08.Love Actually

El rodaje paró cuatro días. El equipo necesitaba desconectar. Estaba agotado tras esas dos semanas de rodaje frenético de las escenas de batalla. Durmiendo varias noches a la intemperie, con el frío de Irlanda que les calaba hasta los huesos. Justamente, el anuncio del parón, se hizo en el mismo campo de batalla. Donde todos los actores, extra y personal, tiritaban bajo una fina lluvia. Helena acompañó a Owen para cambiarse. Él le tocó el rostro con ternura, cuando se limpió como pudo y se puso el grueso chándal. Ella le devolvió la caricia con anhelo, cariño y deseo. Llevaban dos semanas sin casi poder parar de trabajar y los escasos momentos que estaban juntos eran pocos. Sin embargo, la necesidad y conexión no había menguado. Si no que cada vez que compartían espacio, mirada o conversación, se reavivaba como fuego. El sonido de alguien golpeando les separó. Ryan abrió la puerta divertido.

—Bueno, cuatro días para descansar. ¿Qué planes tenéis chicos? —a Helena Ryan le caía muy bien. Era un rompecorazones nato como Owen, pero con una desvergonzada pasividad, que le hacía adorable. Era normal, que casi todas las mujeres suspirarán por él. Aunque, no era tan atractivo como Owen según ella, tenía un carisma natural. Era fácil quererle. Divertida musitó: 

—Dormir. Solo quiero dormir como una marmota y descansar, estoy agotada —Ryan rio con complicidad. Owen le miró cruzado de brazos, sentándose en el estrecho espacio de la caravana. Helena sentía el calor que desprendía y lo agradeció. Estaba helada.

—¿Tienes algún plan? —le preguntó suspicaz Owen, enarcando una ceja.

—Iba a invitaros a Londres. Rena, ya me ha dicho que sí, podría ser divertido ir los cuatro. Además, quiero mostrarte mi tierra natal y mi piso —Owen miró a Helena, y asintió. Ella dubitativa se giró para sonsacarle:

—¿Has invitado a Rena porque piensas acostarte con ella? —preguntó con picardía, Owen rebufó.

—Por supuesto —murmuró Ryan sin vergüenza alguna. Se cruzó de brazos divertido, apoyándose en el umbral.

—¿Me invitas a mí por la misma razón? —murmuró ella. Ryan miró a Owen que se tensó ante la pregunta, pero sonriente indicó:

—Por supuesto, de nuevo. Eres guapísima Helena, sería un imbécil si no te deseará —Owen se levantó, empujándole para salir. Ambos se rieron divertidos.

—Entonces, no puedo decirte que no —dijo Helena, divertida por la reacción de Owen, que resopló audiblemente. Luego, se unieron al grupo de gente que regresaba al hotel. Cuando llegaron, Helena se fue a la cama. No bromeaba con la cantidad de sueño que tenía acumulada. Aunque sabía que eso no podía recuperarse, sentía que lo necesitaba. Necesitaba dormir mínimo nueve o diez horas. Así que se duchó, se secó el pelo con tranquilidad y se lo trenzó. Con un grueso pijama, se tumbó atravesada en la cama. El sueño la venció sin tregua y durmió. Sin sueños en una tranquilidad apabullante que solo te da el cansancio tras un buen trabajo. 

Por la mañana se levantó despejada, descansada e ilusionada. Al mediodía viajarían a Londres. Rena había cogido dos habitaciones en el Leornado Royal St. Paul Hotel. Cerca del centro y del piso de Ryan. Helena cogió varias mudas de ropa cómoda y echo de menos sus tacones. Siempre estilizaban cualquier estilismo. Tenía que empezar a encontrar opciones. Se cambió de ropa y dejó la habitación de ese hotel. Su vida últimamente estaba a la deriva de pertenencias. Cuando volviera a casa quería buscar, en serio, un lugar para aposentarse. Un piso para ella. Con sus pasados muebles que guardaban en un trastero y su nueva vida. Un lugar que solo le perteneciera y le hiciera sentir que no naufragaba. Bajó a recepción, donde Owen, ya esperaba. No le sorprendió que fuera el primero, siempre era puntual. Otra cualidad que le gustaba. Aunque no se la indicaría hasta que le encontrará otro defecto. Tenían que ir compensados, o solo le hincharía más su ego. Owen le pasó un brazo por los hombros divertido. Con cariño le besó en la frente y ella se dejó mimar. Le encantaba que lo hiciera. 

