10.Desencantada

Owen maldijo, por millonésima vez, su metedura de pata. ¿Cómo había podido ser tan imbécil de darle las gracias? Helena se había quedado confusa, algo incómoda y finalmente, se había acabado marchando de mala gana. Pero, él no había sabido cómo reaccionar. Y, por no quedarse callado, había musitado ese extraño «Gracias». Agobiado por tales pensamientos, se metió en la ducha, necesitaba refrescarse. Cuando salió se encontró con la camiseta de su sobrino tirada en el suelo, pensó en llamarla. Pero, desistió cuando ella no le cogió el teléfono. Ni ese día, ni ninguno de los diez que siguieron. Llevaban tanto tiempo hablando cada día, que le resultaba raro no saber de ella. No oír su voz. No comentar nada, ni bromear, ni enfadarse. No quería ponerle un WhatsApp, ni tampoco presentarse en su casa sin una excusa. Aunque siempre podía devolverle la camiseta. Pero no, no lo hizo. Por extraño que pareciera, se la quedó. Así que seguía sin hacer nada. Confuso... porque ella le hubiera mirado y le hubiera soltado ese «te quiero» que le dejó parado. No lo esperaba, eso era. Pero... ¿Qué se suponía que debía decirle? Que la quería. Es lo que solía ocurrir. Pero... ¿La quería? Sí, claro. La quería, mucho. Como amiga, como amante. Pero él no podía prometerle amor. Amor verdadero. No podía prometerle que... tuvieran, algún día, una vida romántica. Además, ella había dicho cientos de veces, miles, que no quería estar con un actor. Y él no iba a cambiar. Él era un actor. Por tanto, ¿qué opciones tenían?  

Helena maldijo, por millonésima vez, su metedura de pata. ¿Cómo había podido ser tan imbécil de soltarle un «Te quiero»? Él la había mirado confuso y agobiado. Le había dado las gracias, aunque el pitido de sus oídos le había impedido escucharlo. Avergonzada se había acabado marchando. Luego, había estado evitándole. Ni llamadas, ni mensajes, ni quedadas sorpresas. Nada. Le echaba de menos. Sobre todo bromear y hacerle enfadar. Pero, tenía que dar tiempo para que todo eso se enfriará, y el espantoso ridículo desapareciera. Ni siquiera sabía por qué se lo había dicho... ¿Por qué? Bueno, estaba claro que Owen le gustaba. Le encantaba como amante y amigo, pero... ¿Pareja? Vamos, él era actor. Podía fingir que la amaba y ella no se daría cuenta. Eso ella lo sabía. Y siempre se lo repetía. Era su mantra y escudo, para estar segura, de que no se estaba enamorando. Sin embargo, él no había fingido sentimientos que no tenía y no le había devuelto el «Te quiero». Algo que ella sinceramente agradecía. Metió la cabeza entre la almohada. Al menos, en pocos días, volvería a trabajar y al menos, se distraería con algo. Dejaría de ver el sorprendido rostro de Owen murmurando ese estúpido «Gracias». Aunque, le hubiera pillado por sorpresa. Debía decir que la respuesta de él había sido espantosa. Y eso la consolaba. Pero, todo era culpa de ella, por llevarles a esa situación. En fin... debía aceptar que, su enajenación transitoria, se debía a que había pasado un buen día y una mejor noche. Estaba feliz. Cuando se volvieran a ver se lo espetaría en la cara y sería bastante desagradable. Borrando cualquier rastro de vergüenza. Su móvil tintineo y miró la pantalla. Por suerte era Eva.

—¿Qué tal? ¿Cómo estás? —Helena se lo había contado todo. Había necesitado desahogarse con alguien sobre lo ocurrido con Owen y su nefasto «Te quiero». Y no podía hacerlo con su hermana o haría preguntas incómodas. Ariel era una romántica, como Nuria. Ellas creerían en la magia del amor. Suerte que, en su vida, estaba Eva. Ella le había hecho reír y se había sentido algo mejor.

—Mejor que un gusano pisoteado, peor que una mariposa volando —dijo estimando su mal humor. Calculando su ánimo. 

