06. Sin compromiso
Dos semanas después, Stirling indicó que todas las tomas de Skien estaban finalizadas. Se marchaban para Irlanda a rodar lo más grueso de la película. Sin embargo, debido al ritmo frenético con el que habían trabajado, decidieron darles a todos una semana libre. Sobre todo para poder visitar a sus familias. Helena y Owen se miraron contentos a través del grupo. Volvían a casa, verían a su sobrina Anna, que ya estaba enorme, y también a sus hermanos. Él le guiñó un ojo divertido, Helena sonrió. Alegre se iba a acercar a charlar con él para coger el vuelo y todo, cuando el brazo de Michael, la atrapó. Le pidió un momento con un gesto y ella esperó. Habían cenado un par de veces más juntas. Noches maravillosas y divertidas. Michael era un hombre atento, cuidadoso y detallista. Y ella tenía toda su atención. Y en el sexo era... bueno, bastante bueno la verdad. Pero... a pesar de todo eso, ella no podía parar de pensar en Owen. De cómo Owen la hacía sentir cuando estaban juntos. Algo que la estaba volviendo loca y le molestaba. Pero, no podía evitar mirarle, hacerle algún guiño o sonreírle. Se había dado cuenta de que le gustaba. Le gustaba como era, como le sonreía, y como ella sonreía con él. Pero, porque se estaba convirtiendo en su amiga, nada más. Y de su rechazo inicial, se iba transformando en un cariño especial. Michael, en cambio, no era su amigo, era su amante. Tenían citas y momentos especiales. Y, la verdad es que debía empezar a dejar de pensar tanto, y simplemente dejarse llevar. Michael se acercó hacia ella. Estaba muy atractivo en esos tejanos oscuros y sudadera. Le sonrió, aunque se le veía cansado.
—Me preguntaba si te apetecería que fuera contigo a España estos días —dijo Michael cuando se quedaron solos.
—¿Conmigo? —preguntó ella confundida. Él le lanzó una mirada traviesa y pícara.
—Sí, me gustaría conocerte mejor Helena. Eres una mujer maravillosa y estoy... muy interesado en ti —su tono de voz era dulce, divertido. Pero, también era algo más. Algo que ella aún no quería pensar.
—Pero... Michael, eres el director de la película en la que trabajo. Si mi jefa se enterará, probablemente me despediría y... —él la silenció poniendo un dedo en sus labios. Algo que a ella le revolucionó el corazón.
—Dime si te apetece o no, pero no pongas la excusa del trabajo. Ya te he dejado claro, que somos adultos, y nadie se va a meter en eso. ¿Te apetece que venga?
—Quería pasar tiempo con mi familia y mis amigas —dijo ella algo preocupada. Él le cogió el rostro entre sus manos.
—Entonces, solo tienes que dedicarme el tiempo que quieras y el resto pasarlo con tu familia. Pero... la verdad es que me gustaría conocer a tus amigas. Saber si ellas también me encuentran ardiente... — Helena le miró divertida, y él la acercó con delicadeza— ¿Te apetece, o no, que venga contigo? —Helena no sabía qué decir. Le apetecía que viniera, claro que sí. Ir a cenar juntos, divertirse y... presentarle a su hermano. Sí, podía ser muy divertido. Asintió y él le dio un casto beso en la frente. Luego, ambos se despidieron para preparar su equipaje.
Owen tenía ya su maleta lista. Esperaba en el vestíbulo con ilusión. Siempre sentía lo mismo a su regreso a casa, entre rodajes. La sensación de dejar algo triste atrás, pero la emoción de volver con nuevas aventuras a casa. Nunca llegaba a acostumbrarse. Miró otra vez a los ascensores, esperando verla llegar. El día anterior, habían estado hablando sobre su regreso, pero ella parecía algo hermética durante la cena. Aunque, no supo bien por qué. Cuando la puerta se abrió, y la vio salir sonriente en ropa cómoda, él también sonrió. Pero la sonrisa se fue escapando de su rostro al ver quién la acompañada. Michael Stirling le hizo una broma y ella río. Algo que hizo que el estómago de Owen se tensará. Ryan le dio un codazo a su lado. No le había estado prestando nada de atención. Se giró a su amigo que le miraba algo molesto. Ryan había decidido que le acompañaría a su vuelta. Para una sola semana no quería regresar a su piso en Londres y su madre estaba de viaje. Ryan quería aprovechar para conocer a Jesús y Z-Lech.
