10. El diario de Bridget Jones
Como habían estropeado el día de Navidad, decidieron celebrarlo al día siguiente. Sus hermanos se lo comunicaron tras despedirse en su estrenada academia de ballet. Helena no estaba muy animada, pero también necesitaba estar con su familia. Jacob había recogido todas sus cosas esa misma mañana. Se habían despedido con un dulce beso en los labios, que le supo a sueños rotos, pero sobre todo a soledad. Sin embargo, era mejor así. Fingir amarse no les iba a hacer felices. No iba a hacerles bien. Se recogió el pelo en una alta coleta y se miró al espejo. Habían comprado esos horribles jerséis a juego con motivos navideños. Era de color rojo, con un reno enorme en el centro. Sonrió sin poderlo evitar. Por supuesto, estaba dispuesta a ponérselo. Ella siempre llevaba un jersey ridículo en Navidad. El de Jacob estaba encima de la cama. Era igual de horrendo que el suyo. Quizás, un poco más. El timbre de la puerta la sorprendió. Abrió distraída, sin aún ponerse las preciosas botas de tacón altísimo que habían sido su capricho navideño. Tras la puerta estaba Owen, con un increíble traje negro, y su perra Eira. Ella también iba vestida, con un enorme lazo rosa. Mika también iba muy elegante con una corbata a cuadros. Divertida le acaricio la cabeza a su perro que le llenó el rostro de lametones. La había echado de menos, ella también. Muchísimo. Se levantó para mirar a Owen, que la observaba sonriente, aunque precavido.
—¿Pero quién te ha puesto tan guapo? —dijo cuando Mika saltó entre sus piernas. Había crecido bastante, y casi llegaba hasta la cadera de Helena.
—No pude resistirme. Es una comida formal. Debe ir elegante —Helena miró su desastrado aspecto y sonrió. Owen siempre tan obsesionado con la estética.
—Pasa, aún tengo que ponerme los zapatos —Owen entró en su apartamento. Hacía tiempo que no estaba ahí. Ella se fijó que le quedaba bien la nariz rota. Estaba guapo incluso así. Era odioso. Owen abrió los ojos como platos ante la decoración de su piso, donde hasta cada pequeño rincón tenía algún detalle.
—Vaya, que recargado todo... —musitó incrédulo.
—A Jacob le gusta lo tradicional —espetó Helena incómoda. No quería hablar de los detalles de lo ocurrido. No quería exponer nada de lo que sentía en ese momento. Necesitaba su fría calma. No iba a sentirse más humillada—. A mí también la verdad. La Navidad es una época para excesos. No todos somos unos sosos como tú.
—Yo no soy soso. Tengo un estilo más... clásico —dijo Owen molesto, sacándole una sonrisa. Helena le miró con alegría. Eso le gustaba. Owen siempre la ayudaba a recuperar su buen humor.
—Pero mira como vas vestido. Todo negro y elegante. Jamás te pondrías un jersey como este —Owen enarcó una ceja al ver como ella señalaba su estrambótico jersey.
—Pues claro que lo haría, pero no me he comprado nada así. No sé donde se vende la ropa fea —Helena hizo caso omiso a su pulla. Calzada con sus preciosas botas nuevas, cogió el jersey de la cama y se lo lanzó.
—Bien, hazlo. Yo tengo ropa fea de sobra. Póntelo —Owen la miró confuso y abrió los ojos horrorizados. Negó imperceptiblemente. Ella se sintió satisfecha de tener razón como siempre—. Como dije, eres un soso y un malqueda.
—No uses palabras inventadas conmigo —Owen cogió el jersey como si fuera a ponérselo. Pero en último momento, se lo repensó, e incómodo señaló—: Usar este jersey va contra el buen gusto. No puedo ofender así a mi familia —Helena se cruzó de brazos y le miró con escepticismo—. No me mires así. No soy de estas cosas. Soy un soso.
—Y un malqueda —Owen la miró molesto. Sorprendiéndola, se quitó la americana. Enfadado se pasó el horrible jersey por la cabeza. Despeinado la miró desafiante.
