07.Crazy, stupid, love

Irlanda les recibió con lluvias y tormentas que les dejaban helados hasta la médula. Owen tiritaba cuando Helena le cambiaba la ropa. Ella sentía su piel fría contra sus manos. Agobiada se preocupaba porque él pudiera enfermar, pero no le decía nada. Owen mantenía una sana y respetuosa distancia, desde que se encerraron en el baño del avión, y ella saliera enfadada. Owen le pedía algo que ella no estaba dispuesta a darle, ni admitirle. Eran amigos y se deseaban, estaba muy bien. Pero él había dicho que quería más. ¿Qué era ese más que le proponía? Todo sería distinto si fuera amor, pero él no le proponía amor. Le proponía un acuerdo que a él le convenía por el momento. Pero, Owen era actor y, por tanto, podía fingir el tiempo que quisiera amarla. Aunque no la amará realmente. Ella le veía actuar, por eso lo tenía claro. Podría engañarla muy bien y luego, ella se quedaría destrozada. Si creyera que él la amaba, Owen podría pisotearle el corazón. Y ya era bastante a lo que había tenido que renunciar en su vida, como para dejarse llevar otra vez. No podía enamorarse y joderlo todo otra vez. Suspiró para intentar tranquilizarse. Siguió preparando las ropas que deberían usarse ese día. Concentrada en su trabajo, evitando molestas distracciones y pensamientos. Sin embargo, tras pocos minutos, su mente volvió a pensar en Owen e inevitablemente en Michael. Desde que habían llegado a Irlanda, él se había mantenido algo más serio que de costumbre. Bastante más frío que cuando se despidieron. No había hablado mucho con ella, ni siquiera aceptó su invitación a cenar. Helena no paraba de pensar que él, de algún modo, se había dado cuenta de lo sucedido. Se había marchado asqueado por su falta de decoro. Al fin y al cabo, se había acostado con dos compañeros de trabajo. Algo que visto desde fuera era escandaloso y poco responsable. Unos golpes en la puerta la hicieron girarse, Rena entraba apresurada, cargada. Le pedía ayuda. Fuera el viento era intenso y a penas podían moverse. Nunca había visto un tiempo tan furioso como aquel. 

—Me parece que hoy suspenderán el rodaje. A penas se puede montar el equipo de grabación y los micros no cogerían ningún sonido con este viento. Nos tocará trabajar el sábado —se quejó Rena, ambas organizaron las cajas y esperaron a que la ayudante les comunicará lo que ya sabían. Cerraron el módulo y regresaron al hotel. Quedaron empapadas en dos minutos, el pelo recogido le pesaba a Helena—. Voy a ducharme y meterme en la cama, creo que estoy pescando un buen resfriado —Helena asintió y la observó marcharse agotada.

Por el rabillo del ojo, vio como Owen y Ryan se iban para el gimnasio. Supuso que aprovecharían para entrenar y practicar movimientos. Le hubiera gustado saludarles y charlar un rato con ellos, pero no lo hizo. También subió a su cuarto. Las terribles dudas que la reconcomían por dentro sobre Owen y Michael, y su soledad, le empezaron a hacer mella. Nunca se había sentido sola en sus anteriores viajes, pero ahora, sentía continuamente ese hueco horrible de la perdida. Echaba de menos a sus hermanos, a sus sobrinos. Quería regresar. Sacó su portátil y conectó uno de sus ballets favoritos. Se observó bailar Carmen, era el teatro de Roma. Recordaba esa preciada actuación, tras ella Jacob y ella se quedaron en el vacío teatro, pero aún oían el hecho de los aplausos. Bailaron sin música y cuando acabaron, Jacob la besó. Le prometió que eso era el inicio de su precioso sueño. Y ella le creyó. Gruesas y pesadas lágrimas le corrieron por el rostro. Helena podía engañarse todo lo que quisiera y conformarse con esa vida que llevaba, pero echaba de menos el ballet. Echaba de menos la sensación de ingravidez que da bailar. La sensación de cambiar de piel y ser otra sobre el escenario. Nadie que no hubiera bailado ballet la entendería. Añoraba quien era ella en ese entonces. Alegre, ilusionada, con todo el futuro por delante. Capaz de soñar y enamorarse. Pero, todo truncado. Buscó el video y lo puso en bucle una y otra vez. Oyendo como el hueso se quebraba. Una y otra vez. Hasta que, asqueada y rabiosa, se levantó y salió de su cuarto. Siempre que se había sentido triste, dolida o confundida. Siempre que su vida se había tambaleado, desde que tenía memoria, solo encontraba consuelo en el mismo lugar.

