Lo único que me queda

Se cumplía un mes desde el fatídico día del accidente. El verano estaba recrudeciéndose y el calor de agosto apretaba.

En mi última revisión confirmaron que, salvo el pequeño detalle de tener una bomba en la cabeza, podía presumir de una salud de hierro. Por eso me autorizaron a regresar al trabajo, no sin antes darme una intensa y muy exhaustiva charla sobre los síntomas a los que debía estar atenta y todas las conductas de riesgo que debía evitar.

Mientras el serio y autoritario doctor Gallardo me aleccionaba, yo me esforcé por tomar nota, pero me resultaba complicado concentrar mi atención, teniendo al doctor Jaime Soler a mi lado.

Desde aquella noche en la cafetería del hospital no había podido dejar de pensar en nuestra charla. Me sorprendía a menudo a mí misma preguntándome cosas sobre él. Quería saber de su vida, de su familia. ¿Vivía solo? ¿Tenía más hermanos? ¿Qué tipo de música le gustaba? ¿Solía ir al cine? ¿Practicaba algún deporte? ¿Cuál era su comida favorita?

Sin embargo, al final, no me atrevía a formularle las preguntas.

—¿Ha quedado claro, Lucía? —Preguntó el doctor Gallardo, al terminar su charla de más de media hora.

Yo asentí.

—Sí, doctor. Claro como el agua.

—Bien, pues ya puedes irte —indicó—. Ya sabes que, ante cualquier problema, debes llamarnos.

—Hecho.

—Vamos, te acompaño a la salida —dijo entonces Jaime.

Mi interior saltó de alegría, sobre todo la Nueva Lucía, ya que la antigua permanecía arrinconada y llorosa, muerta de miedo, pero sin dar la nota.

Ambos, él y yo, salimos de la consulta y recorrimos los pasillos en silencio. La Nueva Lucía me gritaba que dijese algo, lo que fuese... ¡Estaba perdiendo una oportunidad de oro!

—¿Cómo te va? —Fue Jaime el primero en hablar—. Quiero decir, ¿cómo te va, de verdad?

Hizo hincapié en las dos últimas palabras. Era hora de ser sincera.

—Estoy buscando una forma de aceptar lo que me pasa, una forma que sea única para mí, como dijiste —revelé—. Pero aún no la he encontrado.

—Lo importante es que no te desanimes —respondió—, y si necesitas otra charla, ya sabes dónde estoy.

En ese momento, al girar hacia el vestíbulo, nos topamos con algo que no esperábamos. En medio del amplio espacio blanco frente a la recepción había desplegado un equipo de grabación. Tenían una enorme cámara que un chico musculoso llevaba a hombros. Delante había una reportera con un micrófono y, junto a ella, un grupo de enfermeras.

—El hospital, el sindicato de enfermería y el colegio de médicos local, en su incesante lucha por transmitir optimismo y espíritu de superación, convocan un concurso muy especial —decía la reportera a cámara—. Se trata de un concurso de historias personales, que podrán ser narradas a través de texto, dibujo y pintura, fotografía o vídeo. El objetivo, ante todo, será comunicar esperanza, ilusión y confianza en nuestros equipos médicos y hospitalarios. El lema, en esta ocasión, es: Todo va a salir bien. ¡Preciosa idea! Y para ampliar detalles tenemos a Luisa, portavoz del sindicato de enfermeras, ¿qué más nos puedes contar de este certamen, Luisa?

La mano de Jaime en mi espalda me empujó gentilmente hacia la salida, aunque una parte de mí continuó pensando en lo que acababa de escuchar.

Me despedí de Jaime y me encaminé de regreso a casa. Al día siguiente, ya que me habían dado el alta, volvería a trabajar.

No es que estuviera contenta, en realidad odiaba mi trabajo, pero me había acostumbrado a un día a día que ahora echaba de menos.

"No, lo que echas de menos es que todo sea como era antes, incluso las partes odiosas" Recordó mi estimada Nueva Lucía, más calmada, ahora que estábamos lejos del hospital y del doctor Soler.

"Ojalá pudiera volver atrás en el tiempo" Gimió la Antigua Lucía, aún agazapada en su rincón. Le grité que se quedase ahí, que no quería oír sus lloriqueos.

La noche pasó más rápido de lo que me hubiera gustado y, tras un madrugón para el que no estaba preparada, me vestí y caminé los diez minutos que separaban la casa de mis padres de la empresa de toldos y persianas en la que trabajaba de administrativa. Al menos ya no tenía que pasar cuarenta minutos en el transporte público. Otra ventaja de haber dejado el piso que compartía con Álex.