—¿Contenta? —Helena rio sin poderlo evitar. Reía tan fuerte que los ojos le lagrimeaban. Hacía meses que no reía así, tan ligera. Owen la miró también sonriente—. Vámonos antes de que pierda el valor —ambos bajaron en el ascensor. Helena sonrió ante la imagen que le devolvía el espejo. Los dos con gruesos jersey rojos. El feo reno en medio. Owen puso mala cara—. Es que además el mío es tuerto. Lo has hecho a posta —Helena empezó a reír tanto otra vez que le lloraron los ojos. Adiós a su perfecto maquillaje, pero poco le importaba.
Owen siguió silencioso mientras ataba a los perros en el coche y salía del garaje. Pero, ella se sentía ligera. Owen tenía ese efecto en ella. Le quitaba esa presión que sentía siempre en el pecho. Puso música y ambos estuvieron en silencio ante llegar a casa de Jesús. Era un silencio cómodo, acogedor, familiar. Era gustoso. La verja estaba abierta y Owen aparcó en el amplio garaje. Helena bajó, mientras David la atrapaba para darle un fuerte abrazo. Eric también. Luego, David miró a su tío.
—¿Se puede saber que... es esa cosa tan horrible? Si querías comprarte un jersey a juego con el de Helena, al menos haber escogido el mismo. Tu reno se ve enfermo —Owen resopló molesto. Eric se rió con ganas.
No obstante, el efecto reno distrajo a su familia de la magullada nariz de Owen. O quizá, ninguno quería tocar el delicado tema. Cuando entraron en la casa, ya estaba toda su familia. Incluidas Eva y Nuria. Nuria vino a saludarles en seguida, pero Eva se quedó aparte. Helena le dejó su espacio. Quizá su amiga no tenía ganas de hablarle. Aunque a ella le dolía su silencio. Su ausencia de miradas compartidas. Parte de ella quería darse la vuelta y marcharse, pero la mano de Owen en su espalda, las risas de su familia a costa de su horrible jersey, la hicieron quedarse. Si había algo que podía disfrutar más que bailar, era enfadar a Owen. Y ella le notaba cada vez más molesto. Ariel y Jules también se habían comprado un jersey navideño, aunque era mucho más bonito que el suyo. De color verde, con gruesos copos de nieve. Helena les criticó por ello. El jersey debía ser feo. Esa era la tradición. Tonik repetía el mismo que hacía dos años, de Star Wars. Pero estaba permitido. Debía ser feo. Aunque el de Owen se llevaba el premio gordo. Además, todos sonrieron al ver que la nariz de su reno se encendía. Owen, sin embargo, se desesperó antes del primer plato con los chistes de Jules y Helena.
—Mira, me da igual que me consideras un malquedado o como sea. Yo me quito esto —se quedó en camisa y Helena rio con cinismo a través de la mesa—. Soy un soso.
—Como siempre, tengo razón —musitó ella. Owen la taladró con la mirada molesto. Sin embargo, acabó sonriendo de medio lado. De esa forma que a ella le encantaba.
—¿A qué viene esto de los jerséis? —preguntó Jesús con curiosidad.
—Es por Bridget Jones. Es una tradición —explicó Ariel ilusionada—. En la película, nada más comenzar, ella se ríe del jersey navideño del que será su pareja. Y eso les acaba uniendo. Nos hizo tanta gracia la primera vez que la vimos, que no hemos podido evitar recrearlo cada año.
—Desde hace más de veinte años —dijo Tonik hastiado. Helena le dio un coscorrón, sacándole una sonrisa.
—Debéis tener una colección impresionante —musitó David. Helena asintió y les enseñó algunos de los jerséis de pasados años.
La comida giró en torno a muchos temas, pero sobre todo, hablaron de cine. De muchas películas que habían visto o querían ver. Ella observaba como Owen se mostraba relajado contándoles anécdotas de cine que ninguno conocía. Sin embargo, antes de los postres, Helena necesitó un momento de tranquilidad. Se sentía agobiada y con un nudo en el pecho imposible de definir. Desapareció del salón sin que los demás se dieran cuenta. Anduvo por el hogar de Jesús, hasta encontrar la cocina. Todo era tan perfecto en ese hogar que parecía de revista. Ella nunca podría sentirse cómoda en un sitio así. Sobre todo porque está acostumbrada al caos. Ella es desordenada, y no sabría mantenerlo todo tan ideal. Se sentó en la gran mesa con vistas al jardín. No sabía por qué, pero se sentía agotada. Fuera había empezado a lloviznar. Unos pasos le hicieron dar un respingo, pero Helena no se movió del sitio.