La sala con espejos estaba preparada para una clase de aerobic, pero ella apartó lo que pudo y se colocó en la estancia. En el centro. Su cuerpo no era el mismo. Había ganado peso, pero seguía conservando la figura etérea que le hizo ganar reputación. Realizó los ejercicios que se sabía de memoria, mientras en sus cascos se reproducía «La Danza de los Cisnes». Uno, dos, tres. Movimiento. Respiración. Todo se sosegó a su alrededor. La rodilla le dolía, pero no tanto como las primeras veces. Sabía que no podría bailar nunca profesionalmente, pero no tenía por qué renunciar definitivamente al ballet. Los médicos le decían que podría bailar. Pero la herida interna era la que se lo impedía. Ella quería bailar como antes. Se dejó llevar hasta que notó un fuerte pinchazo y cayó con dolor al suelo. Había colocado mal el pie para evitar el dolor de su rodilla y había caído mal. El tobillo ya se le estaba hinchando. Lágrimas de dolor le cruzaron el rostro. No por el dolor del esguince, a eso estaba acostumbrada. Dolor por otro tipo de heridas. Se arrastró hasta su bolso y buscó el teléfono. Dos timbrazos hasta que se lo cogió. Avergonzada contó lo sucedido. Él no tardó en llegar. Owen la miraba furioso, pero entre él y Ryan, la ayudaron a levantarse. Cargando con su peso, como si no fuera nada. 

—Solo necesito ir a mi cuarto. Con una bolsa de hielo estará bien —dijo en un susurro. Agobiada por el enfado que sentía. Por la humillación de sentirse inútil. Ryan guardó silencio.

—Vamos a ir al hospital. El médico debe examinarte —dijo Owen. Su voz sonaba extraña, muy grave y contenida.

—Estoy bien. Me ha pasado cientos de veces. Solo necesito un poco de reposo y mañana estaré recuperada —Owen no contestó. Ni siquiera la miró, mientras la dirigían al ascensor y al garaje. Ryan dejó que su amigo impusiera su silencio. Cuando le indicó que se quedará para avisar a Margaret y Stirling, ella no le interrumpió. Se dio cuenta de que era la primera vez que le veía enfadado y estaba algo agobiada. Además, odiaba admitir su debilidad. Si tan solo hubiera seguido entrenando, quizá eso no hubiera ocurrido. Si no hubiera dejado pasar tanto tiempo sin el ballet, su cuerpo no estaría tan perdido. Owen se sentía con tranquilidad a su lado en el taxi, mientras el tobillo le seguía latiendo en un dolor sordo—. No hacía falta que me acompañases —dijo ella, molesta consigo misma. ¿Por qué le había llamado a él? Debería haber llamado a Rena. Ella no le hubiera discutido. Él no respondió. Entró con ella al hospital. Esperó junto al médico que la atendió. Mientras le hacían radiografías, y pruebas. Esperaban resultados, cuando Michael la llamó. Pero ella no le cogió la llamada. La conversación que debían mantener era privada.

—Puedes atenderle —dijo Owen molesto, cruzado de brazos—. A tu novio, quiero decir. 

—Michael no es mi novio —respondió ella enfadada. Con Owen y con lo que le había pasado—, solo es uno de los tíos con los que me acuesto.

—¡Que bien! Entonces, formaremos el club de los amantes de Helena. Disfrutaremos compartiendo tips y maneras de hacerte llegar al orgasmo —el tono de él era iracundo y ella le miró. Iba poco abrigado y parecía cansado. Tenso y agobiado. Rabioso le musitó—: No creo que te guste lo que diríamos sobre ti.

—Supongo que estoy acostumbrada a que digan todo tipo de cosas de mí —con orgullo, le pinchó—. Pero, espero que no hagáis comparaciones. Os iría fatal para vuestro ego —el médico entró interrumpiendo su duelo de miradas y pullas. Le volvió a examinar el tobillo y la rodilla. La miró directamente a los ojos y negó con tristeza. Helena odió esa mirada. Odio esa situación. Lo odio todo. El odio era mejor que la pena, pensó.

