02. El diablo viste de Prada
Su tercera semana de recuperación, décima desde que le ocurriera la lesión, Helena empezó a apoyar la pierna en el suelo. Sin embargo, al cargar un poco de peso, el dolor la dejaba sin respiración. Por lo que debía seguir con los ejercicios de fortalecimiento y las muletas. Las sesiones, por eso, eran cada vez más intensas. Acababa agotada tras ellas, sintiéndose que estaba rota y era imposible recomponerse. Ese día estaba siendo particularmente duro. Sobre todo porque fuera, estaba diluviando, y ella se sentía de un humor de perros. Se había pesado esa mañana y había ganado cinco kilos desde que dejará de bailar ballet. Un escándalo. Si la vieran sus compañeros se pondrían las manos sobre la cabeza. Estaba perdiendo toda su estructura frágil, elegante y etérea. Descompensando por completo su centro. Aunque seguía delgada y parte de su cuerpo había ganado unas curvas perfectas, sentía que eso la alejaba cada vez más de la bailarina de ballet que había sido. Helena chasqueó la lengua frustrada. Tras la recuperación, Nuria la ayudó a cambiarse. Iban a ir a comer juntas y luego la acompañaría a casa en taxi. Si no fuera por ella y por su hermano, no creía que saliera de casa. Sabía que no era sano lo que hacía... pero no podía evitarlo. Necesitaba recordarse cada día lo que había perdido. Como si recuperar su felicidad, fuera una traición a la Helena, que había sido antes. Se puso la plana zapatilla y echó mucho de menos sus preciosas botas de tacón altísimo. Estilizaban su figura y la hacían sentir más segura. Ella se sentía más inestable en bambas que en zapatos de tacón. Sin embargo, cogió las muletas y se sentaron en la cafetería del hospital. A pesar de su ubicación, se comía muy bien y tenía buen precio. Helena no estaba muy preocupada por sus ahorros, pero sin trabajo debía aprender a guardar. Aún no tenía claro como seguir. Entre confidencias y bromas, Nuria y Helena hablaron del libro que esta última, le había dejado. Helena lo había devorado con pasión. Le había encantado la romántica historia escrita por Megan Maxwell. Y le había permitido desconectar del drama desastre en que se había convertido su vida.
—Pues, dicen que de aquí dos semanas presenta su próxima novela en la librería Ágata del centro. ¿Te apetece ir conmigo? —le preguntó Nuria, saboreando su bocadillo—. Sería divertido. Voy a ir con mi hermana Noelia y mi madre Mercedes. Podríamos ir a cenar luego.
—Creo que estaría muy bien —dijo Helena sonriéndole, aunque no pudo evitar preguntar—. Pero, ¿ya te apetece cargar conmigo toda la velada?
—No eres una carga, Helena. Eres mi amiga —le dijo divertida y pinchando una patata frita, sonrió —. Aunque seas tan hermética con todo.
—No soy hermética. Pregunta lo que quieras y te responderé —dijo Helena acabando con su flan. Su postre favorito desde que tenía memoria y paladar. Y a pesar de que no le gustará estar perdiendo su figura de ballet, tampoco se sentía culpable si el castigo era comer tan rico—. Excepto si es por cosas ilegales que haya podido hacer.
—¿Has hecho cosas ilegales? —le preguntó asombrada Nuria. Mirándola con respeto y admiración a la vez. Helena se rio.
—He dicho que no te lo podría contar —Nuria se rio y empezó a hablar de delitos menores. Además, de gente que hospitalizada que recibía tratamiento siendo criminal. Helena se relajó al verla distraída. Era una experta en cambiar de tema, y hacía tiempo que había aprendido a desviar el tema de sí misma. Aunque ella parecía ser una persona segura de sí misma y abierta, en verdad, su amiga tenía razón. Era hermética en cuanto a sus sentimientos. Acabaron la comida y ambas se separaron cuando Helena cogió un taxi para su hogar. Al menos temporal, no podía estar viviendo siempre en casa de su hermano. Cuando bajó la sorprendió encontrarse con la exesposa de Tonik que recogía a Iván. Su hermano estaba en la calle, apoyado contra la pared. Ella envidió la serenidad de su rostro. Jamás creía poder mirar a sí a alguien que le hubiera traicionado. Ella saludó educadamente a Lucía, alguien que también había sido muy importante en su vida. Pero era pasado. Lucía ya no era como una hermana mayor para ella. Solamente, la mujer que rompió el corazón a su hermano al irse con otro.
