04.Lo que el viento se llevó
El día en el parque de atracciones, a pesar de la ausencia de Owen, siguió sin más percances, ni bajas. Todos pasaron la tarde paseando y disfrutando de las atracciones. Jules, Jesús y Tonik decidieron llevarse un rato a los niños, Alejandro les acompañó. Así las chicas pudieron hablar un rato, consolarse y darse apoyo. Limar esas asperezas tras la tensa conversación. Helena no evitar pensar que Ariel eludía hablarle de lo que le había contado Owen, pero ella no insistió. Era una conversación privada entre ellos y lo respetaba. A ella tampoco le gustaría que Ariel le contará sus intimidades a él. Sin embargo, Nuria la miró muy seria, cuando Helena indicó que Owen era un imbécil por marcharse. Que su único propósito había sido nublarles el día tan maravilloso que estaban pasando.
—¿Has pensado en qué... no sé... quizá esté enamorado de ti? —le preguntó Nuria, algo tensa e incómoda.
—Hubo un tiempo en que lo creí posible —confesó Helena, y se dio cuenta de cuánto le dolía, que no hubiera sido así. Le dolía que él hubiera rechazado disfrutar de algo que ambos veían que podía funcionar—. Pero, él ha dejado muy claro, de manera muy insistente, que solo quiere conmigo una amistad. Y la verdad es que estaba bien. Todo iba bien como estaba. Pero yo lo tuve que joder soltándole ese estúpido «te quiero» —murmuró Helena frustrada. Eva se rio, ganándose un codazo de parte de Ariel—. Pero, ¿también se puede querer a los amigos, no? —todas le miraron como si fuera ridícula, algo que en parte era verdad. Helena solo suspiró agotada—. Vale, bueno, es verdad que me pillé un poco de él. Pero vamos, chicas, ¿es que sois de piedra? Está buenísimo, es buen tío y nos iba fenomenal en la cama. En fin... fui una tonta por estropearlo.
—O muy lista. Decidiste arriesgarte y ver que ocurría. Además, eres humana, no podía pretender no soltarle alguna burrada. Nadie te puede quitar lo disfrutado —comentó Eva poniéndose las gafas de sol y sorbiendo su café helado—. Ahora, solo tenéis que ver como continuar. Parece que a él no le ha sentado muy bien tu repentino noviazgo.
—¿Crees que las cosas van rápido con Alejandro? —Eva se encogió de hombros algo nerviosa.
—Yo no soy para hablar. No he tenido una sola relación seria y mejor. Solo dan disgustos —esa vez fue Nuria quien le dio un coscorrón. Su amiga estaba recibiendo bien ese día.
—Alejandro es un tipo fantástico —replicó Nuria con dulzura y amabilidad. Ante el silencio de su amiga, indicó—: Y os va bien, ¿no?
—Por supuesto. Muy bien. Es romántico, dulce y encantador. Es todo lo que podría pedir —Helena se fijó en que su hermana estaba muy callada. Parecía pensativa y algo triste— ¿Qué pasa Ariel? ¿No me dices nada sobre lo que ocurre y pienso?
—Eres mi hermana. Te quiero y apoyaré siempre, incondicionalmente. Yo voy a muerte contigo, como tú lo haces conmigo —dijo achuchando a su pequeña—. Pero creo que Alejandro no te hace feliz —lo soltó de golpe y sin delicadeza. Todas la miraron. Helena se removió incómoda. Su hermana siempre había visto más de ella que nadie. En parte, cuando se mudó a Nueva York, había agradecido desprenderse de alguien que la conocía tan bien. Incluso mejor que ella misma. Ariel no hubiera sido tan ciega a la infelicidad de Helena, y la hubiera apartado de ese mundo del ballet que había sido como una droga para ella. Pero, también esa visión de Ariel sobre ella, muchas veces la cegaba sobre en quién se había convertido su hermana. Helena se estremeció e incómoda, señaló:
—No es eso. Es solo que quizá... bueno, esté yendo todo muy rápido. Alejandro me encanta, es romántico y pasional, pero, las cosas en la cama no fluyen muy bien y... —Eva le dio un codazo y Helena se calló. En menos de dos segundos estaban rodeadas por los chicos. Era hora de irse. Alejandro estaba muy serio. Helena no tenía duda de que las había oído. Se levantaron y se fueron cada uno a su hogar. Helena se fue con Alejandro, a su piso. En todo el rato, él se mantuvo callado conduciendo. Cuando ya finalmente aparcó, Helena no pudo más—. Me has oído. Soy una imbécil, ¿sabes?
