03. Antes del atardecer
Helena, acarreaba la carpeta bajo el brazo, repleta de ideas. Llevaba quince días trabajando con Margaret y Rena en la película del año decían. Ella estaba encantada. Había pasado los primeros días, estudiando las vestimentas de la época vikinga, y buscando prendas para adaptarla. Ese día, tenían una reunión con los productores de la película, para presentar esas ideas. Además, de conocer los actores que interpretarían a Ivar y Halfdan. Seguramente fueran actores escandinavos guapos y fuertes. Impresionantes y curtidos. Sí, tenía ganas de verles. Helena había decidido empezar a ver la serie «Vikingos», tanto por ambientarse, como para seguir metida en la cultura. Iba a ser su primera película como estilista y quería hacerlo perfecto. Pero, tras varios capítulos, la trama la tenía enganchada. Tanto a ella, como a su hermano Tonik, que se veía diariamente los dos episodios junto a ella. Tras esa reunión tenía recuperación en el hospital, aunque se sentía ya muy capacitada. Su rodilla a penas le daba problemas. Y, esa noche, iría junto con Nuria y su familia, a la presentación de la nueva novela de Megan Maxwell. ¡Que ganas tenía! Su vida, iba mejorando poco a poco, y Helena se sentía más segura y confiada. Llegó pronto al despacho y sentó en la sala de reuniones junto con Rena. Esparcieron sus ideas y prepararon la reunión entre risas y confidencias. Margaret se incorporó más tarde, junto a dos hombres altos, de rubios cabellos y ojos claros. Además, de una chica pelirroja que iba junto al director de la película. El aclamado sueco Michael Stirling. Era un hombre maduro, unos cuarenta y pocos años, alto y debía decirse muy atractivo. No era especialmente guapo, pero tenía algo magnético en sus ojos verdes, y su pelo oscuro. Se movía como si supiera de su encanto y se notaba en sus gestos, que sabía hacerlo muy bien. Helena les saludó y cuando se sentaron, Michael la miró muy fijamente:
—Creo reconocerte —dijo en un perfecto inglés sin rastro de acento. Su voz era grave, algo rota y sensual—. Vi uno de tus ballets «La consagración de la primavera» creo que se llamaba. En Estocolmo. Esa noche brillaste más que cualquier estrella del cielo —Helena enrojeció y asintió con decoro, sin saber muy bien que responder ante tal preciado comentario—. Lamento mucho lo ocurrido con tu lesión.
—Agradezco sus sinceras disculpas —Helena le sonrió y tragó el nudo que se había agolpado en su garganta. Aunque sus ojos relucían de tristeza, se centró en su trabajo. No era momento de pensar en lo perdido, era momento de ganar.
La reunión se realizó en inglés. Hablaron de la película, de los trajes, de la época. Había buena sintonía con el director y el equipo. Algo muy importante, le había dicho Margaret. Los productores asentían a todo, pero solo preguntaban por el presupuesto. Lo único importante para ellos. Por suerte, Rena era la mejor en eso, y las cifras que presentó parecieron cuadrar a ambos. Tras un par de horas, Stirling indicó a su ayudante que, por favor, les mostrará las imágenes de los actores que interpretarían a Ivar y Halfdan en el film. El corazón de Helena latió con fuerza cuando vio al hermoso actor que haría de Halfdan. Ryan , un chico noruego, que había participado en algunas series de época británicas. Románticas, por supuesto. Rena suspiró. Era guapo como un ángel, con un cuerpo esculpido a base de gimnasio. Tenía los ojos de un impresionante azul y el pelo largo ondulado, además de barba, de un rubio oscuro. Sin llegar a ser castaño. El traje le sentaba perfecto. Helena admiró y propuso algunas ideas de maquillaje y peinados que se aceptaron encantados. Luego, llegó el turno para Ivar. El corazón de Helena se detuvo cuando vio la fotografía. Owen sin camiseta le devolvía la mirada. A ella le huyó la sangre del rostro. Rena y Margaret hablaron del peinado que llevaba, y la idea de dejarle una barba más larga. Owen se veía rudo al lado de Ryan, que era más joven. Se le veía más hombre, más fuerte, más fiero. Ahora entendía lo del peinado que llevaba.
