El número cinco
La sensación era majestuosa. Sentada sobre la fuerte grupa de la yegua parecía capaz de superar cualquier obstáculo del camino. Nata caminaba con seguridad y firmeza, siempre atenta a mis indicaciones, siguiendo al caballo de Jaime que, por uno de esos caprichos del destino, era blanco y se llamaba Príncipe.
—Dime Lucía, ¿qué vas a hacer cuando cumplas todos los objetivos de tu lista? —Me preguntó Jaime.
—No sé si llegaré a cumplirlos todos —repliqué—. Pero en el improbable caso de que eso suceda antes de... bueno, ya sabes... supongo que me plantearía una nueva lista. Pero no quiero pensar en eso, he decidido que no hay ni pasado ni futuro, solo existe el presente y quiero vivirlo, nada más.
Jaime tiró de las riendas de Príncipe para colocarse al paso de Nata. La mirada de sus ojos castaños era intensa.
—Me parece una buena estrategia, me sorprendes —declaró con una media sonrisa—. Pareces otra chica, diferente de la que conocí en esa habitación de hospital.
—Me gusta pensar que esa murió y ahora tengo una nueva versión de mí misma, mucho más consciente y que vive de verdad su vida —contesté con una carcajada suave.
—Me gusta esta Lucía...
De nuevo, mi corazón se aceleró y me puse roja como un tomate. Por suerte, Jaime apresuró el paso de su caballo para ponerse delante de nuevo.
"Lo tienes a huevo, Lucía. ¡Lánzate!" escuché que decía esa parte osada de mí. La Nueva Lucía llevaba acechando todo el día, atenta al momento en que pudiera instarme a mover ficha en el tablero de mi relación con el doctor Soler.
"¿Qué dices? He venido a montar a caballo, el número cinco de mi lista, ¿recuerdas?" Le contesté.
"No seas tonta, está muy bien que quieras cumplir ese propósito, pero ¿qué tal si te das una alegría al cuerpo? Hace una eternidad que no tienes sexo del bueno, y tu médico está que cruje, ¡no lo desaproveches!" Gritó la Nueva Lucía dentro de mi cabeza.
"La verdad... no me vendría mal un chute de endorfinas" murmuró la Antigua Lucía, al borde del desmayo, en un rincón de mi mente.
Me parecía increíble que ambas se hubieran puesto de acuerdo por una vez.
"¡Callaos!" Las silencié a las dos, y continué admirando el paisaje que me rodeaba, a lomos de la yegua Nata.
Nos detuvimos en un enclave especialmente frondoso del camino y, mientras Jaime daba de beber a los caballos, yo me dediqué a sacar fotografías.
—¿Quieres que te haga una? —preguntó él.
—No, yo soy más de disparar que de posar —contesté—. Salgo horrible en las fotos.
—No me lo creo —replicó Jaime—. Déjame.
Le cedí la cámara, a regañadientes, y me coloqué junto a la yegua. Sonreí, tal vez ahora tuviese la excusa perfecta para sacarle una foto a él.
—Ya está.
Miré la instantánea que Jaime acababa de tomar y... era pésima, y no solo por el evidente desastre de modelo.
—Vaya, por fin he descubierto algo que se te da mal, doctor.
—¿Está mal?
—No has enfocado bien, y el encuadre es malísimo. Has cortado por la mitad a la pobre Nata.
—Vale, dime cómo hacerlo —se prestó, así que yo, encantada, le enseñé los fundamentos básicos para hacer una buena fotografía. Al final me salí con la mía, conseguí unas cuantas instantáneas de Jaime y, cuando me di por satisfecha, ambos volvimos a montar y pusimos rumbo de vuelta a la finca.
Mientras trotábamos, rodeados de ese hermoso paisaje, yo no podía dejar de pensar en la sugerencia de mis yoes internos. Me preguntaba si sería buena idea lanzarme, pues se me iban los ojos a la espalda de Jaime, amplia y firme, a su cuello, a sus brazos, más fuertes de lo que había imaginado. Me preguntaba cómo sería abrazarlo, qué sentiría al enredar mis manos en su pelo oscuro.
Malditas hormonas...
No me imaginaba hasta qué punto empezaba a estar descontrolada, al menos hasta que, de nuevo en las cuadras, Jaime descabalgó y se acercó para ayudarme a bajar a mí.
Mi naturaleza torpe hizo de las suyas. Mi pie se enganchó en el estribo, haciéndome caer directamente a los brazos de Jaime que, sin esperarlo, no reaccionó a tiempo y perdió el equilibrio. Cayó al suelo embarrado, y yo caí sobre él, con tan mala suerte que nuestras cabezas se golpearon entre sí con un sonoro porrazo.
—¡Ay!
—¡Mierda! ¿estás bien, Lucía? —Me preguntó, alarmado. Se levantó y me ayudó a ponerme en pie.
—Sí, sí, tranquilo... solo ha sido un tropezón.
Pero él no parecía tranquilo. Me cogió la cara con ambas manos y miró mis ojos con atención durante unos segundos. Comprendí entonces por qué lo hacía, y comprendí también que yo ni siquiera había pensado en ello.
Darme cuenta de que, por un lapso de tiempo, había olvidado totalmente la sentencia que pendía sobre mi cabeza, me dejó en shock de nuevo.
—Sí, estás bien —suspiró él poco después.
—No, no estoy bien —le contradije.
—¿Cómo?
—Se me había olvidado —declaré.
Pude ver en su expresión que no sabía cómo responder, podía alegrarse, podía preocuparse, tal vez quitarle importancia, buscarle una explicación... Quizá todo a la vez.
Y yo... ¿me alegraba, me preocupaba, me enfurecía?
Mi mente era un confuso caos de emociones, pero había algo que tenía claro, uno de esos sentimientos permanecía ajeno a la tormenta, a la confusión.
La Nueva Lucía, la Antigua Lucía y yo contuvimos el aliento a la vez mientras nuestra determinación movía mi cuerpo hacia el que podía ser el mayor acierto o el peor error de esta nueva vida.
Levanté las manos y las puse sobre las de Jaime, que seguían en mis mejillas, a ambos lados de mi cara. Luego me incorporé un poco, alcé la barbilla y cerré los ojos un instante antes de que mis labios se encontrasen con los suyos.
No fue el mejor beso de mi vida. Estábamos desconcertados, ambos llenos de barro, con el susto en el cuerpo y muchas dudas. No fue de extrañar que él se apartase enseguida, aunque no por breve resultó menos embarazoso.
—Oye, Lucía... yo...
—Tranquilo —interrumpí, muerta de vergüenza—. Fallo mío.
Un sonoro y lastimero "Ooooohhhh" llenó mi cabeza mientras me daba la vuelta y me alejaba en dirección a la casa.
"Joder, qué fracaso" masculló la Nueva Lucía.
"¿Cómo vamos a volver a mirarle ahora a la cara?" se preguntó la sollozante Antigua Lucía.
"Dejadme en paz, esto ha sido culpa vuestra" les reprendí a ambas.
Por suerte, esta vez me obedecieron y se mantuvieron en silencio el resto del día.
'* • .¸ ♡ ♡ ¸. • * '' * • .¸ ♡ ♡ ¸. • * '' * • .¸ ♡ ♡. • * '
Bueno... ¿qué te ha parecido el arriesgado movimiento de Lucía? Tú, habrías hecho lo mismo?
Espero que te esté gustando esta historia, si es así, ¡regálame una estrellita!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top