  —Siempre llegamos antes que él. ¿Te puedes creer que sea inglés? No es legendaria su puntualidad —dijo Owen quejándose.

—Quieres dejar de refunfuñar sobre mí —le espetó Ryan que acababa de llegar por detrás. Rena tardó un par de minutos más. Luego, los cuatro se fueron al aeropuerto. Rena y Helena charlaban sobre sus viajes. Su compañera había estado en muchos sitios, y el lugar que más le había impresionado era Tokio. Habló de la cultura japonesa y les enseñó algunas imágenes mientras esperaban su avión. Los cuatro se rieron mucho.

El viaje fue muy corto y antes de comer ya estaban en la ciudad inglesa favorita del mundo. Fueron a comer fish and chips como turistas, mientras compartían recuerdos de sus pasados viajes a la ciudad. Los cuatro habían estado, pero esa vez estaba claro que sería distinta. Las chicas acompañaron a los hombres al apartamento y Ryan se lo mostró encantados. Era un sitio acogedor, con suelos de madera oscura, paredes verde botella y muebles cálidos. El lugar recordaba a un pequeño barco a la deriva. Ambas quedaron impresionadas con la cama king size que ocupaba el dormitorio de Ryan, y que Helena estaba segura de que Rena disfrutaría enormemente. Quedaron en verse para cenar. Ellas ya instaladas en sus dormitorios, con tiempo de sobra, decidieron salir a dar una vuelta por la ciudad. Rena se moría por ver el Portobello Road y pasaron un rato entre tiendas de antigüedades. Hicieron muchas fotografías para postear por redes. Helena pasó un rato divertido con Rena. Aunque su compañera era muy divertida, ella echaba de menos a Eva. Su amiga. Seguro que tendría cosas locas que contarle. Rena y ella tomaron el té como dos inglesas y pasaron el rato charlando.

A la noche, se arreglaron para cenar. Los chicos las vinieron a buscar. Helena observó divertida como Owen la esperaba apoyando desenfadadamente en la farola. Las mujeres que pasaban les miraban. Eran actores, guapos y famosos. Les pidieron fotos, claro. Ella estaba acostumbrada a que si iba con él sin gafas y arreglado, eso pasará. Tampoco le desagradaba. Estaba acostumbrada a la fama. Ryan les llevó a un restaurante bastante exclusivo que les sirvió auténtica comida londinense. El dueño estaba orgulloso de su madre patria y adoraba a Ryan. Seguía todos sus rodajes. Cenaron muy a gusto, y cuando la conversación entre sus acompañantes, empezó a subir de tono, Owen y Helena les dejaron a su rollo. Salieron a pasear por Londres de la mano. No era una ciudad que le llamará en especial la atención, pero de la mano de Owen le veía otro color.

—Ryan me ha dicho que mañana se llevará a Rena a ver Stonehenge. Se ve que le hace ilusión —Owen se encogió de hombros divertido, con una mirada que traslucía que su amigo tenía más planes a partes de la visita— ¿Qué te apetece hacer?

—No tienes por qué entretenerme. No es mi primera vez en Londres. Podría ir a Harrods y pasarme el día comprando y... —Owen la silenció con un dedo. Atrapándola entre sus brazos.

—Pero es mi primera vez aquí de verdad, sin estar grabando o de promoción. Me gustaría ir contigo. ¿Qué debería conocer de Londres? —Helena se lo pensó y musitó—:

—Depende de lo que quieras ver. Pero, siempre creo que cuando se visita un lugar, creo que hay que ir al Museo, a los sitios más emblemáticos y... jolín, solo tenemos un día —Owen la cogió de la cintura y susurrándole añadió—:

—Tenemos los días que queramos, cisne —ella se derritió ante el mote cariñoso. Luego, se fueron al hotel. Por supuesto, esa noche Owen se quedó con ella, tras ir a buscar mudas al apartamento de Ryan. Ya en el hotel, disfrutaron de lo lindo en esa enorme cama, bajo el cielo de Londres. 

