04. Palmeras en la nieve

Helena dejó caer la cabeza contra el asiento agotada. Aún quedaban un par de horas más de reunión, pero enseguida estaría en casa. Tras dos semanas de preparativos; en menos de cinco días, iban a viajar para Skien, y empezar el arduo trabajo del film. Sin embargo, no solamente el inicio de la película la entusiasmaba. Estaba llena de ilusión, por ese nuevo comienzo. Era su gran primer reto como profesional. Sentía que necesitaba cumplir con ello, como se debía, para dar carpetazo definitivamente a su pasado. Esas dos semanas se había pasado el tiempo trabajando casi sin parar. Aunque, el resto del tiempo restante, no había parado de ir a ver a sus sobrinos. Estar con sus hermanos. Cuando vivía en Nueva York se veían solo un par de veces al año y casi siempre poco tiempo. Ese cambio en su vida, era lo que más le gustaba. Sentía que volver a marcharse, no era lo que más le apetecía en el mundo, tras recuperar esa sensación de estar en casa. No obstante, el proyecto valía la pena. Estiró sus cansados músculos y recogió las carpetas. Los días que faltaban eran para estar con sus familias antes de marcharse. Estarían fuera tres meses, luego regresarían un par de semanas, y así sucesivamente hasta acabar con el rodaje. Al menos, ella contaría con un amigo entre el reparto. Su estómago se retorció de nervios y negó divertida. Se levantó y se dispuso a salir, cuando Rena entró corriendo con el rostro desencajado. 

—Tengo a Stirling al teléfono, dice que es una urgencia. Margaret no está y estoy teniendo un ataque de pánico —Rena le pasó el teléfono a su despacho y Helena descolgó preocupada.

—¿Qué ocurre, Stirling? —respondió Helena. Michael Stirling le comentó que debían cambiar de actriz principal. Por lo que había que rehacer alguno de sus estilismos. Margaret llegó y entre los tres se pasaron las dos horas siguientes trabajando a través de videollamada. Sin embargo, Helena no se cansó ni se aburrió en ningún instante. Michael era cercano, divertido y le encantaba bromear. Cansados, cuando Margaret se marchó para organizar alguna de las compras, ambos se observaron. Él la miraba fijamente —. ¿Qué pasa?

—No me llames Stirling. Llámame solo Michael, por favor —ella asintió cohibida— ¿Estás segura de querer comenzar en este mundo? —Helena asintió, sin dejar traslucir sus inseguridades, y él le sonrió—. Entonces, prepárate para los imprevistos.

—A eso estoy más que acostumbrada —dijo ella, recordando los comienzos de actuación. Siempre pasaban cosas y todos se ponían frenéticos con los cambios. Aunque su tono era más triste de lo que sentía en verdad, carraspeó y señaló—: Tengo que marcharme. He quedado con mi hermana.

—Te deseo una buena velada, Helena. No he olvidado nuestra cena pendiente, espero que tú tampoco —ella sonrió y se despidió con comodidad. Michael era un gran tipo.

Llegó más tarde de lo que pretendía, y tras cambiarse en casa, Tonik la llevó al hogar de su hermana para marcharse con sus amigas. Era la primera noche que Ariel se iba a separar un par de horas de su hija. Iban a cenar con Eva y Nuria, probablemente, irían al cine. Ariel estaba radiante con sus leggings negros y un grueso jersey del mismo color. Helena observó desde el coche como se ponía de puntillas para besar a su alto marido. Para acariciar con dulzura la cabecita a su bebé. Una extraña opresión le cerró la garganta. Su Ariel era madre, tenía una familia. Era algo alucinante. Ariel corrió hasta el coche de Tonik y se montó divertida.

