01. Crepúsculo

Helena no tuvo tiempo a reaccionar, antes de que Owen empotrará contra la pared a Jacob, qué nervioso dejó caer el ramo. Ella no entendía bien lo que se decían el uno al otro. Estaba demasiado abrumada y mareada. Con manos temblorosas recogió el destrozado ramo. Las rosas se habían pisoteado. Como siempre le ocurría en la vida, lo poco bueno que tenía, se marchitaba antes de que pudiera disfrutarlo. Sin pensarlo, estampó el ramo a esos dos hombres, que seguían increpándose sin darse cuenta de que ella seguía ahí.  

—¿Se puede saber qué hacéis, imbéciles? —Owen la miró muy sorprendido. Jacob solamente apartó la mirada avergonzado.

—Helena, ¿no irás a decirme que quieres hablar con este tipo que te...? —empezó Owen. Ella lo calló con un mal gesto.

—Ya sé quién es y lo que quiere. No soy ninguna tonta. Jacob ha visto la foto y... —explicó Helena, que sabía muy bien como pensaba Jaco. Había visto su foto con sus zapatillas de ballet. Había venido solo por eso. ¿Cómo lo había hecho tan rápido desde Nueva York? No podía explicarlo. O al menos no coherentemente. Seguramente, Jacob estuviera cerca. Más de lo que ella pensaba.

—No —le increpó su exnovio enfadado—. No es eso. Te he echado de menos de verdad, cariño. Te quiero desde que tengo capacidad de pensar. Todo lo que hice. Todo fue culpa de mi adicción. Pero me he curado. Mientras tú sanabas tus heridas, yo hacía lo mismo con las mías. Fui a un centro de rehabilitación en Mallorca, aquí cerca. De los mejores. Y me estoy curando. Los dos éramos desgraciados, Helena. Bailábamos y fingíamos, pero no éramos felices. Tú tenías el ballet y yo el alcohol. Cada uno se cegaba a su manera.

—Jacob no quiero hablar de eso. Lo nuestro acabo hace mucho tiempo —dijo Helena con tristeza. No quería remover el pasado. Ese pasado que le pinchaba el corazón y le hacía recordar todo lo que había perdido. Todo lo que ya no iba a tener. La hacía sentir mal por conformarse con la vida que estaba llevando—. Quizá nunca debió comenzar —él le agarró las manos con fuerza. Instándole a que lo mirara a los ojos.

—No digas eso. Eres lo único bueno que he tenido en mi vida. Tú eres mi luz, Helena. Sé que he cometido errores. Por dios, todo lo que pasó fue mi culpa. Te presionaba continuamente con el matrimonio. Perdí la cabeza cuando me confesaste que me habías sido infiel —Helena levantó la mirada y se cruzó con la de Owen que la apartó incómodo. Nunca habían hablado de lo sucedido, y ahora Jacob estaba vomitándolo todo, frente al hombre que acababa de partirle el corazón. Helena no creía que hubiera nada peor. Era la situación más bochornosa de su vida—. Pero... yo también lo fui. Muchas veces. Siempre me lo perdonaste —Owen sí que la miró entonces, con tristeza y furia por igual. Ella odió esa mirada, odió esa situación—. Nunca entendí por qué.

—Lo hacía porque me sentía culpable. Pero, también, porque no me importaba Jacob. No era amor lo que teníamos. Éramos una formidable pareja de baile, y por eso lo confundimos todo. Creo que solo nos amábamos sobre las tablas. Ambos, debemos pasar página.  

