05.Tengo ganas de ti

Llevaban casi dos meses, quedando cada dos o tres días, como mucho. No pasaban más tiempo separados. Hacían planes sencillos, caseros, y que les permitía conocerse. Conocer los gustos del otro, también su vida. Hablaban mucho. Se lo contaban todo de su pasado, presente y futuro. Helena no creía que en el mundo hubiera persona que le conociera mejor que él. Sin embargo, en vez de darle respeto, cada vez le gustaba más la sensación. La inexplicable emoción de saber que había alguien que te veía por encima del resto. Se entendían y se apoyaban mutuamente, en todo lo que el otro le contará. No solo eran pareja, también eran mejores amigos, pero lo mantenían en secreto. No sabían por qué, pero ninguno de los dos, había contado a los demás sobre su acercamiento. Casi como si esa vez no estuvieran seguros de que estuviera pasando. Ninguno de los dos parecía querer romper el mágico momento preguntado. Poniendo etiquetas a lo que sentían. Aunque estaba muy claro. Pero no querían dar un paso forzado, sin tenerlo muy claro.

Ese viernes, Owen la había recogido de clases de salón, y estaban cenando una pizza grasienta de pie. Era uno de esos locales de comida rápida, pero a pesar de todo, a ella le sabía a gloria. De las mejores pizzas de su vida. Pero no era por la comida, sino por la compañía. Owen no paraba de quejarse de los michelines que le saldrían. Ella divertida le pellizcó y él se apartó. Cualquiera que les viera pensaría que eran como adolescentes en la edad del pavo. Cosa que en parte era cierta. Sin embargo, a ellos no les importaban las miradas ajenas. Salieron riendo como dos bobos. Owen le pasó el brazo por los hombros. Helena se arrebujó en su abrigo.

—En menos de dos semanas estaremos en plena promoción —dijo Owen ilusionado. Su mirada relucía de alegría.

—Sí, estoy deseando que veas los trajes que hemos recomendado a tus estilistas —dijo Helena con picardía. Él la miró con superioridad fingida.

—¿Ya estarás tranquila con tantas mujeres suspirando por el guapo Ivar? —Owen arqueó una ceja y Helena no pudo evitar carcajearse.  

—Como si no suspirarán ya —respondió poniendo los ojos en blanco—. Eso es solo hasta que te conocieran, claro —picado, Owen rebufó—. Te conocieran como te muestras conmigo.

—¿Y como soy? —Owen agravó la voz y a Helena se le puso la carne de gallina.

—Picajoso y molesto. Entonces te gritarían, no suspirarían —Owen rió. Ambos siguieron picándose el uno al otro hasta el piso. Los fines de semana los pasaban compartidos. Daba igual cuántas veces se vieran entre semana. El sábado y domingo, eran para ambos. Owen dormía con Helena, o Helena con Owen. Ese no iba a ser distinto. Owen entró con Helena a su piso. Antes de que llegará a cerrarse la puerta ya se besaban. Pasaron la noche en la cama, abrazos, mientras fuera volvía a llover. Pero era una lluvia que a ella le gustaba. Ya no la ponía nerviosa la tormenta.

Por la mañana, fueron a hacer la compra, conjunta. Compraban comida para ambos pisos y la guardaban un poco entre ambos. Así tenían sus despensas llenas. Incluso una tarea tan rutinaria como esa, les sacaba sonrisas tontas en el rostro. Al mediodía, Helena admiró como Owen cocinaba. Eso era lo que más le gustaba de él. Verlo cocinar, sonriente e ilusionado, sin seguir ninguna receta. Mientras, intentando que ella no le viera, lanzándole pequeños trozos a los perros que le miraban con devoción. Ese Owen era su favorito de todos los que pudiera mostrar. Helena aprovechó ese rato de calma para llamar a su hermana.

—¿Qué haces? —le preguntó Ariel ilusionada. Como siempre que recibía sus llamadas. Ariel adoraba hablar con su familia. Verles, pasar tiempo juntos, contárselo todo. Ella era más independiente. 

