho del mundo a estar enfadado.
—Nunca fingí lo nuestro. ¿Tú lo hacías? —Owen negó confundido—. Pues eso. Yo creía estar enamorada de ti. Te quería Owen. Y cuando decías esas cosas tan hermosas, pensaba que era todo perfecto. Pero... un día, me di cuenta de que esas palabras eran huecas. Que estabas actuando para mí, como creías que debía ser. Que nada era real. Me di cuenta de que ambos fingíamos.
—No lo eran. Yo las sentía. Esas palabras eran verdad —Agatha arqueó una ceja.
—¿Lo hacías? ¿Lo has vuelto a decir? No. Sabes por qué... porque sabes tan bien como yo, Owen, que no eran verdad. Nos decíamos lo que creíamos que el otro quería oír. Vivimos la vida con lo poco que sabemos. La mayor parte de lo que conocemos del amor, es a través de películas y novelas. Replicamos lo que creemos que es correcto —Owen la miró sorprendido. Hablaba con tanta rabia y honestidad a la vez—. Pero, un día, me di cuenta de que no era amor. Me desperté y te vi a mi lado. Pensé en lo que esperabas de mí, pero no en lo que yo esperaba. Yo deseaba un mundo totalmente distinto al que te prometía. Tú querías esa preciosa casa en tu ciudad, yo detestaba vivir allí. Tú querías viajar, yo quedarme en Los Ángeles. Pero no te decía nada. Te mentía. Entonces, me di cuenta. Te quería. Muchísimo. Pero no te amaba. Lo que teníamos era solo eso. Dos personajes. Cuando se ama, no se finge. Sé es uno mismo. Aunque al otro le pueda llegar a molestar o incomodar. Se sabe que la otra persona te aceptará —Owen la miró sorprendido.
—¿Amas a tu marido? —ella se encogió de hombros.
—Aún no lo sé, querido. Eso también es parte del amor. Porque nadie sabe realmente que es amar. Le deseo, le aprecio, le necesito. Pero no sé si es amor. A veces, hay más uniones que el amor. Y deseo tener una familia con alguien que tiene los mismos objetivos que yo —Owen asintió incómodo— ¿Esto tiene algo que ver con la señorita Carjéz? Llevo meses oyendo rumores de...
—Estoy enamorado de ella. De verdad. Eso creo. Con ella es todo distinto —Owen la miró, por fin pudo sonreír ligero. Como si un grave peso se hubiera alejado de él—. La amo con todo mi corazón. Es la primera vez que lo digo así tan fácil.
—Eso es muy hermoso. ¿Lo sabe ella? —Owen quiso decir que sí, pero lo dudaba. No supo por qué, pero se desahogó con ella. Se lo contó todo. Desde su primer encuentro esquiando, hasta sus primeros acercamientos. Como se había ido enamorando al largo de esos años. Como ella ya no podía salir de su mente ni un segundo. Helena era su mundo, y la amaba de verdad—. Espero que disfrutes de este regalo, Owen. No todo el mundo logra encontrar a alguien tan especial.
Owen la acompañó a la salida. Lo hizo por cortesía, pero también porque quería despedirse de Agatha. Del Owen que había sido con ella. Del Owen que había sido tras ella. Se dieron un largo abrazo y cuando se separaron, él le acarició con delicadeza la mejilla, por donde rodaba una lágrima. Ese era el adiós que se deberían haber dado años atrás. El adiós definitivo a sus personajes que habían dejado que siguieran existiendo junto a ellos por no ser sinceros en su momento.
Helena vio ese abrazo y no supo por qué salió en dirección contraria. Todo su valor la había abandonado. No había nada malo en ese abrazo. Nada extraño. Dos amigos despidiéndose con cariño. Pero... era la manera de mirarse. Esa tristeza extraña que no supo identificar. Además, ¿qué hacía Owen con Agatha? Pensaba que no se habían visto desde hacía tiempo. Es más, el día anterior le había indicado que era la primera vez en años. Su móvil sonó. Era él. No lo cogió. ¿Es que la había visto? No, imposible. Helena paró un taxi y subió. Le dio la dirección. Apoyó la cabeza cansada. Le daba todo vueltas. Se sentía perdida y mareada. El móvil volvió a vibrar. Esta vez lo cogió.
—¿Helena? —la voz de Owen sonaba relajada. Amistosa diría. Le sabía notar el tono. Estaba contento. Eso le hizo hervir la sangre. ¿No debería estar preocupado por ella?
—Owen —dijo cortante. Owen respiró más fuerte. Eso estaba mejor. ¿Es que no iba a temer su enfado?