—Buenos días, chicos —dijo el director, que pasó un brazo cariñoso por los hombros de Helena, que agachó la mirada—. Parece que todos tomamos el mismo vuelo —los cuatro se dirigieron algo nerviosos en taxi hasta el aeropuerto. Owen lanzó algunas miradas de reojo a Helena que no le devolvió el gesto. Él ya sabía que estaban liados, pero... esperaba que estos días... bueno ella fuera... ¿En qué pensaba realmente? Ella era su amiga. Pero, había deseado tener intimidad a su lado. Disfrutar de su familia. La familia que compartían. Suspiró y decidió obviar todo eso. Si ella estaba con Michael Stirling, él debía dejarla en paz. Los pensamientos de Owen eran cada vez más molestos y confusos. Más cuando tomaron asiento en el avión. Ella miraba por la ventanilla y él intentó hacer lo mismo. Se puso música, e intentó fingir que dormía. Sin embargo, cuando la vio levantarse e ir al baño, por puro instinto, la siguió. La atrapó cuando salía y la volvió hacer entrar. Buscando intimidad.
—¿Se puede saber que...? —él quería decir algo o preguntarle algo, pero cuando vio sus labios entreabiertos y su sorpresa, la besó. La besó con tal necesidad y ardor que se sintió desequilibrado. Los ojos de ella se cerraron. Él la abrazó y apretó contra sí mismo. No necesitaba nada más que eso. Sentirla. Sentir que ella se derretía a su lado, que le correspondía. Pero sus manos le empujaron—. Owen... Owen para.
—Helena... yo... —¿qué iba a decirle? Las palabras se le atascaron en la garganta y la miró confuso. Fue entonces, cuando ella le besó y le mordió el labio con fuerza. Lo apretó contra ella, para luego apartarlo.
—Owen estoy con Stirling... esto no puede pasar ahora —ella se masajeó la cabeza como si le doliera—. Él es un buen hombre y me gusta y...
—Lo siento —Owen se separó de ella, y le dolió hacerlo. Le dolió como si físicamente estuvieran pegados y se le despegará la piel. Necesitaba tanto besarla, hundirse en ella y perderse. Para encontrarse juntos —. Tienes razón. Somos amigos, somos familia... está claro que nos deseamos —ella asintió y le miró con una profunda extrañeza—. Hasta ahora estábamos sin compromiso. Pero, si estás con alguien, o yo estoy con alguien; no es justo para esa otra persona.
—Me alegro de que lo entiendas —Helena se separó y le dejó salir. Owen lo hizo, y a punto estuvo de chocar contra Michael, que se acercaba.
—¿Está bien, Helena? —le preguntó. Owen quiso arrancarle la cabeza, pero solo indicó:
—Se ha mareado. Enseguida estará bien —Michael volvió a su asiento al ver que él no iba a dejarle entrar. Cuando Helena salió, ambos regresaron, y Owen se hundió en su asiento, el resto del vuelo.
Helena corrió por el aeropuerto como una boba. Lanzándose a besar a su sobrino, que no paraba de gritarle: «tita, tita», agitando un cartel mal hecho. Ella se dio cuenta de que había dibujados dos dinosaurios. Le dio tantos besos que le empezaron a dolor los labios. Luego, se abrazó a su hermano. Por el rabillo de ojo, vio como Jesús y Owen, se abrazaban con cariño. Y como su cuñado Jules, saludaba a Ryan, con elegancia y frialdad. En su perfecto papel de Z-Lech que a ella siempre le sorprendía. Helena se giró para presentar a Tonik a Michael, que la miraba con ternura. Tonik agrandó los ojos sorprendido, pero con su manera de ser tranquila, enseguida se llevó bien con el director. Iván arrugó la nariz.