—No, en parte, tienes razón —musitó Alejandro muy serio e incómodo—. Te adoro Helena. Eres maravillosa, pero... no tenemos química en la cama. Lo hemos intentado, pero creo que no... funciona.
—Lo sabía —murmuró victoriosa, para luego encogerse avergonzada. Sin embargo, él la miró algo más relajado y sonriente—. Perdón.
—A veces las cosas no son. Y no es nada malo. A veces, están las cosas bien como están. Te quiero. Mucho. Muchísimo. Pero...
—Siempre hay pegas —dijo Helena, algo mustia, pero más tranquila. No sabía por qué, pero era como si se hubiera quitado un peso de encima que no sabía que sentía. No quería insistir más tiempo en algo que no acababa de encajar. Para ambos el sexo era importante, y no sentirse satisfechos en ese momento donde la relación está en el punto álgido de atracción, era clave. Sin embargo, ambos eran amigos y se querían. Eso siempre funcionaría. Alejandro subió con ella a cenar y charlaron del día pasado. Ambos reían relajados.
Owen estaba tumbado en su cama. Había pensado que se quedaría dormido, pero le era imposible. Podía culpar al jet lag, pero se engañaría. La conversación con Ariel, el enfrentamiento con Helena, todo le daba vueltas. Pero, lo peor no había sido eso. Al llegar a casa, tras el desastre del parque de atracciones, Mike le había llamado para echarle la bronca. A él. Por lo de Mía Horn. ¿Es que el mundo se había vuelto en su contra y no lo sabía? Agobiado, cansado y enfadado, había explotado contra su amigo. Le había acabado llamándole de todo. Estaba cansado de ser un solo personaje y no él mismo. Agotado de fingir. Con los demás actores, con su manager, con sus amigos, con su familia, con Helena, incluso consigo mismo. Tras colgar a Mike, había llamado a Michael, expertamente el director había reconducido la situación. Hablando del amor que se confunde con el de los personajes debido a la veracidad, etcétera. Él se había ocupado de la prensa, de limpiar su imagen. Todos querían ver la película, aun con más ganas. Lo que le había dado una chispa de ilusión. Había iluminado un poco el sombrío día. No obstante, en ese momento tumbado, la recordaba mirándole. Cuando él le había gritado que no sentía nada por ella. Esa mirada, le había partido el corazón. Se había tenido que largar incómodo. Incapaz de enfrentarse al horror de haber dañado a la mujer por la que... bueno, estaba claro que sentía algo. Él podía negarse lo que quisiera en Miami, sobre sus sentimientos, pero nada más verla, se había sentido distinto. Vulnerable, indefenso y... enamorado. Sí. Ya lo había estado una vez, conocía los síntomas.
Se levantó incómodo y miró por la ventana. No cambiaba lo que le había dicho a Ariel, Helena deseaba algo que él no podía darle. Él no podía abrirse tanto como para que ella pudiera destruirle. No podía haber amor sin confianza plena, sin romanticismo, sin... bueno, todo lo que hacía de una relación, una relación de verdad. Y Owen, no podía hacerlo. Él era actor, algo que ella odiaba y nunca jamás aceptaría. Además, no era romántico. Y siempre, siempre se estaban peleando. Encontrando pegas el uno al otro. Lo suyo estaba destinado a fracasar y cuando así fuera, el único que se rompería en pedazos, volvería a ser él. No, él no podía volver a soñar con tener una preciosa vida soñada. Su madre tenía razón, tenía que sacrificarlo. Pero... no por eso tenía derecho a hacer infelices al resto. Cogió el teléfono para llamar a Jesús y disculparse por lo sucedido. Si embargo, su hermano no le cogió la llamada. Debía seguir enfadado. Y no le culpaba.
