07.Luna nueva

Estaba en París, la ciudad del amor. El amor que complicaba todas las cosas, pensó Owen. Hubiera sido más sencillo que cuando, fueron creados, ya fueran por Dios o por el universo. Eso le daba igual. No pensaba mucho sobre ese tema. Pero, cuando les crearon y les dieron sentimientos, tendrían que suprimido el amor. Era totalmente innecesario. Desde que tenía uso de razón, el amor solamente le había provocado daño. Nunca le había traído felicidad. Recordó a Helena saliendo corriendo de su apartamento en Los Ángeles. Había intentado seguirla, pero cuando llegó abajo, Helena se había esfumado. No sabía como se había movido tan rápido, o quizás, él tan lento. Pensaba que ella le devolvería las llamadas o mensajes, pero nada. Sabía por Ariel, que Helena había cogido un vuelo ese mismo día, de regreso a casa con Alejandro. Desde entonces, no les había contado mucho. Se había retraído en ella. Encerrado en sí misma y nadie parecía saber más. No la culpaba. Él también necesitaba estar con él mismo. Comprender que le sucedía. Amaba a Helena. Era así. La quería de una forma sincera y absurda, pero no podía decírselo. No podía abrirse en canal y decirle que estaba empezando a imaginar un futuro a su lado, cuando en verdad, quizá nunca pudieran construirlo. Él no quería prometerle algo de lo que no estaba seguro. Tenía tanto miedo a dañarla, que prefería no decir nada. Quizá fuera un error. Agobiado se frotó los ojos. Siguió desayunando en el precioso hotel. Iba a quedarse dos días en París, luego, se marchaban a Berlín. Y así seguirían por Europa un par de meses más. Luego, Latinoamérica y finalmente, algunos países de Asia. Seis meses en total. Y, ella ni siquiera se dignaba a cogerle el teléfono, o a responder alguno de sus mensajes. Como un autómata, volvió a coger el teléfono. Marcó y esperó el mensaje. El pitido de fin de llamada, le dio ganas de tirar el móvil por el balcón. La vio en línea en WhatsApp y le escribió. Ella ni siquiera leyó su mensaje pasados varios minutos. Frustrado, cerró los ojos. ¿Cómo había podido ilusionarse con algo que ya sabía que estaba destinado a fracasar? Unos tímidos golpes en la puerta le hicieron levantarse. Abrió la puerta a una hermosa mujer. Tenía un largo cabello caoba y la mirada de alguien rapaz. Owen la miró extrañado. No esperaba compañía. Ni siquiera la conocía. 

—Me llamo Francine, soy reportera del «Repaur» y teníamos concertada una entrevista. No sé sis lo recuerda, monsieur Larraga —Owen asintió y la dejó pasar. Mike se lo había comentado, claro. Pero estaba tan distraído. Se sentaron en el balcón. Francine era una mujer hermosa, interesante y enseguida, él dedicó todos sus encantos a ella. Aunque Owen se daba cuenta de que fingía un personaje. Como había hecho siempre, solo que ahora no se sentía a gusto. Si Helena le viera se reiría de él, de esa manera que tenía de ligar y ser encantador. Pero, Francine, estaba totalmente a sus pies. Algo que, por primera en su vida, no gustó a Owen— ¿Qué me dice de su corazón, monsieur Larraga, tiene dueña o dueño?

—Es una pregunta difícil de responder... —Owen no sabía qué decir. Se sintió aliviado cuando su teléfono sonó. Vio el nombre de Helena en la pantalla y su corazón dio un vuelco—. Perdón, tengo que atenderlo, es importante —descolgó y saludó efusivamente— Hola, Helena —demasiado efusivo. Sonaba ansioso.

—Owen, quería decirte que... —pero Owen no supo qué quería decir, porque en ese momento, Francine se levantó y tiró todo el café encima de Owen.

—Monsier Larraga, querido, mira como te he puesto. Disculpa —la línea se cortó en el acto. Owen quiso coger a esa mujer y tirarla por el balcón. Sin embargo, solo sonrió, dio por finalizada la entrevista y se quedó solo. Intentó llamarla un par de veces más, pero Helena no le respondió. Ni leyó ninguno de sus mensajes. 

