03. Parque Jurásico
Por fin había llegado el día. El día en que se iban al parque de atracciones. Su sobrino se moría de ganas. Y Helena, como una niña pequeña, también. Adoraba las atracciones y la emoción de subirse en ella. Las colas, la gente, la diversión. Le encantaba. Siempre le había encantado. A ese parque de atracciones, solo había ido de pequeña, y pocas veces. Recordaba una excursión con el colegio. Y, otra vez, con Tonik y Lucía, cuando empezaban a salir juntos. Hacía mucho tiempo de eso. Pero, luego en su vida había ido a muchos parques de atracciones diferentes. Pero ese iba a ser especial. Tenía muchas ganas, sí. Se levantó temprano y se duchó con energías de sobra. La escapada con su familia, también le venía de perlas, para formalizar su relación con Alejandro. Tenía ganas de presentarlo a sus hermanos y sobrinos. Ver cómo encajaba con todo ello. Para ella era importante la opinión de Ariel y Tonik. Además, las cosas les iban muy bien. Alejandro era todo lo que ella había soñado. Romántico, dulces y atento. Aunque en la cama aún tuvieran bastantes cosas que pulir. Les faltaba atracción, aunque le ponían empeño. Pero, bueno, no todo podía ser perfecto. Las relaciones no eran idílicas, se tenían que construir paso a paso. Y Helena quería hacerlo al lado de él. Quería intentarlo de veras con alguien con quien podía funcionar.
Pensando emocionada en el día, se puso unos leggings negros, y una camiseta de tirantes. Aún hacía un calor sofocante, aunque estuviera llegando el otoño. La camiseta era un regalo de Rena y la verdad es que se salía un poco de su zona de confort de Helena. A ella le gustaba la ropa estética y elegante, de colores neutros y fáciles de combinar. Pero esta camiseta era de un rojo granate, ajustada y con transparencias en forma de corazones. Era atrevida y divertida. Finalmente, se puso su nueva adquisición, de la que se sentía muy orgullosa. Eran bambas, cómodas y fáciles de llevar, pero tenían plataforma. Una plataforma enorme. Por lo que Helena no renunciaba a su principio de menos de quince centímetros. Era como llevar tacones, pero sin que lo fueran. Se dejó el pelo suelto y no se maquilló. Iban a pasarse el día corriendo de aquí para allí, ¿para qué arreglarse más? Cogió su mochila, sus gafas de sol, y salió del piso apresurada. Había decidido comprarle churros a su sobrino Iván y empezar el día perfecto de su cumpleaós. Mika ladraba a sus pies, contento y emocionado, por la aventura. Su cachorro ya había crecido y cada día tenía más fuerza. La puerta del ascensor se abrió y Helena seguía mirando embobada a Mika, entrando cuando chocó con algo sólido y cálido. Alzó la mirada sorprendida y mosqueada por igual.
—¿Se puede saber por qué no miras por donde vas? —le espetó Owen de malhumor. Ella le miró con acritud. Hacía más de un mes que no se veían y la trataba así. ¿Cómo podía ser tan imbécil?
—¿Se puede saber quién sale del ascensor sin mirar? —Helena notó como su corazón se aceleraba, pero se mantuvo hierática. O al menos eso esperaba. No le iba a dar ni un motivo de debilidad. Ella había pasado página de su rechazo—. No sabía que había vuelto.
—Justo llegué hace unos días. Aún estoy con el jet lag... —musitó. Ciertamente, parecía cansado y tenía profundas ojeras. Se dio cuenta de que se había cortado el pelo ya como siempre. Aunque lo llevaba más rapado de los lados, no era ya su peinado vikingo. Estaba muy guapo, pero no dispuesta a decir nada más, solo se encogió de hombros. Se metió en el ascensor, mientras él salía. A ella le hizo gracia que saludará a Mika con cariño. Ambos se quedaron con ganas de decirse algo más, pero se lo callaron. A Helena se le hizo un nudo en el estómago. Jules había invitado también a Jesús, pero no creía que Owen fuera a ir con ellos. Seguramente, lo último que le apetecía fuera pasar el día a un parque de atracciones recién llegado. Acababa de decir que estaba con jet lag. No, él no iría. Helena podría disfrutar del día que pensaba. Achuchando a Mika, salió a la soleada calle y fue a comprar los churros para su sobrino.