—Aquí en casa, descansando. ¿Y tú? ¿Algún plan para el finde? —Ariel rió alegre. A Helena le gustaría tener la risa de su hermana, musical y contagiosa.

—Darle el pecho a mi pequeña chupóptera. Aunque, mañana pensábamos hacer una barbacoa con los Larraga. ¿Te apuntas? Así invitó también Tonik y Eva. Despedimos el buen tiempo.

—Me parece bien —dijo Helena bebiendo de su botellín de cerveza. Tenía ganas de ver a su familia.

—¿No te molesta que venga Owen, verdad? —el tono de su hermana era comedido, Helena no pudo evitar sonreír—. No sé como están las cosas entre vosotros desde que... bueno, lo dejaste con Alejandro y... —Helena negó divertida. No iba a contarle nada aún, pero sí que le tenía que decir algo para que estuviera tranquila:

—Ya sabes que, don picajoso, lo mismo que se enfada se le pasa. Estaremos bien —hablaron un rato más del domingo que les esperaba. También de la última serie que les había enganchado a su hermana y su cuñado. Algo así como de zombis, que ella no entendió muy bien. Pensó que la vida sería muy sencilla si pudiera decirle la verdad. Que estaba enamorada de Owen y que parecía que estaban saliendo. Incluso podrían ir a cenar los cuatro con Anna. Ellos cuidar de su sobrina algún fin de semana. El mundo le parecía repleto de posibilidades. Owen la avisó por señas para comer y Helena colgó.

—Mañana vamos de barbacoa familiar —un pitido en el móvil de Owen se lo confirmó. Helena rebufó al ver el nombre del grupo «King's Trio»—. Parece el nombre de un local swinger.  

—¿Has ido alguna vez a alguno? —preguntó él pinchando el suave pollo que había cocinado. La carne se deshacía. Helena negó masticando. La comida estaba increíble. Su estómago ronroneó agradecido—. ¿Te lo has planteado?

—Bueno, yo soy muy cortada para eso. Me gusta estar con uno y basta. No soy muy de... ese tipo de cosas. Además, siendo un personaje público, me pone nerviosa que me puedan... no sé. Quizá sean miedos estúpidos, pero siempre me ha parecido arriesgado exponerme así.

—Hay mucha privacidad y esas cosas son ilegales —dijo Owen muy serio—. Pero lo respeto.

—¿Tú sí que has ido? —le preguntó Helena con curiosidad.

—Algunas veces. Ha sido divertido, pero sin más. Tampoco es muy mi rollo —señaló Owen. Luego, hablaron de otras cosas. No es que Helena fuera cerrada para esos temas, ni tampoco le incomodaba hablar del pasado sexual de cada uno. Pero, no se imaginaba haciendo algo así con Owen. Quizá era egoísta pensar así, pero le quería entero para ella. No le gustaba compartir y se sentiría incómoda al verlo besarse con otra. En fin... aún tenía primero que analizar que sentía por él. Y para ir a un sitio así, eso debía tenerse muy claro. O las cosas se confundían. Tras la comida, ambos se espachurraron el sofá. Helena estuvo colgando algunas cosas en redes. Owen también pasaba el rato en redes sociales. Pero, cansado, acabó encendiendo el televisor. Helena oyó la voz y se giró.

—Deja esa película —musitó implorante.  

—Es muy mala —dijo Owen poniendo los ojos en blanco. Era el típico comentario que siempre oía Helena, y seguramente, el propio Mario Casas—. No creo que sea el mejor papel de Mario Casas.

—Me gustó menos en Grupo Siete. Y de las dos, «Tengo ganas de ti» me gusta mucho más. En esta sale guapísimo y la pareja con Clara Lago es increíble. Porfa, déjala. Estuve muy enganchada en su día. Me trae buenos recuerdos —suplicó.