Helena se dijo que no iba a llorar por él. Owen no se lo merecía. Todo eso era un tremendo error. Suyo y de nadie más. Ella sabía desde el primer instante que no la amaba. Él nunca la había engañado. Nunca le había dicho nada que no sintiera. Era ella quien se había empecinado, una y otra vez, en no verlo. En seguir andando ciegamente hacia una relación que no iba a ninguna parte. Se había enamorado de él, punto. Pero de un amor correspondido se sobrevivía, ¿verdad? Mírale a él. Ahí estaba. Disfrutando de París con otra guapa chica con la que acostarse. Una en cada ciudad, supuso. Agobiada, cogió a Mika y salió a pasear. Paso tras paso. Le venía bien para desahogarse. Lo hacían cada noche, pasear, casi correr. Como si huyeran de sus propios problemas. Helena llegó hasta el parque y se sentó a recuperar el aliento. Mika aun con energía perseguía los pájaros. Divertida le sacó algunas fotos que colgó en redes sociales. Al menos, su gente la seguía apoyando. Muchos de sus fans le mandaron mensajes que ella respondió encantada. Aunque estaba sola, se lo sentía menos cuando compartía esos instantes de pantalla a pantalla. Se había puesto el sol. Mika y ella regresaron a paso ligero. Se sorprendió cuando llegó a casa. Un precioso ramo la esperaba en la puerta. Helena no tocó la nota, hasta que no lo tuvo dentro. Era un ramo de rosas blancas y magnolias. Era el mismo ramo que le dieron tras su primera actuación y del que ella aún guardaba flores prensadas. Desplegó la preciosa nota.  

Helena quiso tirar la nota. Destrozar el ramo. Quería olvidarse de Jacob. Pero... estaba tan triste. Tan dolida, tan necesitada de amor. Todo en su vida había fracasado. Sus sueños, sus promesas, sus ilusiones. Y siempre cuando todo eso pasaba, cada vez que caía, solo le quedaba Jacob. No se había dado cuenta antes de que siempre había sido así. Se conocieron por el ballet y se habían apoyado hasta su fin. Aparte de Owen, Jacob era quien mejor la había conocido en el mundo. Más que sus hermanos, más que sus amigas, más que nadie. Conocía lo bueno y malo de ella. Él seguía siendo suyo, y ella había intentado no serlo. Pero, quizá, no hubiera nadie más para ella en el mundo. Cogió el teléfono y marcó.

—Diga —su voz sonaba más grave que cuando le conoció. Eran niños, pensó. Ahora eran adultos.

—Jacob —ella oyó como la respiración de él se cortaba y esperaba. Esperaba que ella diera un paso para acercarse a él. Como cuando empezaban sus bailes— ¿Qué me propones?

—Quiero darte el mundo que te prometí, Helena. Solo eso. 

Owen estaba en Skien. Todo en esa ciudad le recordaba a Helena. Todo. Sus calles, su cielo, su aire. Ahí se habían empezado a conocer. Había pedido alojarse en el mismo hotel. Dormir como lo había hecho hacía poco más de un año. Aunque ya no era lo mismo. Él no era el mismo con las preocupaciones que ahora le acuciaban. No sabía nada de ella. Tres meses de absoluto silencio que le tenían agobiado. Que le dejaban un mal sabor de boca. Lo peor era echarla de menos. Echar menos esa sensación de poder contarle a alguien todo lo que se te pasaba por la cabeza. La alegría de compartir tu día con esa persona, de compartir tus penas. Pero también tus ilusiones y sueños. La echaba terriblemente de menos. Tanto que, una noche, había decidido seguir escribiéndole. Cada día le contaba sus cosas, como si ella estuviera ahí para oírle. Le relataba sus aventuras, sus preocupaciones, sus miedos, sus alegrías. Todo. Si veía algo que a ella le podía gustar, le enviaba una fotografía. Le compraba regalos que guardaba. Quería pensar que cuando regresará, ella le diría que todo había sido un malentendido, y que volvería a estar como estaban. Pero, ¿cómo estaban? ¿Habían sido una pareja? Owen negaba. Eran amigos, amigos especiales. Y quería recuperar a su amiga. A su Helena. 