—¿Has vuelto a casa? —Helena no respondió a su pregunta—. Si sigues en Londres me gustaría...
—He vuelto a casa —musitó molesta y cortante. Decidida a no darle lo que quería. Owen se calló. Ambos se escucharon respirar—. Owen, lo mejor creo que sería...
—Aclarar las cosas —finalizó por ella—. Helena, lo que pasó ayer fue un malentendido. Te quiero a ti cariño. Fue la sorpresa de ver a Agatha lo que hizo que me comportara como un imbécil. He quedado hoy con ella, ¿sabes? Necesitaba preguntarle. Tenías razón. Necesitaba preguntarle que había sido lo nuestro. Tenía que sacarme esa espinita. Llevó doce años interpretando un personaje. El rompecorazones chulo al que ella no había roto el corazón. Doce años así. ¿Te imaginas? —Helena guardó silencio, sorprendida por su sinceridad. Por la voz que le oía a Owen. Una voz ligera, relajada, feliz—. Si no quieres volver a saber de mí, lo entenderé. Pero no me engañes. Sé que sigues en Londres.
—¿Cómo lo sabes? ¿Me estás espiando? —le preguntó ella enfadada. Owen rio al otro lado del teléfono.
—Te dejaste el pasaporte y la documentación en el hotel. No creo que puedas ir muy lejos sin ella. Vamos, cariño, por favor, dime que quedaremos para hablar. Dame esta oportunidad. No podemos dejar las cosas así.
—Yo... Owen... no sé. No lo sé, ¿sabes? —Helena, rio nerviosa, saliendo del taxi. Pagó al amable señor y se sentó en los escalones de la que iba a ser la casa de su amiga—. Siempre me ilusionas y luego todo se destroza. Y la única que sale malparada soy yo. Llevo mucho tiempo siendo infeliz, y estoy cansada. No digo que tú me hagas infeliz, pero llevo tiempo siéndolo. Sintiéndome perdida, agobiada y cansada. Quiero estar tranquila. Quiero ser feliz.
—Te prometo que habrá valido la pena la espera. Por favor, ven mañana conmigo a comer —Helena no supo qué decir, pero aceptó.
Entró en casa, donde Nuria había recolocado algunas cosas. Estaba sentada leyendo, justamente le acababan de traer el sofá. Esa noche pidieron comida china y hablaron del día siguiente, del futuro y del pasado. Helena se sintió a gusto. Decidieron dormir juntas en el colchón de suelo.
—Queda menos de un mes para que te mudes —dijo en la quietud de la noche.
—Nunca pensé que fuera a venirme a vivir a Londres —la voz de Nuria sonaba extraña, ilusionada pero triste a la vez. Una emoción que Helena entendía— ¿Sabes nunca lo hubiera hecho de no ser por ti?
—¿Tan detestable soy que te hago huir? —ambas rieron.
—No seas boba —dijo Nuria dándole una colleja—. No he tenido muchas amigas, ¿sabes? Alguna en el colegio, en el insti. Pero estaba bastante sola. En fin, no me lo sentía. Pero lo estaba. Cuando te conocí, la famosa bailarina que había perdido sus sueños. Me daba miedo que fueras una estirada y una pija. Pero me caíste bien. Desde el primer instante, te quise mucho. Nuestra amistad me hizo más fuerte y segura. Hablar contigo, que habías visto tanto mundo, vivido tantas cosas. Bueno, me hacía pensar en lo que yo quería para mí. Me diste alas para volar, me diste seguridad para tomar mis propias decisiones. Y eso es la amistad —Helena se acurrucó contra Nuria, que le besó en la frente—. Gracias, amiga.
—Gracias a ti. Realmente, tu has sido mi primera amiga de verdad. La primera persona que me quiso conocer por mí misma y no por quién era yo. Que quería mi compañía, no por interés. Si no por cariño. Así que no me tienes que agradecer nada. En todo caso yo a ti te debo mucho. No solo Owen me ayudó a recuperarme. Sin el resto nunca lo hubiera logrado, te lo aseguro —tras eso se quedaron dormidas.
Se levantaron tarde y fueron a desayunar. Pasearon por Londres como hacía tiempo que no lo hacía. Cuando Helena se preparó para la comida, Nuria la observó apoyada en el umbral. Helena se había comprado algo adecuado, animada por Nuria. Era un vestido negro, largo y encorsetado. Se puso unas botas de Nuria que eran planas y estilo militar. Se miró en el espejo. El pelo recogido en un moño, maquillada, parecía un pirata elegante. Salió divertida y cogió un taxi hasta el centro. Owen la esperaba en la entrada del restaurante. Iba muy guapo en traje negro y le sonrió mientras bajaba. Se acercó y le tendió la mano.