Por la mañana, Owen dormía muy a gusto, cuando escuchó el agua correr. Giró para observar el cielo nublado de Londres. Esa ciudad le gustaba. La temperatura, el color gris, el aire que se respiraba. Sí, Londres era especial. O quizá lo era por la compañía, pero no quería pensar en ello. Ni darle vueltas al asunto. No había estado nunca de turista y quería disfrutarlo con Helena. Se levantó con ganas de jugar y se metió con ella en la ducha. Helena se arrulló contra él. Besándole en el hombro.

—¿Qué te apetece hacer? —le preguntó con la ilusión en los ojos. A Owen solo le apetecía besarla, meterla en la cama, y hacer lo que habían estado haciendo hasta altas horas de la noche. Pero, consciente de que ella deseaba hacer algo diferente, y quizá a él también, musitó—:

—Podemos ir al British Musuem —a ella se le iluminó la mirada contenta. Vestidos como turistas y equipados como dos guiris, se dirigieron al imponente edificio. Había muchas cosas que ver y querían ir sin guía. Querían estar juntos y solos. Se dieron la mano y a ninguno de los dos les pasó desapercibido, que actuaban como una pareja. No de amigos, por supuesto. Pero no dijeron nada. Ambos parecían querer disfrutar de esta manera.

Vieron la piedra roseta que no impresionó a Owen, pero que sí a Helena, que le parecía muy interesante. Gracias a ella se había podido descubrir el lenguaje de los jeroglíficos. A Owen nunca le había interesado mucho la historia, pero Helena parecía entusiasmada explicándole todas esas cosas. Se quejaba de no haber sido una buena estudiante, culpa suya repetía. Por no haber aprovechado el tiempo en la escuela para aprender más. Se notaba que el sistema educativo no había sacado su potencial, porque ella era una persona curiosa, y le gustaba aprender. Pero, seguramente, no memorizar. Helena parecía radiante y a Owen se le estrujaba el corazón al verla tan feliz. Los dos se sorprendieron con las momias que aún se conservaban y se sintieron un poco mareados ante ellas. También vieron los frisos del Partenón. Helena paseaba entre ellas con tranquilidad. A Owen no le costaba imaginarla como una diosa griega. La besó por sorpresa y ella se giró entre sus brazos, ambos sonrientes. Vieron muchas más cosas que a Owen no le dejaron más impresionado que Helena. Su manera de explicarle, de emocionarse, de contarle las cosas, le encantaba. Owen la miraba divertido y entretenido. 

A la hora de comer, fueron a un restaurante italiano muy concurrido, que no quedaba lejos del Big Ben. Comieron de lujo, hablando continuamente de Londres y películas sobre la ciudad. Cuando acabaron, fueron dando un paseo. Se acercaron a la preciosa torre. Se hicieron fotografías como dos turistas, divertidos y entrañables. Subieron a la torre, que impresionó mucho a Owen. Luego, decidieron dejar un poco el hacer el turista, y pasearon por Londres. Por el precioso puente, por sus calles más tradicionales. De la mano. Ninguno de los dos dijo nada, pero eso no lo hacían los amigos. Ni siquiera los que tenían derecho a roce. Pero estaban decididos a no romper ese instante mágico. Antes de regresar al hotel pararon en una librería. Helena miraba los libros emocionada. Él sabía que le gustaba leer, siempre que podía la veía con uno de ellos en la mano. Igual que Ariel. Era un rasgo que compartían y que le recordaba a su amiga. Owen no pudo evitarlo, y le compró un par, que vio que le gustaban. Ella saltó a sus brazos y le plantó un beso que más de uno envidiaría. Con el ego hinchado y feliz regresó al hotel. Del que sí que ya no la iba a dejar salir. Pidieron cena y antes de acabar, Owen devoraba otras cosas mucho más suculentas. 