A buen ritmo, llegó a casa de su hermano, justo cuando Iván se despertaba. Los tres se hartaron de churros con chocolate animados por la excitada charla del pequeño. Iván estaba muy emocionado con su día de cumpleaños. Y no paraba de relatarles donde subiría primero. Helena aprovechó la distracción de su hermano para darle un trocito de churro a su perro que se relamió gustoso. Tonik le reñía cada vez que le daba comida que no era suya. Los cuatro salieron tarde, algo que irritaba soberanamente a su hermano, pero que, por desgracia para él, era imposible de evitar si se juntaban Helena e Iván. Cuando llegaron, a pesar de las quejas de Tonik sobre su retraso, no habían llegado todos. Jesús estaba mirando el móvil junto a David, Ariel y Jules. La pequeña Ana en su mochila estaba despierta y miraba a todos lados con alegría. En cuanto los vio, la pequeña empezó a reír. Tonik le comió la cara a besos. El siguiente en llegar fue Alejandro. Habían quedado en encontrarse en el aparcamiento. Estaba muy guapo con ese tejano suelto y la camiseta negra. Helena le presentó a sus hermanos y familia. A ella le gustó como había ido esa primera toma de contacto. Alejandro se puso a charlar con Jesús, ya que habían coincidido la otra noche con Michael. Divertida, vio como se acercaban Nuria y Eva. La última iba a paso tranquilo a posta, mirando con reto a Jesús. Este rebufó mirando el reloj, pero se ahorró el comentario. Algo que a Helena le extrañó. Pero, cuando oyó voces tras ella, supo por qué no había dicho nada. Eva no había sido la última. Owen y Eira se habían presentado. Mika jugueteaba con su hermana. Helena rebufó audiblemente ganándose un codazo de Eva.
—¿Ha vuelto el príncipe rompecorazones? —le musitó en el oído. Helena vio como Alejandro y Owen intercambiaban un cordial saludo.
—Eso parece. ¿Está más guapo, no? —su amiga puso los ojos en blanco y se recogió el pelo en un desastroso moño. Iván le saltó a los brazos. Eva le dio un fuerte abrazo.
—¿Te subirás conmigo a los troncos? —le soltó Iván. Eva le hizo cosquillas.
—Depende de si luego me regalas ese pin tan chulo que llevas —Iván le sacó la lengua y corrió hacia su padre. Entre risas, bromas y piques entraron en el parque de atracciones.
Helena fue consciente de la mano de Alejandro sobre su baja espalda. De las miradas tiernas que le dedicaba. Ese hombre era especial, dulce y muy cariñoso. Además, intentaba de verdad, ganarse a su familia. Pasaron la mañana de atracción en atracción. Se montaron con Iván donde él quiso, para gusto de su sobrino. Que pletórico de felicidad, adoró que ese hombre se pusiera siempre de su parte. Luego pasaron también un buen rato con David, más charlando que montándose en atracciones. Incluso se quedaron un rato con Anna mientras el resto disfrutaba. Alejandro le hacía monerías y la pequeña reía a pierna suelta. Anna era una niña risueña, feliz y amigable. Todo lo extrovertida que no era su madre, pensó Helena.
—¿Nunca has pensado en ser madre? —le soltó Alejandro de sopetón. Helena se puso nerviosa. No sabía qué hacer con sus manos. Decidió tirar por el camino de la broma.
—Vas muy rápido, Fórmula Uno. Primero, debería encontrar un padre guapo para tener unos hijos perfectos —Alejandro rió divertido.
—¿No te parezco lo suficientemente guapo? —dijo con picardía. A Helena se le encendieron las mejillas. Sin embargo, al recordar sus anteriores ocasiones en la cama, la pasión no acabó de encenderse. Sin duda, les faltaba chispa.
