06.Notting Hill

Había llegado, por fin, la noche del estreno. El primero, por supuesto. Luego, empezaría la gira por todo el mundo. Pero, la película se reproduciría, por primera vez, en un cine de Los Ángeles. La ciudad de las estrellas. Owen había llegado hacía dos días y estaba en su apartamento. Un pequeño piso de grandes ventanales, decorado con gusto, pero impersonal. Aunque fuera uno de sus hogares, se notaba que no había dedicado mucho tiempo a ello. Que era un lugar de paso para cuestiones así. Nunca se había planteado hacer de él un hogar. Simplemente, era una de esas propiedades para cosas así. No se podía ser un actor de renombre sin un hogar en Los Ángeles. Eso le dijeron y eso creyó. El timbre sonó sacándole de sus pensamientos. Eira ladró mientras abría la puerta. Entró su madre vestida con una elegancia que quitaba el hipo. Por supuesto, se agachó a saludar antes de a su perra que a él. Owen puso los ojos en blanco.

—Ten madre para esto —dijo molesto. Christine rió, dándole suaves palmadas en la mejilla.

—He ido a desayunar con tus primos. He podido conocer a la preciosa Anna. Ariel está encantadora tras su maternidad —dijo del tirón. Sus hermanos venía al estreno de la película. Y, también habían decidido pasar unos días por la ciudad. Había conseguido tres entradas más para Tonik, Eva y Nuria. Era una sorpresa especial que le guardaba a Helena. Ella había llegado el día anterior en compañía de Alejandro y sabía que se habían ido a cenar con Rena y Emilio. Había visto en redes que habían estado bailando en un local de salsa. Se la veía feliz y él se moría de ganas de verla esa noche—. Creía que estaría aquí —su madre no la mencionó, pero él sabía a quién se refería.

—Está con sus amigos, mamá —dijo incómodo—. Esta noche ya nos veremos.

—¿Vais... a ir juntos? —él no supo qué responder. Le hubiera gustado ir juntos, entrar con ella de la mano, sí. Pero ni ella se lo había referido, ni él se lo había pedido. En parte, porque egoístamente, quería hacer esa alfombra solo. Como actor y ya está. Se encogió de hombros.  

—Más o menos. No sé decirte. No vamos juntos al estreno, pero espero estar luego con ella. Nosotros, bueno, estamos tanteando el terreno —su madre asintió. Luego, hablaron de la película. Motivo por el cual se reunían todos. Comieron juntos y hablaron de moda. Su madre tenía muchos intereses, pero nada como el mundo de la alta costura. Helena y ella se entenderían tan bien. Se gustarían. Tendrían buena relación. No sabía por qué, pero eso le resultaba importante. Tras la comida, Owen regresó a su imparcial apartamento y echó una siesta. Se sentía cansado y algo raro. En fin, podían ser los nervios o un simple resfriado. Sin embargo, veinte minutos después sonó su teléfono. Lo cogió con una mueca divertida—¿Estás nerviosa, cisne? —preguntó. Ella rió divertida. Se la imaginó tumbada en la cama, con el teléfono en manos libres.

—Eso deberías estarlo tú —le replicó ella—. He visto que has ido con tu mami a comer. ¿Cómo está? —hablaron un rato de su madre y de su visita. De la película y los nervios previos al estreno. A Owen le empezaba a picar la garganta y toser. Ella se preocupó—. ¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy un poco resfriado. Solo eso —musitó. Mirando el reloj indicó—: Pero, tengo que dejarte. Voy a la ducha. En menos de quince minutos tengo aquí a mis estilistas.

—¿Tanto tienen que arreglarte? —musitó horrorizada. Owen no pudo evitar echarse a reír.

—No querrás que este glorioso ser llegué despeinado —ella también rió. Ambos colgaron. Efectivamente, quince minutos después salía de la ducha cuando sonó el timbre. Olivia y Rodrigo, sus estilistas personales para estas cosas, entraron con la ropa y todo lo necesario. Ambos se quejaron de que se hubiera vuelto a rapar. Owen estaba tan cansado y le dolía tanto el cuello que no replicó. Ellos se encargaron de peinarle, vestirle y maquillarle, mientras charlaban a su alrededor. 

—Tienes mala cara —le replicó Olivia—. No voy a poder arreglarte.