—Vale, pero si me duermo es tu culpa —sin embargo, Owen no se durmió. Vieron la película entera juntos y fue toda una experiencia. Comentaron algunas escenas que habían quedado algo anticuadas. Rieron, hablaron de los actores y como siempre, disfrutaron del momento. Helena se había apoyado en Owen y se dejó mimar por él. Cuando la película acabó, él le susurró—. Yo sí que tengo ganas de ti —ambos se besaron y se dejaron llevar por la pasión. Esa noche pidieron sushi y cenaron en el piso de Helena hablando de películas malas de su juventud. De esas que se recordaban solo por lo anticuadas que habían quedado o lo ridículas que eran. Owen le sacaba nueve años, y Helena se dio cuenta de que el tema de la edad le molestaba.

—¿Te molesta envejecer? —le preguntó. Mientras, devoraba su segundo mochi. ¿Era su postre favorito? Podía ser.

—No y sí. No me molesta envejecer, y menos de la forma en que lo estoy haciendo, si no mírame —Helena puso los ojos en blanco ante su vanidad y poca humildad—. Es solo que me gustaría dejar de estar encasillado en el joven rompecorazones. Ser algo más. ¿Que pasará cuando tenga arrugas alrededor de los ojos o colgajo? —dijo haciéndola reír.

—Tu madre te diría que te ponga bótox —Owen la miró horrorizada. Le mostró alguna de sus canas con diversión. 

—Quiero ser considerado lo que soy Helena. Un hombre que se esfuerza en ser un buen actor. El mejor quizás —musitó con seriedad.

—Y lo eres. Ya verás cuando se estrene la película. A mí me tienes engañada desde que te vi actuar —señaló. Owen rebufó divertido e incómodo a la vez—. Es verdad. Creo que eres un gran actor. Es una pena, que siempre vean solo tu físico. Pero es que... madre mía, quitas el hipo. Algo que no voy a repetir —le dijo ante su mirada orgullosa—. Sé feo y solucionado.

—Ya, como si fuera tan fácil —ambos rieron por la absurda conversación. ¿Era el mundo al revés? Podía ser.

—¿Nunca has pensado en casarte o... sentar la cabeza? Quién sabe. Quizá con una familia, la gente empiece a dejar de verte como el rompecorazones de la industria, y verte como el gran actor que eres —musitó Helena.

—Desde Agatha prometí no volver a cometer ese error de dejarme engañar por el amor —dijo muy serio.

—¿Engañar por el amor? —preguntó perpleja. ¿A qué se refería?

—Helena, sé que tú crees en esas cosas. Crees en lo que hemos visto en la televisión. En que alguien te mire y seas su mundo. Pero eso no pasa en la vida real. Cada uno tiene sus intereses y... el amor no es real. Nadie te ama incondicionalmente.  

—Yo no creo que el amor sea incondicional. Es decir, no creo que tu pareja deba amarte por encima de todas las cosas. Cada uno debe tener sus intereses. El amor tiene sus pegas, como todo. Pero, lo importante es encontrar alguien con quien conectes y... te haga sentir más completo. Que haga que la vida tenga más sentido. No sé, Priscila, siempre dice que la vida es un sinsentido que intentamos comprender. Sin ver que lo que necesitamos comprender es justamente eso, que nada tiene sentido. No lo entiendo mucho, pero lo intento. Intento dejarme llevar y sí que creo que hay amor en el mundo —Owen se encogió de hombros.

—En fin, no sé si algún día me casé. Muy mal me tendrían que ir las cosas —bromeó Owen, pero a Helena no le hizo gracia— ¿Por qué me miras así?

—Por nada. Es que eres muy cínico con este tema —respondió ella, encogiéndose de hombros.

—Nunca he sido de otra manera —dijo él. A Helena no supo por qué, pero no le gustaba el tono que había cogido la noche. Es cierto que ella no esperaba que Owen le dijera cosas románticas y vacías, sabía que él no era así. Sin embargo, en una pareja, había cierta sensación de futuro. Le confundía su actitud versus al amor, cuando estaba empezando algo así como una relación con ella. Así que cuando sacaron a pasear a los perros, ese día no le dio la mano. De golpe, se sentía un poco idiota por las muestras de cariño y romance que le profesaba. Quizá todo el rato que ella creía que le amaba, solo estaba actuando. Actuando como alguien enamorado solo para contentarla. La cabeza de ella no paraba de dar vueltas y enfadarse. Cuando llegaron, Owen preguntó—: ¿Te pasa algo? Te noto rara.