—La conozco, ¿sabe? A mi mujer le encanta el ballet y adoraba verla bailar. Fuimos a Dublín a verla bailar en «El Cascanueces». Aunque no era la primera bailarina, estaba adorable. Todas las miradas eran para usted. Es una pena lo que le pasó —dijo el entrañable médico, al que ella había odiado segundo antes. Pero él no tenía la culpa—. Su rodilla aún está sanando, pero lo que ha pasado hoy, podría haber sido muy grave, joven. Creo que su médico se lo ha aconsejado, pero el ballet es un estilo de baile muy duro y exigente, debe entenderlo. Aunque pueda volver a bailarlo, nunca podría ser profesionalmente. Y le aconsejaría que siempre que lo practique, sea cuando su cuerpo haya sanado totalmente. Se sienta fuerte. Practique otros deportes antes de volver a bailar —Helena no se dio cuenta, pero las lágrimas salían de sus ojos sin que las pudiera contener. Ella se miró las manos furiosa, incapaz de explicar lo que sentía—. Se trata de un pequeño esguince, le recomendaría que use una vena comprensiva e intenté no dejarlo quieto. Supongo que ha tenido lesiones parecidas antes, pero debe curarlo bien —el médico le recetó antiinflamatorios y calmantes, además de colocarle la venda. Se fueron en silencio.

Owen paró un taxi que les llevó hacia el hotel. La acompañaba meditabundo, sin decir nada. Parecía que su furia se había aplacado. La ayudó a salir del coche y la acompañó hasta su habitación. Donde el portátil seguía encendido, reflejando en la pantalla, el video de su última actuación. Owen apartó la mirada y la miró. Helena odio esa mirada. Esa mirada de absoluta tristeza y compasión. Ella no quería su compasión. No quería la tristeza de nadie y menos la de él. Había cometido un error al llamarle, al exponer su vulnerabilidad ante él.

—¿Por qué te haces esto? —dijo señalándola y señalando la pantalla. Helena quería replicarle algo mordaz, algo que le hiciera daño. Pero se contuvo. Necesitaba hablar, necesitaba expresar lo que le hervía por dentro. Lo que la estaba rompiendo en dos.

—¿Cómo te sentirías si nunca más pudieras volver a actuar? —le increpó ella cansada—. ¿Podrías ser feliz? ¿No lo echarías de menos?

—Claro que lo haría. Echará de menos mi profesión, pero buscaría otro camino. Quizá me haría profesor de actuación, o cocinero. No lo sé —Owen se rascó la cabeza—. Creía que... habías encontrado otras cosas que te hacía feliz.

—¿Mis amantes? —dijo ella con sorna. Él le replicó molesto, como si quisiera que dejarán de bromear y hablará en serio.

—Tu trabajo, tu familia... tus amigos —dijo en un extraño tono que ella no entendió—. Creía que habías encontrado otra forma de ser feliz. 

—Una cosa es ser feliz, algo que no sé si se puede llegar a ser, y la otra ser... tú mismo. No bailaba ballet porque me hiciera feliz. Bailaba ballet porque es lo que era, lo que soy. Bailar es como respirar para mí y ahora vivo ahogándome. No puedo estar así, Owen —ella empezó a llorar de verdad, a sentir que se desmoronaba. Que se rompía en dos al confesar esa herida abierta en su pecho que no lograba curar. Owen cruzó la habitación y la cogió entre sus brazos—. En mi vida siempre lo he perdido todo. Todo, Owen. Perdí a mis padres, con el tiempo perdí al que creía que era el amor de mi vida, perdí mis sueños... ¿Cómo puedo vivir así? —Owen no respondió, solamente la meció suavemente mientras ella lloraba contra su hombro. Era patética. Él debía pensar que era una dramática excelente, una auténtica peliculera. Pero no decía nada. Se dio cuenta de que no quería que él dijera nada, ni hiciera nada. Solo eso. Que la acompañará hasta que se durmiera, llevándose el dolor lejos— Quédate, por favor, no te vayas —y él se quedó.