Jacob le puso el cabello tras las orejas con delicadeza. Hacía tres meses que se habían empezado a ver. Helena no sabía por qué, pero le necesitaba a su lado. Desde perder a Owen y no ser capaz de estar con nadie que le recordará a él, se había sentido sola y perdida. Otra vez. Jacob le había hecho recuperarse a sí misma. Él le había contado que había intentado volver al ballet. Pero, tras varias actuaciones fracasadas y sin química, le rechazaban. Jacob no sabía bailar sin Helena. Pero, lo peor es que no sabía vivir sin ella. Así se lo había confesado sin miedo. No sabía ser sin su buen humor, sus risas y su manera de entenderse. Jacob la amaba. Y, aunque, Helena dudaba de lo que sentía. Sabía que llegaría a volver a sentir por él lo que había sentido. Jacob era su primer amor, aunque luego todo se hubiera estropeado. El primer paso, por supuesto, era perdonarle. Perdonar lo que Jacob le había hecho. Pero, ni siquiera se habían atrevido a hablar de ello. Al menos él, y ella lo respetaba. Él la besó en la ceja y Helena le sonrió.

—¿Estás cansada? —le preguntó. Helena asintió. Divertido, Jacob la cogió como si fuera una pluma.

—Entonces, tendré que llevarte a casa en brazos. Tienes que descansar, mi bello ángel —dijo besándole la nariz.

—No seas bobo. Bájame —dijo ella divertida. Jacob lo hizo y se echó a reír. Cuando lo vio el primer día, él tenía ojeras y parecía más delgado. Desde que se habían vuelto a ver su rostro volvía a estar lleno y sin sombras.  

—¿Vamos a casa? —Helena asintió. Jacob se había mudado hacía más o menos dos semanas, de manera indefinida, con ella. Estaba trabajando como profesor de inglés en un instituto. También daba clases en Madame Lulú con Helena. En este caso, al grupo de las pequeñas. Cuando salieron, Priscila les sonrió.

—Hacéis una pareja encantadora. Fuera de las tablas, más —Jacob le sonrió y como siempre le tendió una preciosa rosa roja que Priscila cogió con elegancia. Helena se preguntaba de donde las sacaba. Jacob siempre tenía flores.

—Gracias a Helena brillamos. Yo no soy más que su humilde seguidor —Helena puso los ojos en blanco y negó. Él la abrazó con devoción. Cuando llegaron al apartamento, Jacob le había preparado una preciosa cena romántica, de sus platos favoritos. Mika saltó a sus brazos contento. Jacob le dio besos hasta cansarse. Helena no pudo evitar pensar en Owen y con una rabia desmesurada se regañó. Owen no era Jacob. No era lo mismo. No podía pensar en ambos. Eso era injusto. Él se levantó y se arregló la camisa con elegancia. Era muy hermoso, pensó. Más que nadie que hubiera conocido. Cenaron a la luz de las velas y hablaron de ballet. Como siempre. De sus amigos, de sus sueños, de sus ilusiones. Jacob la miró intensamente— ¿Cuándo vas a perdonarme? —la pregunta la dejó descolocada, vacía e incómoda.

—No lo sé. De verdad que no estoy enfadada, ni triste, ni dolida —dijo cogiéndole la mano, él le devolvió el apretón—. Es como una herida que sigue abierta. A veces la miró y me mareó. Por eso intentó no pensarlo.

—Helena, hundí tus sueños por culpa del alcohol, y de la situación en que estaba sumido. Nuestro sueño, vaya —Jacob la miró descarnado y triste—. Sabes que toda la vida quería cumplir ese sueño para demostrarles a mis padres que no era como ellos creían. Que era alguien... bueno. Alguien realmente bueno. Sabes como eran —Jacob le mostró las cicatrices. Siempre lo hacía. Le recorrían los brazos y era estremecedor de ver. Su padre le golpeaba cuando él le decía que quería ser bailarín. Las heridas pasadas aún dolían en el presente. Siempre dolerían—. Yo creía que era mejor que él y solo era su réplica. Hice lo que se esperaba de mí. Ser un borracho inútil y fracasado que hundía todo lo que tocaba. Créeme entiendo que no desees perdonarme, yo tampoco lo deseo. Lo intento, pero no quiero vivir olvidando mis errores.