—¿No te deja llevarte el deportivo? —le preguntó Tonik divertido. Ariel le dio una cariñosa colleja a su hermano que condujo hasta casa de Eva. El antiguo piso de Ariel. Nuria las esperaba en el portal. Helena y Ariel bajaron. A ambas les extrañó que Tonik, también, lo hiciera. Pero solo se acercó para saludar a Nuria. Su hermano charló un rato con la enfermera y se despidió de las chicas, para comprar en el súper y regresar a su hogar. Las tres subieron divertidas hasta el piso de Eva, aunque a Helena no le pasó desapercibida la mirada de su hermano a Nuria, ni la de ella hacia él. ¿Estaba imaginando cosas o esos dos se gustaban? Debía sonsacar más información.

Eva les abrió con su habitual vestimenta negra. Llevaba el pelo recogido en un desenfadado moño y su mirada traslucía diversión y picardía. Así era ella. Las cuatro se lanzaron a besuquearse, reírse y chismorrear. Cocinaron juntas, mientras se bebían una cerveza. Todas menos Ariel, que se bebió un zumo de uva con cara de asco. Aunque estaba dando el pecho y es lo que le tocaba. Las cuatro hablaron de su día a día, de su trabajo y de sus ilusiones. Esa noche con amigas, le sentó fantásticamente bien a Helena que reía divertida. Despreocupada. Aunque parte de su corazón, se dio cuenta de que era la primera vez que vivía algo así. Era la primera vez en su vida que tenía, además de su hermana, amiga. 

Owen bebió de su cerveza, mientras Jules acunaba a la preciosa bebé. Jesús reía con algo que le estaba contando su hijo, distraído por un momento del resto de la conversación. Aunque estaba feliz por sus hermanos, algo en su interior, esa noche se agitaba incómodo. Él también quería una felicidad así para sí. Quería tener su propia familia, su propio hogar. El corazón le dio un pinchazo y descartó ese sentimiento. Quizá ya era demasiado tarde para todo ello.

—¿Crees que la echa de menos? —le preguntó Jules. La pequeña Anna bostezó. Sacando una sonrisa boba a ambos hombres.

—¿A Ariel? Lo dudo. Al menos, mientras no tenga hambre —dijo Jesús, sonriendo, mirando embobado a su sobrina—. Sé que he dicho mil veces que nunca más me iba a volver a enamorar. Pero esta pequeña me ha robado el corazón —Owen se removió incómodo ante las palabras de su hermano. Él también había jurado eso una y otra vez. Al principio como una broma, sobre todo para hacerse el chulo delante de otros. El tipo duro y rompecorazones, en el que se había convertido. Aunque fue tras Agatha, que ese juramento, se tornó verdad.

Se levantó y salió a tomar el aire. Se sentía agobiado últimamente, sobre todo desde esa maravillosa tarde en el hotel con Helena. Su cuerpo frenético no se había saciado y estaba complicando las cosas. Emocionado como estaba por el film y los meses de rodaje venideros, seguramente en su compañía. Mirando la noche, pensó en Agatha. Se habían conocido en el tercer rodaje donde actuaba Owen. Eran jóvenes, por supuesto, y él no era ni la mitad de buen actor. Había cogido el papel solo por hacer algo. Por empezar. Ella era la antagonista, Owen, el objeto de deseo de la protagonista. Sin embargo, a pesar de que en la serie no se hablaba, ambos conectaron al instante fuera de cámaras. Charlaban sobre actuación, comían juntos, repasaban guiones. Se enamoraron. Agatha se convirtió en todo su mundo. Si ella decía blanco, él le daba blanco. Owen interpretaba el papel del novio perfecto. Pronto, se dio cuenta de que todo en su relación, era interpretación. Su historia de amor eclipsaba en todas las entrevistas. La gente veía la serie solo por ver la relación entre ellos. Pronto, todo el mundo hablaba de eso, y no de su actuación. La protagonista, la trama, la imagen de la serie, todo olvidado en un rincón. Sin embargo, Owen perdonó ese uso, porque lo justificó. Lo que habían conseguido era por su amor. Así se fueron sucediendo los rodajes. Estuvieron juntos dos años y medio. Owen vivía por y para Agatha. Actuaban juntos, siempre en esos papeles románticos. La gente se cansó de su perfecta relación. Como ella también lo hizo. Un día, Owen se enteró de su ruptura, mediante mensajes en las redes sociales. Por supuesto, él actuó como el descarado rompecorazones al que eso no le importaba. Pero... le dolió. Él había pensado que ella era su futuro. Se veía casado, con hijos, con esa preciosa casa que siempre estaban planeando comprar. Eso nunca sucedió. El amor en su trabajo no existía. Siempre se fingía, o casi. Había tenido muchas relaciones pactadas y otras algo escandalosas. En fin, Owen siguió adelante. Estacando un poco en esos papeles de serie de romántico seductor. Agatha hacía ocho meses que se había casado con un famoso productor de Los Angeles. Consiguiendo así el papel más grande de su carrera. Owen sabía que no lo amaba. Ella no amaba nada que no fuera a ella misma.