Jesús rechazó la llamada entrante. No sabía por qué, pero no tenía ganas de hablar con nadie. La confesión de Owen había hecho que el matrimonio feliz le sometiera a un tercer grado. Y él había contestado con más dudas que respuestas. No esperaba una relación con Eva, ni quería nada más. Habían sido algunas ocasiones y nada más. Ella no le había vuelto a buscar y Jesús no sabía qué pensar sobre ello. A pesar de todo, seguía queriéndola mucho como amiga. No quería perder eso. Pero, siendo sincero, tampoco quería tener una relación con ella. Es cierto, que últimamente se sentía solo. Se había acostumbrado a la vida de soltero con sus hermanos, y no es que creyera que sería siempre así. Pero ahora, con los años, se daba cuenta de que echaba de menos tener a alguien. Alguien con quien compartir los espacios neblinosos de la vida. Ver una película un día de lluvia, cocinar juntos, salir a dar un paseo por el centro. Él lo hacía. Solo o con algún ligue. Eso no le faltaba. Pero... se sentía vacío. Se sentía vacío cuando la compañía era superficial.
Además, desde la noche en que había coincidido con Michael Stirling, se sentía también incómodo. Ese hombre había despertado algo en él. Algo distinto. Jesús no era tan cerrado de mente como para no plantearse estar con un hombre. En fin, quién sabía donde se podría encontrar la pareja ideal. Pero... quizá solo se trataba de una sensación pasajera. Sin embargo, últimamente se fijaba más en su pareja de su mismo sexo. Bebió otra vez y se arrebujó en el sillón, dispuesto a leer un rato. Sin embargo, acabó cogiendo el teléfono. Le descolgó al tercer timbrazo:
—Que sepas que tu pataleta ha hecho que te libres del interrogatorio —le musitó a modo de saludo. Eva rió al otro lado del teléfono.
—Tienes que aprender mejor a fingir—le respondió ella con ligereza— ¿Qué haces?
—Estaba leyendo y quería... bueno, quería pedirte perdón. No debería haber dicho las cosas que dije sobre lo de tu trabajo y el libro. Es tu vida. Tú deberías haberlo contado cuando creyeras que era el momento oportuno. No porque yo sea un cobarde conformista, el resto deban serlo —eso la hizo reír y Jesús sonrió sin poder evitarlo—. Ariel me ha dicho que ella cree en ti y que si tú crees que puedes hacerlo, lo harás. Creo que eso es bueno, Ariel nunca se equivoca.
—También es verdad, que Ariel cree en todo el mundo. Es parte de su encanto y su único defecto —señaló Eva—. Pero, Tonik también me ha dicho lo mismo. Y me ha dicho algo que me ha gustado mucho.
—A sí. ¿Qué? —preguntó con curiosidad.
—Loca consciente. Creo que podría ser el lema de mi vida —Eva siguió riendo y ambos charlaron un rato antes de dormirse. Jesús se sintió más tranquilo, al pensar que, al menos, esa discusión se había terminado. De todas las personas de su vida, Eva se había convertido en alguien muy especial para él.
—Sigo enfadada —dijo Ariel en la cama, mientras Jules le acariciaba la pierna. Anna dormía desde hacía un rato y ellos habían estado tumbados, hablando— ¿Cómo pudiste no decirme lo de Eva y Jesús? Sigo son creérmelo.
—Porque no se te pueden contar secretos. Se te leen en los ojos —Jules le besó en la nariz y le mordisqueó el lóbulo de la oreja—. Es parte de tu encanto, pero un gran defecto para el chisme.
—Eres tonto. Tú tampoco sabes guardar secretos —le pinchó ella— ¿O no te acuerdas?
—Si son de mis hermanos, intento hacer un esfuerzo. Además, ahora es más fácil... —Jules la besó en el cuello. Ariel perdió la concentración, y por supuesto, él sabía que también el enfado—. Estás muy liada con Anna y el trabajo. Apenas te queda tiempo para nada más. Además...
—Eres un manipulador nato y hábil para entretenerme —Ariel le besó. Ambos se perdieron en su universo de caricias y placer, antes de que se vieran interrumpidos por el llanto de un bebé. Ariel se levantó divertida. Su mirada brillaba en la oscuridad—. Recuérdame porque quisimos ser padres.