—Jacob, basta. No quiero hablar de eso. Quiero hablar del futuro —ella le cogió las manos y le miró con ilusión, hasta que él sonrió de medio lado—. Nuestro futuro juntos, ¿recuerdas?

—Nuestro —susurró él—. Tú. Eres mi futuro —Jacob la besó. Profundamente. Con un anhelo, deseo y devoción casi místico. Helena se dejó hundir en ese beso. Que les llevó lejos. Lejos de esa infancia triste, que les llevó bailar para escapar. A soñar para sobrevivir. Ese beso les llevó hasta su hogar en Nueva York, donde las tardes tras los ensayos se tumbaban en su sala especial y hablaban de los ballets que querían bailar. De los lugares que querían visitar. De los sueños que querían cumplir. Cuando Jacob era su amor. Y volvería a serlo. Porque Jacob la amaba, y nadie más iba a hacerlo. No de esa forma. No de la forma en que alguien como ellos lo hacían.

Esa noche cogían un vuelo para Ciudad de México. Owen estaba con Ryan en el aeropuerto. Su amigo miraba con picardía a un par de azafatas que les devolvieron la sonrisa juguetona. Owen se miró las manos y ajustó la gorra. Se sentía incómodo, cansado, extraño en sí mismo. Ese viaje le estaba haciendo aprender muchas cosas. Pero también, le estaba haciendo cambiar. Madurar en muchos aspectos que pensaba que había trabajado y solo tenía estancados. Era curioso como la vida, durante temporadas, parecía ser siempre igual. Sin avanzar o aprender nada, sin que nadie cambie, estacando. Y de golpe, en solo un mes, todo se giraba y cambiaba.

—¿Quieres pasarlo bien un rato? —Owen negó hastiado—. Aún quedan un par de horas para coger la escala.

—No me apetece —dijo con voz grave.

—¿Quieres dejar de martirizarte? Creía que no estabas enamorado de ella —Ryan se sentó a su lado otra vez y le miró. Su amigo, al verle tan decaído y raro durante la promoción, no había parado de preguntarle. Al final, Owen se lo había contado todo. Todo lo que había pasado, pero no como se sentía al respecto.

—Y no lo estoy. No es amor. El amor es otra cosa —musitó, más para convencerse a él mismo, que a Ryan.

—A ver zoquete, el amor no siempre es igual, tampoco. A cada persona se le ama de una manera. Porque, primero, cada persona es diferente. Y segundo, tú también eres diferente en el momento en que la amas. No se puede querer igual con quince años, que con veinte o treinta —Ryan sonrió y le dijo—. Yo creo que sí que estás enamorado de Helena. Y eso te tiene acojonado. 

—¿Tú crees? —dijo rendido. No sabía por qué, pero necesitaba que alguien se lo dijera. Él era el paciente, necesitaba el médico.

—Pero a ver... está claro que la quieres —Owen asintió—. Es tu mejor amiga, la persona con quien más te gusta hablar, hacer planes y divertirte —él asintió otra vez—. Pero, también, a quien le cuentas tus miedos, tus inseguridades y tus dudas —Owen asintió y miró a su amigo—. Helena es alguien especial y único para ti. Pero creo que... has metido la pata hasta el fondo rechazando tantas veces esos sentimientos. Rechazándola tantas veces. Pero, tío, en nada volvemos. Las cosas pueden cambiar si le confiesas lo que sientes —Owen asintió más animado. Dos semanas quedaban. Dos semanas y volverían a su hogar. Entonces, quien sabe. Iba a presentarse en su piso y la besaría nada más verla. Le diría que la amaba. Que era todo su mundo. De momento, se conformó con hablarle del aeropuerto. Le mandó un meme que había visto y a que ella seguro le sacaba una sonrisa.