—¿Te ocurre algo? —preguntó Jesús a su espalda. Owen negó.

—Nada, estoy cansado. La preparación física está siendo más dura de lo que esperaba.

—Ojalá no te fueras tan lejos otra vez. Hace poco que regresaste —respondió Jesús, apoyándose a su lado, observando el patio de casa de su hermano—. Pero será una película fantástica —Owen sonrió. Aunque su vida personal fuera un desastre, al menos, tenía a su familia y su trabajo. Dos pilares que le hacían ser feliz. O tan feliz, como se pudiera ser. Sonriente volvió a dentro y los tres se pusieron a ver el partido.

Estaban algo achispadas. Sí, algo no, un poco de más. No podían negarlo. Pero reían divertidas. Ariel las observaba con cariño y confianza. Helena, que conocía a su hermana casi mejor que a sí misma, sabía lo que esa mirada significaba. La completa felicidad que sentía. La misma que ella notaba en su corazón. No paraban de reír y molestarse las unas a las otras. Finalmente, tras no parar de hablar de canciones, novelas y películas que les habían tocado el corazón. Nuria se levantó confiada y buscó en la televisión. Puso «Palmeras en la nieve», e indicó que esa película le había cambiado la vida. A pesar de ser un film serio, tierno y emotivo, ellas se la pasaron riendo. Y supieron que eran unas desgracias por no prestarle atención. Aunque, cuando acabó, Helena supo que quería la mitad de una historia de amor, tan bonita como esa. Ariel llamó por teléfono a Jules, que aceptó irla a recoger encantada.

—Chicas, yo no aguanto más. Ha sido una noche maravillosa, pero echo de menos a mi bebé —dijo Ariel sonriente.

—Lo que tú echas de menos es a tu ardiente maridito —replicó Eva, que con picardía, le guiñó el ojo —. Déjale seco, anda —Ariel se río desvergonzada y esperó a Jules que llegó diez minutos después. Las tres, pusieron «Bridget Jones» y se sirvieron otra gran copa de vino. Era una película de culto, que toda mujer debería ver en su vida, mínimo unas diez o quince veces. Nuria normalmente callada, reía feliz y desinhibida. Eva se soltó el pelo dejando caer su revuelta maraña de pelo rizado.

—Qué pena que para nosotras no haya nadie ardiente esperando... —musitó con tono lastimero. Nuria alzó la copa dándole la razón. 

—Será para ti —respondió Helena envalentonada. Aunque estaba entonada, no iba a admitir ni de coña su aventura con Owen. Eso sería fatal. Pero, iba a dar envidia a sus amigas con el buenorro del director Stirling—. En cuanto llegue a Skien, voy a deshacer los glaciares. Mirad que bueno y ardiente que está el director de la película. Me muero por cenar con él... —Helena juró y perjuro que solo iba a mostrarles la foto de su perfil. Sin embargo, le había dado al botón de videollamada, pero no se dio cuenta en un inicio, hasta que Michael sonrió en la pantalla asustándolas. En un ronco y perfecto inglés musitó:

—He entendido lo de director, pero, ¿lo de "bueno" es por mi bondad o...?