Helena se levantó temprano otra vez. No entendía como no podía sentirse cansada, pero se sentía repleta de energía. Owen dormía de lado, con la boca curvada en una sonrisa. Sueños agradables, seguro. Se sentía rara. Ese tiempo en Londres estaba cambiando la relación con Owen. Se sentían muy felices el uno al lado del otro. Se entendían. Ambos parecían, a ojos de otros, una pareja. Pero, eran conscientes de que no se decían cosas románticas. Es más, gran parte del rato se la pasaban chinchándose o contándose anécdotas para divertir al otro. Él había señalado una momia el día anterior comparándola con ella cuando dormía. Ella no paraba de criticarle sobre sus artimañas seductoras. Para conseguir sacarle esas sonrisas molestas que le gustaban. Eran dos amigos que se atraían nada más. Les gustaba estar juntos, tocarse, darse la mano. Era cariño. Nada más, seguro. Aunque su corazón acelerado, a ella le dio un poco de miedo. Se metió en la ducha, se arregló y salió para encontrarlo sentado. Hablaba por teléfono contento y la miró sonriente. Le hizo un gesto molesto que ella no entendió. Cuando colgó, le preguntó.

—¿Qué pasa? —murmuró confusa.

—¿Qué haces vestida? —dijo un poco molesto. Helena puso los ojos en blanco —: ¿Hoy también tenemos planes?

—Quiero ir a Camdem, tú puedes hacer lo que quieras —él la miró divertido y pícaro. Peligro, pensó ella. Otra mujer se le rompería el corazón de tanto deseo y amor. Pero no a ella.

—Mis planes te incluyen a ti y esta cama, así que si quieres salir de ella, no me queda más remedio que acompañarte —Owen se levantó alegre. Ella admiró que hubiera llevado ropa para esos días. Previsor. Otra cualidad a añadir. ¿Defectos? No encontraba ninguno y empezaba a molestarle— ¿Por qué me miras así? 

—Me ha parecido que tenías algo entre los dientes —Owen fue corriendo al baño, mientras ella se reía. Salió muy serio, como si estuviera enfadado.

—Ariel siempre me hace lo mismo. No es nada gracioso. No se juega con la comida entre los dientes —cogió sus pantalones muy digno y se metió a ducharse. Helena aprovechó para llamar a sus hermanos y contarles sus aventuras. Excluyendo, por supuesto, que su acompañante era Owen. Para ellos, estaba visitando Londres con Rena. Cuando colgó, posteó algunas fotos y se impacientó. Primer defecto que encontraba al fin: Owen tardaba la vida en el baño. Se levantó y golpeó con los nudillos—. Ocho minutos.

Era un tiempo preciso y exacto. Helena iba a echarle en cara cualquier minuto de más. Se puso un temporizador solo para molestarlo con ello. Sin embargo, como si un reloj interno tuviera, Owen salió a los ocho minutos exactos. Se guardó el móvil frustrada por no poder echarle nada en cara. Emprendieron su rumbo a Camden. Donde pasaron una divertida mañana de compras y diversiones varias. Owen estaba relajado. Tanto ese día como el anterior, alguna gente le paró para sacarse fotos y firmarle algo. Él lo hacía encantando. A Helena también, pero ella se daba cuenta de que, sorprendentemente, cada vez eran menos. Los bailarines no eran tan famosos. Si ella lo era más, era debido también al video viral de su caída. Algo que a la gente incomodaba. Fueron comer cerca del Támesis y luego se acercaron hasta la catedral de Saint Pauls. La preciosa construcción con esa impresionante cúpula la dejaron sin palabras. Helena quedó admirada por el edificio e hizo millones de fotografías. Owen la miraba divertido apoyado cerca de ella. 

—¿No fotografías lo más importante? —dijo él con voz grave. Ella se giró confusa—. A mí —Helena puso los ojos en blanco, pero le sacó una fotografía. Igual que hizo él. Luego se hicieron varios selfies que a ambos les encantaron. Pero, que ninguno iba a publicar en sus redes. Era demasiado arriesgado.