—Nunca he pensado en serio lo de ser madre. Antes tenía... otros planes —musitó Helena seria, queriendo cortar la conversación. No es que no quisiera formar su familia, pero no era ahora mismo su principal pensamiento. Por suerte, Eva se sentó espatarrada en el banco riéndose con Nuria. Las dos tenían las camisetas empapadas, ya que se habían subido a una de esas atracciones de agua. Las dos reían tan fuerte, que Helena miró en la misma dirección. Su sobrino completamente seco, a pesar de haber subido con ellas, venía corriendo. Pero, si Eva y Nuria iban algo mojadas. Su hermano... era otra cosa. Parecía recién salido de bajo el mar— ¿De qué pantano te has escapado? —le espetó. Tonik la miró con cara de malas pulgas, mientras sus amigas se reían tan fuerte que la gente las miraba.
—Estas brujas de tus amigas me dijeron que sería divertido. Pero... ya ves, a la que llegó la primera ola, me pusieron de escudo —Tonik se quitó la camiseta para estrujarla y quitarle el exceso de agua. Por suerte, llevaba uno de esos pantalones hechos para pescar que se secan rápido. Su previsor hermano, claro. Él no dejaba nada al azar. Helena vio que su hermano había ganado músculo. No iba depilado como Owen o Alejandro, pero su torso no estaba nada mal. No entendía como su hermano no estaba ya cazado. Si era un partidazo. Las risas de sus amigas se habían acabado. Helena iba a preguntar por qué, cuando les interrumpió, Ariel que se acercaba con una enorme bola de azúcar.
—¿Se puede saber en qué te has subido y como puedo evitarlo? —dijo Ariel, creando una nueva oleada de risas. Cogió a su pequeña en brazos y se fue junto a Jules a pasear un rato. Helena les observó con envidia. Jules le apretó el trasero en broma a Ariel, que le dio un codazo. Ambos reían y cuando se besaron, ella se giró violenta. Sabía que jamás se separarían. A pesar del viento y marea, ellos eran uno. Levantándose incómoda, dijo:
—Anda, vamos a comprarte una camiseta, esa está toda hecha polvo —le indicó Helena, al ver el desastre que se había vuelto a poner su hermano. Eva e Iván se fueron a montar a los autochoques junto a Nuria. Tonik y Alejandro fueron con Helena. Ella le compró dos camisetas a su hermano, que tiró su desastrada prenda a la basura— ¿Has visto como te miraba Nuria cuando te has quitado la camiseta? Se ha quedado callada. Impresionada seguro. Creo que le gustas —dijo ella con perversa mirada.
—Nuria es mi amiga —le replicó Tonik hastiado— ¿Quieres dejar de emparejarme? Lo hace siempre —dijo en deferencia a Alejandro—. Desde que tenía seis años, siempre me soltaba cosas sobre novias. Todas las mujeres del mundo tenían que enamorarse de mí. Bueno, todas las que ella consideraba guapas y dignas, claro. Creaba preciosas historias románticas sobre nuestro noviazgo inventado. Helena siempre ha sido una adicta al amor.
—Eso no es verdad —le criticó Helena, pero no podía contradecirle en serio. Su hermano tenía razón. Helena quería que su hermano fuera tan feliz como Ariel, aunque ella jamás consiguiera eso para sí misma. Pero quería que se enamorará. De esa forma tan preciosa que tenía su hermana. Dejó a los hombres solos y se fue al lavabo.
En el camino, se cruzó con David y Jesús, que salían de una montaña rusa. Se saludaron divertidos. Cuando ellos se fueron para hacer cola y volver a subir, ella se fijó en que Owen les esperaba sentado, enfurruñado, mirando a la atracción. Ella lo observó sin ser visto. Se dio cuenta de que parecía cansado, triste y agobiado. Le dieron ganas de acercarse y lanzarle alguna pulla. Aunque fuera solo para hacerle reír, pero en el último momento se arrepintió. Ella misma le había pedido que la dejará en paz, después de decirle que no quería nada con ella. Ahora no iba a estropearlo. Fue al baño y salió en dirección a Alejandro y Tonik. Ambos se habían comprado una cerveza y seguían charlando.