—¿Se encuentra bien, Helena? —le preguntó Stirling, al darse cuenta de su palidez. Ella fingió una sonrisa y señaló:
—Nada, solo algo mareada, la medicación para la rodilla es fuerte —le respondió apurada—. En pocos días, estaré suficientemente repuesta para dejarla.
Michael le sonrió con alegría y ella se la devolvió confiada. Tras ello, la reunión continuó un rato más, hablando de las prendas de los actores. Luego, les mostraron a sus compañeras actrices, con las que se detuvieron mucho rato más. Helena había visto algunos peinados increíbles para sus trajes de guerreras. Las dos eran hermosas, con largas cabelleras y mirada fiera. Harían unas parejas increíbles. Helena y Rena, satisfechas, se levantaron cuando el grupo se dispuso a marchar. Margaret comería con ellos. Michael le tendió la mano y le hizo un gesto para apartarse un poco. Helena fue con él a una parte más alejada de la sala.
—¿Te apetecería cenar conmigo esta noche, Helena? —ella le miró sorprendida. Tanto por la invitación como por el descaro. Algo que Helena apreciaba en un hombre.
—La verdad es que...
—Lo lamento, no quería ponerte en un compromiso. Pero... desde el ballet, quedé fascinado por tu manera de bailar e interpretar sobre un escenario. Esa noche te busqué, pero me indicaron que tu prometido te había llevado a cenar —él la miró directamente, buscando alguna señal de malestar en ella. Helena solo se mantuvo firme—. He oído que rompió el compromiso debido a tu lesión, lamento que...
—Jacob y yo ya estábamos separados antes de mi lesión —señaló Helena, incómoda por contar la verdad a un extraño. Sin embargo, Michael parecía genuinamente interesado y ella quería serle sincera—. La verdad es que llevábamos mucho tiempo separados, pero no nos habíamos dado cuenta. Sin embargo, lamento tener que rechazar su invitación. Esta noche prometí a una amiga muy especial, ir con ella a un evento, y no quiero defraudarla.
—Entonces, espero que nos encontremos al inicio del film en Noruega. Ciertamente, creo que será un placer trabajar con usted —Michael le tendió la mano, y se acercó para darle un casto beso en la mejilla. Helena enrojeció visiblemente, pero hasta que no desapareció de su vista no se puso la mano en el corazón. Rena la miró sorprendida y con picardía. Luego ambas se fueron a comer divertidas comentando ilusionadas sobre ese proyecto.
Owen colgó a su agente y tendió los brazos a Ariel para volver a coger a su sobrina. Ella se la dio sonriente. Jules estaba trabajando en el estudio y él se había pasado un rato para verles. Ariel estaba desesperada por empezar a trabajar también, pero Jesús insistía en que debía aprovechar su baja maternal. Tanto Owen, como Jesús, sabían que Ariel no cejaría en su empeño y volvería pronto a trabajar. Parte de su visita, era una estratagema para mantenerla entretenida. En pocos meses, Jules acabaría su segundo álbum y empezarían una nueva gira. Ariel tenía que descansar.
—Era mi agente. Esta mañana, se han reunido los productores y el director, con la jefa de estilismo y su equipo. Parece que ya están cerrados casi todos los detalles. Dos semanas y cogeré un avión para Skien. Luego, rodaremos en Wicklow en Irlanda, y algunas zonas de Islandia. En fin... me espera un año movidito. Pero me hace mucha ilusión esta película, ¿sabes? —le dijo Owen, Ariel le miró con confianza. Ambos hablaban siempre con la verdad desde que se conocieron en Ibiza—. Me hace sentir que dejó atrás esa faceta del atractivo de la serie, para convertirme en un actor de verdad.