—¿Cómo estás? —le preguntó Eva tomando asiento a su lado.
—Nunca me he sentido tan rara —musitó Helena mirándola —. No solo por Jacob. Es como si todo hubiera cambiado y no sé qué va a pasar. Bueno, en realidad, todo ha cambiado, pero es como si volviera a ser igual, pero ya no lo somos —las lágrimas subieron a sus ojos sin que lo pudiera impedir—. ¿Me odias?
—¿Qué? No, ¿por qué dices eso? ¿Cómo piensas algo así? —Eva le cogió la mano con fuerza. Su amiga parecía distinta, aunque Helena no sabía decir en qué.
—Te fuiste nada más acabé de bailar. Hace semanas que no quieres hablar conmigo y... —susurró agobiada.
—No es eso, Helena. No sabía como... yo... —su amiga se echó a llorar y Helena la miró sorprendida—. Yo tampoco sé como sentirme ahora mismo.
—¿Ha pasado algo? —Eva negó, pero apoyó la cabeza en su hombro— Sabes que puedes contarme lo que sea...
—Mi hermana se va a casar —Helena la miró sorprendida. Su amiga rara vez habla de su familia. Ella sabía que tenía una relación espinosa. No sabía el motivo, pero nunca lo preguntaba. Eso era algo que Eva debía decidir contar. Así que la dejó continuar—. Ya sé que no debería sentirme así. Llevan nueve años juntos y Miguel es un buen tipo. Tienen derecho a ser felices y están enamorados... pero me da... envidia, ¿sabes? Que sea tan fácil para ella.
—Eva, ¿nunca te has enamorado? ¿Es por eso? —su amiga se rio como si la tomará por loca.
—Claro que me he enamorado. Aunque sea dura de pelar, no soy una roca. Tengo sentimientos, ¿sabes? —dijo tocándose el corazón—. Pero, hice una promesa. Una promesa que debo mantener y no puedo explicar a todo el mundo. Eso me separa a veces las personas que quiero. Estoy asustada, porque creo que puede volver a pasar —ese día, Eva le contó por fin todas las sombras de su vida. Helena la escuchaba impresionada. Sabía por Ariel algunas cosas, pero jamás hubiera pensado que las cosas fueran como su amiga le decía. Helena lloró, rio, se enfadó, se emocionó. Cuando acabó el relato tomó la mano de su amiga en silencio. A veces, no hace falta nada más. Cuando las vino a buscar Ariel se sentó un momento con ellas. Las tres supieron que había llegado el momento. Ya no eran solo amigas, eran hermanas. Hermanas de verdad.
Owen sonrió al verla regresar. Se había preocupado al verla irse agobiada, pero sobre todo porque tardaba tanto en regresar. Cuando se levantó para irla a buscar, Ariel le dijo que estaba con Eva. Tenían que contarse sus cosas. Debían hablar. Cuando las vio regresar, supo qué les había hecho bien. Regresaron entusiasmadas y devoraron el postre que Tonik había preparado. Tenía que decir, que aunque él se quejará, era un gran repostero. Owen nunca había probado una tarda de manzana igual. Cremosa, dulce y un poco ácida. Tras comerse la mitad entre las dos, emocionadas empezaron repartir regalos. Helena estaba tan alegre, ilusionada y nerviosa, que repartió primero los suyos. Había pensado en todos, pero cuando Owen abrió el suyo, sintió que el corazón se le desencajaba de lugar. Era algo que habían hablado hacía mucho tiempo. Estaban en Skien y hablaban de cine. Él le dijo que su película favorita de animación era «El castillo ambulante» de Studio Ghibli. La vieron aquella noche, recordó. Pero, nunca más volvieron a hablar de ella. Helena le había regalado una edición exclusiva, junto con el libro. Además, de una preciosa maqueta del castillo y un cuadro de los protagonistas Sophie y Howl. Owen pensaba colgarlo en algún lugar especial de su hogar, para verlo cada día.
—¿Sabes que la escritora de quién es la novela que inspiró la película tiene dos libros más? Siguen la historia de los protagonistas. Si te gusta el primero, podría... —Owen se levantó decidido y la abrazó. No le importaba nada más que ella en ese momento. Helena se quedó sorprendida de esa muestra de afecto, pero se relajó cuando notó sus brazos alrededor.