—Mientes. Sabes que es mentira. Nos amamos. Hubo un momento en que nos amamos. Y luego se estropeó, pero somos humanos. A veces, la cagamos. Pero, no quiero pasar página sin ti —le dijo Jacob acariciándole el rostro con delicadeza. Helena apartó la mirada—. El ballet no es nada para mí, sin ti en él. Que puedas volver a bailar en esa escuela, es buena señal. Quizá, en unos meses o un año, puedas volver a bailar. Da igual lo que digan los médicos. Si tú no puedes cargar todo el peso, yo lo cargaré por los dos. ¿Teníamos un sueño, recuerdas? Tú y yo encima del mundo, bailando en él. Lograremos conseguirlo —él le cogió el rostro entre las manos, mientras gruesas lágrimas caían por el rostro de Helena. Tantos recuerdos agolpándose en su memoria. Su pequeño apartamento, sus paseos a altas horas de la madrugada, bailando hasta caer rendido—. ¿Recuerdas como nos sentábamos juntos en el apartamento, en nuestra habitación especial, y sonábamos? Hablábamos de tus padres y de mi abuela. De esas estrellas que nos esperaban ver brillar. Helena, sin ti estoy perdido —ella no sabía qué decirle. Jacob había sido su mundo mucho tiempo atrás, su príncipe. Habían sido uno solo. Y una parte de ella, le echaba de menos—. Tú eres la única con la que quiero recorrer ese camino. ¿Quién más te va a amar como yo? Lo conozco todo sobre ti. Conozco tus fortalezas, tus debilidades, tus miedos y...

—¿Quieres callarte, imbécil? —le increpó Owen, apartándole del hombro. Helena sintió esa separación como un desgarro—. Por tu culpa ella ha sufrido mucho dolor y tristeza. Si la quisieras, aunque fuera un poco, te largarías ahora mismo de aquí. Te darías cuenta de que la estás presionando. De que estás obligándola a decir algo que no entiende. Vete de aquí. Es más, ven que te acompaño... —Jacob le apartó de un manotazo furioso. Helena cogió por el hombro a Owen antes de que pudiera hacer nada.

—¿Qué te crees que haces, Owen? —le replicó molesta. Hacía tan solo menos de veinte minutos que ese hombre le había dicho que no quería saber nada de ella. ¿Qué pensaba que estaba haciendo ahora metiéndose así en su vida? ¿Qué derecho tenía a interponerse en esa íntima conversación? ¿A hablar por ella sobre sus sentimientos o decisiones?—. Jacob está hablando conmigo. Y yo quiero oírle.  

—¿Estás loca Helena? ¿Ya no te acuerdas de cuán rota te dejó? —le increpó Owen furioso. Su mirada despedía descargas eléctricas—. Yo te he visto recuperarte. Quizá tú no te dieras cuenta, pero estabas tan perdida y triste cuando llegaste. Sé que no solo por tu accidente. Ese tipo... despreciable te ha dañado de más formas que solo ahora estoy viendo. Y yo...

—Eres un buen amigo, Owen —dijo Helena con voz fría, remarcando la palabra «amigo». Lo único que él quería ser de ella—, pero, nada más. Y esta es una conversación que debemos tener en la intimidad. Jacob, ven, entra —Owen la cogió del brazo mientras Jacob entraba.

—No hagas esto Helena. No te lo hagas a ti. Te mereces a alguien que...—empezó él. Pero ella estaba cansada de él.

—Métete en tu puta vida, Owen. Eres un pesado insufrible que ni me quiere, ni me deja vivir. ¿Quieres dejarme en paz de una vez? Es lo único que te he pedido, siempre —le gritó Helena. Owen la miró sorprendido y dejándola descolocada, entró en su piso. Ella oyó como cerraba con llave y su corazón se rompió. Quería hacerle enfadar. Hacerle gritar y que le dijera que todo eso era porque él la quería. Pero no. Porque él no la quería. Y ella seguía viviendo de una ilusión. Entró en su piso con ganas de tirarse al suelo a llorar de rabieta como cuando tenía seis años. Pero nada más entrar, Jacob la ahogó con un beso. Lo apartó con indiferencia— ¿Se puede saber que...?

—Sabía que entrarías en razón. Helena, tú y yo, podemos tener el mundo a nuestros pies. Éramos los mejores y podemos volver a serlo. Viviremos aquí si quieres, o donde quieras. Seremos felices, te lo prometo. Te amo tanto. Déjame compensarte todo lo que he hecho mal.

—Pues qué pena. Porque yo no te quiero Jacob. Y si pensarás detenidamente lo que dices, verías que tú tampoco. Quizá me quieras, pero por las razones equivocadas —musitó Helena cansada, aunque sintió una punzada de dolor al ver su rostro compungido—. Lamento decírtelo así, pero parece que no hay forma de que lo entiendas. Salimos durante tres años, de los que solo fuimos feliz los cinco primeros meses. Eres un hombre encantador y dulce, pero no eres para mí. Yo no voy a volver a bailar, Jacob.