—Ya eres un actor de verdad —le dijo poniendo los ojos en blanco. Su cuñada siempre adoraba su trabajo y le hablaba de cosas que no fueran lo atractivo que salía. Algo que él apreciaba—, pero me alegra que te entusiasme este proyecto. Aunque echaremos de menos tenerte por aquí.
Owen y Ariel siguieron hablando de la película. Ariel siempre conseguía que los demás se sintieran importantes y felices. Era un don. Cuando Jules llegó a besuquear a su esposa y prepararle algo rico de comer, Owen se marchó. Aun ilusionado, se fue a comer con Jesús. Condujo hacia el centro para buscarle. Parado en un semáforo, miraba a las terrazas de los bares cercanos. Sonrió cuando la vio. Helena estaba sentada en una terraza junto a otra mujer. Alguna compañera o amiga, pensó. Ambas reían. A él le gustó verla tan sonriente, relajada y cómoda. Llevaba su hermoso pelo suelto que volaba al viento y un traje que parecía nuevo. Aunque con ella no se sabía, tenía tanta ropa que era abrumador. Estuvo tentado de girar, aparcar y pasar a saludarla. Pero supo que no le haría gracia. Ella se mantenía en un plano alejado de él. Casi como si no quisiera ser su amiga. La entendía, a él también le costaba estar cerca de ella, y no pensar en esa noche compartida. Esa dulce noche que no se le borraba de la mente.
La noche llegó con emoción. Iba a asistir a la presentación de una de sus escritoras favoritas. Era la primera vez en su vida y le hacía mucha ilusión. Helena y Nuria se encontraron en la entrada del piso de su hermano. Tonik estaba apoyado en el umbral, mientras ella subía al coche. Nuria le insistió bromeando si quería venir, pero él negó divertido. Su hermano estaba muy guapo, descalzo, con la camisa arrugada, y los tejanos. Ella se dio cuenta de como Nuria le miraba, como muchas mujeres le miraban. Pero, su hermano, en ese aspecto, era más cerrado que un candado. Y ella no iba a romper ese hermetismo metiéndose en cosas que no le convenían. Le despidió con la mano y le tiró un beso, que él agarró como cuando era pequeña y se despedía antes de una excursión. Esa misma sensación tenía en la boca del estómago. Los nervios y la ilusión de hacer algo diferente y divertido. Nuria condujo hacia el centro hablando de su día, y Helena hizo lo mismo. Su trabajo la ilusionaba enormemente. Cuando llegaron a la librería, su madre y hermana ya las esperaban. Nuria las presentó y las cuatro conectaron al instante, hablando de las novelas de Maxwell. Divertidas comentaron sobre las anécdotas más picantes. Helena reía con comodidad y le alegró sentirse una más. Olvidarse de que ella nunca había tenido tiempo para esas cosas. De golpe, no hubiera querido estar en ningún otro sitio. Esa vida también era maravillosa a su particular manera. La presentación fue maravillosa. Megan era una mujer cercana, amable y divertida. Casi parecía una conversación entre amigas. Cuando Helena se acercó para qué le firmará el ejemplar, Maxwell le sonrió.
—Te conozco —le dijeron por segunda vez en ese día. Las palabras de Owen de hacía unas semanas volaron hacia ella. A pesar de que todo hubiera cambiado, ella seguía siendo quien era—. Helena Carjéz, te vi en «Carmen» en Madrid. Estuviste radiante.
—Muchas gracias. Adoro tus novelas, me han salvado en un momento muy duro de mi vida —indicó Helena. Las lágrimas se agolparon tras sus ojos y parpadeo para ocultarlas.