—Justo hablábamos de ti, Helena. Tu hermano me decía que estaba yendo muy bien tu recuperación. Que pronto, ya podrás andar. Tienes que estar deseándolo —Helena asintió, incapaz de decir mucho más. Como siempre, le sorprendió la relación tan cordial que su hermano y su exesposa mantenían. No se veía capaz de tener nada así con ninguna de sus exparejas. Pero claro, ella siempre se había equivocado en cuestiones románticas. Tampoco era quién para juzgar.
Ignoró a la pareja que seguía hablando y se centró en su sobrino. Ella le achuchó y apretó. Iván, encantado de ser el centro de atención de su tía, se dejó mimar antes de marcharse. Cuando se marcharon, ella entró en el hogar. Helena siguió con su martirizante tortura y se puso frente al ordenador. Mirando una y otra vez sus ballets favoritos. Las lágrimas, como siempre, rápido acudieron a sus ojos. La felicidad le sería siempre esquiva. De eso, ella tampoco sabía nada.
Owen besó la rolliza mejilla de su sobrina Anna. Él tenía claro que iba a ser su tío favorito. Le costará lo que le costará. Se había propuesto ese objetivo e iba a conseguirlo. Él nunca fracasaba. Jules ya se había quedado con David, quien estaba sentado con Ariel jugando a Pokémon. Anna sería suya. Y ella parecía saberlo, porque era el único, con el que se quedaba dormida. Owen la mecía suavemente. Jesús le sonrió desde el otro lado de la mesa.
—Siempre se te ha dado bien dormir a las mujeres —Owen le miró con caras de malas pulgas.
—Sí, divertirlas es nuestra especialidad —respondió Jules, mirando embobado hacia su hija. Había cambiado tanto en esos últimos años. Aunque seguía siendo igual de replicón y maniático. Era feliz. Había una calma en él que nadie podía llegar a comprender. Quien no le conociera de verdad, no podía ver quién era ahora Jules. No pudo evitar pensar que sin Ariel, a su hermano siempre le hubiera faltado algo. Algo que, por supuesto, él nunca iba a tener. Owen refunfuñó, pero no dijo nada. Se levantó para dejar a la pequeña en su moisés y se giró para coger la chaqueta. Tenía una cita en el centro, con una mujer que esperaba, le hiciera olvidar un rato su soledad. Sin embargo, el timbre de la puerta la interrumpió. La niña siguió plenamente dormida. Ariel se levantó de un salto desperezándose.
—Esos deben ser Tonik y Helena —dijo alegre. El corazón de Owen se pareció detener. No esperaba verla ese día. Ella supuso que tampoco o no estaría ahí. Llevaba esquivándole desde la lejana comida que compartieron— ¿Os quedáis a cenar?
David miró a su padre esperanzado y este levantó las manos. Owen tenía planes... pero... de golpe, cogió su móvil y sin saber por qué canceló su cita. Esa mujer no volvería a llamarle, al menos, no con después de esa descortesía. Pero, no le importaba. Desde la comida de ese extraño día, no había dejado de pensar en volver a verla. Sin embargo, ella no le había escrito, ni respondido a sus mensajes. Murmuró una excusa para el resto y aceptó la invitación. Tonik ya había entrado, abrazando a su hermana. Helena iba detrás en muletas. Él se fijó en ella como siempre. Llevaba unos leggings negros. Un jersey ajustado, también negro, con cuello de cisne. El pelo recogido en alto en una elegante coleta. No llevaba maquillaje, lo que solo la hacía más bella. Helena era magnética. Todos se levantaron para dejarla pasar y ella dirigió su atención a él un breve instante, antes de acercarse a su objetivo, Anna.
—Mira que es preciosa, incluso dormida —murmuró hacia Helena, a Owen le temblaban las manos y las guardó a su espalda. Helena, al ver su postura, le indicó— ¿Que pasa eres su guardián?