Owen la observó dormir, sentando en la mesa del hotel, donde ella dejaba sus perfumes. Helena dormía atravesada en la cama. Aún llevaba la ropa de deporte puesta y la trenza mal hecha. Su rostro congestionado de llorar, se veía en calma, ahora que estaba dormida. Su corazón le pinchó. Estaba cansado, quería quitarse los zapatos, y meterse con ella en la cama. Mientras fuera, el viento y la lluvia, arañaban con furia los cristales. Sin embargo, no podía dejar de mirarla. Con una extraña sensación opresiva en el pecho. Cuando le había llamado, su corazón se había disparado. Pero, cuando le había contado lo ocurrido, a Owen se le cayó el alma a los pies. Asustado habían corrido con Ryan hasta la sala, para encontrarla en el suelo, con cara de dolor. Entonces, oyó la música clásica y la rabia le cegó. Sin embargo... ahora, ahí, con toda la rabia desaparecida, se sentía herido. Ella le había dicho: «Perdí a mis padres, con el tiempo perdí al que creía que era el amor de mi vida, perdí mis sueños... ¿Cómo puedo vivir así?». Él no había sabido como responderle. ¿Qué podía decirle? Ahora se le ocurrían cosas. Tienes a tus hermanos, Tonik te quiere como a una hija y Ariel te adora. Tus sobrinos te necesitan, eres su tía favorita. Eso le habría hecho sonreír. Aunque él odiará admitir que Anna la prefiriera. Tus amigas no podrían quedarse sin tus bromas. Y... aunque lo perdieras todo... estoy yo. Eso podría haber servido, pero para ella, él era otro amante. Sin embargo, le había pedido que se quedará. Esa mirada. Esa mirada de necesidad. No, él... no era otro para ella. Pero... ¿qué era? Esa duda le atormentaba. Le asustaba. Él no podía darle, quizá lo que quería, y no quería dañarla. 

Helena se removió inquieta, y él se acercó. Las manos de ella le encontraron y él se tumbó a su lado, quitándose los zapatos. Ella se arrebujó contra él. Y Owen admiró lo bien que encajaba a su lado. Su corazón ya no le dolía. Cerró los ojos y aunque pensaba que no podria dormir, se quedó dormido. La noche pasó sin sueños. Cuando abrió los ojos, ella no estaba en la revuelta cama, pero oyó agua correr en el baño. Sin pensarlo dos segundos, se levantó buscándola. Helena estaba dentro de la bañera, como si fuera una marquesa, divertido la observó.

—¿Sabes que me estoy haciendo pis? —dijo él con picardía. Ella se encogió de hombros indiferente.

—Meterme ha sido fácil, pero tendrás que ayudarme a salir —dijo como una princesa herida y caprichosa, lo que hizo reír a Owen— Si tienes que hacer pis antes o lo haces delante de mí o tendrás que salir —él puso los ojos en blanco. Decidido se bajó un poco el pantalón. Helena apartó la mirada escandalizada y avergonzada.

—Ya sabía que era todo fachada —señaló él, pero suspirando, se puso las zapatillas y salió de su cuarto. Fue doce puertas más para allá y entró en su desordenada habitación. Hizo sus necesidades y cogió ropa. Si ella quería jugar, iban a jugar los dos. Volvió a su cuarto y entró en el baño. Ella seguía sumergida en el agua caliente, con los ojos cerrados, disfrutando. Fuera, seguía diluviando— ¿Por dónde íbamos? Tengo que sacarte... 

—Aún no —dijo ella moviéndose a gusto. Owen sonrió. La bañera era grande y él deseaba probarla. Se desnudó y se metió con ella. Helena se apoyó contra él a gusto. El agua estaba ardiendo, pero se estaba muy bien. El sonido de la lluvia era su compañía. Owen se hubiera quedado ahí eternamente—. Me gusta este hotel. He estado en muchos diferentes, pero esta bañera es un lujazo —él no quería decir nada. Estaba demasiado relajado. Era demasiado cómodo hacer algo así. Con cariño le masajeó la espalda, le lavó el pelo. Ella se dejó hacer bajo sus manos, dulce y cariñosa. Owen se estremecía. Cuando ella giró contra él, la espuma le rozó el cuello—. Pensaba que te irías.

—Me pediste que me quedará —Owen notó su voz tensa y grave. Carraspeó un poco para deshacer el nudo que tenía.

—Pocas veces haces lo que te digo —dijo ella haciendo un mohín. Owen sonrió, seguramente parecía un bobo mirándola así, pero no podía parar. Le gustaba verla de esa forma—. Gracias por cuidar de mí.