—Vamos, vengo a mejorarte el humor. He estado hablando con Sandra, ¿te acuerdas de ella? La tiquismiquis de la boda de Ariel —Helena se acordaba. Sandra le caía muy bien, pero tenía una vida muy distinta a la suya. Vivían en una urbanización pija y su vida era ocuparse de sus mocosos y su amado marido—. Aunque es una pija pesada, la quiero mucho. Me ha dicho que hace poco se apuntó a unas clases de bailes de salón en el centro. He llamado y quedaban dos plazas —Helena ya negaba agobiada—. Antes de que me sueltes cualquiera gilipollez, ya he hablado con Nuria que te iría bien. Que no te haría mal, por supuesto. Pero a tu ritmo. Vamos... lo pasaremos bien y seguro que hay por allí algún bombón que nos suba el ánimo.

—¿Ya has fichado a uno, verdad? —le preguntó suspicaz. Eva rio.

—Sandra dice que se llama Emilio, metro noventa, moreno y ojos verde. Nariz recta y pómulos marcados. Musculoso, trabaja en un gimnasio. Un machote de los que me gustan —Eva suspiró teatralmente. Su amiga, también necesitaba encontrar algún ligue. Así que Helena, suspirando, acabó aceptando. Clases de bailes de salón... lo que le faltaba. Ella era bailarina clásica. ¿Es que acaso cuando cayó no se rompió la pierna, sino el cerebro? Agobiada, salió de su crisálida, para ducharse e irse a ver a Nuria al trabajo. Al menos, así podían comer juntas. Su amiga la recibió en uniforme.

—Tengo media hora solo para comer, ¿estás segura de acompañarme? —le dijo, su amiga devorando un sandwich de la máquina expendedora. 

—Tía, últimamente vas fatal de tiempo. A penas podemos vernos. ¿Ya te compensa tanto esfuerzo? —Nuria asintió con la boca llena. Helena también mordisqueó su insípido sandwich que desistió de comerse.

—Por supuesto. Cuando acabé el máster podré dedicarme a lo que me gusta de verdad. Además, de recuperar el tiempo libre. Es solo un tiempo —musitó pensativa su amiga, para cambiar de tema—: ¿Vais a ir a lo de los bailes de salón?

—¡Qué remedio! Eva no acepta un no por respuesta —dijo divertida.

—Lo pasaréis bien y conocerás a gente. Quizá... a algún buenorro sensual. Necesitas salir con alguien, esto también va bien para tu recuperación —Nuria rio divertida. Helena arqueó las cejas con macabra diversión. Iba a sonsacarle algo de información. Helena quería saber si pasaba algo con su hermano.

—¿Y para ti? ¿Cuándo encontraremos un bombón? ¿O ya lo has encontrado? —Nuria se levantó azorada.

—Uff yo no tengo tiempo para eso —dijo y divertida miró el reloj—. Tengo que volver.

—¿Ya? Pero si me has dicho media hora... —se quejó Helena, mientras su amiga se levantaba. Nuria se despidió con una mueca entrando rápido al hospital. Helena se marchó andando a su casa. Bueno, a casa de su hermano. Tenía que tomarse más en serio lo de encontrar piso y volver a tener su independencia. No podía vivir de acoplada lo que quedaba de su existencia.

Llevada por su entusiasmo, entró en una inmobiliaria. Durante un par de horas, miraron pisos y anuncios, encontrando algo que pudiera interesarle. Finalmente, vio un precioso ático que le interesaba. Era un piso pequeño, cerca de casa de su hermano. La comunidad era algo antigua, pero el precio era lo importante. Helena quedó en verlo al día siguiente. Cuando llegó a su casa, le contó las novedades de su día a Tonik, qué entusiasmado quedó en ir con ella a ver el piso. Sabía que, en verdad, lo que entusiasmaba a su hermano, era ver que Helena retomaba el control de su vida. Que volvía a tener pasiones, diversiones y ganas de seguir. Se puso a preparar la cena, cuando Eva llegó para buscarla. Helena cogió sus cosas y fueron al centro, a por las clases de baile. Al entrar, fueron a saludar a Sandra que con su marido, ya daban algunos pasos de ensayo.  

—Al final te has animado —le dijo Sandra a Eva que en su sempiterno negro se encogió de hombros divertida. A Helena le recordó a una pantera. Las tres se pusieron a charlar un rato y ponerse al día—. El profesor os encantará. Es un hombre maravilloso y... —como si Sandra le hubiera invocado, apareció por la puerta un hombre muy alto. Iba bien vestido con un traje caro. Se movía de manera felina. A Helena le dio un estremecimiento, cuando lo vio sonreír. Tenía la piel morena y los ojos muy oscuros, igual que su pelo rizado. Una de las cejas estaba rasgada, debido a una cicatriz. El resto del rostro era afilado, aunque de facciones hermosas, algo severo. Sonrió divertido al posicionarse en el centro.