—Por supuesto —respondió orgulloso—. No dejaré que nadie, ni nada, le haga daño, a mi Anna. Soy su tío favorito.
—Eso está por ver —ella le miró con los ojos entrecerrados, desafiantes—. Vosotros sois muchos y yo solo soy una. Me amará por encima del resto a ser su única tía. Además, pienso darle todo lo que me pida. Independientemente de lo mucho que eso enfada a su madre, mejor si es así.
Owen rió, con ella siempre le salía fácil. Se sentaron en la mesa, y no le extrañó que ella se sentará con David. A los dos les encantaba hablar de moda. Charlaban y charlaban sobre zapatos, bufandas y cosas así. Jesús y Jules también estaban a lo suyo, hablando del próximo disco y de negocios. Él se dedicó a contemplar embelesado como la pequeña dormía. Respiraba tan tranquila. Sus parparnos se agitaban con los sueños. Él siempre había deseado tener hijos. Pero... cada día lo veía más lejano. Se levantó para obviar esos pensamientos y se fue a la cocina a ayudar a Ariel. A él le encantaba cocinar y necesitaba distraerse. Ella estaba cortando verduras, mientras Tonik sentado, bebía una cerveza. Owen se sintió incómodo por si interrumpía. Era una escena familiar, cotidiana. Había una calma en ello que le enterneció el corazón. Sin embargo, Ariel le sonrió relajada y encantada.
—¿Eres mi salvador? —él asintió poniendo los ojos en blanco. Ambos se entendían bien en la cocina y se pusieron manos a la obra. Uno cortaba, el otro hacía y no necesitaban darse indicaciones. A Owen le encantaban esos momentos en la cocina con su cuñada. Tonik carraspeó.
—En fin, Ariel... ¿Qué harías? —preguntó. Estaba claro que Owen había pillado la conversación a medias, pero, tampoco quería ser chismoso.
—No lo sé. Quizá le iría bien ir al psicólogo y hablar con alguien de lo que siente. No creo que sea bueno ni sano lo que hace —musitó Ariel, mirando a su hermano, le preguntó— ¿Lo has hablado con ella?
—Sabes como es... con los sentimientos. Me echa a patadas cada vez que lo intento. Me dice que está bien. Pero yo estoy... preocupado. Owen... tú quizá podrías entenderla mejor. Ambos os dedicáis a cosas parecidas y no sé... Estoy desesperado —Tonik parecía cansado y él vio las profundas ojeras en su rostro. Estaba claro que aunque se mostraba siempre fuerte, lo hacía delante de Helena, para que ella no sufriera más. Owen asintió, dispuesto como siempre, a ayudar a su familia—. Estoy preocupado por Helena. Sé que se está recuperando muy bien de su lesión, pero temo que no solo se rompiera la rodilla ese día. Quizá se rompió algo más... Se pasa el día en casa, viendo sus ballets una y otra vez. La oigo llorar cada noche hasta dormirse y...
—Creo que es una depresión —dijo Ariel, preocupada, su mirada triste—. Creo que debería ir a un psicólogo. Lo que le ha sucedido es terrible —las lágrimas se agolparon en los ojos de Ariel y dejó el cuchillo. A Owen le costaba respirar. Su cuñada tenía razón, era tan horrible—. Cada vez que lo pienso me pongo a llorar. Ella no se merecía esto y... —Jules entró interrumpiéndoles. Con cariño abrazó y consoló a su mujer. No sabía como su hermano siempre parecía saber cuando ella le necesitaba. Pero así era. Tenían una conexión única. Owen se sentía, de repente, muy pequeño y estúpido. No sabía qué hacer con sus manos y más cuando se quedó solo en la cocina con Tonik. Que, parecía, seguir esperando su respuesta. Él le miró y cuadró los hombros.
—Helena no va a aceptar de buen grado ir a un psicólogo, aunque creo que le vendría bien. Pero siento que lo que más necesita es encontrar una nueva pasión. Retomar un poco el control de su vida. Su independencia y distraerse de esa sensación de no saber quién es. Existió una Helena antes del ballet, y existirá una después, solo que ella aún no lo sabe. Creo que le iría bien buscar un nuevo piso, un trabajo, algo que estudiar. Además de hacer amigos —Tonik asintió y se puso a ayudarle en la cocina, hasta que Ariel retomó sus labores.