—Porque queríamos tener alguien a quien consentir y poner en contra de mis hermanos y David. Éramos uno menos en la guerra familiar. No se podía seguir consintiendo —Ariel asintió. Jules se dejó caer feliz entre almohadones y sonrió. Eso era todo lo que necesitaba en la vida. Había estado perdido, como lo estaba Owen. Pero, se encontraría y todo tendría sentido. Las notas fluyeron en su mente y cogió la libreta. Cuando Ariel regresó con Anna en brazos, les tarareó a las dos la canción, hasta que se quedaron dormidas.
Al día siguiente, una terrible tormenta golpeaba contra los ventanales. Helena se arrebujó entre las mantas con Mika. Los truenos de fuera golpeaban fuerte, haciendo vibrar el cristal. Sin embargo, media hora después su perro le pedía bajar, y así lo hicieron. No se alejaron mucho del portal, quedaron empapados en seguida, y subieron rápido. Al menos, Mika había hecho sus necesidades. Helena pensó que era una suerte, que fuera domingo, y no tuviera que trabajar. Helena entró al portal al mismo tiempo que otro cuerpo sólido y chocó. Se iba a caer, sin embargo, unas fuertes manos la sujetaron.
—Perdona, no te había visto —susurró Owen. Iba completamente empapado. Mucho más que ella. El frío se coló entre sus huesos. Igual que Eira. Ambos tiritaban.
—Creo que deberías bañarla. Parece muerta de frío —él asintió preocupado. Los cuatro subieron en silencio por las escaleras, sin esperar al ascensor. Owen parecía muy agobiado y cansado. Por lo que ella cogió a Eira para meterla en el piso. Owen no replicó.
Helena llenó la ducha de vapor y agua. Lavó a ambos perros que quedaron completamente secos. Eira ya no temblaba, aunque pareció estornudar un par de veces. Owen se había metido en su piso, así que Helena aprovechó para ducharse y cambiarse. Se puso un cómodo pijama y se recogió el pelo en una trenza. El ruido de otro trueno la sobresaltó. Había sonado muy cerca y muy fuerte. Cuando se fue la luz, pensó que su domingo pintaba fantástico. Los perros empezaron a ladrar, cuando ella oyó golpes en la puerta. ¿Y si era un asesino en serie? ¿Un ladrón? ¿Un violador? Asustada, y molesta por su estupidez, fue a abrir. Owen se había cambiado y puesto un grueso chándal. También parecía haberse acatarrado. Eira se quedó donde estaba. Acurrucada al lado de Mika.
—¿A quién se le ocurre ir a correr diluviando? —le increpó Helena sin poder contenerse. ¿Es que no pensaba en su seguridad o en la de su perra? ¿Estaba tonto?
—A mí. Parece que últimamente he decidido hacer todas las tonterías del resto para ahorraros sufrimientos. ¿Crees que se pondrá enferma? —preguntó agobiado y preocupado.
—Los cachorros son resistentes —dijo divertida. Eira ya jugaba con Mika, olvidado su malestar—. Oye, ¿tienes luz? —Owen negó y se cruzó de brazos —. Nunca me han gustado los apagones.
—Sabes lo que se dice —bromeó él—. Que nueve meses tras un apagón se dispara la natalidad —Helena enrojeció y él indicó—: Gracias por bañarla. Vamos Eira.
—Déjala aquí, no pasa nada. Me harán compañía —Owen asintió. Ambos se sonrieron incómodos. Él la miraba fijamente.
—Siento lo que dije y grité ayer —Helena asintió, queriendo dejar la conversación—. Estaba enfadando por lo de Mía y lo pagué con todos. Además, no es que me sorprendiera que Alejandro y tú salgáis, es solo que oírle al pequeño llamarle tío... bueno...
—Alejandro y yo no estamos juntos —dijo Helena muy seria y nerviosa. No tenía ganas de tener esta conversación, ni seguir mostrando ese tipo de vulnerabilidades ante él, pero algo en la incomodidad de Owen le hizo querer ser sincera—. Las cosas no han acabado funcionando. En fin... no nos entendíamos en algunos aspectos. Seguimos siendo buenos amigos, pero... —Helena entró y Owen la siguió cerrando la puerta—. En fin, supongo que esas cosas pasan. No sé sabes hasta que se prueba.