—No pasa nada. Es solo un resfriado, supongo —musitó. Su voz estaba ronca y le dolía cada vez más la garganta.

—Creo que no. Parece que tienes fiebre —señaló Rodrigo. Owen se tomó obedientemente un paracetamol. El timbre volvió a sonar. Eira, con su precioso collar de princesa, movió la cola divertida.

—¿Cómo puedes hacerme esto? —musitó Mike poniendo una mano en su corazón nada más cruzar la puerta. Divertidos se fundieron en un abrazo— ¿Rechazas a la preciosa modelo Samantha Hyke para llevar a tu perrita? —Mike se agachó y Eira le lamió la cara—. Aunque tengo que reconocer que es muy hermosa. Mucho más que cualquier modelo —Owen rió cruzándose de brazos. El traje le quedaba perfecto. 

Hablaron con Mike y prepararon las preguntas de la prensa. Estaba emocionado. Nunca se había embarcado en una promoción tan importante y se sentía entusiasmado. Aunque era un asco que no se encontrará muy bien, la ilusión del día borraba cualquiera malestar. Además, la medicina y ver a su familia, le hizo sentir mejor. Se sentía casi recuperado. Jules estaba muy guapo con la ropa de su marca, las gafas y la gorra. Ariel, iba a juego con su marido, con un espectacular vestido de seda azul y deportivas. Además de las gafas de sol. Eran las mismas que las de Jules. Exclusivas para ambos. No se venden, dijo su cuñada divertida. Su pelo recogido en un moño elegante, le sentaba muy bien. Sonrió divertida. La pequeña Anna se había quedado con la canguro, aunque ella llevaba un aparato con cámara que Jules no paraba de mirar.

—¿Quieres dejar de preocuparte? —le dio una pequeña colleja que a Jules le sacó una sonrisa boba —. Sabes que Amanda es la mejor. Nos ha acompañado desde casa para que estés más tranquilo. Si no, nunca vas a retomar la gira. En menos de un mes tendremos el nuevo CD preparado, sería fantástico que para el verano pudiéramos viajar para promocionarlo. Esta es una buena prueba —él asintió.

—Estás increíblemente guapo —dijo Jesús. Owen dio una vuelta apreciativa, sacando una risa a David. Ambos en trajes oscuros. Su sobrino empezaba ya a ser casi tan alto como su padre. Ya casi un hombre más como ellos.

—Venga, poneos que os quiero sacar una foto —dijo Ariel cogiendo su móvil. Los tres posaron y luego se añadieron ella y David. En limusina, fueron todos al estreno. Eira se veía muy feliz, sentada a su lado. Mike sonreía satisfecho y charlaba con Jules. Hablaban de su marca y del próximo disco. Cuando llegaron la prensa abarrotaba la entrada. Owen se puso nervioso, pero Ariel le dio la mano—. Esta es tu oportunidad, la que esperabas desde hace tanto tiempo. Disfruta del resultado. Disfruta de lo bien que lo has trabajado. Hoy es una noche para ser feliz. Recuérdalo —su familia salió dejándole solo en el automóvil. Él debía esperar a que le avisarán.

Vio como la prensa ávida, sacaba fotos a Ariel y Jules, en su papel de Z-lech. No hacían muchas apariciones públicas y siempre deseaban verles. Sobre todo a Ariel. Ambos respondían a la prensa, Ariel les sacaba alguna que otra risa. Jules siempre le dejaba ese tipo de cuestiones a ella. Él observó los comentarios de la prensa en cuanto a su relación. Vio como los cuatro se unían y entraban para ver la película. Su película. No sabía si les gustaría, si se enorgullecerían de lo que él había hecho. Esperaba que así. Esperaba que entendieran lo importante que era para él. Agobiado, esperó pacientemente. La prensa le avisaría. Vio como en otro coche, se bajaba Mía Horn. De su mano iba la que ahora era su pareja. Una modelo preciosa. Ambas se tomaron fotografías y hablaron. Ellos escucharon, también, su entrevista.

—Entonces, ¿qué hubo de cierto en su relación con el también actor de esta película, el español, Owen Larraga? —le preguntaba la periodista.