—¿Por qué hablas raro papi? —dijo. Helena se echó a reír.
—Michael no habla español, pequeño Alan Grant. Así que debemos hablar en su idioma. Pero si quieres saber algo, me preguntas y yo te lo digo. Y si le quieres decir algo, lo mismo —Iván asintió y le tendió su manita. Michael se la cogió como si fuera un hombretón grande y fuerte. Lo que les hizo reír a todos. Luego, su hermano también saludó a Owen con cariño. Iván estaba encantado de volver a ver a su colega. Finalmente, se marcharon del aeropuerto hacia casa de su hermano. Allí, ella se sorprendió de saber que Nuria y Eva, estaban preparando la comida.
—No sabía que vendrías acompañada —le susurró Tonik, mientras su hijo y Michael salían del coche. Ella le dio un tierno beso en la mejilla y señaló.
—Michael quería conoceros. Será divertido —Michael sonrió con cariño a Helena y asintió dándole la mano. Luego, entraron al sencillo hogar de su hermano, donde sus dos alocadas amigas empezaron a achucharla y hablar en un rápido español, que desconcertó a Michael. Tonik le tendió una cerveza y eso sí pareció calmarlo. Se sentaron a comer la rica comida que había preparado su grupo, y Helena se sintió ligera. Michael era encantador, agradecido y sencillo. Para nada como ella había supuesto, o alguien podía creer por la prensa. Era un hombre atento, que se ganó a su hermano enseguida. Pero, también, a sus amigas. Cuando se quedaron solos, él le dio la mano y ella nerviosa preguntó—: ¿Qué te ha parecido mi hermano o mis amigas? ¿Cómo esperabas?
—Por supuesto, pero mucho menos alocados de como me dijiste —eso le hizo reír—. Tengo que irme al hotel —dijo acariciándole el rostro con ternura—. Tú debes quedarte con los tuyos. Disfrutar un rato. Mañana si quieres podemos cenar juntos —Helena asintió agradecida y le dio un casto beso en los labios. Era precioso que tuviera en cuenta sus deseos y necesidades. Michael le devolvió le besó, pero le mordisqueó el labio juguetón. Luego, con cariño, se despidió de su gente. Nuria se tumbó en su lado en el sofá. ¿Se lo parecía a Helena, o Nuria, estaba muy cómoda en casa de su hermano? La miró, pero no iba a interrogarla. Eva, repetía en ese momento, postre. Tonik la miró divertido, sentándose en la mesa ya limpia. Iván dormía la siesta en su cuarto.
—¿Es ardiente, verdad? —dijo ella. Sus amigas rieron y juntas comentaron sobre el director. Tonik las miraba como si estuvieran locas, pero luego, se puso un rato a trabajar para no molestarlas. Eva se marchó cuando el sol se escondía por el horizonte, igual que Nuria. Se despidieron prometiendo verse al día siguiente.
Owen se puso la mano en la barriga satisfecho. Había comido hasta perder la noción de cuánto. Jules y Ryan hablaban de música. Su hermano estaba relajado, a pesar de llevar sus gafas y gorra. Siempre le sorprendía verlo con su máscara y ver esa dualidad. Su hermano y su personaje. Jesús reía con Ariel, hablando de cosas que solo ellos entendían. Su propio mundo. Se levantó, dispuesto a un único objetivo. Cogió a su sobrina Anna que hacía pedorretas con sus labios y le empezó a dar besos. Esa iba a ser la única mujer a la que le iba a permitir robarle el corazón, eso seguro.
—Estamos intentando que se acostumbre a no estar tanto tiempo en brazos —dijo Ariel con una mueca divertida—. La vas a malcriar.
—Me da igual —le replicó Owen, mordiéndole con delicadeza un moflete y oyendo esa risa que le llenaba el alma. ¿Podría ser algo más perfecto?
—Owen siempre cuida muy bien de las mujeres de su familia —dijo Ryan con cariño, queriendo hacer un comentario apreciativo de su amigo. Owen le dedicó un amable gesto.