—Lo siento, ¿estás bien? Sé que él era importante para ti —Helena asintió acariciando a Eira que siguió jugando con Mika— No sé si quieras hablar del tema, pero, ¿y Jacob?
—Se marchó como vino. No sé nada de él y mejor. No quería problemas y... —las lágrimas llenaron los ojos de Helena, no sabía por qué. Owen le dio la mano con ternura—. Él fue muy importante para mí. Mi primer amor, creo. No lo sé. Pensaba que estábamos enamorados, pero ya no lo sé. Sí que éramos amigos, de eso estoy segura. Era mi único amigo en Nueva York. Teníamos un sueño, ¿sabes? Nos sentábamos cada noche en nuestra habitación especial, reformada para ser un pequeño estudio de ballet. Repleto de nuestras fotos e ilusiones. Sonábamos con brillar. Con bailar «El Cascanueces», su ballet favorito como protagonistas. Teníamos nuestro futuro planeado. Triunfaríamos, como los mejores de nuestra generación. Nos casaríamos. Por supuesto, no tendríamos hijos, porque no apartarían del ballet. Queríamos vivir siempre en el escenario. Y ya de viejos, tendríamos nuestra propia academia. Ya ves... sueños infantiles. Nunca fuimos realistas. Nunca tuvimos en cuenta la vida que estaba a nuestro lado.
—Helena... —empezó Owen. Él se había sentido igual, la entendía. Ella lo sabía. Sabía que de todo el mundo que pudiera rodearla, Owen era el único que comprendía ese dolor.
—Luego, todo fue de mal en peor. Acertaste cuando dijiste que Jacob me era infiel. Pero, yo también lo fui —dijo Helena mirándole. Ella necesitaba contarle la verdad, a alguien, a él—. No nos queríamos, ni nos respetábamos. Nos mentíamos, discutíamos casi siempre y nos odiábamos un poco. Todos en la compañía lo sabían. Era una relación tóxica y nos habíamos vuelto dependientes de ella. Además, él estaba enganchado al alcohol. En verdad, la noche antes del accidente, le había dejado, Owen. Le dije que no podía seguir y a veces, he llegado a pensar que él se vengó de mí. Que rompió mis sueños porque no soportaba pensar que llegará a ser algo sin él —Owen crispó la mano en un puño cerrado con rabia. Ella le cogió y acarició los nudillos—. Pero, sabes... en parte, durante mucho tiempo, he vivido un duelo por lo que me pasó. Pensaba que no poder volver a bailar ballet me estaba matando, pero era esto lo que me mataba. La sensación de ahogarme, no era vivir sin ballet, era no ver la verdad. Ahora, vuelvo a bailar ballet. Enseño, bailo y soy feliz cerca de los míos. Si pudiera escoger una vida, volvería a escoger esta. Esta que me permite estar con mi familia y vivir de mi pasión. El sueño de triunfar es vacío, no es real.
—Helena, me alegro. Me alegro tanto —dijo Owen compungido. Oírla decir eso, fue una extraña liberación para él. Ella lo veía en sus ojos, aunque no sabía por qué—. Yo viví algo muy similar, al inicio de mi carrera, ¿sabes? Yo era joven y conocí a Agatha. Hicimos una serie juntos y nos enamoramos. Eso creía. O al menos para mí era verdad. Vivía en mi nube y al principio no me daba cuenta.
—¿De qué? —preguntó confusa Helena.
—De que ella me usaba. Nos daban los papeles juntos en las novelas de amor. Hasta conocerme, normalmente, solo conseguía el de la amiga o antagonista. Agatha era guapa, pero no era una auténtica belleza. En nuestra industria, eso acaba siendo muy cruel. Pero con nuestra historia de amor, consiguió el protagonismo. La veían hermosa y deseable. La gente adoraba vernos en pantalla. Al inicio, claro. Luego, se fueron cansando. Como Agatha. Yo creía que era amor, ¿sabes? Pero nunca lo fue. Quizá sea yo, que no sé amar de otra forma. Los dos nos aprovechamos de la situación. Hasta que por redes sociales me dejó. Yo actué como siempre, frío y distante. Así he seguido durante tantos años. Agatha dejó su carrera hace dos o tres años ya. Se casó con un productor y sé que ha sido madre. Lo nuestro nunca fue real para ella, pero yo la quería de verdad —Owen la miró incómodo y señaló—: En fin, ya sabes de mis fracasos.