—Hemos quedado en media hora en el centro para ir a comer —le dijo su hermano—. Parte del aquelarre te buscaba para ir con Iván a la expo de los dinosaurios —Helena salió corriendo tras darle un suave beso a Alejandro. Cuando llegó, Ariel también se había incorporado. Las cuatro entraron con Iván a la exposición por la que habían ido al parque. Había dos atracciones dedicadas a Parque Jurásico, película emblemática para su sobrino. Ilusionado, no paraba de pedirles fotografías. Como si fueran niñas pequeñas, disfrutaron sin parar de reír. Cuando salieron, ya casi era la hora de comer, así que se apresuraron para llegar al centro. Jesús sí que esta vez se quejó de Eva.
—¿Por qué siempre me culpas a mí? —le criticó Eva molesta—. Hemos llegado las cuatro tarde. No solo yo.
—¿Qué os ha entretenido? —le replicó cruzándose de brazos. Eva se removió incómoda, pero cuadrando los hombros, respondió:
—Bueno, yo les dije que pasáramos por la tienda de regalos —le espetó Eva—. Pero, fue una buena decisión. Mira qué camiseta más chula me he comprado —le enseñó la camiseta negra enorme, que mostraba el relieve de una huella de dinosaurio.
—Negra como no —respondió Jesús, aunque sonreía, el tono era algo reprobatorio. Eva no dijo nada, volvió a guardarla y se quedó callada. A Helena le sorprendió que no respondiera, pero ella vio que el brillo de su amiga se apagaba un poco. Iba a preguntarle, cuando Alejandro le dio la mano y ella sorprendida se dejó guiar. Fueron a comer al restaurante de temática vaquera del parque. Comieron como limas. El buen rollo, sin embargo, parecía algo tenso por el silencio de Eva y Owen. Pero, como siempre, Ariel era quien más intentaba que todos rieran. Y lo conseguía, claro. Su hermana tenía el don de ser el sol allá donde fuera. Era algo único. Tras la comida, se dirigieron en susurradas conversaciones hacia el centro del parque para volver a dispersarse.
—¿Qué os apetece hacer ahora? —preguntó Ariel, acabándose el cucurucho. Miró divertida a Jesús que rio y levantó las manos.
—A mí me da igual —David indicó que podían ir a las tazas e Iván quería volver a ver los dinosaurios con su padre y todos los que faltaban.
—Yo creo que me voy, chicos —musitó Owen algo serio. Sin duda, no parecía tener un buen día. Helena se lo notaba y querría preguntarle por qué—. Estoy molido por el jet lag.
—No puedes irte. Eres mi colega —le replicó Iván tirándose a sus pies—. Tenemos que ver juntos los dinos. Como Ian Malcolm y Alan Grant. Por favor, por favor —Owen cogió al pequeño y asintió sonriente. A Helena le gustó como se le iluminó la mirada.
—Vale, pues vamos —dijo en un tono más alegre.
—La tita Helena también viene otra vez —replicó Iván que tiró los brazos para ella. Mika y Eira retozaban a sus pies—. Y el tito Alejandro —el cuerpo de Helena se quedó frío al oír a su precioso niño soltar eso ante todos. Sin embargo, claro, podía dar esa impresión. En una mente infantil, Owen era amigo, Alejandro era el novio de su tita. Su tito. A Owen se le congestionó el rostro y soltó al pequeño como si quemará. Iván, inocente y ajeno a esa bomba, correteó con su padre que se separaron un poco. Alejandro se metió las manos en los bolsillos, incómodo por la situación.
—¿Tito Alejandro? —musitó Owen con descaro—. No sabía que fuera tan oficial, supongo. Pero, me alegro por los dos. Hacéis una pareja fantástica —sus palabras sonaron correctas, pero el tono era descaradamente maleducado. Sonaba como un insulto.
—Creo que voy a... voy con Iván —indicó David saliendo por piernas. Se llevó al pequeño a comprarse un algodón de azúcar, mientras los adultos decidían donde ir.
—Estamos conociéndonos, solo eso —indicó Helena incómoda por la mirada de todos. De golpe, esa situación se le antojó absurda y espetó—, como tú, a Mía Horn.