Los tres trabajaban divertidos y decidieron no hablar más del tema. Hablaron de sus trabajos, de sus vidas y pasaron un agradable rato compartido. Cuando se sentaron a cenar, habían reubicado los sitios y él se sentó con Helena. Sus brazos se tocaban, pero ella parecía tan cómoda y relajada hablando con David, que no se tensó. Comieron hasta hartarse y cuando preparaban el postre, él se giró y le preguntó con curiosidad. Como si se le acabará de ocurrir y no llevará ya un rato pensando en ello:
—¿Has pensado en trabajar en algo relacionado con la moda? —le preguntó divertido. Helena se giró para decirle algo con mordacidad, estaba seguro. Pero pareció pensarlo mejor y valorar su idea, el corazón de Owen se relajó, más cuando le dijo:
—No es mala idea, aunque venga de ti. Pero, no sabría ni por donde comenzar —musitó confusa.
—Eres muy buena pensando en lo que la gente debería llevar siempre. Podrías ser personal shopper o jefa de estilismo —le dijo David entusiasmado—. Eres muy buena encontrando el mensaje que debe transmitir una prenda. Eso es un don, Helena. Y cuando yo sea diseñador, siempre podrás ayudarme —Helena le sonrió con cariño. Todo lo arisca que era con el resto de la humanidad, desaparecía de Helena con sus sobrinos, pensó Owen.
—Eso es verdad —dijo Ariel, que daba el pecho a Anna—. Helena siempre era quien creaba los estilismos para las funciones cuando estaba en el colegio. Además de bailar claro —ella se removió incómoda, pero pareció pensar en esa idea con más detenimiento. Una chispa se había encendido en sus preciosos ojos que hizo que Owen se sintiera más ligero. Le había dado algo más en lo que pensar. La había ayudado. Se pasó el postre callada, pensativa. Aunque eso era bueno, por una vez. Cuando los demás se fueron a despedir, Owen decidió arriesgarse.
—¿Te apetece que vayamos a tomar una copa? —ella pareció ir a negar, pero Tonik insistió alegre:
—Me parece una gran idea —dijo, guiñándole un ojo. Si él venía, ella no tenía escapatoria. Owen habló con Jesús para que este cogiera uno de los coches de Jules. Habían ido en el suyo, Jesús aceptó encantando y se quedó un rato más en la casa de su hermano. A la salida, Tonik fingió una agradable excusa sobre su trabajo, y les dejó solos. Helena no refunfuñó tanto como otras veces. Lo que le pareció algo positivo. Quizá, su silencio solo había sido un acto de tristeza, no de rechazo hacia él. Owen condujo hacia uno de sus locales favoritos, donde sabía que nunca llamaban a la prensa. Pero vio la incomodidad en su rostro cuando aparcó en el parking reservado. Ella se removía.
—¿Qué ocurre? —le preguntó preocupado. Ella le miró enfadada, como si debiera ser algo obvio.
—No voy vestida para este sitio. Ni siquiera llevo los zapatos adecuados —dijo ella señalando sus bambas negras algo sucias—. Ni voy maquillada. Estoy hecha un desastre.
—Yo tampoco voy de punta en blanco —le respondió divertido por verla insegura. Oweb iba con tejanos y una sudadera oscura— ¿Qué importa? Tienen los mejores cócteles y se puede charlar con tranquilidad sin que la música sea estridente.
—Pero... los demás pensarán que... —a Owen se le enterneció el corazón al verla tan nerviosa e insegura. Deseó besarla, pero paró ese pensamiento en seco. No necesitaba agobiarla, necesitaba ayudarla.
—¿Y eso qué te importa? —él enarcó las cejas divertido y señaló para distraerla—. No creo que sea necesario ningún adorno en una mujer, excepto un buen perfume —ella enrojeció y él se acercó tentador —. Y tú hueles perfectamente —Helena puso los ojos en blanco y él maldijo que siempre hiciera eso ante su seducción. ¿Es que era inmune a sus trucos? Eso parecía. Pero, consiguió el efecto que deseaba, al ver como ella se relajaba.