—Veo nuevas caras hoy —su mirada se dirigió curiosa a Helena y ella la apartó avergonzada—. Espero que les complazca asistir a mis clases. Mi nombre es Alejandro. Llevo siendo quince años profesor de bailes de salón en mis ratos libres. Además, de llevar doce años compitiendo profesionalmente, junto a mi compañera Rocío. Que asistirá algunas clases más avanzadas. Por ahora, colóquense en parejas. Hoy vamos a aprender el Cha-cha-cha —Helena se colocó con Eva y ambas se miraron divertidas. Alejandro daba instrucciones y enseñaba los pasos básicos para el hombre y la mujer. Viendo la dificultad, Eva decidió ser el hombre. Aunque no lo estaban haciendo nada bien. Acabaron riendo divertidas. Alejandro se acercó con una ceja arqueada.  

—La famosa bailarina clásica Helena Carjéz en mi salón. Esto sí que es un acontecimiento vital. Es la primera vez que la veo bailar sin zapatillas. Lamento mucho su accidente —musitó Alejandro. Su voz era grave y musical—. Esto debe parecerle un juego de niños, en comparación con el ballet clásico que interpretaba.

—¿Bromea? Esto es mucho más difícil —dijo Helena divertida, sorprendiéndole—. Aquí debo aprender, y el ballet... era para mí... como respirar —la mirada de él resplandecía y Helena le sonrió. Feliz de compartir con alguien su amor por la danza—. Además, ¿qué bailarían subestima un tipo de danza?

—Uno muy ciego —dijo él. Eva se alejó dándoles espacio, además de aprovechar para presentarse al tal Emilio. Ya era amigo de Sandra y bailaba junto a otro chico. Eva le sonreía atrevida—. Su amiga tiene buen ojo. Emilio es uno de los mejores bailarines.

—No creo que le interese su tipo de baile —dijo Helena con picardía. Alejandro rio. Tenía una bonita risa, que le erizó el vello del cuerpo. Era muy atractivo, de manera real. No era un modelo, era un hombre de carne y hueso.

—Entonces, será mejor de que avise a mi primo —Helena le miró sorprendida y se tapó la boca con una mano. ¿Es que últimamente no podía parar de cagarla? Alejandro volvió a reír—. Tranquila, su secreto está a salvo conmigo. ¿Volverá a venir? —Helena asintió convencida—. Me alegra, entonces. Siempre es un honor ver bailar a alguien como usted, sea en la disciplina que sea. 

—Por favor, te lo ruego, no me trates de usted —dijo Helena implorante. Alejandro le sonrió con familiaridad—. Somos de la misma edad y profesión. Por favor, tutéame —asintió y murmuró:

—De acuerdo, Helena. Si te apetece, la próxima clase, pondré a mi primo con tu amiga. Pero, solo si tú bailas conmigo —Helena notó que el rostro se enrojecía, mientras él se marchaba. Eva y ella se marcharon divertidas de su primera clase de danza. Cenaron con su hermano que, tranquilo y alegre, las oía comentar sus anécdotas. Ninguna habló de Owen, por supuesto. Hasta el viernes no tenían la próxima clase, pero Helena se moría de ganas.

A la mañana siguiente, junto a Tonik, fueron a ver el piso. Pero a Helena no acabó de agradarle. Era mucho más viejo de lo que pensaba. Decepcionada, siguió con la infructuosa búsqueda. Los días pasaron con celeridad, entre mirar pisos por internet y vaguear. Llegó, finalmente, el viernes. Se dio cuenta de que se arregló más para esa clase. Se recogió el pelo en una trenza y se maquilló un poco. Fiel a su promesa, Alejandro puso a Eva con Emilio, lo que desequilibró al grupo. Como había predicho, eso llevó a que ella bailará con él. Alejandro se movía de manera fácil, pero muy sensual. El Cha-cha-cha sonaba por los altavoces. Aunque pareció costarle la principio, llegó a sentir algo parecido a lo que sentía con el ballet. Dejarse llevar por la música, moverse llevada por ella. Mecida. Cuando acabó la clase, sentía que había recuperado parte de sí misma. Aunque no era ballet, claro. Pero, era algo que le hacía sentir bien. Eva y Emilio se acercaron divertidos entre confesiones.