—Disculpa, Michael. Solo quería indicarles que eras el director del film y no sé por qué te he llamado —Helena se quería morir de la vergüenza—. Lo siento mucho. Soy un desastre. 

—Un desastre «ardiente» —dijo él en español. Helena se puso de color granate, lo sabía. Las dos brutas de sus amigas empezaron a reír. Ella se levantó apresurada para tener algo de intimidad. Por qué capaz, esas dos lagartijas que tenía por amigas, soltaban alguna burrada.

—Lo siento, lo siento mucho —repitió entre molesta consigo misma y avergonzada. La había cagado incluso antes de empezar.

—No te preocupes, Helena. Me alegra que hables así de mí, porque yo también me muero por cenar contigo —indicó divertido y relajado—. También me pareces ardiente —Helena no sabía qué decir y menos como decirlo. Por lo que, simplemente, hizo una mueca y dejó caer la cabeza avergonzada contra la pared—. Buenas noches, bailarina.

—Buenas noches, Michael. De nuevo, siento mucho toda esta tontería —sin embargo, la risa de él, la relajó un poco. Sus amigas empezaron a bromear con ella, nada más volvió al salón. Helena, avergonzada, bebió de su cerveza e intentó sosegar su corazón. Volvieron a conectar la película y se relajó al ver que, al menos, su adorada Bridget Jones era casi tan torpe como ella en todo. 

Dos días después, del episodio cagada Stirling, Jesús decidió organizarles una barbacoa de despedida, antes del viaje. Sus amigos y familia ya sabían que ambos iban a trabajar en la misma película. Parecían más felices, de saber que al menos se tendrían uno al otro, lejos de su hogar. Helena invitó a Nuria qué, encantada, aceptó su invitación. Por ese motivo, estaba sentada al lado de su hermano Tonik en el coche. Helena hablaba con su sobrino Iván. El pequeño le hablaba de la elección del nombre de su clase. Él había propuesto que se llamarán «Dinosaurios», y había conseguido diez votos. Siendo la propuesta más popular. Sin embargo, no le habían elegido delegado. Divertida, Helena le revolvió el pelo, diciéndole palabras de consuelo. No siempre se podía ser el más popular.

Cuando llegaron, el olor de humo les recibió. Ariel les saludó con la pequeña Anna en brazos, que estaba despierta. Estaba haciendo unas pedorretas monísimas y Helena no pudo evitar achucharla. Iván se marchó algo celoso, pero se le pasó al ver que entre los invitados estaba David. Según él, su mejor amigo en el mundo mundial. Los dos se pusieron a jugar. Ella también se alegró de ver a David, porque tenía muchas ganas de hablar con él sobre moda. Sin embargo, sus ojos le buscaron sin dudarlo. Owen estaba bebiendo una cerveza y llevaba el pelo en su recogido vikingo. No se habían visto desde el hotel, pero ella no había parado de pensar en él. Su corazón se aceleró y ella le devoró con la mirada. Eva le tendió una cerveza. 

—Dejad que los hombres se ocupen, me han echado a patadas. Hombres fuego, hombres quemar cosas. Paso. Vamos a charlar nosotras —Tonik le revolvió el pelo a Eva divertido. Se acercó donde su cuñado le preguntaba sobre barbacoas. Se puso a ayudarles junto con Owen. Helena les observó y sonrió. Su hermano conectaba bien con Owen. Ambos se reían y charlaban con complicidad. Helena cogió a su sobrina y le empezó a hacer pedorretas en su rolliza barriga. Ninguna se dio cuenta de que Iván se acercaba con un dinosaurio de plástico con el que golpeó a la pequeña. No le hizo nada, puesto que era blandito, pero la pequeña se puso a llorar. Tonik se acercó furioso, pero Helena, que entendía a su sobrino, mejor que a nadie, le paró. Dio la pequeña a su madre y se acercó a Iván que se había ido corriendo.