Por la tarde pasearon un rato más hasta que, caprichoso, Owen le pidió entrar en la tienda de M&M's más grande. Se rodearon de dulces que Owen le confesó que le chiflaban. Desde que era niño no podía evitar devorarlos. Le encantaban. Comieron de esos dulces y se rieron mucho en esa impresionante tienda que tenía de todo. Se hicieron fotografías que Owen mandó divertido a Jesús. Helena le compró una preciosa bombonera con los M&M's de sus colores favoritos. Ya en el hotel, en gruesos pijamas, se dedicaron a ver un par de películas con una bolsa repleta de M&M's e ilusiones. 

Al día siguiente, Ryan le llamó por la mañana, para contarle ese par de días que habían pasado. Mientras, Helena y él, desayunaban cerca del Tamésis otra vez. Le había gustado ese lugar. Ella miraba el río con melancolía. Era su último día en la ciudad. Quedaron con sus amigos en ese bar y cuando llegaron se notaba que habían pasado un buen tiempo de sexo. Los cuatro, como cuatro turistas, pasaron el día visitando zonas de Londres que gustaban especialmente a Ryan. Su amigo se esforzó en mostrarle los lugares menos turísticos y más tradicionales. Owen observaba de reojo a Helena, que charlaba animada con Rena, y contestaba con picardía a Ryan. El viento le despeinaba su largo cabello suelto, que Owen deseaba atrapar entre sus dedos. Deseaba tanto besarla que le dolía, pero no iba a hacerlo delante de sus amigos. No quería explicar lo que sentía.

Ese tiempo en Londres había conocido a una Helena maravillosa. Alguien dulce, carismático y cercano que le había vuelto loco. Le había dado un vuelco a su corazón. Cuando se despidieron de las chicas tras acompañarlas hotel y recoger su pequeña mochila, a Owen le dolió físicamente dejarla. Como si separarse de ella, fuera a romper esa magia, creada esos días en Londres. La cercanía que sentía con ella le gustaba, pero también le daba miedo. Eran amigos, amantes y se lo pasaban bien. No necesitaban poner etiquetas a lo que sentían. Al fin y al cabo, Helena, le había dicho que no quería ninguna relación. Y él huía de cualquier inicio de ellas. Se había vuelto experto en detectar el amor y correr en dirección contraria. Si no sentía ese deseo de correr, es que entonces, todo estaba bien.

En el apartamento de Ryan, tumbado en el cuarto de invitados, llamó a Jesús. Este le cogió el teléfono al cuarto timbrazo. Se lo imaginó solo en su enorme salón, leyendo algún comic o viendo alguna serie. Owen se relajó al oír la voz de Jesús saludándole.

—¿Te interrumpo? —preguntó por si le molestaba.

—Qué va. Acabó de cenarme una pizza y estaba sumido en la autoculpabilidad por complacer ese capricho —Owen puso los ojos en blanco. Su hermano era muy estricto con la comida y a penas se dejaba llevar por esos caprichos. Si lo hacía, era porque algo malo había pasado. De repente, sintió ganas de volver a casa. De estar con su familia.

—¿Va todo bien? —preguntó preocupado.

—Si todo bien. Estoy terminando el nuevo proyecto en las islas y sabes que me pongo un poco... triste. Me gusta empezar las cosas, pero cuando acaban, me siento un poco... blando —Jesús rio, pero ante el silencio de Owen acabó señalando—: David me ha dicho que ha conocido a un chico. ¿No es demasiado joven?

—Bueno, tiene catorce años. ¿A qué edad te empezaste tú a interesar por las chicas? —dijo despreocupado.

—No es lo mismo —dijo, aunque Owen no supo por qué, ni Jesús se lo explicó —. En fin, me cuesta... Me da la sensación de que a medida que crece, yo me hago más viejo.