Helena miraba sonriente la pantalla de su teléfono. Owen siempre encontraba algo que le sacaba una sonrisa. Esas conversaciones la hacían sentir culpable. La hacían sentir que era injusta con los demás. Ella no le respondía, ni hacía nada para que él supera que le leía, ya que se había desactivado la notificación. Pero lo hacía. Le gustaba saber de él. No podía renunciar a sentir que Owen la quería de forma especial. Sin embargo, no se engañaba, Owen la consideraba una amiga Alguien especial, pero no importante. No sabía como se tomaría su historia con Jacob. Él dormía a su lado plácidamente, ajeno a su historia con Owen. Ella no había sido capaz de contarle nada sobre su historia. Era mejor así. Era fácil pensar que no había habido nada. Jacob le estaba demostrando que la amaba de manera incondicional. Cada mañana le traía el desayuno a la cama, le regalaba preciosas flores, le preparaba la cena todas las noches. Cuidaba de ella. Adoraba a Mika y estaba haciendo un esfuerzo enorme por conocer a su familia. Cada domingo comían con Tonik e Iván. Su sobrino adoraba a ese hombre alto que siempre le sorprendía con cosas diferentes de dinosaurios. Ella no sabía como lo hacía, pero Jacob siempre era capaz de encontrar detalles que gustaban al otro. Helena veía como Tonik recelaba de él y era más serio que de costumbre. Aunque por ella hacía un esfuerzo, aunque se notaba que su hermano no le perdonaba lo ocurrido. Ariel, en cambio, no había aceptado de buen grado a Jacob. Habían ido a comprar varias veces juntas con Anna y él había cargado con todas las bolsas. Pero su hermana no le había hablado, ni dejado que él le dijera nada. Había sido incómodo y desagradable.

Por lo que respetaba a sus amigas, Nuria estaba encantada con Jacob. Él la estaba ayudando con todo el tema de Londres, lugar al que se mudaba en menos de dos meses. Los nervios y el miedo que sentía no la ayudaban, pero Jacob sí. Además, les estaba dando clases para perfeccionar su inglés y dominar la jerga más común. Sin embargo, ni Eva, ni Alejandro aceptaban a Jacob. Helena iba a las clases de baile de salón sin él, y cuando lo iba a buscar, Alejandro no le dejaba entrar. Jacob la recogía en la puerta sin acritud, aunque ella veía que ambos hombres se miraban molestos. Él no podía perdonarle ni sus ataques, ni su manera de tratarla. Eva, bueno, Eva era otro mundo. Habían cenado una vez juntos y se había pasado la velada atacando a Jacob. De manera mordaz e implacable. Hasta que él, incómodo y triste, se había levantado y marchado.

—Yo no voy a ser su amiga, Helena. Ese hombre no te conviene, te hizo daño y lo hizo a posta. Yo no creo que un tipo así cambie —le dijo su amiga—. Es una serpiente venenosa y te hará daño. Es tu elección. Te quiero, yo estaré ahí para curarte. Pero no para dejar que cometas un error —Helena negó y se levantó enfadada. Jacob había cometido muchos errores. Pero ellos no le conocían como ella. Y, ella también había cometido errores. Se los perdonaban porque la querían. Pero ella también le había hecho daño. Además, no conocían a Jacob. No sabían como es que todo el mundo no crea en ti y lo logres. Llegar a casi tocar esa cima. Pero todo se derrumbe. Te quedas hundido y perdido.

Helena se acurrucó contra Jacob. Él la amaba. De esa forma tan real y romántica que le hacía decir que no podía vivir sin ella. Decirle que su mundo era ella. Y tantas cosas hermosas que a veces le sonaban falsas, pero le daba igual. Necesitaba oírlas. Además, la mirada de él era especial. La mirada de alguien que ve a quien ama. Los ojos no mentían. Al menos, no los de Jacob. Él la apretó contra él y le susurró.

—¿No puedes dormir? —Helena negó y él la besó en la frente—. Recuerda los sueños que tenemos pendientes. Deja que llenen tu mente y dormirás. ¿Qué deseas soñar?  

—No lo sé —dijo nerviosa.

—¿Sabes que sueño yo últimamente? En nuestra boda. Sueño con esa boda que no pudimos cumplir. Con la luz iluminando tu rostro, mientras llegas a mí, que te espero en el altar. Estás tan hermosa en un precioso vestido blanco de estilo...—acabó en tono interrogativo, para que ella pudiera completarlo.

—Sirena, con la espalda descubierta. No llevaré velo, porque quiero llevar el pelo suelto —respondió en un murmullo.