—¿Por qué? ¿Por qué te niegas nuestro futuro? —le increpó.

—Porque no quiero. Ya no quiero ese futuro —le gritó Helena en respuesta. Sorprendida, se dio cuenta de que era verdad. No echaba de menos el ballet profesional. La ardua tarea de vivir consagrada al ballet y al ensayo. A la perfección de ese arte. De estar siempre sola y sentirse sola. Su vida ahora no era perfecta, pero tenía amigas, tiempo libre y diversiones. Sin preocuparse de que alguien se la acercará por el interés. Sin vigilar que comía. Sin pensar en que debía hacer. No. Ella no echaba de menos no haber triunfado. Porque triunfar era hermoso, pero también vacío.

—Hiciste una promesa —musitó él y Helena sintió quebrar su corazón. Él tenía razón. Quizá, solo estaba incumpliendo lo único que la había mantenido a flote. Quizá la excusa del accidente le servía para no sentirse que les estaba decepcionando. A todos. Negó confusa—. Yo te ayudaré a cumplirla, Helena. Por favor...  

—Déjame pensarlo. Me estás agobiando Jacob. Déjame sola —él asintió, sabiendo que sería lo mejor que conseguiría de ella. Se levantó y se fue. Cuando oyó la puerta cerrarse, Helena corrió y echó la llave. Solo entonces, se dio cuenta de que tenía ganas de llorar, però no le quedaban lágrimas.  

Owen oyó la discusión del apartamento. No quería cotillear, pero tampoco podía evitarlo. Cuando oyó el portazo y la llave echarse, se dejó caer al suelo agotado. Su perrita Eira no tardó en besuquearle los manos, alegre por estar con su amo. Owen tenía ganas de llorar. De llorar como hacía tiempo que no lo hacía. De tristeza, de incomprensión. Le había mirado con tanta rabia, tristeza, dolor. Todo eso era su culpa. Si él fuera distinto. Si pudiera serle sincero. Si pudiera darle la vida que ella merecía. Owen se cogió el pecho. Volaba en menos de quince horas. Podía cruzar y pedirle disculpas. Incluso intentar que ella le contará lo que había sufrido al lado de ese tipo indeseable. «¿Quieres dejarme en paz de una vez? Es lo único que te he pedido siempre». Owen se quedó donde estaba. Ella tenía razón. Él siempre la había perseguido, incapaz de dejar que ella volviera a ser feliz. Las notas de ballet le llegaron hasta los oídos. «El lago de los cisnes» reconoció. Helena hacía lo que siempre hacía cuando estaba triste, recrearse en lo que había perdido. Impotente, escuchó las notas y la imaginó, hecha un ovillo ante la pantalla. Ella le había dicho que se ahogaba sin el ballet, y Owen había querido que ella flotará a su lado. Fuera feliz, aunque no pudiera estar con ella. Ahora venía ese tipo a tirarlo todo por la borda. La canción subió de volumen, y por fin, pudo llorar.  

Helena pasó dos días sin salir de casa; nada más que, para sacar a su perro Mika a hacer sus necesidades, y trabajar. Luego, cuando ella llegaba, pasaban el resto del día acurrucados. Mika le lamía las lágrimas y era su única compañía. Tampoco quería más. Sentía que quizá ni el ballet, ni el amor, eran para ella. Fiel a su promesa, Jacob no le había dicho nada más. No la había buscado, ni increpado. Le había dado su espacio. Aunque cada mañana llegaba una rosa diferente enviada por él. Todas frescas y hermosas. No había nota ni petición alguna.

No sabía si Owen se había marchado ya, tampoco le había dicho nada desde la discusión. Eso era lo más doloroso que le había pasado nunca. En cierta manera, se había acostumbrado a la presencia de él en su vida. A sus bromas, sus maneras de enfadarse uno al otro, y sus formas de entenderse. Ahora, se sentía vacía. Casi como tras tener el accidente. Pero, de la misma forma, se recuperaría. Al fin y al cabo, no era el fin del mundo. Solo de una época.