—Pero, si fuiste padre muy joven. Jesús, tu hijo, tiene catorce. Tú tienes treinta y siete años. Deberías disfrutar de la vida, anda y dejarte de esas bobadas. ¿Es que quieres encontrar el amor? —su hermano siguió renegando de la edad, de la vejez y de la sensación de que su hijo volaba lejos de él. Una sensación que Owen no podía entender. Pero, Jesús no le contestó a la pregunta. No quería hablar de ello, pensó. Hablaron también de su viaje a Londres, donde Owen habló de sus visitas, aunque no con Helena, sino con Ryan. No quería confesar la cercanía que sentía hacia ella. No quería confesar esa sensación de que formaban algo especial. Aún no.

Helena había decidido tomar algo de distancia con Owen, durante el día, ya que no quería que Rena sospechará de su relación. Sobre todo por miedo a que dudará de su profesionalidad. Aunque ella pudiera pensar lo mismo de compañera. Cuando esa noche, Helena se tumbó sola en la cama del hotel, aún seguía procesando lo vivido esos tres días con Owen. No era ajena a que habían estado actuando como una pareja. Habían estado siendo especiales el uno para el otro. Y eso seguiría siendo así, ya no había marcha atrás. Estaba en sus manos acabarlo o disfrutarlo. Y Helena empezaba a decantarse por la última opción. Quería disfrutar de lo vivido con Owen y lo que aún podían vivir. No iba a renunciar a él solo por la necesidad de poner etiquetas o clasificar lo que sentían. No quería estropearlo pidiendo más o menos. Ese había sido su primer error con Jacob. Su primera relación seria en toda su vida. En seguida, habían necesitado decir que eran pareja. Que se querían. Que eran novios.

Quizá, o seguramente, habían llegado a forzar lo que sentían. Sin tener claro aún lo que pensaban el uno del otro. La relación del ballet tampoco les había ayudado. En el escenario sus cuerpos se movían como si fueran imán del otro. Se atraían y se buscaban. Siempre interpretaban el personaje enamorado. Y supuso que a fuerza de forzarlo, se creyeron ese amor. Abrió su móvil. Buscó su última estancia en Londres antes que esa. Había sido con la compañía y ya estaba con Jacob. En las imágenes se les veía felices. Él la miraba con cariño. Sonreían. Jacob también la había hecho feliz, se recordó. También, habían vivido buenos momentos, antes de que todo se estropeará. Antes de que ella le fallará y él también lo hiciera. Iban juntos en una barca que se hundía. Los dos habían remado en diferentes direcciones. Le saltó una imagen que la dejó perpleja. Aquellafotografía de Jacob, era sobrecogedora. Estaban en el camerino y éliba vestido para su personaje. Aunque aún no se había puesto del todo la camisa. Estaba sentado poniéndose laszapatillas y había alzado la mirada. Sus ojos miraban a cámara, peroHelena sabía que la miraba a ella. Esa mirada de ternura y pícara diversión. También, encerraba anhelos y sueños. Ella entendía esamirada. Esa noche habían brillado, habían llegado muy arriba. Erala mirada de alguien que le decía que lo estaban consiguiendo.Estaban cerca de su sueño. La mirada de alguien que no solo estaba enamorado, sino comprometido. Era una pareja.

Helena cerró el teléfono. Se abrazó fuerte las rodillas. Era la primera vez que le echaba de menos desde su accidente. Echaba de menos a Jacob, a esos momentos juntos, hablando de ballet, de sus sueños, de su futuro juntos. No como bailarín, sino como pareja. Si lo hubieran hecho todo distinto, quizá hubiera sido diferente. En otro mundo, en un universo paralelo, quizá ella no hubiera conocido a Owen en la estación de esquí, haciendo que dudará de su relación. No la hubiera cagado acostándose con él. No se hubieran separado. Su rodilla no se hubiera quebrado. En otro mundo, quizá ambos aún bailaban sobre el escenario, llegando a lo alto, cumpliendo su sueño. Con lágrimas en los ojos, Helena se quedó dormida. Soñó con ese precioso sueño. Jacob y ella volvían a bailar. Él la hacía girar sonriente, los aplausos ensordecían cualquier sonido. Cuando acababa la actuación y se sentaban en el camerino, Helena era consciente del tiempo que había pasado entre ellos. Las heridas que cada uno llevaba con él.