—Vamos a hacernos unas fotos. Esto debe conmemorarse —Megan le presentó a su hija y las tres se hicieron varias fotos. Luego, Helena indicó que su amiga Nuria y su familia también. Las dos las colgaron emocionadas en sus redes sociales. Era la primera cosa que Helena colgaba tras un par de meses. Sus fans no tardaron en reaccionar. Muchos le enviaron corazones, mensajes de cariño y apoyo. Helena se emocionó y guardó su teléfono para disfrutar de la noche con sus amigas, sin distracciones. Fueron a cenar a un restaurante de unos conocidos de la familia, y Helena se puso morada de comida. Incluso bebió un poco de vino. Esa noche, la vida pesaba menos, era más sencilla y más cómoda. Llegó a su casa y se durmió en seguida. Cómoda y relajada.
A la mañana siguiente, sus redes estaban llenas de mensajes de amor y cariño. Sorprendida, intentó contestar a todos con paciencia y optimismo. Muchos le preguntaban sobre su futuro, a lo que ella indicó que estaba en nuevos proyectos. Emocionantes y fascinantes, pensó. Megan Maxwell le había pedido amistad y ella aceptó. Su corazón se aceleró al ver que Michael Stirling también lo había hecho. Ella aceptó. Un mensaje tintineó en su pantalla, cuando él le escribió. «Me alegro de que tu noche fuera placentera. Me gusta verte sonreír, Helena. Espero que estés preparada para embarcarse en esta nueva aventura». Ella le escribió enseguida. Eso le hizo recordar una llamada que tenía pendiente. No podía no avisarle de lo que se avecinaba, por lo que decidida marcó.
—Buenos días, Odette —musitó él con alegría. Ella escuchó música cañera de fondo, y lo imaginó en el gimnasio, entrenando. Sudado y muy atractivo. Su garganta se secó.
—No me llames así, pesado —respondió ella molesta, pero segura de su siguiente movimiento, indicó—: ¿Te apetece comer conmigo?
El silencio en el otro lado se volvió pesado. Muy tenso y agobiante. Ella pensó que Owen incluso le había colgado, si no fuera porque seguía escuchando la música a través del aparato. No entendía ese silencio, y agobiada, pensó en colgar ella o responderle de mala manera. Finalmente, Owen indico:
—¿Te has pensado lo de ser mi amiga? —su voz sonaba extraña, aunque a ella le pareció más ligera.
—¿Puedes decir que sí como una persona normal? —le replicó molesta, tanto por su silencio, como por su afilada pregunta—. Quedamos a las dos en el Bella Notte —Helena colgó con el corazón acelerado.
Un poco más tarde, se duchó, se arregló el pelo y reservó para la comida. Le gustaba la comida italiana por encima de cualquier otra. Le gustaba la de verdad. No había estado más que una vez en Roma, y amo la capital. Había disfrutado de esos días contemplando ese arte que se mete en el corazón y ya no es capaz de abandonarte. Deseaba volver desde hacía un par de años, pero no había tenido tiempo. El timbre interrumpió sus pensamientos. Abrió y le sorprendió que fuera un guapo repartidor con un ramo enorme de rosas. Por lo menos, había cincuenta o sesenta rosas rojas, frescas. Parecían recién cortadas. De un rojo aterciopelado encantador. A Helena nunca le habían gustado demasiado, pero siempre las reglaban tras las actuaciones. Se las tendió junto a una nota. Ella la abrió con manos temblorosas.
Helena arrugó furiosa la nota. Se deshizo de las flores con lágrimas en los ojos. Eso era típico de él. Aparecer, cuando ella estaba rehaciendo su vida, intentar que recordará todo lo que había perdido. Él no había perdido nada. Ella todo. Maldijo su suerte, y se sentó a ver su ballet. El último. Hasta escuchar el crack de la rotura limpia que le impedía volver a bailar nunca más. Recreándose en el dolor de la perdida.