—¿Por qué has hecho eso, dino? —dijo sentándose entre los cuidados arbustos. Seguro que estaba chafando alguna petunia importante, pero le dio igual. Iván hizo pucheros—. ¿Qué pasa?

—Que la quieres más que a mí. Todos la quieren más. A esa cosa pequeña y apestosa —Iván estaba celoso. Claro que sí. Y era normal. Ella también había estado muy celosa de Ariel en su momento, y eso que su hermana era mayor. Pero los celos eran así, incomprensibles. Helena le cogió su pequeña mano entre sus dedos. 

—Yo no sé los demás, pero yo no puedo quererla más que a ti. Porque tú eres mi dino especial, ¿sabes? — Iván negó y ella le sonrió divertida— ¿Quién es mi mejor amigo del mundo mundial? —Iván se señaló—: ¿Quién es mi Alan Grant? —su sobrino adoraba «Parque Jurásico», se volvió a señalar— ¿Quién sabe lo que sueño por las noches? ¿Lo que me gusta comer cuando estoy triste? —Iván se señaló y ella le tendió los brazos—. Tú eres mi niño especial. Y aunque Anna sea mi princesa y la quiera mucho, nadie jamás podrá ocupar tu lugar.

—¿Eso significa que no vas a luchar por ser su tía favorita? —dijo Owen a su espalda. Ella le miró enfadada, pero apretujó a su sobrino.

—Anna la querrá como su tita favorita, porque es la mejor —le dijo Iván sacándole la lengua. Owen le sonrió y se agachó a la altura del pequeño—. Tú también quieres que Anna te quiera más. Pues muy bien. Me da igual, porque tú no eres mi tito.

—Cierto, yo no soy tu tío. Pero quiero ser tu colega. Y como colega lo que has hecho está mal. Pero a veces, por las chicas, uno pierde la cabeza, ¿sabes? —Iván río y Owen le tendió una patata frita. Que Iván devoro con ansia— ¿Le pedirás perdón a Anna y Ariel? Nadie está enfadado contigo. Nadie se enfada con mi colega.

—Porque eres un tipo duro —dijo Iván haciendo muecas— y das miedo —Owen se rió, pero Iván, mirando a Helena, señaló—: Aunque no tanto como mi tita —Helena le dio besos, hasta que el niño harto, la apartó. Corrió para pedir perdón arrepentido, ganándose una tanda de cosquillas de Jules que acabarán borrando su tristeza. Owen la ayudó a levantarse. Ella le sonrió con cariño.

—Gracias por venir a verle —Owen le sonrió. Ambos no se apartaron de la cercanía del otro—. Ha sido un detalle —Helena sintió unas terribles ganas de besarle. De lanzarse a sus brazos y hacerse el amor ahí y ahora. Pero, solo suspiró y recompuso su mirada, aunque sabía que sus ojos la habían traicionado. Debía aprender a contenerse mejor. Él la acercó contra sí, tapados entre los matorrales.

—¿Quieres que vayamos esta noche al hotel? —como en trance ella asintió. Él sonrió con picardía. No les haría ningún mal. Una noche más para aplacar ese tremendo deseo.

Se reunieron con su familia y disfrutaron de la comida sin más percances. Iván no paró de besar a su prima y de pedirle perdón, hasta que Tonik sonriente, le dijo que ya estaba bien. Ella se fijó que Nuria se había sentado al lado de su hermano y que charlaban entre confidencias. Se le veía distinto, pensó Helena. Más relajado. Como si fuera más ligero. O quizá estaba elucubrando de más. Al fin y al cabo, su hermano también había estado preocupado para ella. Helena se pasó la comida hablando de moda con Eva y David. Que encantados, no paraban de preguntarle sobre su trabajo, a lo que ella respondía poco, evitando la curiosidad de Owen. Cuando Anna e Iván cayeron en un profundo sueño, los adultos se tomaron un café de media tarde. Y algunos chupitos. Eva se rio divertida, cuando Helena se sirvió el segundo. 