—A ver si algún día me cuentas un acierto —dijo ella para quitarle hierro al asunto. Owen rió y se relajó en el sofá. Ambos se sentían más cómodos al haber expuesto lo que sentían sobre la mesa. La luz no había vuelto y Helena preparó un frío desayuno. Comieron en el sofá jugando con sus perros. A ella el corazón le iba a mil. Estaba tan guapo, así relajado, sin máscaras. Debía reconocerlo, aunque fuera por dentro, estaba enamorada de él. Mucho. Pero vamos, millones de sus fans la entenderían—. Te queda bien ese peinado.
—Vaya, la señorita pegas, me encuentra guapo —dijo él, arqueando una ceja.
—Una cosa es guapo y otra que te quedé bien. No confundas las cosas —dijo molesta. Incapaz de reconocer más debilidades ante él.
Owen pasó la mañana de apagón en su casa. Pasaron la mañana hablando. Helena le contó sobre su nuevo trabajo como profesora de ballet, sobre la particular Priscila, sobre los nuevos bailes de salón que estaba aprendiendo. Incluso, estuvo un rato mostrándole el contenido que quería crear en las redes sociales. Él, por su parte, le habló de su madre y su estancia en Miami. También le contó cosas de su infancia e incluso sobre la pelea que había tenido con Mike. A Helena le agradó que le pidiera consejo, incluso que tomará su opinión como importante. Al mediodía la luz volvió, pero ellos siguieron juntos. Owen bajó a los perros, mientras ella preparaba una comida improvisada. Helena era un desastre cocinando, en comparación con Owen. Se sentía agobiada. Cuando llegó y olfateó, puso mala cara.
—¿Qué? —replicó ella molesta y avergonzada por su desastrosa comida— ¿Huele mal?
—No, pero trae. Déjame mejorarlo —dijo con una media sonrisa pícara. Owen se puso a las ollas y la casa empezó a oler infinitamente mejor.
—¿Cómo eres tan cocinitas? —preguntó ella, sirviéndole una cerveza y cogiendo otra para ella.
—Con diecinueve años me interesó el mundo de la cocina. Por ese entonces, ya estudiaba teatro. No sé muy bien por qué me interesaba, pero me llamaba la atención. Me apunté a clases por entretenimiento. Aunque, también me acosté con la profesora —Helena puso los ojos en blanco—. Aprendí mucho.
—¿De sexo o de comida? —preguntó ella con picardía.
—Te sorprendería las veces que ambos placeres se juntan —Owen le sonrió relajado y sirvió la comida. Comieron entre bromas, hablando de películas. Owen había visto muchas. Cientos, millones. No sabía como tenía tiempo para ello. Aunque sumará las horas de su vida, no le daban para ver tantas. Helena, sobre todo, veía las de moda. Aunque muchas veces fueran un churro. Lo que irritó de sobremanera a Owen—. ¿Cómo has podido vivir sin ver «Lo que el viento se llevó»?
—Es que es tan larga que me da pereza —musitó ella. Owen se levantó decidido.
—Esto tenemos que remediarlo —Eira y Mika dormían, fuera seguía cayendo una fina lluvia. Él puso la película en su televisor. Se sentó dispuesta a fastidiarle la película, sin embargo, a los veinte minutos ya estaba atrapada. Owen observaba de reojo sus emociones. No entendía como él podía disfrutar de verla, si no le estaba prestando atención. Cuando acabó, Helena estaba callada—. Señorita pegas, ¿qué te ha parecido?
—Muchas gracias —dijo Helena tirándose a sus brazos. Owen reía—. Me ha encantado. Es preciosa.