Owen miró una y otra vez a la calle. No podía ser que Helena le hubiera hecho eso para reírse de él, ¿no? Se removió incómodo. Ella llevaba veinte minutos de retraso. Él esperaría cinco más, si no se levantaría y se iría. Es más, porque iba a esperar más. Se levantó, justo cuando ella entraba en el restaurante. Él se quedó quieto y asombrado al verla, como siempre. Llevaba una sola muleta, un largo vestido morado, con flores blancas. Era una especie de quimono. A ella le quedaba muy sexy. Se deshizo del abrigo y su precioso pelo escapaba del moño desenfadado. Sentada ahí con él parecía un ser de otro mundo. Demasiado hermosa para ser real. Owen le sonrió con picardía, incapaz de callarse.
—Ya pensaba que no vendrías.
—Lo siento, me entretuve con... el trabajo —musitó algo seria y tensa.
—Vaya, parece que ya estás de plena metida en el mundo —Owen le sonrió con alegría, pero ella no le devolvió la sonrisa. Parecía preocupada y callada. El camarero se acercó y les tomó nota. Owen se sorprendió, cuando ella pidió una copa de vino por él, pero se relajó y la dejó hacer. Helena decidió lo que comerían y lo que quería que él probará. Aunque a él siempre le gustaba controlar esos aspectos en las citas, con Helena era diferente. Podía ser él mismo—. Me ha sorprendido tu invitación.
—Tenemos cosas de las que hablar —le replicó ella. Sin embargo, no lo hizo. Owen se tensó, hasta que ella sonrió. Su sonrisa era cálida y Owen respiró más tranquilo. Helena empezó hablando de Roma, de su viaje, y de las ganas que tenía de volver. Le habló de comida, de sus gustos y Owen se relajó. Él también le habló de Italia y de Florencia. De cómo ese viaje le había cambiado y cuánto deseaba volver siempre que se iba de allí. Hablaron, y hablaron como siempre, mientras comían. Riendo de verdad, siendo sinceros el uno con el otro. Incluso, a Owen, le gustaba como ella despreciaba sus intentos de conquistarla o interesarla. Helena no paraba de picarle y bromear con él. Owen apreció como su tristeza se había ido diluyendo, como se había reemplazado por la alegría. Le mostró las imágenes del día anterior y ella disfrutó contándole sobre su escritora favorita. Nunca la había visto así y lo cierto es que le gustaba. Cuando llegó el postre, sin embargo, Owen la miró poniéndose serio.
—Dijiste que teníamos que hablar. ¿Ocurre algo, Helena? —él se dio cuenta de cómo había paladeado su nombre de una forma especial. Pero ella no pareció notarlo.
—Ayer tuve una reunión muy importante de mi trabajo —le dijo nerviosa, él la contempló pensativo. ¿Necesitaría de su ayuda? Owen se la daría sin dudar. Si la industria no la trataba bien, se encargaría de poner en su sitio a quien hiciera falta—. Sabes que estoy trabajando en un nuevo proyecto, ¿verdad? —él asintió cada vez más seguro de que haría lo que hiciera falta—. Bueno, lo diré sin más. Ese nuevo proyecto es tu película. Tu jefa de estilismo es mi jefa.
—Eso es... —Owen respiró más tranquilo al darse cuenta de lo que ocurría—. Eso es bueno, ¿no?
—¿Lo es? —ella pareció más nerviosa, aunque se relajó al mirarle—. Creía que te podría molestar.
—No creo que nadie pueda hacer mejor el trabajo que tú. Además, creo que será muy divertido trabajar juntos, ¿no crees? Y también... bueno, estaremos cerca si ocurre algo —a Owen pareció encendérsele una chispa divertida. Sí, iba a ser muy interesante trabajar con ella. Tener una amiga en el rodaje. Alguien en quien confiaba así—. Ryan te caerá muy bien, pero no te enamores de él. Es un rompecorazones. No tanto como yo, claro. Pero eso ya lo sabes.