—Hemos dicho de ir a cenar, ¿os apuntáis? —preguntó Emilio. Helena asintió, igual que hizo Alejandro. Los cuatro fueron a cambiarse y Eva la miró emocionado.

—Esta noche cazó —Helena puso los ojos en blanco, pero le sonrió. Quien sabía como podía acabar la noche. Alejandro era un tipo interesante, por supuesto. Pero ella no estaba para nada de eso. No con lo de Owen tan reciente. Aunque debía reconocer que la distracción le había venido fenomenal para olvidarse de ello. Llevaba tres días sin pensar en su metedura de pata. Cuando salieron los hombres ya esperaban. Alejandro miraba concentrado el móvil.  

—¿Qué miras? —le preguntó con curiosidad. Él le mostró el video. En él se les veía bailar. La verdad es que vio que lo hacía bastante bien. Por supuesto, para alguien que no fuera bailarín profesional. Sorprendida se animó—. Pensaba que se me vería como un pato mareado.

—Por eso te grabé —respondió Emilio avergonzado—. Lo haces muy bien para ser tu segunda clase. Tienes un don.

—Gracias —dijo ella avegonzada. Eva la miraba divertida. Puso los ojos en blanco al verla sonrojarse. Ella le dio un codazo amistoso.

—Estaba pensando en colgarlo en mis redes, pero no quería etiquetarte sin tu consentimiento. O que pensarás que me aprovecho de tus millones de seguidores para mi fama —Helena le dio un manotazo divertida. Él le sonrió.

—No mientas, solo lo cuelgas porque lo haces mejor que yo. Veremos de aquí unas semanas —Alejandro rio ante su pulla y antes de cenar colgaron el post compartido. Asombrados vieron como el público recibía con entusiasmo el nuevo hobby de su bailarina favorita. Los likes llegaron a miles y se fueron a cenar divertidos. Comentando sobre las redes sociales y ese tipo de cosas. Helena era muy activa y le agradaba conectar con sus seguidores a través de ellas. Le gustaba escribirles, que le comentarán sobre sus cosas. Tenían sus peligros, claro. También había mucho odio y mucha gente hater. Pero, la verdad es que, a ella le compensaba todo el cariño que siempre recibía. Era una forma de estar menos solo.

Owen observó como Helena bailaba con ese desconocido del video. Se movía con gracia y elegancia, como siempre. Se la veía algo insegura en los movimientos, aunque a pesar de ello, lo hacía muy bien. Además... se la veía... bueno, muy sexy. A él se le había secado la garganta, cuando vio como ella movía las caderas, al mismo ritmo que ese hombre. También intentó fijarse en como se miraban. No sabía quién era ese tipo. Ni siquiera que ella sabía bailar el Cha-cha-cha tan bien. Helena nunca había parecido interesada en nada de baile que no fuera el ballet. Pero bueno, había cosas de su vida que él no sabía. Owen había dado clases de pequeño. Muchas. Su madre quería que además de actor, tuviera formación de cantante y bailarín. Le había pagado muchas clases. Aunque él nunca había disfrutado bailando. Se sentía avergonzado cuando lo hacía. Siempre oía a su madre con los epítetos «Mi Oliver Twist», mi «pato danzarín». Incluso ya de adulto, le parecía oírlos. Se sentía fatal cuando bailaba. Pero verla bailando así, tan divertida y sensual, le revolucionó el corazón. Se imaginó bailando con ella y no se sintió incómodo. Aunque, parte de él, también se preguntó si sería malo para su rodilla. Imaginaba que no, mientras solo fuera un pasatiempo. Nada de entrenos exhaustivos, ni posiciones incómodas. Apartó el móvil nervioso. Solamente era un baile con el profesor, supuso. Nada más. Pero... la mirada entre ambos era... bueno, si el profesor fuera un tío normal. Pero... era un tío atractivo. Por supuesto, contrario a Owen con su piel morena, pelo negro y atractivo latino. Nada como él. Asqueado volvió a su cuarto, dispuesto a dormir y levantarse a las cinco para ir a correr. Cogió la camiseta de Helena, la que le había regalado su sobrino Iván. La cogió entre sus manos. Aún olía a ella. «Te quiero» le había dicho con esa prenda y él le había dado las gracias como un imbécil. Se merecía pasarlo mal.  

