Plantar cara

Había planeado ya más de un centenar de veces la conversación con Pedro, mi jefe, en la que le diría que dejaba la oficina para siempre. Algunas de esas conversaciones ficticias resultaban bien, cordiales incluso, otras, no obstante, se me iban de las manos. En una terminaba asesinando a Pedro como si estuviésemos en una película de Tarantino. En otra Pedro me secuestraba y me encadenaba a una silla de oficina, con un escritorio y un ordenador delante, y me torturaba, obligándome a rellenar albaranes y calcular presupuestos una y otra vez hasta volverme loca.

"Definitivamente has perdido la chaveta" dijo mi compañera, la Nueva Lucía, esa mañana mientras repasaba mis fantasías de camino al trabajo, esperaba que por última vez.

"Es la primera vez que dejo un trabajo" le repliqué, esperando su comprensión "Antes ni se me hubiera pasado por la cabeza hacer algo así"

"Eso es porque antes vivías para trabajar y no trabajabas para vivir, es un problema muy común, por desgracia" dijo ella.

Tenía razón.

No recordaba cuándo había sido la última vez que había hecho algo porque realmente me apetecía y no por obligación. No recordaba una noche en que me hubiese acostado con la satisfacción de haber dedicado el día a algo que realmente me hiciese feliz.

Quedaban solo unos metros para llegar a la oficina, y mi determinación comenzó a venirse abajo.

"Lucía, estamos en crisis, ¿de verdad vas a dejar un trabajo cómodo y seguro por un capricho tonto?" susurró mi antigua y asustadiza versión en mi cabeza.

"Ya estamos otra vez..." se quejó la Nueva Lucía.

"Déjala que hable, es lo justo" la defendí.

"No tienes demasiados ahorros en el banco, si dejas el trabajo, ¿cuánto tiempo tendrás para encontrar algo que te guste?" razonó la Antigua Lucía.

Joder... Tenía razón.

Para cuando entré en la oficina, ya había perdido por completo el valor, así que saludé a Arturo, me senté en mi puesto y comencé mi jornada.

Las horas se sucedieron una tras otra, exactamente igual que la semana anterior, y todos los días que recordaba de esos últimos cuatro años. Números y números en mi ordenador. Referencias, materiales, datos de clientes que no significaban nada para mí...

"¿De verdad vas a dejar que todo siga igual?" protestó esta vez la Nueva Lucía, indignada con mi actitud. "Creía que habíamos dejado claro que necesitas un cambio, y para eso hiciste una lista, ¿ya no te acuerdas?"

"Fue una tontería, no debería haberlo hecho" le repliqué.

"¡Pero si es la mejor idea que has tenido en tu vida!"

Iba a contestar cuando mi jefe llegó, con su pachorra, a medio día. Me lanzó una mirada soberbia y se puso a supervisar los pedidos del día.

Apenas media hora más tarde, se plantó frente a mi mesa.

—Niña, ¿aún no has centrado tu cabecita? Hay varios errores en tus pedidos —señaló—. Esto se está convirtiendo en una fea costumbre.

Arturo, sentado a mi lado, esta vez fingió no haber oído nada. Tuvo la suerte de recibir en ese momento una llamada que le permitió ignorar la discusión en ciernes.

—He tenido mucho cuidado, Pedro —repliqué—. Pero lo reviso ahora mismo.

—Tienes mucho papeleo atrasado, Lucía, y si no paras de cometer estos fallos, no recuperarás el ritmo nunca —dijo con frialdad—. Quédate esta tarde unas horas para ponerte al día.

Aquello me sentó como un jarro de agua helada. ¿Hablaba en serio?

—No creo que haya justificación para quedarme —contradije—. Me pondré al día en mis horas de trabajo.

—Si hay o no hay justificación lo decidiré yo, que para eso soy el jefe.

La Nueva Lucía comenzó a soltar humo por las fosas nasales, y mi furia también iba en aumento.

—Lo siento, pero no voy a quedarme —declaré, con firmeza.

—Si no te quedas tendré que ponerte una infracción.

Aquello fue la gota que colmó el vaso que había estado llenándose poco a poco hasta quedar rebosante.

—¿Una infracción? —Repliqué. Era hora de plantar cara—. ¿Sabes que puedes hacer con tu infracción y tus horas extra? ¡Metértelos por donde te quepan!

—¿Cómo? —Pedro parecía sorprendido a la par que iracundo, la vena de su frente comenzó a hincharse hasta hacerse visible. Vi a Arturo colgar la llamada y mirar la escena con más atención.

—Que te den a ti y a tus manías, Pedro —grité, levantándome de la silla con un fuerte chirrido—. ¡Me voy! Y no me esperes porque no pienso volver nunca más.

—¿Qué te vas? —Pedro parecía perplejo, la vena de su frente estaba a punto de explotar, aunque pronto encontró la forma de sobreponerse—. Pues me alegro, por fin podré contratar a alguien eficiente, no a una niñata vaga como tú.

—Eres un capullo —solté, acto seguido, cogí mis cosas y me marché, no sin antes añadir—. Eres una persona horrible, Pedro. Espero no verte la cara nunca más.

Y sin más, salí del local y me encaminé, orgullosa y aliviada, de vuelta a casa. Estaba segura de que de esto no iba a arrepentirme después de todo.

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Lucía se ha quedado a gusto, ¿Qué te ha parecido su reacción?

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