—¿Me echas de menos, mi dulce ángel? —le preguntaba. Helena no tenía respuesta. Salía del dichoso camerino y cruzaba largos pasillos. Corriendo para huir de esa sensación. De huir de esa Helena que ya no podía ser. De su rodilla quebrada, como sus sueños. Corría hasta por Londres, hasta encontrar la tienda M&M's donde un sonriente Owen le lanzaba uno de sus dulces favoritos. Ella corría y jugaba con él. Owen la atrapaba entre sus brazos.

—¿Me echas de menos, mi cisne? —Helena abrió los ojos agobiada y observó el techo de su habitación. Ese día desayunó sin hambre y cogieron el vuelo de regreso al trabajo. Rutina, trabajo y el rodaje. Todo debía seguir. Seguir para olvidar.  

Eva cruzó apresurada la calle. Como siempre iba algo tarde. Jesús la esperaba en el mismo café de siempre, desde hacía un par de años. Antes les acompañaba Ariel, pero seguía de baja maternal. Pero, pronto, la tendrían ahí. Jesús levantó la mirada, acompañado de su asqueroso batido verde. Ella hizo una mueca y pidió su preciado café con leche con un poco de cacao. Nada sano, pero necesario. Se sentó frente a su amigo, que la miró como si hubiera muerto alguien.

—¿Qué pasa? —musitó preocupada. El corazón se le aceleró y le sudaron las manos.

—Por tu culpa ayer me comí una pizza entera, yo solo —musitó en tono fúnebre. «¡Qué pesado es el tío con las dietas!», pensó Eva.

—¿Y por qué es mi culpa? —musitó con una mueca, agradeciendo el café que le acababan de llevar. Como siempre, en su vaso de cartón.

—Te pasaste la mañana haciéndome antojitos con la comida —Jesús sorbió su asqueroso batido y Eva hizo una mueca.

—Si no te pasarás la vida comiendo esos mejunjes asquerosos, no tendrías antojos. Al cuerpo hay que darle vidilla. Esa comida que comes tú será muy sana, pero te quita años de vida. Te quita felicidad —Jesús la miró divertido—. ¿Qué me miras? ¿Tengo algo entre los dientes?

—Nada, es solo que no hemos hablado de...

  —No hay nada que hablar. Somos amigos y lo pasamos bien, ¿no? —dijo Eva levantándose incómoda y apresurada. Cogió su café y salió corriendo. No es que no quisiera hablar de lo ocurrido entre ellos. Pero... en parte, Eva no sabía qué decir. ¿Le había gustado? Sí. ¿Repetiría? También. Pero Jesús era su amigo. Alguien especial para ella y no quería jorobarla con tonterías. Su teléfono sonó y le cogió a su amiga, agradecida de que interrumpiera sus extraños pensamientos:

—¿Cómo ha ido por tierras inglesas? ¿Algo escandalosos, macabro e ilegal que contarme? —Helena rio.

—¡Qué va! Me he portado muy bien. Tanto que no te gustaría —Eva rió. Helena le contó cosas de su viaje. A Eva le sorprendía lo bien que se llevaban. Nunca hubiera esperado que, la pegajosa y pija hermana de su amiga Ariel, fuera una persona tan dulce y cercana. Con un carácter tan divertido— ¿Me estás escuchando?

—A medias. Estaba pensando que me sorprende que me caigas tan bien. Cuando te conocí no te soportaba. Esa niña debilucha, pija con sus zapatos de ballet dando la turra. Has cambiado mucho.

—A peor —dijo Helena sacándole una risa a su amiga—. A mí tampoco me caías bien. Esa cucaracha negra, loca y de ideas suicidas. Pero ya ves... el diablo nos ha juntado.

—Y que no nos separe nunca —musitó Eva divertida. Empujando la roñosa puerta del instituto público en el que trabajaba dando clases de filosofía. Saludó al conserje y se metió en su despacho. Alegre se puso a corregir. Hoy iban a suspender todos, tenía una lección pensada muy divertida. 

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