—Entonces, ¿de verdad estás buscando piso? —le preguntó Alejandro. Helena asintió comiendo un maki de atún.

—Sí, a ver solo llevo unos días, pero... —se encogió de hombros indiferente—. Es hora de encontrar mi cueva. No puedo seguir ocupando el hogar y vida de Tonik.

—Yo puedo ayudarte —dijo entusiasmado—. Además de excelente bailarín, trabajo en una inmobiliaria. Pásate el lunes y buscaremos algo para ti. Estoy seguro de que encontraremos algo que te encante.

—¿Estás seguro? —la mirada de Helena relució y Alejandro asintió encantado. La cena siguió su curso natural. Rieron, bebieron unas cervezas, disfrutaron de un buen sushi y regresaron acompañadas a su hogar. Antes de dormir, Helena contestó a casi todos los comentarios del reel bailando con Alejandro. Dedicó como siempre palabras de agradecimiento y cariño a sus fans. Aunque, como boba, buscó si Owen había reaccionado. No se quedó tranquila hasta encontrar su corazoncito.

El fin de semana fue tranquilo. Tonik y ella fueron a comer con Ariel y Jules el sábado. Aprovecharon la tarde para irse de compras, con la preciosa bebé, que no paraba de reclamar estar en brazos. Algo que ninguno podía negarle. ¿Era la niña más mimada del mundo? Podía ser. Pero, era agradable hacer algo familiar. Estar los tres juntos. Desde que se había mudado a nueva York, no habían podido disfrutar de ese tiempo juntos. Y, Helena, se dio cuenta de que lo echaban de menos. Aunque, por supuesto, había cambiado a cuando eran más jóvenes. Cada poco tiempo la gente pedía fotos a Jules, incluso a Ariel y a Helena. Aunque, todos los fans, fueron muy respetuosos con la pequeña Anna y Tonik. Por la noche, cenó con su hermano una gran pizza. Vieron películas de dibujos como cuando tenía once años y se ponía enferma. Aunque, ahora, ambos ocupaban casi todo el sofá. El domingo invitaron a Nuria a comer, que agradeció poder descansar un día. Fueron a comer a su bar favorito y luego recogieron a su sobrino Iván, que estaba encantando, de estar con Nuria y Helena. Fueron a jugar al parque y disfrutaron como enanos. Por la noche, Helena se tumbó en su cama. Fue a abrir uno de sus ballets favoritos, «Carmen». Pero, esa vez, prefirió volver a ver el reel bailando con Alejandro. Se durmió con una deslumbrante sonrisa.  

A la mañana siguiente, fue a verle al trabajo. Alejandro estaba muy guapo en traje y concentrado en el ordenador. Cuando ella se acercó, le sonrió y tendió la mano, con profesionalidad. Él había seleccionado cuatro pisos diferentes. Además, le indicó que podían verlos todos esa mañana. Si ella quería, por supuesto. Ella aceptó. Aunque, primero, fueron a desayunar. Helena disfrutó de una ensaimada y zumo de piña, mientras él se tomaba otro café. Hablaron de baile para variar. Él de sus competiciones, ella de ballet. Y, no se sintió tan rota como siempre. Alejandro la comprendía como nadie lo había podido hacer antes. Porque el baile era tan importante para él, como lo era para ella. Entendía la rotura que podía suponer. Pero, parecía que sacar esa cicatriz frente a él, la llevaba a ver el ballet distinto. Alejandro le preguntó si alguna vez, tras su caída, había pensado en ser profesora. Ella no supo qué responder. Tras el desayuno, fueron a visitar los diferentes pisos. Los dos primeros no eran lo que Helena buscaba. Quedaban demasiado lejos de sus hermanos. Les encontró pegas rápidamente que Alejandro no supo defender.

—Eres un hueso duro de roer —dijo conduciendo hasta su próximo piso. El tercero que iban a visitar, la penúltima elección—. Este creo que te va a gustar. Es un bonito ático reformado tipo loft, cocina-comedor, habitación de matrimonio grande con vestidor y un lavabo con bañera estilo jacuzzi. Un piso ideal para una sola persona —dijo divertido—. Suelos de madera oscura, amueblado y con buenas vistas.