—¿Has cuidado bien de Helena? —le preguntó Ariel. Él se tensó. ¿Qué pensaría su cuñada sobre lo que ocurría de verdad entre él y su hermana? ¿Le gustaría o le desagradaría que se hubieran acostado?
—Por supuesto —dijo Ryan por él—. No ha dejado que me acerque ni tres metros a ella —Ariel rio divertida y Owen hizo una mueca.
—Pero... parece que no ha sido igual con el director —replicó Jules mordaz. Su hermano siempre sabía donde atacar. Los tres le chincharon y Owen se llevó a la pequeña a su habitación. No tenía el cuerpo muy bromista y quería no pensar en Helena. La arrulló, mientras la pequeña se empezaba a dormir.
—Algún día, mi pequeña Anna, espero que seas tan respondona como tus padres, pero para defender a tu pobre tío —dijo, dándole un beso, para dejarla en su cuna. La observó dormir y sintió ganas de no estar solo.
Helena se pasó la mañana en casa de su hermana. La pequeña Anna jugueteaba con sus recientes descubiertas manos. Ella la observaba, mientras se le caía la baba. Ariel le sonrió desde la cocina, donde el aroma de una deliciosa tarta, las envolvía. Además, del delicioso aroma, las acompañaba la dulce música que se filtraba, a través de la puerta del estudio abierta. Ariel parecía tan feliz, que Helena se sintió también así, sin poderlo evitar. Eso era un hogar. Con todas las letras e implicaciones.
—Entonces, ¿traerás a Michael a la cena del viernes? —dijo Ariel, comiendo un poco de chocolate que estaba preparando para la tarta. Helena rebufó sin ganas de exponer sus dudas e inseguridades— ¿Qué pasa?
—La verdad es que no sé qué hacer. Me da pena que haya venido aquí y no pasar tiempo con él. Pero quiero estar con mi familia y... —ella se sentía incómoda sin poder contarle la verdad a Ariel, que no quería que Owen la viera con él. Porque no sabía que sentía, ni respecto a uno, ni al otro.
—Deberías invitarle. Si te gusta Helena, y te hace feliz, creo que todos querremos conocerle. Al fin y al cabo, hacía tiempo que no te veía tan ilusionada.
—Oye, para el carro hermanita... es solo un amigo. Él es el director de la película y... además, mi jefe. Por lo que... nada de romanticismo.
—Ya, ¿y eso lo dice mi hermana? ¿La que se enamoraba hasta del amigo que no le correspondía de la película? ¿La que siempre tenía un cuelgue platónico y uno de reposición?
—He cambiado —dijo Helena desafiante, su hermana puso los ojos en blanco— ¿Qué pasa?
—Nadie cambia tanto —Helena quería contradícele, pero quizá su hermana tuviera razón. Ella era enamoradiza hasta la médula. No podía evitarlo. ¿Seguía buscando su historia de amor? Era la más probable. Quizá solo se estaba engañando a sí misma con lo del rollo sin compromiso.
Sin embargo, cuando esa noche cenó con Michael, sintió que era absurdo seguir pensando así. Ella no estaba enamorada de él. Le gustaba, le encantaba el sexo y se compenetraban bien. ¿Qué había de malo en ello? Estaba aprovechando lo que la vida le deparaba. Al día siguiente, se fueron juntos a visitar la ciudad, y pasaron una tórrida tarde de sexo. No hubo nada romántico. Solo diversión con alguien interesante y buen sexo. Nada de corazón acelerado, ni sensación de ingravidez, ni declaraciones pomposas. No hubo promesas falsas, ni decisiones precipitadas. Finalmente, cedió, y le invitó a la cena con su familia. Sorprendiéndola, Michael aceptó.
Tonik y ella lo recogieron del lujoso hotel donde se hospedaba. Michael Stiriling estaba realmente atractivo con el desenfadado traje oscuro y el cabello revuelto. A ella le dio un pequeño apretón interno cuando, seductoramente, le guiñó el ojo. Luego, fueron a buscar a Nuria, que iba muy guapa con el abrigo que le había regalado Helena de su viaje a Skien. Helena se bajó, y dejó que su amiga se sentará con su hermano, mientras detrás, Michael le dio la mano. Con calidez le susurró al oído.