No fue hasta tener clase de bailes de salón que decidió arreglarse y salir. Ver a su amiga Eva y Alejandro, le daría un subidón de energía, y se llevaría las sombras de su vida. Sin embargo, cuando llegó a la clase, Eva no estaba. Preocupada le puso un mensaje que su amiga vio, pero no respondió. Extrañada, estaba dispuesta a irse, cuando lo vio entrar. Jacob iba en traje y se acercó a ella. No era de extrañar que en la compañía muchas le mirarán, ahora también pasó. Sus compañeros le miraron con envidia. Su metro noventa, su estructura delgada, fibrosa y elegante, y esos ojos negros le conferían un aspecto felino. Era una pantera aburrida, que parecía salir a cazar.

—¿Se puede saber qué haces aquí? —le preguntó molesta por su presencia.  

—Quería verte bailar, solo eso. Puedo marcharme si quieres —Alejandro llegó en ese momento y empezó la clase. Helena se alejó de Jacob. Ella se dio cuenta de como Alejandro le miraba. Jacob, indiferente a ello, se sentó. La clase fue tensa y poco cálida. Alejandro estaba molesto y cuando los demás se fueron ella vio como se acercaba a Jacob.

—Señor Leigh, no me gustan los mirones —dijo. El tono de voz de su amigo, a ella le erizó la piel. Alejandro era siempre sonrisas y buen amor— ¿Puedo preguntarle que hace en mi clase?

—Baila con mi antigua compañera, creo que tengo todo el derecho a estar en su clase. Únicamente quería verla bailar —dijo levantándose. Helena se dio cuenta de que Jacob era un poco más alto que Alejandro, pero por muy poco—. Ya me marcho.

—No se haga el ofendido, señor Leigh. Usted dañó a Helena de forma irremediable. De bailarín a bailarín, me parece despreciable que siga intentando interponerse en su vida —Alejandro le miraba tenso. Ella nunca le había visto enfadado. Preocupada se acercó para cogerle el brazo—. No me gusta que vaya anunciando el próximo regreso de Helena al mundo del ballet profesional, como su pareja, por supuesto. 

—¿De qué hablas? —susurró Helena impactada. Alejandro le tendió el teléfono. Varios medios se hacían eco de la noticia de que Helena regresaba al ballet profesional. Volvía con Jacob, el próximo enero, a bailar «Carmen» en Nueva York. Era un contrato para ambos. Jacob se enorgullecía de decir que la caída le había hecho más fuerte como bailarina. Más fuerte a ambos como pareja. Helena miró enfurecida a Jacob— ¿Qué es esto?

—Es nuestro sueño, cariño. Venga, deja de estar enfadada. Sé que lo que pasó fue algo grave, pero ya me has castigado tiempo suficiente. Te hice daño, tú a mí. Ambos hemos hecho cosas mal, però tenemos tiempo aun para resarcirnos. He hablado con algunos expertos médicos. Tienes dos meses para fortalecer tu pierna y luego, volveremos a Nueva York, a ensayar. Iremos poco a poco hasta coger fuerza —Jacob se acercó y la cogió de la cadera con ternura—. Como dije, yo seré tu fuerza, Helena. Estoy limpio. Llevo seis meses sin probar gota de alcohol. Te lo juro. Seremos los mejores bailarines. Tú y yo, nada más importa.

—Jacob... Yo... —el mundo que le ofrecía era tan tentador. Ella volviendo sobre los escenarios. Bailando. Ambos juntos. Todo lo que había podido tener y perdido. Vio como le temblaban las manos cuando él la acercó y ella puso las manos en su pecho, en su corazón. Él que tanto tiempo atrás ella había creído que latía por ella—. No sé.  

—¿Qué es lo que no sabes, cariño? —Helena lloró. No sabía qué responder. ¿Qué le podía decir? ¿Cómo le podía hacer entender que ella no podía tener eso? Que ese ya no era su mundo. Que ella ya no podía, ni quería saber nada del mundo profesional.

—No puedo bailar —susurró angustiada.