—Nada, solo estoy cansada —dijo Helena. La verdad es que necesitaba estar un rato sola y pensar. Poner las cosas en perspectiva— ¿Nos vemos mañana? —Owen asintió. Helena entró con Mika y cerró con llave. O se alejaba y pensaba, o todo iría peor.  

Owen miró descolocado la puerta cerrada. Repasó una y mil veces las conversaciones de la tarde. Había estado bien, se habían reído muchos, hasta la conversación de la cena. Él se había mostrado frío y distante, solo para no sentirse vulnerable. No quería que ella viera que, en verdad, se empezaba a plantear un futuro en pareja. Helena estaba dando un vuelco a su vida, pero aún no estaba convencido de aceptarlo. Aún sentía que ella podía estar jugando al ratón y al gato con él. Al fin y al cabo, él no era más que un actor para ella. Helena siempre había amado a bailarines. Alguien que pudiera entenderla en ese lugar al que no lograba alcanzarla. A ese lugar donde él veía que se iba cuando sonaba la música. Cuando sus ojos se volvían vidriosos. Helena vivía en otro mundo. Irreal para él. Inalcanzable. Y algún día, encontraría a ese príncipe azul, con el que él sabía que soñaba todas las noches desde que era pequeña. Ese bailarín con el que subirían al teatro más elevado y bailarían sin cesar.

Se durmió inquieto y se levantó agobiado. Salió a correr, pero el día era caluroso a pesar de estar en octubre. El sudor le dejó pegajoso y molesto. Regresó a ducharse, pero pensó en que necesitaba compartir esa agradable ducha con alguien. Necesitaba verla antes de la comida con la familia. Llamó al timbre, pero Helena no apareció. Ese día no le abrió. Encogiéndose de hombros, se metió en su piso. Eira le miraba como si supiera lo que pasaba y él fuera tonto por no saberlo. Owen se duchó nervioso y se puso un tejano claro. Una camiseta de tirantes blanca y una camisa a cuadros que su madre le había regalado. Él no entendía mucho de ropa, pero su madre decía que era el estilo que se iba a llevar esa temporada. Luego, se puso unas bambas y las gafas de sol. Se miró al espejo. Es que estaba hecho un bombón, Helena tenía razón. Pero, si seguía comiendo como últimamente, iba a poner unos kilos que no se le iban a ir fácilmente. Ya no tenía veinte años, y se alejaba de los treinta. Cogió a su perra que, entusiasmada porque él le pusiera un lacito a juego con su camisa, le lamió toda la cara. Luego salieron, solo por probar, Owen volvió a llamar, pero Helena no respondió. Suspiró agobiado. Le hubiera gustado poder hablar un rato antes de verse con el resto. 

Se pasó el trayecto en coche reflexionado sobre que había hecho mal. Sin embargo, aparte de su estúpida respuesta sobre el amor, no recordaba nada más. ¿Tanto enfado solo por eso? No, algo más había tenido que hacer mal. Quizá no se había dado cuenta. Así eran las relaciones, por eso las evitaba. Complicaban la vida sin necesidad. Con lo difícil que ya era. Aparcó delante de la casa de su hermano, que ya olía a humo. Cuando llegó, Jules y Jesús, estaban delante del fuego. Aparentando que hacían algo. Divertido, Owen miró alrededor.

—¿Dónde está Tonik? —ambos le miraron sabiendo que no le podían engañar.