—Muchas cosas. Le tengo mucho cariño, es una persona especial. Owen puede conquistar a quien se proponga. Pero, en nuestro caso, el amor que sentimos era irreal. Era el amor de dos protagonistas, de los personajes que habíamos creado para esta maravillosa película, que hoy nos incumbe. Cuando lo vean en pantalla, verán como ese amor logra traspasarla —la reportera sonrió. Volvieron a hablar de la película y de algunas tonterías que le sacaron varias sonrisas a la prensa.

La sucesión de personalidades siguió para la alfombra. Había actores que trabajaban en la película, gente que no. Michael Stirling estaba en ese momento atendiendo a la prensa. Hablaba de la dificultad del film y de algunos detalles técnicos. También de la veracidad histórica. Era una buena conversación e importante, aunque aburrida. Owen miró por la ventana, para distraerse y clamar los nervios. Fue entonces, que los vio bajar. Ellos no entrarían por la alfombra roja, sino por un lateral. Evitando a la prensa. No eran personalidades públicas. Gente que había trabajado en el film. Sin embargo, un cámara la vio. La primera aparición pública de la famosa bailarina que, como repetía Mike una y otra vez, había crujido por todo el escenario. Así la volvieron a describir y Owen cerró la mano en un puño. Las cámaras le apuntaron. Michael Stirling miró confundido. La prensa la reclamaba. A Owen se le paró el corazón. Ella estaba muy hermosa en ese precioso mono de pantalones acampanados y escote exuberante. Llevaba el pelo suelto, pero apartado de la cara, y su maquillaje era felino. Nada quedaba de la delicada y etérea figura que proyectaba como bailarina. Parecía una pantera peligrosa y fiera. Alejandro se apartó, pero ella le cogió de la mano segura. Owen la conocía tan bien, que sabía que lo hacía porque necesitaba apoyo. Vio como se acercaba a la prensa, ávida de saber de ella. Se dio cuenta de como le temblaban las manos. Él debería estar allí para sujetarlas, para darle confianza. 

—Helena Carjéz, ¿cuánto tiempo ha pasado desde que pisó una alfombra roja? —preguntó un reportero de mala manera. La prensa era siempre muy maleducada. Ella sonrió. Esa sonrisa daba miedo.

—No lo suficiente como para olvidar porque las detestaba —Alejandro rió, Helena le miró divertida. Otra reportera preguntó:

—¿Qué motivo la lleva a estar esta noche aquí, en los Ángeles, en el estreno de esta película? —a Owen le molestó el tono. ¿Insinuaba que ella no era nadie? La industria era así. Rápido te amaban, más rápido te olvidaban y detestaban.

—Puedo decir que he participado en esta película activamente. Tras mi accidente, estuve trabajando de estilista un tiempo, hasta estar suficientemente recuperada como para ejercer de docente de ballet —musitó formalmente, la periodista pareció sentirse avergonzada de demanda, unas explicaciones que nadie había pedido—. Esta ha sido mi primera y última película en la carrera de estilista.

—¿Eso es porque lo hizo mal? —dijo otro periodista de malas maneras. Owen sintió ganas de golpearle. Era insultante.

—Supongo que tendrán que verla y juzgarla ustedes —señaló Helena en un claro desafío. Su mirada, su pose altiva. Todo era una muestra de orgullo. A Owen se le encogió el corazón.

—¿Quién es su acompañante esta noche? —gritó otro. Mientras, otro le pisaba soltando información a su cara.

—Ese es Alejandro, el bailarín de salsa con el que comparten videos en Instagram. ¡Infórmate, tarugo! — Owen negó molesto. La prensa era cada vez peor. Cada vez más sensacionalista y menos profesional. Era una pena. Estaba seguro de que había muy buenos profesionales entre ellos, que no tendrían ninguna oportunidad. Pisados por los más fuertes y voraces del grupo.

—Entonces, ¿los rumores de su noviazgo con el actor protagonista Owen Larraga, nada tienen que ver con su asistencia hoy? —Helena no pestañeó, ni dijo nada. Solo sonrió misteriosa, tras encogerse de hombros, y desapareció de la mano de Alejandro. A Owen se le había parado el corazón. Quince minutos más tarde, le tocó a él recibir el coro de mil flashes y el avasallamiento de preguntas que no pudo esquivar. Tantas que ya no estaba seguro de qué respondía. La mayoría eran de la película, cosa que le gustó. Le dio la sensación de que controlaba la situación, de que lo tenía hecho. De que había conseguido tener una alfombra roja, libre de amoríos, de romances y de escándalos. Había hablado de su profesión y lo había disfrutado. La última reportera, sin embargo, lanzó la misma lanza que a Helena. Quizá, era incluso la misma periodista.