—Sabes que encontraré una pega —dijo ella refunfuñona—. Normalmente, se enseñan primero los mejores. Por tanto, este seguro que tiene algo que no me gusta.

—Estoy seguro —dijo Alejandro divertido. El piso tenía garaje y aparcó en la plaza de parking. Para subir al último piso. En cuanto entró en el ascensor se tensó. Era un ascensor elegante y caro. Ella había estado en él. Hacía poco. Muy poco. Se tensó. Alejandro pareció notarlo—. ¿Qué ocurre?

—Nada, es solo que no me gustan los ascensores —dijo incómoda. Maldita sea, ¿por qué tenía tan mala suerte? Salieron al mismo rellano, pero en vez de ir a la puerta dos, entraron en la uno. El piso tenía casi la misma distribución que el de Owen. Un pequeño vestíbulo, cocina-comedor, maravillosas vistas. Sí, el piso era precioso y de los tres vistos, el mejor. Alejandro parloteaba del piso, del alquiler y todos sus beneficios. La verdad es que le gustaba. Quedaba cerca de su hogar y del centro. Estaba amueblado con buen gusto y... —. Podría gustarme —musitó. Incapaz de decir que no. El sitio era un chollo. Un alquiler bajo, en el sitio que estaba buscando. Ya casi amueblado con lo necesario para vivir. Algo que ella había tenido que dejar atrás al venir de Nueva York. 

—¿No le encuentras ninguna pega? —dijo Alejandro sorprendido. Helena no sabía qué replicar. Claro que había una pega. Su vecino. Su insoportable y tedioso vecino, del que creía que... estaba algo pillada. O al menos, le había dicho «te quiero» en un instante de absoluta imbecilidad. Pero, no iba a rebajarse tanto como para serle sincera. Al menos, no ante alguien como Alejandro. Ella negó y Alejandro indicó muy serio—: No encontrarás nada mejor por la zona. Eso sí, te lo puedo asegurar. Y, podría quitarte el garaje, así bajaríamos aún más el precio. Si quieres podemos ir a ver el cuarto, y así también lo piensas.

—Claro, sí —salieron al rellano y, por supuesto, siempre se podía tener más mala suerte. Porque nada más salir, se encontraron con Owen, que llegaba cargado con bolsas de la compra.

—¿Helena? —preguntó sorprendido. Ella alzó la mano en un torpe saludo.

—Vaya... ¿Conoces a tu vecino? El famoso actor Owen Larraga —preguntó Alejandro a su espalda. Ella quiso enterrar la cabeza como un avestruz.

—¿Vecino? —murmuró Owen sorprendido. Helena quiso pisotearle el pie a Alejandro, pero este parecía más que contento.

—Disculpa, ni me he presentado. ¡Qué maleducado! Me llamo Alejandro, soy asesor inmobiliario. Estamos buscando casa, bueno, ella la está buscando —Helena seguía paralizada.

—¿Mi vecina? —preguntó Owen algo lento en el proceso. Finalmente, pareció divertido por la situación, sonriente dijo—: Bueno, podría ser peor.

—¿Qué quieres decir con eso? -le preguntó molesta.  

—Bueno, tú eres molesta, pero no ruidosa —señaló. Ella le miró enfadada. ¿Es que siempre era tan insufrible?

—Mira, Alejandro, ya le he encontrado una pega —dijo Helena a Alejandro que se apoyó en el umbral, parecía divertido—. Vecino pesado.

—¿De qué os conocéis? —preguntó Alejandro con sorna.

—Es el cuñado de mi hermana. Ya sabes cosas de familia —dijo Helena molesta. Miró a Alejandro, enrojeció al darse cuenta de que estaba tan cerca. Sus rostros casi se tocaban. Dio un paso atrás, sorprendida—. Perdona.

—Pues espero que valores todo lo bueno que has visto. Sé que te parecerá una pega tener a la familia tan cerca, pero... también es algo bueno. Y es algo que era importante para ti —Alejandro le sonrió con diversión. Ella negó. Maldijo que los hombres fueran tan obtusos. Se despidieron de Owen y fueron a ver el cuarto piso. Que, por supuesto, no gustó a Helena. Los vecinos sí que eran ruidosos. Por lo que... únicamente quedaba ese piso—. Si no te gusta, puedo buscar más. Pero ya debería ser en las afueras y...