—Gracias, cariño —dijo contra su frente, que besó. El resto les miraron entre sorprendidos y con cariño. Sin disimular ni una pizca su alegría. Aunque, hicieron como si nada hubiera pasado y siguieron abriendo regalos. Owen le tendió el suyo, el último. Junto con otro paquete que había guardado todo este tiempo. Era de sus viajes. Helena lo agitó como una niña pequeña.
—¿Qué es? ¿Es para mí? —señaló el otro paquete que Owen escondió tras su espalda divertido.
—Abre primero ese —Helena hizo caso. Abrió el regalo de Navidad. Lo había encontrado por casualidad. Era un recopilatorio de las historias que habían inspirado los grandes ballets clásicos. Helena lo hojeó alucinada. Los ojos le cosquilleaban, pero parpadeó para disimular la emoción. Luego, miró el otro paquete—. Esto lo compré durante la gira. Lo he guardado este tiempo porque... —ella se lo arrebató. Owen rió divertido—. ¿Siempre eres tan impaciente? —Helena abrió la pequeña caja negra de terciopelo. Era un precioso Cascanueces. Igual a como se lo imaginaba siempre que pensaba en el ballet. Era caro y pesado. La típica cosa que ponías de adorno. Aunque era bonito, no era muy especial. Le notó en la cara que se sentía un poco rara. Su regalo era bonito, pero no era tan personal, debía pensar. Owen sonrió misterioso—. Ábrelo. Es una especie de caja mágica. Parece un muñeco, pero tiene varias sorpresas —Helena miró el objeto con más interés. Le abrió la boca y en vez de ser un cascanueces normal, tenía una pequeña caja de música. Las notas del ballet inundaron la estancia. Si se le levantaba el brazo, se abría una pequeña libreta secreta. Si separabas el otro brazo, salía el bolígrafo. Quizá era tonto, pero le encantaba—. Siéntalo —Helena miró a Owen como si estuviera chiflado. Pero le hizo caso. En cuanto el muñeco se sentó, se abrió el torso, desvelando una preciosa caja de joyería. Con un increíble anillo dentro. Era sencillo y muy elegante. Owen le cogió la mano —. Es para ti.
—No —dijo ella muy seria. Su rostro estaba congestionado en una expresión que él no supo descifrar.
—¿No qué? —preguntó confudido.
—No voy a casarme contigo —Owen rio sin poderlo evitar. Aunque la miró preocupado e interesado a la vez— ¿Qué pasa?
—No te estoy pidiendo matrimonio. Si lo hiciera sería algo mejor, créeme —musitó con suficiencia. Ella le miró escéptica, sacándole una risa al público que les observaba—. No soy tan soso como piensas —Helena cogió el anillo y se lo puso. Le quedaba perfecto. Owen no pudo evitar sonreír. ¿Es que ella pensaba que le iba a pedir matrimonio así? Era absurdo.
Sin embargo, la idea que llevaba meses en su mente, se empezó a asentar con más fuerza. Tenía tiempo para pensarlo. No quería presionarla. No, ahora que parecía tan frágil. Ella se levantó y le besó con cariño. Owen la apretó contra sí y le dejó marchar. Ninguno de su familia iba a preguntar, ni se iba a entrometer. Todos sabían que Owen estaba enamorado de ella. Enamorado de verdad. Todos sabían de sus planes. Y, lo que él iba a hacer, hubiera estado presente o no Jacob. Pasaron la tarde juntos, y cuando Eva se fue con ellos, Owen no dijo nada. Le hubiera gustado compartir más tiempo a solas con Helena, pero no era el momento. Las amigas charlaban y reían. Él las despidió en el rellano. Ya a solas en casa, se puso la preciosa película que le había regalado Helena. Sonrió ante la noche estrellada, llena de posibilidades. No todo estaba perdido.
—¿Eso quiere decir que vais en serio? O, al menos, eso pretendía cuando te lo compró —le preguntó Eva repanchigada en su sofá, con Mika en brazos. Helena se miró el anillo como una boba.
—No, claro que no, tonta. Owen y yo ya lo intentamos. No salió bien. Somos amigos, nos tenemos un cariño especial y...
—Estás loca por él. Mira como miras el anillo. Se te ponen ojillos de tonta enamorada —Eva bebió de su cerveza y se sentó en el sofá—. A mí me parece bien. Owen me gusta. Es un hombre muy interesante y atento.