—Es un placer. Puedes añadir otra más a mis cualidades. Buen cuidador —murmuró desafiante.

—Veamos, la lista es: perfecto cocinero, buen amigo, buen cuidador, excelente amante —dijo picarona.

—Me gusta ese último punto —él le mordió la oreja divertido, ella se apretó contra él. Sin poderlo evitar replicó—: ¿Y las negativas?

—Irritante, algo obsceno, demasiado zalamero y actor —Owen rió sin poderlo evitar. Auque ese último punto le molestaba. 

  —¿Por qué te molesta tanto que lo sea? —se daba cuenta de que ella siempre se tensaba ante su profesión. No entendía por qué y detestaría que fuera por una razón clasista, muchos bailarines de ballet o músicos, consideraban la actuación un arte inferior.

—Porque podéis mentir y los demás no lo saben —respondió sorprendiéndole. A Owen le pareció demasiado vulnerable y quiso besarla, pero se contuvo. Ella no era de las que quisieran ese tipo de afecto cariñoso—. Además, finges acostarte con otras. Eso es... horrible —Owen rio molesto, pero tuvo que darle la razón en que era algo... bueno, inquietante. Él no podría verla fingiendo acostarse con otro. ¿Eso era malo? No tenía respuesta. Cuando ella le besó, él la recibió con ganas. Helena era su tentación y tras lo ocurrido el día anterior, necesitaba tenerla así entre sus brazos. Besarla, sentirla cerca. Ella se dejó hacer y cuando él entró con delicadez y reverencia, se hicieron el amor con ternura. No con esa pasión descarnada que siempre sentían. Esa sensación de desgarrarse el uno al otro. Sin embargo, le llenó de gozo esa nueva sensación de pertenencia. Cuando la vio llegar, su cuerpo se dejó ir con ella. Volaban juntos a ese lugar del que no deberían salir nunca.

Michael paseaba nervioso por el vestíbulo. Le habían contado la caída de Helena practicando ballet. La había llamado varias veces, pero ella no se lo había cogido. No podía culparla. Tras la llegada a Irlanda se había comportado como un imbécil con ella. Evitando casi siempre verla o responder sus mensajes. Incluso, rechazó una invitación, por su parte, para ir a cenar. No es que su interés en ella hubiera disminuido. ¡Qué va! En todo caso, seguía muy interesado en ella. Si no que sentía que ella le vería la pena que le acompañaba y no se veía capaz de justificarse del todo. No quería contar el porqué le dolía lo ocurrido, ni entendía muy bien lo que sentía. Sin embargo, todo había cambiado con su caída. Necesitaba verla, pero no quería agobiarla. Ese día, tras dos días de lluvia y viento infernal, el tiempo había mejorado y podrían grabar bastantes escenas. Margaret y Rena se acercaban charlando. Fueron ellas las que le comunicaron que Helena aún debía reposar un día más. Si no fuera por la rodilla, sería distinto. Él asintió. Ambas se marcharon para preparar el vestuario de los extra. Molesto, se tomó otro café, y salió al claro y ventoso día para grabar.

A media tarde, volvió a llamarla. Esa vez sí que pudieron hablar. Aunque a Michael le pareció una conversación fría y algo tensa. Supuso que ella debía sentirse extraña por su comportamiento. Y la verdad, es que él tampoco sabía muy bien justificarse. Cuando acabaron, pasaba la hora de la cena. Aunque estaba hambriento, pero deseará castigarse a sí mismo por idiota, se fue a su cuarto directo. Alegando que no tenía hambre. Pero en el último momento, inseguro, se desvió. Ella le abrió la puerta confundida, despeinada y cansada. Sin pensarlo, entró y la besó. La besó notando ese extraño sabor que ella siempre tenía. A dulce y salado a la vez. Su lengua exploró cada rincón. Y con habilidad la cogió entre sus brazos. Ella le pasó las piernas alrededor y él creyó enloquecer. Sin embargo, con suavidad, ella le puso los manos en el pecho. 

—Michael, antes de nada, creo que deberíamos hablar. Has estado muy extraño este tiempo. Si hice algo que te molesto o... —él la besó con fervor. Helena le encantaba. Hacía tiempo que una mujer no despertaba eso en él. No solo la deseaba, sino que le tenía aprecio, y le parecía interesante. Bella, despierta, divertida. Era especial.