—Ha ido a por unas cervezas —Owen se rió. Sus hermanos podían ser muchas cosas, pero no muy dados para esos temas. Tonik apareció con cuatro botellines con mirada divertida. Ese hombre siempre le intimidaba un poco. Tenía cuarenta y seis tacos. Se mantenía en buena forma y tenía algo diferente. Algo que te hacía sentir tranquilo con su sola presencia. Helena y él se llevaban dieciséis años, con Ariel se llevaba catorce. Sin embargo, siempre actuaba como un padre para ellas. No sabía qué pensaba Tonik sobre su relación, pero estaba seguro de que no aprobaría que él le hiciera algo a su hermana pequeña. Con ese pensamiento se sintió más agobiado.

—Ya imaginaba que no tardarías en aparecer por aquí. Las niñas han ido a por la carne —le informó. Ambos se pusieron con la barbacoa. En ese tema, se entendían bien. Cuando bebieron, Tonik le preguntó—: ¿Nervioso por la película? Helena dice que en dos semanas sale ya en cines, está muy ilusionada. Tengo muchas ganas de verla.

—Estoy histérico. La semana que viene empezamos ya la promoción —Jesús rio, interrumpiendo su conversación.

—¡Qué ilusión! Legiones de fans enteras a tus pies —Jules rió, antes de girarse. Nunca sabía como su hermano lo hacía, pero siempre presentía la llegada de Ariel. Antes de que los demás la vieran, él la veía. Ella llevaba el pelo alborotado y a la pequeña que no paraba de reír. Owen no tardó en ver el motivo. Helena no paraba de hacerle carotas por detrás, que a él le revolucionaron el corazón. Eva iba cargada con bolsas quejándose. Ignorada por Nuria que charloteaba contenta con Iván. Jesús se levantó para ayudarlas.

—Estas esclavistas me han hecho cargar con todo, ¿te lo puedes creer? —Jesús miró a Ariel sorprendido, ella poniendo cara de inocente, indicó:

—Eva se había enrollado con el cajero. Le dejó de mala manera, por mensaje. Fatal. Encima, me ha exigido una propina. Es su castigo por libertina —musitó mirándola con superioridad. Eva puso los ojos en blanco.

—Él debería estar castigado por ser un mal profesional y peor persona. La gente debe aceptar las relaciones como son —Eva dejó las bolsas sin ninguna mirada de arrepentimiento.

—¿Hay algún hombre al que no hayas pisoteado el corazón? —preguntó Tonik. Owen no pudo evitar reír ante el comentario, ganándose un codazo de Jules.  

—Créeme, aún me quedan objetivos que destrozar —Jesús resopló. A Owen no le paso desapercibido que Helena no le había mirado, por lo que se puso a cocinar. Intentando ignorarla. Con Tonik y Jesús trabajaba a gusto. Hablaron de la película, de trabajo y de fútbol. Las chicas charlaba al sol distraídas. Con el calor que hacía, acabó por desprenderse de la sudada camisa, y siguió a lo suyo.

—¿Y ese tatuaje? —le preguntó Jules. Ariel se acercó divertida.

—Enséñanoslo —dijo ilusionada. Owen puso los ojos en blanco y se quitó la camiseta. La verdad es que lo hizo seductoramente a posta para Helena. Sonrió cuando vio que ella ponía los ojos en blanco.

—Pero... ¿Esto no es tu dibujo, Helena? —dijo Tonik, mirándoles impresionado—. Es increíble. Me encanta. Es una pasada. Justo como lo imaginamos.

—Te queda muy sexy —dijo Eva apreciativa. Él el guiño un ojo poniéndose la camiseta. Su amiga rió descarada.

—Para algo bueno que hace nuestro cisne, quería que quedara retratado en mi piel —lo dijo con picardía, para provocar que ella se molestara. Cosa que consiguió.  

  —Perdona, todo lo que hago es bueno. Solo que los cortos de miras no pueden verlo —Helena le miró con esa furia que a él le encantaba. Se mordió el labio. Tentadora. Owen sonrió.

—Tendrás que demostrarlo —el resto se removieron incómodos ante ese intercambio tan directo. Owen dejó el tema volviendo a la barbacoa. Las chicas volvieron a parlotear. Fue Tonik quien señaló:

—Es un detalle muy bonito —dijo, dejándole descolocado.