—Oficialmente desde esta mañana ya no. Mía acaba de salir del armario —le replicó con acritud mostrándole la noticia de la pillada de Mía con la actriz Donna Klaus en un club besándose. Owen se encogió de hombros.
—Eso tiene que doler —replicó Helena con perversión—, que te cambien por una mujer.
—Depende como se mire —Owen no entró en su juego. Ignoró su pulla, algo que le molestó aún más. Se giró para marcharse, llamando a Eira.
—Le has prometido ir con él —replicó Helena. El resto les miraban en silencio observando el partido que estaban jugando. Lo que a ella le molestaba e incomodaba por igual. ¿Es que no podían ser discretos? Hasta ese momento su relación había sido secreta. No habían mostrado nunca su actitud frente a los demás. Y ahora, actuaba como el dolido y enfadado.
—Ya irá con él su tito —musitó Owen. El tono de voz era apagado y triste, lo que acabó enfadado de verdad a Helena. ¿Por qué motivo ahora estaba actuando así? Todos se pensarían que él la quería. Que ella le había rechazado. Que la fría y malvada Helena le había roto el corazón, sin mostrar compasión. Y encima, se presentaba con su ligue de turno a restregárselo por la cara.
—No tienes ningún derecho a actuar así. Tú mismo me dijiste que solamente podías ser mi amigo —le espetó enfadada.
—¿A qué se refiere? —preguntó Nuria confundida. Helena la miró agobiada. ¿Por qué no se iban y les dejaban un momento para charlar? Bueno, porque el chisme es jugoso.
—Sin ofender a ninguno de los implicados, puesto que esto deberían contarlo ellos, Helena y Owen tenían una especie de... relación. Lo siento, Alejandro —dijo Eva en dirección al implicado que se encogió de hombros.
—No estoy ofendido. Ya lo sabía —musitó con tranquilidad. Sonrió a Helena que le miraba agobiada.
—¿Relación? —preguntó Owen mirando a Helena con furia, ella estaba cada vez más descolocada—. Bueno, yo diría que es demasiado. Solo nos acostábamos de vez en cuando. Y parece que todo el mundo ya lo sabe... no sé por qué no me sorprende —musitó mirando a Jesús—. Porque yo cumplo mis promesas, y me callo los secretos de otros. Pero, parece que mis secretos se los cuentan todo el mundo. Así que si se abre la caja de Pandora, lo soltamos todos, porque Eva y Jesús también se acuestan juntos.
—¿Qué? —replicó Ariel mirando a Eva con ojos como platos. La implicada enrojeció, pero calló.
—¿Por qué te comportas así de imbécil? —le espetó Jesús—. Los demás no tenemos culpa de que estés enfadado por lo de Mía Horn. Ni tampoco de que parece que no tengas claro tus sentimientos sobre...
—Yo no tengo sentimientos por Helena —gritó Owen furioso. A ella se le encogió el corazón. No es que esperará que él le declarará su amor frente a su familia. Ni que todo acabará como una película romántica. Pero tampoco esperaba ese desprecio. Esa mirada de enfado y agobio. Se giró y se marchó silbando a Eira, que le siguió sin enterarse de nada.
—¿Tú lo sabías? ¿Lo de Eva y Jesús? —le increpó Ariel a Jules que se cruzó de brazos nervioso— ¿Cómo me lo has podido ocultar? Somos marido y mujer. Nos une lo bueno, lo malo y el chisme. Yo te lo cuento todo. Te conté lo de Helena.
—¿Y cómo lo sabías tú? —le espetó Helena molesta. Eva alzó la mano culpable. Ella puso los ojos en blanco—. Tía, te he guardado el secreto. Yo no dije nada.
—No hay ningún chisme o secreto. Fue una vez. Una tontería de amigos, ¿verdad? —dijo Eva. Jesús asintió.
—¿Por eso estáis enfadados? —les preguntó Ariel, mirándoles alternativamente. Eva resopló.
—No. Jesús está enfadado conmigo porque cree que voy a desperdiciar mi vida por dejar mi trabajo y querer escribir. Pero ya está hecho. Ya lo he decidido. En dos semanas daré mi última clase y me tomaré un año para escribir y...