—Lo siento —dijo, sentándola en la cama—. No fue tu culpa. Es solo que... —se dejó caer a su lado, y ella le miró con comprensión—. Helena, hay cosas de mí que no cuento a todo el mundo, ¿sabes? —asintió confundida, esperando que él se explicará mejor—. Quiero que entiendas que soy así, y que a veces, necesito espacio y tiempo. Pero me gustas, me gustas mucho. Y me he preocupado al pensar que te habías hecho daño.

—Estoy bien —dijo ella compungida—. Solo es un esguince, si contará cuantos he tenido creo que no acabaría ni mañana —él le veía algo diferente y quiso preguntarse que era, pero no tenía tiempo para ello. Deseaba besarla hasta cansarse. Sin embargo, ella le paró y señaló—. Verás, Michael. Eres un hombre maravilloso y absolutamente perfecto, pero...

—Conozco esos pero —dijo él y maldijo su suerte. Ya esperaba lo que ella le diría, al fin y al cabo, él mismo había impuesto una extraña distancia. Nadie en su sano juicio comprendería esos silencios. Aun así, le molestaba—. Esta vez no pondrás la excusa del trabajo. 

—No, aunque creo que es un factor fundamental para lo que te diré. Pero, creo que no es buena idea que... sigamos, viviendo esto. Tú tienes tus secretos y yo tengo los míos. Pero, aunque nos entendemos fenomenal en la cama, creo que ambos sabemos, que siempre será eso y nada más. Y que alguno de los dos acabará haciéndose daño con esto —él asintió. Ella tenía razón—. Me alegro de que lo entiendas —Michael la besó. La besó con pasión y anhelo, pero era una despedida. Él sabía que ella había llamado a Owen, sabía que él había estado esos días allí. Vio su sudadera tirada en la silla. Él había visto como él la miraba, con ese rostro de anhelo. Stirling sabía cuando retirarse. Cuando había secretos importantes.

—Siempre que quieras, solo llámame. Como amante y como amigo —le dijo. Luego se levantó para salir. Sus confusos sentimientos le hacían sentir que eso no estaba bien. Helena era alguien importante para él, sin embargo, él nunca podría darle lo que ella quería. Salió dejándola sentada, observando la noche.

Owen vio como Michael cruzaba el vestíbulo para adentrarse en la noche. No sabía que le llevaba con esa mirada triste, pero no preguntó. El director era alguien extraño y silencioso. No sabía que Helena veía en él. Quizá su misterio. No sabría decir. Se despidió de Ryan y subió hasta su cuarto, pero en el último momento, giró para llamarla. La oyó acercarse y cuando le abrió, él la besó sin detenerse a pensar en si alguien les veía. Helena le apretó contra sí, despreocupada y sonriente. Con mirada picará, le dijo:

—¡Qué efusividad! ¿Ha ocurrido algo? —él negó y la apretó contra sí con ganas de abrazarla—. Tengo ganas de volver mañana.

—Mañana grabaremos varias escenas de batalla muy importantes —dijo él emocionado. Cenaron en la habitación del hotel hablando con entusiasmo de la película. Owen se sentía tan feliz de estar compartiendo esa experiencia con ella. Además, de que estuviera implicada. Helena habló de los extras, de la ropa, de la batalla. Él se emocionó al verla tan ilusionada. Pero, se dio cuenta de que ella, también, parecía algo alicaída y pensativa. Sin poderlo evitar, preguntó—: ¿Te ocurre algo?

—Antes ha venido Michael —dijo ella nerviosa. Owen se tensó, preparado para escuchar lo que ella le dijera, aunque fuera incómodo. Aunque quizá fuera sobre sus sentimientos—. No sé por qué, pero le he dicho que teníamos que... bueno, dejar de ser amantes. No por la película, ni nada... sino porque él no sé si quería más. Yo no estoy preparada para ello. A veces creo que ya no creo en el amor... o quizá, creo demasiado en él. Y quiero conocer a alguien a que me enamoré de verdad —un pinchazo atravesó el corazón de Owen—. Alguien que haría de lo imposible algo posible solo por mí —luego, con ligereza, le miró y preguntó, esperando su consejo—: ¿Crees que he hecho bien? 