—Y un precioso ramo de rosas blancas. Tu hermano me tenderá tu mano y yo la besaré con delicadez. El cura proclamará nuestro amor, cuando ambos demos, el «Sí quiero» que nos unirá para siempre ante los ojos de Dios y del mundo, como uno solo. Dejaremos de ser uno para ser dos. Tu dolor será mi dolor, tu alegría, mi alegría. Tu amor, mi amor —Jacob la besó y en la oscuridad, ambos se miraron—. Tu familia mi familia.

—Para siempre —Helena le besó y Jacob sonrió entre sus labios.

—Ahora el que no tiene sueño, soy yo —Helena rio y pensó que era dulce vivir así. ¿Que destino podía ser peor que ese? Tener al lado a un hombre que la amaba. A pesar de sus defectos, ambos se habían hecho daño a su manera. Helena tampoco se perdonaba haberle sido infiel, haberse desenamorado de él y propiciado la caída. Él tenía culpa, pero ella también. Este era el futuro que ambos deseaban y habían perdido por los errores del pasado. 

Volvía a casa. Los nervios le hacía apretar el asiento del avión. Quedaban veinte minutos. Diecinueve para ser exactos y aterrizaría. Se había prometido estar un año en su hogar. Necesitaba descansar de viajar. Disfrutar de su familia, de su gente y de su éxito. También, no quería negarlo, de Helena. Por supuesto que de ella. Anhelaba verla y recuperar lo que habían comenzado a construir. Solo faltaban minutos ya y podría decirle la verdad. Que la amaba. No como a nadie que hubiera amado antes. La amaba como nunca más podría amar a nadie. Ella le había reconciliado con el amor verdadero. Le había curado cosas que no esperaba tener rotas. Sonrió al recordarla haciéndole muecas a Anna. Su corazón se estrujó. Quedaban minutos, y podría acercarse, para hacerla rabiar y sonreír a la vez. Como a él le gustaba. Despeinada, enfadada y divertida. Se moría de ganas de verla. El avión aterrizó. A Owen se le hizo eterno el tiempo de bajada, de recoger sus maletas, de salir al aeropuerto. Vio allí a Jesús con su perra Eira. Movía el rabo con tanta fuerza que parecía que iba a salir volando. Él abrió los brazos y su perra saltó lamiéndole toda la cara. Tenía miedo de que no le hubiera echado de menos, pero así había sido. Owen se dejó mimar y se levantó para abrazar a su hermano. Jesús le puso un brazo en el hombro y se miraron sin decirse muchas cosas, pero diciéndoselo todo. Ellos no necesitaban más. Su hermano conducía tranquilo.

—¿Por qué no vamos a mi piso? —dijo Owen incómodo. No quería traicionar sus deseos, pero quería verla. Necesitaba verla. Jesús le dijo que su familia le esperaba en su casa. Así que allí fueron. Le esperaban Ariel y Jules. Owen sonriente les apretó en sus enormes brazos. Besuqueó con delicadez a la pequeña que dormía. Ambos se fueron rápido, porque ya era tarde y la pequeña tenía que dormir. Owen miró el enorme salón de su hermano, que siempre le hacía sentir algo incómodo— ¿Pasa algo?

—Nada. Pero quería estar contigo. Te he echado de menos —indicó Jesús. Owen sintió la extraña sensación de que algo pasaba, pero la ignoró. Se sentaron en el sofá y se pusieron al día, mientras cenaban. Como siempre, con buena comida y cervezas, el tiempo pasaba más rápido. Owen le habló de sus viajes. Jesús le habló de sus negocios. Se hizo muy tarde—. ¿Por qué no te quedas a dormir esta noche? 

Owen no encontró ninguna buena excusa para decirle que no. Además, su hermano parecía cansado. Era lógico que no quisiera conducir. Así que solo asintió. Volvió a tener el extraño presentimiento de que Jesús le ocultaba algo. Estaba preparando el terreno para algo que ocurría. Había algo que debían hablar, pero esa noche no le apetecía. Owen se sentía incómodo. Durmió mal y se levantó con el cuerpo revuelto. Jesús estaba desayunando sin camiseta su inseparable yogur con muesli. Jesús tenía un cuerpo envidiable. Era atractivo sin pretender serlo, algo que le molestaba un poco. Aunque supiera que de los tres, él era el más guapo. Owen se preparó también algo para comer. Antes de tener tiempo de preguntar, Jesús le espetó:

—He organizado una comida en familia para celebrar tu regreso —dijo Jesús rápidamente—. David llegará en un par de horas. Se muere de ganas de verte

—Y yo a él. Le he traído un par de cosas de mis viajes. También para Anna. Bueno, para todos en verdad — dijo algo avergonzado. Ese viaje había pensado más en su familia de lo habitual. Les había echado más de menos. Owen viajaba mucho, pero esa vez, había sido distinto. Había pensado en ellos de verdad. En las ganas que tenía de estar con todos. Sin poder evitar preguntar, dijo —: ¿Vendrá?

—¿Quién? —preguntó Jesús con inocencia, fingiendo desconcierto. Su familia era pésima para la actuación.

—Helena. Vamos, sé que tú, el rey de los cotillas, estás informado. Antes de Los Ángeles, habíamos empezado a... bueno, a salir supongo. Pero la cagué. Ariel te lo ha contado —Jesús iba a mentirle, aunque tampoco confesaría. Owen repitió muy serio— ¿Vendrá?

—Lo hará, pero Owen... —dijo Jesús deteniéndole, al ver la alegría con la que se había levantado, para arreglarse—. No lo hará sola.  

—¿Qué quieres decir? —Owen sintió una losa en el estómago. ¿Había conocido a alguien en esos seis meses? ¿Había vuelto con Alejandro? La cabeza le daba vueltas.

—Quiero decir que sí que sabía lo ocurrido. Todos lo sabíamos. Disimuláis fatal. Y mira que tú eres actor. Pero... Helena lleva un tiempo, bueno... ella volvió y...

—Dilo sin tantos rodeos —le espetó molesto.

—Ha vuelto con Jacob. Parece que viven juntos y... se han reconciliado. Ariel no lo lleva nada bien, pero intenta disimularlo. Intenta hacer que vaya todo bien. Jacob no es un mal tipo, supongo que todo el mundo la caga...

—¿La caga? Ese tío le destrozó la vida. Le hizo un daño que... —Owen no sabía qué hacer con los puños, con las manos, con su cuerpo— ¿Cómo ha podido perdonarle?

—Es su decisión —musitó Jesús, su mirada era cerrada en ese tema. Estaba muy serio— Tonik tampoco lo lleva muy bien, pero no sabe como actuar. Además, Eva no se habla con Helena, por lo que no vendrá. Están peleadas. Helena ha estado muy alejada de la familia todo este tiempo, supongo que no sabe como llevarlo. Pero creo que intenta que todo vuelva a ser como antes y...

—No puede ser. Todo esto es un error. No... Yo la amo, Jesús —musitó Owen desesperado.

—¿Que has dicho? —su hermano le miraba como si se hubiera vuelto loco.

—Que la amo. La quiero. No puedo vivir sin ella. ¿Cómo va a estar con Jacob? —ninguno de los dos dijo nada. Solo se miraron perdidos en esa gran cocina. ¿Cómo había podido perdonarle? No podía ser. Todo debía ser una broma, por su parte. Él sabía que era un poco mordaz y mezquina. Seguramente se estaría riendo de él. Lo había organizado solo para castigarle. Todo esto tenía que ser una broma. No podía ser verdad. 

—¿Por qué te has puesto tan guapa? —Jacob la miraba divertido, apoyado en el umbral. Helena dio una vuelta solo para hacerle que se mordiera el labio y la mirará con descarado deseo—. Vamos, o no respondo por mis actos.

—Eres bobo. Yo siempre voy guapa —dijo cogiendo el bolso. Mika ladró como dándole la razón.

—Si tengo a la mujer más hermosa del mundo a mi lado, es normal volverse bobo, ¿no crees? —Helena le dio la mano y él la besó con devoción. Ella se sintió un poco culpable de llevarle a esa comida trampa. Helena no le había contado nada de su historia romántica con Owen. No le había hablado nada de él. Y ahora... iban a encontrarse. No sabía como se sentiría al respecto. Habían pasado seis meses desde que u relación empezará a florecer para estrellarse. Chocando con Jacob de nuevo, con la Helena que era con él. No exactamente ella, pero casi. La Helena que debía ser. 


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