—¿Me puedes pagar el taxi? No llevo efectivo —le soltó divertida ante su estupefacta mirada. Owen lo hizo y Helena se desternilló por dentro. Esas cosas eran tonterías, pero le hacían gracia. El restaurante era italiano, por supuesto. Ese día iba a lo seguro. A pesar de ello, la comida estaba excelente. Helena disfrutó de un enorme plato de pasta carbonara y Owen de una carne en una salsa increíble. Hablaron poco. Él parecía nervioso y ella no quería cagarla. Al fin y al cabo, se suponía que era su comida de reconciliación. ¿O no? Cuando acabaron, llegó el turno de los postres. Ella pidió una porción de tarta de avellana y para Owen una pana cotta. Él rio por su elección, mientras observaba con deleite el postre que ella había escogido— ¿Quieres probarlo? —dijo tendiéndole una cucharada. Owen la cogió, mirándola a los ojos mientras lo hacía. Helena se sintió estremecer por dentro. Tentador, estaban jugando. Eso era buena señal.
—Está muy buena. Pero, es mejor no pasarse —dijo señalando su ridículo postre. Helena sonrió y asintió — ¿Te apetece que vayamos a pasear? Quiero mostrarte un sitio que...
—¿Owen? Aún no hemos hablado de... —empezó agobiada.
—¿Qué hay que hablar? Estar aquí ya es parte de seguir adelante. Tenías razón en muchas cosas. No quería verlo. Tendría que haber sido más maduro y tener esa conversación con Agatha hace muchos años. Pero no puedo ser perfecto. ¿Lo añades a los puntos negativos? ¿Qué vamos 10 contra 4? —Helena puso los ojos en blanco y negó—. Te quiero, Helena —dijo cogiéndole la mano— ¿Me perdonas?
—Depende. ¿Dónde quieres llevarme? —Owen sonrió misterioso, aunque más relajado.
—Es una sorpresa —Helena asintió y se dejó mimar. Si él quería sorprenderla para mejorar la situación. Eso era algo bueno. Ella tenía claro que quería dejarse llevar, que quería conocerle. Que quería estar con él. Por dios, estaba locamente enamorada de ese hombre.
Salieron y fueron a pasear cerca del Támesis. A ella le gustaba ese lugar. Le gustaba la brisa que corría, la sensación de ser solo una pareja más. Él la besó y le señaló un pequeño estudio. Ponía que era un espacio abierto para diferentes actividades. Ella le siguió. El lugar era precioso. Se notaba que era de la época victoriana, y que habían querido mantener la esencia. Owen había reservado uno de esos espacios. Entraron. Era una sala preciosa, con espejos por todos lados. Con preciosos jarrones y bancos. Un salón de baile de la época victoriana. Ella sonrió. Owen le tendió mano, no supo como, pero la música comenzó a sonar. ¿Iban a bailar? Así fue. Owen bailó con ella. Diferentes tipos de bailes: merengue, salsa, chachachá. Todo lo que ella había aprendido con Alejandro. La música cambió y bailaron un vals. Un vals muy lento que a ella le hizo estremecer. En un giro, ella se miró en el espejo. Ambos tenían las mejillas rojas y los ojos brillantes. Encajaban de una manera especial. Owen no parecía incómodo como siempre que bailaba. Se le veía relajado y la miraba de una manera. Nadie la había mirado así nunca.
—¿Qué ves? —dijo él sin apartar la mirada de ella. Helena pensó que era tan hermoso como un ángel y que no podía ser real. Ese hombre no podía ser real. Pero sus manos le apretaron y era sólido.
—A nosotros —musitó compungida por ese especial momento.
—¿Y te gusta? —Helena asintió incapaz de decir lo que sentía—. Sabes... nunca he bailado con nadie. Aprendí hace mucho tiempo, pero me da vergüenza hacerlo. Pero contigo... contigo eso no importa. Adoro bailar contigo en brazos. Porque haces que ame hasta mis imperfecciones —Helena se detuvo y le miró sorprendida. ¿Cómo él podía saberlo? No lo sabía. No sabía que eso era lo más importante del amor. Sin pensar en nada más, le besó. Owen sonrió contra sus labios— ¿Qué ocurre? ¿Qué ha dicho?
—Has dicho lo que necesitaba oír. Ahora sí que te perdono —Owen rio y la hizo girar entre sus brazos— ¿Podemos ser una pareja aquí en Londres? ¿O vamos a serlo en todos los sitios? —le preguntó colgada de sus brazos. Owen sonrió con alegría.
