Dudas
El piso de Jaime era céntrico, se encontraba muy cerca del hospital y, aunque algunos muebles estaban un poco anticuados, otros parecían recién comprados.
—¿Cuánto tiempo lleváis viviendo aquí? —Quise saber, observando con interés el ancho de las puertas, más amplias que cualquier puerta doméstica normal.
—Quince años, pero hace cuatro que la reformamos —explicó Jaime—. Las sillas de ruedas de adulto ya no cabían bien por el pasillo y las puertas.
Asentí y seguí mirando a mi alrededor.
—¿Qué te apetece cenar? —Preguntó él.
—Cualquier cosa, no tengo mucha hambre —contesté.
—¿Hay algún sabor nuevo de tu lista que quieras probar?
—Mmm...
"Sí, quieres probar el sabor a doctor desnudo" bromeó la Nueva Lucía. No pude evitar reír ante semejante ocurrencia.
—¿Qué?
—Nada —contesté—. Me apetece probar comida china.
—Hecho.
Mientras Jaime llamaba por teléfono al servicio a domicilio, yo seguí inspeccionando el salón.
Había fotos en las estanterías, manuales de medicina se mezclaban con libros de texto y cuadernos escolares. En un marco grande pude ver una imagen en la que un Jaime mucho más joven sostenía a una niña pequeña entre sus brazos, una preciosa niña morena.
"Está claro que su hermana es lo más importante para él, y Mónica no te traga, ¿no crees que eso puede ser un problema?" dijo la Antigua Lucía, que de pronto parecía mucho más presente en mi cabeza.
"Mónica solo lo está protegiendo, no es que no me trague. No me conoce."
"No, no te conoce, no sabe que puedes morirte en cualquier momento y romperle el corazón a su hermano, ¿cómo crees que le sentará descubrir eso?"
No se me había ocurrido...
Estar con Jaime era lo único que me hacía olvidar mi terrible situación, y al mismo tiempo podía ser la principal razón para no dejar que la relación fuese más allá.
"Si permites que haya algo más entre vosotros, y te mueres, le harás daño" insistió mi parte oscura, la Antigua Lucía.
"¡No le hagas caso!" tomó entonces el control mi nueva versión. Quería escucharla, ella siempre me ayudaba, pero las dudas ya habían empezado a calar en mí.
"Pero... tiene razón" balbuceé.
"Solo quiere que no seas feliz, Lucía. ¡Es una amargada!"
"Puede, pero eso no hace que lo que dice sea menos cierto"
—Lucía, ¿estás bien?
La voz de Jaime me distrajo de mi charla interna. Intenté responder, pero no me salía la voz. En lugar de hablar, mis ojos se llenaron de lágrimas y comencé a llorar.
—¡Eh! Pero, ¿qué te pasa?
Él intentó llegar hasta mí y abrazarme, pero yo me alejé un poco, esforzándome por controlar mi llanto.
—Creo que ha sido un error, todo esto es un error —declaré.
—¿Por qué? —Jaime parecía confundido.
No me sentía capaz de hablar de ello, era como si, de pronto, la desesperanza se hubiera apoderado de mí. Solo tenía ganas de volver a casa y llorar sobre mi almohada, como aquellos días tras salir del hospital.
Pensé que Jaime no me detendría, que me dejaría salir sin interponerse, pero me equivocaba. Me agarró del brazo en cuanto pasé a su lado y su mirada capturó la mía. Parecía muy serio, más de lo que nunca antes lo había visto.
—Cuéntame qué te pasa por la cabeza —pidió, y a pesar de la dureza que destilaban sus ojos, su tono fue dulce—. Sea lo que sea, seguro que podemos arreglarlo.
—No, si pudieras arreglarlo, no estaría aquí. No nos habríamos conocido.
—Lucía, sé que estás pasando por algo difícil...
—No tan difícil como lo que pasará la gente que me quiere cuando me vaya —le interrumpí a lágrima viva.
Sus oscuras cejas se alzaron y pude ver que, por fin, comprendía mi reacción. Tras unos instantes, me soltó el brazo.
—Bien, si quieres irte, vete —dijo, calmadamente.
Me quedé un poco sorprendida al principio, no esperaba esa respuesta, y su exagerada calma me ponía de los nervios. ¿Qué pasaba con él? ¿Es que no le importaba que me marchase?
—¿Por qué no intentas hacerme cambiar de opinión? —Me aventuré a preguntar.
Él suspiró.
—Mira, Lucía, la muerte y la pérdida no es algo ajeno para mí, la he tenido presente toda la vida, en lo personal y en el trabajo —dijo—. Tengo muy claro quién eres y lo que siento por ti. Sé a lo que me expongo estando contigo, pero si tú has decidido que es demasiado para ti, lo entiendo. Lo siento, pero lo entiendo.