—A todo el mundo le sorprende su acompañante, aunque realmente no hay compañía mejor —dijo un reportero, fijándose en Eira que movía el rabo feliz, tras el silencio de Owen.

—Usted mismo lo ha dicho —dijo Owen divertido. Aprovechando ese dato para escabullirse. Sin embargo, la reportera atacó.

—Pero, ¿qué hay de cierto en los rumores de su noviazgo con la famosa bailarina Helena Carjez? Ella no ha desmentido ni confirmado su relación —él debería haber hecho lo mismo, pero solo pudo negar. Adoptar su pose. Esa pose de despreocupada indiferencia y diversión. La del rompecorazones divertido que era ante el mundo.

—No hay mucho que decir. Helena es una amiga especial para mí y espero que así siga siendo —dijo. Se alejó de la prensa con el resquemor en los labios. ¿Por qué no había querido decirlo? Decir que era su pareja, que se amaban.

Helena, en ese momento, era ajena a la rueda de prensa que se desarrollaba fuera. Estaba sentada junto a Alejandro y Rena, emocionados. Aunque, se levantó un momento para saludar a su familia. Ariel estaba increíblemente preciosa con las gafas y ropa de su marido. Ambas hermanas se miraron emocionadas. Si alguien les hubiera dicho en su pasado, que iban a vivir cosas así probablemente se hubieran reído en su cara. En esa pequeña habitación blanca y rosa, con una cenefa de osos en medio. Decorada con pósteres de ballet y de Pokémon. Con ambas camas separadas por la estrecha ventana que daba a la calle. Donde ambas soñaban con un futuro que ahora se les antojaba más realista que el que estaban viviendo. Unos fuertes pasos las hicieron girarse sorprendidas. Tonik las abrazó con fuerza.

—¿Qué haces aquí? —musitó Helena sorprendida.

—Owen nos regaló entradas. A Eva y Nuria también —dijo señalando a sus amigas. Sentadas mirando emocionadas la sala. Eva le saludó con un gesto obsceno que Helena le devolvió divertida. Luego, la familia se separó. La película empezaría en breve. Helena quería saludar a Margaret antes de que empezará todo. Ella habló muy bien de Helena a sus acompañantes. También tuvo tiempo de saludar a Michael, que con calidez le confesó que estaba nervioso. Estaba hablando con él cuando lo vio entrar. 

Owen estaba guapísimo en el traje oscuro que le habían diseñado a medida. Runas vikingas estaban discretamente cosidas. Él no la observaba, se dirigió a su familia y sonrió. A ella le pareció cansado y poco alegre. Algo no iba bien. Esa era su noche. Debía sentirse muy feliz. Se sentó preocupada, pero la película empezó tras un breve discurso del director. A Helena se le olvidó todo en cuanto empezó el film. Ver las imágenes que habían grabado, como formaban una historia, era alucinante. Su película. Esa era la preciosa película de Owen. Y ella había contribuido. El tatuaje, algunos de los vestuarios. Esa película era muy importante para ella. Cuando acabó, las lágrimas se agolpaban en sus ojos. Aplaudió emocionada. Incapaz de decir nada coherente. De sentir nada coherente. El director y los actores subieron a la plataforma para agradecer al público. Ella emocionada siguió aplaudiendo. Luego, la gente se dispersó. En la siguiente sala había una pequeña recepción donde servirían cocktails y esas cosas. Helena se levantó y se acercó a su familia y amigos. Owen seguía ocupado charlando con varios actores invitados. Pasaron a la sala, ambientada en estilo vikingo, y se sirvió un cocktail en uno de esos cuernos. Había sitios para hacerse fotos y cosas así. Sus amigas se tomaron varias. Ariel le dio la mano. Helena se la apretó con cariño.

—¿No vas a ir a hablar con él? —dijo señalando a Owen que bebía junto a Ryan y Jules. Los tres hombres reían relajados. Ariel se mordió el labio nerviosa, y le soltó—: Sé que estáis juntos.