—¿El qué? —preguntó Owen incómodo.

—Que siempre aprecies las cosas que ella hace de forma tan especial. Sé que ella a su particular manera es difícil de querer, pero me alegra que haya dado contigo. Le haces feliz —Tonik siguió como si nada y Owen no supo qué decir. ¿Le estaba dando su bendición? Estaba claro que ese hombre callaba más de lo que sabía.

Helena, que se había pasado toda la noche y parte de la mañana, comiéndose la cabeza; se quedó muda cuando lo vio quitarse la camiseta. Mostrarles el sexy tatuaje con ese descaro que siempre le caracterizaba. Esa parte de su cuerpo que a ella le encantaba. Sí, ese hombre la volvía loca. Nuria le miró divertida, por lo bajini dijo:

—Te encanta —ella le dio un codazo. Solo ambas sabían qué protagonista de novela llevaba semejante tatuaje en la espalda y lo que significaba en el libro. Algo que mantendrían en secreto. Nuria apoyó la cabeza en su hombro—. Es un gesto muy bonito, ¿no crees?

—Es un gesto banal. Deja de darle la vuelta a la tortilla —Nuria rió con mucha fuerza, haciendo que las cuatro la mirarán como si estuviera loca.

—Nada, nada. Un chiste de bolleras —dijo. Las otras se miraron, y asintieron, confirmando que estaba loca. Helena no entendía nada. Hablaron de tatuajes. Ariel tenía alguno. Helena nunca había pensado en hacerse ninguno, aparte del que tenía con sus hermanos. Pero si así fuera, tampoco se planteaba lo que se haría. En todo caso, quería que fuera delicado y sencillo. Eva señaló:

—Podríamos hacernos uno juntas, ¿os parece? —Ariel meditó largo rato. Su mirada brillaba pensando.

—Podríamos hacernos un símbolo de brujería. Como estos siempre nos llamaban aquelarre —Nuria levantó la mano, para asegurar que el parecía una buena idea. 

—Me parece genial —musitó. Las otras rieron y asintieron. Un símbolo de brujas, ¿qué podría ser? Los chicos sirvieron la comida y se pusieron a charlar alrededor de la mesa. Eva les contó su idea sobre el tatuaje conjunto. Mirando a Tonik preguntó:

—Tú tienes muchos, ¿qué crees que nos podría quedar bien? —Tonik bebió de su cerveza, alagado por qué ella hubiera pensado en él. Meditabundo dijo:

—Un nudo de bruja —buscó en su móvil y encontró la imagen. Era un símbolo bonito, como cuatro pétalos que sobresalían de un círculo—. Dicen que es un amuleto protector y que conecta con las energías naturales. Además, tiene cuatro pétalos y sois cuatro. Es perfecto, creo —las cuatro asintieron. Luego hablaron del sitio donde se lo harían. Cada una lo quería en un sitio distinto. Ariel en la muñeca, Helena en el tobillo y Nuria en el hombro. Eva dudaba.

—¿Donde duele menos? —le preguntó. Tonik la miró con atención.

—Todos duelen. Pero en el brazo o la espalda es soportable. A mí en la clavícula no me dolió nada —su hermano tenía muchos tatuajes, ya había perdido la cuenta. Pero ese no lo había visto o no lo recordaba. Por su mirada de confusión, su hermano se deslizó un poco la camisa. Le mostró la frase de la clavícula. Helena se anotó que tenía que preguntarle.

—La clavícula me gusta —dijo Eva divertida—. Adjudicado. Iremos mañana.

—Frena loca —dijo Helena sacando una sonrisa a su amiga—. Yo mañana no puedo. El lunes es día de muerte, tengo clases y más clases. La mayoría de días como de pie en la cocina y salgo escopeteada. 