—Estás deslumbrante esta noche, mi bailarina —ella río como una boba y le replicó:
—Buen cumplido, como siempre. Lo que yo pienso sobre ti, no puede decirse en voz alta —él la miró con picardía y susurró en un dulce español:
—Caliente, caliente —le mordisqueó el lóbulo con calidez y luego, como si no hubiera pasado nada, charló con Tonik sobre su trabajo. Ella apreció que él recordará lo que su hermano y Nuria le habían contado días atrás.
Tonik aparcó en casa de Jesús y salió a saludar a David que les esperaba en la puerta emocionado. Helena lo apretó con fuerza contra ella divertida. Ella lo presentó a Michael como su sobrino también, aunque realmente no lo fuera de sangre. Pero, lo era de corazón, que es lo importante. Además, le tendió el precioso pañuelo borgoña, que había comprado para él, del mismo tono que su vestido. David le hizo dar una vuelta admirando su vestido. Era un vestido midi drapeado, con una sola manga y escote asimétrico. Por primera vez en mucho tiempo, Helena se había puesto unos tacones altísimos. También del mismo color. David apreció su elección e hizo lo mismo con Nuria. Ella levaba un mono negro sencillo, pero elegante. Los cuatro entraron en casa de Jesús, que les esperaba en el salón, tomando un brandy junto a Owen y Ryan. Los tres se levantaron a saludarles.
—¿Le apetece una copa, señor Stirling? —indicó jesús. Michael sonrió con comodidad.
—Por favor, llamadme solo Michael. Me hace sentir muy mayor cuando me llaman señor —dijo riendo, aceptando la copa de Jesús. Se quedó charlando con Ryan y Owen. Tonik declinó la copa y se sentó a charlar con Nuria. Helena hizo lo mismo con David hablanado de su estancia en Skien. Michael parecía muy cómodo con los Larraga. Jules, en su máscara de Z-Lech, y Ariel no tardaron en aparecer con la pequeña Anna. Michael la miraba embobado—. ¡Qué bebé tan adorable!
Todos le dieron la razón. Jesús les hizo pasar al salón, donde dos camareros, ya servían la cena. Ella no estaba acostumbrada a este tipo de cenas familiares, pero bueno, era otra clase. Helena vio como Ariel y Jules reían, seguramente divertidos y escandalizados, por la comida que gustaba a Jesús. Él era bastante snob y pijo, mientras que el resto eran bastante sencillos. Peor le daban el capricho. Helena se concentró en Michael, que la miraba entretenido. Pero, su mirada, le buscó. Owen sostenía a Anna en sus brazos y la miraba embobado. Ryan le hacía monerías y la pequeña reía. Helena sonrió sin poderlo evitar.
—Eres muy hermosa cuando sonríes así —le dijo Michael, haciendo que ella se sonrojará. Luego, se abrió la puerta y entró una apresurada Eva. Jesús la miró haciendo un mohín.
—¿Llegarás algún día puntual? —le increpó divertido. Ella le sonrió con picardía.
—¿Estás cenando? —él negó, mientras ella se sentaba al lado de Tonik y Nuria—. Entonces, he llegado puntual.
Tras la llegada de Eva, todos se pusieron a comer. Eva no lo sabía, pero Jesús la había estado esperando. Aunque no se lo dijera. La comida no era la abundante que esperaban o que comían en casa de Ariel o Tonik, pero Helena estaba acostumbrado a comer esos menús de degustación. Michael y ella hablaron de comida y de todo lo que se le ocurría. Con él era fácil hablar. Mostró interés en David, que también se mezclaba con tranquilidad en la conversación. La cena fue agradable y cálida, y las miradas que ella y Michael se lanzaban, no dejaba lugar a dudas de lo que ambos deseaban esa noche. Estar con su familia, con lo suyos, le hacía bien. Cuando Jules se levantó a pedir una pizza, y anotó el nombre de todos los que querían, ella miró divertida a Jesús. Estaba refunfuñando y apreció que solamente Helena, su persona favorita, como remarcó, apreciará sus ideas. Helena le dio un fuerte abrazo. Esa era su familia, sí. Michael vio que le entraba una llamada y disculpándose se levantó. La dejó en la mesa, mientras Helena siguió charlando con David. Sin embargo, al ver que él demoraba en regresar, se levantó. Lo buscó fuera del comedor y lo encontró en el salón. Hablaba en sueco y parecía alterado. Ella le observó y cuando colgó, le notó preocupado. Se acercó con delicadeza.