—Ves con cuidado esta vez. La última vez que bebimos... casi se lía —la mirada de su amiga se llenó de perversa diversión. El resto las miraron alternativamente.

—¿Qué pasó? —preguntó Ariel muerta de curiosidad. Eva se rio tan fuerte que Nuria se contagió. Helena hizo un mohín avergonzada. ¿Se podía querer y odiar a una misma persona?

—¿Te acuerdas de la cena del otro día? —dijo Nuria entre carcajadas.

—¿Puedes callarte un poquito mona? —le dijo Helena molesta. ¿Es que iba a contar semejante cagada suya? ¿Dónde estaba su amistad? Es que querían que perdiera toda su dignidad. Y encima delante de Owen.

—Digamos que Helena... no sabe diferencia entre mostrar una foto o llamar al autor... —dijo Eva. Ella dejó caer la cabeza entre las manos avergonzada, aunque también se reía.

—No es tan sencillo, ¿sabes? Fue un patinazo —replicó molesta. Nuria le sacó la lengua.

—Y tan patinazo... con tu ardiente y buenorro director —soltó Eva. Owen, que hasta ese momento miraba su vaso de chupito relajado, levantó la mirada en ese momento, Helena apartó la mirada.

—¿Michael Stirling? —Helena le miró horrorizada.

—Fue una tontería y él no se lo tomó nada mal. Es que... es muy guapo y... —balbuceó. ¿Es que era tonta? ¿No sabía hablar? Definitivamente, el episodio cagada, era lo peor. 

—Vaya, vaya con mi cuñada... —dijo Jules, ganándose que Ariel le tirará una miga de pan— ¿Qué pasa? —todos reían, pero Helena siguió mirando como Owen se removía con incomodidad. ¿Qué le pasaba? ¿Le molestaba que hubiera tenido ese patinazo antes de la película? Bueno, era una tontería. Aunque... habían tonteado un poco. Pero eso, a Owen, no debía importarle. Stirling y ella estaban solteros. Y ella y Owen también. En fin... suspiro y se levantó para ir al baño. Aunque, también, necesitaba sosegar sus nervios. Michael no le había dicho nada más, pero la palabra «ardiente» seguía entre ellos como fuego. En fin... él había insinuado y ella había seguido la insinuación... pero era un juego. Admiración por sus respectivos trabajos. Nada más. Suspiro y salió, cuando unos fuertes brazos la agarraron, y entraron al baño otra vez.

—¿Tonteas con Michael Stirling? —ella puso los ojos en blanco ante la pregunta— ¿Qué te dijo cuando pasó?

—Nada. Solamente que no pasaba nada. Fue una broma y ya está. Me parece atractivo y...

—Ardiente —completó Owen— ¿Más que yo? —se acercó peligrosamente desafiante—. Dijiste que no mezclarías trabajo y placer...

—Aún no estoy trabajando —susurró ella contra sus labios, incapaz de no llevarle la contraria—. Si lo mezclo contigo, puedo mezclarlo con él, ¿no crees?