—Te acabo de ver bailar. Vas a dar clases de ballet. Tú bailas, cariño. ¿Por qué no conmigo sobre el escenario? Eres tan buena que no necesitas ni ensayar. Tú eres la mejor de nuestra generación —Jacob la apretó más cerca, Helena solo quería salir de allí. De sus tentaciones y promesas falsas—. Te prometo que no te dejaré caer, no te haré daño, no habrá más infidelidades. Tú yo, nada más. Haciendo posible lo imposible —Jacob la besó, pero Helena le apartó de nuevo. No quería esos besos. No quería esas promesas. Ella ya no quería eso. No podía tenerlo. Desearlo, solo la dañaría aún más. Alejandro intervino cuando vio que Helena no conseguía sacarse de encima Jacob. Lo apartó con fuerza cuando se negó a soltarla— ¿Es por estos tipos? ¿Quieres estar con ellos antes que conmigo? —le gritó enfadado.

—Déjame en paz, Jacob. No puedo bailar. Ya te lo dijo. Búscate a otra, por favor.

—Tendré que hacerlo. No te preocupes que la encontraré. Llegaré lejos con ella. Hasta el cielo y más allá. Yo sí voy a cumplir mi promesa, Helena, no como tú. Al final eres una cobarde. Una maldita cagada que por una pequeña herida de nada quiere dejar... —ella no supo como iba a seguir porque Alejandro le asestó un puñetazo que lo mandó al suelo. Jacob se levantó furioso, pero Emilio ya le sujetaba para sacarlo de ahí entre empujones. Helena se acercó a Alejandro, que instintivamente la abrazó.

—Ya está. Ya pasó —Alejandro la apretaba contra él con fuerza y musitó—. Debería haberle echado nada más verlo entrar. Pero no quería formar un espectáculo o...

—Llévame a casa —le suplicó Helena y Alejandro lo hizo.  

Owen había llegado hacía unos días a Miami. Todo ese tiempo se sentía muy perdido. Como si naufragará a la deriva. Pensaba que su madre estaría por esa época del año, però le informaron de que estaba en un retiro termal. No sabían cuando volvería. En la mansión de su madre se sentía otra vez un chaval de trece años soñando a ser actor. Perdido el cuerpo que empezaba a desarrollarse y del que ahora se sentía tan orgulloso. Cogió el móvil y leyó otra vez la maldita noticia. Si lo que decían era verdad, cuando regresará, Helena estaría muy lejos. Se sentía atrapado e incapaz de reaccionar. Al principio, al leerla había pensado volver. Meterle sensatez en esa cabezota que tenía, però las últimas palabras dichas le detuvieron. Tampoco ayudó el haberse marchado sin despedirse. No era momento para increparla. Si ella deseaba volver al ballet, él tampoco podría impedírselo. Él no era nadie. Nada más que un amigo. Y era su propia decisión. Agobiado se levantó y fue al gimnasio. Era lo único que le mantenía tranquilo. Que le sosegaba el pensamiento continuo de que todo eso era su culpa. Si él le hubiera dado la felicidad que ella necesitaba, quizá todo hubiera sido distinto. Sorprendido, se giró cuando oyó tacones tras él:

—Mi hijo pródigo ha regresado a casa —musito Christine con cariño. Él besó a su madre con dulzura—¿Qué te trae al nido? —su madre estaba como siempre. Elegante, distante e interpretando el papel que la vida le había dado. Su cabello rubio espeso, ya blanco, recogido en un desenfadado moño. Llevaba un conjunto de ropa que costaba seguramente más que su coche. Owen le sonrió.

—¿Es que uno no puede ver a su madre sin motivo? —ella puso los ojos en blanco. Consciente de que Owen no le hacía muchas visitas—. Vale, necesitaba descansar un tiempo, solo eso. Aquí estoy tranquilo.

—¿No estarás huyendo, verdad? —Owen la miró sorprendido. ¿Desde cuando su madre era tan perceptiva?—. No soy tonta. Te veo distinto Owen. Además, las redes están que arden con tu relación con la bailarina Carjéz. La gente os empareja —por primera vez, desde que tenía recuerdos adultos, se sinceró con su madre. Le contó lo que pasaba en su vida y lo que sentía. Su madre no le dio consejos ni tampoco le ayudó, pero fue un desahogo contarle a alguien lo que rondaba su mente. Luego, ambos retomaron su rutina. Owen su gimnasio, Christine sus proyectos. Sin embargo, ellos sentían que algo se había cambiado entre ellos. Quizá, era la primera vez que Owen había visto en su madre alguien que pudiera ayudarle. Ella se marchó con una sonrisa divertida y feliz en el rostro.  