—Debo marcharme —le dijo muy serio. Ella asintió y le dijo:
—Voy a coger los abrigos, pediré a Tonik que...
—Ya he pedido un taxi. No te preocupes, Helena. Quédate. Hay unos compromisos que requieren mi asistencia en... bueno, en casa. Pero volveré a tiempo para el rodaje en Irlanda de aquí tres días. Cogeré un avión en dos horas —ella le miró preocupada. Lo que fuera parecía urgente y complicado, algo que requería su asistencia inmediata. Se sintió tonta por retenerle de su propia vida.
—¿Va todo bien? —ella se acercó preocupada y él le acarició el rostro con cariño.
—Sí, solo es trabajo, no te preocupes. No quería preocuparte, cariño —lo dijo en tono ligero, sin melosidad. Pero a Helena le pareció demasiado íntimo, aún no eran... ¿Nada, no? Él la besó. Fue un beso atento, muy dulce y cariñoso. Nada como los besos que se habían dado los días anteriores. Ella se sintió extraña tras ese beso y le miró rara—. Nos veremos a la vuelta, mi bailarina. ¿Me despides de la familia?
Helena asintió en trance y le observó marcharse a recoger su maleta. Entró y le despidió de los demás, que se mostraron primero preocupados y luego, confundidos. La noche, a pesar de todo, acabó entre risas y bromas. Ellos eran su hogar, y siempre le hacían sentir feliz. La hacían sentir bien. La hacían sentir completa.
Michael Stirling llegó a su hogar en tiempo récord. La nevada ciudad le dio la bienvenida y subió las escaleras de su hogar. Las piernas le pesaban. Ni siquiera se había cambiado de ropa. Aún le olía al perfume de Helena. La puerta se abrió antes de que llamará, y la mujer que había al otro lado, se abrazó a él llorando. Él se sentía extrañamente calmado y vacío, como si todo quedará muy lejos.
—Lo siento mucho, mi pequeño Michael —dijo la señora Bellspourt. Para ella siempre sería el pequeño Michael, aunque ya le sacará un par de cabezas.
—No te preocupes. Estaba muy mayor, era normal —entró en su hogar y se dirigió al estudio. Allí, estaba su padre que le miró con tristeza. Ambos se fundieron en un cándido abrazo.
—Has venido muy rápido, hijo —dijo su padre, sonriéndole con cariño—. No hacía falta correr.
—Supongo que necesitaba estar en casa, para ti y para mamá —dijo, pensando en que, tarde o temprano, debería subir las escaleras y ver a su madre. Pero, alargando el momento, se quedó con su padre. El hombre le devolvió el apretón con cariño y se sentó tras la montaña de sus papeles. Su padre, Henrich Stirling, tenía setenta y nueve años, y seguía ejerciendo como abogado. Seguían pidiendo su consejo. Seguía trabajando. Sabía que nunca dejaría de hacerlo. Su madre, Amanda Stirling, tenía ochenta y cinco, y llevaba un par de años enferma. Alzheimer, claro. Su viejo perro, Tucker, había fallecido esa tarde. Tucker llevaba más de quince años con él. Lo había adoptado cuando se fue a vivir solo repleto de sueños y aspiraciones. Sin embargo, en los últimos años, cuando empezó a trabajar tanto, lo dejó junto a sus padres. Él no había estado allí, cuando su fiel amigo, había cruzado a ese otro lado. Lugar del que solo se sabía, que había la felicidad, que no habían encontrado aquí. Michael subió a su cuarto y se sentó en su vieja cama. La pequeña cama de Tucker estaba en el suelo. A pesar de su edad, se sintió pequeño, y se echó a llorar. Tucker era ya el último recuerdo de quién había sido antes de ser quién era ahora. Otra parte que se perdía para siempre.