—¿Qué? ¿Cómo lo sabes? —preguntó nerviosa. Ariel la miró divertida y sonrió culpable.

—Porque eres mi hermana. Había un cincuenta por ciento de posibilidades de acertar, y sabía como sacarte la verdad. Solo tenía que fingir —Helena puso los ojos en blanco—. ¿Por qué no vas con él?  

—Porque no creo que él quiera. Creo que le molestaría que me acerque y me meta donde no me llaman. Este es su mundo, no el mío —Ariel la miró sin entender nada. Su mirada confusa le molestó. Helena rebufó—. Él es actor. Finge todo el rato. Ese de ahí no es mi Owen.

—Ni ese de ahí es mi Jules —dijo Ariel señalando a su marido, que llevaba su perfecta máscara puesta —. Pero, aprendes que esa es su manera de sobrevivir en este mundo. De seguir siendo ellos. En un mundo como este, muchas personas acaban convirtiéndose en seres vacíos y sin personalidad. ¿No es mejor eso? Saber que para ti es él sin más. Que no hay máscaras entre ambos —Helena no supo qué responder ante eso. Armándose de valor, se acercó a felicitarle. Owen se apartó un poco con ella. Salieron a la agradable temperatura de fuera y el cielo estrellado les acompañó. Ella le miró. Estaba muy hermoso. Tanto que era como si no fuera real. Owen no era guapo o atractivo sin más. Era hermoso. De verdad. Helena tuvo que pellizcarse para recordarse que era real. Que era su Owen, bajo todas esas capas.

—Es una película preciosa —dijo en un susurro.

—¿Hoy te has dado cuenta? —dijo él arqueando una ceja. Su voz sonaba cascada. Aunque intentaba aparentar buen humor, algo le ocurría. Algo sentía por dentro.

—No es lo mismo verla desordenada que así —dijo ella incapaz de no replicarle, incluso en una noche como esa—. ¿Qué te ocurre? Tienes mala cara. 

—Me dijiste que fuera feo para ganar credibilidad como actor. Eso hago, parece que funciona —ella hizo un mohín. Owen no pudo evitar reírse—. No me pasa nada, boba. Un resfriado. Nada más —ella le cogió la mano, ardía cuando se la apretó.

—No creo que sea un solo resfriado. Tienes fiebre —musitó preocupada. Owen sin poderlo evitar le acarició el rostro. Su mano dejó un reguero de fuego. Ella se estaba poniendo nerviosa.

—Bueno, aunque parezca un dios, soy solo un ser humano. Y esta noche, solo quiero ser eso, una persona normal. Un chico, que se pone delante de una chica para pedirle que la quiera.

—Eso es de Notting Hill —repitió Helena, que le agarró del brazo con fuerza—. Vamos, tienes que descansar.

—Aunque sea de una película, no deja de ser real —musitó molesto—. No puedo irme, soy uno de los protagonistas —ella le quitó la copa e indicó—:

—Si quieres seguir siéndolo, hay que irse a descansar.  

—Vaya, qué dramática. No me voy a morir, mi cisne —replicó Owen haciéndose el duro, pero se dejó guiar. Ella avisó a Mike y también a su familia. Se despidió de Alejandro, que se quedó charlando con Jesús. Helena cogió la limusina con la que había llegado Owen allí. Regresó al apartamento. Owen ardía y la miraba soñoliento. Cuando llegaron, ella observó el lugar asombrada. Era amplio, claro y bonito. Pero no personal. Parecía más un hotel que una casa. Tras darle un poco de comer y medicinas, Owen se acostó. Helena se despojó de la incómoda ropa de la gala y se puso una larga sudadera de Owen. Se sentó a su lado en la cama. Mientras él, agitado, se removía en sueños.  

—¿Es tu primera vez en Los Angeles? —preguntó Jesús. Alejandro asintió, bebiendo de ese cuerno donde servían las bebidas. Sabía que Alejandro había rechazado beber otra cosa que no fuera cerveza.

—No he visto mucho, pero nunca me ha llamado mucho la atención esta ciudad —Jesús se sentó a su lado —. No sé. A mí estas cosas no me atraen mucho.

—Yo pienso igual. En el mundo creo que hay lugares mucho más hermosos. He podido viajar mucho, gracias a mi trabajo, claro. Los Ángeles no es mi lugar favorito —dijo Jesús, algo nervioso. No sabía por qué.