—Vamos a serlo... en todas partes, mi cisne —murmuró pensativo—. Y por eso, creo que es importante... que los demás lo sepan —la puerta se abrió y pasaron todos. Sus hermanos, su familia, sus amigas, Alejandro, sus sobrinos. Todas esas personas que eran importantes para ella. Helena le miró alucinada—. He pensado que nos vendría bien practicar primero en Londres. ¿Qué os parece? —todos asintieron. Iván se acercó muy formal a su tía.
—Antes de casarte con ella, colega, tendrás que pedirme permiso, ¿sabes? —le espetó a Owen que, riendo, se agachó para ponerse a su altura.
—Te prometo que lo haré —Iván aceptó chocando la mano con Owen. Luego tendió la mano hacia Helena.
—¿Me enseñas a bailar, tata? —Helena se dio cuenta de que una gruesa lágrima corrió por su rostro. La enjuagó antes de darle tiempo a que cayera. Cogió a su sobrino y bailaron divertidos. Ese baile fue muy especial para ella. Su pequeño hombre. La persona más importante de su vida. Bailó también con más gente. Con Jesús, con Alejandro, con Tonik, con Eva. Disfrutó de su familia y de esa tarde de baile. Hasta que Jules reclamó la atención de todos.
—Quiero poner un tema muy especial. Es de mi próximo álbum y solo lo vais a escuchar vosotros hasta su lanzamiento. Pospuesto hasta que me vea con corazón de dejar a la pequeña Anna —Ariel rebufó. Si por su hermana fuera ya podrían empezar con todo, pero Jules era un padre cada vez más sobreprotector—. Tengo que decir, que he colaborado muy activamente en este plan, Helena. No lo hago por presumir, sino porque Owen es mi hermano. Le quiero muchísimo y sé que ahora es muy feliz. Pero, quería que supieras que ha contado con mi ayuda, solo porque soy un romántico, y un poco presuntuoso —Ariel le dio un codazo, mientras él le pasaba el brazo por los hombros con cariño. Miró a su hija y mujer con amor—. Solo decir que soy muy feliz, de que hoy, estemos todos aquí. Porque nunca imaginé que mi vida fuera a ser tan completa y feliz.
Dicho esto, las notas de la preciosa balada suenan por la sala. Es una canción tierna, emotiva, romántica, dulce, familiar. A la vez que marchosa. Es única, como siempre que él hace algo. Todos la disfrutaron. Y cuando la reprodujo una segunda vez, para bailar con Ariel, que llevaba en brazos a Anna; Helena tendio la mano a Owen. Él se la cogió sin pensarlo. Ambos se mecieron al ritmo de la canción. Por el rabillo del ojo, vio como Nuria saca a su sobrino, que hinchó el pecho con orgullo, dispuesto a demostrar lo aprendido. Eso la hizo reír.
—¿Bailas conmigo? —Eva se giró sorprendida. Esperaba que fuera Jesús quien se lo pidiera, pero asintió con cautela. Tonik rodeó su cintura con las manos con delicadeza. Eva se dio cuenta de que tenía que levantar mucho la mirada para encontrar sus ojos. No se había fijado antes—. Nunca se me ha dado bien esto —comentó nervioso.
—Lo haces muy bien. Yo soy peor. He pisado tan fuerte a Alejandro que creo que le he roto un dedo —Tonik se echó a reír con esa risa ligera que ella tanto conoce. Las notas de la música, les hicieron acercarse. Eva notó su calidez, su seguridad. Una sensación extraña le asoló por dentro. La necesidad de apoyarse en él, de dejar caer la cabeza en su pecho.
—No has vuelto a venir a casa para contarme las novedades de tu libro —le susurró. Eva negó algo agobiada por las sensaciones abrumadoras que le golpeaban. Ese hombre le hacía sentir algo extraño. Y le gustaba. Pero, le daba miedo.
—No he avanzado mucho. Soy un desastre... —musitó agobiada. Tanto por la cercanía de Tonik, como por sus escasos progresos. Todo se le tiró encima y respiró agitada. Estaba siendo una época difícil. Ese naufragio normalmente le gustaba, pero ahora se sentía perdida. Quería llegar a un puerto seguro tras tanto tiempo viajando. Tonik le cogió el rostro con sus fuertes manos, para que Eva se calmará. Se dio cuenta de que estaba temblando.
—No digas eso. Eres increíble. Ya verás que todo mejora —asintió incapaz de entender la mierda en que se estaba convirtiendo su vida. Sin entenderse a sí misma como nunca le había pasado. Pero, necesitada de darse un capricho, apoyó su cabeza en el pecho de Tonik. Él la rodeó con los brazos instintivamente, mientras el mundo sigue girando, embistiéndola con fuerza.