—La pregunta es si a él le gustaría compartirte conmigo. Porque yo tengo claro que con él no —Owen la besó posesivamente—, ahora mismo con nadie —le mordió el labio—. No puedo esperar al hotel —Helena se arqueó contra él. Él la subió al lavabo. Ella llevaba un vestido negro largo, botas que le llegaban hasta el muslo. Él le subió el vestido poco a poco. Besándola sin parar. La tocó, la tentó y ella gimió su nombre bajito en contra de su voluntad. Él la penetró con brusquedad. Una y otra vez. Lo hicieron rápido y ferozmente. Ella sofocó su orgasmo contra su hombro y él gruño con casi dolor, cuando sucumbió. Owen le sonrió con picardía y ella con suficiencia. Luego, ambos salieron. Ella subió a ver a sus sobrinos y él regresó como si nada. Pero, por dentro, ella se sentía revolucionada.

Owen ya no pudo pensar con coherencia en toda la tarde. La observaba hablando con David, Eva y Nuria. Tonik estaba tumbado al sol cerca de ellos. Parecía no escucharles, pero sonreía. Por su parte, Owen fingía escuchar a Jesús y Jules, pero su mente se había quedado en ese lavabo. En su rostro empañado por el orgasmo. Sin embargo, el nombre de Stirling, le quemaba. Ella tenía un grado de confianza con él que le resultaba complejo. Él sabía de la fama de conquistador del director, de las caras bonitas que a él le gustaba seducir. No pensaba que Helena fuera a ser una de ellas, aunque, ¿por qué no? Ella era incluso más hermosa que cualquiera actriz. Sin embargo, Owen no soportaría que sus atenciones se centrarán en ella. ¿Y si la seducía mientras estuvieran en Skien? ¿Él podría soportar saber que ella estaba con él? Se estremeció. Ellos no tenían nada, sin embargo, no podía imaginársela con otro. Debía pensar detenidamente sobre eso. No podía exigir lo que no estaba dispuesto a dar.

El timbre les sorprendió a todos. Jesús se levantó y regresó tres minutos después. Llevaba cuatro espectaculares ramos en sus manos. El más grande era para Helena. Él vio como a ella, le temblaba la mano, cuando abría la nota. Su mueca de enfado y miedo. Tonik se levantó, cuando ella enfadada, cruzaba el jardín para tirar el ramo con todas sus fuerzas a la basura. Helena ya cruzaba la verja. Nuria y Eva se miraron confundidas y leyeron la nota. Owen vio como la mirada de Eva hervía de rabia. Ariel fue la que se acercó con su ramo para sacarles de dudas. Le tendió la nota a Jules. 

Ariel miraba con terror hacia Tonik, que se había puesto las manos entre la cabeza. Les comentó que Jacob le enviaba ramos. Uno cada día. Ella los tiraba. Owen se levantó. Solo para quedarse ahí de pie con rabia. ¿Qué se creía ese imbécil? Helena regresó dos minutos después y dijo:

—No habrá más flores. Ya he pedido a la floristería que, por favor, no envíen ni un ramo más por mucho que les pague. O les denunciaré. A ellos y a Jacob. No quiero saber nada más de él.

Esa noche no hubo hotel. Helena prefirió quedarse en casa. Owen lo había entendido, aunque ella no. ¿Por qué no podía rehacer su vida de una forma sencilla? ¿Por qué el fantasma del pasado no la podía dejar en paz? Había llegado a casa para ducharse y tumbarse a mirar el techo de la habitación. Frustrada consigo misma se levantó. Buscó el ballet que había interpretado en Suecia y lo reprodujo. Esa noche, Jacob y ella habían brillado. Recordaba que, luego, se habían ido a cenar como dijo Stirling. Esa noche, volvieron andando al hotel y Jacob miró las estrellas. Entre ellas brillaban sus padres, y hasta ahí, pronto llegarían ellos. Era tierno y romántico. Sin embargo, dos días después, él le fue infiel y ella tuvo un ataque de ansiedad. Cerró los ojos, mientras furiosas lágrimas corrían por su rostro. Jacob la miraba entonces con una adoración, cercana al deseo y al amor, pero no era real. Ella no supo distinguirlo. Todo lo que pasó fue su culpa. Si entonces lo hubiera dejado, nunca hubiera perdido al ballet. 

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