—¿Y cuál lo es? —le preguntó. Alejandro bebió de su cuerno otra vez. Jesús observó como ese hombretón le miraba. Se sintió cohibido. Era dos años mayor que él, pero siempre le hacía sentir un poco inmaduro. No sabía el motivo de ello, pero parecía que era porque le miraba como si lo supiera todo de él.

—Creo que me quedaría con Italia. Es uno de los países más bonitos del mundo. Lo digo sin dudar —dijo, aparentando seguridad.

—Helena también me lo dice. No he podido ir nunca. En fin, no he viajado mucho —dijo avergonzado. Se movió para recolocar el peso. Jesús pensó extrañado que ese hombre le atraía, como le había pasado con Michael Stirling. ¿Qué le pasaba últimamente?—. Desde que me divorcié tengo pendiente hacer un largo viaje. Me gustaría visitar Latinoamérica, el hogar de nacimiento de los bailes que más me gustan —Jesús asintió. Agradeció que Eva y Rena se acercarán a charlar divertidas. Se sintió más relajado al estar en compañía de más gente. Al menos, no tenía por qué mirarle, porque hablar con él de manera directa y confiada. Jesús se sentía extraño y cuando David le dijo de marcharse, casi se sintió aliviado. Su hijo se había pasado casi todo el rato con Helena y Christine. Él se había dado cuenta de como Helena había evitado cruzarse con la madre de Owen, quizá a posta, o quizá solo por algo más. Tenía que preguntarle a su hermano que ocurría entre ambos. Se levantó para marcharse.

—¿Os importa que me una a vosotros? —dijo Alejandro. David bostezó—. Mi hotel no queda lejos del vuestro —Jesús asintió. Los tres se marcharon en el coche que él había alquilado para esos días. David cabeceaba en la parte de atrás. Jesús no necesitaba rellenar el silencio. Alejandro miraba por la ventana con tranquilidad, mientras él conducía. Cuando llegaron, aparcó y David bajó estirándose. Él hizo lo mismo, tenía todo el cuerpo en tensión. Pensó que Alejandro se despediría en la entrada, pero le preguntó—: ¿Tomamos la última? —preguntó. David se subió a su cuarto y ellos se quedaron solos en el desierto bar del hotel. Jesús pidió un whisky, Alejandro lo mismo. Se recostó contra el sofá y le observó divertido.

—¿Qué ocurre? —preguntó al verlo tan serio. Ese hombre le confundía. ¿Es que quería contarle algún problema o...?

—Te gusto —señaló Alejandro, apoyando sus codos en la rodilla y mirándole fijamente—. No me malinterpretes, me halaga gustarle a un tipo como tú. Pero... no es lo mío —Jesús no sabía qué decir. Así que se levantó molesto. Se metió en el primer ascensor que se abrió. Molesto, vio como Alejandro le seguía y entraba con él—. Va, colega, no quería cabrearte. Solamente quería que lo supieras. Veo como me miras. No soy tonto. Pero, yo no juego en tu equipo.

—Mira, cabronazo —dijo Jesús apretándole contra la pared rabioso. Tenía ganas de golpearle hasta que se le borrará esa estúpida sonrisa—. No sé de qué me estás hablando. Si te he hablado es por pena, nada más. No te montes historias en tu cabeza —Alejandro sonrió de medio lado, más abiertamente.

—De acuerdo, perdona —Alejandro no le pidió que le soltará. Pero, Jesús lo hizo. Se metió las manos en la chaqueta y las hizo un puño—. Llámame entrometido, pero no me has soltado que no te gustan los tíos.

—Porque no necesito darte explicaciones, capullo —replicó—. Sabes, me caías bien, pero me acabo de dar cuenta de que eres un imbécil.  

—Va no te enfades tesoro, lamento haber herido tus sentimientos —soltó Alejandro con sorna. Jesús sintió unas terribles ganas de partirle la cara, pero solamente se alejó y dio dos pasos. Alejandro se apoyó desafiante contra el ascensor, con las manos en el bolsillo. Le miraba como si quisiera reducirle a cenizas. Ese traje oscuro que se le pegaba al cuerpo, esa mirada de chulo desagradable. Todo fue demasiado. Jesús dio dos pasos, se metió en el ascensor y le devoró la boca. Con tanta fuerza y agresividad que se miraron perplejos. Luego, antes de que la cagará aún más, se alejó cabreado consigo mismo, por haberle dado la razón.  