A Helena le latía con violencia el corazón. Cuando él le decía esas cosas, se derretía. Pero ella sabía que era un papel. Él actuaba diciéndole lo que cualquier mujer querría oír. Por lo que puso los ojos en blanco y se rio. Aunque se ahorró la pullita que tenía pensada, porque él estaba solo siendo amable. La ayudó a bajar del coche y subieron en el ascensor hasta el bar, donde pidieron dos cócteles dulces y de colores fantasía. El suyo sin alcohol. A ella nunca le había gustado beber. Se sentaron en una mesa apartada. Y, aunque no quería, le preguntó:
—¿De verdad crees que pudiera dedicarme al mundo de la moda? —esa noche se sentía nerviosa e insegura. La idea le parecía muy buena, y es cierto, que en muchas ocasiones se lo había planteado. Pero, había estado descartando esa idea. ¿De verdad merecía encontrar un trabajo que le inspirará tras lo ocurrido? En parte, sabía que la respuesta era que sí. Porque no era su culpa lo ocurrido, pero sentía que traicionaba su amor al ballet. Ni ella misma se entendía.
—Creo que la moda y tú sois una. Pero... te gusta más otro tipo de estilismo, creo yo. Además de mandar, por supuesto —dijo Owen bromeando, Helena volvió a relajarse— ¿Nunca has pensado en ser jefa de vestuario? Quizá en el ballet o...
—No quiero trabajar en el ballet si no es bailando —musitó nerviosa, algo tajante—. Pero... creo que es buena idea. Tengo algunos contactos que podrían echarme una mano y... —empezaron a hablar. Owen habló de los estilismos de sus series, de como se llevaba bien con las maquilladoras y compañeras de vestuario. Como las prendas, eran casi tan importantes como el maquillaje, a la hora de transmitir sobre un personaje. Ella habló de la moda, de París, de ballet y de tantas cosas, que se olvidó de sentirse triste por un momento. Con Owen las palabras le salían con facilidad. La conversación fluía y se sentían cómodos uno con el otro. Pronto se olvidó que estaba en un lugar caro y exclusivo, donde muchos la miraba y reconocían. Donde hablaban en susurros con pena. Se olvidó por completo de que no iba vestida para la ocasión. Pero no importaba, nada de eso importaba. En ese momento, solo era Helena y Owen, en un buen local charlando. Cuando se sentó en el coche de vuelta a su hogar, se sintió más ligera. Y los ojos se le cerraban de sueño. Owen la ayudó a entrar y la dejó en su habitación. Cerró la puerta al salir.
Al día siguiente, cuando se levantó, llevaba aún la ropa del día anterior. Pero había dormido tan cómoda que no le importó. Se deshizo la coleta y se arregló para ir a recuperación. La mañana se le pasó más animada que otros días. Habló con Nuria sobre moda y sobre su idea. Cuando salió, fue directamente a casa con Tonik. En seguida, que estuvo sola, no puso sus videos de ballet como otros días, sino que dedicó la tarde a buscar por redes y encontrar lo que buscaba. El nombre de su agenda respondió al tercer toque. La llamada se prolongó durante más de una hora, pero tenían mucho de que hablar. Tanto de su accidente, lesión y frustrados sueños, como de esa nueva idea que le rondaba por la cabeza. Más animada, Helena se levantó para ir a buscar a su hermano. Pero al notar el pinchazo en la rodilla, se sentó de nuevo. Abrió la carpeta y puso los videos. Sus videos. Las lágrimas acudieron a sus ojos y regresó a su penitencia. Helena lo había perdido todo, no podía rehacer las cosas con facilidad. Aún tenía un duelo que superar.
Owen se sentía más cómodo y ligero ese día. Relajado, podría decirse. Había pasado una velada fantástica con Helena e incluso esa mañana ella le había escrito. Quizá, a pesar de sus caracteres tan opuestos, podían llegar a ser amigos. Cuando sonó su teléfono y era su agente, sonrió encantando.