Helena y Alejandro fueron directos a su piso. Él conducía en silencio y ella no sabía como romperlo. No sabía si estaba enfadado con ella por lo que había pasado en la clase. Por su culpa, algunos de sus alumnos le habían visto enfadado. Aunque también podía estar enfadado por otros motivos. Eran amigos y ni siquiera le había contado lo que había estado pasando en su vida. Helena no paraba de guardarle secretos. Cuando llegaron, Helena le dejó pasar. Creía que él le diría que no y se marcharía enfadado, pero entró acariciando a Mika con cariño.

—Lo siento —dijo, incapaz de soportar más la tensión—. Siento mucho haber provocado que...

—No me pidas perdón. No es culpa tuya. Ese imbécil arrogante me ha hecho perder los papeles. Presionándote de esa forma y... —Alejandro negó molesto—. No entiendo como pudiste salir con él —eso provocó una risa a Helena que hizo que él la mirará extrañado.

—Aunque no lo creas, cuando le conocí no era imbécil. O al menos, no como ahora. Era... bueno, normal. Un chico interesante, apuesto y que me quería mucho —musitó Helena.

—¿Te fue infiel? —ella asintió.  

—Yo también le fui infiel. Nuestra relación llevaba mucho tiempo rota, antes de que se rompiera delante de todos. Funcionaba solo por el ballet —dijo ella abriendo una cerveza y tendiendo otra para Alejandro. Ella se apoyó en el mármol—. Estábamos enamorados encima del escenario y creíamos que fuera también —Alejandro no supo qué decir, Helena le miró con tristeza. Para sacarle una sonrisa, indicó—. Te conoces todos mis fracasos románticos y yo no sé nada de los tuyos. ¿Es injusto no crees?

—¿Qué quieres saber? —dijo él sentándose en la mesa, ella hizo lo mismo.

—Todo —musitó. Él puso los ojos en blanco divertido.

—Todo es mucho —Helena negó divertida—. Viví algo parecido a lo tuyo con Jacob. Estuve casado con Rocío.

—¿Con Rocío? ¿Tu pareja de baile? —agrandó los ojos sorprendida. Alejandro bebió un largo trago de cerveza, antes de responder.

—Sí, nos conocimos con diecisiete años. Ambos nos apuntamos a la misma optativa en el instituto. Te imaginarás cuál era. Éramos los mejores, así que fue lógico que nos emparejarán. Bailábamos y con el tiempo, nos empezamos a gustar. Comenzamos a salir. Y al poco tiempo, nos llegaron las becas. Entrabamos en el mundo profesional del baile. Aunque, también queríamos estudiar. Yo elegí marketing, ella magisterio. Compaginábamos las tres cosas: nuestra carrera, el baile profesional y nuestra relación. Pero tres cosas son muchas y las cosas se descompensaban. Si dedicábamos mucho tiempo a uno, lo otro salía perdiendo. Sin embargo, a pesar de las complicaciones, éramos felices. Con veintidós años, carrera acabada, y bastantes competiciones ganadas; nos casamos. Convirtiéndonos el matrimonio perfecto.

—¿Qué pasó? —murmuró Helena compungida por esa historia. Todo parecía ir muy bien.

—No paso nada, en verdad. Solo la rutina normal. La magia desapareció y a las tres piezas, se le sumó una cuarta: nuestro hogar. Todo era demasiado y las discusiones nos afectaban. En nuestro trabajo, en el baile, en todo. Nos presionaban para ser padres y ya ves... Rocío quería. Pero yo no. No lo veía claro. Al final, petó. Me pidió el divorcio y firmé sin pensarlo. Ella merecía encontrar a un hombre y ser feliz. Empecé a dar clases, ya que dejamos de bailar juntos. Ambos dejamos el mundo profesional. A los seis meses del divorcio, Rocío se quedó embarazada y se casó con Luis. Me pidió que fuera a la boda y acepté. Habían sido muchos años de mi vida. Hace dos años retomamos nuestra carrera como bailarines profesionales juntos.

—¿Y no ha habido nadie más? —preguntó con curiosidad.