—Cómo tú —dijo Owen con dulzura. Helena le miró sorprendida, pero solo se apartó un poco. A él le gustaba siempre soltar esos comentarios de conquistador nato. Ambos se miraron como dos bobos y Owen se desperezó—. Bueno, va siendo hora que vuelva a mi casa. Agradezco tu hospitalidad, pero me parece que ya estoy abusando.
—¿Esa es mi camiseta? —dijo de repente enfadada. Desde su cumpleaños había buscado como loca la prenda que le había regalado Iván, y no la había encontrado. Pensaba triste que la había perdido en la mudanza y no sabía como contárselo a su sobrino.
—Te la dejaste en casa y... no sé por qué me la quedé —Owen se removió incómodo, rascándose la nuca. Estaba claro que le mentía, pero no quiso insistir. Aparcó su enfado y tendió la mano.
—Devuélvemela —Owen la miró con picardía.
—Entonces, me quedaré desnudo —respondió.
—No me importa. Me gustas más desnudo —Owen rió. Se quitó la sudadera y luego la camiseta. Se la devolvió con delicadeza. Se puso la sudadera de nuevo, con un gesto lento para que ella se fijará en su cuerpo. Tenía que reconocer que estaba de escándalo. Owen llamó a Eira que se levantó desperezándose.
—¿Me perdonas? —ella le miró pensativa.
—Depende. ¿Me lo dices de corazón o estás actuando? —respondió por picarle.
—Contigo no puedo actuar Helena. Siempre te hablo desde el corazón —Helena hizo un mohín recordando las palabras del día anterior. Molesto Owen se giró. No había sido una frase muy acertada, pero no iba a dejar que les nublará el día. Se despidieron con un amable gesto. Ya a solas, Helena miró a Mika.
—¿Qué voy a hacer? ¿Cómo una se desintoxica de amor? —el perro ladró lastimosamente. No tenía respuesta para esa pregunta. Con lo que avanzaba la humanidad, ¿cómo no podían encontrar cura para el amor no correspondido?
Owen notó como le latía de rápido el corazón. Se serenó al llegar a casa y sumergirse en la tranquilidad de su hogar. Todo él olía a Helena. Se hubiera quedado eternamente con ella. Se sentía más ligero, más relajado. La había echado de menos, solo era eso. Como amiga, sobre todo. Cuando esa mañana se había marchado a correr, pensando en desfogarse, y le había pillado la tormenta. Durante un buen rato se había sentido bien. Se merecía mojarse, caerse, hundirse. Luego vio a Eira tiritando y maldijo su inconsciencia, asustado, chocó con Helena. Como siempre, con su magia, logró que él se relajará. Logró que saliera a flote. Que volviera a sentirse él mismo. Helena tenía algo especial con él. Algo que no podía explicar. Algo que sentía solo con ella.
Sin embargo, tras ese día de confidencias y secretos, a él le quedaba una duda. ¿Cómo ella podía seguir creyendo en el amor? ¿Es que estaba loca? Tras todo lo que le había contado, ¿como ella podía creer que encontraría a alguien que fuera a amarla de verdad? ¿Es que se podía amar de verdad? O quizá, el tonto era él, por creer que el engaño de una, era la verdad. Suspirando se metió en la cama sin pensar ni en cenar. Necesitaba descansar. Necesitaba recuperar ese hábito de soñar.
Esa mañana la luz del sol brillaba, como su ánimo. Helena se arregló con esmero. No quería reconocer que se sentía mejor debido al día anterior. No quería pensar en ello. Se fue a trabajar tras sacar a Mika. Los lunes eran días duros. Daba clases en la Academia Fonteyn, más luego en Madame Lulu. Además, tenía bailes de salón. Pero, a mediodía, pararía un rato en casa. Trabajar en la academia era precioso y le encantaba. Los alumnos eran talentosos. Estaban dispuestos a aprender y con ganas de crecer. Le tenían en gran estima y aceptaban sus consejos con ilusión. Aún tenían muchas plumas en sus alas, antes de que se les empezarán a caer. Pero, a pesar de lo importantes que eran las clases en la academia Fonteyn, las clases en Madame Lulu le llenaban más el corazón. Esas pequeñas niñas le robaban siempre alguna risa. Le recordaban a sus inicios, lo que la llevaba a recuperar una parte de sí misma que había perdido. Sumado, por supuesto, a los ratos de sabiduría con Priscila, que eran lo más interesante de su vida. La mañana se le pasó volando y cuando llegó a la hora de comer, lo hizo de pie en su encimera para tener tiempo a sacar a Mika. En cuanto acabó, corrió hasta llegar a la clase de Madame Lulú. Ya cambiada, se movió por la sala. Adoraba verse vestida de ballet. Mover su cuerpo otra vez con esos pasos que formaban ya parte de su ADN. Priscila la miraba en un lateral.