—¿Cómo estás, Mike? —su amigo y agente le puso al día de todo. Dos semanas y volaban a Noruega. Estaba emocionado. Era un paso importante en su carrera. Mike sonaba divertido e ilusionado como él, aunque Owen oía de fondo a su mujer y sus hijos juguetear. Seguramente, estuvieran en su casa de la playa, disfrutando del buen tiempo que hacía, aunque fuera invierno. Owen se empezó a sentir algo incómodo y solo—. En fin, no quiero entretenerte de más.
—Me han dicho que te vieron en muy buena compañía ayer en el Lotto's —Mike sonaba con ese tono de picardía que tantas veces le había escuchado. Tantas conversaciones sobre mujeres antes de que su amigo asentará la cabeza y formará su pequeña familia—. ¿Debe importarme?
—Helena es la cuñada de mi hermano —dijo sin emocionarse demasiado, manteniendo ese tono neutro —. Fuimos a tomar una copa y a ponernos al día. Nada más.
—Pero es Helena Carjéz, la famosa bailarina de ballet. Ya sabes... la que crujió por todo el escenario —la manera en que lo había dicho molesto a Owen, pero no dijo nada. Se mantuvo callado—. En fin, haríais una pareja encantadora. Pero... tus legiones de fans no se lo perdonarían. Te quieren enterito para ella —Owen no respondió. Siempre se lo decían. Es como si Mike nunca le considerará un buen actor, sino una cara bonita de la que sacar provecho. Eran amigos desde jóvenes, y claro, a ambos les había encantado ese papel de seductor. Ganaban dinero, fans enteras se movían a sus pies. Pero ahora, estando ya cerca de los cuarenta, Owen estaba cansado. Cuando colgó se sintió incómodo y vacío. Le picó la ropa y el buen humor se esfumó. No se sentía ya relajado, pero cuando entró una nueva llamada su corazón se aceleró al ver el nombre.
—¿Cómo estás, Odette? —se dio cuenta de que su tono era demasiado artificial.
—No me llames así —le regañó ella, consiguiendo que Owen sonriera—. Te llamaba para decirte que hice caso a tu consejo y mañana tengo una entrevista de trabajo —ella sonaba ilusionada, lo que a él le llenó el corazón. Ella le estuvo contando la llamada que había realizado y lo que habían comentado. Se la oía contenta y ligera. A pesar de esa buena noticia, su ánimo no mejoró. La frase de su amigo, aunque ella no la hubiera escuchado, seguía resonando en sus oídos. Había perdido tanto—. Te noto muy callado, ¿va todo bien?
—Claro que sí, cisnecito —hasta él mismo se dio cuenta de su tono condescendiente—. Estaba solo entrenando.
—Dios no quiera que ese cuerpo de infarto tenga un gramo de grasa de más, sino que mujer suspiraría por él —el tono de ella era en broma, pero tras la conversación con su agente y sus tristes pensamientos esa vez no le hizo gracia. Estaba cada vez más cabreado.
—Perdona por ser atractivo. No todos podemos ser como tú —se arrepintió al instante de la burrada que había soltado, pero Helena no se calló, sino que atacó.
—¿Quieres decir hermosos sin necesidad de adornos? —su tono era mordaz—. Solo necesitando nuestro encanto natural para hacer que los demás caigan rendidos a nuestros pies.
—¿Te han dicho alguna vez que eres insoportable? —dijo él, aunque le agradó que ella pasará de su mal humor.
—Solo cuando la persona es demasiado débil de carácter para formar parte de mi vida —ella le colgó, pero Owen consiguió sonreír. Le gustaba esa manera de discutirse con ella. Y le gustaba que aunque la cagará, ella siguiera tratándole igual. Quizá, porque con ella podía ser él mismo sin necesidad de fingir.