Helena se levantó y pensó en escribirle. Pero, al verle conectado, decidió llamarle. Michael no respondió a su llamada, pero sí le escribió para decirle que estaba ocupado. Había llegado bien, le comentó, pero los asuntos de trabajo le retenían. Aunque le extrañaba que no hubiera querido oírla, le relajó chatear un rato con él. Más animada, le respondió con alegría y se fue a desayunar con Nuria. Luego, se pasó el día comprando y divirtiéndose con sus amigas. En dos días volvían a viajar para Irlanda. Aunque ella estaba acostumbrada a esa vida de errante, se le había difícil. Nunca le había costado tanto. Nunca le había dolido tanto. Quizá, porque cuando se marchó a Nueva York y empezó esa vida, lo hizo persiguiendo un sueño. Y ahora, sentía que estaba intentando flotar en el naufragio.
Esa noche, Eva y Nuria habían decidido que tenían que salir de fiesta. Hacía mucho que no lo hacían. Entusiasmadas, habían invitado a Ariel, para repetir su noche de chicas. Pero, Ariel les había dicho que a su marido, también le vendría bien salir. Habían convencido a Tonik para qué se quedará con Anna. Algo que su hermano aceptó encantado. Pero, que llevó a que Owen, Ryan y Jesús, les acompañarán. Helena no es que quisiera evitar a Owen, pero tras lo ocurrido en el avión, se sentía algo confusa cerca de él. Sentía que le debía algo. Aunque no sabía qué. Se vistieron de negro como Eva, se pusieron medidas con purpurina y se maquillaron más exageradas que otros días. Eva les indicó con voz perversa:
—Esta noche salimos a cazar —atrevida y fiestera, así era. Así estaban las cuatro. Se reunieron con los chicos, tras cenar unas rápidas hamburguesas que encantaban a Ariel, y se fueron a algunos de los locales de moda. Se tomaron un par de copas y aprovecharon para bailar.
Helena no era una bailarina excelente de ese estilo, pero se defendía. Y, cuando sonaba alguna canción de Z-Lech, lo daban todo. Se encendió, cuando vio como Owen miraba a la pista, con la mirada ardiente y fija en ella. Jules bailaba con Ariel y Jesús y Ryan charlaban, pero él la miraba. Ajeno a todo. Ella le hizo un gesto y él se acercó. La gente le miraba a su paso. Glorioso, hermoso y realmente ardiente. Aunque él no se daba cuenta de los otros rostros. Solamente tenía ojos para ella. Él la acercó hacia él y bailaron. Era una bachata, y aunque ella esperaba que él no se moviera muy bien, lo hacía. Lo hacía con gracia, al menos. Ardientes y febriles, se miraron. Con discreción se marcharon hacia los baños. Owen la entró, y en cuanto cerró la puerta, la empezó a devorar con posesión. La necesidad era arrolladora. Ella necesitaba besarle, morderle, tentarle. Owen la levantó con sencillez y le mordisqueó el cuello. Ella asintió ante la pregunta no dicha. Él lo hizo con urgencia, pero se hicieron el amor con deseo. Con posesión. Con fuerza. A penas contenían el sonido. A ambos les pareció escuchar que al lado de su puerta, alguien hacía lo mismo. Helena se agarró contra Owen cuando un precioso orgasmo la llevó lejos. Él gruñó contra ella y se dejó llevar. Sudados, frenéticos y divertidos, salieron del baño. Justo como la pareja de su lado. Los cuatro se miraron sin dar crédito. Owen tragó rápidamente salida. Pero, se cruzó de brazos para evitar su nerviosismo. Si la pareja que hubiera salido fuera otra, no hubiera importado ese encontronazo.... Pero les conocían. Jolín, les conocían demasiado bien. Maldijo su suerte, pero bueno, ya había pasado. El único consuelo es que...
