Mil palabras

¿Alguna vez has sentido, al cerrar los ojos, que ya nunca más volverás a abrirlos?

Yo lo he sentido dos veces en mi vida. Es la peor sensación del mundo.

Pero, ¿quieres saber cuál es, por el contrario, la mejor de las sensaciones?

Es volver a abrir los ojos para encontrar a tu lado a esa persona especial, a tus amigos, a tu familia... a todos los que te importan.

Es dejar por fin atrás el miedo y la pena. Es volver a tu día a día, habiendo aprendido que la vida es hermosa, y que cada segundo es un regalo.

***

Con el corazón en un puño, escuché los dígitos del número ganador de la Lotería de Navidad de ese año. No eran los míos.

Molesta, rasgué los décimos hasta convertirlos en diminutos trocitos de papel sin valor, aunque tampoco es que valiesen mucho antes de ser reducidos a su mínima expresión.

—¿No te ha tocado? —Preguntó Jaime con esa sonrisa suya tan vibrante—. ¡Qué pena! Solo tenías una entre cien mil posibilidades...

Le devolví una sonrisa sarcástica y me levanté, con torpeza, para ir al salón donde mi madre terminaba de preparar la mesa para ocho personas. Quedaban dos días para Nochebuena, pero ese año habíamos decidido que teníamos mil cosas que celebrar. Para empezar, yo seguía viva...

Mientras pasaba por el pasillo, sujeta a mi andador, me fijé en mi reflejo en el espejo del recibidor. No estaba tan mal para haber superado hacía poco más de un mes una operación cerebral tan complicada.

El pelo me crecía rápido, pronto podría lucir uno de esos peinados pixie tan favorecedores. La parálisis que me había afectado al principio, se estaba revirtiendo poco a poco gracias a muchas horas de rehabilitación y otras tantas de psicoterapia. Lo único que parecía resistirse a mejorar, era el habla. Llevaba un mes sin poder decir una palabra, aunque los médicos aseguraban que ese problema también desaparecería con el tiempo y mi determinación.

Llegué al salón. La mesa ya estaba ataviada con una cantidad ingente de comida y rodeada por los invitados: Nata y David, Alba y Julia, mi padre, mi madre y, por supuesto, el amor de mi vida, Jaime.

Acababa de sentarme cuando mi móvil sonó.

—Voy —dijo Jaime, y descolgó—. ¿Diga?

Permanecí atenta.

—Sí, es su número, pero no puede ponerse, ¿puedo ayudarle? —dijo—. ¿Cómo? ¿Qué viaje a Nueva York?

Me levanté tan rápido de la silla que la mitad de los que me rodeaban reaccionaron con gritos ahogados y extendiendo sus brazos en un acto reflejo. Los ignoré y empecé a gesticular exageradamente.

—Así que un sorteo... sí —dijo Jaime, mirándome con curiosidad, al tiempo que ataba cabos—. Claro que sí, mande los detalles por correo y los revisaremos. Muchas gracias, adiós.

Me quedé a la espera de que Jaime revelase el contenido de esa misteriosa conversación.

—Parece que has ganado un viaje a Nueva York, Lucía.

Tenía ganas de decir tantas cosas... pero no podía.

—¿Cuándo? —Quiso saber mi madre, siempre tan práctica.

—Tiene un año para elegir las fechas.

—¡Anda! Eso está genial —opinó mi padre, por fin alguien demostraba el entusiasmo que yo sentía.

—¡Qué bien, Luci! Así cuando te recuperes del todo, tú y el Doctor Amor podéis iros de viaje romántico —dijo Nata, contenta.

—¿Hasta cuándo vas a seguir llamándome así? —quiso saber Jaime.

—Siempre, y no hay nada que puedas hacer para evitarlo.

Reí ligeramente. Me disponía a volver a sentarme, pero entonces se me ocurrió que era el momento perfecto para tomar una fotografía. Fui en busca de mi cámara y, aunque tardé más de lo que una persona en condiciones normales tardaría en realizar esa sencilla tarea, nadie se movió de la mesa. Los adoré a todos por eso.

Coloqué el trípode sobre una mesita auxiliar y puse la cámara en la posición perfecta antes de presionar el disparador. Cinco segundos después, ese momento, uno de los más felices de mi vida, quedó inmortalizado.

—Bueno, vamos a comer, que se enfría —indicó mi madre.

Todos obedecimos y nos dimos un buen festín.

Más tarde, cuando mis amigas se marcharon a casa, yo me dirigí a mi habitación, seguida por Jaime.

—¿Te encuentras bien? —Me preguntó, acariciándome el pelo. Yo asentí.

Entré en mi cuarto y contemplé lo mucho que había cambiado en ese último mes. Los póster y decoraciones infantiles habían desaparecido, dando paso a decenas de fotografías colgadas de las paredes.

Sobre mi escritorio, justo frente a la ventana, para que la luz del día siempre lo iluminase, se encontraba el lienzo que nunca presenté a aquel concurso del hospital, pero que terminó contando mi historia a la perfección. Ya sabes lo que dicen, una imagen vale más que mil palabras.