—Por supuesto —dijo Owen, ella asintió y siguió comiendo su postre. Él se sintió de repente agobiado. ¿Esperaba que él le dijera algo romántico? No. Ella había dicho que no estaba preparada para ello, que quería alguien que diera la vuelta a su corazón. Algo que él no había hecho, ¿o sí? Pensativo y confuso, indicó—: Pero... entonces... ¿Qué pasa conmigo?

—¿Contigo? —dijo ella comiendo, algo que le pareció muy divertido a Owen. Le dio ganas de cogerle esos mofletes y besarla—. Somos amigos y... buenos amantes. No hemos hablado de... —él negó y dijo solo por picarla:

—Obviamente, estaba seguro de que a mí como amante no se puede renunciar —ella puso los ojos en blanco y él siguió bromeando. De esa forma, el corazón acelerado de Owen, se fue calmando. Él no sabía si estaba enamorado, ya no sabía lo que era eso. Pero, estaba seguro de que no quería que eso fuera a acabar. 

Owen se había marchado nada más acabar la cena, para descansar. No podía negar que hubiera esperado que él le dijera algo romántico. Parte de ella deseaba que él se levantará y le ofreciera la luna. Aunque ambos sabían que no se amaban en verdad. Únicamente quería que alguien la quisiera. Volver a sentir esa sensación de tener ago especial. Pero, esas cosas no se podían forzar. Para distraerse de tan agobiantes pensamientos, llamó a Tonik hasta que se quedó dormida a media conversación.

Por la mañana, el cielo seguía siendo plomizo, pero sin lluvia ni viento. Se abrigó bastante y bajó al vestíbulo, donde saludó con cordialidad a Michael, que hablaba con Margaret. Rena y ella fueron a por un café y se pusieron al día. Su amiga estaba fuertemente resfriada, pero ese día, estaban entusiasmadas. El día de la épica batalla de la película. Las escenas más importantes. Los actores bajaron poco tiempo después, juntos. Los chicos hablaban animados con las actrices, que parecían estar algo asqueadas. Helena puso los ojos en blanco. Owen pareció darse cuenta de ese gesto porque la miró con burla en el rostro. Todos se marcharon para la grabación. El lugar donde grababan quedaba a un buen trecho de camino. El día pasó en una nebulosa de ropa, peinados, moverse entre la gente, barro y sangre falsa. A pesar de todo, fue un día muy satisfactorio para todo el rodaje. Como del hotel a los grandes campos de rodaje, había unas dos horas en coche, el equipo sugirió acampar. Así podrían grabar al amanecer y las grandes secuencias quedarían acabadas. Luego, habría muchas, muchas más escenas que grabar. El convoy contaban con pequeños sofás y coches donde dormir. No era lo más cómodo, pero se podía estar. Además, habían montado grandes tiendas de campaña, donde guardar el equipo y descansar. Owen se le acercó divertido, hablando con Ryan.

—Hay que acostumbrarse a la improvisación —señalaba Owen a Ryan, que le hizo una mueca. Rena murmuró también asqueada, pero Helena no la oía. Owen estaba demasiado impresionante con esa armadura vikinga. Su rostro surcado de suciedad y sangre, toda falsa. Entraron el pequeño camerino a cambiarse. Él y Ryan tenían uno cada uno, igual que sus compañeras. Hacía un buen rato que las dos actrices se habían cambiado y duchado, para regresar al hotel. Sus escenas sí que ya habían acabado y no querían pasar ni un segundo de más allí. Helena lo devoró con la mirada— ¿Qué miras así?

—Te queda muy bien —dijo tocando su pecho—. Estás muy sexy —Owen la miró con picardía y le sonrió de medio lado. De esa forma que le encantaba. Sin pensarlo, ambos se devoraron el uno al otro. Helena sabía donde estaban todos los cierres de su ropa, por supuesto, pero le dejó hacerlo a él. Era divertido verle intentarlo. Aunque era mucho más excitante verlo con esa ropa, como si de verdad viniera de una batalla. Owen la miró con ferocidad, y más cuando entró en ella con brusquedad. Se hicieron el amor con pasión. Cuando se dejaron llevar, Helena abrió los ojos sorprendida, de lo que ese hombre le hacía sentir. Él la besó y bajó con delicadeza.