—No, creo que me lo quedaré. Me gusta... y bueno, Owen tiene su casa y yo la mía. Podemos no vernos si no queremos —dijo convencida—. No somos críos.

—¿Qué ha pasado entre los dos? —Alejandro era un hombre perspicaz, al fin y al cabo. No se le escapaba nada y ella no quería mentirle. Por lo que le contó lo sucedido. Incluso su nefasto error—: ¿Y te dijo «gracias»? Ese tío es idiota...

—Bueno... no tiene porqué...  

—Si una mujer tan preciosa, inteligente y maravillosa como tú, me dijera algo así, te digo que perdería toda la cordura y le entregaría todo mi corazón —dijo Alejandro con voz melosa. Ella se sintió temblar y negó agobiada—. Pero, por supuesto, a una mujer como tú, ya se lo habría dicho yo primero —Helena enrojeció y se marchó. Aunque antes, firmó el contrato de alquiler. Con las llaves en el bolsillo y el corazón ligero. Retomaba el rumbo de su vida. Y quién sabía lo que le deparaba. Ese hombre era muy atractivo, pero peligroso, cuando decía cosas así.  

Owen cerró a las cinco de la mañana su puerta. Trotó en el sitio, mientras calentaba. Miró la puerta cerrada por la que, el día anterior, había salido Helena. ¿Es que pensaba mudarse? ¿Cómo se sentiría, si así fuera? Agobiado, salió a correr. Regresó una hora y media más tarde. Se quedó mudo cuando vio la puerta abierta. Oyó voces en el interior, y se estremeció al reconocer la de Tonik. Sin perder tiempo, entró en su piso y cerró con llave. Actuó como un cobarde. Estaba claro que sí qué pensaba mudarse. ¿Estaba presionándole para que él le dijera te quiero? Lo dudaba. Y más desde que la había visto el día anterior. Ella parecía estar tan normal con él. Aunque Owen debía reconocer que se le había acelerado el corazón al verla. Por un terrible instante, pensó que había ido a esperarla. Que le buscaba para hablar. Pero no era así. Quizá, mudarse, era una forma de acercarse más a él y pedirle algo... ¿Una relación? No, Helena no era así. Era una terrible coincidencia y ya está. Además, viendo el panorama actual de alquiler, estaba claro que ese piso era un chollo. Owen se duchó y se sentó en el sofá. Esperando a ver si oía algo a través de las paredes. Pero no se oía nada. Finalmente, agobiado, volvió a salir al rellano, pero el piso estaba cerrado y no se oía nada. Quizá habían hecho una segunda visita con su hermano. No tenía por qué mudarse. Agobiado se pasó el día planteando escenarios. Por la tarde, cansado de sí mismo, probó a llamarla, pero ella no se lo cogió. En fin... el día anterior él tampoco había sido le más charlatán del lugar. Es más, verla con ese hombre tan atractivo y como bromeaban, le había escocido un poco. Se había sentido un idiota. Esa noche durmió poco y mal.

Al levantarse vio que ella había colgado otro video bailando. Esa vez se fijó más en el bailarín. Le resultaba familiar. Claro... era el mismo tipo del día anterior. El profesor, el asesor inmobiliario, ¿qué tenía, más profesiones que Barbie, ese tipo? Asqueado apartó el teléfono. Se puso a desayunar cuando oyó el ruido. Alguien movía cajas. Miró por la mirilla como una vieja del visillo. Observó que Tonik y Helena llevaban algunas cajas. Sin duda había decidido mudarse. Bueno, quizá podía salir y saludarles. Ofrecerse a echar una mano o...

—¿Cuántas cajas te quedan hoy? —acaba de subir el hombretón, Alejandro había dicho que se llamaba.

—Solo dos —le respondió ella con familiaridad—. Poco a poco traeré mis cosas. La mayoría siguen guardadas en el guardamuebles que alquilamos al venirme de Estados Unidos y... —el tipo le recolocó la coleta y ella le sonrió—. No tendrías que haber venido hoy, ya nos ayudarás el sábado con Emilio. Es demasiado.  

—No me importa. Es más, es un placer ayudarte —dijo entrando en la casa. Owen vio como ella sonreía mientras él entraba. Su corazón se estrujó. Sin ser consciente abrió la puerta y la sorprendió en el rellano. Owen iba sin camiseta, solo el pantalón de pijama. Pero no se sentía incómodo. Tenía un cuerpazo y quería que ella lo supiera. Y el tipo ese también.