—Acabo de salir de algo complicado. Aunque no fuera amor, Jacob era alguien especial para mí. Le quería de manera intensa, aunque equivocada. No estoy lista para algo más allá... —insistió Helena.
—La pregunta que debes hacerte es... ¿Le amas? —Helena la miró torturada, Eva se rio con ganas — ¿Por qué esperar?
—Owen no está enamorado de mí —dijo como si fuera lo más obvio del mundo. Aunque le doliera admitirlo, nada había cambiado. Es cierto que él parecía ahora distinto. Más decidido, más seguro. Quizá, como si hubiera resuelto algo interno que le atormentaba. Pero, no. No estaba enamorado de ella. Quizá si interesado, o quizá más dispuesto a hacer algo más allá. Una relación más formal. Pero no era amor.
—Sobrestimas el amor —dijo su amiga con un gesto de su mano—. El amor no es algo que sea tan especial. A veces, simplemente, pasa que alguien con quien tienes feeling, amistad y deseo, se convierte en alguien imprescindible. Le quieres, de manera completa. Como amigo, como amante y como alguien con quien compartir tu vida. Eso te ocurre con Owen, desde siempre. ¿No crees que deberías poderlo aprovechar? —Eva cogió el mando. Helena no dijo nada. Su amiga tenía razón, pero además de eso. ¿Quién era esa persona con la que su amiga tenía feeling? La miró atentamente—. Bien, piénsalo. Pero de momento, vamos a disfrutar de nuestra querida Bridget Jones —las dos se acurrucaron en el sofá. Vieron esa especial película, que siempre las conmovía, les sacaba una risa. Que les hacía sentir que el mundo era mejor. Ellas también querían ser como Bridget Jones. Vivir una auténtica historia de amor como las del cine.
Su amiga se quedó a dormir en su sofá esa noche. Helena en la cama pensaba en lo que su amiga le había dicho. Quizá fuera hora de darle una oportunidad a algo que había llegado a su vida de manera tan extraña. Se habían conocido porque iban a ser familia. Pero, desde el primer instante, se habían mirado de forma especial. Y, desde esa comida en la estación de esquí, habían conectado de manera única. Helena era consciente de que con ella Owen no actuaba. Nunca lo había hecho. Ella le sacaba fuera de su papel. Siempre le sorprendía. Siempre hacía lo que ella menos esperaba. Incluso lo que él menos esperaba. Como en la boda de su hermana. Incluso, durante el rodaje. A él le sorprendía ser él mismo con ella. Pero solo porque ella lo era también. Con Owen era alguien que no era con nadie más. Podía ser sin miedo. Podía ser fuerte, cínica, picajosa, divertida, cariñosa. Pero también débil. Podía mostrarse de la manera en que fuera, que él lo soportaba. Lo equilibraba. Si ella era fuerte, él se hacía el débil. Si ella era cínica, él irónico. Si ella se quejaba, él aportaba soluciones. Si ella era débil, él sacaba fuerza por ambos. Si ella estaba de mal humor, él lo compensaba. Si él se enfadaba, ella le sacaba una sonrisa. Se complementaban de una forma especial. Y quizá, eso fuera más importante que el amor. Quizá ser el mejor amigo de alguien, a quien deseabas, fuera lo mejor que te podía pasar si no tenías amor.
Se levantó y rebuscó entre sus cosas. Halló lo que buscaba. Era una caja pequeña, envejecida de tantos viajes y golpes. Siempre iba con ella desde los ocho años. Cogió la fotografía de sus padres. Era de antes de casarse. Se les veía muy jóvenes. Helena no les había llegado a conocer como adultos. Solo como padres abnegados, pero no como le hubiera gustado. Cuando crecías tus padres se convertían en algo más, y ella eso lo había perdido. Recordó el día en que encontraron esta fotografía.
—¿Esta eres tú? —dijo la pequeña Helena señalando la fotografía. Su madre asintió con una sonrisa pintada en el rostro.
—Sí, y ese de ahí es tu padre —musitó. Ariel abrió los ojos sorprendida. Helena miró a su padre, que se señaló divertido.
—Eras muy guapo —dijo ella.