—¿No bailas? —le preguntó Alejandro. Jesús se tensó agobiado. No habían intercambiado ni una sola palabra en todo ese tiempo. No quería romper su récord. Simplemente, negó, esperando que él se fuera— ¿Quieres bailar conmigo? —Jesús le miró sorprendido. No pensaba que fuera ofrecerle algo así. Sin embargo, se encogió de hombres y le tendió la mano. Ambos bailaron la canción. El resto no les miraban, estaban concentrados en sus cosas. Su hijo, de la mano de su novio, apoyó la cabeza contra su pecho. Sin poderlo evitar, sonrió, al verlos tan enamorados. Era muy hermoso. Y Eric le caía cada vez mejor—. Cuando sonríes así, eres más guapo.
—¿Creía que no te fijabas en esas cosas? —dijo Jesús arqueando una ceja contra su voluntad. Alejandro rio, de una manera, que su corazón latió más rápido.
—Y no me fijo, princesa, pero creía que te gustaría oírlo —Jesús negó fastidiado, aunque no estaba dispuesto a montar ningún numerito cerca de su familia—. No me gustan los hombres. Tienes que entenderlo. No me gustan, románticamente, hablando. No podría tener una relación. Sin embargo, tú... tú me gustas. Me atraes.
—¿Me estás diciendo que te gustaría acostarte conmigo? —preguntó Jesús muy serio.
—Lo estoy considerando —Alejandro le miró directamente. El corazón de Jesús latió con fuerza, y lo que no era el corazón—. Nunca he estado con un hombre.
—Yo tampoco —confesó Jesús. Alejandro sonrió con picardía.
—Tendremos que aprender —la canción acabó y ambos se separaron. Toda la familia aplaudía y sonreía feliz. Jesús tampoco podía evitarlo. La vida estaba llena de posibilidades.
Tras la tarde de baile, fueron a cenar todos juntos, a un restaurante que Owen ha reservado. Había cerrado todos los detalles, ciertamente con la ayuda de sus hermanos. Pero, había pensado en todo, como ya le había dicho. Es cierto que él para esas cosas no tenía maña, pero Jules era un experto en estas cosas. Tenía un don. Quizá pudiera organizar eventos de este tipo. Helena charlaba animada con Ariel. No podía evitar achuchar a la pequeña Anna que tenía en sus brazos. Era tan adorable. Ambas lo eran. Owen no pudo evitar adelantarse, coger a su preciosa novia, y plantarle un beso antes de entrar. Helena sonrió contra sus labios, con su sobrina en brazos. Cenaron entre risas, bromas y confidencias. Su familia, sus amigos, su hogar. Owen levantó la copa para reclamar su atención.
—Esta noche es muy especial para mí. Porque a partir de hoy, comienza nuestra aventura juntos, mi amor. Espero que esté llena de baile, peleas y risas. Eres la luz que ilumina cualquier estancia. La persona más fuerte y resiliente que conozco. Y si solo quieres ser feliz, intentaré cada día hacerlo —musitó Owen convencido de sus palabras. Más seguro que nunca en su vida—. No se me dan bien estas cosas, así que simplemente diré que te quiero, mi cisne —Helena se levantó y le besó— ¿No me vas a decir que me quieres? —ella hizo un gesto como de pensarlo.
—No puedo decirlo. ¿Recuerdas que lo prohibiste? —él asiente algo molesto. Había pasado ya mucho tiempo desde esa discusión— ¿Y recuerdas que te dije yo después? —él negó confundido—. Que algún día me suplicarías por oírmelo decir. Suplícamelo y me lo pienso —Owen la miró molesto. ¿Es que pensaba humillarlo? Pero lo vio en sus ojos. Ella estaba riendo. Quería que lo hiciera. Así que Owen, dispuesto a darle lo que quisiera, musitó:
—Por favor, cariño, dime que me quieres —ella hizo un gesto de juntar las manos y mirar al cielo—. Por favor, vida mía, dime que me amas porque soy el mejor amante que has tenido nunca. Tu misma lo dijiste. Excelente amante —ella le dio un manotazo molesto.
—Te quiero, vanidoso. Aunque sí eres un excelente amante, el mejor cocinero del mundo y un pesado de tres pareces de narices. Un caracol que, como mi hermana Ariel, estaba viviendo dentro de su caparazón. Me alegra que hayas salido de él, porque madre mía, ya no se podía estar —Owen rio divertido —. Te amo con todo mi corazón, Owen. Y te voy a amar para siempre —Owen la besó. Y supo que nunca iba a dejar de hacerlo.
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