—¿Te duele el tobillo? —le preguntó con ternura. Mientras, ella se recomponía y lo ayudaba a ponerse el chándal y quitarse toda la porquería de maquillaje.

—Estoy bien —dijo, quitándole importancia al dolor—. Ahora, cuando cené, me tomaré unos calmantes.

—De acuerdo, cariño —la palabra salió con tranquilidad de sus labios y ella le miró entre sorprendida, y aterrorizada. Ya estamos otra vez, pensó. ¿Por qué le decían esas cosas si no era verdad? Pero él estaba mirándola con tranquilidad y ella se sintió derretir. Sin duda, no lo había dicho como si esperará algo de ella por su parte. Solo porque así lo sentía. Por qué en parte la quería. Su corazón latió acelerado. Ambos salieron a la noche estrellada, donde la mayoría ya estaba cogiendo la improvisada cena de una de las caravanas. Rena se acercó y Helena se marchó con ella charlando. 

Owen la observó alejarse. Fue consciente de que ella cojeaba un poco, y que seguramente le dolía. A ver si se tomaba ya los calmantes. Esa noche en un coche o tienda de campaña seguro le pasaría factura. Pero se la veía ilusionada, así que no iba a decir nada. Ryan se le acercó arrebujándose en su sudadera y chaqueta.

—Tío, deberías cortarte un poco. Se oía todo desde mi caravana —le dijo su amigo quejándose. Owen sonrió—. Quita esa sonrisa de satisfacción.

—Vaya, vaya... ¿Así que nos has oído, cielito mío? ¿No estarás celosón? —Owen reía, Ryan puso los ojos en blanco.

—Así que por eso quieres a ese culito respingón para ti, maricón. Vaya con todo ese rollo de la familia —Owen le miró molesto, pero su amigo indicó—: Recuerda, no enamorarte. Si no todo se estropea —Ryan se fue a por comida, asustando a Rena y Helena, que rieron de buena gana. Él la observó en la distancia. Su corazón latió acelerado. La había llamado cariño, casi sin pretenderlo. Pero es que Helena le hacía sentir cosas, que no se había replanteado en mucho tiempo. Le hacía desear cosas y soñar cosas que no eran posibles. Y ella le había dicho, que quería alguien que hiciera posible lo imposible, pero ese no era él.

Ariel miró a su bebé mientras dormía. Era tan hermosa y perfecta que le dolía el corazón. Cogió el pequeño aparato que le anunciaba que su bebé necesitaba algo. En pijama se adentró en el salón. Jules estaba cómodamente tumbado mirando el móvil. Cuando ella se acercó, le mostró una imagen de su hermana y Owen comiendo en el suelo, cerca de una fogata. Ambos se veían contentos, aunque algo muertos de frío y cansados. Ariel se tumbó al lado de su marido que la apretó fuerte con dulzura.

—Me ha dicho Owen que esta noche dormirán en tiendas de campaña. Está preocupado por el pie de Helena, pero ella se queja de que se preocupa demasiado —Jules la besó en la frente. Tumbada entre sus brazos se sentía feliz. Ariel se incorporó para mirarle a los ojos. Esos ojos que le gustaban tanto. Él sonrió de medio lado misterioso—: ¿Cuándo crees que se darán cuenta?

—¿De qué? —dijo ella, fingiendo confusión.

—De que se quieren —dijo él como si fuera lo más natural del mundo. Ariel llevaba tiempo pensándolo también. Eva, cotilla hasta la muerte, le había contado lo sucedido en la discoteca. Jules y Ariel sabían también que en su boda se habían acostado. Ninguno de ellos se había emborrachado y los habían visto desaparecer juntos. Ambos lo llevaban hablando desde hacía tiempo, pero sus hermanos eran herméticos en ese tema. Y quizá, Jules y ella, eran unos cotillas acabados.

—Supongo que cuando estén preparados. No me hagas de celestina, anda nakama —Jules se rio contra su oreja, haciéndola estremecer. La besó en la raíz del pelo con ternura. Ambos se relajaron, cuando él puso una de sus últimas canciones, en el reproductor del hogar. Las notas calmaron su mente. Ariel se dejó mecer por su marido. Su mundo, su mitad. Ojalá su hermana se diera cuenta pronto, y pudiera disfrutar, de lo que es sentir un amor así. 

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