—¿Cómo qué era? —su padre se levantó y la cogió en brazos. Helena rio contra su pecho— ¿Ya no lo soy? —dijo haciéndole cosquillas. Helena reía. Ariel miraba fotografías con su madre— ¿Ya no soy tu papi guapo?
—Sí, si lo eres. El más guapo. Yo me casaré contigo. No voy a querer a nadie más que a ti —le dijo Helena cogiéndole fuerte la cara entre sus manos.
—Ojalá así fuera —dijo su padre besándole la mano. Luego, estuvo mirando a su madre con cariño. Ella sonrió—. Pero llegará un día alguien que te enamorará. Que le querrás mucho. Más que a mí. Y eso está bien. El amor es importante. Pero, lo mejor, es que ese alguien que llegué también te querrá. De igual forma. Y hará que te quieras a ti misma, incluso partes que no creías capaz de amar.
Helena sujetó la foto con lágrimas en los ojos. Amar parte de ti mismo que no creías que ibas a amar. Owen la hacía sentir así. Con Jacob siempre se había sentido insuficiente. Siempre sentía que tenía que dar más. Hacer más. Compensar lo que no podía darle. Lo que él esperaba que ella podía conseguir y no lo hacía. Con Owen no era así. Con Owen era ella. Sin miedo a no ser lo que le esperaba. Siendo lo que era y punto. Le amaba y lo mejor, es que gracias a él, también se amaba más a ella. Él había llenado todos sus vacíos sin darse cuenta. Sin pensarlo, cogió el pequeño muñeco que le había regalado. Helena cogió la libreta y se puso escribir hasta que salió el sol.
Cuando su amiga se despertó, desayunaron en la cocina. Eva se marchó temprano para ponerse a escribir. Tenía un libro por delante, pero no una vida para hacerlo. Helena estaba de vacaciones. Aún le quedaban unos días, para empezar a preparar las clases, y con su Academia en marcha iba a tener que ponerse las pilas pronto. Priscila le iba a echar una mano el primer mes, y también Tonik con un nuevo programa informático. Además, con la marcha de Jacob, tenía que encontrar un nuevo docente. Pero, ahora, tenía que descansar. Necesitaba recargar pilas y regresar con todo a tope. Se tumbó en el sofá y vagueó hasta que el ruido de un papel que caía la hizo incorporase. Lo cogió antes de que Mika lo mordisqueará. Sorprendida rasgó el sobre.
Helena tuvo que parar de leer para echarse a reír. ¿Es que ese hombre se había vuelto loco? ¿De qué estaba hablando? Negando, siguió leyendo.
Helena puso los ojos en blanco. Estaba claro que le había molestado más de lo que iba a admitir. Sin embargo, emocionada como una boba, preparó la mochila. Se duchó, se cambió y arregló su desordenado piso. Salió sin comer nada o no llegaba al avión. Por el camino telefoneó a sus hermanos. Ambos no parecían muy sorprendidos. Le resultó extraño, quizá Owen les había avisado. Probablemente, su soso amigo especial había contado con la ayuda de sus hermanos y amigos, pensó tras el Check-in. Los billetes eran de primera clase. Helena esperó en la sala VIP. El destino del avión, por eso, no se indicaba. Se suponía que la gente ya sabía el que cogía. Ella a penas podía quedarse quieta. ¿Y si la metía en un avión con escala? ¿O peor, un vuelo de diez o doce horas? Agobiada, y más cuando tuvo que separarse definitivamente de Mika, el tiempo de espera se le hizo eterno. Ya sentada y despegando, Helena se sintió más relajada. Owen no le haría nada así.
Además, cuando el avión estuvo en el aire, descubrió el destino de su viaje. Londres. Iba a Londres de nuevo. Ese lugar que había sido tan especial para los dos. Ella sonrió como una tonta. La llevaba al lugar donde deberían haberse quedado. Ese lugar que era su futuro. Quizá Owen le estaba diciendo algo más con ese viaje. Algo precioso. Algo que aún no se atrevía a pensar o soñar.