—Pero... ¿es que no te das cuenta? No quiero hacerte daño —repliqué, molesta y triste al mismo tiempo.
—Esa no debería ser tu elección, sino la mía —contestó.
"¿No ves que la has cagado otra vez, idiota?" gritó la Nueva Lucía en mi cabeza.
"Si te quedas, estás comprando boletos para la lotería del dolor" señaló la odiosa Antigua Lucía.
"Cállate, desgraciada" le dijo mi otra cara.
—¿Por qué haces esto, Jaime? —Pregunté. La cabeza me daba vueltas, las dudas se arremolinaban y me confundían.
—¿Por qué hago, qué?
—Confundirme —contesté—. Todo sería mucho más fácil si acabase aquí. Nadie saldría herido, solo salimos un par de veces y nos dimos un beso.
—Dos.
—Bueno, dos —cedí, comenzaba a perder el hilo—. Pero eso no importa, dime por qué sigues insistiendo en esto.
—Porque me gustas, y todo lo demás no importa —replicó.
—¡Claro que importa!
—A mí no —contradijo—. He conocido a una chica divertida, inteligente, fuerte y preciosa con la que quiero estar a todas horas, ¿qué es lo que debería detenerme?
—Lo sabes bien.
—Yo nunca me he hecho pruebas, tal vez si lo hiciera descubriera que tengo lo mismo que tú, o algo parecido —repuso—. ¿Dejaría de gustarte si así fuera?
Casi tuve ganas de reír.
—Claro que no.
—Entonces... me das la razón.
—No me manipules.
—Solo te digo que la única que tiene dudas aquí, eres tú.
"Eres estúpida, Lucía. Has echado a perder lo único bueno que te ha pasado en mucho tiempo" refunfuñó mi versión superviviente tras una intensa pelea con mi antigua yo.
En ese momento, mientras intentaba decidir qué hacer a continuación, la expresión de Jaime se dulcificó y se acercó a mí, despacio, como temeroso de que pudiera escaparme de nuevo. No lo hice, y terminé entre sus brazos, aspirando su aroma, ese que comenzaba a resultarme tan familiar.
—Dame una oportunidad de hacerte feliz, Lucía —susurró contra mi pelo. La sensación cálida y efervescente que su contacto me generaba se extendió por mi cuerpo, comenzando a disipar todas mis indecisiones.
En ese momento Jaime se separó un poco, dándome la oportunidad de tomar la elección definitiva: quedarme o irme. Y no tuve el valor de alejarme.
Regresé a sus brazos y busqué su boca. Él me beso y dejé que esa sensación increíble enterrase mis miedos. Alcé los brazos y me pegué a su cuerpo, deseando poder fundirnos en ese calor, mientras nuestros besos se hacían más urgentes, más profundos. Apenas me di cuenta de que habíamos llegado al sofá, de que me tumbaba, y Jaime se colocaba sobre mí. No fui apenas consciente de cómo forcejeaba para quitarle la camiseta, ni de cómo él me besaba el cuello, los hombros...
Y entonces, el timbre de la puerta nos sacó bruscamente de nuestro idílico encuentro.
—Joder, la cena —masculló él, incorporándose. Se puso la camiseta de nuevo en un tiempo récord y salió a recibir al repartidor.
"Uff, nena... por favor, dime que no vas a cambiar de idea. Quiero saber a dónde lleva todo este magreo en el sofá" dijo la Nueva Lucía, con la libido al rojo vivo.
Esperé a que la Antigua Lucía se manifestase, sabía que diría lo que fuese necesario para detenerme, pero no apareció por ninguna parte. La nueva yo, esa que quería vivir, había aplastado cualquier pensamiento negativo que pudiera seguir entorpeciendo lo que Jaime y yo teníamos.
Suspiré y miré mi muñeca, ahí donde acababa de tatuarme dos reveladoras palabras. Carpe Diem, significaba "vive el momento". Eso tenía que hacer, simplemente vivir...
Jaime reapareció entonces en el salón, llevando una bolsa con la comida china que había pedido. La dejó sobre la mesa y me miró. Tenía las mejillas algo rojas y sus ojos chispeaban cuando me miró.
—Dejemos la cena para luego —propuso.
—Sí, vale.
Y con un par de pasos volvió a mi lado y me besó de nuevo, retomando todo donde lo habíamos dejado.
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Bueno, yo creo que aunque le cuesta un poco al final nuestra Lucía se ha lanzado al vacío, ¿qué creéis que pasará con Jaime a partir de ahora?
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