—¿Es que estás loca? —le replicó él enfadado—. No eres una persona centrada, Eva. Tienes casi treinta años y dejas un trabajo estable para...
—Para hacer lo que me da la gana y creer en mí misma. No eres nadie para opinar, señorito de papa —Jesús la miró con furia. Ante el silencio de todos y la incomodadi generarl, Nuria indicó:
—Yo creo que Jesús tiene parte de razón, Eva —Eva la miró enfadada—. Quizá deberías empezar poco a poco, reduciendo la jornada y...
—¿Cómo tú? Te pasas la vida trabajando y estudiando. A penas te vemos, ni tienes tiempo para nosotras. No nos cuentas nada. Por no decir que sabemos que estás liada con Tonik a nuestra espalda —Nuria abrió los ojos como platos, ante el comentario de Eva—. Así que ya está, ¿alguien más tiene algo guardado dentro? —Jules levantó la mano, pero Ariel se la bajo de un manotazo—. Porque yo estoy cansada de guardarme cosas dentro y... —Eva se marchó corriendo antes de que ninguno tuviera tiempo a detenerla. Tras un breve silencio, Nuria indicó con un carraspeo.
—Tonik y yo no estamos liados —musitó ella. Se la veía nerviosa y miraba a Tonik de reojo. Su hermano se cruzó de brazos.
—Eso es cosa vuestra —Helena estaba cansada. Su mirada perseguía el camino por el que se había ido Owen.
—Creo que deberías contarle la verdad, Nuria —dijo Tonik. Su hermano prudente se mantuvo alejado de la mirada furiosa que le dedicó Nuria—. No me mires así.
—Bueno, pues vale... ¿Cuento la verdad? La cuento. Soy lesbiana, chicas. Así que no estoy con Tonik. Me gustan las mujeres. ¿Contento? —Ariel y Helena se miraron sorprendidas. Su hermano solo sonrió con una chispa de triunfo en la mirada.
—Bueno, yo me refería a la otra verdad —dijo Tonik. Nuria se removió incómoda. Helena iba a decir algo cuando su amiga también estalló. Estaba claro que no tenían el día.
—Me mudo. Tonik me ha estado ayudando con los papeles. Me han ofrecido un empleo que no puedo rechazar, pero es en Londres. Y no sabía como decirlo, porque es la primera vez que tengo amigas y no lo quería decir. Aún no sé qué...— siguió el mismo camino que Eva y desapareció. Los tres hermanos se miraron desconcertados.
—Tengo que hablar con ella —dijo Helena, siguiendo a Nuria. Su hermano la detuvo.
—Dale un momento —ella le miró furiosa. Su hermano le había ocultado un secreto sobre su amiga. Ya charlarían luego sobre eso. Ahora lo prioritario era...
—Yo iré a hablar con Owen —musitó Jesús, interrumpiendo el hilo de sus pensamientos. David ya volvía con Iván.
—¿Estás seguro? —musitó Jules tranquilo haciendo monerías a Anna que reía. Inconsciente de todo lo que había pasado—. No creo que eso vaya a acabar bien. Estaba muy enfadado contigo.
—Yo hablaré con Owen. Helena ves a hablar con Nuria, tranquila. Jules, Jesús quedaos con los peques. Tonik, no dejes que Eva se vaya sin que podamos hablar con ella —musitó Ariel organizando el personal. Su hermana tenía un don para esas cosas. Tonik puso los ojos en blanco.
—Siempre me dejas lo más difícil, que injusto —con esa frase ambas hermanas se rieron. Los tres desaparecieron por diferentes caminos.
Ariel encontró a Owen sentado entre dos árboles, cerca del baño, y de la salida. Aún no se había atrevido a irse. Recordó la primera vez que se conocieron y Ariel pensó que era como un hermano mayor. Ahora, era verdad. Lo vio cansado y le pareció que estaba triste. ¿Era posible que amará a su hermana? Ella estaba segura de que sí, pero la había mirado con tanta furia. Debía intentar averiguar un poco más. Debía ayudarles. Ellos siempre habían estado ahí para ella. La querían mucho, y ella a ellos.
—¿Estás bien? —musitó sentándose a su lado. Su cuñado metió la cabeza entre las manos.