—Y lo que te gusta a ti estar ocupada —le replicó Nuria. Helena le sonrió sin poderlo evitar. Su amiga tenía razón. Tras la comida, aprovecharon el sol para tumbarse en las tumbonas. Otros se quedaron charlando, haciendo la sobremesa. Helena eligió la primera opción y se tumbó cerca de la piscina con Anna. No le sorprendió que Owen se tumbará con ellas. Relajados tomaron el sol, mientras la pequeña dormía a la sombra. Las risas de sus amigos les llegaban por el viento.

—Tengo ganas de ti —le susurró él. A Helena se le estremeció el cuerpo ante su tono de voz dulce y grave.

—Y yo —señaló ella, que le rozó la mano con ternura. Owen se giró y abrió un ojo divertido.

—Pórtate bien, cariño —susurró. Helena estuvo tentada a no hacerle caso, pero la llegada de su sobrino Iván para tumbarse con ella, les distrajo. Pensaba que Owen se iría, pero se quedó. Disfrutaron de sus sobrinos y de la luz del sol. Helena se sintió realmente feliz por como las cosas iban. Owen podía negar lo que quisiera, para ser un chulito tonto, pero entre ellos estaba naciendo algo parecido al amor. 

Eva conducía con tranquilidad. Acababa de dejar a Nuria en su casa y conducía para la de Tonik. La barbacoa había ido muy bien y se sentía relajada. Había sido un buen día. Aunque empezaba a tener calor. El negro aún conservaba la temperatura del exterior. Habían pasado muchos años, pero aún no se acostumbraba. Tonik la miró.

—¿Estás bien? —ella asintió. Esa mañana, ella les había ido a buscar junto con Nuria. Iván parloteaba detrás, pero ahora se había quedado frito. Tonik no le despertaba. Misterioso, señaló que esa noche no se lo quedaba él. Ya se espabilaría su madre. Ese gesto tan poco amable, a ella le sorprendió e hizo gracia por igual. Pero, el silencio se le antojaba incómodo.

—Sí, ¿Por qué? —dijo un poco a la defensiva.

—Por nada —musitó mirando por la ventanilla— ¿Cómo llevas tu libro? —Eva sonrió. Estaba empezando a recopilar la documentación y todo pintaba muy bien. Ilusionada le estuvo contando, mientras aparcaba. Él parecía interesado. Tonik la miró e indicó:

—¿Quieres pasar? Podemos tomar un café y me cuentas —era algo natural. Se conocían de hacía años, muchos años. Pero esa vez a Eva se le revolucionó un poco el corazón. No supo decir por qué. Solo asintió. Tonik llevaba a Iván en brazos que se despertó para recoger ordenadamente sus cosas antes de que viniera a buscarle su madre. Eva y Tonik hablaron de su libro. Y, de muchos libros más. Montones. Él era un apasionado de la lectura. Cuando sonó el timbre, ninguno de los se había dado cuenta de la hora que era. S eles había pasado el tiempo volando. Eva se quedó parada cuando entró Lucía sonriente. Esa mujer, era su antigua esposa, y la madre de Iván. Rubia y preciosa. Se la veía muy sencilla y cariñosa, simpática. Ambos se pusieron a hablar con cariño. 

—Perdona, no me había dado cuenta de que estabas acompañado. La falta de costumbre supongo —musitó la mujer. Su mirada relucía extraña. Eva no supo identificar si era vergüenza o... ¿celos?—. Ya me marchó, no quisiera interrumpir.

—No pasa nada, Lucía. Eva es amiga de Ariel. Está escribiendo un libro y... —Tonik le sonrió divertido e ilusionado por igual—. Me gusta que me explique el proceso. Me parece muy interesante —Eva se sintió ridícula. No supo por qué, pero ese hombre la descolocaba. Nerviosa asintió, y les observó charlar un rato más.