—Ni Ryan, ni tú, me impresionáis mucho. Sois actores —ella siempre decía esa palabra con ese deje que le molestaba. Owen no lo entendía. ¿Es que odiaba a los actores? ¿O les consideraba menos que otras disciplinas artísticas?
—¿Qué significa eso? —preguntó tenso.
—Que no sentís de verdad. Siempre actuáis. No os dais cuenta, pero es así. Siempre haces un papel, Owen. Tienes tu máscara. Lo que pasa es que te has olvidado de lo que es ser sin un guion —dijo ella. Owen se estremeció al pensar que era verdad. Al menos, con todo el mundo.
—Contigo no actuó —lo dijo sin pensar, pero sabiendo que era cierto. La miró con fijeza y ella aguantó esa mirada. No sabía por qué, pero con ella era así.
—Justo lo que se espera que debes decir —Helena rio divertida y él adoró esa risa—. En fin, no es culpa tuya. Pero, tranquilo. Quería avisarte de que, tras mi falta relación, he decidido que nunca más voy a mezclar mi trabajo con la amistad o el placer. Sé que lo que ocurrió con nosotros fue... ardiente y... único. —él la miró con picardía. Adoraba que fuera tan franca y sacará a relucir este tema pendiente. Ese tema que él nunca olvidaba—. Pero no puede repetirse durante el rodaje.
—¿Y antes? —él bajó su voz y la hizo más grave. No podía resistir la tentación. Llevaba días pensando en poseerla. Ansiando hacerlo. Ella negó, pero sus ojos también mostraban deseo. Owen le tendió la mano—. Te espero fuera. Hay un hotel aquí cerca, muy discreto. Me gusta ir de vez en cuando acompañado. Si quieres venir, esperaré diez minutos —Owen se fue y pagó. Luego, se sentó en el coche.
Diez minutos. Si ella no venía lo entendería. Y ahí se acabaría todo. Aceptaría su amistad y olvidaría el deseo. Si ella se sentaba, bueno... iba a saciar esa sed que parecía no dejarle en paz últimamente. Espero los diez minutos y suspirando, introdujo la llave en el coche. Justo cuando la puerta se abrió. Helena se sentó ruborizada a su lado. Él no dijo nada. Ella tampoco. Condujo hasta el hotel y entraron. Subieron a la habitación. En cuanto traspasó la puerta, no pudo más. La hizo girar entre sus manos y la llevó a la cama, besándola. No dejaba que ella pudiera respirar. No necesitaban el aire, no necesitaban nada más que eso. Pero debía asegurarse, debía saber que ella quería. No por consentimiento, sino que quería oírlo de sus propios labios. Que le deseaba, que le necesitaba, como él a ella.
—¿Estás segura? —ella asintió y él la tumbó en la cama. La desnudó con impaciencia. Ella rio cuando a él se le quedaron trabajadas las manos en los botones.
—Ni se te ocurra romperlos. Este vestido me costó una pequeña fortuna —la voz de ella sonaba más grave debido al deseo. Y él la besó. La despeinó, la desnudó. La dejó abierta para él, y se quitó la ropa sin delicadeza. Llevaba días anhelante, desesperado. Recordando, una y otra vez, lo ocurrido esa noche de la boda. Ese día habían estado algo achispados, pero ahora estaban completamente sobrios. Estaban al cien por cien. Ella se arqueó contra él y Owen olvidó todos sus principios. A él le gustaba tentar, jugar, poseer con dulzura, pero cierto control y frialdad. Como ella le decía, actuaba incluso en esos momentos. Pero con Helena no era así. Para nada. La buscó con brusquedad, y ella abrió los ojos sorprendida, ante su deseo. Se clavó más contra él. Una y otra vez. Se besaban frenéticos, ahogados, sin importar que pasará fuera de ese cuarto. Owen maldijo al sentirse tan cerca, pero cuando a ella se le nubló la vista y un potente orgasmo la hizo temblar, él sonrió. Se derrumbó contra ella de forma dolorosa y acuciante. Se separaron en búsqueda de aire—. Ha sido...