Y era extraño, me sentí rarísima al volver a esa rutina. Me planté frente a la puerta del local en el que llevaba cuatro años trabajando y, por un instante, me quedé bloqueada, sin poder acceder. Entonces un cliente salió, y mi jefe me vio desde el interior. No tardó ni medio minuto en asomarse.

—¡Vaya, vaya! ¿A quién tenemos aquí? —dijo, su tono sonaba amable, pero tras sus pupilas solo había desprecio—. Un mes de baja por un golpecito con el coche, ya te vale eh.

—Buenos días, Pedro —lo saludé con frialdad, y entré a la oficina con una sensación extraña. Me sentía rodeada de algo familiar, algo que debería haberme hecho sentir cómoda, pero no era así. Me sorprendió la desazón que sentí.

—Hola Lucía, ¿cómo estás? —Me preguntó mi compañero de ventas, Arturo, un hombre de unos cuarenta, simpático pero un poco cargante.

—Bien, gracias.

—Me alegro, menos mal que al final solo fue un susto, mujer, ¡con lo joven que eres! Y el coche, ¿cómo quedó? Siniestro total, imagino... Hay que ver, espero que el seguro al menos se haya portado bien, porque esos sí que son unos ladrones. Recuerdo una vez que mi señora y yo estábamos de vacaciones en....

Desconecté. Cuando Arturo se ponía a hablar, no había quién lo parase.

Haciendo de tripas corazón, dejé que pasase el día y volví a casa. La semana transcurrió del mismo modo, rutinario e invariable. Cuando por fin llegó el viernes y el despertador me obligó a salir de la cama, me sentía como una autómata, rodeada de un mundo gris y desagradable. Fui al trabajo por inercia, como había hecho siempre, solo que, para la nueva versión de mí misma, la Nueva Lucía, aquel día de la marmota comenzaba a ser realmente insoportable.

Conforme avanzaba la mañana sentía con más fuerza la necesidad de irme, y no era el típico hastío de las jornadas largas, no. Realmente me angustiaba la idea de pasar ahí ocho horas de cada día de lo que me quedase de vida.

—Oye, bonita —llamó de pronto el jefe, acercándose a mí como un miura. Estaba cabreado, las aletas de su nariz se ensanchaban con cada exhalación y una vena palpitaba en su frente—. ¿Qué es esto? Me has hecho mal el presupuesto, más de cien euros de error.

—Déjala, Pedro —intervino Arturo—. ¿No ves que ha estado mal?

—No te lo creas, Arturo, esta pajarita ha estado de picos pardos por ahí con sus amigas, que me las conozco yo a estas jóvenes de hoy —declaró él con su prepotencia habitual—. Encima de pegarse un mes de fiesta, vuelve y no rinde.

—Hombre, me parece que estás acusándola sin pruebas, Pedro...

—El otro día la vi en una terraza, tan tranquila, tomando algo con su amiga. No necesito pruebas si lo he visto con mis propios ojos, Arturo.

Mi compañero se calló, sabía que nuestro jefe se pasaba de la raya, pero ese tipo de actitud era el pan nuestro de cada día en esa oficina.

Pedro era irrespetuoso desde siempre, estábamos acostumbrados.

—Vale, siento el descuadre, Pedro. Ahora lo arreglo —repliqué con resignación, aunque en mi interior, la Nueva Lucía vibraba de rabia, exigiéndome que mandase al cuerno al matón de mi jefe—. Pero no me salté la baja, estaba muy cerca de mi casa.

—Eso es lo que tú dices... —replicó él, aunque decidió dejar de presionar, por suerte—. Arregla este fallo, y que no se repita.

Terminé la jornada con un nivel de estrés mucho mayor del que resultaba adecuado, y cuando por fin llegó la hora de salir, me despedí de Arturo y me dispuse a volver a casa caminando para respirar un poco de aire fresco.

La Nueva Lucía se revolvía en mi interior, furiosa, preguntándome por qué no había mandado al cuerno al imbécil de mi jefe, pero yo la ignoraba. Sí, ciertamente detestaba a Pedro y no me gustaba mi trabajo, pero era lo único que tenía... Lo único que me quedaba.

Abrí el bolso con la intención de coger mi móvil. Tenía ganas de hablar con alguien y la única que se me ocurría era Nata. Sin embargo, recordé que, por primera vez desde que nos conocíamos, no podía ser del todo sincera con ella, no podía relajarme con ella como me gustaría, así que devolví el aparato al bolso y decidí tomar algo sola antes de ir a casa.

'* • .¸ ♡ ♡ ¸. • * '' * • .¸ ♡ ♡ ¸. • * '' * • .¸ ♡ ♡. • * '

No hay nada peor que estar atrapada en un trabajo que odias con un jefe horrible, ¿qué creéis que hará Lucía?

Si te gusta la historia, regálame una estrella y ¡sigue leyendo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top