—¿Se puede saber que...? —dijo Jesús mirándoles incrédulo. Helena rio, sin saber muy qué decir o pensar. Eva se encogió de hombros — ¿Desde cuándo vosotros...?
—Te podría hacer la misma pregunta, hermanito —dijo Owen divertido. Los cuatro se miraron entre incómodos, divertidos y avergonzados—. Hacemos una cosa. Nadie cuenta nada de esto y ya está. ¿Estamos de acuerdo? —los cuatro asintieron. Los hombres salieron del baño y las amigas se miraron.
—Ha sido la primera vez. No sé qué me ha pasado tía... Jesús es mi amigo —dijo Eva, que se lavaba las manos—. Pero... hemos empezado a discutir y, entonces, no sé... que me ha pasado —la miró divertida y señaló—: ¿Y tu director ardiente?
—Ocupado. Además, no es que tengamos nada. Sin compromiso —dijo Helena, intentando convencerse a sí misma de que lo que había pasado era una tontería. Otra más—. Además, también ha sido la primera vez —mintió y señaló —, pero, no sé si habrá otra.
—Pues yo no lo tengo tan claro... A mí creo que me gustaría repetir —su amiga tenía cara de diablo, y Helena se estremeció de miedo por Jesús. Salieron divertidas y siguieron quemando la noche.
Owen se levantó esa mañana cansado. Aún le duraba la resaca de la noche de fiesta. Maldita sea, habían pasado dos días. ¿Es que era ya un señor octogenario? Se intentó recuperar, debían coger un avión. Se iba a Irlanda. El trabajo volvía y con él... Michael Stirling. La noche de la discoteca no paraba de pesarle en la cabeza. Se habían prometido no repetir, y otra vez, se habían dejado caer en la tentación. Y lo peor es que deseaba repetir otra vez. Estaba agobiado. Se fueron al aeropuerto los tres juntos. Ella charlaba con Ryan y él iba detrás. Ambos parecían divertidos y Owen sonrió con tranquilidad. No había hablado con nadie de lo ocurrido, ni siquiera con Jesús. Qué fiel a su palabra no había tocado el tema. Aunque, sabía que, tarde o temprano, debería hablar con alguien de lo que sentía, de lo que ocurría en su descontrolada vida o se volvería loco. Subieron al avión y él la observó. Se habían sentado juntos y se removió incómodo. Estaba muy hermosa, dulce y tentadora. Él le dio la mano y ella le acarició los nudillos. Era un gesto tierno, cariñoso. Cuando se levantó, él la siguió sin dudarlo. Entraron en el baño del avión y la besó.
—Últimamente, nos van los baños —dijo ella contra su oído. Él quería devorarla, quería perderse en ella, pero debía hacerlo. Por él y por ella.
—Helena, ¿qué es esto? La última vez dijimos que ya está, y la anterior a esa, y la anterior. Cuando no te busco yo, me buscas tú. No podemos seguir así. Yo... quiero... no quiero que...
—¿Quieres o no? —le dijo ella con picardía, besándole el cuello. Owen perdió el control y le devoró la boca con necesidad.
—Helena, claro que quiero. Pero quiero saber que es esto. ¿Somos enemigos, amigos o amantes? —ella le miró con sorpresa y se cruzó de brazos molesta—. Dime algo.
—Somos amigos. Tú querías ser mi amigo, ¿no? —su tono era mordaz, estaba lista para atacar.
—Pero... esto que nos pasa... no me pasa con todas mis amigas —dijo él avergonzado y nervioso—. Helena, me siento muy... extraño contigo. Quiero más y más. Quiero que te quedes conmigo, que te quedes en mi cama a dormir, que me desees solo a mí. Eso no puede ser amistad.
—Pues, entonces, el problema es tuyo —la voz de ella sonó acelerada y nerviosa—, porque solo quiero tu amistad sin compromiso.
—Mientes —dijo él convencido, pero ella se apartó y se marchó enfadada. Owen maldijo por dentro lo que sentía, pero debía ser sincero. Se sentían atraídos y no podían hacer daño a terceras personas por ello.
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