—Te veo diferente hoy. Más viva —dijo a modo de saludo.
—Estoy como siempre. Solo que estoy muy feliz de como está sucediendo todo. Esta no es la vida que esperaba, pero es la vida que me hace feliz —dijo Helena, que se sentó con Priscila. Ella le tendió un té, antes de que vinieran los alumnos—. ¿Usted piensa en la felicidad?
—Oh, querida, la felicidad es esquiva. A tu edad, yo creía que la tendría. Pero, a medida que vas creciendo, te das cuenta de que la felicidad no es algo que se obtiene, es algo que se es. Uno es o no feliz, pero no lo puede tener —Helena asintió sin entender—. Los años te quitan unas cosas que te da la sabiduría. Aprovecha, porque mientras menos sepas, más feliz serás.
—¿Soy ignorante? —preguntó Helena picajosa. Priscila rió con esa risa que sonaba a sabiduría.
—Me gusta decir más inocente. Pero sí, ignorante también. Nos han enseñado que ignorar es algo malo, cuando yo creo que es lo mejor. La oportunidad de aprender y saber es lo que te mantiene vivo. Cuando ya lo sabes todo, ¿de qué vale seguir? —Helena se levantó poniendo los ojos en blanco. Prisicila y sus enigmas. Siempre pensaba que no decía nada, pero decía mucho. La clase fue amena, divertida y agradable. Las madres le dieron las gracias por las lecciones. Helena miró el reloj y escribió a Alejandro para indicarle que no iba a llegar a la clase de bailes de salón. Él respondió enseguida mandándole ánimos. Helena sonrió cansada. Sí, los lunes eran días duros. Un carraspeo le hizo levantar la mirada.
—Te queda bien —señaló Owen haciendo referencia a su ropa de ballet y el moño. A ella le sorprendió verle y le sonrió con ganas.
—Gracias, siempre es bueno que te digan que eres guapa —Helena se levantó con elegancia, solo para chincharle.
—He dicho que te queda bien, no que seas guapa, vanidosa —Owen rió. Recordando el día anterior. Ella le sacó la lengua.
—¿Qué haces aquí? —preguntó sin poder evitarlo.
—Me apetecía verte —señaló encogiéndose de hombros. Helena no quiso decir nada más y se dejó llevar por la agradable sorpresa de verle. No quería hacerle sentir incómodo— ¿Quieres que vayamos a cenar?
—He dejado todo el día sola a Mika y... —empezó.
—Podemos cenar en casa —esa palabra retorció el estómago de nervios a Helena. Ilusionada se fue a cambiar. Owen la esperaba en medio de la sala de espejos con las manos en los bolsillos. En todos sus reflejos se le veía igual de atractivo. Algo que le molestó. No era justo— ¿Vamos, cisne? —ese día el apodo le hizo gracia. Fueron a su piso. Helena dejó que Mika y Eira jugarán, mientras tomaban vino y charlaban. Owen cocinaba y Helena le contaba cosas. Cuando sirvió la cena, él se giró y la besó. Fue un beso lento, profundo y muy dulce. Que hizo que a ella se le erizará todo el vello del cuerpo.
—¿Por qué? —preguntó ella. No hacía falta que dijeran que hablaban. Ambos lo sabían.
—¿Y por qué no? —musitó Owen. Helena sonriente se sentó a disfrutar de la cena, la compañía y la sensación de estar caminando entre ilusiones y sueños. ¿Es posible que Owen se planteará dar una oportunidad a su relación? Parecía que todo le decía que sí.
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