Helena dormitaba, atenta a cualquier movimiento de Owen. La fiebre no había bajado y estaba preocupada. Por la mañana, le insistiría de ir al médico. Debía recuperarse, ya que en cuatro días, cogía un avión para París. La promoción debía seguir. Le esperaban bastantes meses de viajes continuos. Agobiada, le tocó la sudada frente. Owen se removió.

—Agatha, cariño, no te vayas —musitó. Ella se quedó muy quieta—. Por favor, quédate —Helena no supo qué hacer, ni que decir. Se acurrucó contra su lado e intentó coger el sueño. Pero, diez minutos después, agobiada se levantó.

Eira dormía acurrucada en el sofá y ella se sentó a su lado. Sin saber por qué buscó el nombre de Agatha en las redes. Encontró a quien buscaba. Una preciosa actriz de larga cabellera negra y ojos verdes. Era impresionantemente hermosa, tanto que te dejaba sin aliento. Las fotos de su boda, y de la presentación de su bebé. También las del próximo rodaje en que iba a trabajar con Chris Evans, tras ser madre. Sin duda, era todo un personaje en ese mundillo. Buscó las imágenes de su relación con Owen. En ellas se les veía más jóvenes. Se dio cuenta de como él la miraba. Había tanta admiración y adoración entre ellos. Las entrevistas de ese entonces, mostraban a un Owen diferente. A alguien dulce y sincero, que no paraba de hablar de su hermosa pareja. Helena pinchó en un enlace que mostraba pequeños clips de su historia de amor.

«—¿Cómo se enamoraron? —preguntaba el reportero. Agatha reía y se escondía en el hombro de Owen. Él sonriente, la apretaba contra sí. Estaban en un plató. El cartel de la serie estaba tras ellos.

—No lo sé —respondía un Owen más joven, más ligero y más sencillo—. Creo que la he amado siempre. Como si el mundo me hubiera hecho para ella. Creo que, aunque algún día dejásemos de estar juntos, jamás podría dejar de amarla. La esperaré de flor en flor, sabiendo que ella es el agua que las riega. El aire que me da vida —respondía él.»

Gruesas lágrimas cayeron por el rostro de Helena, agobiada. Había más imágenes de ellos dos, paseando por París. Besándose en algunos rodajes, entre escena y escena. Comiendo y haciéndose reír mutuamente. La complicidad era tan grande, que efectivamente traspasaba las pantallas. En las siguientes imágenes estaban en la promoción de una de sus últimas series. Era una alfombra roja, Owen estaba muy guapo con traje.

«—¿Alguna vez piensan en el futuro? —Agatha le miraba con amor, fue Owen quien respondió.

—No hay futuro sin ella. Siempre se lo digo, y Agatha se mete conmigo. Pero es así. Si ella me dejará, dudo que pudiera amar a nadie más. No como lo hago con ella. Creo que si nuestro futuro no es junto, en esa casa soñada en mi ciudad natal, nuestra casa de veraneo en Los Angeles, con nuestros perros. No, no quiero nada de eso sin ella. Viviría solo, probablemente, solo y sin amor —musitaba divertido. Los reporteros reían, mientras Agatha le besaba en el cuello.»

La reportera musitaba un tierno «Oh», ante el gesto cariño de Agatha. Ambos se besaban. Esa mirada, la de Owen hacia Agatha. No se la había visto nunca. Era una mirada rara, pero no había duda o miedo. No, él no la miraba así. Siempre que se miraban, él lo hacía con precaución. Como si en el fondo supiera que la relación estaba desequilibrada. Helena apagó el teléfono y pensó en lo que le ocurría. Quizá, él ya no pudiera amar sin reservas como había amado a Agatha. Ella tampoco ya amaba como pensaba que amó a Jacob. La vida te da golpes que te hacen aprender. Pero, ella sabía que Owen a su manera la quería. Quería estar con ella en exclusividad, él mismo se lo había pedido. Funcionaban juntos, se entendían, se hacían reír. Era absurdo tener miedo o preocuparse por el pasado de alguien. Su móvil vibró, la habían mencionado en varias redes. Observo las noticias. «Owen Larraga apaga los rumores de su romance con la famosa bailarina Helena Carjéz». Pinchó en la entrevista. Era de esa misma noche, antes de la película.