Tonik era siempre tan amable. Un pilar al que agarrarse ante cualquiera problema con su carácter tranquilo y dulce. Llevaba muchos años en su vida, como el hermano mayor, casi un padre, de su amiga. Nunca se había fijado mucho en él. No como ahora le veía. Un hombre hecho a sí mismo, fuerte y seguro. Atractivo y confiado. Nerviosa, pasó el peso de un pie al otro. Intercambió amables palabras con Lucía y cuando ella se fue, Eva hizo lo mismo. Tonik le dio dos besos de despedida, como siempre había hecho. Pero esa vez, ella los sintió distinto. Se metió en su coche y golpeó molesta el volante. ¿Es que era tonta? Sí, lo era. Recordó su mano tapándole la boca el otro día y sonrió como una boba. Tonik era divertido, pero estaba prohibido. Si se la jugaba le tocaría perder más que cargar unas simples bolsas. Puso primera y salió a escape.

Helena y Owen se ducharon juntos. Tras pasarse el día de barbacoa, jugando con niños y perros, estaban sudados. El agua resbalaba por sus cuerpos que se buscaban y tentaban. Esa semana comenzaba la promoción de la película. Estaban nerviosos. Helena ya no trabajaba para Margaret, pero iría al estreno en Los Ángeles como parte del equipo. Tenía su invitación encima de la mesa. Bueno, dos invitaciones. Aún no lo habían hablado, pero era buen momento. Justo estaban hablando del estreno.

—¿Irás sola? —preguntó Owen, lavándole el pelo.

—He pensado en ir con Alejandro —musitó con tranquilidad. Él respetaba mucho su amistad. Sabía que cada clase bailaban juntos, algún lunes iban a cenar. Pero eso le sorprendió que esa vez se tensará—. ¿Pasa algo?

—No, para nada. Pero... vais como amigos o... —preguntó. Owen se removía incómodo.

—Amigos —musitó muy seria, girándose entre sus brazos— ¿Por qué?

—Bueno... hay algo que no hemos hablado Helena. ¿Lo que tenemos queremos que sea... exclusivo? —ella asintió convencida— ¿Y sabes como se llama a eso?

—Relación —Owen asintió. Helena le besó la nariz, haciéndole reír— ¿Es eso malo?

—No. Contigo no me asusta —dijo apretándola contra sí mismo. La besó con ganas. Helena se dejó llevar por ese beso y por las ganas de estar con ese hombre. Estaba claro, que aunque ella temiera que como actor él le mintiera, Owen era con ella sin máscaras. Con sus defectos e inseguridades a primera vista. Como ella hacía con él. 

—Owen no me coge el teléfono —musitó Jules con picardía. Ariel le miró divertida.

—Helena tampoco, por supuesto —dijo Ariel sentada en el enorme sofá. Su capricho para ese hogar. Ese hogar tan precioso que habían encontrado de casualidad. La serie estaba congelada en la pantalla. Divertida, preguntó—: ¿Crees que están juntos?

—Tengo una ligera sospecha, mi caracol —Jules le tendió los brazos y ella se dejó caer rápidamente. Su marido olía a jabón y a su colonia favorita. Le besó en el cuello con delicadeza. Él gruñó contra su oreja— ¿Tienes hambre?

—No, pero sé que tú sí —Jules la miró como si eso no fuera obvio. Ella puso los ojos en blanco— ¿Te apetece una pizza y ver un par de capítulos? Así acabamos un fin de semana perfecto —Jules asintió. Cenaron en el gran sofá como siempre hacían. Su niña se despertó para comer. Jules las miró como si fueran un ser de otro mundo. Ariel nunca hubiera imaginado ser tan feliz con la vida que llevaba, pero así era. Egoístamente, la hinchaba de felicidad que su hermana estuviera tan cerca. Sabía lo que había perdido, y nunca se lo perdonaría. Pero... tenerla a su lado, era lo que siempre había querido. Si ella era feliz con Owen, Ariel sería inmensamente feliz. Solo le quedaría... encontrar algo para su hermano. Pero eso era trabajo del aquelarre. Ser celestinas del amor. Riendo por sus pensamientos, hizo que su marido enarcará una ceja. Jules musitó un «Peligro, peligro» que la hizo reír.


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