Él no la dejó acabar. Volvió a besarla. No iba a dejar de hacerlo, mientras la tuviera allí. Beso y caricias. La besó por todas partes. Y con mucha delicadeza cuando llegó a su rodilla. Atravesada por varias cicatrices que él besó. Ella se dejó mimar. Dulce, tierna, receptiva ante él. Nada mordaz o cínica. Esa Helena le encantaba de una forma tan extraña que le dejaba sin palabras. Su cuerpo volvió a estar listo y la poseyó de nuevo. Esa vez se propuso ser dulce, pero ninguno de los dos buscaba eso. Para nada. Se poseyeron con ferocidad, con necesidad, con fuerza. Y tras ducharse, abandonaron el hotel demasiado cansados, como para preguntarse nada. Se despidieron sin promesas, pero Owen sentía que nada había acabado. Que, en todo caso, algo estaba comenzando.
Helena se sentía agotada cuando llegó. Era poco antes del atardecer y el cielo se veía de un bonito color naranja. Se sentía cansada, pero en el buen sentido. No había decidido que eso ocurriera, pero cuando él le había puesto la tentación delante, no había sido capaz de decir no. Owen era pasión, puro fuego. Esa tarde había sido, sin duda, la mejor de su vida. Aunque jamás lo reconocería ante él. Le gustaba el sexo con Owen demasiado. Haberse dado ese capricho, estaba segura, de que disminuiría su tensión durante el rodaje. Entró con su llave y se tumbó en la cama. Pero, su hermano la interrumpió con una mirada extraña.
—Han estado llegando durante todo el día —dijo.
—¿El qué? —le preguntó ella confundida, siguiéndole al comedor—. No puede ser...
Decenas de ramos ocupaban el espacio. Había cientos de flores distintas. Cogió alguna de las notas. Todas estaban firmadas por Jacob. Ni se iba a molestar en leerlas. Llamó a su profesora y coreógrafa en Nueva York. Hablaron durante un buen rato. Ella no sabía nada de Jacob, ni sabía como había averiguado su dirección. Le indicó que tras varias semanas de encontrarlo borracho en el ensayo, le había echado sin contemplación. No creía que se hubiera marchado de Nueva York, pero le sorprendía su actitud hacia ella. Tras el accidente, no había querido verla en el hospital, ni dijo nada cuando dejó el piso que habían compartido. Es más, lo aceptó de buen grado. Helena recogió y tiró todas sus flores para sorpresa de su hermano. Luego, hizo algo que se prometió que nunca iba a hacer. Pero, debía romper su promesa. Él le contestó al primero tono.
—Jacob —musitó con frialdad.
—Mi dulce ángel. Mi amor... —ella le interrumpió con asco. Esas palabras le ponían los pelos de punta.
—Escúchame. No quiero más flores, no quiero más notas y no quiero saber nada más de ti —le espetó—. Eres un cerdo miserable al que no quiero volver a ver en mi vida. No sé como sabes donde estoy, pero te juro que no quiero verte. Me marcho lejos de aquí en pocos días, te sugiero que busques rehacer tu vida, sin pensar en mí.
—Es normal que estés enfadada, cariños. Tienes que darte tiempo para que todo se ponga en su lugar. Cuando llegué el momento, te demostraré que soy un hombre nuevo, mi bello ángel. Me he curado, he visto la profunda oscuridad del abismo, pero he salido por ti. Te buscaré allá donde vayas y te encontraré. Te reconquistaré mi amor. Somos los dos bailarines predestinados. Sé que crees que no volverás a bailar, pero lo harás. Yo estaré allí cuando lo hagas —Helena le colgó furiosa y tiró el móvil contra la cama. Tenía ganas de gritar, de romper cosas. Jacob seguía siendo un niño infantil que no entendía lo que era el mundo real.
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