«—Pero, ¿qué hay de cierto en los rumores de su noviazgo con la famosa bailarina Helena Carjéz? Ella no ha desmentido ni confirmado su relación

—No hay mucho que decir. Helena es una amiga especial y espero que así siga siendo»

El corazón de Helena se paró. Amiga especial como siempre que la mencionaban. Él podría haber dicho que se conocían, incluso que quizá estaban empezando algo. Pero, como siempre, había usado el término amiga especial. Alguien que estaba en su vida, pero nada más. Algo de lo que se podía deshacer con facilidad. Cerró los ojos con fuerza. Quizá, la boba era ella, por querer que él le dijera esas cosas tan románticas que siempre había anhelado oír. Todos sabían que ella estaba enamorada de Owen. Esperando que le dijera que era el aire que respiraba, o cualquier tontería de esas. Y él le había dicho que no era romántico. Pero era mentira, si lo era. Lo había sido con Agatha. Con esa mujer que le quitaba el sueño por las noches. A la que pedía que por favor se quedará. La única mujer que le había roto el corazón. Que se lo podía romper. Se levantó, observó la ciudad dormida, mientras un sollozo se escapaba de su pecho. ¿Se podía estar con alguien que no te amaba de verdad? ¿Qué solo eras para él una flor más? No tuvo respuesta para esa pregunta.

Cuando salió el sol, sacó a Eira a pesar. Cuando regresó, esperaba que él estuviera dormido. Hubiera sido más fácil así. Pero, estaba levantado y parecía encontrarse mejor. Efectivamente, no tenía fiebre y solo se sentía un poco débil. Aunque era una fábrica de mocos. Emocionado, hablaba del estreno y de las buenas críticas que ya estaba recibiendo. Todas positivas. Leía el móvil con alegría. Helena preparó café y desayunó callada. Él la miró y la apretó contra sus brazos. Helena se dijo que eso era bueno. Eran amigos especiales. La quería de alguna forma especial, aunque no fuera amor. No del de verdad. Pero, la emoción no llegó a su corazón.  

—¿Qué soy para ti, Owen? —dijo, incapaz de callar. De callar y meterse en sus asuntos. De disfrutar lo que tenían y dejarse llevar. Incapaz de seguir con esa farsa de ser y no ser a la vez—. ¿Qué somos, exactamente? Somos pareja o...

—Alto ahí —musitó nervioso. A ella le dolía el pecho—. Creía que estaba claro. Somos amantes y estamos bien juntos. ¿A qué viene todo esto? ¿Qué te pasa, Helena?

—Nada, yo... No sé, Owen. Te has pasado la noche, bueno... removiéndote incómodo. Creía que... la llamaste, ¿sabes? A Agatha —dijo Helena. Esperaba que él se mostrará incrédulo o negará algo, pero solo apartó la mirada avergonzado—. ¿Aún la quieres, verdad?

—¿Qué? No, vamos claro que no. Es pasado —dijo molesto— ¿Qué importa eso ahora?

—Nunca vas a decirme nada especial. Vi lo que le decías, cosas románticas y muy dulces, Owen. Siempre me dices que no eres romántico, que no crees en el amor. Que siempre has sido así. Pero no es verdad. A ella la amaste. La amabas sin reservas y te jactabas de decir cosas románticas por todas partes. Cosas preciosas. Sí que amas —dijo tocándole el pecho—, pero no a mí.

—Helena, deja de decir tonterías. Claro que... claro que siento algo especial por ti —dijo Owen dolido y confundido.

—Dime que me quieres, entonces. Dime que somos pareja, que construiremos algo más allá de esto. De vernos día sí y día no, comer pizza y hacer el amor. Que haremos algo más allá de reírnos juntos, de molestarnos y ver películas en casa. Dime que me amas —dijo Helena enfadada. Owen le miró perplejo— Dime —pero las palabras no salieron de su boca. Owen solo la miró cabreado, como si ella fuera absurda por obligarle a decir algo que no sentía. Agobiada, salió a escape del piso. No quería pensar en nada más que poner un pie tras otro. Alejarse de ese hombre que solo la alzaba para dejarla caer.


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