—¿Te mudas? —preguntó. Una pregunta estúpida, por supuesto. Como lo que solía soltar últimamente por la boca cerca de ella.

—Sí, tú eras la única pega. Una pega grande, pero nada que no pueda remediar —la mirada de ella relucía de diversión. A él se le secó la garganta cuando recorrió su pecho y bajo hacia el inicio del pantalón. Era una mirada hambrienta. Eso le relajó la tensión. Al menos, ella seguía deseándole.

—¿Necesitas ayuda? —musitó. Ella negó muda.

—Alejandro y Tonik me están ayudando hoy. El domingo vendrán con Eva y Emilio. Demasiadas manos para tan pocas cosas —Owen asintió y ella señaló—: En fin, debería volver a dentro. Me alegra verte.

—Sí, a mí también —ella entró y él contempló su puerta cerrada. ¿Es que se había propuesto ser un imbécil toda la vida? ¿Por qué no le había dicho que la echaba de menos? Cerró asqueado y oyó la risa de ella filtrarse por su silencioso piso. Se dejó caer en el sofá. Su desayuno olvidado. Conectó el televisor. Al menos, aunque su vida cada vez fuera más vacía, seguía teniendo su cine. Puso una película y desconectó.  

El sábado amaneció lluvioso y lleno de relámpagos. Es lo que había. El tiempo no se podía elegir. A las nueve estaba en su piso con la cuadrilla de mudanza, que contaba con la baja de Tonik, tras una pequeña lesión fingida. Su hermano tenía muchas virtudes, pero odiaba las mudanzas. De manera atroz. Por eso seguía viviendo en el pequeño apartamento de sus padres. Y se negaba a marcharse. No era nostalgia, era pereza. Como el nuevo piso de Helena ya contaba con casi todos los muebles, excepto el colchón ya estaba casi todo hecho. Solo tenían que llevar algunas de las cosas que tenía en el piso de Nueva York. Su librería, sus estanterías y sus pertenencias. El camión llegó puntual y ellos ayudaron a descargar cajas. Emilio y Alejandro bromeaban, mientras Eva y Helena, ubicaban las cosas. A ninguna de las dos les sorprendió la llegada de Owen. Ambas agradecieron su ayuda. Los tres hombres descargaron todo. Cuando acabaron se tomaron una cerveza en la nueva cocina de Helena. Ella divertida, les miraba con Eva, que no tardó en replicar:

—Limpiar también es parte de la mudanza, ¿sabéis? —les criticó Eva. Los tres alzaron las manos.

—Dame un segundo de reponerme, esclavista —le replicó Emilio, haciéndola sonreír. Eva y él ya llevaban acostándose una semana. Parecían bastante satisfechos con eso. Alejandro veía con buenos ojos la relación de su primo. Los hombres hablaban del trabajo de Owen, de baile, de deporte. Ella admiró como Owen se hacía con todo el mundo. Era una de sus virtudes, se percató. Siempre sabía llevar las situaciones y quedar bien con todos. Algo muy difícil para todos, pero que él lo hacía tan natural como respirar. Al mediodía ya tenían el piso más o menos decente y decidieron irse a comer.

—¿Vienes? —le preguntó Helena a Owen, pero él negó. Ella le miró sorprendida, mientras sus amigos bajaban—. Creía que...

—Helena, tras lo que me dijiste he pensado mucho y... —empezó él. Ella le cortó agobiada.

—No le des importancia, Owen. No lo dije de una forma... romántica. No espero nada más. Te quiero mucho, Owen. Como amigos. Eres el mejor. Ya lo sabes —soltó del tirón nerviosa. No quería recordar su punto débil y menos con él. No ahora. Quería pasar página y ya está.

—Pero, Helena yo...

—¿Vienes, preciosa? —le dijo Alejandro acercándose por detrás. Ella le miró sonriente y asintió—. Esta noche pensamos ir a bailar, necesitas coger fuerzas —Helena se giró para despedirse de Owen, pero él ya no estaba.  Helena miró su puerta con desilusión. No sabía que iba a decirle, pero quizá fuera mejor. Al fin y al cabo, su vida no era un cuento de hadas. 

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