Owen paseó nervioso por el aeropuerto. Iba en traje, pero a pesar del frío, sudaba. Estaba nervioso como nunca lo había estado. ¿Qué pasaba si no se presentaba? Habría hecho el ridículo más espantoso. Peor, y si no encontraba el sobre. O lo encontraba tarde. No había pensado en todo eso. Maldita sea por confiar en Jules. La espera y las dudas les estaban carcomiendo por dentro. Agobiado, paseó otra vez. Cuando iba a dar la tercera vuelta, anunciaron que su vuelo estaba aterrizando. Había llegado el momento de la verdad. Si ella cruzaba esas puertas, podría empezar su futuro. Si ella no aparecía, Owen entendería su rechazo. Serían solo amigos. O quizá le había pasado algo, entonces sería un tonto si posponía su futuro. Tras minutos de angustiosa incertidumbre, la vio aparecer. Owen vio que parecía cansada y algo nerviosa, Mika tiraba un poco de la correa. Divertido vio como lo buscaba y su mirada de reconocimiento. Se acercó a él con una sonrisa. Owen quería dejarla grabada a fuego en su memoria. En Londres no eran el mismo Owen y Helena de siempre. Así que corrió a su encuentro. La alzó como una pluma y le plantó un beso que deseaba darle desde hacía semanas. Ella exploró su boca. Owen la apretó con cariño.
—Hacía mucho que no te veía —susurró contra sus labios—. Me alegra que hayas vuelto a Londres —ambos se dieron la mano como una pareja y salieron a buscar taxi. Owen se la llevó al hotel. Había reservado una preciosa suite donde admitían mascotas. Eira se puso loca de contenta cuando vio a Mika. Le había costado encontrar un hotel que aceptará mascotas, pero ese era perfecto. Owen la besó con ansias. Pero, musitó con contención—: Descansa un poco. Puedes ducharte. Me he tomado la molestia de comprarte algo de ropa para tu estancia, está en la maleta. Puedes ponerte lo que quieras, vamos a ir a cenar a un sitio especial.
Owen salió al salón y la dejó en el baño. Las manos le temblaban de nervios. Pero, estaba decidido. Ese era el rumbo que debía tomar. Helena era su mundo. Él la amaba. Sentía amor por ella. En ese viaje, pretendía mostrarle cuanto. Pretendía convencerla de que en el mundo solo estaba ella para él. Juntos empezarían esa nueva vida. Donde ya no se iban a separar. Owen había recuperado la ilusión de su vida. Esa casa preciosa cerca de sus hermanos, sus perros correteando. Ese era su futuro. Comprarían una casa en Londres, donde vendrían cada poco tiempo. Su ciudad favorita. Helena salió, él la vio a través de la oscura y lluviosa ventana. Se había puesto un precioso mono color borgoña. Su pelo caía como una cascada. Owen se giró lentamente absorbiendo esa imagen tan hermosa. Tan dulce. Tan suya. La besó con adoración. Era el principio de ese precioso futuro juntos.
Owen había alquilado un coche para moverse por la ciudad. Era un deportivo bajo y felino. Era como una pantera. Se movía con seguridad por Londres. Esa ciudad que nunca le había parecido tan importante en su vida como lo era ahora. Ella, que siempre había adorado Roma, se encontraba soñando con ese lugar. Sus grises calles, que antes le habían parecido anodinas, ahora le parecían su hogar. El lugar donde debería haberse quedado. Un rincón de felicidad. Owen sonreía y conducía hacia su destino. Aparcó cerca y pasearon un poco. Era temprano, pero el ambiente ya era nocturno. El restaurante les llevó a la sala VIP. Helena y Owen se sentaron. Era un lugar tradicional, con maderas oscuras y ventanas fumadas. Helena miró la carta y seleccionó lo primero que vio. Tenía el estómago hecho un nudo. No tenía hambre, pero era por los nervios.
—¿Cómo ha ido el viaje? —le preguntó Owen, tras dejar la carta. La miraba con un brillo especial en los ojos.
—Bien, tranquilo. Estaba algo nerviosa por si me habías enviado a Australia —Owen rio.
—Hubiera sido muy divertido —musitó con perversa diversión—. Pero nunca te haría algo así. Eso es algo que tú sí me harías —Helena sonrió divertida. La cena transcurrió como siempre que estaban juntos. La conversación entre ambos era fácil. Se contaron de todo. Entre ellos siempre fluía todo con rapidez. La conversación, las risas, el coqueteo. Owen le acarició el rostro y Helena dejó caer la cabeza contra esa mano. Necesitaba ese contacto. Su contacto. Su cariño. Su dulzura. Owen carraspeó, parecía dispuesto a decirle algo importante. La esperanza le hizo retumbar el corazón.