—Jesús tiene razón. He pagado mi enfado con todos. Con Helena, con Eva, con él. Soy lo peor —Owen no la miró. Ella sintió que era más sincero que si la mirará, que Owen no quería actuar en ese momento —. No tengo ningún derecho, ella tiene razón.
—¿Dime la verdad, la amas, Owen? —él levantó la mirada confuso. Pareció perdido.
—No es tan fácil, Ariel. Nuestra relación no es la tuya con Jules. Las cosas no siempre salen bien. Helena desea amor romántico. Desea detalles imposibles. Cosas que yo no puedo darle —Owen se sinceró con Ariel como hacía tiempo no lo hacía con nadie. Le habló de sus primeros romances, de su primer amor de verdad. De como le traicionó. Le confesó asustado como desde entonces, nunca se había atrevido a sentir profundamente. Como huía del amor. Él deseaba a Helena, disfrutaba con ella, pero no podía ser amor. Él no podía amar. No era nada de lo que a ella le gustaba y merecía. Romanticismo, detalles, todo eso le era esquivo. Y luego, estaba el tema de su profesión, y de la presión que le ponían sobre seguir soltero. Sobre fingir romances. Lo solo que eso le hacía sentir. Lo que su madre le había dicho. Su cabeza daba vueltas cuando acabó. Owen se marchó, Ariel no lo pudo evitar. Le vio irse con Eira a sus pies. No sabía cuanto tardaría en darse cuenta de que todo eso que decía no eran más que excusas. Estaba profundamente enamorado. Aunque uno quiera huir, es imposible de ese tipo de amor.
Helena tardó un buen rato en encontrar a Nuria. Se había sentado en el suelo entre varios matojos y estaba casi escondida. Ella se sentó a su lado y le dio la mano. Se notaba que su amiga había estado llorando. Helena apoyó la cabeza en su hombro.
—No sabía como decirte que me iba —susurró Nuria—. No quiero perder tu amistad. Nunca había tenido una amiga así y me da miedo que la distancia...
—¿Bromeas? Me encanta Londres y voy a visitarte mucho. Me parece una idea fantástica —Helena abrazó a Nuria y su amiga se dejó mimar— ¿Eres lesbiana de verdad?
—Sí —dijo Nuria con una amplia sonrisa.
—Pero si te gustan las novelas románticas con esos machos tan machos —musitó Helena divertida. Nuria puso los ojos en blanco divertida. Como siempre había sido en su amistad, ambas hablaron de libros. De esos romances y fantasía que les gustaba contarse.
Tonik no encontraba por ningún lado a Eva. No sabía donde se había metido. Casi se había rendido cunado se le ocurrió ir al planetario. La vio sentada en medio de las estrellas. Le dio la sensación de que ella las miraba con nostalgia. Como si algún día hubiera formado parte de ellas. Cosa que a él no le extrañaría. Era tan única como cualquiera de ellas. Se sentó a su lado con delicadeza.
—Te han dejado el perro rabioso a ti porque puedes con todo —le musitó ella. A él le sorprendió que llorará, pero no dijo nada. Si ella necesitaba desahogarse, obviamente la escucharía. Sin embargo, Eva se giró para mirarle— ¿Crees como el resto que me equivoco? ¿Qué soy una loca?
—Nunca he pensado que seas una loca inconsciente, eres una loca consciente —antes de que ella replicará la silenció con la mano y Tonik disfrutó de la sensación de taparle la boca—. Tomas decisiones que al resto nos dan miedo. Eso no es malo. Es valiente. Tú eres valiente, Eva. Y creo que si lo haces, es porque estás segura de que saldrá bien. Yo creo en ti —las lágrimas brillaron en sus ojos y él la soltó—. Vamos perro rabioso, ya puedes morderme —pero ella no hizo nada de eso, solo apoyó la cabeza en su hombro. Tonik se relajó al instante.
—¿Te he contado alguna vez porque los estoicos son los mejores filósofos? —él negó y escuchó embelesado la historia que le contaba. La miraba fascinado. Eva. La mujer que él veía en verdad, a pesar de lo mucho que ella intentará ocultarse.
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