—¿Eres siempre tan cotilla? —Alejandro la miró con intensidad y negó—. Nadie especial. Muchas que no lo han sido, claro —siguieron hablando. Acabaron cenando juntos. Helena no quería estar sola y él tampoco quería irse. Comieron algo improvisado con lo que Helena tenía en casa. Sacaron a Mika a pasear. Y a la luz de la luna, Helena le dio la mano a Alejandro, que se la cogió con delicadeza. Cuando regresaron al apartamento, Alejandro no entró. En el umbral le cogió el rostro entre las manos con delicadeza—. Me gustas mucho Helena. Sé que quizá no sea el momento, pero yo de esas cosas no entiendo. Llevo mucho tiempo buscando conectar con alguien como he conectado contigo. Sé que me encantas y que quiero conocerte, aunque siempre encuentres pegas.

—No encuentro siempre pegas —él puso los ojos en blanco y ella, sorprendida por su atrevimiento, se puso de puntillas y le besó. Él la apretó contra él—. Pero, ese beso podría haber sido mejor.

—¿Ves? —dijo él riendo contra sus labios. La volvió a besar con ternura y le mordisqueó un poco el labio inferior, haciendo que ella se estremeciera— ¿Ha sido mejor?

—Cien veces mejor —le respondió divertida— ¿Vamos hasta mil? —Alejandro río y se apartó con ternura. Le dio un beso en la frente y se marchó. Helena achuchó a su perrito antes de recuperar su móvil. Lo había olvidado desde todo lo que había pasado con Jacob. Vio el mensaje de Eva y la llamó de inmediato. Contestó al tercer timbrazo—. ¿Estás loca?

—¿Qué querías que hiciera? —dijo su amiga al otro lado. Su voz sonaba tensa y descarada—. Emilio estaba enamorado de mí.

—¿Y tú no de él? —su amiga suspiró y Helena negó triste.

—No se trata de enamorarse, Helena. Es que aunque lo estuviera no lo estaba igual que él. A veces se quiere a alguien, però no de la misma forma. Y eso solo puede llevar al desastre —Helena pensó sin querer en Alejandro y finalmente, en Owen. Se estremeció. Pero, no debía ni quería pensar en él. Solo eran amigos. Ella estaba dispuesta a empezar algo muy bonito con Alejandro—. Emilio y yo somos amigos. Eso está bien. Por cierto, me han dicho que nuestro profesor es un auténtico camorrista —las dos cotillearon sobre lo ocurrido en clase. Se pusieron un poco al día de sus vidas. Eva sabía que Owen se había marchado a Miami, Jesús se lo había contado. También ambas sabían que Helena sentía algo por él. Pero, bueno, no es que fuera a desaprovechar el tiempo llorándole. Owen había pasado página y ella también tenía que hacerlo. Tras llamar a Eva, Helena probó a hablar con su hermano. Quería contarle de lo ocurrido con Jacob, pero tras varios intentos, su hermano le escribió un mensaje diciéndole que estaba cenando con Nuria. Helena sonrió divertida y pícara. A ver si al final, sí que se le iba a dar bien lo de celestina. Sin pensarlo dos segundo, escribió a Ariel y Eva para contárselo. 

—¿Cuánto tiempo crees que vas a poder mentirles? —le replicó Tonik a Nuria, que negó agotada. Ambos habían visto los mensajes de Ariel y Eva. No eran nada disimuladas para estas cosas. Habían quedado para tomarse unas cervezas. Una cosa había llevado a otra y habían acabado cenando juntos.

—Ya sé que no para siempre, me da pena mentirles. Pero las veo tan ilusionadas creyendo que estamos liados que... también me divierto —Tonik puso los ojos en blanco y suspiró. Bebió un largo trago de su cerveza.

—No puedo ser tu tapadera siempre —indicó. Aunque, también entendía a su amiga. Las locas de sus hermanas y Eva, podían dar mucho miedo. Él no quería pensar en si llegará algún día a encontrar otra pareja—, però, no me refería a eso. Me refería a lo de tu próxima mudanza.

—Quiero esperar un poco más. Aún estoy... indecisa sobre qué camino tomar —Tonik y ella siguieron hablando. Era una suerte haberse conocido. Habían hecho buenas migas desde el principio. Hacía años que no tenía una amiga tan cercana y le gustaba. Aunque también sabía que ella iba a volar muy lejos, la echaría mucho de menos. Pero merecía encontrar su felicidad. 

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