Helena colgó sonriente, pero su sonrisa se borró, mientras observaba el ballet. Era de sus últimas piezas, ya bailando con Jacob. Él giraba a su alrededor como si ella fuera el ser más hermoso del mundo. Ella le miraba como una boba enamorada. Había sido parte de su actuación y parte de verdad. En algún momento se habían amado, para luego solo haberse convertido en algo perverso para el otro. Quizá si nunca le hubiera amado, hubiera seguido bailando. Había dejado que su corazón truncará todos sus sueños. Pero ese era un turbio pensamiento. Ella no tenía culpa de las elecciones que había hecho Jacob, ni tampoco debía culparse por haberlo dejado. Quizás esa había sido la única buena decisión que había tomado en ese último tiempo. Aunque amará bailar ballet, en algún punto, incluso antes de que todo acabará, había dejado de ser feliz con él. Las lágrimas cayeron por su rostro, al ver como el público le aplaudía. No echaba de menos los aplausos, ni subirse a un escenario, ni la fama. Echaba de menos a la Helena que era sobre un escenario. Esa Helena que ya nunca podría ser.
Al día siguiente, tras la recuperación, se vistió con uno de los trajes más formales que había usado en el último tiempo, a pesar de no poder ponerse unos preciosos tacones que le acompañarán. Tonik la dejó en el centro, donde había quedado con la famosa e inglesa Margaret Lupkin. Jefa de vestuario de muchas y grandiosas producciones europeas de cine. A ella siempre le recordaba a Miranda Priestly de «El diablo viste Prada», una jefa implacable y decidida. Aunque algo tirana. Y, por supuesto, odiada por casi toda la industria debido a su éxito. No obstante, habían coincidido varias veces en París y siempre habían tenido conversaciones amigables. Su corto cabello blanco ondulado y sus gafas de pasta rosa chicle eran su sello más característico. Sentada en su elegante despacho, la miró divertida.
—Es una pena verte mover con tan poca elegancia, mi hermosa prima ballerina —Helena sonrió ante ese comentario que en otra persona le hubiera dolido. Pero Margaret era así, directa y sin tapujos— ¿De verdad te interesa dar el salto al mundo de la moda y el estilismo? Te avisó que es un mundo cruel, depredador y enfermo. No lo romantices.
—No creo que sea peor que el ballet, aunque tampoco mejor —ambas hablaron de moda, de ballet, de traición y de amor. Margaret era de padre italiano y madre parisina. Lo llevaba en sus genes. Pero, a pesar de todo lo que le habían dicho al largo de su vida, ella jamás se había dedicado solo al diseño. Ella creaba para otro fin, creaba para el mundo del cine. Ella creía que la ropa contaba historias, y así lo hacía.
—La ropa no es solo un adorno, es movimiento e historia en un actor. Es lo que nos hace verlo y reconocerlo en pantalla. Pero también recordarlo —decía en ese momento con orgullo—. No es un mundo fácil, Helena, pero es apasionante. Y creo que te vendrá muy bien —Margaret le habló de películas, le puso ejemplos y juntas hablaron durante más de tres o cuatro horas. Hablaron de sus propios sueños e historias. Helena salió de allí con una gruesa carpeta. En menos de un mes viajaban a Noruega. Margaret era la encargada, junto a otra de sus asistentas y varias costureras, del vestuario de una película de época. En ella se contaba la historia de Ivar y Halfdan dos conquistadores vikingos que llegaron a la Anglia oriental y la conquistaron. Hablaba de su humilde vida hasta convertirse en leyendas de su pueblo. Helena no estaba muy metida en esa cultura, pero tenía pocas semanas para prepararse para esa aventura. Al día siguiente conocería a Rena, la compañera de Margaret que iba a acompañarla. Ese día, cuando llegó a casa, estuvo hablando con Tonik emocionada de todo ello. Su hermano se mostraba igual de entusiasmado. Helena ese día no recordó ponerse sus ballets y se olvidó por completo de llorar. Centrada en retomar su vida, si no en un nuevo punto inicial, a mitad de un camino rodeada de los suyos.