—Verás, Helena, yo quería... quería ... —unas voces les hicieron girarse. Helena no apartó la mirada de Owen, vio el reconocimiento en sus ojos y luego una emoción que no supo clasificar. ¿Nostalgia? ¿Tristeza? ¿Anhelo?
—No podía creerlo. El mismísimo Owen Larraga —era una voz femenina. Helena la miró. Su corazón se estrujó de pena. Ahí mismo, estaba la preciosa Agatha, de apellido de casada, Priest. La mujer por la que Owen había dejado de creer en el amor. O, al menos, había dejado de creer que pudiera enamorarse de alguien más. Su hermoso y espeso cabello oscuro, enmarcaba un rostro de perfección intensa. Helena la miró agobiada y sorprendida—. Vaya, tú eres Ariel Carjéz. La preciada bailarina. No he tenido la suerte de poder verla en un escenario —Helena se levantó y le tendió la mano con cortesía.
—Encantada de conocerla, señora Priest —Owen seguía paralizado en el sitio. La miraba boquiabierto. Helena se empezaba a sentir incómoda. ¿No pensaba decirle nada? Solo mirarla de esa manera tan intensa—. Me encanto en su papel de Lola, en la «Búsqueda de las flores» —Agatha sonrió encantada.
—Tuve un compañero maravilloso. Pedro Pascal es un hombre increíble, además de atento y buena persona. Trabajar con él fue lo mejor de todo el rodaje. Nos hemos hecho buenos amigos en este tiempo —Agatha siguió hablando como si nada. Owen ni respiraba. Helena le observó levantarse y tenderle la mano. Agatha con una educación y amabilidad sincera se la estrechó—. Me alegra verte, Owen. Verte bien, digo —él asintió—. En fin, debo volver. Mi marido me está esperando. Espero volver a verles. Ha sido un placer, Helena. Si vais a pasar un tiempo en Londres, estaría encantada de volver a veros —Helena vio como Owen la observaba marcharse. Pagaron y se fueron al hotel. A ella le había desaparecido todo el entusiasmo. Se sentía vacía e increíblemente triste. Que él siguiera en silencio, no ayudaba a las cosas. Cuando llegaron, Owen le dijo:
—No sabía que estaría ahí. La he visto muy bien —dijo incómodo. Helena solo le miró. ¿Tan solo iba a decir eso?—¿Por qué me miras así? Ha sido la sorpresa y...
—Owen, creo que deberías hablar con ella. Está claro que sigues... enamorado —dijo con dolor en su corazón. Necesitaba sacarlo. Poner las cartas sobre la mesa.
—No. No Helena. Ya no la quiero. Ha sido la impresión, solo eso —Owen se acercó y la cogió por los hombros. Ella notó que se le llenaba el rostro de lágrimas. Había sido todo tan perfecto. Podría haber sido real, pero no lo era. Estaba claro que él aún sentía cosas por ella—. Helena, no me mires así. Te amo a ti. Te amo más que a respirar. Tienes que creerme. He preparado todo esto... por ti. Para demostrarte cuánto te amo.
—Owen no digas bobadas, anda. Te he visto mirarla —Owen negó, pero si él no quería ver la verdad, era cosa suya. Helena no se iba a dejar engañar—. No podías decirle nada. Estabas... impresionado. Owen, sientes algo aún por ella. Algo que aún no quieres ver.
—Helena, es solo que... es complicado. Desde que lo dejamos no la había visto... no la esperaba. Ya está. Pero te quiero. Te quiero, eso no cambia por ella —Helena fue a recoger sus cosas— ¿Qué haces? ¿Dónde vas?
—A casa. Owen, no podemos engañarnos. Yo... maldita sea, no te lo puedo decir. Pero, estoy enamorada de ti. No puedo decir que te quiero, porque me lo prohibiste. Pero, me gustas. Sin embargo... sigues sintiendo algo por ella. No podría vivir, pensando en que soy el segundo plato. La segunda opción con la que te has conformado al aceptar que no vas a tener un mundo a su lado. Tras tanto tiempo fingiendo amar, no quiero que nadie lo haga conmigo. Quiero estar con alguien que me ame de verdad —Owen se quedó callado y la observó marchar. Era la segunda vez que eso les pasaba.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top