Repasé con la vista las instantáneas de aquel fin de semana con Jaime, montando a caballo. También la imagen de esa horrible actuación en un karaoke, varios selfies, y la del día de la boda de mi mejor amiga, en la que aparecía yo, con el vestido más bonito que he llevado en mi vida, junto al hombre de mis sueños. Se me erizaron todos los poros de la piel al recordar aquella noche.

—¿No has pensado en dedicarte a la fotografía? Ya te he dicho muchas veces que eres buena —declaró Jaime, inspeccionando por enésima vez las imágenes que cubrían las paredes de la habitación. Algunas las había tomado antes de la operación, otras eran más recientes. Había retratos, animales, plantas, vistas imponentes de la ciudad...

Quise responderle que tampoco es que él tuviera demasiado criterio al respecto, pero me quedé con las ganas. Lo que sí podía hacer era abrazarle, así que me acerqué, rodeé su cintura con mis brazos y apoyé mi cabeza en su hombro. Estuvimos abrazados un minuto, hasta que él me apartó un poco para mirarme a la cara.

—Te quiero, Lucía —dijo con suavidad—. Te quiero muchísimo.

Mi corazón se encogió de alegría y levanté una mano para acariciarle el pelo, la cara... Me esforcé por alzarme de puntillas y le besé, a lo que él respondió sin dudar, atrapándome en un estrecho abrazo que me hizo sentir segura y a salvo.

—Oye, he estado hablando con mis tíos —comenzó a decir—. Llevan tiempo queriendo vender la finca y trasladarse a la ciudad, pero nunca encontraban el momento.

Me aparté de él, quizá con demasiada brusquedad y le lancé una mirada desconcertada. ¿De qué narices hablaba? Deseé con todas mis fuerzas poder preguntarle.

—Verás, sé que igual es un poco pronto, pero he pensado que podíamos plantearnos vivir juntos —dijo, y mi asombro se convirtió en perplejidad. ¿Lo decía en serio? ¿Y qué pasaba con Mónica?

Busqué entre mis fotos hasta que di con una que le había hecho a su hermana hacía unos días. La señalé.

—Sí, Mónica está de acuerdo —contestó—. Llevo toda la vida cuidando de ella, pero se ha hecho mayor y los dos necesitamos nuestro espacio. Mis tíos quieren cuidarla y ella quiere que yo sea feliz contigo, Lucía.

Me quedé pensando, procesando esa repentina idea que ni siquiera me había atrevido a plantearme. Vivir con Jaime... Era sin duda lo que más deseaba en el mundo, pero a la vez me daba miedo. Sin embargo, mis ojos descendieron hasta los finos trazos grabados en mi muñeca. Ese tatuaje me recordaba cada día que no debía temer a nada, que tenía que vivir el momento.

—Entonces, ¿qué dices? ¿Quieres que vivamos juntos?

Moví la cabeza enérgicamente de arriba a abajo y me lancé de nuevo a sus brazos.

Pensé en la chica asustada que apenas se había fijado en su médico la primera vez que lo vio, abrumada por todas las terribles sensaciones que experimentaba. Pensé en todo lo que habíamos pasado en tan poco tiempo juntos y, de nuevo, hice honor a mi mantra. No me arrepentía de nada.

Recordé entonces mi lista de propósitos.

Contar mi historia
Dejar mi trabajo
Hacer un simpa
Hacerme un tatuaje
Montar a caballo
Llevar un vestido de diseño a la boda de Nata
Cantar en un karaoke
Probar sabores diferentes
(Acostarme con un desconocido) Volver a enamorarme
No arrepentirme de nada

Todos y cada uno de esos deseos se habían cumplido, de una forma u otra, y aunque encontrar a mi alma gemela, al amor de mi vida, no estaba en mi lista al principio, igualmente lo había conseguido. Siempre estaría agradecida por ello.

—Ahora solo tenemos que pensar en cómo les diremos a tus padres que te mudas —dijo Jaime—. ¿Cómo crees que se lo tomarán?

Me encogí de hombros y volví a abrazarle.

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Con alegría y agradecimiento te comunico que hemos llegado al final de esta historia.

Atrás dejamos a Lucía, que tiene una nueva oportunidad para vivir su vida, para ser feliz o para hacer como todo el mundo: experimentar las cosas buenas, malas y regulares que suceden en la vida, porque simplemente así debe ser. Lo importante es sacar una aprendizaje de todo, aprovechar lo que nos ayude y desechar lo que nos lastre, atesorar los momentos hermosos y sobrellevar los tristes. Vivir, simplemente. Seguir adelante.

Te agradeceré enormemente si me dejas tu opinión sobre esta historia, ¿qué te ha gustado más y qué menos? ¿Qué cosas crees que debería cambiar o mejorar? ¿Si esta historia te ha hecho sentir emociones o si te ha dejado más indiferente?

En cualquier caso, mil gracias por llegar hasta el final, de algún modo Lucía y yo misma ya formamos parte (una muy pequeña) de tu historia ¡Nos leemos! <3

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