A la mañana siguiente, en recuperación, le contó emocionada a Nuria todo lo que le había ocurrido. Juntas hablaron de vikingos, de moda y de series de historia. Finalmente, Nuria le dejó una novela sobre pasiones vikingas. Entre las dos se rieron a gusto esa mañana, soltando burradas por la boca. Al salir, ese día pudo dejar las muletas y empezar a apoyarse en un fino bastón. Se sentía mucho más ligera y segura de sí misma. Como si parte de retomar el control de su vida, le diera la suficiente confianza para andar más seguras. Por la tarde, conoció a Rena. Una chica pelirroja, demasiado descarada para ser la ayudante de Margaret. Sin embargo, cuando se sentía en confianza tenía un talento natural. Hacían muy tándem y Helena se sintió algo insegura de empezar en un proyecto tan avanzado. Pero, tras hablar con ellas y reírse de lo lindo con el libro de pasiones vikingas, tuvo claro que podía llegar a encajar. Que podía llegar a crear una nueva vida. Cuando llegó a casa, llamó a David y estuvieron hablando hasta la hora de la cena. Convencida de que también ella se estaba convirtiendo en su tía favorita. Ese era su objetivo final. Todos sus sobrinos serían suyos, entonces el insoportable de Owen ya no podía decirle nada. Tras cenar con un alegre Tonik, se sentó a leer la picantona novela de su amiga Nuria. Pero tras más de cincuenta páginas la apartó incómoda.
El protagonista le recordaba físicamente al pesado de Owen. Y ella pensó, con cierta extrañeza, que él encajarla muy bien con ese nuevo peinado, en la película que le había indicado Margaret. Sin embargo, con cierta decepción, pensó que él nunca aceptaría un papel así. A él le gustaba ser el galán y apuesto hombre, por el que todas las mujeres suspirarán, tanto en la ficción como en la vida real. Abrió las redes sociales un rato antes de dormir, pero por supuesto, el rostro de Owen en su último papel de villano llenaba los reels de Instagram. Las frases se repetían. «Cuando tu interés no es el héroe», «¿Podemos hablar de lo excitante que estar con el villano?», «Yo siempre he sido de los malos». Cerró el móvil frustrada. ¿Es que no podía dejar de pensar en ese tipo? No era tan impresionante. Guapo a rabiar, buen cuerpo trabajado en gimnasio, acostumbrado decir lo que una quería oír. Le recordó en la cama. Esa noche ardiente. Debía añadir que era un amante excepcional. Al menos para ella. Helena no había querido un hombre atento o cariñoso. Él había sido algo brusco y rudo. La había poseído con una necesidad primaria y cuando sucumbieron a ese lujurioso orgasmo, él parecía sorprendido de esa necesidad. Como si le sorprendiera no haber actuado para ella. Como si le sorprendiera ser él mismo.
Owen no podía dormir, se removía inquieto en la cama. Se había pasado el día entrenando, pero al estar en el gimnasio había pensado en ella. En la llamada del día anterior. Como había anhelado, que en vez de hablar por teléfono, hubieran hablado cara a cara. La hubiera cogido entre sus sudados brazos y la hubiera poseído ahí mismo. Solo para olvidarse por un rato de sus propios miedos. Se removió incómodo y sudado. Las sabanas le picaban, al recordar, esa habitación en la que la había poseído unos meses atrás. Con una necesidad tan brutal que se había sorprendido de sí mismo. No había sido el amante cuidadoso y delicado de siempre. La había poseído con brusquedad y dureza, besándola hasta casi dejarla sin respiración. Deleitándose en entrar tan profundo en ella, que sentía que se clavaba dentro de su corazón. La erección creció y apretó contra su pantalón involuntariamente. Owen desvió la mano hacia allí receptivo. La recordó con aquel sedoso vestido, que no se había molestado en quitar mientras la poseía. Una y otra vez. Ella no había sido mordaz, arisca o condescendiente con él. Había sido dulce, y le había mirado con esa mirada de enloquecedor deseo. Abierta en todos los sentidos para él. Y él se hubiera quedado allí para siempre. Dentro bien adentro, mientras el mundo de fuera se derrumbaba. Mientras todo en él cambiaba y dejaba de ser quien era antes, para ser alguien distinto. Owen se tensó al pensar en esa noche, y en como ella se había dormido a su lado. Y él se sintió distinto, ligero. Capaz de pensar en muchas cosas en las que no había pensado antes. Él no durmió ese día. Solo ansiaba que despertará para volver a poseerla. Owen recordó sus labios, como ella se había colocado con ternura encima de él. Su cuerpo se liberó en un doloroso orgasmo y Owen anheló el olvido del sueño. El olvido de desear algo que no podía poseer.
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